QUIZ RAPTILIANO #71: MARA DIGIOVANNA

Quiz >  Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala

 

Mara Digiovanna. Psicóloga y creadora de tres.horas. Trabaja como psicoterapeuta con niños, niñas y adolescentes. Lleva adelante un espacio para las infancias que, a través de distintas actividades, promueve la relación entre la crianza y las narrativas. Escribió e ilustró el libro El día que el río se quedó sin agua (Homo Sapiens).


¿Cuál es tu humor por las mañanas?

Mi relación con el madrugar data de hace relativamente poco. Toda mi escolaridad primaria, secundaria y mi vida de estudiante universitaria, transcurrió de tarde-noche. Incluso si por fuerza cursaba de mañana, muchas veces asistía sin haber dormido. Estudiaba de noche. ¡Florecía de noche! Aún hoy, después de que por trabajo y organización familiar me despierto antes que el sol (corrijo: “me tengo que levantar” antes que sol, no me despierto), sigo sintiendo que mis hábitos noctámbulos, aunque domados, no han desaparecido. Esto daría para mucho conversar. Creo que la mañana, más allá de cómo uno la transite, siempre tiene algo de carácter más social. Es un tiempo compartido. La noche en cambio nos habilita a una soledad que, en mi caso, disfruto y necesito.
No estoy en condiciones de afirmar que la mañana sea mi momento de mayor lucidez. Prima más la sensación de un cierto deber que se va llenando de sentido con el correr de las horas. “Andando se acomodan las melones”, dicen. Eso hago, empiezo a andar.

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?

El primero oficial, vendedora de bijou. Aprendí, como se aprende casi de todo. No tanto del trabajo en sí mismo, sino de la dinámica de dar algo propio, el tiempo, el esfuerzo, poner en juego determinadas capacidades, a cambio de un dinero del que uno dispone por primera vez con total autonomía. De todas formas de chica tuve varias experiencias laborales a modo de juego, y desde mi perspectiva son igual de importantes. Siempre recuerdo el día que me enseñaron a hacer sobres para cartas, y cuando entendí cómo era la dinámica, empecé a hacer sobres de distintos tamaños, con solapas con formas, colores. Perfumados. Hice muchos. Y cuando digo muchos el lector puede recurrir a la escena en donde la lechuza quiere dejarle a Harry la carta donde le anuncian que tiene un lugar en Hogwarts, y como los Dursley la rechazan, terminan entrando cartas hasta por la chimenea. Más o menos así.
Por suerte, con un poco de paciencia y mucha colaboración, todos los sobres fueron comprados por familiares y vecinos que apoyaron mi emprendimiento. Transformar algo del mundo, volverlo útil para los demás y de allí obtener un rédito. Linda forma de concebir el trabajo.

Tu CV dice Mara Digiovanna Psicóloga, pero hay desvíos protagónicos. ¿Cuál es la idea detrás de tres.horas.ediciones, espacio orientado a la promoción de la lectura, la creación de historias y la edición de libros artesanales?

Los desvíos son varios, pero en la construcción de una identidad profesional (que nunca se hace de una día para el otro, ni de una vez y para siempre), sé que tengo mi Roma. Todos los caminos conducen allí. A la posibilidad de apropiarnos del lenguaje para avanzar en la comprensión del mundo, el amplio y el más íntimo. Por eso confío en los libros, en los escritos y en los que aún están por escribirse. En la posibilidad de tejer tramas que, como el hilo de Ariadna, nos permitan entrar en ciertas profundidades, enfrentar al Minotauro y volver a salir. Distintos, claro. La psicoterapia tiene mucho de eso. Historizar para darle un sentido a lo que vivimos, descubriendo algunos, construyendo otros. Ya ves, los desvíos son solo aparentes.

¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras dedicarte a escribir?

