LA VELOCIDAD DEL PAISAJE SEGÚN MOCCHI

Con dos fechas agotadas en Casa Brava, Mocchi volvió a Rosario para hacer lo suyo: cantar historias, derrochar expresividad y demostrar los aprendizajes del complejo contexto pandémico.

 

Mocchi regresó a la ciudad de Rosario tras un año de ausencia. Su última visita, en enero de 2020, había dejado al público local maravillado luego de una noche repleta en Casa Brava junto a la cantautora Papina de Palma. Trece meses después –casi la misma extensión que lleva transcurrida la pandemia del COVID-19- trajo sus canciones para reencontrarse con su público fiel y presentar un show atípico, pero igual de poderoso. Por eso, vieja normalidad, presente anormalidad y segundas olas de contagio comparten una férrea certeza: Mocchi y Rosario son dos a quererse.
Ambos conciertos dejaron en claro que el norte de Mocchi se rige bajo el deseo. Su objetivo es cambiarlo todo. Como método de trabajo, hace tiempo eligió la sensibilidad que cala profundo mediante himnos que esperan ser abrazados por el pueblo. «No me preguntes», «Mi grito», «Mismo momento» o «Sabrás» son himnos políticos modernos, gritos apabullantes de tiempos donde los paradigmas se resquebrajan y van perfilando un nuevo mundo.
Plagada de amor e ironía, pero también de hartazgo y fuerza, su obra todavía es joven, sin embargo tiene la nobleza propia de la madera sin edad, aquella que acompaña durante toda la vida siempre acrecentando su calidez.
Desde su primera visita algunos años atrás, sus reiteradas incursiones a los escenarios rosarinos fueron incrementando la intensidad y la capacidad. No es de extrañar: Mocchi va creciendo a la par de su público, comparten miedos y angustias, pero también las mismas convicciones que marcan a fuego y determinan el rumbo que está por venir. Cada nueva visita es, en definitiva, la bitácora de una travesía generacional que se conforma entre artista y público.

 

Luego de una detallada prueba de sonido junto a sus camaradas Luis Volcoff y El Chico López, Mocchi conversa en la terraza de Casa Brava mientras el sol desaparece. Con la noche asentada, recurrir al anotador se torna una tarea ardua, casi desafiante. Por fortuna, Mocchi asiste con agilidad usando la linterna de su Smartphone. Los mosquitos, hambrientos, aparecen con ferocidad, amenazando con romper el clima. Sin embargo, el bicharraje no intimida: “hace tiempo que dejé de ser atractiva para los mosquitos”, cuenta Mocchi sin inmutarse.
De regreso al ruedo tras un prolongado estado de quietud, Mocchi hizo base en Rosario por unos cuantos días, cumpliendo con el aislamiento que exige el protocolo, luego de haber cruzado desde su nativo Uruguay.  Ahora conversa devolviendo cada pregunta o comentario con contundencia. Con vehemencia, tira paredes, en una verborragia que va creciendo mientras se suelta. De respiración profunda, devuelve con generosidad, quizás hasta descubriéndose más allá de lo previsto. Se deja sorprender cuando se suelta, las palabras la llevan un poco más allá de una respuesta puntual. En ese sentido, hay una coherencia entre sus presentaciones disruptivas y el dejarse sorprender con el simple ida y vuelta de una entrevista: la artista que cambia la dinámica natural del concierto, desacralizando al escenario como núcleo principal de atención, se deja ir, corriendo la formalidad de la pregunta-respuesta, ofreciendo una devolución que se traduce en más que repreguntar.

