MONTE PALOMAR ENTRE LAS FORMAS DEL AIRE

Entre elementos de psicomagia y de psicodelia inmersiva, Monte Palomar se convirtió en una propuesta transversal única dentro del circuito musical rosarino. Su identidad, en algún lugar entre el doom y el psych, radica en la fisura del orden de nuestro universo previsible. Recientemente publicaron Nadir, nuevo material y primer larga duración de su carrera.

En una era signada por la sobredosis de la información, son contadas las ocasiones en que se presentan ejercicios imaginativos para estimular cabeza y corazón. ¿Cuáles son las formas del aire? ¿Cuántas respuestas posibles tenemos entre manos?  El juego de interpretación podría ser infinito, como una treta lúdica creada por Ítalo Calvino.
¿Qué clase de banda es Monte Palomar, que se inscribe en el juego de las formas, procurando estímulo e inmersión, mientras despista sobre su propia presencia? ¿Quiénes son estas cinco personas, vistiendo negro profundo, que hacen de los elementos musicales una experiencia inmersiva con recovecos de psicomagia que une a Castaneda con Crowley y a Iommi con Sagan? 
Prog metal; Stoner doom; Witch Metal; Heavy psych; Gaian Doom: son varias de las etiquetas que podrían aplicarse al grupo. Sin embargo, ninguna les define puesto que habitan la música de manera orgánica, indiferentes a las restricciones limitadoras. Todo es parte de una identidad gestáltica que compone a una banda que trasciende géneros, tribus y curiosidades. 
“Para quien quiera escuchar”, dice una línea de «Las formas del aire» de Nadir, su más reciente trabajo, en una convocatoria a jugar con la curiosidad y la alquimia a partir de miradas que se bifurcan a través de un prisma. 
¿Qué hay detrás de esta banda que se multiplica en las calles, mediante remeras que van y vienen, con ese nombre llamativo? ¿Qué piensan las mentes responsables de una banda que emerge del nicho, logra la transversalidad sin hacer concesiones y crece en el dañado circuito recitalero rosarino? 

Monte Palomar transita la movida como un templo sónico de magnetismo hipnótico que trasciende las micro escenas para anotarse entre los mejores actos en vivo de la actualidad local. El grupo está formado por Sasa Fontana en voz y letras; Pablo González en guitarra y sintetizador; Alejandro González en guitarra; Eric Flägel en batería y percusiones; Leo Salani en bajo. 
El quinteto se consolida con una propuesta musical que apela a cultores de género, audiófilos exigentes y a un tendal de colegas que encuentran precisión en la ejecución, arreglos elaborados, sonido (mayormente) impecable y una identidad distinta.
Creciendo a paso decidido desde 2015, Monte Palomar tiene las cosas en claro: sabe cómo quiere sonar; qué quiere decir; cuál es la manera justa para presentarlo. Esa claridad es una virtud que sostiene y conduce al grupo hacia adelante, procurando pasos certeros, reduciendo el margen de error casi al mínimo. Por supuesto, no son infalibles. Sin embargo, comprendiendo sus herramientas, posibilidades y limitaciones, logran un saludable equilibrio. De esa forma, ejercen una responsabilidad que no deja nada librado al azar.
La banda aparece cuando tiene algo para mostrar; rompen el silencio cuando tiene algo para decir; suben al escenario cuando cuenta. Son como una especie de Kaiju autóctono: cuando emergen de la cueva, el suelo tiembla, para bien. 
Desde 2022 sus shows en vivo estuvieron complementados por una puesta visual que prioriza la fluidez sensorial, obviando la pirotecnia redundante. Como banda independiente, trabajando todo a pulmón, sus recursos son acotados, aunque siempre supieron dominarlos de manera óptima sin necesidad de aditivos.
En su camino se fueron granjeando el respeto de una escena rosarina fragmentada, logrando la atención de varias esquinas estéticas. En cada fecha de Monte, el público está conformado por un saludable rejunte de caras conocidas (para los habitantes del circuito under) que vienen del metal, el rock, el indie, el hardcore, el punk y la fusión. ¿Están llenas las fechas de Monte Palomar? A veces sí, otras no. ¿Suenan sus shows? Siempre. ¿Son los recis de Monte Palomar un punto de comunión para distintos subgéneros? Efectivamente: las ferias despliegan metros y metros de material específico como cassettes, vinilos y compactos de grupos de culto, además de libros, fanzines y demás publicaciones, visibilizando una subcultura sustentable.
“Nos sentimos parte de una movida. Hay todo un movimiento. Y sin ese movimiento, nosotros no hubiéramos salido a la luz. El tiempo hace que uno se sienta más asentado”, explica Sasa. “El estilo no es tan popular. Siempre será under. Pertenecemos ahí. Sin embargo, somos parte de ese plano general porque habitamos la ciudad”, agrega la cantante, compositora y frontwoman.
“Creo que somos parte de algo.  Estamos dentro de un subgénero y dentro de lo que es el rock y metal rosarino. Sabemos que lo que hacemos es bastante de nicho, o sea, se necesitan ciertos oídos”, considera el baterista. “Logramos continuidad con nuestra persistencia. Nos tomamos las cosas profesionalmente. Hacemos con ganas y desde hace tiempo. Tenemos nuestro lugar”. 
“Siempre tenemos esa discusión interna sobre qué hacemos, qué género somos; si nos limitamos a hacer algo puntual u otra cosa”, interviene Pablo. “Tratamos de no limitarnos”. 
“El foco es la música, después, lo que venga, será por providencia”, afirma Alejandro. “No estamos muy pendientes de lo que puede llegar a suceder, nos concentramos en las variables que nosotros podemos manejar con nuestra música”. 