Escribo desde siempre, y desde las multiplicidades del escribir. Historias, cartas, poemas, el texto para un acto escolar. Muchas veces en términos no formales, ni siquiera llevándolo a la letra. Escribir, como decía en la pregunta anterior, en el sentido de darle espesor a las experiencias que voy atravesando. Pensar en términos de narrativa. Con mis amigos, con mi familia. Con los pacientes. O en absoluta soledad.
Otras veces sucede al revés, escribo por el solo hecho de realizar trazos en un papel. Recuerdo que en la casa de mi abuela, -el sitio donde me distanciaba de alguna manera del mundo para vivir con otro ritmo, con otras legalidades-  cuando ya no sabía qué escribir, copiaba páginas enteras de revistas. Siempre me gustó la manualidad que conlleva la escritura. Las formas de las letras y sus variantes. La constancia del trazo de la cursiva, las posibilidades de juego gráfico que dan las imprentas.
Escribía en papel rolisec, en agenditas perfumadas. Escribía palabras-frases en las cáscaras de las frutas, en los márgenes de las hojas de la escuela.
Creo que es y siempre ha sido una necesidad para mí. De hecho hoy en día siento un gran malestar cuando sucede algo a lo que no puedo ponerle palabras, así sea aproximadas. Siempre son aproximadas.

¿Existe algún texto de literatura infantil que haya marcado tu infancia? En caso de existir, ¿cuál fue el motivo de que lo haya hecho?

Fui lectora de pequeña. No voraz. No era de esos chicos que leen todo el tiempo. Pero leía un poco todos los días. Poesía, cuentos, novelas. Enciclopedias que había en mi casa.
Pero si tuviera que elegir qué literatura marcó de alguna manera mi niñez (y ya ves, los caminos siguen conduciendo a Roma), fue aquella a la que invita el diario íntimo. Un diario que me trajeron los Reyes Magos, con un candadito que nunca usé, pero en el que empecé a saborear el placer de narrar la vida, de poder contar e ir entendiendo más sobre mí misma y el mundo circundante, hallando en lo cotidiano historias que valga la pena contar.
Sería injusta si no menciono a la poesía. Releía una y otra vez libros de poesía. Supongo que encontraba en ellos ese misterioso sabor de la cadencia, de algo bello pero que a la vez no terminaba de comprender. Significados que no estaban dados -incluso había muchas palabras que no conocía- que me ofrecían la posibilidad de tener un rol activo como lectora. Usar la belleza del poema y su potencia, para completarlo con sentidos propios, que tenían que ver con mi forma de pensar y vivir esos años de infancia.

¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?

Mucho. No sé si el paso del tiempo nos vuelve más sabios o más cobardes. Pero lo cierto es que temo mucho más de lo que me gustaría. Si uno en este tipo de entrevistas no alude a cierto reduccionismo, pierde. Siempre me han costado trabajo los ping-pong. Me preguntás cuál es mi comida favorita y quedo en blanco. Con las preocupaciones me pasa algo parecido. Son muchas y de distinta índole. Me quedo con una. Me preocupa ver la ansiedad creciente en los chicos. La infancia es traumática por naturaleza. Pero el uso abusivo de la tecnología, la pérdida de los espacios públicos como sitios seguros para estar y compartir, el consumo y la competitividad regulando los lazos, el ritmo vertiginoso al que nos sometemos los adultos, entre otras cosas, están haciendo estragos en las infancias. Y como si eso fuera poco, en lugar de advertir que los síntomas o comportamiento de los chicos tienen mucho que ver con lo que les estamos ofreciendo -como padres, como sociedad, como educadores-, ponemos etiquetas, buscamos soluciones rápidas y esperamos que una pastilla o un diagnóstico aporten la solución.
Entonces no se trata sólo de no advertir nuestra responsabilidad en la generación de un problema (enorme), sino de intentar “solucionarlo” de formas tan precarias y paradojales que sólo pueden conducirnos a un desborde de la problemática.

¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?

