FESTIMUG 2: EMOCIONES QUE TRASCIENDEN

Con una apuesta audiovisual arriesgada y un contundente acompañamiento del público, se realizó la segunda edición del Festi MUG, evento que propuso 20 artistas en tres escenarios diferentes.
En ambas jornadas flotó una esencia de cambio cultural liderado por una nueva generación de rosarines que privilegian la producción local y el esfuerzo horizontal para una construcción colectiva.
A continuación la bitácora de una aventura que se construyó durante seis meses para estallar en una celebración musical de 48 horas.

El viernes 17 y sábado 18 de junio el Galpón de la Música recibió la segunda edición del FestiMUG, una celebración que tuvo su debut en abril de 2019.
Calíope Family, Latelonius, DJ Ale, Cortito y Funky, DJ Dani Pérez, Budajipis, DJ Triga Nigga y Joako 22 le pusieron música a la primera fecha. Además, Artículo 19 agregó su cuota de teatro, ofreciendo una experiencia que permitió un descanso más introspectivo al maratón sonoro.
El sábado, la apuesta corrió con mayor profundidad desde temprano: DJ Guardiana de la Bahía, Suave Lomito, Bookx y la NN, Kunyaza, Sofi Casadey, DJ Michela, Chokenbici, DJ Juan Fak y Groovin’ Bohemia. Por su parte, Circo Lumiere hizo de las suyas en un entramado circense audiovisual que fue gratamente recibido por la audiencia.
Las dos fechas contaron con un desfile medido de invitadxs musicales sorpresa, así como también hubo una considerable presencia de artistas visuales que volcaron su talento sobre las pantallas que atravesaron ambos escenarios, logrando un clima expansivo e identitario para cada recital.
Al igual que la primera ocasión en 2019, el festival estuvo conformado por dos jornadas en el tradicional espacio de la Franja del Río, la diferencia es que este año el Galpón fue desplegado en su totalidad, con ambas naves integradas para una propuesta inusual para las actividades musicales locales.
Con dos escenarios en la planta principal, una mitad del subsuelo se transformó en club de beats con DJs en rotación, disparando Deep house, nü disco, progressive, entre otras sonoridades.
Los escenarios superiores, titulados A y B, fueron remarcados por una linea horizontal de pantallas que funcionaron como un pararrayos envolvente, invitando a la retina a dejarse llevar. Eso, por supuesto, si el resto delx cuerpx no estaba en movimiento.
La zona de camarines se dispuso en la otra mitad, generando un hábitat de encuentro donde cada unx de lxs artistas implicadxs, tuvo su lugar para vestuario, equipos y esparcimiento. Allí también hubo un sector de trabajo para los medios independientes que acompañaron al festival desde adentro: Planeta Cabezón y RAPTO.
De regreso en la superficie: en la primera nave del Galpón, tras el ingreso y la feria, hubo un sector de recreo y descanso, con cubos para sentarse a comer algo, sacarse fotos o simplemente janguear. Ahí se ubicó un dispenser de agua, disponible al público de forma gratuita, ambas noches, desde el principio hasta el final.
Transcurriendo uno de los otoños más fríos de los últimos 62 años, el balcón exterior se convirtió en un espacio techado intervenido por una puesta lumínica que generó tanto un corredor de tránsito como un pasillo de conversaciones refugiadas del sonido. Sobre el final del pasillo se reservó un espacio al descubierto para fumadorxs.
Los cuatro puestos gastronómicos, ubicados a través de toda la extensión del galpón para una convivencia saludable, ofrecieron comidas y bebidas a precios populares. El rango de las bebidas (cerveza industrial o artesanal, amargo obrero, gin tonic, gaseosa) iba de los 300 a 600 pesos, siendo de 100 a 800 para la comida.
La disposición recordó a la única edición del festival GRL Power que se realizó en nuestra ciudad en 2019, una coproducción entre Rosario y Córdoba que tuvo a Agua de Río como pata local. La productora viene colaborando con el MUG desde hace un tiempo: el año pasado cedieron una fecha en el Anfiteatro Municipal Humberto de Nito que terminó siendo el AnfiMUG en febrero. Desde entonces los esfuerzos entre partes se fueron acercando.

