POSTALES DE UN FUTURO INMEDIATO

Con la presencia de Amelia Sagarduy , Bubis Vayins, Gay Gay Guys, Otros Colores y Los Cristales, la primera edición del festival ARDE tuvo lugar en el Galpón de la Música.
En clave de encuentro intergeneracional, unas trescientas cincuenta personas desafiaron los últimos estertores del invierno para darle la bienvenida a un ciclo que promete futuro.

 

Durante la noche gélida noche del viernes, alrededor de unas trescientas cincuenta personas fueron testigos de la primera edición de ARDE, festival que contó con la música de cinco propuestas renovadoras del circuito rosarino. Amelia, Bubis Vayins, Gay Gay Guys, Otros Colores y Los Cristales fueron los actos musicales que protagonizaron un encuentro de diversidad estética que además funcionó como confluencia de tres generaciones diferentes a la vera del Paraná.
ARDE fue una iniciativa conjunta de Otros Colores y Los Cristales, bandas independientes que desde la espontaneidad de conversaciones en recitales, encontraron el deseo común de desarrollar un espacio que esté atravesado por lo generacional, la horizontalidad y lo ético.
Junto al diálogo intergeneracional, el principal acierto de ARDE fue acercar a diferentes partes a una misma conversación: una movida de autogestión musical donde prolifera una diversidad estética que rara vez se cruza, como prolongadas ramas de un mismo tronco independiente que nunca llegan a tocarse del todo.
El viernes el público de distintos grupos se cruzó con propuestas renovadoras y con una nueva camada de artistas que trabajan con éticas semejantes más allá de las apariencias de piel. Así, el fandom de Gay Gay Guys se encontró con Otros Colores y viceversa, mientras que el creciente público de Amelia conoció la propuesta de Les Bubis.
En esa heterogeneidad estética, el rango etario anunciaba a casi cuatro generaciones bajo un mismo techo, algo que semanas atrás también había sucedido en menor escala en un atiborrado Bon Scott para la presentación del fanzine del wunderkind del lofi local, Gladyson Panther, de diecisiete años de edad. 

