LA PIBA BERRETA EN ROSARIO: LA MAGIA MUERE ACÁ

La Piba Berreta llegó a Rosario para presentar Golpe de (M)Suerte en el marco del Festival Escenario.
Con una perfomance contrastante con su largo historial local, La Rusa se apoderó del
Centro Cultural Lumière en una noche llena de matices.

La Piba Berreta bebe agua tónica con limón y escucha atenta. Responde con precisión. Apostando a una frugalidad verbal determinante, no sobra ninguna palabra. Pertenece a una especie cada vez más escasa: gente despierta. Dice lo que piensa, hace en consecuencia. Desde allí se mueve con espontaneidad. Se ríe tímida. Se suelta con risotadas, liberando risas graves. A su lado, Daniel Bruno, ladero musical de confianza para la incursión rosarina, comparte con complicidad, tomando café.
Acaban de probar sonido en el Centro Cultural Lumière, una sala de teatro y milonga que hoy los recibe, devolviendo la música en vivo. Descansan en un bar sobre avenida Alberdi un rato antes de volver al hotel. Respondiendo las preguntas de RAPTO, se fijan en un dato que les encanta: es viernes 13. No se casaron, claro, pero se embarcaron en un Chevalier de Buenos Aires a Rosario. Afortunadamente salió todo bien. Ahora se divierten con otro detalle precioso: en el bar suena una lista de lentos, un enganchado en clave acústica que va desde Bon Jovi y Michael Bolton hasta Ed Sheeran. En el preciso momento en que encaran la nota, suena Taylor Swift. Fantasean con hacer una canción suya por la noche. ¿Podrán? Claro que sí. Pero mejor guardarla en la lista de pendientes.
“Yo siento que, a veces, medio vivo en una película, en un mundo de fantasía. Suele ocurrir que cuento cosas que no sé si las invento o me pasaron de verdad”, afirma desde el arranque, sentando las bases para una jornada donde realidad y fantasía hacen un juego constante que ahora la tienen otra vez en Rosario, ciudad que supo recibirla temprano en su camino como música. Puede que la banda con la que llegó por primera vez esté en un hiato infinito, pero La Rusa sigue encendida, haciendo lo que más le gusta: vivir sin máscaras, esa vitalidad que únicamente se la garantiza el escenario.
Escuchar Golpe de (M)Suerte, el LP debut de La Piba Berreta apunta una certeza: Luludot entiende aquello que habita en lo invisible; esos hilos vinculares que habitan un espacio donde los claroscuros son abrazados, sin necesidad alguna de declararlos vivos, muertos o un tercer estadio. Si al encender una vela, la misma luz produce una serie de sombras, La Piba Berreta saca ambas a bailar, en un ritual de entendimiento que evita las definiciones taxativas y abraza aquello que genera resquemor.

