EL MAL EN NOSOTROS O EL SUTIL ARTE DE SER BUENOS VAMPIROS

El cuarteto marplatense llegó a Rosario por primera vez en el marco del ciclo Vomit, compartiendo una jornada de calor y emociones intensas junto a Bubis Vayins, Las  Aventuras y Mujer Cebra en Galpón 11.

“Nuestra generación viene de la autogestión absoluta, afirman Buenos Vampiros, sentados en unos escalones en la cementada vera del río.  Venimos del esfuerzo de la independencia. Estamos en esa”, agregan. Más allá de lo que pueda afirmar una gacetilla, su accionar inmediato confirma sus palabras: llegaron de Córdoba hace pocas horas, a una Rosario sumida en un calvario de 37° de térmica. Descansaron como pudieron. Estuvieron cargando instrumentos y equipos desde la Terminal hacia Sala Varese para luego almorzar tarde -milanesas- y otra vez mover los bártulos, ahora hacia la venue en cuestión.  Todavía no saben dónde van a dormir esta noche luego del recital. Además, antes de que abran las puertas en el Galpón, les tocó una misión fundamental: ir a comprar cervezas para toda la gente involucrada en el backstage. Son las siete de la tarde. Andan un poco todo: rotos, locuaces, cansados, curiosos, acalorados, sedientos, contracturados, transpirados, maravillados por lo sucedido en Córdoba. Con todo, están divertidos frente al Paraná, riéndose. Es la primera vez que pisan Rosario y están con las antenas prendidas, absorbiendo todo alrededor.  
Tampoco es tanto el sacrificio: salir de gira con amigos es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. Ya lo escribió Joey y lo cantaron los Ramones: Touring, touring, is neverboring.
El cuarteto está montando una ola que va ganando altura a medida que el impulso se intensifica. 2022 concluyó con Destruya! saludado por colegas, medios especializados y oyentes en diversas encuestas y balances. Ese segundo trabajo, con canciones como «El Perro», «Todo el mal» y «Tanques de guerra», los confirmó como propuesta relevante, un nombre para chequear en vivo cuanto antes.
Esa ola que sigue creciendo, además, parece arrastrar a grupos amigos como Dum Chica y Mujer Cebra, junto a nombres como El Club Audiovisual, Las Tussi, Bubis Vayins o Gladyson Panther. Todas esas bandas, cada una con sus rasgos idiosincráticos, comparten la impronta del vivo, con shows que sacuden la modorra estática-reumática-pasiva del periodo pandémico generando un torrente eléctrico donde escenario y público se funden en una experiencia común. Adrenalina, miedo, sexo, frustraciones, deseo y patadas verticales en el pogo son parte del combo que resuena entre provincias y varias ciudades. ¿Hay probabilidades de un circuito con corredores fuertes entre CABA, Córdoba, Rosario y Mar del Plata? Es demasiado pronto para saberlo. Por ahora, son las siete de la tarde y Buenos Vampiros se pasa la botella de agua helada, saciando la sed. Luego de la nota, birrita. Pero ahora, preguntas, respuestas y repreguntas. 