Nadir llegó sobre el final de 2023, pero la fecha de publicación es apenas información para base de datos.  El disco se forjó en el calor del vivo, en noches por Rosario y otros puntos geográficos del país.
Las composiciones fueron desde el seno íntimo del grupo al fuego de los escenarios, para perfeccionarse en un proceso minucioso. Grabación, mezcla, masterizado: todo fue elaborado con cuidado y aprobación de cada integrante de la banda. Al respetar esos procesos internos, Monte Palomar abrazó la facultad del tiempo propio, sin correr detrás de calendarios ajenos, priorizando la armonía de su núcleo y, por ende, respetando la entereza de las composiciones.

El disco tuvo su presentación los primeros días de marzo, en Galpón 11, junto a IAH y El Brujerío. Esa noche, el público se encontró de manera formal con el material que venía escuchando desde hacía tiempo, además de una canción del disco nunca tocada en directo. El eje de formalidad protocolar de presentación se corrió un poco, para abrazar a un material conocido ya familiar para la cabeza de su audiencia.
“Son temas que se venían trabajando hace mucho y que tomaron cuerpo gracias a la repercusión de la gente, gracias al feedback al tocarlos”, cuenta Fontana. “Esa completud  se dio en un tiempo alargado. La fecha fue como que al fin logramos cerrar este capítulo del cual veníamos trabajando tanto”. 
“Sentíamos que era difícil presentar el disco como así, con toda la pompa.  De hecho, fue una charla que tuvimos: ¿hacemos presentación de disco oficial? Decidimos aprovechar. También era dar vuelta la página. Esto ya queda sentado, este trabajo queda registrado”, comparte Flägel.
Según Pablo, “presentarlo así fue hasta el liberador, en algún sentido.  Consolidamos esto, podemos pasar a hacer otras cosas. Podemos concentrarnos en hacer cosas nuevas que van apareciendo y nos van gustando”.
“Estamos orgullosos de este material, es algo en el que venimos trabajando mucho tiempo”, concluye Sasa. 