Desvío musical #01
Joako22 toma el escenario principal a las 20:39 del viernes. Sube acompañado de su banda completa: Valentina Solé en guitarra, Lautaro Canals en batería, Martín Valci en bajo, Coti Sheridan en teclado, Yulo en guitarra. 
Como es una criatura de palabras las dispensa con corrección: más allá de un agradecimiento a la gente por su presencia y apoyo incondicional, encauza su verba en las rimas que no se detienen. “Mi virtud y mi defecto es vivir dentro de mi cabeza”, dice, atiborrado de energía. Cada palabra sale como un punch directo que tanto bajo como batería acompañan de forma certera, en una sincronía lírica-poética-pugilista que denota un trabajo de perfeccionamiento de horas de ensayos.
Son seis personas enfrentando a unas 200. Aunque muchxs conocen la propuesta de Joako22, la mayoría probablemente lo esté descubriendo ahora. Además, carga con la responsabilidad de abrir un festival que cuenta con cierta mística. Al grupo no le pesa absolutamente nada: están a la altura. Más importante aún: están aquí para aportar algo más a la leyenda, una cuota de recuerdos que le regalan a la gente.
Con cada show Joako22 se vuelve más animal de escenario. Su lenguaje corporal dice soltura, además de presencia y autoridad. No se trata tanto de adueñarse del lugar, quiere interpelar. “Emociones que trascienden” dispara, trazando una línea perfecta con su mano izquierda, con el índice desplegado en su totalidad: parece que está subrayando sus rimas, resaltando fundamental.
Con Joako el público se insinúa bastante joven. Se trata de adolescentes y jóvenes que no rebasan los 24.
Sobre la mitad del show invita a Nasir Catriel. Ambos la emprenden con seis minutos de freestyle mientras la banda sostiene todo, metiendo matices y tocando con decisión. El público agita en cada curva, disfrutando una esgrima verbal que pasa por referencias poéticas hacia el fútbol y una mística ciudadana donde el 341 se siente. 

Para lxs músicxs, al igual que la mayoría de lxs técnicxs, la jornada empieza bien temprano, con pruebas de sonido y traslado de equipos. Significa llegar al Galpón con el sol bien arriba, probar, dejar todo seteado, ultimar detalles varios, concluir para volverse a sus respectivos hogares para descansar un poco o mitigar la ansiedad.
Cuando se abren las puertas del Galpón, recibiendo a lxs primerxs asistentes, el área de camarines, igual que el backstage, se va encendiendo paulatinamente.
El viernes hay cierto nerviosismo por tratarse del arranque. Una ansiedad palpable se nota las primeras tres horas.
Para el sábado el ánimo se distiende. Las cosas salieron bien en la primera jornada. Ahora llega el momento de darlo todo aunque se permite un poquito de disfrute, sabiendo que el final se acerca.
Un rato antes de tocar con Suave Lomito, Welti y Tano Rosignoli juegan con una guitarra acústica. Entonan temas de los Beatles (justo cumple 80 años Paul) además de otros de Pearl Jam y Neil Young. “Es re boomer Pearl Jam”, advierte alguien. “Ahh, si no cantaste «Jeremy» a los 12 no tuviste adolescencia”, responde otra persona. No hace falta mucho más: cuatro voces intentan el yarling característico de Eddie Vedder, fracasando brillantemente.
Desde las 18hs, a medida que transcurren los minutos, lxs músicxs van entrando en concentración. Cada cual tiene su método o ritual. Hay quienes hacen estiramientos, otrxs eligen los ejercicios de respiración. Se percibe, de manera discreta, un trote, sobre el lado más oscuro del sector. La ansiedad va creciendo, al igual que el nivel de concentración.
El viernes, Brian Brapis hace un leve trotecito en su lugar, justo antes de subir al escenario. Ani Bookx, que tiene un sábado de súper acción con tres salidas, hace un poquito de salto, elongamiento y mucha sonrisa. Está enfocada. Por su parte, La Negra, ambas jornadas está encendida, bromeando mientras entra en calor para cantar o para hacer entrevistas. Si en 2019 fue la conductora de todo el evento, en 2022 parece una anfitriona de entrecasa feliz de estar rodeado de tantos afectos.

