EL TRATADO ONÍRICO DE FIN DEL MUNDO

Visitando Rosario por primera vez, el cuarteto compartió fecha con Tensión y Rosedal en La Popular. Procesos, apuestas y decisiones de una banda que propone un imaginario único.

 

Clarice Lispector decía que la música no se entiende, se siente. Por eso, pedía sentir con todo el cuerpo; quería escuchar con todo el cuerpo. Hablaba de canalizar e internalizar, distanciándose de cualquier intento de racionalizar. Más que una banda de música, Fin Del Mundo funciona como un tratado onírico. Hacen canciones-que-no-son-canciones que requieren, al igual que Lispector, de procesos diferentes. Las melodías, los arreglos y los quiebres están ahí. Es música. Son canciones. Son temas. Todo se mezcla en una cacofonía de ruido elaborado y reverberación que genera una música que esconde algo más.
Fin Del Mundo propone sensaciones. El viaje es introspectivo, dando paso al sentimiento. Es un desafío. Se trata de una fina línea. Puede salir mal, evocando incomodidad. Aún peor, puede conectar de forma demasiado honesta con los sentimientos. De eso se trata todo. De conectar. A eso se refería Lispector. Hay que atreverse a más.

Desde su primera aparición en 2020, Fin Del Mundo se siente como un proyecto que sabe escuchar a su instinto. El gran acierto de sus cuatro integrantes fue darle entidad a ese instinto primario, para luego encauzarlo en una aventura musical de inmersión sensorial. Mientras que los temas siguen una construcción pensada parte por parte, hilvanando cada detalle, sus integrantes evitaron atentar contra esa raíz primigenia, esa misma que evoca sutileza poética y resulta en atmósferas oníricas. Entre ruido y resignación metafísica, hay una vulnerabilidad ambigua: una que se deja ver, pero no se deja atrapar; una que muestra el filo de sus dientes sonriendo de incomodidad antes de irse al destierro. Hablamos de lo que ya no vuelve, de aquello que se termina para volverse insoportable dentro del pecho.

Fin del Mundo es una banda formada en 2019 en Buenos Aires, con raíces en la Patagonia Sur. La banda está integrada por Julieta Heredia en guitarra y coros, Julieta Tita Limia en batería, Lucía Masnatta en guitarra y voz y Yanina Silva en bajo y coros. 
En abril de 2020 publicaron Fin del Mundo, EP debut compuesto por cuatro pistas. En 2021 llegaron los sencillos El incendio y Desvelo mientras el cuarteto daba vueltas por escenarios de Capital Federal y Gran Buenos Aires, compartiendo fechas con bandas afines y de palos impensados. En ese sentido, a medida que los meses fueron pasando y la situación pandémica permitió mayor soltura, Fin Del Mundo logró convertirse en una propuesta transversal a toda la escena de música independiente, llevando su música ante audiencias de indie, stoner, rock, math y punk, entre otras vertientes.  
2022 trajo el sencillo El próximo verano y el EP La ciudad que dejamos. Las nuevas canciones fueron apuntaladas con más toques en vivo, siempre ante un público propio creciente que llegaba por el clásico boca a boca generado por el desempeño en vivo o por visibilidad limitada, aunque constante de sus trabajos en redes sociales.  
Más allá de su nombre ambiguo e irresistible, Fin Del Mundo acertó al condensar una parte del zeitgeist contemporáneo. Con cada uno de sus pasos, la banda fue construyendo un imaginario propio que caló profundo. Si el nombre del grupo pegó fuerte en un momento preciso de un contexto histórico global, el imaginario sensible-poético de sus canciones lograba un correlato para el presente de un planeta arrasado e inestable que, ante sus múltiples problemáticas, no tiene demasiadas respuestas o proyecciones esperanzadoras. Con sus canciones oníricas, Fin Del Mundo propone una bitácora intempestiva sobre sucesos-vidas-momentos-sensaciones que se escurren, entre nostalgia y resignación.

