MI NAVE: NI PRINCIPIO NI FINAL

Tras una década de actividad, Mi Nave se despidió de su público con dos noches repletas en Mono, Club de Música.
Colofón de una banda que supo imaginar una ciudad diferente y contribuyó a reconfigurar parte del escenario para las nuevas generaciones.

El fin de semana del 2 y 3 de agosto, Mi Nave dijo adiós en dos emocionantes noches en Mono, el club de música ubicado en la esquina de Santa Fe y Santiago.
El quinteto, uno de los exponentes más brillantes del shoegaze en Latinoamérica, cerró su círculo vital luego de una década de intensa actividad.  A partir de su debut en 2008, el grupo marcó un camino único en el circuito musical de Rosario, evolucionando de manera constante, siempre yendo un poco más allá y corriendo las limitaciones (y percepciones) de lo que las canciones y la música pop deberían ser.
Nacido como un proyecto hogareño en una habitación de los hermanos Boffelli, Mi Nave fue tomando forma mientras desarrollaba una química colectiva que rezumaba canciones de piel luminosa y un je ne sais quoi que excedía lo estrictamente musical. 
Desde el momento en que sus integrantes cobraron conciencia que Mi Nave era algo más que un proyecto pasajero, hubo una decisión de ir a fondo. El proceso evolutivo se evidenció tanto en lo artístico como en lo estructural, ajustando detalles y evitando caer en la inercia capciosa que muchas veces confunde ética underground con conformismo.
El grupo integrado por Feli, Andrés Yeah, Martín Salvador Greco, Josi Mai y Ale Goma (además del paso de Santo Martínez e Iván Brito) hizo discos excelentes, tocó recitales inolvidables e incendiarios, clausuró festivales, agotó entradas, viajó por el país y atravesó fronteras, pero nada de eso fue magia, ni hype; tampoco rosca de una prensa adornada, ni presupuesto volcado a productoras de booking; fue una banda abocada a trabajar con decisión en todos los aspectos profesionales.
Hace varios años que Mi Nave despegó de Rosario tocando por distintos puntos de la República Argentina cruzando hasta la cordillera hacia Chile, donde fueron recibidos con calidez. De hecho, los conciertos previos a la despedida definitiva tomaron lugar en Concepción y Santiago con resultados abrumadores.
En la ciudad que los vio nacer, desde sus primeras presentaciones hasta la actualidad, el quinteto siempre mantuvo un público ecléctico e imposible de definir de manera sencilla. Ese público tan colorido y diverso marcó, desde el comienzo, que la banda era una rara avis dentro de un circuito fácil de encasillar debido a la proliferación de micro escenas. Con Mi Nave, nunca nada fue seguro, ni obvio.
Ese fandom ecléctico, además, parecía marcar un nuevo capítulo del siempre sobreviviente circuito contracultural rosarino, refugio obligado de toda persona inquieta en busca de información diferente y deseosa de conectar con otro tipo de sensibilidades en una ciudad de factura superflua y pasatista. Una nueva generación se volvía protagonista; camadas nativas de lo digital, mentes criadas en la era de la información.
En un lapso de diez días, dos encuentros individuales con los hermanos Pablo y Andrés Boffelli -un par de tipos talentosos e hiper inquietos que se definen como no músicos- conforman un repaso sobre la banda que acaba de despedirse mientras que, de manera adyacente, se elevan interrogantes que van más allá de un mero proyecto musical.
A propósito del final, afloran inquietudes acerca del paso del tiempo, la evolución personal y colectiva; los deseos, logros, prejuicios y comodidades de una escena local que nunca termina de concretarse debido a las constantes luchas con sus demonios intestinos. ¿Cuál es el punto de evolución y quiebre necesario en Rosario para elevar un proyecto hacia las esferas de un profesionalismo verdadero?
La ciudad, omnipresente, asoma una y otra vez, en un paseo por sus últimos quince años. Una Rosario siempre cambiante que supo obligar a un par de hermanos a generar un proyecto propio que los identifique. Una ciudad que ya no existe y una ciudad que ahora desanda otro camino por los cambios que Mi Nave supo impregnar sobre una nueva generación de hacedores de música.
Del surgimiento al final del grupo, una decepción: la Internet como una comunidad global perdida. Una luz fallida que por un microsegundo acercó a las esquinas más distantes generando un encuentro potenciador y catalizador de arte y política, para quedar reducido a la burbuja algorítmica segmentadora y distorsionadora. 

