FESTIVAL NUEVO DÍA ROSARIO: PÁGINAS QUE ESTÁN POR VENIR

El ciclo insignia de la escena emergente tuvo su edición rosarina con Gladyson Panther, Buenos Vampiros, Daddy Rocks, Mujer Cebra, Bubis Vayins, Dum Chica y Sakatumba.

 

El Festival Nuevo Día (FND) es un ciclo itinerante que en los últimos dos años logró desarrollar una visibilidad real para numerosos proyectos emergentes de La Plata, Mar del Plata y Capital Federal. Su desarrollo se fortaleció en distintos escenarios a medida que la pesadilla covidiana marcaba su retirada, capitalizando un despertar generacional orientado hacia la cercanía física y la necesidad de adrenalina luego del periodo de confinamiento.
El festival tuvo dos ediciones en 2022, en Strummer y en el escenario de Moscú, un punto clave en la movida emergente de CABA. En abril se realizó una fecha con entradas agotadas en el Teatro Vorterix, jornada que marcó una bisagra para la escena porteña, obteniendo la atención de medios y circuitos de toda la Argentina.
“La iniciativa concreta nació por una necesidad de que los nuevos artistas, muchos surgidos postpandemia, tuvieran un lugar donde poder mostrar lo que hacen”, afirman desde la organización del ciclo que desembarcó en Rosario. “Sentíamos la necesidad de hacer un festival para estas bandas nuevas”, señalan las partes responsables.
El ciclo llegó a Rosario en un momento justo: desde 2022 que las bandas de la nueva escena están visitando la ciudad, generando adeptos a base de recis poderosos y un despliegue que combina música, diversión y el deseo de desatar el cuerpo.
En esa conexión entre Rosario y escenas de otras ciudades se hace preciso destacar el trabajo que el grupo Bubis Vayins sostuvo en los últimos años, sorteando las problemáticas antes mencionadas. para convertirse en un satélite del circuito subterráneo local, resonando en otras provincias mientras habilita puentes directos para acercar bandas jóvenes al litoral argentino.

Con algo más de 350 personas presentes, el Festival Nuevo Día edición Rosario dejó conforme a la organización, que pudo comprobar en primera persona la posibilidad de generar un circuito de intercambio entre escenas de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, La Plata y Mar del Plata. 
La realización del evento coincidió con un sábado de agenda cargada: Dani Umpi con entrada gratuita en la Feria del Libro; Calíope presentando su nuevo disco en La Sala de las Artes; el Festival de 40 años de la COAD con los Killer Burritos junto a otros artistas tocando en las escalinatas del Parque España; Suske en Puerto de Ideas, entre otras actividades. 
La empresa de FND demostró que hay un público que empieza a encontrarse en un escenario local que luce demasiado desdibujado. En ese sentido, se hace preciso referirse a una serie de factores. En primer lugar, la dispersión aletargada de la pandemia que por veinte meses planchó las actividades. Por otro lado, la falta de espacios relevantes en nuestra ciudad, sin ninguna cueva que pueda servir de base de operaciones para una escena renovadora. Sí, hay sonidos similares dando vueltas por Rosario desde hace años, sin embargo, no existe un refugio constante donde generar encuentro hasta que se traduzca en un caudal significativo, aún para la tímida escala que maneja nuestra ciudad. La falta de lugares, los malos tratos, los precios impagables, el gatekeeping constante de las viejas generaciones, generan una pasarela interminable que termina erosionando los esfuerzos hasta que se atomizan. La gentrificación, las calles violentas, la inconstancia de los medios de transporte, vecinos con mentalidad de vigilante promedio argentino también son factores que impiden una migración hacia otras  zonas de la ciudad. 
A pesar que están tirando con de todo, Rosario continúa canalizando su espíritu curioso y creativo para apoyar una nueva ola de talento. Hay recis a puertas cerradas. Puerto de Ideas sigue siendo semillero de sostén y resistencia. Muchas de las caras más jóvenes del centro cultural de calle San Luis estaban presentes en el Galpón.
En FND  flotó una sensación de mirar hacia adelante amplificando el presente, fortaleciendo vínculos establecidos con música, organización y acción. La misma esencia que inundaba la presentación de Canciones para Fantasmas de Jimmy Club el mes pasado, la cuasi-residencia de Tensión en Bon Scott, o, finalmente, la apuesta multi sensorial de Obsession en El Sótano. En la seguidilla de propuestas jóvenes, por supuesto, resonaron los ecos del mítico Festival Otro Río, postal de renovación y mirada federal genuina que hizo escuela en Rosario.