Como se mencionó previamente, los camarines estuvieron ubicados en el subsuelo del Galpón, espacio de dimensiones considerables que en las pasadas épocas portuarias albergaban múltiples actividades. Desde que fueron reacondicionadas, hace cuatro años, hicieron las veces de galería de arte, set de filmación, entre otras funciones. En el mes de agosto, esas mismas instalaciones, por ejemplo, albergarán un nuevo espacio para la convención de historietas Crack Bang Boom. 
El área de camarines estuvo conformada por un rectángulo perfecto que ofrecía, sobre uno de sus lados, una disposición en forma de L dividida en boxes de tamaño similar, para cada una de las bandas. Día tras día, esos lugares fueron reasignados de acuerdo a la grilla pertinente.
En el centro del sector, se ubicaron tres mesas largas -sin sillas- dedicadas al catering. Bebidas, refrigerios, alimentos y otras sorpresas estuvieron servidas para artistas y equipo de trabajo. Desde la frugalidad de la granola más los paquetes gigantes de yerba para el mate, hasta la disposición de gin de renombre, o delicias recién salidas del horno, el catering sirvió como un mino para los sentidos, antes y después de los recitales. 
Desde bien temprano por la tarde, hasta terminada la jornada, con el público ya retirado del Galpón, el equipo encontró su momento en las mesas, aunque haya sido breve, tal es el caso de lxs jefes de escenarios, corriendo detrás de escena por casi siete horas, relevando hasta el más mínimo detalle.
Lo que a simple vista parece la disposición para el catering, con el paso de las horas toma otro tono. De forma silenciosa, esas tres mesas se tornan el núcleo del camarín, funcionando como punto central desde donde se organizan las dinámicas imperantes. Hablamos de esas tres mesas como el elemento primordial al que se van agregando otros para formar un todo. ¿Cuáles son esos elementos? La charla, la complicidad, los abrazos, la arenga, las bromas, las sonrisas, los reencuentros y las primeras impresiones.
La mesa funciona como el lugar centralizador de todas las personas del equipo: se trata de un microambiente que termina acercándose a algo similar a un hogar. Mientras que afuera el otoño cala los huesos, casi como un invierno precoz, en el subsuelo, la humedad intensifica el frío, sin embargo, el clima de calidez reinante permite que la temperatura quede en otro plano.
Si hiciéramos el ejercicio de dejar una cámara inteligente grabando sobre la mesa, tendríamos como al POV definitivo: decenas de personas yendo y viniendo, aunque riendo, abrazándose, compartiendo sensaciones mientras se cruzan por apenas segundos antes de seguir laburando. 
Por la magnitud del evento, con tres escenarios funcionando de manera cronometrada, y dos de ellos activos en simultáneo, es imposible que todas las personas involucradas en el evento coincidan en la mesa en algún momento. Cada cruce, cada encontronazo entre tareas ajustadas, se torna espontáneo y casi sorpresivo.
“Vas a dejar un surco marcado, de tantas vueltas”, le dice un guardia a unx de lxs Stages a cargo del escenario principal. Apenas son las 22.30hs del viernes.

