PELOPINCHO: NADA ES PARA TANTO Y TANTO NO LO ES TODO

Pelopincho volvió a Rosario para formar parte de Chau Invierno, salutación primaveral del sello Remedio Casero Discos.
Surfeando por encima de la marea covidiana la banda repasa un periodo donde las canciones fueron la excusa ideal para sobrevivir.

“Ya se pueden ir a beber” comenta Shis frente al micrófono luego de agradecer y saludar a la gente. Desde las 21:29 en que sonaron los primeros acordes hasta las 21:59 cuando tocaron su última canción, los minutos se evaporan como un terrible acto de injusticia. Seguramente sería inteligente insertar aquí alguna cita de Einstein y su teoría de la relatividad, pero no la hay.
Chau Invierno, organizado por Remedio Casero Discos, retomó los esfuerzos que el sello rosarino venía sosteniendo en la vieja normalidad. Ahora se sienten como un nuevo capítulo de lo que solían ser los festivales cuasi comunitarios que se proponían antes que el aterrizaje covidiano.
Tocando junto a Torneo de Verano y Trauma Unicornio la cita devolvió a Pelopincho a Rosario.
Luego de una larga espera el quinteto llegó para presentar canciones frescas en un contexto técnico favorable.
Para la banda bonaerense fue una experiencia inédita tocar en un escenario tan grande. Había nervios, además de emociones fuertes por reencontrarse con el público local.
Por unas cuantas horas antes del reci, todo fue ansiedad y dolor en los dientes, como cantan lxs Bubis Vayins, quienes estuvieron bailando al costado del escenario.
Para Pelopincho una buena alternativa para calmar el nerviosismo pudo haber sido, como cantan lxs Bubis, tirarse a mirar dibujitos. En lugar de eso la banda simplemente eligió salir a tocar, proponiendo por media hora un micromundo animado digno de Scott Pilgrim.
Al igual que las tiras de Bryan Lee O’Malley, Pelopincho conforma su imaginario con elementos y personajes fuera de radar pero algo degradados por la existencia cotidiana: se trata de héroes anónimos encorvados, gastados por trabajos mal pagos, que pululan en la transición entre la adolescencia y la adultez, aferrándose fuerte a lxs amigxs (la familia elegida) para vivir aventuras donde la identidad, el (des)amor y el humor son clave. Entre tanto, por supuesto, hay construcción afectiva que contagia.
Canciones como “Qué me importa” y “Tijeras oxidadas” pertenecen a las FM de éxitos de un mundo más justo, bien acompañadas por hits de Daddy Rocks, Liz Marion, Los Bilis, Rayos de la Niñez, Gladyson Panther (también presente) y otros. Se trata de hits que no inventan nada nuevo, aún así poseen la virtud de transmitir e identificar, algo ausente en la mayoría de las playlists editoriales digitadas o de lxs artistas construidxs por campañas publicitarias o community managers. Son canciones simples y tarareables, lo suficientemente magnéticas para tener siempre guardadas en la cabeza, listas para cantar cuando sea necesario.
Frente a un público dividido entre burbujas respetuosas del protocolo y dos pasillos de gente parada con la necesidad de sentir la música a través de su organismo, Pelopincho tocó un puñado de canciones veloces repletas de color y frescura. Sobre el costado hasta se armó un pequeño pogo amistoso. Apenas fueron segundos, pero se sintieron más liberadores y vivos que 18 meses de estar atrofiados en las sillas o en el sofá de casa, muriendo lentamente ante un bronceado de Netflix. Otra vez sería ideal citar a Einstein. Pero no.

