QUIZ #73: JAZMÍN HOLLMANN

Quiz >  Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala

 

 

Jazmín Hollmann nació en 1976. Vivió en el campo, al sur de la provincia de Buenos Aires, hasta que se fue a estudiar a Buenos Aires. Es Licenciada en Ciencias de la Educación de la UBA y docente en la Universidad Nacional de La Matanza. Se formó en talleres de escritura creativa. Participó en diferentes antologías poéticas y publicó dos libros de poesía (Editorial Pánico el pánico): Los días comunes (2020) y Algo en el fuego (2022).


¿Cuál es tu humor por las mañanas?

En general, es bueno. Es una conquista que logré con los años. Cuando era más chica, no era mi mejor momento del día. Ahora me gustan mucho las mañanas. Hay algo muy vital en sentir que tengo todo el día por delante. Eso me encanta, aunque me proponga hacer más cosas de las que después logro hacer. De las mañanas, me gusta el silencio y la soledad.
Escribir mirando los árboles y el jardín. Ahora que mis hijos están más grandes y van al colegio, recuperé ese momento del día.

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?

Mi primer trabajo fue como a los 15 ó 16 años. Vivía en el campo y con mi hermana teníamos un emprendimiento. Queríamos juntar plata para nuestras salidas. Criábamos pollos que engordábamos y después vendíamos a los vecinos.
Mi primer trabajo remunerado lo tuve cuando vine a estudiar a Buenos Aires. Trabajaba en una organización de escuelas rurales que entre sus propósitos tenía el de fomentar el desarrollo local. La sede estaba CABA. Fue una experiencia que me ayudó a crecer. Tuvo momentos lindos y también difíciles. De todas las cosas que aprendí, rescato estas: que no hay procesos de desarrollo comunitarios por fuera de la participación y de una circulación democrática del poder y la toma decisiones, que los procesos de organización comunitaria son lentos y hay que darles tiempo, que la educación y la formación son herramientas de desarrollo fundamentales porque, como siempre dice mi madre, el saber concede independencia.

¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras dedicarte a la poesía?

Mi experiencia como lectora. Ahí está la primera chispa. Siempre leí mucho, desde muy chica. Pero me gustaban las novelas, un poco los cuentos. Me hice lectora de poesía de grande, cuando empecé a hacer taller de escritura, primero con Javier Maidana y después con Santi Llach. Esos espacios me pusieron en contacto con un montón de autores que no conocía y que cambiaron totalmente la idea de poesía con la que me había quedado en la escuela, una cosa solemne, un poco aburrida, por momentos inaccesible.
Sharon Olds fue una autora que siento fundacional en mi acercamiento al género. Fue leerla y pensar: a ok, entonces se puede escribir también de esto. No empecé por los clásicos, sino por autores más contemporáneos: Luis Chaves, Carlos Battilana, Alicia Genovese, Laura Wittner, María Negroni, Fabian Casas, Claudia Massin, Robin Myers, Estela Figueroa, Mary Oliver, Diana Bellessi. Y ellos me llevaron a otros: Dickinson, Wislawa Szymborska, William Carlos Williams, Viel Temperley, Gianuzzi. Las redes sociales también fueron una puerta de acceso importante. Me permitieron contactar con otros lectores de poesía y ampliar muchísimo mi mapa, lo sigue haciendo.

¿De qué forma la Jazmín educadora se entremezcla con la Jazmín poeta?

 Uf, la palabra educadora me queda grande. Prefiero decir docente, profesora. La siento más cerca de lo que hago en la universidad, que es donde me desempeño ahora. Doy clases a futuros ingenieros industriales. Poesía e ingeniería parecería que tienen poco que ver pero, de alguna manera, las dos conviven en mí. A veces, se miran con distancia, a veces se acercan. Trafico saberes de un lado hacia el otro. Todo texto, no importa el género, tiene una ingeniería detrás. Quiero decir, procedimientos, reglas, pautas, maneras de hacer que funcione mejor. Si bien tuve un acercamiento más intuitivo a la escritura, me formé en talleres de escritura creativa, en esos espacios aprendí ­–y aprendo– muchísimo de las cuestiones que están por detrás de un texto, la cocina.

El arte puede ser un propósito en sí mismo, pero también puede influir directamente en nuestra vida cotidiana, asumir un papel social y político y generar un mayor compromiso. ¿En lo personal tuviste alguna influencia así?

Me gusta pensar al arte, al acto de creación artística como algo inútil, quiero decir: desprovisto de una noción productiva o utilitarista. Creo que hay algo potente en eso, sobre todo en tiempos en donde se supone que todo tiene que tener un fin, una utilidad, un propósito. Crear por crear libera, habilita exploraciones interesantes. Eso no quiere decir que el arte, como decís, no influya en lo que hacemos o en cómo lo hacemos, ni que no sea una herramienta de transformación, lo es. Quizás lo político esté justamente en habilitar y multiplicar posibilidades y espacios de creación artística, que todos podamos tener acceso a eso.

¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?

No soy una gran consumidora. Me divierte, pero no soy tan fan.

¿En alguna ocasión te sentiste abrumada por las redes sociales? ¿Por qué?

