SE DICE DE NOSOTRAS: SOLE OTERO TRAJO SU WALICHO A ROSARIO

La historietista llegó a Rosario para presentar Walicho, su nuevo libro, un entramado caleidoscópico de nueve historias entrelazadas a lo largo de dos siglos con un hilo conductor que se revela entre sororidad, animismo y elementos de género como lo fantástico y el humor.

 

Aproximarse con precisión al flamante Walicho (Salamandra Graphic) de Sole Otero es una misión compleja, puesto que se trata de una obra que funciona como un sistema límbico que conecta memoria, aprendizaje y emociones tales como el miedo, la felicidad y la rabia. 
Bioy Casares nunca imaginó que su prólogo para la Antología de la literatura fantástica (1940), nos sería apropiado para referirse al libro de Otero, 83 años más tarde de su destino original. Escribió Bioy: “viejas como el miedo, las ficciones fantásticas son anteriores a las letras”. 
Un buen punto de partida para Walicho se encuentra en esa línea: lo fantástico y el miedo son inherentes a nuestra existencia. Tanto, que existen desde antes que el lenguaje escrito. El tiempo, si bien importante, se desdibuja. Estirado entre historia, existencia, realidad y ficción a veces puede sentirse loopeado ¿Qué tiene esto que ver con lo nuevo Otero?  Walicho es una obra compuesta por nueve historias diferentes que transcurren en distintas épocas, en la que los personajes y la trama se van entrelazando. Todo comienza con tres hermanas que llegan desde España, en el siglo XVIII. Aunque nunca son las protagonistas directas de las historias, ellas son el hilo conductor de la trama.  El timeline se revuelve, con Otero (Buenos Aires, 1985) saltando de forma certera, induciendo claves, evitando la literalidad. Otro detalle curioso es que, como dice ABC, todo viene desde antes de la escritura, sobreviviendo y evolucionando desde el relato oral. Otero, además de historietista, hace gala de un oído atento a la capacidad evolutiva de esa oralidad.
No sabemos cuáles son las edades de las tres hermanas. Tampoco comprendemos precisamente qué hacen de sus vidas. Hay quienes conocen su faceta sensible, como protectoras y educadoras; sin dudas instruidas en una sabiduría por encima de lo ordinario. Otros prefieren guardar precavida distancia, combinando ignorancia con temor. En todo caso, la mayoría de las personas no saben de su existencia, logrando convivir en armonía hasta que alguien, en la mejor tradición del género de terror, falla en su dominio de la curiosidad o traspasa las reglas de privacidad. Detrás del silencio aparente, entre lo irrefrenable de lo invasivo y la soltura de lenguas  -con «Se dice de mí» Tita Merello resonando desde el enclave popular- todo sucede casi sin respiro.
El libro transcurre en distintas épocas, con personajes y tramas que se van superponiendo alrededor de las enigmáticas hermanas y una cabra siempre cercana.  Nada está librado al azar en esta construcción paciente de nueve capítulos en una narrativa caleidoscópica que se presenta como novedosa para la carrera de Otero, una de las historietistas más relevantes -y constantes- de Latinoamérica. 
Walicho es una obra de pura cepa argentina. El libro podría comenzar citando al Martín Fierro de José Hernández, con aquello de “Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera” para luego entablar un diálogo con múltiples nombres y corrientes estéticas de la literatura argentina. Rebasando ese primer indicio de Hernández, a medida que el libro se descubre caleidoscópico, Otero conecta con Manuel Puig, a propósito del imaginario del chisme en la construcción de -cierto- sentido común doméstico. Desde ahí las ramificaciones llegan a plumas contemporáneas como Samanta Schweblin, María Teresa Andruetto y Mariana Enríquez, quienes retoman creencias populares, paganismo provinciano y elementos fantásticos para narrar historias que subvierten y cuestionan paradigmas contemporáneos. 
Otero se remonta a través de dos siglos, entre continentes difusos, situándose en nuestro país, entre la inmigración europea y la colisión-adaptación-fusión de creencias, mitos y fe de pueblos originarios y cristianismo.  La historietista toma miedos e inquietudes de la realidad para crear una historia mayor que carece de una conclusión cerrada.
Tras ganar el XIII Premio Internacional de novela gráfica Fnac–Salamandra Graphic y el Premio del Público en el Festival de Angoulême en 2023 por Naftalina, este regreso de Otero se siente como parte del nuevo canon literario contemporáneo que se atreve a revolver el imaginario histórico argentino de adentro para afuera y de afuera hacia adentro, sin tapujos, ni tiempo que perder porque las tensiones están asfixiándolo todo.
Walicho se alista junto a Los Manchados de Andruetto, Cometierra de Dolores Reyes, Distancia de rescate de Schweblin, Cordyceps de Lejana, Las cosas que perdimos en el fuego de Enríquez y Estrella Roja de Manuel Loza. Son lecturas-acciones necesarias que sirven como antídoto de un presente que intenta volver a la postal falseada de la Argentina potencia, blanca y cristiana
para y por los argentinos de bien. Ese compendio de obras -entre otras tantas- son barricadas de resistencia frente a los discursos que se multiplican con todo el poderío de la batería apabullante por medios masivos, redes sociales y calles crispadas.