El movimiento parece ser un factor clave para repasar el historial del grupo. La cubierta comiquera de Zona Surf (2018) muestra a unx surfista ñoñx en pleno equilibrio sobre la ola. Se trata de un personaje que, mientras domina la cresta, también luce preparado para saltar al asfalto, para caminar, para meterse en algún pogo amigable. Aún cuando tiene una pata de palo, está listo para la acción.
Loop adolescente, su más reciente disco, tiene una bicicleta vintage en la cubierta. También, la bici está lista para rodar, simplemente espera que alguien se suba y empiece a pedalear. En este caso, la invitación es abierta: es la persona que se acerque a oír la que tomará el control del manubrio.
El movimiento, por momentos, se traduce en tiempo ocioso pero permeable. Lxs músicxs de Pelopincho pasan mucho tiempo en colectivos, trenes, bicicletas. Se mueven -viajan- para ir a trabajar, ensayar, estudiar e ir a recitales. Por supuesto, siempre van bien acompañadxs de sus auriculares y algún libro.
Sus GPS personales hacen base en Boedo, Gonzalez Catán, Barracas y Quilmes. Viven y trabajan allí donde los límites entre Capital Federal y Conurbano se borronean. Se trata de un territorio que quizás no tenga un nombre propio pero sí goza de identidad elocuente. Una impronta musical que siempre sobrevive latiendo fuerte a un costado de las tendencias del mercado y de las propuestas mainstream que desde CABA barren todo el país.
Ese movimiento que los lleva a lugares y ahora los hace vibrar juntxs como Pelopincho ya lxs había reunido incluso antes que existiera la banda o que ellxs mismxs lo supieran. Como una fuerza del destino, vivían experiencias a la par. “Nosotros ya íbamos a todos los recitales de antes. Tenemos fotos juntxs aún cuando no nos conocíamos”, cuentan sobre la prehistoria de la banda.
“El punk es nuestra masa madre. Venimos todos de ahí”, confirman entre risas, sabiendo que están tirando un titular amigable y casi digno de alguna remera.
La descripción les sienta bien. Se aplica estéticamente a su banda pero también se hace extensivo a una gran movida que existe por todo el conurbano bonaerense donde coexisten mil propuestas en un corredor saludable que, generalmente, está por fuera de la movida independiente que goza de mayor visibilidad.
Pelopincho patea los mismos caminos que Los Bilis, Rayos de la Niñez, Nico Yonki, la Surfer Rosa y varios integrantes del roster de Fuego Amigo Discos. Podría mencionarse muchos grupos más ya que hay un circuito fuerte por aquellas latitudes.
Por encima de la diversidad estética hay algo que se repite como un patrón en muchas de las bandas: temas de tres minutos que se pegan para cantar y bailar; unas criaturas coloridas e irresistibles, hijas bastardas de treinta años de rock divertido y sin pretensiones.
“Somos partícipes de una misma escena. Coincidimos en muchas circunstancias. A toda una generación nos une el punk”, observan lxs Pelopincho.
A través de todo el Gran Buenos Aires hay una necesidad de generar movimientos identitarios. Las calles tienen un sabor único, se patean vivencias que hermanan, es menester erigir una antena propia que transmita esa subjetividad.
“Encontrar espacios que vos sientas como propios es una meta”, señala la banda. “Es necesario encontrar la pertenencia en tu propio barrio. Surgen las movidas porque hay necesidad de no tomarte un bondi para viajar, de no esperar tres horas un bondi para volver a la noche. Es la urgencia de tener algo a mano”.