Con voz, canciones, guitarra y teclado, Mocchi está otra vez viajando por las rutas, llevando su música hacia capitales y ciudades pequeñas. Con los años fue construyendo un mapeo que al principio era algo tímido, pero hoy luce robusto, con paradas por casi toda la geografía argentina. Es el resultado de un trabajo a largo plazo que surgió entre artista y promotores; una apuesta que ahora, a pesar de las complicaciones pandémicas, resiste y perdura.
Mocchi ama salir a tocar, vivir de gira, descubriendo lugares, encontrándose con público en destinos inesperados. Se extrañaba la aventura de las rutas argentinas al igual que el contacto con el público luego de un parate prolongado. Además de los recitales, parece disfrutar de la compañía que espera en cada parada, cosechando amistades y conociendo colegas de diversas latitudes. Esos vínculos también son parte del regreso a la actividad.
Un año atrás, antes que el coronavirus fuera declarado una pandemia, Mocchi se encontraba en pleno proceso de grabación, pensando en lo que iba a venir luego del lanzamiento del nuevo material. Con unas 45 fechas programadas por Uruguay y Argentina, la pandemia cayó de manera inoportuna, retrasando todo.
“Ese trabajo quedó a medias. Lo grabamos en Buenos Aires y me fui a Uruguay. De repente, COVID. Quedó el disco acá y yo, allá. Además teníamos fechas de presentación. Todo se tuvo que cancelar o posponer. Quedamos en dos”, cuenta mirando atrás.
“Íbamos de Necochea hasta Tucumán con esa gira presentación. Todos los lugares donde yo he tocado, donde la gente quiere que vaya. Habíamos agendado un montón de fechas así. Se pudrió todo: no pudimos ni terminar el disco ni salir a tocar. La situación fue esa”, confía.
Al principio, la pandemia significó una molestia inoportuna; un cambio inesperado que postergaba los planes inmediatos. Pronto la situación cambió, con Mocchi y su equipo de producción tomando una perspectiva real sobre el problema que suponía el COVID. Trabajando a la distancia, fueron progresando sin desesperar.
“En mi caso, que vivo únicamente de tocar, al principio tenía ahorros, todo bien, pero miraba a mi alrededor y se me rompía el corazón. No sabés cuándo vas a volver a tener plata, cuándo vas a tener un trabajo. Eso fue muy triste. El Estado dio un apoyo muy simbólico. Después hubo un momento, en noviembre, cuando todo se suspendió de vuelta y no sé si alguien cobró un subsidio. La ausencia del Estado fue notoria en mi país. Además, el Estado exigiendo que no tocáramos, entonces…terrible”, comparte sabiendo que la situación está lejos de haberse superado.

Acostumbrada a romper el esquema de artista sobre el escenario-público estático en sus respectivas ubicaciones, la exigencia de protocolos sanitarios en los conciertos presenciales resultó en un desafío para Mocchi: solía cantar entre la gente, moviéndose entre mesas, filas o plateas, pero 2021 la obligó a repensar todo, encontrando cosas positivas. “Fue cuestión de adaptar el show siendo todo lo libre que pueda ser”, reconoce. “Un hallazgo fue estar más cerca de la gente a través de la obra y no tanto buscar lo escénico. Eso me enriqueció bastante”, observa.
“Por otro lado, yo estaba muy en la rosca de tocar constantemente, pagar cuentas, grabar y salir a tocar de nuevo. Me encanta todo eso: tanto tocar como poder pagar las cuentas por tocar. De repente, tener que parar me hizo re bien. El disco que quedó colgado lo pude trabajar con calma porque no estaba tocando. Yo no grabo desde 2016 porque vivo tocando, es lo que me gusta. Grabar no me gusta, prefiero estar siempre tocando por ahí”
, apunta.
La ruta le tira. Se vuelve irresistible. Su inclinación por la espontaneidad, por generar algo diferente para cada ocasión debe ser parte de la tentación de un tour interminable a lo Dylan. Mocchi no se dedica a vivir en la ruta simplemente porque no puede, todavía. De tener una gira de cien fechas, la haría sin pensarlo dos veces. “Me despido de todo y no vuelvo a mi casa”, dispara. “Mi vida, un poco, era así antes de la pandemia. Yo me iba dos meses y volvía para luego irme otra vez. Así pasaba todo el año. Me encanta”. Dejando en claro que no habla desde un plano irreal, se refiere al oficio, afirmando que más que fantasía es trabajo divertido y un porcentaje de aventura: “Además, yo vivo de tocar. Tengo que generar dinero, tengo que sobrevivir”. Si tengo la oportunidad, me voy y andá a saber cuándo vuelvo”, concluye.
De la misma forma en que la realidad covidiana la obligó a replantear su desempeño escénico, Mocchi llevó la reflexión hacia ámbitos más personales. La introspección fue parte del proceso de cambios o adaptación brusca que demandó la pandemia para millones de personas por todo el planeta: “De alguna manera, siento que tengo muchos privilegios. Me vino bien parar. Logré un tiempo para ponerme a pensar. Preguntarme sobre la dirección a la quiero ir. También sobre qué estoy haciendo de forma automática. Sirvió para volver a proyectar, recalcular. Volver al escenario fue increíble.  A veces, naturalizamos eso. Soy una privilegiada. No es normal que alguien como yo viva de la música. No es normal que alguien como yo llene una sala. Por ahí, me había achanchado un poco. Salir y descubrir que esto es un privilegio, es algo significativo. Ya era un privilegio antes, ahora se evidenció de manera considerable. También se agrandó más la responsabilidad que tenemos, lo que comunicamos, lo que hacemos con el público”.