II

En ambas jornadas del chau definitivo, Mi Nave tuvo compañía de lujo desde el roster de Polvo Bureau, sello anfitrión. Primero con Perro Fantasma, proyecto encabezado por la escritora e ilustradora Pauline Fondevila.
El sábado con el regreso triunfal (one night only) de Chimo. El grupo liderado por Emiliano Ponzelli reapareció luego de un extenso período de silencio y poco más de media hora fue suficiente para demostrar su amalgama orgánica de poesía, musicalidad, experimentación y baile. El quinteto repasó sus dos trabajos, Manantial y Yunga, dejando con ganas de más y generando algún pedido a Ponzelli por continuidad o, al menos, un nuevo trabajo para la calmar la sed.
Los conciertos, además, aglutinaron a tres generaciones de músicos,  contundente prueba de la significancia de Mi Nave en el circuito local.
Bajo el escenario de Mono, viernes y sábado, dijeron presente solistas como Juani Favre y Pastachuli e integrantes de Aguas Tónicas, Jimmy Club, Aguaviva, Valle, Puesto en Marte, Otros Colores, Camperas, Belarus, Los Cristales, Rosedal, Daddy Rocks, Bubis Vayins, Automatón, y hasta del combinado cumbiero Chiquita Machado.
Asimismo, desde Capital Federal llegaron productores y periodistas decididos a no perderse la despedida del quinteto rosarino.
Lejos de un ejercicio de nostalgia o la salida demagógica de recorrer las canciones más celebradas, Mi Nave prefirió armar un ajustado recorrido por su discografía. La noche de viernes estuvo dedicada los álbumes Ojos Cuadrados (2018) y Tristeza (2016), mientras que el sábado, el final definitivo, se concentró en Estela (2014) y Brillante (2012).
El viernes, los cuerpos navegaron en la dualidad de la melancolía y el baile. Sonaron hits como “Redondel”, “Confite”,  “40%”, “GIF”, “Trinchera” y “Hélice”.
La lista evocó emociones desperdigadas por los últimos cinco años. Desde festivales hasta presentaciones de disco u ocasiones más íntimas, como el listening party del último lanzamiento de Mi Nave, hace poco más de un año o cuando estrenaron en vivo “Redondel”, también en Mono, algunos veranos atrás. 

El segundo recital estalló de gente. A favor del sábado había dos detalles. Era LA despedida, sin más. Asimismo, en la concurrencia había una gran curiosidad por escuchar los primeros dos discos en clave actual. Esa noche, caminar entre la gente, conversando, tuvo el bonus track del imponderable fenómeno de “lo sigo desde Cemento”, en que una abrumadora mayoría esbozaba preferencia por los primeros trabajos del grupo. El primer paso hacia la mitificación de Mi Nave ya estaba en marcha cuando todavía faltaba un recital. Tiempos de ansiedad, sin dudas.
“Palmeras” fue la primera canción. Cuando el ataque percusivo de Gomara empezó, las montañas dementes para bailar, ya estaban desatadas entre la gente. Siguieron “Rotonda” y “Regalo”, esta con las manos del público arriba, esmaltadas por las luces.
Entonces fue el turno de “Alacrán”, una de las joyas de Brillante. El soliloquio narcótico y laberíntico que entrama la línea inicial de “es enloqueciendo que sé”, silabeada y estirada como chicle infinito, golpea como nunca de contundencia sónica. Feli está entregado al grito “de veneno del bueno” y una descarga luminosa lo baña todo. Son cinco minutos de puro éxtasis; Mi Nave en estadio de gracia.
El espíritu Jason Bourne sume todo el local de ensoñación asesina con “Matt Damon”. Seguida de “Campanas”, el tándem genera una curiosa narrativa sobre generar tomar y encontrar (la) vida en menos de cinco líneas.
Suena “Esfera” y nadie duda que el final se acerca. Casi sobre la línea definitiva, otra vez el fuego mental, y la idea de brillar, una de las fijaciones predilectas de toda la vida del grupo.
“Andrés” y “Remera” confirman el final inevitable. No hace falta advertencia del grupo. Yeah, lo hace, de manera escueta. Hay un pacto en el aire, que nadie diga que se termina todo esto; que se acabe cuando se tenga que acabar. 
El ataque guitarrero de “Crocante” anuncia la última parada: se acaba la lista; no hay más discos ni canciones por recorrer. This is it. El público baila, salta, se apretuja; no hay queda otra opción que dejarse llevar por la pequeña marea de humanos que van y vienen frente al escenario. Quedan pocos minutos de Mi Nave y la euforia estalla.
La ruptura nos da el placer, nos da la cura, nos da la forma de la figura, nos hace sentir emociones, emociones puras”. Cantan Feli y Josi. Es tanto un manifiesto sentido como la catarsis y la respuesta necesaria al momento en que todo esto se está terminando. Ese “emociones puras”, golpea una y otra vez, in crescendo, hasta que todo explota y solo queda un aplauso.
Oficialmente, todo se acabó, pero mientras siguen los gritos y aplausos de la gente, la banda vuelve al escenario y emprende algunas canciones más.
Empiezan los bises con “Trinchera” mientras que -ahora sí- el final inapelable llega con “GIF”, con Maidagan, conduciendo las emociones.
El pedido unánime de “GIF” como colofón genera un círculo de pura perfección. Un dejo de certera esperanza que sin principio ni final, todo puede volver a empezar desde lo inesperado, como ese primer disco que sin preámbulos ni solemnidad, simplemente con música, reconfiguró todo lo que habría de venir. 

