PHILIP SELWAY: “CON RADIOHEAD LO MEJOR SIEMPRE ESTÁ POR VENIR”.

Desde Inglaterra, el polifacético compositor, arreglador y baterista presenta Strange Dance, su tercer disco solista y reflexiona sobre las ramificaciones artísticas que fortalecen al quinteto de Oxford.

“Viví tantas vidas musicales que cuando miro atrás siento felicidad. Igual, te digo algo: no estoy listo para calmarme. Quiero seguir otros treinta años”, confía Philip Selway, quien dialoga con RAPTO cuatro días antes de la aparición de Stange Dance, el nuevo capítulo de su sendero solista. De manera cortés, responde desde su casa en Londres, vestido con una tricota negra y una chaqueta color crudo. Detrás de sus gafas, su mirada luce involucrada. Está atento a los detalles, superando la distancia que presupone un encuentro por Zoom. El arreglador, compositor y baterista favorece un rapport dinámico puesto que está más interesado en escuchar devoluciones y sensaciones sobre su reciente lanzamiento que pasarse las jornadas de prensa hablando sobre sí mismo como uno de esos egos desbocados que abundan en la industria musical. Quizás su atención se deba a un sentido de responsabilidad que llegó por encabezar un proyecto que excede lo meramente solista, involucrando a unas cincuenta personas. Pero hay algo más: habla de música con dedicación porque está pegado a un instrumento desde sus primeros años de vida, cuando su abuela le regaló un pequeño tambor de hojalata, sin consultarlo previamente con sus padres.
Strange Dance es el tercer esfuerzo que lleva su firma, otro capítulo elaborado y lanzado entre los tiempos muertos de Radiohead, la banda que integra desde la década de los ochenta. Esa banda es parte de la vida de Selway, aun cuando está silencio desde hace cinco años. No debería extrañar a nadie que el grupo sea una referencia omnipresente en la charla, apareciendo y desapareciendo para ejemplificar aprendizajes, frustraciones y realidades de la carrera profesional de Selway.
Tan discreto como activo, Phil siempre anda ocupado, dejando en claro que es mucho más que un baterista en el fondo del escenario. Haciendo música desde su temprana adolescencia, Selway cuenta con casi 35 años de actividad. Siempre atento a proyectar más allá de la banda, se integró como compositor en compañías de danza, o desarrollando música original en diversas producciones audiovisuales. Con las energías suficientes para tener una vida propia real -aún en las épocas más demandadas de Radiohead- Selway encontró lugar para hacer trabajo social, prestando servicio en líneas de asistencia psicológica. 
2023 comienza con una novedad solista que lo tiene de gira. Hizo una serie de presentaciones con banda completa por dos meses mientras que en marzo y abril tomará un carácter intimista recorriendo más de diez ciudades europeas en formación de trío. Más adelante -nadie confirma nada, ni siquiera él mismo-puede que haya novedades con esa otra banda. 
Para Strange Dance  Selway estuvo acompañado por talentos muy cercanos. Los arreglos son siempre convincentes, espaciosos y aventureros, manteniendo una claridad conceptual en el diseño de sonido.
Puede que haya mucha oscuridad alrededor de todo -especulación, guerra, medio ambiente, el futuro inmediato-pero Selway comienza con ofreciendo un desvío: “Don’t believe what they say.” Propone bailar mientras todo alrededor tambalea; buscar algo más genuino cuando el afuera luce desesperante.
El vínculo entre la impronta orquestal de las canciones y la expresión cautelosa de Selway debe encontrarse en una aproximación cinematográfica: Strange Dance se completa con la banda sonora de Let Me Go (Polly Steele) que Selway compuso en 2017. Mientras que su debut solista como cancionero llegó en 2010 con Familial para más tarde reincidir con Weatherhouse en 2014, el Phil modelo 2023 es el que está más cercano a la expresión corporal y audiovisual. Su tercer álbum lo encuentra en un equilibrio ideal entre cancionista y arreglador. 
Strange Dance es el último ejemplo de un miembro de Radiohead que hace música por fuera de esa marca registrada de alcance global. Ed O’Brien -alias EOB- produjo su primer trabajo en solitario en 2020. El año pasado, Thom Yorke y Jonny Greenwood se unieron en el proyecto paralelo The Smile, formando un poderoso trío con el baterista de jazz Tom Skinner. También en 2022, Colin Greenwood comenzó a tocar con Nick Cave y Warren Ellis. El paraguas de Radiohead ofrece una zona de seguridad que sabe ser aprovechada por sus integrantes. Las mismas mentes creativas que extendieron el terreno ahora disfrutan las ramificaciones que ofrecen novedades constantes. Entre tanta información dando vueltas, Selway es quien logró producir una música -algo- más alejada del imaginario Radiohead. Obviamente, la paranoia y la incertidumbre espiritual siempre están presentes. Por algo el grupo se mantiene como un claustro -casi-inexpugnable desde hace décadas. Por supuesto, ningún integrante del grupo, sin importar qué tipo de aventura paralela emprenda, podría renegar de la banda con la que lograron hasta lo impensado. Selway, siempre de tono amable, es directo respecto a eso: “Radiohead nunca desaparece de mi vida. Es una presencia enorme. Una que estoy muy feliz de tener”.