Mocchi tiene tres álbumes editados en forma independiente (La velocidad del paisaje de 2014, Mañana será otro disco de 2017 y Autores de 2020) y una película filmada en Estados Unidos sobre músicos migrantes, titulada Botija de mi país. Durante el año 2020 presentó el sencillo Espejos, una canción grabada en cuarentena entre artistas del Río de La Plata.
Con su inquietud por el hacer atravesó países como México, España, Estados Unidos, Argentina y Chile. En las tiendas digitales donde se encuentra su música las reproducciones se acumulan desde diferentes puntos de Sudamérica, pero también aparece en playlists que llegan desde Europa y Asia. Las canciones viajan sin necesidad de pasaporte, recomendadas por la gente.
Yendo a los datos duros de su carrera, como una obvia entrada enciclopédica, se deben apuntar que fue acto de apertura de Paul McCartney en el estadio Centenario en 2014, o que antes de cumplir 20 años recibió premios y menciones como compositora por parte de la intendencia de su Montevideo natal.
Con apenas 30 años, repasar su CV denota un viaje de intensidad. Entablar un dialogo con Mocchi evidencia que su camino está marcada por una  velocidad apabullante: fue joven artista revelación; sus canciones se multiplicaron por las redes sociales, expandiendo su mensaje, conectando con la gente que le interesa conocer, esa que ansía cambiar el mundo, de romper lo establecido en pos de algo mejor; productora ejecutiva de una película de relevancia cultural que elevó interrogantes en su país. Además, miles de kilómetros de rutas, girando por el impulso de su deseo. Con apenas 30 años, Mocchi supo conocer una velocidad que disfrutó y supo leer en sana perspectiva con el STOP que marcó la pandemia.
“Nada de lo sucedido fue planificado”, afirma cuando se apunta el frenesí de los años recientes. “Se lo debo todo a la gente que va a los shows y va multiplicando todo lo que hago. Pienso mucho en eso, me das pie a compartirlo en voz alta: No doy notas, casi. Mi obra la mueven las personas. No tengo una exposición masiva.  Me re emociona eso. Las productoras que me llevan de lugar en lugar, así sea para tres personas, apuestan. En algún momento llenamos una sala mediana, en otras, algo más grande. Eso me parece hermoso. Me fui rodeando de gente que apuesta a algo que no puedo explicar. Es algo mayor, la revolución o el cambio del mundo. Se trata de algo mucho más grande que yo. Con esto de la pandemia, me pasó que me llamaron hacer el primer show de una sala en Montevideo. Fue de repente. Me pasaba que se trataba de una sala de capacidad grande y yo venía de no tocar por un año, habiendo cortado pocos tickets. La verdad que no sabía. Pensé que daba compartirla con alguien. Tipo, la verdad que la haría con Hugo Fattoruso. No sé, fue delirar. Pero le escribí y el chabón me dijo que sí, dale, hagamos tus temas a dúo. Fue muy loco. Que este chabón me responda…es tremendo. Sinceramente, le decía a mi mánager que iba a ser un fracaso. No estaba en condiciones de perder plata. Pero le dimos para delante. La publicamos y a las cuatro horas no había entradas. Agregamos una segunda fecha y se agotaron en un día. Fue demasiado loco. Todo sucedió gracias a las canciones, ni siquiera lo hizo el vivo: lo hizo la gente que se emocionó con las canciones en el periodo que no tocamos. Fue muy loco. Creció todo sin que yo haga nada, casi. Eso me pareció una locura. Mierda. Yo paro y la gente mueve mi obra. Estoy agradecida, no tengo palabras”.

