QUIZ RAPTILIANO #55: ANDRÉS ABRAMOWSKI

Quiz >  Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala

 

Andrés Polaco Abramowski es Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario.
Músico desde hace 25 años, integró la mítica banda El Regreso del Coelacanto. Sus proyectos musicales más recientes son Ovnitorrincos y Vuzzy.
Actualmente trabaja en la sección de Policiales de La Capital. Fue redactor de El Eslabón.
Forma parte de El Qubil – Músicos Independientes de Rosario.


¿Cuál es tu humor por las mañanas?

En general es bueno, trato de estar de buen humor y ánimo todo el tiempo y no darle tanta bola a cosas que me molestan y irritan. No siempre lo logro. Lo que necesito para arrancar el día es tiempo, no mucho, lo suficiente. Y me gusta mucho madrugar, pero si es a partir de las 9 mejor.

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?

En diciembre del 92 arranqué en el móvil de La Vereda de Enfrente por LT8, con el Bigote Acosta. Tenía 21 años y estaba tan en bola que no podía darme cuenta de que en ese momento eso era jugar en primera local. El periodismo que se hace día por día no da perspectiva para ver las cosas. Aprendí miles de cosas valiosas, sobre todo porque no sabía nada más que manejar y tenía carné (y eso que ya había hecho tres años de comunicación social). No me rajaron de una por cuestiones afectivas y porque podía servir para otras cosas. Así me convertí en un móvil que más que ir por la noticia recorría las vecinales lo cual como dimensión periodística era rara y única, y me influenció para bien y para mal como periodista. Me dieron una lista con 106 vecinales activas. Llamaba a un teléfono obviamente fijo y preguntaba por alguien de la vecinal, hablo de LT8 del programa del Bigote, estamos haciendo un recorrido por todas las vecinales para que nos cuenten de sus actividades o problemas. ¿Cuándo puedo ir? ¿Esta es la dirección? ¿Cómo llego? Y así dos o tres por día, manejando la Fiorino o el VW1500. Grababa en cassette una nota y llamaba por VHF al estudio. Hablaba un rato con el Bigote al pedo, en general intercambiábamos humoradas surrealistas de varieté unos minutos, después presentaba la nota y ponía el grabador en el mic del gigantesco aparato de VHF del VW o el más moderno y livano UHF de la Fiorino. Esa rutina me formó como un periodista de lugares distintos y así conocí la Rosario de los 90, definitivamente otra ciudad. Otra cosa valiosa que entendí años después fue la formación músico que me llevé de ese programa: escuchar cosas en principio desconocidas y sin querer, sin elegir, manejando por toda la ciudad. En esos tiempos era natural para mí, no dependía de ninguna decisión propia, escuchar tango, jazz, bolero, música brasileña, chanson, folclore, en mi casa escuchaba a la Negra Sosa, pero en el programa se añadía el Dúo Salteño, Ray Charles, Chico Buarque, Jairo, Hernán Oliva, Piazzolla eran cosa de todos los días para mí como habían sido Los Beatles. Alguna vez tuve que ordenar la discoteca del Bigote y entonces encontré dos veces un disco de Earth, Wind & Fire que convertí en mío. Alta data por ahí, más allá de que me fragüé como persona que escucha música en el auto. También iba al Concejo, pero a la tarde, cuando había solo dos o tres concejales laburando a esa hora. Uno más personaje que otro. De pedo, pero pude ver la política desde otro costado, entender que hay gente que no piensa como uno pero su trabajo es respetable. Y viceversa. Y así, fichas como esas me caen todo el tiempo cuando miro para atrás. Lo que más me gusta de haber laburado de periodista tanto tiempo son las cosas que aprendí y que hacen a esta práctica creativa, laboral, comunitaria e informativa que me tocó experimentar.

La música y el periodismo han sido dos constantes en tu vida. ¿Cómo y cuándo decidiste apostar al periodismo como profesión? ¿Por qué llegaste a esa determinación?