Desvío musical #02
Budajipis es un fenómeno en sí mismo. Es la única banda que cuenta con cánticos propios. También es la que más reclamos personalizados-borderline-psicosis recibe desde la audiencia: “seguí tocando que yo vine por vos”. Tranqui el asuntito.
Están en un lugar especial: entre pionerxs de una movida que hoy estalla, combinada con la mística del grupo que aparece y desaparece como si nada.
Sus canciones funcionan como territorio de celebración: a sus largos pasajes instrumentales, le siguen lucimientos personales; cada tramo es aprovechado por el público para entregarse al baile, soltando todo. Mucha gente elige corear las melodías, en clave cancha. Budajipis tiene algo para todos.
Entre zapada funk, ganchos rockeros, ánimos souleros y empatía por la fiesta, son el primer grupo que desata el éxtasis pleno en la pista de baile.
La guitarra de Sofía Pasquinelli brilla. Entre todo lo que se ha dicho, escrito y hablado sobre la Pasquinelli Guitar Hero, surge una duda: ¿por qué nunca nos referimos a su estupenda voz o su timbre único? La otra pregunta es: ¿por qué Budajipis tiene la mística absoluta pero no está detonando recitales propios? 

Algo más de 2000 personas pasaron por la segunda edición del FestiMUG. Con 600 abonos vendidos de forma anticipada para el jueves 16, hubo una importante compra de entradas directamente en la puerta del evento, una sorpresa inesperada a la que nos referiremos más adelante.
Con una asistencia contundente que se amplificó de forma masiva en redes sociales por las siguientes 72 horas, el público llegó al FestiMUG celebrando la música, pero también eligiendo al evento como su salida y el plan predilecto del fin de semana largo. Además de bailar y cantar, la gente bebió y cenó en el festival, optando por darse algún gustito en la feria de emprendedores independientes. La oferta de discos, cassettes, libros, ropa, accesorios e insumos de cultivo cannábico tuvo buena recepción.
La realización del evento involucró a un centenar de laburantes, entre integrantes del MUG y contrataciones especiales que estuvieron en cada área del festival: musical, visual, técnica, sonido, gastronomía, guardarropas, redes, catering, seguridad, feria, limpieza, prensa, entre otras.
Para concretar la realización del festival se aunaron los esfuerzos del MUG y la productora independiente Agua de Río, responsable de conciertos, eventos, ciclos y Casa Brava, una de las guaridas del colectivo.
La colaboración entre partes se dio porque llegado el momento de planificar el evento, el colectivo tomó la decisión de tener una mano segura desde la producción ejecutiva, que pueda garantizar un desempeño más dinámico en tareas que rebasan lo meramente artístico, por ejemplo, el manejo del predio o el trato con proveedores.
Otro aspecto fundamental de la coproducción fue la necesidad de instrumentar las ideas que el colectivo tenía en mente. Poder llevar las ideas del plano abstracto de la fantasía a lo tangible era lo más necesario. “Che, estaría re bueno hacer tal cosa. OK, bárbaro, ¿pero cómo la bajamos a tierra”. Explican, de manera informal.
Articular las ideas en algo concreto fue el desafío puntual. Allí reside una explicación precisa del suceso del MUG: supieron encontrar la paciencia y la forma para desarrollar sus inquietudes; lograron procurar soluciones (parciales) a sus problemáticas como trabajadorxs de la cultura; pudieron establecer un plano de posibilidad real para sus delirios.
Articular el deseo es posible. 

Desvío musical #03
Pasados 30 minutos de la medianoche, siendo oficialmente sábado, DJ Trigga Nigga dispara baile intenso en el club del subsuelo. Unas cien personas vibran entre la descarga musical y unas luces que calan profundo en la experiencia química.
El movimiento es parte fundamental del MUG, no debería extrañar a nadie que el pequeño club underground sea un corazón latiendo a pura fuerza de BPM. Mientras arriba Calíope está tocando ante un Galpón ocupado al 85% de su capacidad, abajo hay un grupo que disfruta del viaje adrenalínico de los beats, con Trigga  impulsando emociones estimulantes garantizadas por sonrisas difíciles de evadir. 
La escena en la pista underground se repitió durante ambas jornadas. Al igual que Trigga, tanto Michela como Juan Fak y Ale, contaron con un público que prefirió bajar para entregarse al baile. Se trata de un detalle no menor, puesto que habla del acierto de agregar ese tercer escenario y dancefloor, otorgándole la entidad que se merece en lugar de tomarlo como un simple anexo o un agregado de color. Asimismo, la pista de baile funciona como una interesante posibilidad para el futuro, una veta para seguir desarrollando, quizás ampliando, en próximas ocasiones. 