La música de Mocchi tiene vocación de popular. Corrección: Mocchi hace música popular. Sus canciones ya tienen una condición de himnos en ciertas esferas. Si algo imposibilita hablar de Mocchi como una popular artista de música rioplatense se debe a su propia decisión de mantener cierta distancia con la masividad declarada.
Mocchi arroja una mirada desconfiada a lo inabarcable de la gran escala. Sus experiencias ante la exposición enorme no resultaron demasiado edificantes, si bien rindieron frutos en términos de visibilidad.
La masividad supone demasiada impersonalidad. Mocchi quiere dialogar con el público, vincularse por una idea en común o las formas de un mundo que necesita ser construido. Las canciones son un atajo para encontrarse con lxs demás; una forma de conspirar por una realidad diferente mediante el arte.
No le interesa el snobismo de ser artista de culto, tampoco pertenecer a una elite de prestigio y exquisitez que habita el parnaso. Quiere llegar a mucha gente, a toda la que sea posible, pero rechaza que ese alcance sea en desmedro de su búsqueda de un punto de conexión: “Quiero llegar a quienes quieren cambiar al mundo. Quiero ir por ahí. Quiero que la gente escuche y se identifique o que piense algo, que reaccione. Me gustaría expandir el mensaje por donde sea posible, pero no a cualquier costo. No me interesa tocar en lugares masivos porque sí. Si me llamás para tocar en un festival donde la gente fue a tomar birra, no me interesa. No quiero estar ahí. Porque lo doy todo, pongo el alma sobre el escenario. Pongo todo lo mejor de mí porque quiero cambiar al mundo, si no me encuentro con gente que esté en la misma, es medio al pedo. Eso lo conseguí comunicándome a través de medios alternativos, que son los que consume la gente como yo. No doy notas en la tele. Allí te va a ver gente que apenas bajaste línea un poquito se espanta”.
Desde hace algunos años se mantiene en ese equilibrio, uno personal, casi al costado del camino principal. Aprendió las lecciones de las oportunidades surgidas. Habla desde el conocimiento, dejando de lado el prejuicio. Ciertos espacios no le interesan porque los experimentó. Llegó, probó, lo hizo, aprendió. Hoy prefiere tomarlo calma: gracias, pero no, gracias. Hay que saber decir que no. De esa forma, sigue adelante, tocando por doquier.
“Lo que más me gusta es cuando la gente se encarga de difundir mi obra. La otra vuelta toqué por Streaming y compraron entradas en Serbia”, relata, rematando con una expresión que transmuta en un WTF mudo. “Fue por una argentina malabarista que se quedó allá y empezó a difundir mi música”, aclara inmediatamente. “¡Pará! ¿Cómo puede ser que esté pasando eso? Eso me re emociona”.

Dueña de un magnetismo expresivo donde se conjugan vulnerabilidad, poder e ironía, como intérprete Mocchi parece interpelar los recursos de la canción rioplatense para una nueva generación. Irreverente, desacraliza todo a su paso, impriéndole su ímpetu descarado y carismático a canciones ajenas mientras que emociona con lo propio. Con retazos de folk, blues, funk, milonga, rock, pop y  tango, pasea por todos lados sin anidar en ningún parte. Ya lo sabemos, prefiere el movimiento constante, seguir adelante, creciendo.
La música es orgánica, va cambiando –creciendo- a la par de Mocchi. Sus conciertos son irrepetibles. Sus canciones mutan, evolucionan. Al narrar, sabe enfocarse en los detalles: las emociones y los gestos son piezas fundamentales de sus temas. Las sonoridades fluyen con la velocidad del paisaje. Como un camino de rutas, todo parece similar, sin embargo, va cambiando a cada segundo.
Durante el soundcheck queda claro que el micrófono y la amplificación de su voz podrían quedar de lado, humillados por una garganta poderosa y dueña de cien matices.
Instrumento natural y herramienta de cuidado, la voz (y canto) de Mocchi se desarrolló de manera autodidacta. No hubo instrucción alguna para esa potencia. En ocasiones la falta de formación como cantante resultó en un padecimiento, por eso todavía es una deuda pendiente tomar lecciones y aprender a  cuidarse.
Mocchi comenzó su instrucción musical a los ocho años. Asistió a clases de piano en la Escuela Virgilio Scarabelli Alberti y continuó en el Conservatorio W. Kolischer, una experiencia que la marcó para el resto de su vida. Sabe tocar la guitarra, el bajo, el piano y su voz , que es la herramienta definitiva.
“El dominio y aprendizaje sobre mi voz se dio cantando”, señala. “Todo fue así, directamente cantando. Empecé a darme cuenta de lo que me rendía y de lo que no. También hasta dónde podía llegar”, añade.
Con honestidad, repasa un proceso de aprendizajes que no estuvo exento de malos tragos: “En una gira tocamos siete fechas seguidas y al octavo show quería que devuelvan la plata a toda la gente que había ido. No tenía voz. ¡Espantoso! Me pareció que estaba robando la plata del público. Eso es parte de la experiencia, también. Tratás de no limarte, conocer tus límites”.
“Lamentablemente, no tengo técnica. Ojalá en algún momento pueda parar y estudiar un poco. Por ahora la llevo bien”
, concluye.