Daddy Rocks, Buenos Vampiros, Gladyson Panther, Mujer Cebra, Sakatumba, Dum Chica y Bubis Vayins conformaron una alineación heterogénea que supo complementarse desde lo estético, generando sensaciones de vértigo, de alegría y de euforia, pero también pasajes ambientales introspectivos con dosis considerables de neurosis centennial, angustia y catarsis. 
Algunas propuestas ya forman parte del cancionero alternativo de sus respectivas ciudades, tal es el caso de Daddy Rocks en Rosario, o de Mar del Plata, donde Buenos Vampiros integra una camada que está haciendo historia. Otras bandas como Mujer Cebra están empujando el rock de la escena joven hacia la corriente principal con nuevos himnos, potencia musical y una actitud de entrega que los está llevando a recorrer el país, provincia por provincia, conociendo bandas colegas y escenas emergentes.

FND se apoyó por completo en sus atracciones musicales. El Galpón recibió a la gente en un estado espartano, por no decir pelado. La acción se concentró directamente en el escenario. En el sector de ingreso se encontraba la clásica barra, un puesto de cerveza y, finalmente, la feria, ofreciendo discos, remeras, zines, prints y stickers. La seguidilla musical demandaba algún sector de descanso fuera de la nave principal, quizás unos rincones lo suficientemente libres de volumen como para tomar un respiro en compañía antes de volver a los shows.  Queda pendiente para la próxima.
Con un cartel conformado por siete bandas, la amenaza de sentirse infinito estuvo rondando desde un principio. La publicación de la grilla estipulando los horarios para cada banda fue un acierto que otorgó dinamismo para la jornada completa, posibilitando que cada persona organice sus tiempos. Hubo quienes disfrutaron la grilla entera, así como también quienes llegaron a una hora puntual o supieron tomarse un descanso entre banda y banda, saliendo a fumar. Lo cierto es que la mixtura de propuestas generó un efecto arrastre entre distintos intereses, logrando entrecruce de información entre audiencia y bandas.


Un rato después de la hora estipulada, Sakatumba inauguró el escenario con sus tintes de pop angustioso. Desde el principio el cuarteto demostró que parte desde la canción, manejando arreglos que detentan elementos armónicos. No parecen querer corresponderse con ninguna etiqueta que los medios masivos le endilgaron desde su aparición. En la propuesta del grupo hay una plasticidad que asegura un horizonte abierto: pueden ir donde quieran porque manejan sus herramientas y se intuye una sed por explorar sus capacidades, sin quedarse quietos en el nicho. Sus canciones tienen tanto de melódico como de dramático. Entre canciones intercambian sus instrumentos para reconfigurarse y volver exhibir posibilidades. Se los nota algo serios, quizás  nerviosos por tratarse de  una primera visita, o la responsabilidad de abrir el festival. Puede que sea agotamiento por la noche anterior. Manejan el pop hasta saber desprenderse, bailando, ocupando todo la escena; dominan la canción, con oídos puestos en una amplitud de épocas de FM, algo completamente anacrónico; evitan florearse de lo primal, quieren más. Más sobre Sakatumba la semana que viene.
La presencia de Daddy Rocks se entiende como un merecimiento: si previamente mencionamos el rol fundamental de Bubis Vayins como eslabón de escenas, se hace preciso apuntar al combo fundado por Kimi y Jota como un conector transversal para un indie que puede ser bailable, desfachatado, sad y popero, que abarca casi todas las microescenas sin sentirse fuera de lugar. Daddy Rocks es una fuerza emotiva que estuvo desde siempre uniendo fuerzas con talentos jóvenes y disímiles en su impronta estética. El FND sirve para ejemplificar este punto: el debut de Gladyson Panther como banda completa fue en una fecha compartida con el -por entonces- trío. Del mismo modo, junto a Bubis Vayins formaron un tándem inmediato que se mantiene hasta la fecha.
Entre la catarata de clásicos vernáculos que disparó Daddy Rocks, casi sin mediar palabras con el público, estrenó «No me la sube», canción que apunta hacia una contemporaneidad marcada por el hype constante y el síndrome del FOMO: todo el mundo necesita estar arriba, todo es SÍSÍSÍ, flasheando con los mismos consumos culturales, proyectando una excitación que no les deje afuera ni les haga diferente. En la mejor tradición ramonera, les Daddy anteponen el No (Don´t) como punch y el interrogante del porqué queda a criterio de cada quien.