Poniendo a prueba la capacidad del sonido de La Popular, la banda toca nueve canciones ante un público atento que siente una curiosidad real por experimentar la banda por primera vez. En ese sentido, entre la gente pueden leerse miradas de atención, de curiosidad y hasta de una distancia evaluativa. Algo es seguro: Fin Del Mundo no desperdicia la oportunidad y captura la consideración de les presentes. El grupo arremete con «Hacia los bosques», «La distancia», «Las Flores», «El próximo verano», «Cuando todo termine», «El fin del mundo», «La noche» y «El incendio».  
Sobre el escenario, las cuatro músicas se comunican de forma casi telepática, sin cruzar miradas ni dirigirse la palabra. Hay, claro, muchas sonrisas. Sumergidas en el viaje, van tejiendo las texturas de sus temas sin interrupción alguna. Detrás de los parches, Tita comanda con autoridad y soltura. Con su toque, tan dinámico como certero, logra el peso suficiente para que la electricidad de Heredia y Masnatta tome dirección, mientras se potencia con la sutileza de Silva, que además de las cuatro cuerdas, canta para sí misma todo el recital. 
Cuando Heredia y Masnatta se potencian, la espacialidad se vuelve protagonista absoluta. Entregadas a la acción, ambas guitarristas construyen una arquitectura que se vale de una telepatía donde desaparece ese casi mencionado en el párrafo anterior. Heredia y Masnatta son responsables de generar varias capas, valiéndose de abundantes dosis de delay y reverb. Cada una tiene su bolsa de sorpresas, aportando efectos y sonriendo chochas mientras usan su parafernalia bien ñoña. En eso no están solas, puesto que son varias las personas del público que se aproximan al escenario para fotografiar el setup de cada una, chusmeando pedales y efectos.

La música de Fin Del Mundo puede ser algo espectral, especialmente en sus curvas más abstractas que saben potenciar porque evitan anclarse con palabras concretas. Ahí se afirma un contraste acertado del cuarteto: mientras que instrumental y musicalmente evitan cualquier limitación, eligen una economía de palabras, optando por lo etéreo y alejándose del peligro concreto de la literalidad.
Mientras las canciones siguen adelante, la constante es siempre cambiante. Las texturas dan forma a una atmósfera inmersiva que pueden regalar melodías arremolinadas y algunas voces dreampoperas para luego diluirse a medida que la canción progresa hacia algo diferente.
Advertidas de las estructuras obvias, abudan las curvas inesperadas en la banda. Hay un empeño por combinar elementos, además de renegar de cualquier noción de entrega segura. De esa forma, pueden salir de una parte dulzona hacia una alguna explosión de (post) rock espacial rozando lo psicodélico.
Siempre atmosféricas, siempre melódicas, siempre ñoñas estudiosas de la historia de la música, deciden correrse de lo predecible. Son cuatro nerds haciendo de las suyas que, sin esnobismos, suman a la gente en su viaje, sin generar esa distancia que resulta del onanismo propio de artistas virtuosos. En ese sentido, hay mucho mimo de Fin Del Mundo para con la audiencia. La musicalidad puede ser melódica y siempre ganchera; se trata de tres décadas de música procesada por cuatro melómanas. En su música encontramos, como diría Devo, something for everybody. Las canciones pasean y remiten a indie argentino, Britpop, ambient, slowcore, post-punk, space rock, post-rock, el midwest emo, shoegaze, math rock y al indie norteamericano del 84 al 96. Fin Del Mundo es todo eso y nada de eso. Toman de aquí y de allá para trazar otra cosa.
Durante los -casi- cincuenta minutos que toca la banda, rara vez se repiten las partes o hace aparición algún estribillo. De todas formas, se insinúa algo de eso, quizás como una carta para el futuro. La mayoría del recital transcurre en un modo cercano a lo narrativo: son temas con introducción, nudo y desenlace. ¿Fin Del Mundo es una banda narrativa? Tal vez. Lo cierto es que cada canción se estructura de acuerdo a diferentes partes. Entre primera, segunda, tercera y cuarta parte, el formato clásico de estrofa-estribillo-estrofa-estribillo queda completamente desterrado. Y, sin embargo, cuando Lucía Masnatta canta, jugando con la posibilidad de una sensibilidad pop, algo cobra sentido, sintiéndose orgánico. 
 