Hasta el año pasado, era natural concurrir a los recitales de Mocchi y encontrarla caminando por la sala, cantando acompañada de su guitarra. Cortando con lo establecido, el escenario quedaba casi relegado a un plano secundario, mientras Mocchi sorprendía. La prioridad siempre fue la música, pero lo inesperado de sus movimientos espontáneos potenciaba todo para mejor. Esa conducta impredecible, que hace de toda sala un espacio de construcción donde manda la espontaneidad, parece funcionar como una respuesta a su frustrante paso por el Conservatorio.
Luego de años padeciendo profesores hostiles su actitud en general, rompiendo esquemas de formalidad, puede rastrearse hacia su formación en el Conservatorio; una afrenta a lo estático, a lo establecido por años de sacralización sin cuestionamientos.
“Nunca lo había pensado” confiesa Mocchi, sin tapujos. “Seguramente sea así. Creo que es una reacción al Conservatorio y a todas las cuestiones impuestas”, agrega antes de profundizar: “Para mí, la música es libertad, una oportunidad para romper. Quizás no sea libre cuando voy al supermercado, pero cuando estoy arriba del escenario me chupa un huevo todo. Si la estoy pasando mal, me voy. Estoy acá por algo. En ese sentido, el Conservatorio es todo lo contrario. Cuando le llevaba una idea a mi maestro de piano, respondía “no, la música está toda inventada”. Así son muchas cosas de la vida. Creo que rompo con el Conservatorio y rompo con la norma. No entro en ningún lado”.
Esa incomodad ante la norma es una constante para Mocchi. El deseo de transformarla, de cuestionar las ideas preconcebidas casi por reflejo, anida con ferocidad dentro suyo. La música es el medio de transformación y las canciones la herramienta.
Siempre incomoda, nunca cómoda. Algún tiempo atrás Luciana Mocchi simplemente fue Mocchi. En su bio para redes y tiendas digitales, se presenta comoUna cancionista pero también un poeta loco, un militante de la música y la libertad. Su vida ya no es binaria y fluye entre canciones, barrios, paisajes, giras y encuentros”.  Dicho cambio, llegó de manera sutil. No hubo anuncios o comunicado de prensa. Mocchi sencillamente siguió Mocchi, ya que casi no había rastros de Luciana. Quizás, algunos “Lu” que todavía permanecían.
“Hacía muchos años ya, quizás diez, que no sabía quién era Luciana”, explica mirando hacia aquellas épocas. “Me pasaba que me dijeran, de la nada, “ah, vos sos Luciana Mocchi”, y yo tenía que pensarlo por un momento. Todo el mundo me dice Mocchi hace tres millones de años. Nadie me dice Luciana”, detalla riéndose. “Siempre fui Mocchi. De repente, tenía una doble vida. La gente me decía Luciana y yo no sé quién es…”
El guiño de pronombres de su presentación es otra manera de expresar su espontaneidad y tranquilidad. “No me ofende que me traten con pronombre femenino o masculino. La mayoría de la gente me trata en neutro o pronombre masculino. Que me traten con pronombre femenino no me enoja para nada”, cuenta. “Enojarse, hay que enojarse con Donald Trump. No me interesa confrontar con la gente que entiende que soy Luciana. Estoy haciendo este camino y es mi viaje. Después, lo importante, es otra cosa: el mensaje y lo que realmente me identifica es la música, no es mi género”.

Por Lucas Canalda y Renzo Leonard

 

Si te gusta lo que hacemos RE DA invitarnos un cafecito ☕ haciendo click acá

 

 

comentarios