Cada apuesta a gran escala que hizo el colectivo en los últimos tres años -FestiMug debut + sendas fechas en el anfiteatro– fueron concretadas y laburadas por ellxs mismxs. Si bien las experiencias fueron satisfactorias, en 2022 la decisión fue encontrar una sociedad que fortalezca los esfuerzos para poder seguir creciendo. La idea precisa para la nueva edición del festival era elevar la apuesta de forma considerable. Para eso era necesaria una mano externa. Allí llega Agua de Río.
Compartiendo la empresa, lxs integrantes del MUG pudieron concentrarse en otras tareas, entre ellas, TOCAR. El festival encontró a varixs músicxs en un estado más calmo, lejos de alcanzar el estado vuelapelos de aventuras anteriores. En lugar de estar chequeando la entrega de la cerveza o si llegó el encargado de armar la barra, pudieron enfocarse en su música, en las partes de las canciones o simplemente presenciar algunas canciones de sus colegas.
La buena química entre MUG y la productora viene desde hace tiempo. En 2021 la productora cedió una de las fechas que la Municipalidad destinó a las productoras independientes para realizar eventos en el anfiteatro. Además, varios de los grupos del colectivo orbitan con regularidad la agenda de Casa Brava, tocando con sus propias bandas o como sesionistas. Por último, las partes se acercaron bastante dados los buenos resultados en los conciertos populares de Groovin Bohemia gestados desde Agua de Río.
El equipo de producción del MUG empezó a delinear la realización del festival unos cuantos meses atrás. En marzo de 2022 se reunieron por primera vez con Agua de Río acercando una propuesta concreta. Desde entonces, la apuesta se fue desarrollando de forma conjunta, con ambas partes aportando experiencia, trazando un plan de trabajo y el objetivo común de lograr un salto cualitativo. 

Desvío musical #04
El viernes, alrededor de las 19hs, Lucio Giaccone, deambula por el camarín. Camina haciendo una especie de estiramiento, ya entrando en calor en la previa del recital de Cortito y Funky. Está ataviado con su vestuario, un elegante sacón de paño rojo que denota estar a la altura de la situación. En sus movimientos, por lo pronto, se advierte una anomalía: camina algo complicado, con una leve renguera. Cuenta que tuvo un accidente doméstico: se le pinchó la bolsa de agua caliente quemándole los pies. Médico de por medio, está acá, activo. Ya fue mencionado: se trata del otoño más frío en 62 años. Dato, no opinión.
Algunas horas más tarde, Cortito y Funky sale a escena jugando de local. Giaccone luce intacto, entregándose de lleno a lo que mejor sabe hacer: ser cantante, frontman y maestro de ceremonias, conectando con el público, logrando que todo cobre otra dimensión de soltura.
Cuando el grupo termina su show, el público se desbanda en diferentes direcciones: subsuelo, barra, puesto de comidas. Lo peor le espera a quienes necesitan ir al baño: los servicios están saturados. Las filas superan los 10 metros y demanda una espera prolongada. En los baños de la primera nave, en particular, se permite el ingreso de una sola persona. El problema se extiende hasta el final de la primera jornada. Para el sábado hay un sector de refuerzo, con tres baños químicos ubicados en el balcón exterior. 