III

Empieza con un rumor. Un comentario de pasada en el vértigo verbal de una noche que termina generando una pregunta real; una pregunta que habrá de venir, inevitable. Después llega otro rumor, al pasar, inmediatamente secundado por un silencio. La pregunta inevitable crece.
Algo inesperado: “Che, vos que sabés, ¿es cierto que se separa Mi Nave?. Ante el rumor, la corrida de una pregunta inquietante, todo se vuelve más real en la mente de quienes necesitan una respuesta. Por más que supongan lo contrario, ensayan en sus mentes razones por las que no debería suceder.
“Si se separa Mi Nave, qué nos queda a nosotros”. comenta un músico joven. Con apenas diecinueve años de edad, creció escuchando al quinteto, idealizando su trabajo, sin poder ver más allá de los discos o los escenarios. Intenta ponerle una lógica al porqué no debería suceder. Y el rumor y la pregunta se repiten. Creciendo de a poco, como un coro.
La confirmación ineludible llega de manera casual, como todo en Rosario. Un cruce fortuito en la madrugada justo antes que una puerta se cierra. ¿Qué onda? ¿Es cierto lo que se dice?  Es cierto, confirma un integrante: Mi Nave dice chau.

Mi Nave se termina porque Josi se va a vivir al viejo continente. Más precisamente, a España. Imposible seguir sin ella. Imposible seguir sin ninguno de sus integrantes.
Conversar con la banda sobre este final pone en evidencia que más que una decisión, es una certeza irremediable. Sin una de sus partes, imposible seguir. No fue una decisión tan meditada, no fue reflexión de meses, se conocen, saben que son un megazord catalizado por una química gestáltica. La banda funciona como una unidad perfectamente ensamblada por años de química, amistad, descubrimiento y potenciamiento. Mi Nave surgió de la espontaneidad de los hermanos Boffelli, pero se conformó con la quintaesencia de Josi, Ale, Andrés, Feli y Martín. Mi Nave es una unidad indivisible.
Somos como los marines, ninguno queda atrás”, arriesga Feli sobre el funcionamiento de la banda. “Somos un equipo. En los últimos años se definieron mucho los roles. Por eso ante la partida de Josi se termina”.
Según el guitarrista y cantante, o como le gusta decir por estos días, ex músico, nunca se  consideró seguir ni por un segundo. Sin Josi, la banda no sigue. Nada de buscar un reemplazo y seguir adelante, abriendo un nuevo capítulo para el grupo. No. Mi Nave es esto. Mi Nave son ellos cinco.
“Mi Nave se armó muy fuerte en los últimos años. Capaz que si se iba hace seis años, se podía cambiar la banda. Más allá del rol de cada uno, todo está perfectamente ensamblado, super orgánico”.
En una verborragia sentida, entre la melancolía y la euforia de un final casi palpable, Feli echa luz sobre el funcionamiento interno de la banda, apuntando roles y marcando las responsabilidades que hacen de Mi Nave, un organismo casi perfecto. “Martín es el técnico, es responsable de que todo suene como tiene que sonar. Josi sabe muchísimo de música, maneja la composición. Yo soy más salvaje. Siempre tratamos de incorporar cada aporte. Tratamos de equilibrar y articular dentro de una estructura más tranquila. Si estamos trabajando un tema todavía sin Andrés, suena a una cosa, pero entra su guitarra y todo cambia radicalmente, es la química justa. Ponele que son temas medio pilas y entra Andrés y el tema se va treinta centímetros del suelo y a todos nos gusta. ¡Claro, ésto le faltaba! Lo sabemos. Andrés es moderno. Goma es mágico. Martín, al tener el estudio y mucha cancha, nos dice que no y todos coincidimos. Eso se aceitó, no sé cómo. Todo empezó muy hippie, ensayando en un cuarto diminuto, zapando. Los roles se fueron explotando. Cuando cada uno sabe cuál es su lugar en el equipo, ya nada falla. Ninguno se mete en el rol del otro, y si se mete, es porque lo creyó necesario. Si se interviene es frente a los otros, siempre creyendo que es para mejor”. 