El cuarteto llega a Rosario por primera vez en el marco de Vomit, ciclo musical y fiesta itinerante que nació en Buenos Aires para subir la temperatura de una camada de indie post pandémico, combinando recis, agite colorido,  y DJs, pogo amistoso con diferentes corporalidades (y edades). Vomit logró condensar la necesidad de romper con el unísono pandémico girando por diversos espacios de CABA, proponiendo bandas que llegan desde distintas latitudes. ¿El objetivo? Pasarla bien, conectar a la gente, funcionar como un vínculo que estreche orillas que quedaron lejanas. De esa forma, se da un entrecruce y potenciación entre bandas disímiles, acercando novedades al público, corriéndose del  hype manejado por productoras y medios asociados, inyectando adrenalina directa en una escena quizás demasiado atascada en los peores clichés del indie argentino.
Vomit hace pie en Rosario con Bubis Vayins, banda que logró jugar de local a cientos de kilómetros de su casa gracias a un romance desarrollado con el público acérrimo del ciclo. El cartel se completa con Las Aventuras, DJ Vruta y Mujer Cebra, también debutantes en la ciudad (y que llegan a RAPTO la semana próxima).
Buenos Vampiros está integrado por Irina Tuma en guitarra y voz, Luana Giobellina en bajo y coros, Mora Murguet en batería e Ignacio Perrotta en guitarra y voz. Manejando dinámicas diferentes, disparan sus palabras en cuotas precisas. Nadie se queda en silencio, evitando algún cúmulo seguro de clichés o discursos unificados. Eso puede tornarse caótico cuando se expresan, casi pisándose. Quieren escucharse, pareciera que quieren sacarse las cosas del pecho. Meditan en voz alta, hermanados en el trajín cotidiano de construir algo. Padecen las contrariedades y frustraciones propias de ser una banda nueva, ganando cartel en medios y festivales, mientras que la vida real todavía demanda la responsabilidad prosaica que desgasta la vivencia cotidiana. Exigidos por alquileres, estudios, trabajos y vidas personales, se convirtieron en malabaristas, buscando equilibrar todo ese maldito aburrimiento con las demandas de la banda: ensayar, gestionar, escribir canciones, demear, coordinar agendas, llegar a fin de mes, mantener la paz con sus jefes. Nada nuevo bajo el sol. Después de todo, se trata de hacer música en Argentina.
Es difícil de manejar todo lo que está pasando”, se sincera Tuma, marcando el pulso de lo que empieza a llegar. “Es increíble mientras que al mismo tiempo necesitás mantener los pies en la tierra”, agrega. “No podés soltarte tanto. Es real lo que pasa, pero no podés dejar todo lo otro de lado”.
“Se complica equilibrarlo con la vida real donde tenés que trabajar y estudiar”, señala Mora. “Tengamos en cuenta que hacemos eso mientras llevamos adelante la banda. Es un montón de tiempo dedicado”, precisa. “La guita no alcanza nunca. Coordinar esa vida real, con horarios diferentes los cuatro, sacar adelante todo, es re difícil”.
Concluyendo, la baterista entiende que la entrega en varios frentes es exigente tanto mental, física y anímicamente, pero puede ofrecer una recompensa significativa: “Creo que se va alisando el camino para que todo sea cada vez más sencillo, pudiendo apostar a cosas más grandes”.
Durante la semana, cada integrante del grupo se concentra en esa otra vida, acomodando todos los deberes para hacerse lugar para la banda. Pero hay más todavía: el cuarteto coincide en que la música nunca deja de enseñar. Es por eso que tocan todos los días por su lado, además de tomar clases, buscando seguir creciendo. No se trata de perfección ni obsesión, en todo caso hablamos de estar a la altura de las circunstancias, siempre en guardia para lo que acontezca en las fechas. 