Nunca aposté por el periodismo como profesión. Al menos conscientemente. Un día me di cuenta de que hacía un montón de tiempo que laburaba de eso que me permitía vivir dignamente y traté de ponerme a la altura de lo que me hubiera gustado ser como periodista, pero nunca quise serlo. Admití que era periodista y en el mismo combo venía el pijón que era admitir que no era músico para los parámetros de la revolución industrial que indican (o indicaban) que sos aquello que te da de morfar. También admito con cierta frustración que no tengo los deseos básicos de la vocación periodista, es mi gran déficit. Soy curioso, me gusta saber pelotudeces, pero no es suficiente para ser un gran periodista. Es curioso porque siempre tuve delirios de grandeza, pero me parece que no me interesa ser un gran periodista, no es el bicho que me pica. Tengo todos los tics y también los tocs, me gusta el laburo, me involucro, lo hago con responsabilidad militante, me gusta narrar, me gusta que una nota sirva para algo y trato de informar con claridad y honestidad intelectual. Y con el tiempo, luego de muchos años de intentar mantener infructuosamente el periodismo y la música en compartimentos estancos, también terminé entendiendo que le debo al periodismo gran parte de mi formación como músico y algunas obvias peculiaridades en tal sentido. La relación entre el periodismo y la música en mi vida es cambiante, paralela, contradictoria y hermana. A veces es duro porque me siento un outsider en ambos mundos, pero sé que todo eso es parte de mis elecciones por acción u omisión; y me la tengo que bancar. Una de las normas que instaló el periodismo en mi cabeza es la de estar muy atento a la construcción de la verdad que se desarrolla en una nota. Esa cuestión de responsabilidad hace que no me pueda mentir, siempre me descubro. Me lo puedo permitir, pero llego hasta el engañapichanga o alguna negación consciente. La práctica periodística también me ayudó a entenderme como artista. En 2007 tenía que escribir una columna semanal de humor en el diario. Me daban un día de la semana para que lo dedicara a eso dentro del convenio colectivo. Cobraba como cualquier día pero ese espacio implicaba un laburo que no tenía nada que ver con mi trabajo de los otros días. No había noticia o reportaje para llenar la hoja en blanco. A la fuerza empezaron a aparecer otras herramientas que me guiaban en ese proceso creativo, así como ideas y conductas que jamás aplicaría como periodista: el salto al vacío, el riesgo, las sutilezas y detalles, confundir, molestar, lamentar y pensar en hacer reír. Fueron cuatro años muy interesantes y en los que incluso tuve una crisis de deseo musical, aunque seguía tocando con el Coela. Después en 2011 me mandaron de nuevo a policiales y me encontré con una ciudad distinta, aunque todavía estaba lejos de lo que es hoy.

¿Cuáles son tus primeros recuerdos musicales?

Una guitarrita que rompí. Cinco discos de mi viejo que escuchaba a los 5 años en el Wincofón: uno de Louis Armstrong, otro de Dave Brubeck Quartet, otro de Los Trovadores, uno de los Beatles y otro de Vinicius, Toquinho y María Creuza en un café concert de Mar del Plata. Había más discos pero me manijeaba con esos cinco donde, al parecer, estaba toda la música. El primer disco que compré, me llevó mi vieja, fue uno de Elis Regina y Tom Jobim, traía Aguas de Marzo. Era hermoso, porque yo escuchaba una música genial pero no tenía idea y no podía ufanarme de ello. Y no había pose, entonces no había prejuicios que sustentaran esas poses y cosas que años después me hicieron perder mucha música por boludo.

¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?

Sí. Cuando mi novia me abrió la cuenta de Twitter y empecé a ver que había mucha gente macrista, más que en mi Facebook. La maldad me hace mal, sobre todo cuando me encuentro ejerciéndola blandiendo mi filosidad. Lo más vergonzoso fue cuando me peleé con un ex concejal al que no conozco personalmente, chicana va, chicana viene, entrando cada diez minutos al teléfono como si fuera un ring, golpeándome el pecho después de cada respuesta, flasheando hinchada y ovaciones, hasta que me terminé preguntando qué carajo hacía peleándome con un señor que no conozco y al que jamás se me ocurriría increpar en la cara. Me dio mucha vergüenza encarnar a un tipejo así. Y por esos días vi un documental de Netflix que hablaba del odio en la web (no recuerdo el nombre, el de los Google Analytics). No sé si en esa u otra saga similar terminé pidiéndole perdón a alguien que admiraba a Manes porque me dio mucha vergüenza haberlo tratado de pelotudo por eso. Qué fea manera de relacionarse con la gente, no voy a negar mis cualidades para comportarme como un boludito o inculso un sorete pero no me hace bien, realmente disfruto mucho más de dar y recibir amabilidad. Igual no reniego de las redes, las relaciones sociales y la comunicación están entre mis temas predilectos de reflexión, así que me gusta analizar y analizarme en esa dinámica. En las redes queda claro –en política no tanto– que si hago lo mismo que hace alguien a quien detesto no soy tan distinto de ese alguien como creo. Y para bien o para mal, mucho tiempo muerto va a parar ahí. Así que incluso estoy decidido a aprender a usar Instagram, que para mí es como un portal interdimensional que se está cerrando cada día y yo lo miro desde mi Facebook como sabiendo que me voy a quedar afuera del mundo inexorablemente. Siento que Instagram es como el purgatorio de las redes, después de eso viene el cielo o el infierno, no va a quedar más nada, seremos directamente robots.

¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?