Sobre el escenario La Piba Berreta combina música y teatro en un tendal de gestos escénicos que, en una sala como la del Lumière, se aprecian con detalle, sin necesidad de amplificaciones invasivas. Lo que acontece queda entre público y artistas, en una garantía tácita que, cuando se acabe la noche, quedará marcada en la memoria, pero desmejorada en los registros móviles que intentan capturar para la posteridad.  Quizás sea una fatalidad propia del viernes 13: la magia muere acá, en una noche irrepetible lograda por la sumatoria de factores de teatro histórico, show atípico, disco nuevo y esperado regreso a la ciudad.
El dúo hace su performance sin forzar nada. Tienen una lista larga para compartir, la encaran según les plazca. Al igual que el público, están descubriendo lo especial de su show, que, a pesar de ser minimalista, está repleto de matices. Hay canciones, gestos, comedia, provocación y drama, mucho.
La Rusa lo carga todo sobre su voz. La guitarra es mero acompañamiento, por momentos quedando en un tercer plano. Bruno, con su trombón, remata los ganchos verbales que dispara La Rusa. Suelto, completa las partes, lanzado desde una determinación lúdica. Por momentos se convierte en un compinche del caos, desarmando su instrumento frente al micrófono, golpeando sus piezas en un acompañamiento percusivo. Hasta el último minuto no sé entiende qué hace precisamente, ¿sufrió algún desperfecto técnico?, ¿se enojó?, ¿quiere sacarle a su trombón otra sonoridad, alguna especie de rotura noise? Se trata de una performance para toda la gente presente, pero especialmente experimental para las partes que están sobre el escenario. Lo entienden así y suman a la gente esa confusión que ambos habitan.
Luludot crece en poderío a medida que se despoja. El Lumière atestigua la actuación más especial que brindó la cantante en Rosario. Frente al micrófono, únicamente munida con su guitarra y su voz, se vuelve poderosa. Cuanto más quieta más magnética. Cuanto más frágil, más se adueña del lugar con una garganta que incrementa sus graves sin aparentar limitaciones. La entrega física y la descarga adrenalínica de sus shows anteriores quedan relegadas ante esta Rusa que parece consciente de sus capacidades como vocalista. Las emociones no van en desmedro en esta cantante estática: entre punk primal, fantasista hipnótica, humana sufriente y bolerista ad hoc, Luludot encuentra un rango donde puede intranquilizar, electrizar y conmover. 
Tanto La Rusa como Bruno coinciden en que la experiencia del vivo tiene que ser desbordante. Para alcanzar una entrega inmersiva es menester estar bien acompañadx. Cada músicx debe saber que a su lado tiene alguien que banca, que potencia, que multiplica. 
“Yo me despliego cuando sé que tengo gente al lado, que está conmigo, estamos en la misma batalla”, afirma Luludot. “Me ha pasado de tocar con gente donde no estábamos en la misma. Yo quería salir corriendo hacía tal lado y no podía, sentía que tenía una correa, algo me restringía. No puedo así. Con mis bestias me potencio. Puedo hacer lo que se me canta el culo. Me siento acompañada”, asegura. 
Dani, por su parte, comenta que en los recitales con La Rusa, aprendió. Más que musicales, las lecciones rozan lo existencial: “es algo de estar vivo”. Según explica, “Cuando uno desarrolla herramientas para profesionalizarse y lograr una performance controlada donde todo salga bien, entra en un estado medio aburrido. La Rusa logra algo vertiginoso. Nadie sabe qué va a pasar. Puede ir hacia cualquier lado”. 
A su lado, su socia sonríe. Entiende que su entrega total al vivo la transforma en otra cosa, un ser más ligero que, a veces, hasta se desconoce. “Antes de tocar empieza todo un proceso. Se me descontrola el cuerpo”, comparte con sinceridad. “Tengo que ir al baño a hacer casa un montón de veces. Me alboroto. Me agarra fobia: no quiero que nadie entre al camarín, que seamos quienes estamos. Me agarra tipo colapso. Después viene el escenario. Ahí es el momento de experimentar la vida real. No sé si en otros momentos estoy viva más que en el escenario. Creo que todas las personas tenemos una careta social: no podemos vivir tal cual somos porque se nos hace imposible. Sobre el escenario siento que soy yo”. 