El abordaje plástico de Otero para Walicho parece definirse desde el pragmatismo, una decisión razonable para una obra de 370 páginas. Cada capítulo tiene un estilo gráfico diferente con las composiciones de páginas adaptándose a las necesidades narrativas.
Otero se permite jugar con dos historias en especial, primero, adentrándose en un diario infantil de aparente simpleza, luego en un intercambio epistolar desde soledades remotas, donde el encuadre es fijo en todas las viñetas para poder reflejar la agorafobia de la protagonista.
La paleta se transforma en recurso narrativo, con la autora contando el pasado con poco color, mientras que el presente luce más saturado, algo que remite a Poncho Fue (2017) y Naftalina. Finalmente, el violeta, relacionado históricamente con la brujería, está por todos lados, sin llegar a redundar.
Walicho es una obra poliédrica que tiene a Otero disfrutando cada estadio de su estructura cambiante en el dibujo. La concepción del pulso narrativo se siente cinematográfica, buscando una fluidez práctica. 
La lectura viaja por varios flashbacks que muestran diferentes épocas alrededor de las hermanas misteriosas. Entre saltos, cada capítulo funciona por sí mismo bajo sus protagonistas mientras que, en simultáneo, va proporcionando un continuo ida y vuelta desde el presente hacia el pasado para examinar -aparentemente- al trío. Esta fluidez en el tiempo permite contar una historia coral que amplifica la perspectiva con detalles, sin bajadas groseras ni estridencias.
Otero se decide a avanzar unos pasos fuera de lo seguro para pensarse como escritora. Aquí la tenemos diseminando las historias con detalles que no alcanzan a explicar el misterio principal, para luego introducir géneros como el humor, el horror, el new weird latino, que hacen de -posibles-herramientas de deducción. Como escritora toma una decisión: no quiere resolver, quiere amplificar para que la lectura se complete sin facilismos. El libro crece y exige mientras su escritora se divierte.
La  historietista, ilustradora y diseñadora textil se propone ver hasta dónde llegan sus criaturas. Crea atmósferas, maneja la tensión, relaja a partir de lo inesperado, mientras apuesta a la multiplicación simbólica que lleva a un potencial de lecturas considerable. Sole está suelta, en todo sentido. Se la nota entregada a ese disfrute, sin sentir la necesidad de explicarlo todo de manera literal, así como tampoco se ve obligada a juzgar a sus protagonistas principales.
Podría sospecharse que la autora se queda a un costado, casi sin involucrarse, dejando todo librado a su suerte, sin embargo, sería un error: Otero permite un lugar para que todo aquello que no fue dicho termine de completar la experiencia de acuerdo a cada lectura. En una época de bajadas vulgares y sobredosis de redundancia, lo suyo es un equilibrio generoso. Ese gesto, al final, se traduce como virtud.
Walicho posee una cualidad incómoda que impide las descripciones fáciles. La autora utiliza el género como caballo de Troya repleto de sutilezas. De esa forma, construye un basamento de subtramas. Otero se mueve, sigilosa, sembrando claves. Ninguna bajada es literal. Nada está servido. Es un juego de claroscuros que obliga a afinar la mirada.  Puede ser tanto un libro de fantasía como una historia sobre nuestra relación con la naturaleza, o alguna novedad de la sección feminismo de brujas, aunque también podría ser acerca de feminismo interseccional, con una mirada aguda sobre cómo la etnia y el género son ejes de la opresión y la condescendencia. La lista podría seguir, puesto que Otero, ante todo es una mente curiosa sedienta de aprendizajes, que se deja atravesar por lecturas y preocupaciones de los últimos años, plasmando una obra poderosa bien equilibrada por las subtramas e interrogantes subyacentes. De nuevo: sutileza que se agradece. 