Con Destruya!, a partir de la incorporación de Mora tras los parches, la banda destrabó otro level de intensidad, logrando un pulso equilibrado. Podría decirse que mientras las armonías envolventes responden a un exterior lageado, la base rítmica responde a una neurosis que nunca da respiro, latiendo desde lo profundo de la mente, bombeando fuerzas hacia un pecho ansioso. Inquietud interior, quietud desfasada exterior, combustión ciclotímica.
Mientras hay un tercer esfuerzo en camino, Destruya! es el sucesor de Paranormal de 2019, un disco debut con ropajes ensoñadores que sentaron las bases poperas del cuarteto.  En esos tirones constantes entre el bagaje formativo y el desarrollo identitario aparece lo más atractivo de Buenos Vampiros. Una escucha profunda indica una confluencia que habla de las personas e influencias que hacen a un proyecto. Por un lado, en el sonido del grupo hay un linaje que merece ser apuntado:  Fricción, Sumo, Adicta, Loquero, Virus, Mujercitas Terror y Ciudadano Toto.  La escena madrileña se filtra con Parálisis Permanente o Polanski y El Ardor. Se trata de reminiscencias a diferentes reductos estéticos y epocales que, a través de los años, supieron sentar referencias de aspereza gótica, sublimando frustración y erotismo sensorial. Por el otro, hay una faceta popera que ayuda con estribillos gancheros, quizás herencia de una generación criada por el punch resolutivo de Ale Sergi y Juliana Gattas, pero que encontró en la paradigmática figura de Federico Moura una escuela donde aprender a destilar ambigüedad, sensualidad y un sentido del humor que sabe entregarse al juego de sutilezas.  En esa mixtura que, a priori, puede resultar una ensalada inconexa es donde llega la confluencia de Estanislao López, nombre esencial para comprender varios de los referentes de la nueva escena. Como productor, López parece lograr que la banda respire profundamente todas esas influencias e intereses para luego exteriorizar una condensación propia que no los deje anclados en lo derivativo, ganando libertad para moverse por correntadas más propias.
Rebasando todo el coqueteo con la estética dark de las fotos de prensa y de redes, Buenos Vampiros trasciende más como una banda pop que llega con hits de tres minutos -hoy- guitarreros para una audiencia múltiple:  indies, punks,  goths,  rockers y gazers. De esa forma, el día de mañana pueden terminar habitando el mismo barrio simbólico que The Smiths, con canciones de tres minutos de un pop denso, con letras angustiantes y guitarras jangleras irresistibles. En esas sutilezas que pueden percibirse desde la época de Paranormal, hay mucho lugar para la imaginación, pero también para que la banda pueda moverse con comodidad en el futuro, sin sentir la necesidad de quedarse encasillada en rótulos innecesarios. 
Es llamativo que, en los últimos dos años, a medida que la banda fue ganando un lugar en las redes hasta hacerse con la atención de los medios especializados, cada artículo aparecido gastó una catarata de etiquetas para clasificar y perfilar a la banda. Entre ese frenesí de rótulos, el imperativo era  taggearlos de inmediato. Pero con tanto ruido alrededor nadie apuntó el sentimiento irónico del cuarteto, el histrionismo apático oculto en su dramatismo, ni tampoco que el humor es la herramienta catártica más inmediata, al igual que el llanto. En ese cotilleo apagado, pero claramente presente, Moura se identifica como fuerza mayor. La ambigüedad manda como un norte entre claroscuros repletos de sutileza. Adicta, por su parte, aparece como el mal inexpugnable, la colisión -frustración- inminente, imposible de evitar. El mal habita en nosotros, pero podemos escupirlo, hacerlo canción, domarlo entre estribillos, reverberación y guitarras post Ricky Wilson.
De acuerdo a Irina, el humor es una herramienta necesaria. “Nos gusta el drama. Escribir de las tristezas de uno está bueno porque te las sacás de encima. Es real el drama, también la tristeza”. Ignacio, por su parte, es categórico: “nos cagamos de risa”. Por supuesto, rubrica la declaración con una sonrisa cómplice. “Al componer uno expresa todo el sentimiento. Es convertirlo en algo divertido. Luz y oscuridad”. 

Entre reproducciones alentadoras en plataformas que no dejan demasiado dinero, discos editados en formato CD y vinilo, recitales constantes y aparición en festivales de renombre, Buenos Vampiros avanza. ¿Hacia dónde precisamente? Nadie en la banda se arriesga a responder. Prefieren evitar estimaciones. Eligen el laburo del día a día. Mirar hacia adelante puede encandilar la marcha.
Cuando aparece la palabra carrera, sus cuatro ceños se fruncen. Desconfiados, prefieren obviar referirse a algo semejante. ¿Carrera? Por ahora no contemplan eso como algo probable. Sin embargo, no desestiman eso para el futuro. De nuevo: paso a paso. Es ahora. Es hoy.
Según Luana, “nunca fuimos conscientes de una carrera. Es re gigante algo así. Ahora estamos siendo conscientes de eso y de que, encima, nos está yendo bien, ponele”. La bajista abre los ojos, demostrando cierta incredulidad amable. Están haciendo las paces con esa incredulidad mientras buscan hacer pie en un circuito musical que no ofrece garantías.
Nos damos cuenta de que tenemos que hacer algo con lo que pasa. Es real lo que pasa cuando la banda toca. Por otro lado, tenemos nuestros laburos, nuestras responsabilidades. Mantener un equilibrio entre esas cosas y una banda tan demandante es un montón. Salir a girar está difícil”, expone la bajista.
Cuando Mora sigue a su compañera, sus palabras denotan una cercanía real, como si el cuarteto ya habló, repasó y rebobinó el mismo asunto mil veces. “Al mismo tiempo, es nuestro objetivo entregarnos a eso. La posibilidad de ir dejando de lado esa otra vida se va dando de a poco”, sostiene. “Que nos den más días en el laburo para poder salir a tocar es un re quilombo. Conseguir días para tocar es fundamental para apuntalar lo otro. Nada de eso sucede fácil”.