Tres días antes del final, Feli prepara té negro en su estudio del imbatible barrio de La Sexta. “Nada de esto fue premeditado, fue evolucionando. Se termina ahora para dejar una estela. Ahre”, bromea, sin molestarse en ocultar una puja de sentimientos encontrados sobre el final.
Siempre con el sentido del humor a flor de piel, casi como un instinto, está deseoso de conversar, de compartir. Sobre su mesa de trabajo, se desperdigan hojas con dibujos por terminar y un plano a medio devenir entre la arquitectura y el dibujo libre.
“Voy a extrañar ensayar todas las semanas. Salir a tocar, irnos de viaje. Pero lo disfruté y lo estoy disfrutando ahora. Poder seguir haciendo todo esto sabiendo que se termina, es un regalo”.
Dice que ya está, que se relajó porque ya se acaba todo. Una y otra vez bromea con que es ex músico. Luego repite el chiste por las redes sociales. Dice que vale hacerlo una sola vez en cada red.
Feli y su hermano Andrés arrancaron la aventura de Mi Nave. Lo hicieron en una habitación diminuta, una década atrás. A la par de los discos, los conciertos, las giras, los festivales y los ensayos, Feli fue desarrollando y evolucionando, encontrando su lugar como vocalista y guitarrista. Del primer esbozo como tímido cantante en Brillante, estirando sílabas, hasta el tipo que baila, salta y tira alguna patada mientras guitarrea o toca el sinte, Feli creció para encontrarse con algo más que integrante de una banda. Hubo un universo que llegó con Mi Nave y por estos días de duelo (palabra que repite nueve veces) está reflexionando sobre todo y más, mucho más.
Es super personal, bien mío lo que te digo. Te hablo por mí, después desde la formalidad de la banda”, aclara de antemano. “Es un duelo que no se da siempre en la vida. Es como un personaje mío que se desaparece también. Es una faceta mía que se termina. Si bien Mi Nave es, era, un grupo con los roles bien marcados, y nadie supera al otro, ahora siento que me va a faltar algo. Desaparece algo. Es loco. Especialmente porque se está yendo en un momento donde estamos todos bien, sacando discos, tocando. No es que no estamos pudiendo hacer temas, ni armar fechas. No. Es raro cortarlo”.
Feli se toma un segundo. Respira. Se ríe de lo que dijo y vuelve a la carga:  “Al mismo tiempo, es buenísimo cortarlo. Josi se va a España. Ok, listo, chau. No hubo dudas. Yo venía un poco cansado, también. No de grabar, tampoco de las fechas. Es un cansancio de la escena, de Rosario, de Buenos Aires, también. Agota un poco la expectativa que uno le pone a todo lo que hace. Igual nosotros siempre hicimos las cosas más para nosotros que para los otros. Pero una vez que sale el disco hay que hacerse cargo. Ir a tocarlo, que se escuche. Todo este esfuerzo. Gastar plata en grabarlo. Ir y venir. Hacerse cargo”.
A diferencia de otros tantos proyectos musicales de Rosario, Mi Nave supo hacerse cargo de lo suyo, mostrando responsabilidad y compromiso, tanto con sus canciones como con su público. Al mismo tiempo, de manera instintiva, nunca se comprometió con las expectativas que el mundo exterior depositó sobre ellos. En derredor del grupo supieron girar muchas apuestas y expectativas, la más fuerte, al menos en el circuito independiente, era que tenía que ser LA banda rosarina que estalle a nivel nacional. Mi Nave supo entender que ese peso no le correspondía. No era su deber, ni mucho menos su misión. Su meta fueron las canciones. La química que semana tras semanas afloraba de manera sorprendente en el estudio El Salvador. Horas que siempre arrojaban resultados diferentes y que marcaban diferentes patrones para seguir experimentando e involucrarse en nuevos territorios.