El Festival Escenario se originó en Capital Federal en 2019. La iniciativa busca unir, dentro de un único espacio, la enorme cantidad de películas sobre música que se producen anualmente, tanto en Argentina como en el resto del mundo, demostrando la variedad de abordajes y la calidad que ha alcanzado el género musical en los últimos años.
En 2022 llegó a Rosario por primera vez, con tres días de películas y música en el Complejo Cultural Cine Lumière, espacio que funciona como corazón de dos barrios: Arroyito y Refinería. Ayelén Beker estuvo a cargo del cierre, con un concierto popular junto a toda su banda, en un escenario dispuesto sobre la calle, una tradición que Lumiere que en los últimos años supo convertirse en un abrazo donde comulgan artistas y vecinos. 
Golpe de (M)Suerte es la película del debut homónimo de La Piba Berreta y fue dirigida por Nina Kovensky a partir de un guión de Rita Pauls y La Rusa. La cinta llegó para aumentar el imaginario que la música empezó a construir desde hace algunos años, confirmando que Luludot Viento -alias La Rusa alias La Piba Berreta alias Lulu alias La Ruri- es una de las artistas más singulares del ecosistema musical independiente.
El mediometraje de Kovensky es un ejercicio de surrealismo litoraleño que transcurre en una isla, una hondonada corrida del sentido común, donde resurrección, deseo, revulsión y paganismo confluyen desarticulando las estructuras de lo bueno y lo malo, además de la vida, la muerte y un tercer estadio que está por definirse, pero podría ser un limbo entrerriano, de humedales interminables, atardeceres arropados por tejidos de arañas, camalotes y psicotropía guaraní. 
Durante sus 28 minutos de extensión, los personajes que aparecen en Golpe de (M)Suerte desafían las ideas normativas en torno a la sexualidad, el género y la fantasía rosa. Tanto la película como el disco, junto a las fechas en vivo que tuvieron lugar principalmente en Capital Federal, dejan saber que La Piba Berreta goza de un presente de buena salud donde la efervescencia marca el ritmo de un desfile estético caracterizado por cierta revulsión y la interpretación de los hilos ocultos que parecen titiretear nuestras vidas. 
La Rusa vislumbra esos movimientos invisibles viviendo en consecuencia. Por sobre todas las cosas, hace de la transitoriedad una virtud. Ese fluir constante que no ofrece garantía alguna, y que desespera a la mayoría de las criaturas humanas, parece estimular a La Rusa, dotándola de un sentido de propósito: es consciente que los días asoman más brillantes cuando se acepta que vienen hermanados a la oscuridad.
En ese sentido, al repasar la última década de su vida, desde Lxs Rusxs Hijxs de Putx hasta su actualidad con La Piba Berreta, podría afirmarse que la oriunda de Zárate sabe tomarse las cosas como vienen: Lxs Rusxs fue un gran momento de sus vidas, si vuelve a pintar, bárbaro. Mientras tanto camina de forma ligera, sin anclarse a nada.
“Me gusta hacer que las cosas sucedan”, afirma acerca de su presente. “Provocar las cosas me parece algo interesante. Me gusta todo el proceso, pero no me aferro del todo porque vivo pensando que me puedo morir ahora mismo. No sé cuánto tiempo más tenemos acá. Me parece muy hermoso vivir el presente y ya. Por supuesto, todo el tiempo pienso que las cosas se terminan en algún momento”. 
El ahora de La Piba Berreta está determinado por un deseo manifiesto. Luludot quiere dedicarse a lo que ama porque hace años que tuvo claridad sobre su deseo de ser artista. No siempre fue así. No siempre está latente ese deseo, pero vuelve, a flor de piel, preparado para sacarla adelante.
El mundo todo el tiempo nos está despistando, siempre. No sabemos qué es lo que queremos, realmente. Encontrar algo que te guste en este mundo significa muchísimo. Yo tuve la suerte…o no sé a qué se debe…pero desde chiquita sabía que quería. Con mi prima hacíamos obritas de teatro. Jugábamos a eso. Empecé teatro a los ocho. Sabía que quería estudiar música más tarde. Me costó enfrentarme a mi familia. Me costó que me acepten, que me quieran. Me costó mucho quererme a mí misma. Pero sí sabía lo que quería”.
Cuando Luludot supo qué quería, no lo dejó ir. Aferrarse a esa claridad fue trascendental. Ahora está lista para seguir, comprendiendo cómo llevarlo a cabo.