Strange Dance es un álbum que confunde. Una primera escucha puede arrojar una certeza: las canciones se adentran en la desesperación, la ansiedad, quizás hasta alcanzando tonalidades lúgubres. Sin embargo, entregarse al trabajo de Selway revela que se trata de una obra donde abunda una especie de esperanza. Se trata del aprendizaje de un tipo reflexivo que se acerca, lenta pero seguramente, a los 60. Selway entiende que en un presente de interrogantes continuos la esperanza está siempre por llegar. No es una obra de factura fácil. Strange Dance existe por fuera de las inyecciones efectistas que escuchamos de forma cotidiana. No hay ganchos rimbombantes que aseguren una entrada. Selway propone la escucha. Ofrece un disco preciosista repleto de arreglos, una voz delicada y una fina capacidad para las canciones. 
Si bien el álbum mantiene un hilo introspectivo que por momentos puede confundirse con lúgubre, hay momentos de esperanza incipiente y rayos de luz. Aparecen, claro, cuando se le permite una oportunidad a la escucha. La paciencia es una virtud. Strange Dance demanda paciencia para luego devolver disfrute. Selway domina su rol como compositor logrando articularlo con sus capacidades de arreglador. El nativo de Berkshire ofrece habilidad musical para una voz propia que lo confirma -una vez más- como un artista valioso que ofrece mucho más -de su considerable- presencia en la obra de Radiohead. 
Con todo, Strange Dance está lejos de ser infalible: puede ser monótono, precisando de variaciones anímicas y cambios tímbricos a pesar de su riqueza sónica. Existe una tensión que perjudica al disco. Dicha tirantez tiene origen y final en su autor: el lado cerebral de Selway termina ganando la partida, derrotando al fluir más lúdico. Liberar su pulsión por completo, para construir desde allí, pudo haber sido un camino. Sin embargo, con canciones preciosistas y unas cincuenta personas involucradas, la empresa se vuelve enorme, atentando contra ese fluir libre. 
Mientras que esa tensión interior de Selway es casi palpable, no termina de atentar contra el resultado orgánico del disco. Los 46 minutos se sienten naturales, con extensiones instrumentales que revelan un esmerado trabajo de la siempre brillante Marta Salogni (Björk, Sampha, M.I.A, Bon Iver, Black Midi, Romy, Animal Collective, Depeche Mode) como productora y diseñadora de sonido. La voz de Selway puede ser hilo conductor o un elemento más. Un acierto de ambas partes es lograr un equilibrio para la figura de Selway: no es un protagonista único, sabe correrse, optando un lucimiento colectivo. La riqueza del disco se ve aumentada por las relaciones de mucho tiempo de Selway con músicos como la violonchelista Laura Moody y Quinta (violín, viola, teclados, sierra), una figura clave en el trabajo de Selway. Por último, el enorme Adrian Utley, aporta magia guitarrera desde su discreción característica. Todo tiene un equilibrio saludable: las cuerdas son esenciales sin ser rutilantes; los sintetizadores flotan sin desviarse; la voz principal conduce únicamente cuando es necesario; el aura cinematográfica está presente sin atentar desde extensiones pretenciosas. Por último, un detalle fundamental: por todo lo cerebral y virtuoso que es Strange Dance, nunca se interna en un onanismo derrochador, siendo amable con quien escucha del otro. El disco corre libre de pretensiones o grandilocuencias. 
La amplitud sónica se construye con una mezcla de cuerdas, metales y sonidos sintetizados. El trabajo involucró a decenas de artistas que pasaron por el estudio, con Selway y Salogni encabezando las sesiones. La expresividad sonora es interpretada maravillosamente por el LCO, dirigido por Robert Ames, el Assemble Choir con arreglos de Juliet Russell y el Elysian Collective.
Por supuesto, las canciones tuvieron un inicio muy diferente, sonando de forma incipiente en la cabeza de Phil para luego ir tomando forma en la comodidad hogareña. Más tarde llegaron la guitarra y el piano. Desde entonces, otra vez en su cabeza, las cosas tomaron otro vuelo. “Quería que el paisaje sonoro fuera amplio y alto, pero que de alguna manera envolviera esta voz íntima en el corazón”, comparte Selway. “La escala fue pensada desde el principio“, agrega.  
El efecto cinematográfico presente en Strange Dance y sus lanzamientos previos es un desprendimiento lógico para alguien responsable de partituras para la Rambert Dance Company y bandas sonoras para las películas Let me go  y Carmilla (Emily Harris, 2020). El complemento llegó con sus vínculos más cercanos: Hannah Peel, Quinta y Moody. Luego se sumó la baterista Valentina Magaletti. Utley y Salogni completaron la formación.
El disco no estaba resuelto desde la entrada. Selway tenía sus ideas y estimaciones. En su cabeza jugaba con elementos varios. Su idea inicial debía probarse. ¿Funcionaría en la práctica? No había seguridad alguna. Sin embargo, el abordaje no se hizo esperar ya que consideraron que la base estaba lista. “Fuimos cautelosos”, recuerda Selway. “Para la canción que da título al álbum, yo no tenía la menor idea de su rumbo cuando estuviera en manos de toda la banda. Siempre mantuve la mente abierta a las posibilidades que pudieran surgir durante el proceso de trabajo colectivo. Cada elemento sumaba una capa que nos dejaba saber que había un paisaje para descubrir. En ese sentido, el disco fue una sorpresa que se nos reveló cuando estuvimos todos juntos. El concepto general final fue algo que alcanzamos construyendo entre todos”.
Otro aporte fundamental son los arreglos de Laura Moody que complementan la producción de Salogni. En «What keeps you awake at night», por ejemplo, las cuerdas y los sintetizadores se enrollan deliciosamente, en un bucle meditativo, llevando al oyente a algún lugar lejano, y luego, seis minutos después, aparece una nueva textura, gotas de lluvia parecidas a un staccato que se suman al sonido.

