Con la normalización del circuito de recitales, la banda enciende su fuego para reencontrarse con el público de todo el país y celebrar una década de música.
Crónica y entrevista de una noche de electricidad, reflexión y miradas hacia el futuro.
Alguna vez Stephen Malkmus dijo sobre la que fue -es- su banda histórica: “probablemente seamos un par de fenómenos que han creado su propio pequeño universo, vivimos en nuestro propio pequeño mundo y ese es el único lugar donde podemos sobrevivir”.
El líder de Pavement nunca fue consciente de que ese pequeño mundo se transformaría en un multiverso donde las generaciones venideras habrían de quedarse a vivir. Asimismo, es improbable que pudiera vaticinar que, desde una recóndita salta de ensayo porteña, un grupo de ñoñxs (que podrían ser sus nietxs bastardxs) harían de sus lecciones una poderosa usina de canciones que gastan las gargantas del público por donde quiera que vayan.
Desde hace una década Las Ligas Menores prueban ciertas las palabras de Malkmus, haciendo una respetable tarea de terraformación para que ese mundo ya no sea tan pequeño y pueda ser habitado por nuevas generaciones. Eso mismo ocurre ahora mismo en D7, sábado 6 de noviembre de 2021, un día templado, algo raro en una ciudad cada vez más ligada a los contrastes climáticos.
Las Ligas Menores tocan con una innegable confianza y espíritu, explorando una década de canciones que van desde el lofi pasando por la alta fidelidad de múltiples canales de Romaphonic hasta las novedades más recientes, ya con un equilibrio identitario. Es una celebración extensiva: un cumpleaños por diez años de actividad + el reencuentro con su público en un disfrute libre de barbijos y protocolos de distanciamiento. Todo se combina para potenciarse en una lista que acusa un tendal de temas que vuelan rápido.
Anabella Cartolano (voz y guitarra), Pablo Kemper (voz y guitarra), Nina Carrara (teclados), Micaela Garcia (batería) y Angie Cases Bocci (bajo) conforman una unidad orgánica ajustada que no deja nada librado al azar.
Con momentos abrasivos donde la combustión de guitarras envuelve a todo el lugar, Cartolano y Kemper están al comando con sus mástiles, siendo continuistas de un legado de indie norteamericano. Entre la descarga eléctrica, el grupo no intenta esconder sus influencias. Combinando un efecto inmediato que permite cantar, bailar, celebrar con abrazos arriba, el cancionero del quinteto tiene al indie como punto de partida pero contrabandea una vocación de música popular argentina coreable que reconoce en sus Pa, Pa, Pa intermitentes una conjunción que les unifica con Suárez, Nekro (en toda su dimensión popera) y Él Mató. En esos matices tarareables radica parte del secreto del feedback que el grupo de Caballito supo cosechar en una década de actividad desde latitudes inesperadas. De acuerdo al manual de música popular y éxitos irrevocables de Charly García, todo estaría aprobado.
La entrega en vivo de Las Ligas Menores está ausente de dubitación, atravesando cada vuelta con el oficio propio de mil noches aprendidas entre under precoz y escenarios de renombre internacional. En los casi sesenta minutos que dura el recital en D7, las canciones se suceden sin interrupciones y con palabras mínimas -pero seguras- de Cartolano, atacando sobre estribillos y revoltijos sónicos que deparan un clímax diferente en cada ocasión.
Se trata de cinco ejecutantes sumergidos en una frecuencia única. No les hace falta intercambiar palabras ni mirarse, de hecho, Kemper casi no levanta la mirada del piso. Clavando los ojos en sus pedales, apenas si mira hacia el público cuando es tu turno de cantar. El único atisbo inesperado durante el concierto no tiene nada que ver con el desempeño musical: cuando Carrara se quita la campera arrastra su teclado que, afortunadamente no cae, se queda dibujando rectas secantes sobre el sostén.