Sobre ser la banda nueva del hype nacional, el quinteto no quiso saber nada. No era su deber tomar las frustraciones ajenas de una ciudad, de un circuito o de una claque de vendedores de humo profesionales. El objetivo de Mi Nave siempre fue su propia curiosidad, su propio camino de espontaneidad dado paso a paso.
“Eso alguien alguna vez vino y nos los dijo. Que íbamos a ser la banda que estalle. Sentimos que se daba eso porque éramos la banda que siempre tocaba afuera. Viajamos mucho y no fue porque hiciéramos lobby. Se dio de manera natural. Eso también se dio con Matilda, pero antes. Nosotros a cada lugar donde íbamos, Matilda ya había estado. Después empezamos a ir a lugares diferentes. Son todas presiones que vienen de otro. Nosotros no nos pusimos esa carga en nuestras expectativas. Ayer justo hablábamos con Andrés que por el estilo de música que hicimos bastante bien nos fue. No era que estábamos haciendo estribillos ni algo digerible. Creo que estuvo bueno haberlo explotado. Capaz que con el tiempo vamos a poder ver por qué, concluye.
El estallido de “fenómenos” referidos a una ciudad, una escena o movida, indefectiblemente está asociado a una construcción tripartita entre productoras, medios y marcas. Intereses de por medio, cash flow y también una apuesta al futuro, esperando cobrar por lo invertido. Así, los estallidos espontáneos de cada temporada o nuevo año se reglamentan según un mercado dirimido desde Capital Federal, tanto en medios como productoras, venues: hype construido desde Buenos Aires que se distribuye -vende- hacia un país de federalismo irrisorio.
Las apuestas van y vienen, los fenómenos jóvenes salvadores de la tradición del rock argentino, las escenas (y ciudades), los sellos y las modas aparecen y desaparecen, según caprichos o conveniencias del entretejido medios/marcas y productoras tan tangibles como invisibles. En medio de un paradigma de medios que tambalea desde hace rato, ese  negocio centralista parece inmutable, resistiendo crisis económicas, cambios de consumos culturales, cierres de medios y distintos modelos de país.
En ese juego de figuritas de invención, donde se encuentra talento, pasatismo y entretenedores, a veces hay que decidirse por un paso adelante y entrar en el baile. Mi Nave, llegado a esas cercanías, no fue por ahí; apostó a hacer la suya, bajo su propia ley, apostando a otras formas de crecimiento.
Es la pared que te chocás, el mundo capitalista que habitamos. Te chocás con eso”, sostiene Feli, casi como un susurro, la primera vez. Luego lo repite, en tono decidido. Se pausa. Es innegable que anduvo rondando por este asunto con anterioridad. Posiblemente dentro de su cabeza. Probablemente con toda la banda. Ahora lo retoma, una vez más:  “para trascender tenés que ser realmente mágico y talentoso, que tus canciones superen todo ese sistema. Capaz que Él Mató sí logró eso. Sus canciones eran y son buenas. Te pegan. Todo el mundo las sabía y explotó. La otra es plata. El traspaso se da así. Es como una visa, tenés que pagar para poder entrar. Pasa que también la Internet funciona así, ahora. Antes subías un dibujo y lo veía todo el mundo. Ahora subís un dibujo y lo ve una burbujita de gente que te rodea. Antes del algoritmo, Internet era una cuestión global. Se terminó eso, ahora la Internet tiene barreras y límites. Son límites más allá de los países. Ya está, es demasiado cuando lo pensás. Pudimos grabar, tocar, salir de gira. Para la música que hacíamos, algo bastante rara, hicimos mucho”. 