Cuando el festival concluye, solo queda silencio. Las luces se van apagando en distintos sectores del Galpón 11. La gente ya se retiró, para seguir con su noche. Adentro, mientras se procede a limpiar, desarmar parte de las instalaciones y ordenar equipos, la adrenalina baja y las sonrisas son enormes. Todo salió bien. Más que eso: todo salió hermoso. Los desperfectos técnicos fueron insignificantes. Los problemas que surgieron el viernes se resolvieron de manera efectiva, siendo un olvido para el día sábado. Las bandas brillaron. Lxs invitadxs se fueron felices. Lxs músicos, al igual que el público, saben que guardan algo único para atesorar para siempre.
Lxs más pilas empiezan a cargar sus equipos. Hay quienes ya pasan parte del after. Cinco meses planificando + decenas de reuniones + mil horas frente al todopoderoso Excel+ una semana completa en estado de tensión + 48 horas viviendo exclusivamente para el festival= claro que habrá after. Llegó el momento de brindar, bailar, celebrar un trabajo excelente.
La enumeración del párrafo anterior puede parecer una exageración con fines narrativos, no obstante, se trata de dato, no opinión, otra vez. Dentro del equipo MUG hay varias personas que estuvieron esperando que llegue este momento, que pase el festival para poder continuar con otros planes importantes de su vida: exámenes; viajes; entrar a grabar un disco nuevo; editar ese que tienen grabado desde algún tiempo. 
Los abrazos se multiplican por doquier. Arriba del escenario, con las luces apagadas. En el backstage, mientras algunxs se cambian de ropa. En el área de camarines, donde el humo se apodera de todo, entre risas desahogadas.
La postal contrasta de forma contundente con el viernes, cuando hubo nervios.
Cranear la segunda entrega de FestiMUG significó una apuesta conjunta fuerte. Un riesgo calculado hasta el más mínimo detalle, aunque completamente desprovisto de garantía alguna. En la producción de espectáculos y sucesos culturales, todo marcha bien hasta que, de repente, no lo hace.
La planificación empezó hace meses. El minutero oficial empezó a correr cuando se hizo el anuncio, a principios del mes de mayo. Desde entonces, además de trabajo parejo, hubo una cuota generosa de ansiedad, de cortar clavos y de escurrirse la mente pensando en eventualidades varias. Si alguna enseñanza nos quedó de los impredecibles últimos dos años es que better be ready. 
Sobre finales de junio, la venta de abonos se mantenía estable. Mientras eso iba tranqui, hubo una señal de alarma: de repente, los casos de COVID -no de nuevo, le decía-se dispararon otra vez. Ese pico, poco comentado en los medios, fue una preocupación por un momento. La escalada podría tener efecto directo justo en la semana del festival. Afortunadamente, en la provincia de Santa Fe, no pasó de un llamado de atención.
El festival tomó lugar un fin de semana XL lo que sumó ciertos factores:
-Fue una ocasión propicia para pegar alguna escapada turística.
-El domingo 19 se celebró el día del padre, jornada que moviliza a mucha gente, especialmente a quienes tienen familia en otras localidades.
-Finalmente, en tiempos de bolsillos flacos, los fines de semana largo sirven para que muchxs estudiantes de la ciudad se vuelvan a sus pagos, una oportunidad ideal para recomponer energías, visitar a los afectos y ahorrarse los gastos de cuatro o cinco días.
¿Exageración? No. Se trata de una combinación de variables que pulularon por la mente de lxs organizadorxs, haciendo de las suyas.
Si bien todos esos factores contribuyeron a cierta incertidumbre en los días previos, la principal preocupación para lxs responsables del evento llegaba por un hecho concreto: no se vendieron suficientes entradas anticipadas. En el primer FestiMUG, en 2019, las anticipadas volaron de inmediato, logrando cierta tranquilidad. Este año, la experiencia fue diferente.
Hasta las 20hs del viernes, los ánimos estaban algo complicados. Dos horas más tarde, ya bien entrada la noche, la tranquilidad había llegado a toda la crew: en puerta se vendieron 200 entradas. Hubo un respiro generalizado que se sintió en diferentes sectores. La jugada audaz del FestiMUG había funcionado. 