Mientras va cayendo la tarde, la banda prueba sonido con un nivel de detalle y volumen elevado. Las guitarras reverberan por todo el D7 vacío haciendo temblar las puertas de ingreso, todavía con la persiana baja. Afuera, desde temprano, hay personas esperando. Más que puntualidad o necesidad de comprar entradas directamente en puerta, se trata de ansiedad propia de un reencuentro largamente postergado por la pandemia.
Habiendo vibrado -y estallado- espacios que ya pasaron a la historia, el goce siempre fue colectivo y bien cercano. La banda estuvo en abril en este mismo centro cultural, claro, pero todavía con las medidas sanitarias propias de un contexto por entonces todavía complicado. Bien entrada la primavera, la situación es diferente. Se trata del primer concierto relajado desde 2019. No es de extrañar que hoy exista un halo especial.
El quinteto llega a Rosario directo desde Río Cuarto, la primera visita a la ciudad situada en el sur de la provincia de Córdoba. Antes de esa fecha pasaron por La Docta, tocando en Studio Theater, una sala histórica.
Cada nuevo arribo a nuestra ciudad esconde sensaciones para Las Ligas Menores. Cartolano lo pone en palabras claras: “cada vez que nos vamos queremos venirnos de vacaciones acá”. La neuquina radicada en CABA señala, además, que parte del magnetismo que irradia Rosario se debe “a un circuito creativo amplio y diverso que se mantiene con el tiempo”.
En Rosario la banda supo curtir un fuego que fue escalando, generando noches inolvidables en distintos espacios, algunos ya pasados a la historia. La adrenalina de esas noches aún persiste grabadas en la memoria de todxs lxs presentes.
Según Kemper, venir a Rosario es sinónimo de pasarla bien. Eso queda reflejado horas más tarde cuando en la tercera canción Cartolano saluda de manera concisa -tres palabras son suficientes- e invita al público a pararse y venirse al frente. La dinámica cambia, ubicando las energías en un plano de liberación. Entonces sí llega esa celebración antes mencionada. «Peces en el mar» y «El baile de Elvis» abren la noche. Para «Hice todo mal» la gente está encendida, bailando en ronda. Dos mesitas delanteras resisten. La primera es prolijamente reubicada al costado derecho. La otra se mantiene firme con un platón de papas fritas y dos botellas de cerveza artesanal. Pronto la danza arremete y la mesa vuela, milagrosamente, comida y bebida se salvan del piso.
Suenan «A 1200 KM» y «Los días», entre otras canciones. Kemper, en su altura, disfruta de su shoegazing. Cartolano se mueve por el escenario en pasos certeros, cuando llega el momento de tensar las cuerdas arquea su cuerpo, secundando cada movimiento con vigor.
Abajo del escenario, la gente canaliza el volumen en un movimiento que se divide entre pogo, baile, canto a garganta pelada y una cadencia slackeriana oscilante digna de Hullabalooza.
Mientras delante del escenario nadie se queda quieto, de la mitad para atrás, D7 tiene a todas las personas paradas, disfrutando a su manera. La postal estática no sorprende: mientras que adelante priman lxs adolescentes y lxs veinteañerxs, atrás el rango etario crece decididamente. Esta noche la amplitud de la convocatoria de Las Ligas Menores se extiende desde los 14 años hasta los 50. Se trata de otra demostración de que la banda tiene un appeal que escapa a la explicación sencilla (o cualquier teorización banal de hype o management con buenos contactos). Esa constante acompaña al quinteto desde el principio de su carrera, manifestándose hasta la actualidad en forma de recitales, festivales y giras en el plano internacional.
“Nunca te dejás de sorprender por lo que llega desde la gente a través de Internet” afirma Carrara. Acerca de la visibilidad que logró el quinteto en el circuito de festivales y canales transmedia como KEXP, la tecladista señala que “venimos tocando hace diez años. Siento que fue un crecimiento progresivo. Pasaron un millón de cosas en el medio”.
“Al principio sentíamos que pasaban cosas rarísimas. Nos sorprendíamos por cosas como lo de Coachella (EEUU) o ir a Perú o Chile, pero luego hubo una constancia de nuestra parte, seguimos trabajando para que esas cosas vuelvan a suceder o sigan llegando oportunidades”, comparte la tecladista. “Ya no era una sorpresa, era producto de un laburo”, agrega.