Luego de una apertura de vuelo intenso por parte de Las Aventuras, la banda arranca su show con una intro que contrabandea una canción inédita. La tocan para probarla, para oírla en sus propios oídos, mientras la gente vuelve a entrar y se ubica frente al escenario. Con un preámbulo guitarrero que les permite acomodarse puesto que no prueban sonido, la banda arremete con la lista. Suenan «Desmotivada», «Tanques de guerra», «Todo el mal», «Verano», «El perro» y «No nos podemos ver», entre otras. La entrega es directa, casi sin mediar palabras con el público, excepto para agradecer y comentar la alegría de estar en Rosario.
Primero  en modo concentración, apenas se relajan cuando perciben que el público responde bien.  La gente canta los temas, reconociendo a la banda, dejando saber que es un lugar amigable para su música. En ese plan, llegan pedidos de canciones del primer disco. La lista está sellada. Buenos Vampiros está en modo demostrar, convertir y contagiar: Demostrar que son una banda que toma plena forma en vivo; Convertir al público neófito, reclamarlos para la causa que son sus canciones; Contagiar porque necesitan transmitir la manija -y ansiedad- que cargan por esta primera visita.
Cuando aparece un problema con el equipo de guitarra de Perrotta, Irina lo cubre, embistiendo con la suya, ocupando todo el espacio.  El primero en reaccionar y saltar al escenario es Santiago Rocca de Mujer Cebra, asistiendo a su colega con el ampli. Sin interrupciones significativas, la cosa sigue.
Se percibe algo con Buenos Vampiros en vivo:  a diferencia de bandas de sonoridades oscuras de la generación pasada, evitan la sobreactuación, optando por la espontaneidad que le pinta a cada integrante (seriedad, sonrisas, concentración, agite físico) y no tanto por la redundancia de un papel de soy super post-punk-estoy traumadito-te lo demuestro haciendo una torsión inspirada en los mil clips de Ian Curtis que vi por YouTube. Allí parece radicar una de las razones por las que la banda es tan bien aceptada por la gente.  Perrotta  puede  estar cantando con su voz de ultratumba y guitarreando para dejar su instrumento de lado y ponerse a disparar confeti satinado, divirtiéndose. No le interesa posar. A su lado Irina está metida en la música, con la cabeza gacha, viajando en la suya. Luana luce contenta del feedback del público, parece la más atenta a lo que pasa bajo el escenario.
Así como Buenos Vampiros desdramatiza su propia intensidad al desgranar sus canciones, en el vivo apuestan a desdibujar cualquier pretensión que pueda trasladarse desde un falso entendimiento. Se divierten descartando las poses, sintiendo la necesidad de desprotocolizar las demandas del deber ser.
“El recital se compone de nosotros más la gente. Eso hace que nos vayamos cebando”, afirma Irina sobre el directo de Buenos Vampiros. “Siempre tiene que sonar distinto el disco del vivo. Sería aburrido que ambas facetas sean iguales”, completa.
“Nosotros siempre vamos cambiando. No hay una manera exacta de hacer las cosas. Vamos evolucionando. Hay recitales donde estamos re quietos, otros donde andamos re locos. Hacemos lo que sentimos en el momento. No hay una idea fija de cómo ser Buenos Vampiros. Nuestra interpretación va cambiando día a día”, observa Ignacio.
Progresivamente la banda se fue transformando. Desde la apertura sanitaria, el impulso fue curtiendo al grupo, permitiendo conocerse mejor, entender hasta dónde pueden ir, cómo cambiar, qué potenciar. Por supuesto, la experiencia corre a la misma velocidad que sus edades. Arrancaron como adolescentes con relativa experiencia. Ahora marchan a un ritmo seguro de fecha tras fecha, siempre llegando a nueva gente.
En Córdoba, la fecha previa a Rosario, tocaron en Club Paraguay junto a los locales de Rosa Profundo y Mujer Cebra. En la fecha había 600 personas.  Irina no tiene dudas:  hubo un antes y un después. Encontrarse con esa excelente recepción tan lejos de casa fue muy fuerte. En Rosario, el cariño también fue significativo. La cosa va creciendo, incluso lejos de su ciudad natal, allá donde juegan de locales, donde su gente corea todos los temas como himnos.
“Yo siento algo en el pecho. No me detengo tanto a pensar porque me agarra cosita. No puede ser que esté sucediendo todo esto. O sea, estos temas los hicimos nosotros para poder sacarnos lo que tenemos adentro. Es muy loco que eso llegue a la gente”, comparte  la cantante.  “Ayer Córdoba fue algo tremendo. Luego del recital me puse a llorar cuando caí. Pensé en todo eso que hicimos metidos en casa. Es una locura”, confiesa.   