La construcción colectiva del disco fue un acierto de Selway, con la mente abierta a sus compañeros de aventuras. A los 55 años, con tres décadas de experiencia tocando en una de las bandas más grandes del mundo, se muestra permeable a lo que acontece alrededor. El baterista se permite seguir aprendiendo de quienes lo rodean, así como también de nuevas asociaciones creativas. Debemos destacar, entonces, la llegada de Magaletti quien tomó con autoridad absoluta su lugar tras los parches. Selway, conocido predominantemente como uno de los bateristas más célebres del mundo, tocando en Radiohead durante décadas, cedió su lugar simplemente porque no daba el tono justo para el disco.  “Valentina llevó su voz distintiva para la percusión y la batería. Hizo un trabajo admirable”, observa Phil.
“La música es un diálogo entre músicos”, sostiene Selway, entrando en un tono reflexivo desde la tarde londinense. “Cuando funciona de forma apropiada significa que estás en una sintonía única, algo que deja atrás al mundo real, al menos por un instante. Son instancias donde uno se empapa del otro, pero también de algo que se genera por la sumatoria de las partes. Es algo diferente. Eso sintetiza algo único”, afirma. 
“Para mí, cada músico con el que lográs esa conexión termina dejándote algo. Para Strange Dance hubo unas cincuenta personas involucradas. Esa es mucha información para absorber. Es un proceso que lleva tiempo. No necesariamente se implementa de inmediato. Lleva tiempo ser consciente de lo que agarraste en ese proceso. Ese aprendizaje es maravilloso. Uno tiene que ser agradecido por tener semejantes asociaciones artísticas. Hablo del presente y de toda mi vida. O sea, ¡qué compañeros tengo desde la adolescencia! Es un lujo que nunca doy por sentado”, comparte con una sonrisa sincera. “De alguna forma, ese aprendizaje constante debe ser la causa por la que el tiempo pasa casi sin darnos cuenta. Hay un voto de confianza en la decisión de trabajar juntos y emprender una aventura creativa”.
Selway encontró una realidad inexpugnable una vez que las jornadas dentro del estudio fueron avanzando: la idea inicial que tenía en la cabeza era insuficiente, necesitaba más. Precisaba un paisaje sonoro que pudiera acomodar las voces que tenía planeadas, además de las que se iban revelando a través de las sesiones. Esa necesidad fue real mas nunca desesperada puesto que entendía que tenía un equipo brillante a su alrededor. “Necesitaba encontrar una idea clara de ese todo que se iba manifestado”, señala sobre esos primeros momentos decisivos.
Solista y productora desarrollaron un plano para el disco que ahora se manifestaba de forma concreta. Lograr condensar los elementos acústicos con lo electrónico marcaba era fundamental. El paisaje sonoro, si bien extenso, necesitaba ser orgánico. “Fue una tarea difícil, pero creo que ayudó saber de antemano esas prioridades. No las evitamos. Por supuesto, Marta fue clave para que todo llegase a buen puerto. Ella produjo y mezcló el disco. Sabía que trabajando con ella podía lograr ese nivel de diseño sonoro”.
Selway se deshace en halagos por la joven productora italiana que en la última logró un tupido CV con trabajos a la par de artistas prestigiosos, éxitos masivos y reconocimiento de sus pares en el ámbito del sonido y la producción artística. “Cuando ella aceptó ser parte del proyecto me sentí cómodo con todo”, confía. Inmediatamente, destaca que “básicamente es una genia. Tiene una inteligencia musical que se combina con su habilidad como ingeniera sonora. Su aproximación sonora siempre es la acertada. Pudimos llegar al corazón del disco entre todos, mientras que el resultado final estuvo en sus manos”.