Llegado el momento de Santino Martin, alías Gladyson Panther, se resetea la situación general. Con luces rojo sangre que lo invaden todo, él aguarda encenderse, sentado en canastita dentro de una carpa montada en medio del escenario. Está secundado por sus más fieles laderos: Lusio en sintetizador y Efe en guitarra. Espera paciente, mientras una larga introducción resuena por todo el Galpón, como una alarma extrañada. Cuando la gente entra, Gladyson emerge de la carpa para desplegar las canciones de Tengo Mil Amigos, ahora adulteradas en un brebaje entre trap, synth, jungle, pop, guitarra rock. Las proporciones de esos elementos son tan desequilibradas como caprichosas y allí reside el encanto. Algo es claro: la fórmula no es para todos. Martin lo sabe, tensando la cuerda porque quiere bardear.  Agita al público dos veces. Cuando lo atrapa, no lo suelta.
Tres años atrás, con la experiencia Gladyson Panter full band, ya estaba adelantado a todo lo que iba a estallar en la pospandemia, poniendo el cuerpo y el bocho en acción con guitarras al frente, canciones ciclotímicas, estribillos pegadizos, performance y vestuario. Ahora habita otro concepto. Algo se sostiene, inclaudicable, en Gladyson Panther: pisotea cualquier idea de solemnidad o pretensión o lugar seguro que esté dando vueltas. En clave rolinga, protogrunge o trap, se caga en los tecnócratas que creen que la data es aquella que se produce en estudios de presupuestos inalcanzables; en los manuales de éxito asegurado que están comprando cientos de jóvenes allá afuera; o en las tendencias dominantes impuestas por medios masivos. 

Uno de los mejores momentos del FND llega cuando recibe a Cyberangel como invitado sorpresa: entregan un tributo al Black Alien, una descarga de rock sintético ideal para un animé rabioso de mediados de los 90. Pero esto no es Japón, es Rosario. Mientras allá afuera mucho se oscurece El Glady ilumina con una antorcha que sostiene en su mano. Gracias, pero cuidado: llega un momento en que la antorcha quema. Hay que saber compartir la carga. 

Buenos Vampiros sabe de momentos inolvidables. Entendiendo que estamos conformados de esas instancias tan intrascendentes como significativas, la banda aplica su capacidad de registro en canciones de tres minutos repletas de ironía, con un romanticismo que evoluciona hacia el camp, el dramatismo áspero y, por supuesto, un sonido ajustado sostenido por una baterista (Mora) de lujo y un guitarrista (Nacho) que contagia disfrute.
Suenan «14 de febrero», «Momentos», «Tanques de guerra» y «Me paralicé», entre otras. La lista les permite mostrar matices, jugando con los contrastes, intensificando el ataque, aunque también tocar con mayor soltura.
Su primera visita, hacia finales del verano pasado, tuvo como objetivo presentarse ante un público desconocido, dejando en claro de qué va la banda. La empresa resultó exitosa, conquistando devociones. La segunda llegada del grupo marplatense tuvo una sensación más relajada, paseando por canciones de ambos discos, permitiéndose un disfrute que trascendió al público debajo del escenario. Esa comunión entre banda y público escapó de la obviedad: fue simplemente conexión. Daddy Rocks había logrado lo mismo un rato antes, con Nacho bailando a pleno entre el público. 

Hubo una pregunta flotando apenas se confirmó el lineup de FND y su respectiva locación: ¿Cómo iba a plantarse Dum Chica en el escenario del Galpón 11 que, entre altura y valla de contención, puede resultar tan remoto como ajeno? La respuesta llegó segundos apenas comenzado su show: se adueñaron de todo el espacio.  En su tercera visita en menos de un año, el trío hizo gala de una localía ganada luego de presentaciones magnéticas que desarticularon por completo la agotadora quietud del público rosarino, un logro que pocas propuestas (de acá, de allá y cualquier lado) alcanzan.
El FND sirvió para demostrar que Dum Chica tiene recursos de sobra: música, perfo, actitud y desparpajo. La boa de plumas, además, puede resultar clave cuando se la combina con los riffs de Fugazi.
Uno de los secretos de la banda radica en su dominio de la espacialidad: Lucy tiene la capacidad de ocupar todo el espacio, orientándose con su percepción, logrando analizar situaciones y representarlas.
El tamaño de tablado y la valla de contención quizás atentaron contra el vértigo físico que impuso Dum Chica sobre la gente en sus visitas previas, sin embargo, la situación sirvió para apreciar la maestría musical del trío que, sostenido por un bajo inexpugnable, manejan lo performático contagiando a la gente, pero fundamentalmente logrando un dominio del ruido. El micrófono de Lucy sirve como algo más que una herramienta de canto, generando musicalidad desde el reverb y el feedback. En sus contorsiones, además de expresión corporal, hay una instrumentación del sistema respiratorio. Cada grito, respiración o soplido se convierte en un elemento bien aprovechado. El bajo pasea por todos lados: Sumo, Rage Against the Machine, Amyl and the Sniffers, Rolling Stones, Stooges y Yeah Yeah Yeahs, entre otros.