Como banda musical Pelopincho está integrada por Shis en guitarra y voz, Tom en guitarra y voz, Row en teclados y voces, Fran en el bajo y Chuli en batería. Funcionan como unidad colectiva y lista para cualquier desvío de espontaneidad. Eso significa que están siempre listxs para las canciones que aparezcan al igual que a los momentos que lleguen durante el proceso de hacerlas.
Como grupo humano Pelopincho está integrado por cinco seres de sonrisas francas y miradas cálidas que pasan el tiempo en un bucle de risas que surgen de un baúl de vivencias (no tan lejanas) que incluye desde comer mandarinas en lugares impensados (y con el riesgo de haber sido meadas) hasta aulas atestadas por tufo a tutucas. El quinteto se ríe. Y mucho. También lloran, a veces.
La química lxs conduce a través de los procesos propios de la vida. Atraviesan vivencias como banda, pero también como individuos. La música siempre estuvo allí para acompañar en momentos claves. Desde hace unos pocos años, su principal antena musical es Pelopincho. Desde entonces están siempre unidxs.
De nuevo: se ríen mucho. Un comentario potencia al otro. Se arma una cadena de risas. Siempre listo para alguna ocurrencia está Fran, que maneja un millón de referencias de cultura popular listas para meter como bocadillo. Salta con citas y tonos de Los Simpsons, así como también absurdos cotidianos que saltan de la televisión a este momento: “Hola Santiago, necesitamos la música para Telenoche porque Santo Biasatti está enojado. ¿Podés hacerla?”. Shis no se queda atrás. Parece tener la risa más contagiosa del mundo. Se escucha en el pequeño patio donde la banda está reunida tomando un café post almuerzo. Pero también más tarde, caminando por las calles, en dirección a la estación de trenes de Antártida Argentina. Irresistible y poderosa, su risa va pasando de persona a persona.
La amistad es palpable. Probablemente sea justo decir que también se contagia. Por eso para su regreso a Rosario se acercaron varias bandas a escuchar y a saludar.
Esa buena onda devino en amistad hace tiempo, evidenciando algo importante en Pelopincho: son una banda que vibra en una sintonía old school, generando lazos con sus colegas a través de fechas de ida y vuelta.
No sorprende que la banda haga base en dos sellos gestionados desde una impronta DIY como Remedio Caseros Discos y Vegan Records. Para Pelopincho los aprendizajes comunitarios de diferentes circuitos (punk, hardcore, indie) se extienden a toda hora y circunstancias. Las facilidades del mundo virtual son herramientas fundamentales, pero por encima de todo, prevalece lo humano. El abrazo cercano, la risa cómplice, las ganas de compartir momentos ya sea sobre el escenario, poniendo el lomo para preparar la sala o compartir una Pepsi con limón a la sombra. Aunque quizás la Pepsi ya no tanto, porque cambiaron la fórmula sospecha Shis.
Chuli, Tom, Row, Fran, Chuli y Shis comparten todo. En los buenos días comparten alegría. Cuando pinta bajón, también. Ahora, una tarde de primavera luego de una noche inolvidable, las risas se quintuplican y se escuchan en la tranquilidad del horario de siesta.
Con el sol invadiendo las calles de techos bajos del Fisherton laburante, Pelopincho comenta la alegría que significó la movida de anoche, cuando compartieron el escenario junto a Torneo de Verano y Trauma Unicornio.
“Nunca en la vida habíamos tocado en un lugar así. Fue la primera vez que tocamos en un escenario tan alto”, dice Tom con una sonrisa incrédula.
“Todas las piernas estaban temblando”, revela Chuli.
“Siempre nos juntamos antes del recital y lloramos. Nos ponemos en clave emo. Sentimos la responsabilidad porque entendemos el esfuerzo de un equipo de trabajo. Queremos hacer las cosas bien, dar lo mejor. La reciprocidad es fundamental”, reflexiona Shis.
“Lo bueno es que entramos en crisis todxs. Nos acompañamos en todo. Yo un día estuve ensayando seis horas. Quería estar lista para todo. Hacíamos cadena sintiendo ese miedo”, confía Row.