IV

Cuatro días después del doblete en Mono, Andrés Yeah toma té en un petit café del centro rosarino. Lo acompaña con un alfajor de maicena al que saborea tomándose su tiempo. En un rato tiene que irse al ensayo de Queridas, el último en compañía de Josi, también coequiper de este proyecto paralelo que post Mi Nave se convierte en protagonista estelar.
Pregunta sobre ambas noches con interrogantes precisos. Siente curiosidad, quiere saber qué pasó del otro lado. Pide observaciones. Pregunta, además, por qué había alguien que no dejaba de silbar. Un denso quedó registrado en varios videos de la noche. 
Habla con su calma zen característica. La misma con la que articuló unas palabras de agradecimiento y de despedida antes del saludo final de Mi Nave. “No es una banda que hable. No teníamos ninguna frase que quede para la historia”, señala divertido porque a ninguno se le ocurrió su propia versión del gracias totales.
“Creo que hicimos un montón, sobre todo por las expectativas que teníamos nosotros. Nunca nos juntamos a armar una banda, simplemente lo hicimos para divertirnos”, lanza decidido a recapitular sobre una etapa que acaba de terminarse.
“Nuestra expectativa siempre fue cero. Empezamos Feli y yo, tocando en nuestra pieza. De repente nos encontramos haciendo canciones. Después nos juntamos con Martín por escuchar la misma música. Yo ni siquiera sabía tocar la guitarra. Me compré un delay y me propuse jugar con eso. Surgieron cosas que estaban buenas y creció. Todo lo que pasó fue inesperado. No creo que nos podamos reprochar que faltaron hacer cosas”.