Bubis  Vayins comenzó con la canción «¿A dónde voy si se termina el mundo?», que marcó la pauta de cómo sería el resto de su apuesta: una exhibición sensible, distorsionada y cautivadora de lo que la banda tiene para ofrecer. Las guitarras distorsionadas y los sintetizadores envolventes se mezclaron entre sí para crear una gran cacofonía de su sonido identitario: un vaivén tenso entre influencias académicas e indie autodidacta que proclama, corazón en mano, un lenguaje propio donde lo personal es político y lo lúdico es una herramienta de transformación.
Entre singles recientes y el estreno de un inédito todavía sin nombre, el quinteto se sintió energizado y listo para experimentar el festival con un disfrute compartido, algo similar a lo que se vivió con Buenos Vampiros. Ese sentimiento transmitido se relaciona con que, finalmente, luego de algunos cambios en su formación, finalmente encontraron el equilibrio ideal para el vivo. Si bien la banda siempre exhibió excelente forma (ensayando por horas y horas con una constancia envidiable) hay un disfrute de cada integrante que realza la escena. Se trata de un trabajo a puertas cerradas, pero también es testimonio del vuelo que tomaron en los últimos quince meses, tocando de forma asidua en distintas ciudades. 
Orgullosamente incapaces de encajar cómodamente en ninguna categoría, Bubis Vayins se inscribe entre las mejores propuestas contemporáneas porque proponen un viaje a través de una idiosincrasia generacional caótica, emocional y colorida que intenta encontrar algo de sentido real en una era de sobredosis de información, incertidumbre política y convicciones falseadas por un capitalismo desbocado y aniquilador. ¿Qué otra cosa pueden hacer más que resistir inventando mundos? 

Al igual que la incursión de la Vomit en Rosario, a principios de marzo, Mujer Cebra tuvo la responsabilidad de cerrar la jornada festivalera. Lejos de ser un peso, el trío parece estar listo al llamado de la acción. Con su energía característica aunque demostrando una musicalidad creciente, Mujer Cebra se confirma como un templo sónico capaz de rebasar lo meramente generacional para ir al encuentro de oídos melómanos interesados en la música alternativa  y el rock en general.
Mujer Cebra parece no tener prisa. Se entregan a la música porque están para eso. Por estos días transitan un estadio de despegue, abriéndose camino a través del público nuevo; tocando por todo el país; recibiendo buenas críticas a la par de polémicas agitadas por la prensa que les terminan rebotando a ellos; firmando flamantes contratos y nuevas canciones; viajando horas de ruta en micro, tren y avión. Son laburantes que, por ahora, se las arreglan para dejar todo ese ruido nocivo afuera, y darle electricidad a su propio ruido, una mezcla de influencias que atraviesan varias décadas.
Bien pasada la medianoche, el trío caminó una senda agitada entre hipnosis, nervio rockero, serenidad gaze y un virtuosismo que entiende cómo progresar sin volverse presumido.
Es interesante notar que Mujer Cebra no responde al manual de banda exitosa: casi no se comunican con el público, excepto por su música. Es el baterista Pato Seminara quien toma la palabra cuando llega el momento de hablar. Santiago Rocca, en guitarra y voz, lo expresa todo tocando. El bajista Gonzalo Muhape disfruta. No juegan a la complicidad con el público, tampoco ejercen un rol introspectivo o de apatía tímida (aquel que agotaba la generación indie del 2000), tampoco flashean sueños de cock rock guitarrero. Tocan y eso les resulta suficiente.

Sobre el final de la jornada, casi al borde  de las 2 am, el cansancio se siente fuerte, pero la mayoría del público todavía persiste, repleto de música. Hay una sensación de encuentro. No es poca cosa.
Afuera del Galpón, frente al Paraná, Sakatumba y unas Vampiras juegan un picadito con una botella de plástico como pelota. Sobra energía. Hay capítulos por escribirse.

 

 

Texto por Lucas Canalda / Fotos de Maesearan

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