I

Para las 21:30 hs, momento en que Amelia tomó el escenario, un centenar de personas esperaban atentas y con algo de ansiedad.
Al igual que la semana anterior, como parte del line up del Festival Casero Solidario, Sagarduy probó que no hacen falta artefactos ni pirotecnia cuando se tiene talento. Recorriendo canciones de su EP homónimo como “Anastasia” o “Sunset loop”, plasmó una burbuja de atención que se vio interrumpida únicamente por los cálidos aplausos. Lejos de la repetición, su presencia de viernes en el tablado del Galpón trajo algunas sorpresas. La primera fue invitar a su hermano Fermín a sumarse en guitarra eléctrica para un tema todavía inédito (prometió que pronto iba a estar disponible en Spotify). Luego, casi antes de despedirse, sincerándose frente al micrófono, anunció su nerviosismo por interpretar una canción que no le pertenecía. Entonces se despachó con una versión bien personal de “Tatuaje” de Gladyson Panther. En la voz y ukelele de Sagarduy, la canción suena todopoderosa; la mágica e indescifrable química del himno popular que de tan sencillo es inexpugnable para cualquiera que quiera reducirlo a una fórmula. “Vos no sos ni querés/estar siempre a mi lado/porque vos repetís y escuchás/el recuerdo anulado/ tu nombre en mi corazón/eternamente tatuado”, canta la virtuosa vocalista, dejando en claro la razón por la cual el adolescente compositor genera tanta devoción.
Gay Gay Guys entra en acción con “Ojalá no se terminara nunca”, pista que abre Droga y Delincuencia, su segundo álbum. El show repasa casi la totalidad del disco editado por el sello BPM: “Argentina”, “Saladillo blues”, “Pellegrini”, “Feliz año nuevo” y “Para vos, papá”.
Son canciones de su tiempo y espacio. Mientras atravesamos un contexto donde el desapego se derrama desde los más alto de las murallas institucionales, las canciones del quinteto ponen el corazón en el otre, creyendo en la posibilidad de una conexión sincera y sin condescendencia.
En vivo la banda suena en forma, ajustada y con una complicidad contagiosa. Los roles están claros, la personalidad de la banda bien definida; el hambre de ir por más, bajo su propia ley, se huele en el aire.
Otros Colores fue, quizás, la banda más convocante de la noche. Astutamente, guardaron un bajo perfil en los últimos tiempos, destinando todas las energías hacia su actuación en ARDE.
En plena dinámica formativa, los últimos meses fueron claves para la banda. Algunos meses atrás fueron parte del Festival Ultravioleta, masivo encuentro de música joven en la Franja del Río, en Rosario. Allí, compartiendo grilla con bandas en boga y otros nombres consagrados, Otros Colores tomó el escenario y en poco más de cuarenta minutos probó, ante unas quinientas personas, estar a la altura de las circunstancias. Ahora suben al mismo tablado pero nada es igual: ahora son protagonistas de un festival que lleva su propia firma junto a la de sus colegas. 
Entre la dedicación de meses para ARDE y el éxtasis del vivo, un clímax merecido se estira por todo su set. Con la iluminación guitarrera de Cata Druetta, Otros Colores transmuta su piel indie pop en una creciente à la Marr que lo van ocupando todo. Por su parte, el vocalista Federico Casazza tiene un timbre de voz personal que puede convertirse en el sello de la banda en las cosechas de canciones a venir.
Promediando su set, la banda invita a Amelia al escenario. Con Sagarduy y Casazza en voces y Druetta en guitarra, un paño de intimidad recubre a la noche mientras suena una impecable versión de “Corazón de oro”, proto hit que será parte de su próximo trabajo de estudio.
Sin mediar mucha palabra con el público, Bubis Vayins dispara una ráfaga de canciones que capturan la atención sin pedir permiso. “Pizza de arroz”, “3:53 p.m.”, “Parque”, “A mí me gusta vivir con vos” y “Siempre veo algo en la oscuridad”, suenan casi sin pausa. Apenas hay respiro cuando Maru, guitarrista y cantante, pide en reiteradas ocasiones que le den retorno.
Más allá de la descarga adrenalínica que es Bubis Vayins en vivo y, principalmente, se canaliza en el cuerpo, voz y guitarrazos de Nineo Zoom, el quinteto es química e ingeniería suiza que podría recibir un modelo de reloj en su humor. La base de Calo, baterista, y Milena, bajista, es pura precisión. Dinámicos, melódicos, una base que puede, orgánicamente, pasar de una data beatlesca al post punk rabioso. Mientras tanto, el ataque de guitarras, con la llegada de Salir, entremezcla ingredientes de un post punk con detalles cuasi industriales (Hola, Keith Levene) y el no wave más incipiente. Sofía, AKA la colo, equilibra todo con sus sintetizadores, como una maestra ninja de la alquimia bubi.
El final llega con “Lxs niñxs invisibles”, donde Nineo Zoom convulsiona doblado sobre su guitarra hasta terminar con el hocico hundido en las tablas del escenario. Ese final, cuasi performático, demuestra lo cómodo que se siente Zoom en su función de conector con el público. Con cada recital que suma la banda, el cantante deja en claro que es diferente al resto de sus colegas. Mientras algunos optan por lo estático, él se entrega de cuerpo completo al juego, saltando, doblándose sobre su guitarra, dándose al disfrute.
Clausurando el festival, sobre la 1 a.m., Los Cristales tomaron la posta tras sufrir un retraso debido a desperfecto técnico con un sintetizador que debió ser reemplazado.
Las canciones del quinteto tienen una dosis perfecta de hipnosis, elegante melancolía y pop de autor. Con la edición de El valle de los espejos, su primer LP, asentaron un camino que se avizora esperanzador. Hay algo de orfebrería en sus canciones; una dedicación particular que termina luciéndose en un juego conceptual donde las partes brillan en un todo de pop aterciopelado.
Suenan “Caleidoscopio”, “Martha Vickers” y “Talismán”, entre otras. En vivo, la banda liderada por Holsman alcanza un ímpetu algo más urgente; una desprolijidad guitarrera que los hace salirse de lo protocolar del disco y que por ahora no empaña en resultado total. 
Sin quedarse atrás, Los Cristales tienen sus invitades para la noche: la clarinetista Jazmín Giolito (quien también grabó en el disco) y más tarde, Franco Santangelo, en trompeta. Sendos aportes demuestran la predilección por los arreglos y matices que hacen a la construcción general del grupo.
El cierre del festival dejó un saldo estimulante que ilusiona con vistas a una segunda edición. Una justa continuación que, dado el empuje de sus responsables, se asume posible en un futuro no muy lejano.
En un circuito donde reina la endogamia ARDE probó ser una necesaria dosis de oxígeno posibilitando una noche heterogénea donde las expresiones jóvenes se lucieron frente a un nuevo público.
Desde ese logro resta preguntarse cómo generar una proliferación de encuentros donde las audiencias neófitas prueben los proyectos emergentes de la movida rosarina.
Finalmente, un interrogante se erige, ineludible: ¿Qué sucede cuando les protagonistas se organizan y se plantan exigiendo lo que les corresponde por el propio derecho de sus esfuerzos?