Compuesto por siete canciones, se trata de un LP logrado y maduro que demanda una debida atención en cada reproducción. Ninguna escucha está cerrada o es definitiva. El disco oculta sutilezas, pero mejor aún empieza a sugerir un entramado identitario propio: si Cénit, el EP debut, versaba sobre la capacidad infinita de aquellos que nos envuelve, Nadir señala la terrenalidad que nos hace humanos, demasiado humanos. Aquí la profundidad de mirada está enfocada hacia adentro, en procesos indagatorios que alcanzan hasta las raíces más difusas. Los retazos sociopolíticos están ahí, sin develarse de manera burda. Hay canciones atravesadas por lo inapelable de los últimos años: pandemia, división, fanatismos, decepción, hastío, necesidad de futuro.
En el viaje de 38 minutos que propone Nadir, es interesante encontrar el subtexto de las canciones. Afortunadamente, nada está atado a la literalidad. El viaje es un ejercicio de descubrimiento.  ¿Cuáles son las formas del aire? Monte Palomar no ensaya una respuesta probable. Sus canciones prefieren habitar el interrogante. En ese acto poético, tan exploratorio como sugerente, se hacen fuertes, logrando una identidad que elude lo previsible. 
En sus canciones -desde las nuevas hasta las primeras- puede notarse que indagan en un espacio posible: la fisura en el orden de nuestro universo previsible. A Monte Palomar le interesa rondar ahí donde lógica, percepción, sentidos y pensamiento concreto se confunden, al menos por un rato.  

Una noche cualquiera bajo el influjo de Monte Palomar asegura emociones musicales varias:  psicodelia cósmica, riffs fangosos, armonías oscuras, arreglos arábicos, ritmos lentos y distorsiones opresivas. Sin necesidad de redundancias, la gente entra en el trance, disfrutando la conexión.
No hace falta decir que el circuito local de salas pequeñas y medianas se queda tullido al momento de albergar propuestas de impacto sonoro considerable como la de Monte. Es una problemática general que la ciudad arrastra desde hace quince años. Ese timeline puede extenderse cuando miramos las normativas dedicadas a las normativas municipales que mezclan nocturnidad-cultura-trabajo sin ningún tipo de miramiento contemporáneo. 
En tiempos recientes el quinteto supo aprovechar la infraestructura del Galpón 11 -un espacio estatal- para lucirse en óptima forma, además de triangular encuentros cumbres con bandas locales y del resto del país. En la amplitud del Galpón la banda pudo demostrar su poderío en toda su extensión, en un despliegue de sonido, proyecciones y luces.
Amén de las comodidades que ofrece la clásica sala ribereña, el grupo sostuvo fechas en otros puntos de la ciudad, lidiando con distintas circunstancias. En el gesto de moverse reside también la necesidad de refrescarse, explorando otros formatos o, sencillamente, mostrarse en otros contextos. Lo cierto es que, a medida que la apuesta se incrementa, la infraestructura representa un desafío complejo por partida doble: en primer lugar, la banda debe mantener el nivel técnico obtenido, además, por otro lado, es menester brindar un espacio de comodidad para su público. Nadie dijo que sería fácil. Sin embargo, siguen adelante, construyendo y apostando. Después de todo, en la variedad está el gusto.
“La clave está en nuestra capacidad de adaptación. Nos gusta tocar. Entendemos las opciones que están disponibles. Sabemos adaptarnos a todas las propuestas para no perdernos de nada”, destaca Sasa.
“Moverse siempre es un desafío”, admite Salani. “Se trata de ejercicios lindos”, agrega. “Encarar un lugar para tocar sin PA, directo del equipo, buscar hasta saber que vas a sonar lo más parecido a tener un sonido. Las veces que lo hemos hecho nos quedamos conformes con el resultado. Prendimos, enchufamos, ecualizamos y tocamos. Hubo que ajustar, pero sonó bien. A veces hay contingencias, pero en general es positivo el desafío de bajar la parte técnica y ver cómo resuelvo”.
“Consideramos que estos espacios son bastiones que mantienen viva la escena. Sin esos lugares hay bandas que no podrían ni surgir. En Rosario no le dan mucha oportunidad al género. Entonces estamos muy agradecidos con todos estos lugares que plantean estas movidas”, sostiene Alejandro.
“Nos gusta participar en todos los escenarios. Ir a un lugar como Puerto de Ideas, donde no hay nada, o sea, ni escenario. Tener contacto directo con la gente y el sonido lo arreglamos como podemos. Ahí somos todo: de sonidistas hasta iluminadores. Después tenemos lugares con el Galpón que, por suerte, nos da la posibilidad de armar un show mucho más preparado, bien polenta, muy bien pensado”, confía el baterista. “Lo bueno de las fechas grandes es que podemos involucrar a más gente, desarrollar algo importante con muchas cabezas metidas”. 