Sumamente necesario. Si es que todavía no existe, habría que escribir un “Elogio del ocio”. Solemos asociarlo con la pereza, cuando en verdad el ocio tiene mucho que ver con lo que nos gusta desde lo más propio, y eso de sencillo no tiene nada. Creo que en general solemos alegar que lo vertiginoso de la rutina no nos deja resquicio para el ocio, pero habría que revisar si ese afán de vivir “a las corridas” y no tener tiempo de parar, no son precisamente formas de esquivar ese encuentro más íntimo con el tiempo, ese “jugar al juego que mejor juega y que más le gusta”, como dice Serrat.

¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?

¿Hundir la barrita de chocolate Águila en dulce de leche cuenta?
No le cerraba el candadito al diario íntimo pero soy muy recelosa de mi intimidad. Tan necesaria como el ocio, ya que por ahí andamos.

El arte puede ser un propósito en sí mismo, pero también puede influir directamente en nuestra vida cotidiana, asumir un papel social y político y generar un mayor compromiso. ¿En lo personal tuviste alguna influencia así?

Es que yo creo que si el arte no influye de alguna manera en nuestra vida cotidiana, pierde gran parte de su potencia. De lo que puede prescindir el arte es de la utilidad. No tiene que ser útil ni educativo. No tiene por qué “servirnos”, pero está en su naturaleza el impactar de lleno en nuestra vida y transformarla. No desde el lado de la moral, del deber ser, pero sí desde una cierta ético-estética que nos ayude a ponerle al mundo un manto que lo vuelva accesible, moldeable, cercano.

¿Cuál es tu límite con el consumo irónico? 

Confieso que tuve que buscar el concepto de consumo irónico, no por desconocer el fenómeno pero sí por no estar al tanto de que tuviera ese nombre.
Intento consumir cada vez menos, sería la respuesta. Nunca lo hice en demasía, pero yo no sé si es porque me van pasando los años o el bombardeo mediático es cada vez más intenso, pero me abrumo con muchísima facilidad. Como decía unos párrafos atrás, tengo una necesidad personal de poder ir poniéndole palabras a las cosas que me pasan, buscarles un cierto orden. No hablo de fijar categorías o tomar posiciones rígidas frente a cada hecho, pero sí poder relacionarlo con otros hechos similares, ponerlo en conexión. Rumiarlo. Y algo que me pasa cada vez con más frecuencia es que la televisión, las redes sociales, me inundan con una cantidad enorme de información que realmente no sé cómo ligar. Rápidamente siento el malestar cuando por la cantidad y el tenor de la información, recibo más de lo que puedo “digerir”. En ese “voy a espiar para ver por dónde va la cosa…”, como quien no quiere, termino bombardeada y preguntándome qué hacer con todo eso que vi o escuché.
Entiendo que es un concepto muy actual, que seguramente no estoy abarcando en su complejidad. Tendría que seguir pensándolo. No desconozco las contradicciones del alma humana y entiendo que el concepto mismo de ironía, tan ligado a la metáfora, siempre es un recurso frente al aplastamiento de la literalidad. Pero tal vez, en estos contextos, circular por las vías del consumo irónico sea como caminar por un filo que nos termine haciendo sangrar.

¿La perspectiva del tiempo te hizo descubrir algún punto recurrente en tu obra del que no eras consciente?

Por suerte uno, cada tanto, descubre algo de lo que no era consciente. Y no entiende cómo de buenas a primeras, eso hasta el momento ignorado, se ha vuelto tan evidente. Creo que en toda mi labor, ya sea escribiendo, dando talleres o trabajando como psicoterapeuta, es mi propia infancia la que retorna desde distintas perspectivas. Le doy muchísimo valor a los primeros años de mi vida, siempre busco allí las raíces de lo que me sucede en la actualidad. Intento ser permeable con mi infancia, a través de reflexiones, de mis análisis personales. Creo que en esa frontera indómita (parafraseando a Graciela Montes), entre el niño y el adulto, encuentro yo los recursos más ricos para mi práctica.