Loop adolescente llegó en julio de 2021, temporada alta de olas covidianas por todo el país. A través de los 21 minutos de duración las canciones tienen un resabio de aceptación, frustración y angustia que marcan una época compleja para la humanidad. Por encima de la escala micro que transitan los ocho temas, el disco exuda apatía, delirio, agotamiento, desamor, hastío, soledad y más frustración: Loop adolescente va mucho más allá de lo obvio. Una escucha superficial podría arrojar resultados de un lindo ejercicio lofi de twee pop directa, quien preste el oído podrá descubrir algo más.
Algunos puntos a tener en cuenta para descubrir (o repasar) el disco que está disponible en plataformas y fue editado en cassette por Remedio Casero Discos.
– Como vocalista Shis logra ir de un tono frágil hacia una actitud decidida sin abandonar su sensibilidad. Además puede cantar melódicamente sin recurrir al uso engorroso de Auto-Tune. No es poco para canciones de punk rock de una voz autodidacta. Sin tener una voz privilegiada acepta sus limitaciones y crece desde allí.
– Los estribillos son sencillos y pegadizos siempre bien acompañados de artesanía pop a escala detallista. Coros, sampleos, teclados: ganchos que se quedan pegados en lo profundo del centro auditivo del cerebro.
– Las guitarras melódicas optan por intensificar matices poperos en lugar de ser protagonistas  absolutas. Para Pelopincho la intensidad se gana en vivo, sin embargo, no resignan color por darse al volumen de cliché rockero.
– Las letras manejan una sutileza a priori naive, pero que pronto se descubren por lo que son: una bitácora de jóvenes laburantes atravesados por la precarización laboral, la fatiga digital y el existencialismo come cabezas de siempre.
Pelopincho sublima la angustia, la alienación y la frustración y lo hace pop. El bajón va más allá del encierro y la distancia con todo lo que constituye al ambiente de amor contenedor que nos hace personas: las canciones ponen sobre el tapete lo jodido de un tiempo donde, con un virus asesino inserto en un sistema capitalista expulsivo y explotador, fue difícil mantenerse vivo, humano y con un dejo de salud mental.
Aquí es necesario apuntar la piedra angular ética de Pelopincho: Fun People. Si alguna vez la banda encabezada por Nekro nos dijo que había que mantener nuestro espíritu con humor, con Loop adolescente Pelopincho nos demuestra que entendieron la lección y estuvieron a la altura de las circunstancias.
¿Qué se puede hacer salvo hacer canciones? El quinteto no se gastó en elaborar una respuesta. Sencillamente pasó a la acción y se despachó con un puñado de canciones proletarias de una época que apretó al cuello a la clase trabajadora y en que mucha gente quedó librada al azar de un sistema desigual.
“Son tan cortos los días y no hice nada” cantan en «24 horas no son nada» como la postal propia de un año eterno donde la realidad obligó a aferrarse al trabajo con el único objetivo de sobrevivir a un día para encarar el otro, casi de forma resignada.
Cuando la muerte se pone de moda un abrazo es una trinchera de resistencia, pero también el recordatorio de lo que nos hace humanos. La letra de «Kevin McCallister», con su línea “Tengo ganas de abrazarte una vez más”, no puede pasar desapercibida como una canción naif dentro de un contexto de familias (léase familia más allá de la definición/limitación biologista) separadas por confinamientos, distancias y muertes.
«Los dinosaurios», el primer simple adelanto de Loop adolescente, llegó en 2020. Por encima del estribillo referido al laberinto asfixiante de redes sociales, Shis cantaba en tono algo agobiado: “La gente enloquece por ir a comprar/ la histeria colectiva me hace re mal”. El tema llegó apenas tres meses después que la OMS declarase al COVID-19 como pandemia. Pero la canción se inspiró en las primeras semanas de frenesí acumulador que vivieron las calles argentinas. Las escenas explícitas (y desesperadas) por hacer acopio de papel higiénico, ahora quedaron relegadas a un estado de negación y vergüenza ajena a nivel nacional, sin embargo, pertenecen a un timeline que decididamente es actual. En aquellos tiempos Shis trabajaba en un supermercado, cumpliendo turnos y sobreturnos nunca remunerados como corresponde. Fueron jornadas interminables de hastío, exposición y agotamiento. Al final, solo volvía a su casa para llorar de cansancio (mental y físico) solo para encontrar en la sobreexigencia capitalista de seguir produciendo para su banda simplemente para no quedarse atrás en la demanda irreal de novedades que exige el ritmo de una industria musical hermanada con las RRSS.
Probablemente Pelopincho no se considere una banda política. Sin embargo, lo personal es político. Cuando una persona está entregando cuerpo, alma y mente a un círculo nocivo, la pulsión creativa termina exudando una tensión política de manera inexorable.
Lo interesante es que las canciones no bajan línea de forma patética. Pelopincho está lejos de definirse (o considerarse) una banda de punk rock contestaría. No obstante, sus canciones tienen la virtud de una sensibilidad social que lxs atraviesa permitiéndoles alcanzar diversas orillas.