Luludot se crió en una familia conservadora dentro de una ciudad pequeña y tradicionalista. Cuando se le pide que indique cuán conservadora era su familia, acerca un “bastante”, mientras que Zárate recibe un “muy”.
Durante la escuela primaria no tenía muchas amistades. Creciendo, los libros siempre fueron su refugio, haciendo las veces de amigos y ventana a un mundo que, por momentos, parecía demasiado lejano. 
De chiquita, por iniciativa propia, se hizo socia de dos bibliotecas de Zárate. Iba, buscaba libros, se los llevaba a su casa. Se quedaba en la suya, leyendo.
Para la curiosidad de la pequeña Luisina existía una tercera opción: la biblioteca de su abuelo, que contenía una considerable variedad de ensayos. “O algo así, ponele”, señala ahora en un recuerdo laxo. Esa vaguedad se evapora cuando llega un nombre significativo para su educación sentimental: “me acuerdo de haber leído ahí a Miguel de Unamuno, de haber quedado encantada”. 
Un momento de quiebre llegó hurgando en otra estantería familiar, la de su tío. Siddhartha de Herman Hesse lo cambió todo, para mejor.  “Lo leí a los trece años y me hizo mierda. Ahí dije: chau, es acá mi lugar”. 
La lectura siempre funcionó como el portal hacia otra posibilidad. Cuando empezó a escribir, esa posibilidad se volvió más palpable, lo suficiente para hacer una salida del refugio catártico. 
A medida que fue creciendo los elementos del arte convivieron dentro suyo, transformándola en una criatura que, una y otra vez, se confirmaba diferente a su entorno. Con los años, afortunadamente, entendió que no estaba sola. “Hice la primaria, la secundaria y la universidad siempre con las mismas dos amigas”, comparte. “Siempre fui una persona muy solitaria. Hasta los 22, ponele, fui súper solitaria”.  recuerda.
Habiendo estudiado teatro, su vida entra en combustión cuando Los Rusos Hijos de Puta irrumpieron en la escena independiente a fuerza de frescura, toques salvajes y una desfachatez deconstructiva que funcionaba como el antídoto a la rigidez solemne de un indie argentino tan anquilosado como desprovisto de diversión y espontaneidad, excepto por honrosas excepciones como Anticasper, Bestia Bebé y Päl Das Shutter.
La mezcla de punk abrasivo y una sensibilidad contemporánea políticamente punzante, combinadas en fechas explosivas, repletas de adrenalina e impredecibilidad, marcaron la diferencia de inmediato, justo cuando las nuevas generaciones empezaban a virar hacia otras sonoridades. Los Rusos Hijos de Puta cayeron en un momento preciso: el cambio de ciclo necesitado de nuevos aires, mientras el indie declinaba como fuerza cautivadora y sus bandas estandartes daban un salto hacia una masividad incómoda. Sin embargo, la propia naturaleza irrefrenable del grupo no estaba para ocupar el espacio vacío de nadie: su fuego era distinto, demasiado corcoveante hasta para ellxs mismxs. 
Antes de pausar su existencia, la banda cambió su nombre a Lxs Rusxs Hijxs de Putx, un ejercicio deconstructivo que reafirmaba el control de su propio camino. Ni mercado, ni corrección política: romper para cambiar; evolucionar para gozar; divertirse para contagiar.
La banda tocó mucho, logrando exposición inmediata en medios especializados, cosechando miles de seguidores en redes sociales, sumando reproducciones en YouTube, detonando las descargas de su Bandcamp, viajando a México, Chile y Uruguay, generando elogios de sus pares y hasta logrando una nominación en los premios Gardel como mejor álbum de rock pesado/punk con La rabia que sentimos es el amor que nos quitan, de 2016. 
Con esa exposición y fechas por varias provincias argentinas llegó una atención algo abrumadora. Hoy, con la banda todavía silenciada en un intervalo que ningún integrante quiere romper, La Rusa mira atrás y reconoce lo importante que fue el cuarteto en su vida: “fui una piba re solitaria hasta que empecé a tocar con Los Rusos. Mi vida cambió ahí. De repente, me conectaba con la gente, no estaba sola”.
“Nunca me comí ese flash de la exposición. No entré en esa. Todo eso que viví, no sé si lo sentí así. Para mí, venían a hacerme preguntas por la banda y lo entendía. No fue más que eso. Siempre hablé con mucha sinceridad, de acuerdo a como soy yo. En todos los casos seguí haciendo lo mío. Para mí no fue mucho: ni cuando estuvo, ni cuando dejó de estar. Nunca significó demasiado todo eso. No le di importancia alguna a esa exposición”.
Lo que Luludot rescata de la experiencia con la banda es lo liberador que fue mostrarse de forma completa, conectando con un público que supo comprender -y agradecer- su honestidad brutal. “Cuando me mostré haciendo lo mío cambié un montón: me cambió la vida, literal. Pude ser yo”, cuenta mirando atrás.  “Me dolía muchísimo la cabeza todo el tiempo. Tenía migrañas de quedarme internada, de terminar con vómitos, todo. Se me fue ese padecimiento una vez que salí a tocar. Había algo mío que no estaba pudiendo suceder. Eso me habilitó a ser una persona menos desgraciada”. 