II

En los años venideros, el sociopolíticamente convulsionado 2019 será recordado de infinitas maneras por periodistas, historiadores, antropólogos y científicos. Pero no hay que ser ningún Stephen Strange para saber que, entre las infinitas posibilidades de recordar al 2019, una de ellas será titulada como “el año de los festivales”.
Más allá de las franquicias nacionales con escala local o de las inventivas de títulos chauvinistas que se marketinean como un orgullo ciudadano sin ningún tipo de apuesta real por lo local, la música rosarina generó decenas de festivales, activando fuerte el sentimiento de convivencia y potenciación de diferentes uniones.
La presentación pública y formal del Movimiento Unión Groove (MUG) con dos noches agotadas en la Franja del Río demostró que la organización, el compromiso, el laburo horizontal y la química musical pueden tener una contundente respuesta del público, una reacción suficientemente significativa como para estimular bajo una misma onda, una arteria importante de la nocturnidad (Berlín, Bohemia, Club 1518, Casa Brava) al igual que varios espacios públicos como el CEC o el Galpón.
Esa sensación de unidad, de compañerismo, de empuje colectivo, atravesó los difíciles meses de un año marcado a fuego por el descalabro económico, las campañas proselitistas de alto despilfarro y el sálvese quién pueda post comicios.
En medio de ese torbellino que todavía no encuentra calma, empezó a entenderse que la resistencia es colectiva.
Además se destacan dos puntos claves en estos últimos diez meses de actividad musical en la ciudad. El primero es que el otro, el otre, no es competencia, flash de consciencia fundamental para poder trabajar como hormigas en la construcción de algo perdurable.  Como segundo punto, se llegó al entendimiento y a la compresión que el Galpón de la Música (así como el CEC) es un espacio público al que hay que ocupar más allá del imprevisible ritmo burocrático que mes a mes (o semana a semana) se incrementa como por arte de magia.
Semana tras semana el galpón toma plena vida con el trabajo independiente de decenas de artistas locales; artistas que empiezan a entender sus responsabilidades y derechos como ciudadanos así como también todo lo que genera su trabajo.
Y mientras las autoridades parecen demasiado distraídas por las campañas públicas o cuidar las formas, son esos ciudadanos/artistas/gestores que mes a mes activan una grilla que explota de esfuerzo, corazón y deseo.
Según palabras de Matías Orsi, guitarrista de Rosedal (también crecido en  la escuela DIY del hardcore) y uno de los cabecillas del sello Remedio Casero que la semana anterior activó el Festi Casero Solidario, movida en la que tocaron diez bandas y se recibieron decenas de kilos de alimentos y cientos de prendas de abrigo: hay que entender que este tipo de eventos nos pertenecen, el Estado tiene que brindarlo. Está todo ahí, a nuestro alcance, solo tenemos que movernos para conseguirlo”. Parte del proceso de aprendizaje y crecimiento en pos de un futuro inmediato mejor, es involucrarse así como también tomar una perspectiva real del tremendo laburo que cada microescena genera cada fin de semana.
En ese panorama de multiplicidad de iniciativas colectivas, ARDE surge de las inquietudes compartidas por Otros Colores y Los Cristales. Esas preocupaciones son parte de lo cotidiano para estos músicos, tanto en el seno individual como grupal. Fue natural que la problemática y el deseo fuera aflorando en distintas ocasiones, sobre todo en la trastienda de recitales compartidos o de colegas.
Nos parecía necesario aportar algo a todo esto que está pasando”, señala Casazza. Inmediatamente el cantante agrega que “el clima de Rosario encima te empuja a hacer eso”, haciendo referencia a la abrumadora cantidad de movidas que llegan desde la autogestión.
Según su baterista, Bruno Ottaviano, “ARDE surgió ante el interés de crear un espacio para todos los proyectos artísticos que fueron formándose en la ciudad y que fuimos conociendo a lo largo de estos años. La idea se originó en abril y fue mutando de distintos modos desde entonces hasta que la anunciamos”.
“Desde ese primer momento pensamos que el festival tenía que ser inclusivo, hablando tanto de género, como de propuestas artísticas”, apunta Catalina Druetta, haciendo hincapié en la estimulante producción rosarina concerniente a música, editoriales, fotografía y desarrollo de videojuegos.