Originalmente, la idea era editar un EP, pero pasaron cosas. Cuando la avanzada covidiana llegó Pelopincho estaba grabando maquetas con ideas ya trazadas aunque no definitivas. La pandemia obligó a recalcular el camino.
Al quinteto no le quedó otra que seguir adelante desde sus respectivas casas. El verdadero desafío fue coordinar horarios entre tanto contraste.
Cada unx atravesó 2020 y 2021 a su manera. Lo importante es que hoy pueden contarla, sabiendo que la apuesta resultó.
Tom se convirtió en héroe y tomó la iniciativa, abrazando el rol de productor. Con una sonrisa tímida y mirada discreta, el guitarrista mira al piso y se ríe cuando sus compañerxs dicen que fue héroe, jefe y la voz responsable. Modesto, acepta el rol que le tocó, pero deja en claro que pidió orientación todo el tiempo.
Para el resto del grupo, el proceso de desarrollo del disco significó un revoltijo de sensaciones. Al final todxs salieron mejores, pero mientras tanto tuvieron que lograr un equilibrio que les permitiera llegar a buen puerto musical al mismo tiempo que convivian con la realidad pandémica de sostener laburos, dedicarse a la banda, mantener una vida personal y, encima, conservar algo de cordura emocional en toda la locura pandémica.
Para Tom la cosa fue por etapas. Al principio hubo pesadumbre porque la pandemia llegó justo una semana después de haber grabado demos en el estudio, arruinando todos los planes. Días después esa sensación amainó.
Había una realidad: la situación era más grande que él, que la banda, que todo. La otra verdad ineludible era que tenía mucho tiempo libre. Así empezó el camino de productor a la fuerza.
Tom empezó a trabajar desde las maquetas. Hacía y mostraba al resto del grupo.
Lo que empezó como algo paulatino derivó en una velocidad crucero ideal. Sin presiones la cosa funcionó. Cuando se dieron cuenta ya estaban lanzando los simples.
“Nos re cebamos y empezamos a tirar material. ¿Qué otra cosa íbamos a hacer? Estábamos en la incertidumbre. Fue cuestión de ahora o nunca”, cuenta el Chuli.
Según Tom, “fue engorroso, pero creo que fue para todas las bandas así. Nos agarró con un disco atravesado. Fue difícil, pero pudimos sacarlo adelante”.
Detrás del trabajo de Pelopincho existió un sentido de responsabilidad por las canciones. De forma comunitaria el esfuerzo fue tomando forma mientras afuera, en el mundo real la situación seguía repleta de incertidumbre.
Por encima de su propio esfuerzo llegó una energía exterior que también sopló a favor. “Hubo un factor de bandas amigas que nos contagiaron” señala Shis. “Aparecieron discos que nos hicieron ir por más”.
Sentados alrededor del grabador, fumando y tomando un café, admiten que los tiempos de cuarentena fueron duros. Lo vivieron en sus respectivos barrios, piloteando la situación entre afecto humano y animal. Entre perros y gatos, aprovecharon para desprejuiciarse y disfrutar desde otra óptica. Por eso la pandemia dejó varias lecciones, entre ellas, parar la oreja por encima de sus propios lugares comunes y posturas. La vivencia cotidiana los hizo repasar la discografía de Patricio Rey, conectarse con sus hermanxs menores que les llevaron data fresca de Cazzu o lxs acercaron al Duki.
Por supuesto, ahora miran hacia atrás con alegría. Hoy tienen aprendizajes sobre sí mismxs. También sobre la energía colectiva que lxs une.
Con todo, no subestiman las etapas de bajones feroces. No hay discursos frívolos sobre superación o como el amor propio funciona como inmunidad ante una realidad hostil.
“Me deprimió mucho todo” confía Shis. “Yo estaba trabajando en un supermercado, muchas más horas de lo habitual. La energía de la gente era muy de mierda, estaba todo el mundo en clave apocalipsis. Era llegar a casa llorando. Re agotador”, comparte.
El mundo real era demasiado. No quedaba otra: había que decir lo que hacía falta decir.
“Hacer el disco durante la pandemia fue algo feliz. Nos dio algo para mantenernxs ocupadxs durante el final del mundo”, observa Row.  “Haciendo canciones sabíamos que iba a estar todo bien”, sintetiza.