Otero llegó a Rosario para presentar su flamante título en la librería Craz, ante algo más de cuarenta personas, principalmente mujeres, entre 18 y 25 años.
La considerable convocatoria, en una semana signada por múltiples muestras de fin de año de talleres varios de la ciudad, refleja la llegada orgánica que sostuvieron los libros de Otero en el último lustro, recomendados y diseminados por el boca a boca, la viralización más noble y genuina que conocemos.
En la presentación, además, se destacó algo en particular: excepto por las ilustradoras Mariela Viglietti, Alina Calzadilla y Mariela Viglietti, la mayoría eran rostros desconocidos, tratándose de talentos nuevos del circuito de la animación, del fanzine y la historieta, confirmando el rol de Otero como referente.
La residente de Angoulême, sin embargo, tiende a desconfiar de esa idea. “No creo que sea mi caso”, desliza primero, amable, aunque incómoda.  “No sé…es rara mi percepción sobre mi trabajo en Argentina. De alguna forma voy recogiendo información por las redes. Trato de no pensar en eso”, comparte. “No creo ser referente. Me pone incomoda pensar algo así. Me pone contenta ver que mis libros tienen llegada. En su momento, me costó un montón hacer cosas porque no tenía referentes. Tenía, pero eran muy lejanos. No leía tantas autoras mujeres porque no había demasiadas. Leía a Rumiko Takahashi, que estaba en otro planeta. Me hizo mucho mucho bien conocer a Powerpaola. Ella arrancó después que yo a hacer historietas, pero publicó antes. Conocerla fue una apertura. Significó entender que podía. Con María Luque sucedió lo mismo.  Fueron artistas que me mostraron una facilidad de las cosas. Se ponían, lo hacían, lo publicaban. Me pone contenta si puedo proyectar lo mismo sobre otras personas”.
Finalizada la presentación, frente al escritorio de Otero se arma una fila para la firma. Además de la novedad convocante, se ven títulos previos de todas las épocas como Poncho Fue, La pelusa de los días (2015), Pangea (2020), entre otros. Hay quienes, literalmente, cargan con cinco libros.
Cuando llega su turno, la primera chica de la fila, portando una sonrisa gigante, le dice: “Sole, yo empecé a dibujar por leerte a vos”.


A propósito del lanzamiento, Otero estuvo de viaje por diferentes ciudades de España y Argentina por unas cuatro semanas. El tramo más reciente la llevó por Capital Federal, Mar del Plata, Rosario y La Plata.  A la seguidilla de presentaciones se le debe sumar decenas de entrevistas para medios internacionales, a medida que el libro llega a las librerías. 
En 2024 tiene por delante visitas por otros tantos países, con más presentaciones, traducciones al inglés y al francés, charlas, talleres y compromisos en latitudes varias.
Con tanto sucediendo, Otero supo desarrollar una dinámica mediática que se vale de amabilidad y paciencia. Puede responder sin necesidad de recurrir a un cassette de lugares comunes. La repetición, parece, no le interesa. Por eso prefiere actuar sin protocolos, aprovechando cualquier desvío. Otero, ante todo, vonnegutiana, por eso disfruta la posibilidad de reírse frente a lo espontáneo.
Uno de los mayores atractivos de Walicho es el detalle lingüístico que Otero precisó, capítulo por capítulo, desde el porteño coloquial de cualquier esquina actual hasta la probable bifurcación rioplatense que devino en el voseo. Esa construcción detallada no escapa a nadie. Mucho menos a editores y correctores que trabajan pensando en un mercado hispanoparlante habituado a leer en neutro para abaratar costos, pero también para lograr una llegada profunda por toda Latinoamérica y España.
“Fue una de las más grandes peleas que tuve con el libro”, confiesa la nativa de Buenos Aires. “Me había pasado con Naftalina: los editores habían querido neutralizar el libro para que se entendiera más en español. Discutí y discutí. Se trata de una historia que transcurre en Argentina en 2001. Los personajes no pueden hablar en neutro, de ninguna manera.  Entiendo que Naftalina funcionó muy bien porque el público francés disfruta leer sobre otros países y culturas. En todo caso, yo siempre lo fui pensando para Argentina”. 
Walicho fue escrito pensando mucho en el lenguaje. Busqué la manera gaucha para una parte; un episodio tiene lenguaje callejero; para otro, intenté recrear mi manera de escribir en los noventa, en mi diario personal. Siempre me intrigó el origen del voseo en Sudamérica, sobre todo en nuestro país. Me permití imaginar ese momento preciso de transición. Fue un experimento total, conjugando los verbos de una manera rara. Entonces, luego de todo ese trabajo lingüístico con el libro, empezaron a corregir para que lo neutralice. ¡NO! Encima me cambiaron el corrector en el medio. Fueron dos discusiones. Tomé la decisión de hacer los textos de los libros con los editores de acá, directamente. A futuro será así”.
Otero señala que escribe pensando en y para Argentina. Lo repite dos veces. Consciente de su revelación, vuelve, sobre sus palabras, abriendo los ojos, sonriendo. No parece sorprendida, se trata de una certeza familiar, algo que elaboró en voz alta muchas veces, una seguridad que llegó hace años. 
A medida que avanza en su verborragia, en parte por comodidad, en parte por catarsis, llega otra pequeña revelación. Desde hace tres años tiene una pesadilla recurrente: el planeta se ve jaqueado por un colapso ecológico-capitalista y ella termina allá, del otro lado, sin poder volver. Ese resabio pos-COVID le sirve para pensar un futuro inmediato ajeno a decisiones talladas en piedra. “Si pasa algo, quiero estar de este lado. Te juro”, concede, cerrando los puños de ambas manos.
“Mi manera de contener el desarraigo es pensar que mi casa y yo somos una especie de embajada de Argentina en el extranjero. No me fui a otro lado queriendo cambiar mi identidad. Escribo desde ese lugar. Lo tengo muy claro”, indica.
“En algún momento supe imaginar que iba a quedarme por siempre allá, pero no me termina de cerrar eso. No elegí quedarme en Francia. En este momento, no sé qué quiero. De quedarme allá, seguiría escribiendo pensando en Argentina”, afirma.
“Escribo para que me lean acá. Entiendo que el mercado argentino debe ser el más insignificante de todos los mercados donde público, pero siempre es el más importante para mí, además del que más sufro, a veces. Siento que, en ocasiones, se me da mucha más bola en otros lugares”. 