La composición de las canciones de Fin Del Mundo empieza intuitivamente. Desde el inicio hay una premisa que se cumple: vamos despacio. Cuando se juntan, las cuatro van zapando partes sin nombre, apenas bosquejos que aparecen. Despegan desde ahí sin la necesidad de tener claro hacia dónde quieren ir. Perderse para encontrar es parte de la aventura. 
En el seno del grupo hay consenso en que limitarse no es una opción. Cada integrante del grupo viene tocando desde hace tiempo largo. Para algunas, la experiencia ya casi llega a los veinte años. En proyectos anteriores, las decisiones siempre pasaron por un líder, con una única persona comandando el rumbo estético. Ahora están viviendo algo diferente.
Fin Del Mundo es una experiencia horizontal. En la banda componen las cuatro. Cada integrante comparte el mismo voto en las decisiones. Piensan, reflexionan, discuten y articulan alrededor de los arreglos de una canción, así como también del booking o el color de la tapa de cada sencillo. Todo pasa por una votación. Son procesos únicos, gratificantes que, ante todo, demandan un tiempo diferente. “Estamos casi en asamblea constante”, bromea Masnatta. 
Evitando la obviedad, prefieren decantarse por partes diferentes para una misma canción. Allí donde hay un quiebre lógico, le encuentran una vuelta para repensar. Se puede seguir una misma línea para después volver o evitarlo todo. Prueban. Encuentran. Discuten. Descartan. Piensan de nuevo.
Hay excentricidades internas que ya son una constante. Tita insiste en no hacer dos veces la misma nota de bajo. “¡Nadie se da cuenta de eso excepto que seas bajista!”, se ríe Heredia.
Entre tanto, reconocen que actualmente se están amigando con ciertas estructuras clásicas. En ese sentido, observan que las estrofas están más cerca que nunca. “Nosotros no tenemos muchas estrofas. La verdad es que las canciones es lo que más nos gusta. Sería una hipocresía ir en contra de eso. ¿Hacemos la música que nos gusta hacer? Bueno, hagamos una estrofa, un estribillo”, apunta Masnatta.  Andan en esa búsqueda. Les cuesta porque no les sale fácil, pero no avanzan temerosas. Evolucionan hacia otra faceta. 
“Ante todo buscamos que no sea repetitivo”, comparte Tita sobre el sonido de la banda. “Intentamos que los temas sean muy distintos. Se dio de una forma natural al tener claro nuestras influencias, tanto de la vida cotidiana como de lo artístico. Esas influencias musicales logran que nos gusten ciertas melodías y ciertos recursos”, agrega la baterista. “Me encanta cuando nos buscan parecidos. Siempre aparece un universo que dispara desde Cranberries hasta The Cure, no sé, cosas que nada que ver. Eso responde a tener tantas influencias y ser inquietas. Creo que hay un hilo conductor a través del arte, de las letras”.
“Cada canción nos lleva tiempo considerable”, revela Heredia. “Nunca llega una canción compuesta a la que completamos arreglando en la sala. Nosotras siempre configuramos todo en el momento. La deformamos y hacemos todo de nuevo a partir de una idea muy chiquita. Nos lleva bastante. Además, nos cuesta a las cuatro coincidir en un día de la semana donde ensayar porque todas trabajamos en otra cosa. Se vuelve fundamental aprovechar cada tiempo que tenemos las cuatro. Creo que tarda más, sí, pero vale la pena”. 