En abril serán parte del festival Nuevo Día en el teatro Vorterix junto a Las Ligas Menores, Mujer Cebra, Fin Del Mundo, El Club Audiovisual, Dum Chica y Revistas. El 2023 promete más emociones entre shows y novedades que habrán de venir. Mientras tanto, la banda sigue en su Mar Del Plata natal, tocando y esperando la chance de seguir tomando la ruta, llevando sus discos donde haya oportunidad. 
Con un pie en sus casas y otro en CABA, el movimiento dinamizó mucho más que música. Los vínculos con Dum Chica se estrecharon, sellando amistad. Lo mismo con otros actores de la escena, entre ellos Trapinsky, de Surfer Rosas, una de las cabezas detrás de Vomit. Se trata de una cercanía diaria, cimentada entre presencialidad y virtualidad.  “Vamos y venimos. Intercambiar fechas nos sirve para seguir conociendo gente. Con Bubis Vayins y Las Aventuras nos conocimos hoy. La mejor. Con Rosa Profunda ya nos habíamos conocido cuando vinieron a Mar del Plata. También fue rebuena onda al toque. Necesitamos seguir en esa, opina Tuma.
Cuando a Buenos Vampiros se les pide que recomienden bandas de su ciudad, llega una catarata verbal donde las cuatro voces se pisan. Se ríen porque tiran las mismas. Quieren ser responsables sin dejarse nada afuera. Ileso, El audaz golpe, Dojo, Las Tussi, Valeria Del Mar, Tomates en Verano. Hay mucho más dicen, e invitan a visitar la ciudad, llegarse a los recitales.
Algo está sucediendo en Mar Del Plata, dicen. Hay un clic generacional. “Los pibes prefieren ir a ver bandas antes que a un boliche“, cuentan. Pero hay más, mucho. Sucede algo que no pasaba antes: hay compañerismo entre bandas. Hay solidaridad. Hay predisposición. El otro cuenta.
De a poco se manifiesta algo visible más allá de la ciudad. Eso mismo sucede con la visibilidad que lograron, pero también se aplica a otras bandas.
Mes tras mes el circuito va cambiando. La transformación llega con el esfuerzo de todas las partes. Hay una apuesta comunitaria que todavía está lejos de ser autoconsciente, de ponerse a redactar manifiestos.  Es hora de construcción. Ya habrá tiempo de evaluar un sentido colectivo. Por ahora es suficiente saber que andan todos en la misma. En ese sentido, Mora arriesga una teoría: “creo que se da porque somos todos muy jóvenes. Tener un laburo es re jodido. Poder pagar una cuerda, un plato, cualquier instrumento, es una locura porque está todo carísimo. Siendo joven todo se vuelve inalcanzable porque tenés un laburo de mierda. Es un re esfuerzo. Entonces, sabemos lo que le cuesta al otro. Si alguien necesita algo, seguramente será otro músico de la misma movida quien le dé una mano”.
“Venimos de armar todo. Nuestra generación no conoce más que el Hazlo Tu Mismo. Sabemos que venimos de ahí, que estamos en esa. En todo ese esfuerzo reside parte del disfrute”, apunta Ignacio. 
“Nuestras primeras fechas siempre fueron en casa de un amigo. Llevamos todo el sonido, cargando los equipos, comprando la birra para vender. Fue laburo real”, recuerda Irina. “Nunca hubo un lugar posta donde tocar. Recién ahora hay espacios para tocar en Mar del Plata”.
El futuro está abierto para Buenos Vampiros. Hay planes trazados. Es alentador lo que viene. Sin embargo, prefieren evitar ciertas palabras. Reniegan de los objetivos. Desconfían de las ilusiones. Vuelven al principio: pies sobre la tierra y paso a paso. 
No hay que idealizar nada”, opina Irina, optando por mostrarse precavida. “Mejor no saber qué esperar. Ahí radica lo lindo de la sorpresa. No nos ilusionemos”. “Vivamos la cosa de forma natural. Estemos presentes, vivamos el momento”, sugiere Perrotta. “La expectativa lleva a la desilusión”, concluye, no sin antes reírse de sí mismo: “ahh, se puso re darks”. 

 

Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard 

 

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