III

Cada integrante de Otros Colores divide las horas de su vida entre música y universidad. Casazza (20) y Druetta (20) cursan la carrera de Arquitectura, mientras que Ottaviano (21) y la bajista Nazarena Priotto (20), respectivamente, se sumergen en la Psicología y en la Antropología. Todes, en la Universidad Nacional de Rosario. En la Siberia y en Humanidades, cada cual por su lado, estos músiques buscan lograr una afluencia del circuito universitario hacia la esfera recitalera.
No es ningún secreto que hace años la movida universitaria viró de los recitales hacia otro tipo de espacios para diversión y esparcimiento. Años atrás, la conexión con los recitales de rock era directa, con ciclos y encuentros que poblaban las noches de jueves o domingos, pero los tiempos fueron cambiando de acuerdo a nuevos hábitos e intereses culturales.
Ahora, en su calidad de musiques y estudiantes, Otros Colores busca renovar el vínculo, acercando partes que, con algo de esperanza, puedan florecer bajo un camino en común. De acuerdo al vocalista y guitarrista: “tenemos que empezar a recuperar esos públicos perdidos, pensando muy críticamente qué está faltando para llamar la atención. Hay que ofrecer algo que la gente quiera ver. Y no desde un punto de vista mercantil y marketinero. Hay que tratar de generar un espacio que se mantenga constante, heterogéneo e inclusivo. No solo en cuestión musical, además hay que pensar en el resto de las artes de las cuales Rosario tiene un nivel impresionante. La constancia nos resulta una herramienta para eso, la camaradería entre bandas también.”
Druetta reflexiona desde su condición de estudiante y de música pero, además, aporta desde su pulsión melómana: “el público universitario está mucho más cerca de lo que es el funk. Lo comprendo porque es algo que también disfruto muchísimo y fue lo que me hizo conocer la música de Rosario de chica. A muches todavía les cuesta entenderlo, pero siento que el primer paso para crecer es reconocer el trabajo y los logros de les compañeres de otras escenas que supieron llegar a les más jóvenes ”.
“La escena indie en Rosario estuvo presa de una generación que la mantuvo viva por un tiempo, pero es hora de que eso cambie”, dispara la talentosa violera y gestora cultural. “Estamos convencides de que la única forma de volver a conectar con este público es siendo abiertes. Sabemos que muchas bandas indies piensan igual. Últimamente estamos viviendo algo hermoso y es la unión de nuestra escena. Apostamos muchísimo a eso y estamos muy agradecidos de poder ser parte”. 