Esperanza y desesperación; vida y muerte; resignación o aceptación; la música como una celebración que acompaña esta danza extraña que es la existencia mortal. Hay una sensación de optimismo y esperanza en el disco. Hay que permitirse encontrarla con una escucha amable. Creo que eso está presente en el disco. Cuando lo encontrás es casi como un refugio”, comenta Selway.  
Entre sus claroscuros dramáticos, Strange Dance esconde un disparador principal: el paso del tiempo. No se trata de envejecer sino de la aceptación de seguir creciendo, de vivir procesos celebrando tanto las luces como las sombras. Selway parece desmontar cualquier protección para revelar con sensibilidad un proceso de envejecimiento que, en una industria musical -y un mundo- de reinante gerontofobia el paso del tiempo siempre se esconde bajo la alfombra. 
Entre las canciones se intuye algo aquel Tolstoi que decía que la paciencia y el tiempo eran los guerreros más resistentes. Ambos están ahí, siempre esperando. Que uno quiera aceptarlo, negarlo u ocultarlo permite varias lecturas posibles. Cuando Selway muestra su aceptación, se hace fuerte.  Strange Dance no hace lecciones de la aceptación de Selway. Tampoco regala imperativos. Puede que, humildemente, quiera ofrecer al disco como un acompañamiento; la música como medio, las canciones como puente, el oyente como posible interlocutor. Allí aparece una pregunta válida: ¿habrá alguien allá afuera, entre la audiencia considerable del disco, que tome la posta de Selway? ¿Habrá respuestas? ¿Habrá repreguntas? ¿O será, simplemente, otro disco que queda relegado al olvido pasada la quincena de novedades? Strange Dance está girando desde hace pocos días en la rocola infinita que es la Internet. Con el disco recién estrenado, la pregunta queda abierta.
 