Tocando en vivo, Fin Del Mundo entrega un disfrute que contagia. Hay una certeza irrefutable: tienen la banda que siempre soñaron y por eso logran un goce manifiesto en cada movimiento, en cada guitarrazo, en cada quiebre o hasta en las estrofas que aparecen, a cuentagotas, pero aparecen. No precisan deshacerse en palabras frente al micrófono o saltar de alegría para expresar su júbilo, su lenguaje corporal lo dice todo.
Mientras que en el vivo la banda funciona desde una conexión lograda con cientos de horas de ensayo, bajo el escenario esa química toma un lenguaje diferente: la complicidad. Guiños internos, abrazos, chistes, capturas de celular sorpresa y muchas risas lo invaden todo. Llegado el momento de posar para la cámara de RAPTO, todo se duplica porque, según afirman, fotografiarse es lo que más les cuesta. La complicidad sirve para matizar el nerviosismo hasta distenderse.
Nervios mediante, la sesión de fotos también resulta divertida porque, coinciden, es parte de la experiencia que comenzaron tres años atrás y siempre les depara sorpresas. Para estas cuatro geeks musicales, salir de gira, irse de visita o cualquier otra instancia recitalera es una excusa para el disfrute.
Desde que la banda salió al ruedo se entregó a un trabajo constante que logró traducirse en logros que fueron escalando. Abocadas a su hacer musical las Fin Del Mundo, junto a un equipo de trabajo, establecieron en poco menos de tres años una identidad curiosa, cimentada tanto por su discreción como su entrega, que les permitió trazar las bases de un imaginario propio donde la electricidad y la inmersión musical se mixturan con elementos visuales y recursos poéticos. La combinación logra que Fin Del Mundo establezca un diálogo con audiencias varias que atraviesan el nicho para conectarse en un plano identitario intimista, ofreciendo la posibilidad que tanto el público avezado como el neófito encuentren algo a que aferrarse, descubrir o prestarle atención.
Grabaciones, ensayos, lanzamientos, remeras y presentaciones; toques y festivales en Capital Federal, Rosario, Mar del Plata, San Miguel y Santiago de Chile; el abrazo de Anomalía Ediciones e invitaciones y recomendaciones que llegan desde sellos afines de Argentina, Chile y México; cálida respuesta del público en las distintas plataformas y la atención de la prensa especializada. Finalmente, la sesión del grupo para el KEXP en el Centro Cultural Kirchner, que logró una feedback positivo con cultores desde esquinas impensadas del planeta. Con todo eso sucediendo, lo fundamental es tomarlo con calma para saber disfrutarlo. Puede que calma sea una palabra clave dentro del universo de Fin Del Mundo. Quizás allí resida una de las principales virtudes de un grupo que editó su debut en lo más estricto de la pandemia. Probablemente lograr desarrollar cierta visión zen fue fundamental para cimentar un camino sólido que apuesta al esfuerzo parejo y real, lejos del efectismo reinante en el circuito musical de la última década.
Nos parece re loco haber sacado el debut en cuarentena y que haya tenido ese golpe inmediato. Semejante respuesta de la gente fue algo hermoso y alucinante”, asegura Silva. “Sobre todo fue un acompañamiento necesario para nosotras en esa situación tan delicada”, agrega. 
Una pregunta aparece, irremediable: ¿es posible tomar perspectiva de lo vivido hasta ahora mientras alrededor todo sigue sucediendo? “Es mucho en muy poco tiempo. Es real”, sostiene Yan. “Podemos apreciarlo al mirar para atrás: la gente que conocimos, los lugares donde tocamos, las fechas que compartimos, pudimos viajar a Chile, tocamos en Niceto, nos fuimos a Mar del Plata, ahora vinimos a Rosario”.  Finalmente, la bajista considera que “se dieron muchas cosas, totalmente. Lo vemos y nos maravilla. Estamos agradecidas”. 

 

Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard 

 

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