Una pregunta reverbera, ineludible, cuando se termina Walicho: ¿se trata del mejor libro de Otero hasta la fecha? La respuesta permanece abierta hacia el futuro. Sin embargo, algo es evidente: se trata de una obra que demuestra que Otero está ingresando a un periodo donde toma conciencia real de sus poderes como autora y tiene los recursos justos -experiencia, sensibilidad, decisión, confianza, ductilidad, visión-para abrazar los desafíos y subir la apuesta, corriéndose de lo predecible. 
Dentro de Sole conviven facetas complementarias. La historietista se asocia con una antropóloga regida por la curiosidad, una ñoña sensible que, linterna en mano, investiga por los recovecos de la historia que forman nuestra contemporaneidad. También existe la lectora interperrita que desgrana literatura y ensayos en castellano, inglés y francés. Además, algo oculta, reside la buceadora de documentales científicos-lingüísticos o de geopolítica en YouTube. 
Por estos días, esa aventura del descubrir transita su mejor forma, tal vez por algo que mencionamos antes: Otero disfruta mientras reconoce las posibilidades que se abren cuando corre detrás de su merodeo instintivo. 
“En Walicho, más que nunca, está la curiosidad de la piba olfa”, comparte. “Acá encuentro el deseo de muchas cosas, de encontrar la manera de entrelazar y darles un sentido: nuestra relación con la naturaleza; la evolución del lenguaje; la violencia de los poderosos sobre los desposeídos”, detalla.
“Fue difícil el proceso porque tuve que luchar con mis ganas de explicar a las hermanas. Me decidí a no contarlas. Ese aprendizaje me dejó Walicho: hacer que cada historia cierre en sí misma y aceptar que no voy a poder explicar si estas mujeres son exactamente buenas o malas, o precisar qué están haciendo. Tuve que soltar, aceptar que yo tampoco sé qué hacen o qué son. En libros anteriores, excepto en Poncho Fue, traté de entender la ambigüedad de la gente. Acá necesité dejar eso abierto”.
“Tiene muchas cosas mías, igual. Todos los libros que hice reflejan mucho el momento que atravesaba. En los primeros se nota más. Ahora se empezó a distanciar lo que estoy contando con lo que estoy atravesando. Walicho retoma lo que hice con Intensa: agarrar lo que quiero contar e insertarlo en un género o en formas que me interesan desde lo ñoño. En Walicho está más solapado. Es un libro que habla sobre mi crisis de los 40: ser mujer y no estar casada ni tener hijos, lo que significa el estigma de la bruja solitaria con los gatos. Sé que en diez años me voy a acordar de ese momento debido al libro”, revela. 

Texto por Lucas Canalda / Fotos de Giulia.ant

 

 

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