-Si bien trabajaste con un equipo bien cercano, cada canción del disco surgió cuando estabas solo, simplemente buscando. ¿Cómo reconocés algo? ¿Hay un método para reconocer una buena posibilidad luego de tantos años en el ruedo? 

Creo que porque me obsesiono. Es una parte o un arreglo en particular que no deja de sonar dentro de mi cabeza. Lo mismo sucede con las canciones completas. Me obsesiono. En Radiohead sucede lo mismo. Entiendo que hay algo ahí. ¿Viste que la gente habla de sinestesia? Siento que dentro de mi cabeza veo las piezas en movimiento, como encajando cada una en su lugar. Sucede de forma individual, pero también se puede lograr trabajando con un equipo donde hay química. Pasó eso en Strange Dance, pero también sucede con la banda desde hace décadas. Cuando pasa eso, puede ser un segundo, ya sabés que estás enganchado en algo. Puede que termine resultando o no, pero instintivamente estás yendo hacia algo que te atrapó. Puede que pasen varios años hasta resolverlo, pero sigue ahí la inquietud.  

– Al ser integrante de una banda, la responsabilidad siempre es compartida. En lo referido a tu carrera solista, todo recae únicamente sobre vos: es tu nombre, tu cara, tu firma. ¿Cómo te llevás con eso? ¿Pesan las decisiones de un proyecto solista? 

Me fui sintiendo más cómodo con esa responsabilidad a medida que fui avanzando en mi faceta solista. Ahora, finalmente, puedo manejarlo de forma completa. En ese sentido, hay distintos estadios que uno puede sentir. Durante la etapa de grabación en el estudio, creo que se sintió como un proceso colaborativo donde hubo muchas voces involucradas. Siempre mantuve mi apertura musical a todo el equipo. Creo que es un acierto lograr mantenerse permeable a las ideas que te acerca la gente que te rodea. Cuando los procesos corren su camino, tengo la decisión final, claro. Siento que mi responsabilidad es curar todo el proyecto. Ahí entra la responsabilidad: decisiones que hagan brillar a tantas personas involucradas. Es crucial saber eso. Al mismo tiempo, creo que pude mantenerme fiel a mi identidad. Esa responsabilidad está siempre. Uno sigue aprendiendo, queriendo mejorar a cada paso. En lo que se refiere a Radiohead, por ejemplo, la responsabilidad es mayor porque es una estructura considerable que nos supera a nosotros. Implica un equipo de trabajo mayor, gente que conocemos desde hace décadas. Es otro tipo de responsabilidad, claro, por eso creo que ambas experiencias siempre necesitan lo mejor de nosotros. No se puede creer qué todo ya esté aprendido. 

Strange Dance se refiere al paso del tiempo. Ahora tenés 55 años y venís tocando desde la adolescencia. Es justo decir que, más allá de tu familia y tus gatos, la música es tu vida.  
¿Cuándo eras chico alguna vez pensaste que ibas a dedicar tu vida a la música?  

Creo que tenía un presentimiento, digamos. Cuando uno tiene 14 a 15 años, si te interesa la música, probablemente tenés una fantasía con dedicarse a eso. Yo intuía que podía haber un futuro para mí en la música, pero nunca jamás logré proyectar algo semejante. ¡Jamás pensé que iba a estar tocando a los 55 años! Mucho menos haber logrado trasformarlo en mi medio de vida. Cuando recién arrancamos con Radiohead ni siquiera podía vislumbrar esa edad. Imaginate que nosotros nos conocimos en la escuela. Por entonces 55 años ni siquiera era la edad de nuestros padres. ¿Qué pasaba por mi cabeza aquellos días? Creo que no pensaba mucho más allá del momento, si bien ya estaba metido en la música de una forma seria. Entendía que podía ser un oficio probable, al menos en lo inmediato. Ahora soy consciente de dos cosas: primero en lo rápido que pasa todo, además en lo afortunados que fuimos. Mirando el pasado desde mi posición actual creo que agradezco la experiencia enriquecedora que resultó la música para conmigo y mis compañeros. El hacer musical me llevó a circunstancias impensadas. ¡Qué afortunado soy! ¡Qué afortunados somos todos en Radiohead! El proyecto que empezamos en la escuela todavía sigue adelante y podemos equilibrarlos con nuestros individuales que nos hacen seguir creciendo. Todo eso está por fuera de mis sueños más desaforados. Nunca jamás imaginamos nada semejante. 