De espíritu inquieto, hubo un momento en que La Rusa estuvo viviendo entre ciudades, demasiado nómada como para localizarla en un punto fijo. La pandemia detuvo ese andar constante, pero tampoco tanto. Zárate para vivir. Buenos Aires cuando hay que tocar u ocuparse de algún otro aspecto. Ibicuycito como hospicio donde el tiempo corre a otra velocidad.
Cuando surge alguna aventura en otro lugar, bienvenida: de eso se trata todo. Algo así sucedió para grabar Golpe de (m)Suerte algunos años atrás en Mendoza junto a Luca Bocci, Leandro Pezzuti, Tito Monsalvo y Franco Palacio.
En 2021 y 2022 La Rusa se fue moviendo de Zárate de acuerdo a una agenda de fechas, performances e invitaciones varias. Su rastro más reciente arroja resultados de presentaciones en Teatro Mandril, el Centro Cultural Richards y El Emergente. Asimismo, participó de lecturas en el Festival de poesía del Riachuelo y en la Feria Internacional del Libro.
Sin apuro alguno por encarar una carrera convencional que la encuentre amoldándose al demandante paradigma de la industria musical, La Rusa comprende cuál es su equilibrio personal. Desde ahí, hace lo posible por disfrutar, priorizando lo que es fundamental para ella: los vínculos humanos, leer, escribir, pensar ideas para desarrollar junto a su banda.
“Soy bastante nómada”, comenta para verse interrumpida por un estribillo que crece desde el fondo hasta dibujarle una sonrisa incontrolable: «It Must Have Been Love» de Roxette. “No, no, no, la canción es muy buena”, comenta contenta, aprovechando el desvío para desdramatizar sus declaraciones: “Soy nómada, no tengo casa, no tengo hogar, ¿tiene una cama para mí?”.
Volviendo sobre su respuesta, sin dejar de sonreír, cuenta que “disfruto mucho de vivir en distintas casas, por ahí. Ranchear con una persona, luego con otra. Siento que el hecho de no estar enraizada en Buenos Aires me habilita a conocer distintos lugares”.
La Rusa viaja mucho por donde pinte. Reconoce que la pandemia marcó un antes y un después, alterando ese movimiento constante. Sin embargo, sabe que moverse es una necesidad. “Salirse”, esa es la cuestión mayor. Pasar demasiado tiempo en un mismo lugar puede resultar inquietante, no en el mejor sentido, por eso siempre es preferible dejarse llevar hacia orillas diferentes. Nunca se sabe adónde puede llevarla el río. 

 

Por Lucas Canalda + Renzo Leonard

 

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