Desvío musical #05
Suave Lomito arranca la grilla del sábado ante unas 300 personas, la mayoría sub23. La sala cuenta con la presencia de músicxs de todos los palos. La banda tiene esa cualidad transversal tan necesaria para salir del gueto, ese fantasma que acosa a la mayoría de los grupos rosarinos.
Cuando Tano Rosignoli toma su lugar tras los parches, empieza a tocar una marcha pseudo castrense, para que sus dos compañeros Frani y Welti entren marchando, regalando una coreografía que está entre una stoner buddy movie de los 90 y El cascanueces. La intro deviene en un rap provisto de base contundente de Rosignoli y Welti, que ya se colgó el bajo. Frani rima de forma desprolija hasta que saluda “¿qué onda FestiMUG segunda edición?
Desde la primera canción hasta el último segundo del show, la descarga de adrenalina es única. Entran y salen invitados al escenario, aportando, tomando el protagonismo, intercambiando roles sin que haya absolutamente ningún tipo de presentación formal. Importa la entrega, no los nombres.
La banda engaña con una falsa despedida que marca un quiebre. Después viene otro y otro. Disparan cuarenta segundos de «Ya no sos igual» de Dos Minutos. Es un caos organizado sostenido por el excepcional toque de Rosignoli y un Welti de mucha cintura musical.
Suave Lomito es funk, es jazz, es rock desarticulado; son bisnietos bastardos de Primus por su sentido del humor y sus ganas de despistar. Principalmente, Suave Lomito es una de las mejores bandas para ver en vivo. 

Al referirse al MUG se repiten ciertas palabras: colectivo, horizontalidad, construcción, música, trabajo, dedicación. Una mirada en profundidad del trabajo que se viene realizando en los últimos años -incluso antes que tuvieran una agrupación formal, o algunas bandas ni siquiera estaban formadas- debería asociar palabras como frustración, aprendizaje, bronca, sacrificio, constancia y deseo.
El robusto presente del MUG, tanto de convocatoria como de producción artística, es fruto de un trabajo que viene realizándose con constancia desde hace casi una década, aun cuando ninguno de sus protagonistas tenía idea alguna de lo que habría de venir.
Hace diez años, eran pocas las bandas del MUG que estaban formadas. Sin embargo, absolutamente todxs sus integrantes estaban tocando, de una forma u otra. Ya estaban transitando el camino que los llevó a este brillante presente.
A través de sus diferentes proyectos en la última década, la mayoría de lxs músicxs involucradxs en el MUG pasaron por momentos de zozobra en más de una oportunidad: especulación estatal en las contrataciones; pagos hiper retrasados; espacios clausurados; fechas levantadas por locales multados; productores que se quedaron con la plata; episodios de violencia en una ciudad cada más fisura; sonidos explotados; fletes que desaparecen. La lista podría seguir, pero mejor apuntar algo que nunca debemos olvidar: cada uno de los espacios culturales donde se formaron lxs integrantes del MUG ya no existen.
Esas experiencias frustrantes y repletas de bronca también son parte de la actualidad estimulante. El MUG supo sublimar todo lo malo para alumbrar un camino de posibilidades. La constancia fue clave, pero también el diálogo, al igual que la paciencia. Cada vez que tuvieron que resoplar masticando bronca, forjaron el basamento para un futuro que ahora es presente y se adivina como una plataforma de mayores posibilidades.
La bronca puede convertirse en alegría; la frustración puede convertirse en placer, siempre que haya una claridad del deseo. El MUG se permitió la oportunidad de encontrarse con su deseo. Desde allí, partió. 

Desvío musical #06
A la 1.30AM del domingo, Groovin Bohemia está haciendo bailar a un Galpón saturado de gente. El grupo está confirmado, una vez más, que son la banda rosarina más convocante del momento y que son una pieza clave para una generación que encontró en sus recitales una data conmovedora.
Mientras la energía desborda y se vuelve imposible encontrar un vacío, Nico Chiocca aprovecha un segundo entre canciones para hablarle al público: “Hagamos música. Las salas están cerrando, ya casi no quedan lugares…No importa. Vamos. Dale. Hagamos el porvenir. ¿Tenés una banda o tenés un disco? Vení a buscarme. Hacemos alguna. Dale. Hagamos”.