Para los músicos responsables de ARDE el futuro es colectivo. Es una certeza rotunda. Pablo Holsman de Los Cristales lo ratifica sin preámbulos: “el modo de poder lograr algún cambio es la apuesta a lo colectivo”.
Como un resquemor que fue de la incomodidad a un hartazgo difícil de obviar, las problemáticas de la movida independiente rosarina se tornaron casi intolerables en el contexto de recesión e inflación. Bares pidiendo hasta 8.000 pesos por una fecha y hasta reclamando el 30% del ingreso de tickets; tratos desiguales que fomentan la canibalización de la camaradería; espacios municipales que suman fojas y fojas de burocracia irrisoria; una larga lista de etcéteras que lograron rebasar el vaso generando un basta casi unánime.
Ante ese intimidante panorama, la movida respondió multiplicando esfuerzos y generando más canciones, discos, libros, recitales, fanzines y videos. Es la respuesta natural de una ciudad que sublima desde su entripado, generando cultura en los rincones más estrechos hasta las esferas de perspectiva privilegiada. La diferencia con contextos similares del pasado, es que el ahora empieza a sentirse unido, sabiendo el potencial de presentar un frente unido que reclame lo que corresponde desde hace años.
Consultado acerca de la superviviente escena rosarina, el líder Los Cristales observa que siempre es difícil lograr un diagnóstico real cuando, entre positivo y negativo, hay mucho por remarcar. “Quizás lo más ordenador sería decir que para mí no hay tal cosa como EL circuito rosarino”, apunta Holsman. “Rosario tiene una escena fragmentada en la que los públicos muy pocas veces se cruzan y cuando las escenas se cruzan las propuestas terminan siendo bastante esquizoides. Me parece algo a repensar, y actuar acorde a ello: qué posibles beneficios tiene cruzar escenas, estrategias para poder lograrlo y cómo hacer para que les sirva a todes”.
“En el circuito donde se mueven Los Cristales vemos una gran aceptación del público y siempre se acerca gente nueva a felicitarnos. Creo que eso pasa con un montón de bandas con las que compartimos escenario. Esto particularmente me hace preguntar qué pasaría si tuviéramos más alcance, si tuviéramos más apoyo de la prensa, del Estado, si pudiéramos tener mejores condiciones de trabajo, ya sea para tocar, como cobrar dinero en las fechas, dinero que es imprescindible para seguir produciendo”.
Holsman, que reparte sus días entre la música y un oficio como acompañante terapéutico, señala la distancia que resta desandar hasta llegar a un nivel de profesionalismo que pueda incidir tanto de manera personal como estructural en esta especie de embrión tentacular que es la escena rosarina: “hoy todo lo ganado en fechas se vuelca en seguir produciendo. La posibilidad de tener un salario como musique es algo muy ajeno a nuestra escena, lo que hace que nuestra figura como trabajador se desdibuje aún más”.
Finalizando, el vocalista aporta una mirada basada en la propia experiencia transformadora que lo fue acercando a una movida independiente de la que hoy forma parte con su música, y con ARDE, un festival.
“Tenemos que dejar de culpabilizar al público de Rosario porque va a ver bandas o solistas de afuera y no a nosotres. No quiero que me vengan a ver por el único hecho de apoyar  la movida, quiero que vengan porque les gusta lo que hacemos, porque les producimos anda a saber qué cosa. En mi experiencia yo no conocía nada de lo que se hacía en Rosario, o al menos lo que había escuchado no me gustaba mucho, hasta que me tope con Alucinaria y con Mi Nave, de ahí en más no dejé de asistir a recitales de bandas de acá y obviamente les di mucha más importancia que a las bandas de afuera. En ningún momento pensé en apoyar la escena local sino que empecé a recorrer el circuito musical porque me gustaba. No era un iluminado amante de la escena y cultura local. Hoy sí soy un amante de la escena. Tuve esa clase de experiencia que sólo un círculo no muy amplio tiene la oportunidad de experimentar. Ese círculo se puede ampliar, con trabajo colectivo, un mayor apoyo del Estado, de la prensa, podemos llegar a la población joven de Rosario que es una de las más numerosas del país y que en su mayoría no conoce qué es lo que sucede en la ciudad. El spotlight está afuera, hay que correr el foco hacia adentro, algo dificilísimo pero no creo imposible de lograr”.

 

Lucas Canalda – Texto
Renzo Leonard – Fotografía
Ed – Agostina Avaro

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