Lo que nació en una sala de ensayo, simplemente para disfrutar, pronto tomó otra dimensión. Con los temas tan craneados como pulidos llegaron los discos y estallaron los toques. “Por entonces teníamos otros trabajos fijos, en relación de dependencia. Hubo un momento en que tuvimos que decidirnos por una cosa o la otra”, recuerda Nina. “La banda fue la prioridad”, dice mientras el resto de la banda asiente.
Fueron sucediendo cosas lindas. Alrededor de Las Ligas Menores las cosas fueron cambiando, aunque quizás mejor sea más apropiado decir que todo se fue ordenando. Con los nuevos compromisos las profesiones tomaron carácter freelance acomodándose a la agenda del grupo. Con las prioridades claras fue más sencillo encontrar un equilibrio.
Según Cartolano, las responsabilidades fueron creciendo, pero también trajeron alivio. La cantante, guitarrista y compositora destaca el trabajo de gestión y producción junto a gente idónea. “Cuando empezamos a formar un equipo fijo el trabajo se vuelve más fácil porque hay confianza. La primera incorporación fue Goro en sonido. El trabajo en las giras se alivió mucho de esa forma”, señala.
Más allá de las notas en medios masivos, las reproducciones en YouTube y otras plataformas, las cosas permanecen en una escala humana para Las Ligas Menores: después de responder las preguntas de RAPTO tanto Cartolano como Kemper están de rodillas sobre el escenario, enchufando y armando sus pedales.
A los 45 minutos la lista se va acercando al final. La banda se despide sin mucha convicción y reaparece a los 30 segundos. “Ustedes ya saben cómo es: decimos que son los últimos para ir a tomar agua y volver”, dice Cartolano frente al micrófono, esbozando una sonrisa.
La alegría sigue bajo la inmensidad de unas luces rojas que lo cubren todo. Las últimas mesas que resisten son reubicadas por un público que por lo entusiasta no pierde lo respetuoso.
Hay una cuota de goce extra. La celebración se encuentra con la catarsis mientras los estribillos sencillos se vuelven épicos.
Sería demasiado inocente pensar que la noche de hoy se enlaza directamente con los conciertos pre pandemia. Además de inocente sería peligroso puesto que ignorar los meses de olas covidianas sería negar acontecimientos que llegaron con aprendizajes, dolor y reflexiones varias.
La inercia 2019 de Las Ligas Menores era admirable. El frenazo fue brusco. Hubo que recalcular. De alguna forma, andan en eso, hasta ahora.
En una época compleja donde las aperturas estuvieron condicionadas a lógicos protocolos sanitarios, la cantidad de recitales del grupo se redujo drásticamente. Con la vuelta a cierta normalidad, retomar las fechas significa volver a la ruta. Posibilitar el encuentro con el público es vital. “En Río Cuarto unos chicos nos contaban que la habían pasado muy mal. Tocar es volver a la realidad, salir a ver otra cosa”, comenta la guitarrista.
Durante el interludio pandémico el grupo compartió distintas novedades con su fandom. Las sorpresas llegaron de a poco, en tiempos más bien suyos, bastante ajenos al frenesí que maneja la industria en la actualidad.
2020 supo albergar muchos planes que el quinteto vio evaporarse de manera irremediable. Algunos se postergaron, otros fueron cancelados definitivamente. “El ritmo era intenso. De repente, todo se pausó”, señala Cartolano con aceptación, pero sin amargura.
“Sabíamos que había que aguantar”, dice Kemper. “Encontramos la forma de no quedarnos en silencio. Grabamos vídeos. Hicimos lo que pudimos mientras esperábamos volver a tocar”.
Paulatinamente la agenda se va reescribiendo. Ante todo, van con cautela. Tienen un entusiasmo atado a cierta cordura con pies en la tierra.