El día que el río se quedó sin agua se publicó en 2020. Desde entonces el Paraná sufrió algunas bajadas históricas. En coincidencia con tu libro, una comunidad de ciudadanos se organizaron para limpiar el río, aprovechando la bajada. ¿Qué pasa cuando lo que imaginaste en las páginas de tu libro sucede en la vida real?

Pensás dos veces en lo próximo que vas a escribir.

En los últimos años la literatura para infancias se fue animando con temas complejos. Pienso en Postales de Malvinas de Federico Lorenz, por ejemplo. Tu libro, desde una perspectiva sensible, aborda el cambio climático y los desafíos -por decirlo de una manera amable-  que están heredando las nuevas generaciones.
¿A qué se debe ese cambio de paradigma? 

No lo sé exactamente, pero algo de eso también me preocupa. Incluso de mi propio libro. Yo lo escribí porque es una fantasía que me acompaña desde chica, una historia que me contaba mi papá. Y siempre me generó tanta adrenalina imaginarme el lecho del río, pensar en poder atravesarlo a pie, hallar lo que de otra manera no se puede ver. Nuestro río marrón siempre me cautivó con su opacidad. También me motivó el hecho de conocer recién siendo adulta a gran parte de las especies que habitan en el Paraná. Acá nomás, al ladito nuestro. Me cuesta entender lo poco que sabemos sobre especies tan increíbles y tan nuestras. Y lo que es cierto, es que es muy difícil incluir dentro de los márgenes del cuidado a territorios que ni siquiera conocemos. En ese sentido, acercarle a los rosarinitos otra perspectiva de nuestras orillas, me alienta. Pero mi temor apunta a otra cosa. A que la literatura -sobre todo la destinada a las infancias-, se termine pareciendo a un manual del buen ciudadano. Es cierto que se abren nuevos paradigmas, ¿pero a qué responden? Hace un mes estábamos recibiendo la patética noticia de la censura, por parte de una editorial inglesa, a los libros de Roald Dahl. Entonces, si nos animamos a temas complejos pero desde una moralina media torpe o desde posiciones políticamente correctas, no solo dejamos a las infancias desprovistas de todas las riquezas que la literatura puede ofrecer sino que puede terminar incluso resultando una contraindicación. Creo que tenemos que estar atentos.

El día que el río se quedó sin agua es un libro para las infancias. No obstante, hay una sensación de “es ahora” que trasciende edades, buscando concientizar sobre el tiempo que habitamos. Ahora significa que la toma de consciencia no es para las nuevas o próximas generaciones, es para todos.
¿Cuántos interrogantes personales volcaste en el libro?

Bueno, creo que esta última pregunta, aún con cierto desvío, amerita una historia. Conocí a Lucas (uno de los coordinadores de esta revista, quien me invitó gentilmente a participar) una mañana de verano en Rioja y Laprida. Ahí estaba la tortuguita de río, nadando en la cuneta del cordón, en una pequeña concentración de agua que se había formando por la lluvia. La distinguí rápidamente, porque para escribir el libro del río había estado investigando bastante. Lucas, con la compañía fiel de su asistente perruno, estuvo una hora esperando a que la tortuga se decidiera a salir de un orificio pequeño en el que se había refugiado, suponemos que un tanto desconcertada. Como si eso fuera poco, los tres (Lucas, acompañante perruno y tortuguita) se trasladaron en un taxi hasta la zona del arroyo Ludueña, donde -averiguación mediante- parece habitar una comunidad de tortugas de río. Lo triste de la situación (¿qué hace una tortuga de río en un cordón cuneta de pleno centro?), tuvo como recompensa ver que un tal Lucas pudo frenar su reloj para cargar en un balde a esa “cabeza de sapo” y darle una segunda oportunidad. La historia fantástica del Paraná y sus orillas, entramándose con la realidad, una vez más. Para qué otra cosa está la ficción si no es para levantar la vara y ser superada, siempre, siempre, por la realidad.

 

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