Tengo momentos, sí. Cierta sensación de que los demás pueden hacer cosas que yo no. Esa cosa bastante exitista que circula en las redes muchas veces me genera ansiedad. Lo trabajo bastante. Pero mayormente, las redes son para mí una puerta. Ampliaron (y amplían) muchísimo mi mapa lector, conocí y conozco gente vinculada con el oficio de escribir con las que intercambiamos lecturas, textos, experiencias, saberes. Eso es muy potente y es algo de lo que disfruto un montón.

Sin deseo no hay poesía: ¿cuándo tuviste claro tu deseo?

 El deseo de escribir lo tuve claro de chica. Después me olvidé (o lo bloqueé). Y lo recuperé de grande. En este momento, siento que mi oficio es escribir. Lo tomo con seriedad y responsabilidad más allá de que es algo que disfruto muchísimo.

¿La perspectiva del tiempo te hizo descubrir algún punto recurrente en tu obra del que no eras consciente?

Sí, varios. Que me gusta escribir cerca de la experiencia, de la cosa concreta. Que casi todo lo que escribo está atravesado por el paisaje y la geografía de mi infancia: el campo, la llanura pampeana. Que hay algo en los vínculos familiares sobre lo que me interesa mucho indagar y escribir.

¿Alguna vez un poema propio te sorprendió de una manera inesperada? Por ejemplo, terminaste de escribir y te encontraste con algo que te asustó.

No sé si asustarme, pero sí sorprenderme. A veces reviso entradas viejas en diarios, por ejemplo, y después de leer pienso: ¿yo escribí esto? La escritura siempre tiene un factor sorpresa para mí, porque cuando escribo casi nunca tengo muy claro qué voy a decir, qué quiero contar. Hay en esa búsqueda algo muy potente y revelador que me hace querer seguir escribiendo. María Negroni dice que escribir es susurrar lo que se ignora.

Para la mayoría de los artistas, desarrollar una voz propia va precedida de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos?

Como decía antes, me formé en talleres de escritura creativa. Aprendí a escribir leyendo a otros y escribiendo con otros, en ese intercambio y en esa conversación. Un taller es un espacio que construye confianza, un lugar seguro donde te animás a probar y a experimentar sin el peso de un juicio experto. Todos están aprendiendo igual que vos y eso está bárbaro. Defiendo mucho el espacio de taller. En mi recorrido fue muy importante. Lo sigue siendo. Santi Llach, con quien hice taller varios años, promovía mucho la exploración, la búsqueda sin etiquetas. Siempre decía esto: Los primeros son años de acumular material, después llega el momento de ver qué se hace con eso, qué es eso que tenés. Y es tal cual. En esa acumulación de textos, que a veces está claro a qué género pertenecen, pero muchas otras no, descubrís tus obsesiones, los temas que te interesan, el tono, una manera propia de decir.

Antonio Porchia decía “Qué te he dado, lo . Qué has recibido, no lo sé”. ¿Cómo es tu relación con los lectores? ¿Al escribir tenés presente al lector?

Cuando empiezo a escribir lo hago para mí, casi siempre es un poco así. A medida que el texto va tomando cuerpo y me parece que es algo que puedo compartir con otros sí tengo en cuenta al lector. Sobre todo en la larga etapa de corrección y edición. Trato de ser generosa, de no explicar de más, de no subestimar. Hay algo del texto que se termina de completar cuando el lector lee. Es muy lindo recibir devoluciones o miradas nuevas sobre algo que escribí y en lo que no había reparado. La lectura de los otros multiplica los sentidos del texto, lo enriquece. Me gusta mucho eso.

¿Alguna vez sentiste que la escritura resultó un método de supervivencia?

No sé si un método de supervivencia, pero sí un refugio, un lugar en donde estar en los días difíciles. Poner palabras a lo que nos pasa es algo muy poderoso. La escritura para mí es un modo de estar en el mundo, de atravesar lo bueno y lo malo. No sé hacerlo de otra manera. Escribir es un poco como respirar. Cuando escribo pienso mejor, a veces entiendo cosas que antes no entendía, aprendo a mirar y a estar más presente en el día a día.

En tu cuenta de Instagram es una constante encontrarse con caminos, rutas y veredas de diferentes localidades de provincias argentinas. Las fotografías vienen siempre acompañadas de una poesía. ¿Son esas postales inesperadas las que catalizan tus palabras? ¿Cuánto de espontaneidad hay entre postal y poema?

La mayoría de las veces es la imagen la que abre y convoca a la palabra, al poema. Casi siempre hay una imagen que insiste, durante días, meses, pueden ser años. Otras veces es al revés, hay un poema y busco una imagen que lo acompañe. En general, para escribir primero necesito mirar.

Se dice que los años traen experiencia. Esa experiencia siempre es bienvenida puesto que nos ayuda a crecer y a construir nuevas miradas. Ahora bien: la experiencia, a veces, puede atentar contra la frescura y el ímpetu de la inocencia.
¿Cómo es tu experiencia con la experiencia?

Mi experiencia con la experiencia es que el asombro es importante. Me importa mucho cuidar eso. Más aprendo, más entiendo que no puede haber escritura si no hay entrega. Y entrega significa, aventurarse a lo desconocido. Susana Thenon dice algo que es muy lindo: El poema es una venturosa incursión por lo ignorado.

 

 

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