Para comprobar que Monte Palomar rebasó el nicho hasta convertirse en una propuesta transversal a todo el circuito no hace falta más que pasearse un rato entre la gente presente en sus shows. Como se afirmó antes, el público es variopinto, llegando desde movidas varias.
Gran porcentaje de la audiencia de Monte Palomar está integrada por artistas, en su mayoría, músicos y músicas. Ese dato no pasa desapercibido en una escena donde los recelos y las fricciones están a la orden del día, siempre restando.
Otra manera de comprobar la llegada de la banda es simplemente caminar por las calles de la ciudad. Una tarde. Alguna noche. Deambular sin sentido alguno, hasta que, de repente, te cruzás con alguien que viste la remera de Monte Palomar. Una vez que lo notás, aparecen más. En ese sentido, sucede algo curioso: las remeras del grupo pululan por Rosario, venciendo barreras y pronósticos, contrabandeando la propuesta de aquí para allá. 
Las remeras de Monte Palomar trascienden las esferas recitales manifestándose en la vía pública, gracias a un fandom que se extiende. Se trata de algo más que el bancar la camiseta desde la concepción futbolística: es la multiplicación orgullosa de pertenecer a algo tan bueno que es necesario compartirlo con el resto del mundo (la ciudad). Ahí opera una lógica que invierte el pensamiento de gueto, tradicionalmente cerrado y temeroso a los de afuera: esto tan valioso para mí, quiero compartir con el resto del mundo.
¿Acaso Monte Palomar ostenta el singular honor de banda querida por la gente y por la mayoría de sus colegas? Sus integrantes sonríen ante semejante elogio, pero entienden que no pueden hacerse cargo de tanto. No obstante, comprenden ese cariño que se genera a su alrededor.
“Tenemos muy buena relación con muchas de las bandas”, considera Alejandro. “Todos tratamos de apoyarnos, de ir a fechas, de compartir discos. Es reciproco el apoyo. Vienen a vernos a nosotros y nosotros a ellos”. 
El guitarrista, además, reconoce que “otros músicos puedan verte en vivo te da como otro picante la hora de tocar. Te pone como un poquito más a prueba. Hay que estar a la altura de las circunstancias”.  
“El hecho de que no hacemos ningún estilo en particular hace que no nos pongamos en situación de competencia con nadie. Entonces compartimos toda la escena”, expone Sasa.  “Estamos agradecidísimos de que eso pase”.
Como dato de color, Fontana trae a la memoria un episodio sucedido en diciembre de 2022, la noche previa a la final Argentina-Francia, cuando el quinteto tuvo una fecha en Puerto de Ideas, junto a Serpent Cobra: “alguien vino al show vistiendo una remera de Monte Palomar que nosotros no habíamos fabricado. Alguien se había hecho su propia remera, usando una foto que nos había sacado en una fecha anterior. Ahí nos dimos cuenta de que algo estaba pasando. Creo que fue el punto de quiebre para decir sí, realmente estamos consiguiendo que la gente nos acompañe en esto. Es maravilloso”. 

 

 Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

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