La segunda edición del FestiMUG fue una apuesta tan superadora como temeraria que llegó a buen puerto. La propuesta audiovisual estuvo a la altura de artistas que cuentan con presupuestos millonarios, mientras que la reconfiguración del Galpón fue una renovación necesaria para escapar al síndrome de mil noches rutinarias. La afluencia de la gente fue constante, con un apoyo decidido que está privilegiando a lxs artistas locales por encima de las propuestas de afuera. En ese sentido, durante todo el festival flotó una esencia de cambio, un quiebre capitaneado por las nuevas generaciones y donde lxs más grandes se callaron para tomar nota.
Por encima del magnetismo musical de toda la grilla, el carisma de figuras como Ani Bookx o Brapis, el atractivo generacional de la Groovin, o semejante despliegue técnico, hay otras certezas detrás de la buena marcha. El MUG propone salirse del circuito habitual, encontró su campo de acción en los espacios atípicos como parques y plazas. También saliendo del centro, quizás proyectando hacia el futuro. Cuando se vuelve a un espacio conocido, lo reimagina de acuerdo a sus posibilidades, como sucedió con el Galpón o en el anfiteatro. Además, genera un vínculo particular con el público: se sale de la dinámica de espectador pasivo para involucrarlo. No se trata de bajarle línea, sino de integrarlo, hacerlo formar parte de esa construcción que año tras año se vuelve un poco más grande.
La apertura hacia artistas externos fue un acierto: generó una oxigenación necesaria luego de varios eventos con shows que pueden volverse familiares o hasta previsibles. Permitir una apertura del colectivo hacia otrxs artistas y otras estéticas logran evitar una endogamia que, a la larga, puede resultar en un pesar.

El MUG está logrando una transversalidad en la ciudad de Rosario. Se trata de un proceso que comenzó hace tiempo, de forma muy discreta. Lo hizo de manera horizontal, comunicándose de forma directa, casi como un trabajo de bases.
En un año complicado como 2020, sus bandas satelitaron alrededor de la pandemia, permitiendo encuentros populares en lugares abiertos. A medida que fueron resignificando los espacios verdes olvidados por el Municipio, también dieron lugar a encuentros de una identidad irrepetible, donde música, poesía, diversidad y resistencia se combinaron en jornadas únicas que convocaron a públicos casi contrastantes.
Al mismo tiempo, desde la nocturnidad, están convocando a una audiencia ajena a la movida de recitales, que llega por el evento en sí, algo que a lxs puristas pueden generarle un reflujo de prejuicios, mientras que la realidad es que la construcción de un circuito cultural sustentable depende de que finalmente la Rosario underground se encuentre con la audiencia masiva, equilibrando la ecuación y finalmente venciendo a la mentalidad de gueto.  En ese sentido, quizás la Córdoba Capital puede servir como un ejemplo de convivencia que debería apreciarse.
Mientras esa transversalidad sigue adelante, discreta pero constante, surge un interrogante: ¿podrán lograr una convivencia sostenible entre audiencias tan diferentes?

El FestiMUG fue algo memorable. No se trató de una revolución, tampoco de una consagración, en todo caso fue la confirmación empírica de que 1) el trabajo organizado a largo plazo funciona, 2) el circuito cultural independiente puede generar trabajo sustentable cuando se le permite desarrollarse y proyectar, 3) viene bien secundar a la constancia con algo de riesgo, optando por el optimismo de la voluntad.
Sobre el final de la nota hay una verdad irrefutable: el MUG es el colectivo artístico más importante del litoral argentino. En los últimos años sorprendieron con cada uno de sus pasos, estallando desde la ciudad del río marrón para liderar un cambio de paradigma que se avecina, inevitable, por más que quieran detenerlo.
Ninguna revolución estuvo vaciada de baile ni de lucha colectiva. La sorpresa más grande todavía está por venir.

Por Lucas Canalda + Renzo Leonard

 

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