-Pasa que cuando uno es adolescente la vida parece eterna. Uno habita ese presente pensando que nunca va a terminarse. Es una arrogancia inconsciente, un frenesí juvenil. Deben ser pocas las personas que tienen tan claras sus decisiones. Por otro lado, ser músico profesional no es tan sencillo. Eso debe aplicarse en Inglaterra como en Argentina o la India. 

Me viene a la mente algo: cuando empecé en toda esta movida, nunca me consideré músico, simplemente pensaba que era alguien que tocaba en una banda. Mi motivación era esa, formar parte de algo. Creo que desde mediados de los 80 hasta ahora el proceso se fue afinando, de ahí a que finalmente me considero un músico. Creo que ese espacio para la aceptación y afirmación se fue llenando con el trabajo que hicimos con la banda. Repito: nunca jamás imaginamos nada semejante. Creo que esa fue una hermosa aceptación. Parece algo muy de terapia, pero no, ¡es parte de una entrevista! Nunca imaginé este tipo de cosas, tampoco. 

-Hace unos pocos años pudiste cumplir uno de tus anhelos: componer música para películas. Hiciste tres discos solistas, escribiste para obras de teatro, también para compañías de baile y finalmente para películas. Con Radiohead, claro, hicieron discos históricos, reverenciados por la crítica, amados por el público de todo el mundo. Ahora bien: ¿qué sucede cuando los sueños, las metas y los objetivos se cumplen? Oscar Wilde decía que conseguir lo que uno desea es una tragedia mayor.  

Es una realidad que tiene dos caras. De pasarme algo mañana mismo, cosa de quedar imposibilitado de hacer música por el resto de mis días, creo que mi vida musical hasta hoy ha sido tan rica como variada. No tendría ningún tipo de cuentas pendientes o remordimientos, digamos. Creo que viví más vidas musicales de lo que alguna vez pude haber imaginado. Habiendo dicho eso, creo que con algo de esperanza pueda seguir haciendo música por algún tiempo. No soy un caso cerrado. Mi historia no está concluida. Lo mismo puedo decir sobre Radiohead. Creo que estamos lejos de estar acabados. Tenemos mucho adentro nuestro. Hay mucho por explorar. El futuro se presenta impredecible…en ese sentido pienso que queda mucha exploración. Por delante hay muchas experiencias musicales. Estoy muy feliz con la experiencia musical que construí hasta ahora. Me alegra poder recorrer tanto el presente como el pasado charlando con vos, hablando con franqueza, sin tener que recurrir a frases hechas o esquivando malas experiencias. Por eso también me interesa el porvenir. Cuando miro hacia el ayer, recorriendo etapas particulares, puedo decirte que cada uno de esos momentos fueron estupendos: hacer el primer disco, salir de gira por el mundo, hacer otro disco. Fueron etapas maravillosas. Qué afortunados fuimos de haber sido protagonistas de esas vivencias. Sin embargo, no quiero estar en ningún otro momento excepto el que vivo ahora mismo. Me refiero a que el futuro está abierto. Siento curiosidad por las experiencias que están por venir. Estoy seguro de que vendrán situaciones similares. Eso es lo que siempre conservo conmigo a medida que avanzamos en la vida: el disfrute por el presente. La creación musical te ofrece siempre un capítulo más para disfrutar. 

 Por Lucas Canalda
Foto por Phil Sharp

 

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