“Bueno, ahora sí se termina…esta vez es en serio” dice Cartolano, casi parafraseando al Pity. La gente reclama por más, aún sabiendo lo inevitable. “No se preocupen: volvemos muy pronto”, promete la cantante mientras todo vuelve a tornarse rojo. Por supuesto, en la urgencia caliente de los bises, esa visita se siente a una distancia abismal.
Las guitarras podrán adueñarse de todo, pero es García quien direcciona toda la energía. En el bajo, Angie es la más expresiva, sonriendo en pleno disfrute mientras observa al público. Junto a sus cuatro cuerdas reposa un sticker de Cheems, el perro más famoso de Internet, mirando cómplice mientras la gente canta.
Es el último tirón. La gente lo entiende, destrabando un nuevo level de agite. Es ahora: actuá o esperá hasta la próxima fecha. Desde el fondo del local rezagadxs y tímidxs se abren camino.
El futuro promete escalas importantes para Las Ligas Menores. Se viene el Primavera Sound en Barcelona, además de Tomavistas en Madrid. Lollapalooza Argentina está confirmado para finales de marzo. Asoman inminentes propuestas en países vecinos.
Paciencia, repiten, como un mantra aprendido durante el tiempo de confinamiento. “Es todo un déjà vu . Esperemos que se hagan”, dice Carrara.
Mientras 2022 se va definiendo, restan movidas inminentes antes del final de año. La semana que viene es turno de La Plata. Más adelante, Mar del Plata.
Están felices de volver a las andanzas por todo el país. Para Kemper lo mejor es salir a tocar. Le encantan los ratos libres que permiten las giras.
A García una vez le preguntaron si no se cansaba de tocar siempre los mismos temas. Su respuesta fue contundente: nunca es igual. Cada fecha es una experiencia en sí misma. Tocar en vivo es lo que más disfruta.
Con una discografía certera compuesta por simples, EPs y LPs (disponibles en Bandcamp desde siempre) las oportunidades en diversos estudios siguen adelante, probando cosas, incorporando data, aprendiendo a medida que llegan nuevas canciones. Entre tanto, el fuego de sus conciertos permanece como su fuerte.
Mientras la industria musical mainstream demanda una constante sucesión de novedades para mantenerse en el candelero socialmediático, alternando entre simples, videos, EPs, cápsulas, feats y más, Las Ligas Menores opta por tocar, eligiendo la cercanía con la base de seguidores que supieron conseguir en cada ciudad.
“Tocar en vivo es nuestro movimiento”, explica Kemper. “No buscamos sacar cualquier cosa. Es difícil sacar treinta canciones por año”, dice.
“No estamos presionados por tener siempre una novedad”, confirma Cartolano.
“Entiendo que funciona así el negocio ahora, pero a las bandas siempre les conviene apostar a buen material”, secunda Kemper.
La química de Las Ligas Menores no funciona en un ambiente hermético. Durante la pandemia intentaron componer de manera remota, pero no llegaron a buen puerto. La cosa sigue estando en la sala, dicen. Eso mismo puede traducirse a sus conciertos, que estallan. Lo perdurable surge desde la cercanía real.
Es una banda donde es fundamental la construcción conjunta. La otra, el otro, lx otrx, cumplen un rol esencial en Las Ligas Menores. Es primordial en instancias de concierto, con una retroalimentación del público, al igual que el trabajo más intimista de desarrollar nuevas canciones.
Para Cartolano la instancia de mayor goce de una vida dedicada a la música se da en una escala intimista. “Lo que más disfruto es cuando caigo con material nuevo al ensayo”, confía. “Me encanta ver qué pasa con el boceto, ver qué sale, cómo vamos construyendo”, señala.
Es una cadena virtuosa que se va transformando. Mientras haya alguien del otro lado Las Ligas Menores seguirán en su camino de fuego. La marcha, lejos de extinguirse, parece retomar su velocidad crucero.
La banda dispara canciones. El público las vuelve energía viva. Puede que vuelva el apocalipsis total y el mundo se vaya a derrumbar, pero estando acá nos vamos a salvar. Por eso nadie se quiere ir, a pesar de que prendieron todas las luces.
Por Lucas Canalda + Renzo Leonard