Durante las dos noches despedida de Mi Nave flotaba una mixtura de sentimientos por el aire de Mono. Se trataba de una atmósfera donde se respiraba melancolía, algo de nostalgia, excitación, risas y algo de camaradería.
El tópico de conversación, por supuesto, fue la despedida. Pero entre la curiosidad por ver cuál noche sería la más concurrida, cuál era el disco favorito de cada asistente, una pregunta se repetía por los distintos grupos, posibilitando teorías y algunas chicanas: ¿Quién se queda con todo su público?
“Que nos dejen todo listo a nosotros” comentó un músico del dream pop local que rápidamente se vio ubicado por una lengua veloz, “ustedes no tienen ni para arrancar”.
Más allá de la ocurrencia o de la subestimación de pensar que una audiencia puede migrar de una banda a otra como si fuera un par de zapatillas, elaborar una respuesta permite observar al fandom de Mi Nave, una especie casi única en el ecosistema recitalero rosarino.
Sería cómodo asumir que el público del grupo podría ser heredado por alguna propuesta del mismo género, del mismo sello (Perro Fantasma comparte mucho público y una movida en común con Mi Nave) o hasta Queridas (por obvias razones), pero la realidad es que ninguna de esas bandas puede quedarse con la gente del quinteto onírico.
Desde el vamos Mi Nave fue recolectando almas de diferentes círculos y movidas; oídos bien atentos a una propuesta que apelaba a diversos públicos.
A la par de una interesante recepción en un ambiente universitario de la facultad de arquitectura, Mi Nave acarreó gran parte de la movida de ilustración y fanzines que hace ocho años empezaba a mostrarse y hoy tiene un protagonismo magnético en la ciudad.
Al mismo tiempo, Mi Nave apelaba también al rockero ortodoxo que supo apreciar las bien aprendidas lecciones de Beilinson (esos paisajes de Tristeza nacidos en Oktubre) así como también al espíritu alternativo criado en los 90 y que en los 2000 supo adoptar el post rock como estandarte.
Para ejemplificar con sencillez el paradigma del público de Mi Nave es conveniente recurrir a  “swords united”, el meme que representa un escenario real de cruce de espadas y que se utiliza para simbolizar cualquier cosa en la que puedan ponerse de acuerdo hasta los actores más desparejos. Podríamos decir que Mi Nave es el punto de comunión entre indies, artys, post punks, rockers alternativos, post rockers, poetas, fanzineros, diseñadores, ortodoxia rocker, dream popers, shoegazers, adolescentes, veinteañeros, treintañeros y cuarentones todavía involucrados en el circuito.
“Nuestro público es ecléctico, ya de por sí. Además fue cambiando con el transcurso del tiempo”, reflexiona Andrés. “Va gente que no suele ir a recitales de rock o de bandas indies. En Mi Nave te encontrás con pibes y pibas que no van a ver otras bandas que supuestamente son del mismo género. No sé porqué se da eso”.
Con la llegada de Estela, su segundo álbum, Mi Nave dio un salto significativo en la ciudad. Bon Scott, CEC, Downtown, Nómade, Club 1518, McNamara, Berlín; el público creció hasta copar los espacios habituales y el grupo decidió apostar por más.
La evolución rebasaba lo estrictamente sónico alcanzando, además, a lo estructural. Se resolvió priorizar cada concierto como una forma de encuentro saludable para todas las partes. El aspecto técnico tenía que ser óptimo así como también el espacio para la audiencia tenía que ser cómodo y amigable. Se buscó, en pocas palabras, profesionalizar cada aspecto de un recital: horarios, sonido, iluminación, comodidades; generar circunstancias que potencien más encuentros.
“Hay gente a la que le gustan los dos primeros discos o hay gente que empezó a vernos por los últimos dos. Quizás al principio era un público más reventado, después se fue poniendo más cheto”, observa Yeah que no tiene tapujos al momento de recordar algunos dedos inquisidores y prejuiciosos: “Siempre se nos tildó de chetos en esta ciudad, viste como es Rosario. Gente que no fue más a nuestros recitales desde tal año porque supuestamente nos hicimos chetos. Eso también entra en la evolución que vos mencionabas antes. Decidimos no tocar en ciertos lugares, ni bajo ciertas condiciones técnicas. Nos preocupamos porque la banda suene bien. ¿Armarnos con buenos equipos para luego tocar en un espacio con dos cajitas? No, así no tocamos más. Ahí nos volvimos unos chetos. Ahí fue cuando nos dijeron que cobrábamos entradas caras. Hicimos un esfuerzo para generar recis donde todos la pasemos bien: nosotros, la gente, el bar”.
Alrededor del mismo tiempo, la movida etiquetada como indie argentino remontaba vuelo por fuera de los radares de los medios mainstream, generando pertenencia y celebrándola en encuentros propios como el FestiLaptra. En Rosario, de corazón federal y espíritu generacional, Otro Río le daba F5 a una ciudad donde las referencias culturales atrasan una década o se reducen a los mismos de siempre.
En ese mismo escenario nacional. Mi Nave profundiza su romance más allá de su ciudad natal. Capital Federal, La Plata, Córdoba, Mendoza y, eventualmente, Chile.
Con el fuego generacional ardiendo y el boca a boca a favor; con el apoyo de medios como Indie Hoy e Inrocks; Mi Nave sostuvo el periodo de crecimiento más significativo de su carrera.
Brillante fue un disco que apareció de la nada. Con el segundo disco la banda creció un montón. El periodo de mayor crecimiento se dio ahí, me parece. Empezamos a salir a tocar a otras ciudades. Ahí empezó a generarse esa histeria y la expectativa por lo que supuestamente íbamos a ser o teníamos que ser”.
Al igual que su hermano mayor y compañero de banda, Andrés no carga con ninguna mochila ajena y señala el camino inconsciente pero decidido que el quinteto tomó más allá de las apuestas externas. “La expectativa nunca fue nuestra”, aclara, gesticulando con ambas manos, como un croupier que desaparece mágicamente las apuestas.Con Tristeza tomamos una decisión. Sabíamos el camino. Brillante, Estela, y un tercer disco que iba a ser el predecible. Lo lógico era seguir eso, pero no nos salió natural. Tampoco intentamos hacer ese tercer disco que se esperaba de nosotros. Solamente que cuando empezamos a armar temas nuevos salió otra cosa. Inconscientemente no queríamos hacer ese disco. No nos hubiese gustado, creo. Capaz que Ojos Cuadrados es más ese tercer disco. Necesitamos irnos a otra punta para hacer eso”. 