Pelopincho se formó hacia finales de 2017. Su camino todavía es breve como para andar perfilando a su base de seguidorxs que es modesta, pero fiel. Revisar su rastro digital arroja resultados de escuchas en Buenos Aires, Rosario y La Plata pero también más allá de las fronteras de nuestro país como Perú o México.
¿Quiénes conforman su público? De aquí y de allá llegan personas que esquivan las etiquetas y definiciones innecesarias.
Entre tantas suposiciones algo es real: su música genera atención en más de una generación. Sus fechas reúnen adolescentes con punk rockers +45 que perciben un espíritu de vieja escuela en estas canciones entrañables que raramente exceden los tres minutos de duración.
Este joven quinteto de la provincia de Buenos Aires no inventó nada. Tampoco se desmarcan por ser virtuosxs.  Y sin embargo, gustan, conquistan, encantan.
No hay secretos, ni fórmulas. Pelopincho es cancionero. Ya sabemos: las canciones (al igual que las penas) son de nosotros.
Buscar una respuesta satisfactoria se complica. Pero algo de Marcel Proust viene a la mente: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”. Pelopincho tiene nuevos ojos aunque probablemente nadie lo sepa. Ni siquiera ellos mismos.
Repetimos: el recurso adolescente esconde mucho más. Las canciones del quinteto albergan una energía sanadora. La posibilidad de imaginar que algo más es posible nos envuelve en una burbuja al menos por un rato.
“Crecer duele. Nos une ese ánimo. Hacemos humor con eso”, dice Shis detrás de sus gafas oscuras. “Por momentos pensamos que esos chistes pueden dejar afuera a la gente que no nos conoce, pero igual vemos que llega” explica mientras se acomoda el pelo, revelando un tatuaje de El Principito.
“En las canciones simplemente apuntamos que pasan cosas todo el tiempo. Afrontar lo difícil es parte de la vida. Es difícil no estar preparadxs para un montón de cosas”.
“Tener la intención a veces es suficiente. Intentarlo es super válido. No todo es épico. Tratar es importante”, observa.
Con sus palabras Shis reflexiona algo real: para una generación de nativxs digitales bombardeada sensorialmente desde su nacimiento hasta su adultez, el deber ser aprieta como una soga al cuello que cada vez quema más.
En tiempos de hipervelocidad feroz , el capitalismo va al punto: descubre el resultado; vende el producto terminado; visibiliza el producto listo para ser vendido/comprado, listo para ser consumido. En la ferocidad reduccionista no hay tiempo para mostrar nada más que el producto final: jamás se comunica el proceso de trabajo, las etapas de aprendizajes o las frustraciones que conlleva cada resultado/productor.
Años de imperativos de consumo que se traducen en poco más que un adoctrinamiento que genera angustia y frustración. Desde el “Just do it” a “Impossible is nothing” a los engaños del cine como “Do or do not there is no try” (perdón Yoda, pero al final no sos más que una marioneta del Sistema. Literalmente).
La ferocidad del capitalismo, descendiendo de forma omnipresente, demanda y alardea de resultados/productos creados desde un mundo irreal: detrás de cada producto victorioso que viene a cambiar nuestra vida existen miles de historias poco glamorosas que no acceden a realización de ningún tipo: no existe la realización que proponen los slogans para cientos de miles de trabajadorxs precarizados y anónimxs del tercer mundo. Pelopincho canta desde allí sin quererlo. Cuando Shis dice “no todo es épico” o “intentar es suficiente” debe interpretarse como una afirmación de su humanismo; una lección aprendida luego de años de trabajar, intentar, hacer y tener la seguridad que no existen las conclusiones felices creadas por el imaginario de un sistema perverso, más bien es todo pequeño, humano y de un amor poco instagrameable.
Dejando de lado esa aproximación tan cerebral (pero no menos real), hay razones más simples para el encanto de Pelopincho. Otro de los atractivos del grupo reside en poder pensar en el guiño adolescente como la certeza de que siempre existirán sentimientos que resulten nuevos. Pelopincho rescata de la adolescencia esa capacidad de curiosidad necesaria, la sensibilidad a flor de piel y el espíritu inquieto que lleva a experimentar cada minuto como si fuera nuevo.
En tiempos demasiado cínicos, ofrecer una sonrisa sincera es un pequeño acto de resistencia. Pelopincho anda por ahí, surfeando por encima de lo nocivo, sobreviviendo para darnos canciones. Se trata de canciones simples, pero es suficiente. Ya lo dijo Einstein: “Todo debería ser hecho de la forma más simple posible”.

Por Lucas Canalda + Renzo Leonard

 

 

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