V

Las primeras apariciones en vivo de Mi Nave datan de una Rosario que quedó lejana, sepultada por poco más de una década de cambios. Los espacios que albergaron el inicio de la aventura ya no existen. Ni Pichuco por calle Sarmiento, ni Planeta X en su última encarnación sobre calle Montevideo.
Por esa época, los esbozos iniciáticos del grupo parecían el siguiente paso de una evolución con  eslabones previos como Aguas Tónicas y Los Daylight, mientras que conectaban en la misma frecuencia que otros proyectos como Atrás Hay Truenos o Deerhunter. Pero el nuevo proyecto de los Boffelli y Greco no buscaba sonar como esas bandas. Su identidad se evidenciaba como una progresión natural que la ciudad engendraba como basamento fundacional de la próxima generación.
De repente, Rosario, intrínsecamente nucleada a la canción, se topó con una anomalía: Mi Nave. Años antes, hasta el propio colectivo y sello Planeta X, una vanguardia de rompiente con exponentes como Sumergido, Charlie Egg, paradójicamente terminó con Juani Favre, un cancionista excelso, como su héroe más significativo.
A medida que pasaban los meses, el nuevo proyecto daba la pauta de ser una criatura muy diferente al resto. En una ciudad atravesada por la canción, Mi Nave emergió con una economía de palabras, estribillos casi inexistentes, Feli estirando las sílabas; canciones de pop dimensional que no gravitaban sobre un eje ortodoxo.
Mi Nave marcó un quiebre deshaciéndose de los estribillos, evitando el punch de la canción, metiéndose en ribetes abstractos. A su modo, desarrollaron una refundación de la canción en la Rosario contemporánea a la era de la diversidad y de la información. Las nuevas generaciones se identificaron con la banda, conectando la sucesión de imágenes abstractas de las canciones con su propia relación  cotidiana de sobredosis de información comparmentizada.
Más allá de los diferentes momentos en que las entrevistas tienen lugar, los hermanos Boffelli se encuentran en varios puntos, coincidiendo más allá de las formas. Desdramatizan, siempre, optando por apuntar lo verdadero antes que lo anecdótico. Así, se funden, de manera similar, al aceptar el factor de naturalidad con el que se dieron las cosas. Fundamentalmente coinciden en que mucho del universo Mi Nave estuvo sujeto a la espontaneidad, lejos de lo cerebral y lo calculado. Ambos insisten en que Mi Nave fue un error, no tendría que haber pasado. Se fue dando.
“No fue tan rebuscado. No fue tan cerebral”, declara Feli que inmediatamente lo resume en una expresión: “fue para hinchar las bolas”“No hay un mensaje claro en las canciones. Me gusta la poesía que no te habla de manera obvia. Pasa por ahí. Nunca fuimos tan conscientes”.
Cuando Andrés escucha el textual de su hermano, se ríe. Seguramente él lo expresaría de otra manera, encontraría otra forma más elegante de ponerlo en palabras, pero asiente tímido, riendo. “Sí, fue eso, romper las bolas”, reconoce.
Hay mucho de eso en Mi Nave. Pasado el tiempo uno se pone a hablar y se piensa a uno mismo de forma demasiada seria, se termina intelectualizando las decisiones del pasado.  Muchas de nuestras decisiones fueron para hinchar las bolas”, confirma el guitarrista y diseñador.
“Creo que se dio así porque tampoco había ningún frontman ni cantante natural en la banda. Éramos tres tipos agachados en una habitación tocando. Martín y yo doblados sobre el instrumento y ponele que Feli cantaba. Nunca había cantado en su vida hasta que le tocó. Esa presencia de anti frontman estuvo buena. Nunca nadie, excepto un par de veces, cayó con una canción y las instrucciones para tocarla. Nuestra idea era meternos los cinco en el medio de la canción, tipo unidad”.
Concluyendo, Yeah agrega: “No fue premeditado, simplemente, fueron ganas de joder. Mirá, están haciendo eso. OK, vamos a no hacerlo”.
Feli también parte de la sinceridad eligiendo no caer en la intelectualización. “Nunca pensé tanto lo que me decís”, recalca. “Nuestro logro fue haber robado bien”, precisa, agregando un gesto de manos que podría traducirse como un fue eso, nada más.
Saltando al pasado, al principio de todo, subraya lo básico de sus primeros esbozos. Repite, otra vez, que no es músico, ni de raza ni académico, entonces fue todo así nomás con él. “Yo siempre fui medio punkito, por eso la canción de Mi Nave salía así. Siempre eran dos acordes y una melodía. Después entró Andrés e hicimos varias canciones en simultáneo. Todo eso se amplificó y se complejizó con la llegada de Martín”.
“El objetivo era todo el tiempo hacer algo distinto. Durante el desarrollo de una canción, venía el lugar común del estribillo e inmediatamente era volantazo y para otro lado. Fue algo para romper las bolas, realmente. Yo antes cantaba muy mal, ahora no sé cómo canto. Capaz que todo evolucionó para que la música y mi voz esté como más armónico que en un principio. Antes no sabía cantar, entonces no me iba a poner a hacer una canción si no sabía cantar. Entonces era mucho lío y yo cantando ahí en el medio. Empezó como un noise re gede y terminó pop, pero esa estructura del comienzo quedó, sin la distorsión. Quedó todo más pulcro, un pop raro, sin forma o con las cosas que uno conoce pero todas rotas. Ojalá que algún día se lo reconozca”. 

– ¿Que se lo reconozca cómo? 

Como que se estudie. Que se reconozca como un proyecto de laboratorio. Que se entienda que Mi Nave no era solamente música, había algo más. Hay música que uno la coloca en otro lado. Escucho Virus y me flashea. Ubico su música en determinado lugar. Es pop, hay estribillos, hay riffs, todo lo que uno desearía. Creo que hicimos mucha música para músicos y para molestar músicos. Para molestar nada más. En el campo de la arquitectura, uno entiende que hay mucha arquitectura hecha para arquitectos, no para que alguien pase y quede maravillado. Hay un chiste ahí metido que es un guiño, la retroalimentación de la disciplina. A veces dibujo y creo que es más para dibujantes que para un público extra. Eso no me gusta, terminar solo entre dibujantes. Entonces es lidiar con tu propia rebeldía, lidiar con lo difícil de ser coherente con vos mismo, lidiar con la rebeldía de querer hacer algo, no para pegarla, sino para hablarle a alguien directamente, no a todo el mundo. Siempre fuimos fieles a las cosas que nos gusta hacer. Mi Nave fue un error, no tendría que haber pasado. No podemos creer todo lo que pasó. Me pone contento que nunca nos vendimos. Podría haber pasado eso, pero no, fuimos a fondo. Siempre hicimos la nuestra.

 

Lucas Canalda – Texto
Renzo Leonard – Fotografía
Ed – Agostina Avaro

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