Me preocupa mucho el extractivismo como método que rige las relaciones sociales desde lo micro hasta lo macro, barrial o geopolítico. Es la naturalización del canibalismo en tiempos preapocalípticos, un juguete peligroso. Me late que esta fase del capitalismo es lo más cerca que ha experimentado la humanidad en cuanto ponernos el planeta de sombrero y terminar eyectados de una patada en el culo por la primera patrulla de alien rangers que pase por la vía láctea. Me preocupa el imperio del preseteo cuando aporta a lo berreta, cuando consolida los discursos únicos y binarios construidos sobre la base de mitos y lugares comunes que esa cosmovisión sea ni más ni menos que el dispositivo que nos gobierna. Que la idiotez sea una fórmula de supervivencia con cada vez más adeptos. Me preocupa el negacionismo que cultiva la clase política de la A a la Z, que la dirigencia no acuse recibo de que no tienen herramientas para encarar los nuevos desafíos que nos esperan como sociedad. Me preocupa que la democracia se deslegitime a pasos agigantados y las prácticas mafiosas se legitimen, ya sea en manos de Macri como de un pibito que quiere tirar unos tiros para salir el sábado y festejar el cumple. Pero sigo apostando por el optimismo que me permite ilusionarme con que todo es posible y con el amor que experimento en este mundo de mierda porque al parecer el amor y la ilusión determinan mis días tanto como el capitalismo extractivista de Facebook y la megaminería.

¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?

El placer culposo que se disfruta a escondidas.

¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?

El ocio está muy bien rankeado en mi lista de amores-odios, hablando de placeres culposos. Y por ende tiene muy buenas justificaciones. Cuando estoy tres o cuatro horas mirando un partido del Peque Schwartzamann, para lo cual necesito abstraerme de mis obligaciones, que es lo que se considera como ocio, me entrego a un relato cuyo guión está mágicamente escrito en tiempo real por dos gladiadores que se miden en una batalla a la que ponen cuerpo y alma en un contexto histórico y con más o menos herramientas según el dinero que hayan invertido y recuperado desde los 7 u 8 años. Mucha gente diría que estoy al pedo tirado en un sillón, pero yo estoy llenando mi cabeza de los datos y sensaciones inútiles que me constituyen como ser. Por ahí soy tan holgazán que tuve que empezar a convencerme de que la contemplación también implica algún tipo de acción. Y por supuesto con muy buenas justificaciones.

¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?

La vergüenza, propia más que ajena, cuando me pinta la soberbia teniendo en cuenta que se trata de un consumo orientado a producir sentido. El envenenamiento es otro límite, ya fueron varios años de putear contra la pantalla desde la que Novaresio me habla y no me escucha. También el consumo irónico implica compartir y en ese sentido una cosa de la que intento cuidarme es de caer en la endogamia, porque es muy lindo estar de acuerdo pero el mundo es mucho más que cuatro tipos que se las saben todas. También puedo llegar a reírme de cosas que no reproduciría, me gustan las posibilidades relacionales que aporta la web para el desarrollo del humor y de códigos de comunicación, empezando por supuesto por el mundo meme.

Para la mayoría de los músicos, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos? ¿Cómo describirías tu desarrollo como artista y la transición hacia tu propia voz?

Mi desarrollo como artista es un proceso de decantación que podría describirse como un tetris elefantiásico en el que las cosas se mueven de modo imperceptible al punto que la transición hacia mi propia voz sigue siendo un enigma. Algunas emulaciones se consolidaron, me siguen sirviendo de anclaje, cuánto deseo ser David Byrne, cómo quisiera ser Shane MacGowan, qué lejos quedó Serj Tankian, cuánto le debo a Palo, me pelé por Luca para ser Peter Garret. Fuimos los Beatles, los Cadillacs, los auténticos decadentes con minúscula. En esa decantación fui encontrando claves en el camino para poder entenderme mejor y encontrar mi propia. No hace mucho entendí que por querer ser original una vez me fui tan lejos que perdí lo más original que tenía, que era yo. Otra fue comprender que no sólo había sido prejuicioso sino que además eso fue una gran traba de expresión, sobre todo en lo emocional. También cacé que mi música siempre estuvo demasiado atravesada por mi cerebro, un procesador del que no reniego pero que entre otras cosas contiene a mi ego, que no es lo mejor de mí. Una lástima, porque mi facultad de intelectualizar todo, desde las ideas hasta los procesos creativos, me hicieron alejar de muchas cosas que sentía y no me permití expresar musicalmente. Ahora estoy en otro plan, agregué algunas prácticas que tienen que ver con la inmediatez, la improvisación que siempre fue mi punto débil. Comencé a componer sin saber adónde ir, como cuando era un adolescente inconsciente que jugaba a ser Robert Smith. Y así me voy encontrando. Espero que mi versión musical se decante y vaya superando un montón de complejos que en un punto me inhiben de escuchar mi propia voz. Yo soy cuando hago música. Y haría mucha más música si me animara a ser más feliz.

El arte puede ser un propósito en sí mismo, pero también puede influir directamente en nuestra vida cotidiana, asumir un papel social y político y generar un mayor compromiso. ¿En lo personal tuviste alguna influencia así?

Creo que mis mayores influencias en cuanto a esa concepción del arte fueron algunas decepciones. En general el papel político y social del arte siempre termina siendo jugado por artistas mediatizados por periodistas que terminan boyando entre la proclama y el eslogan, sin práctica política ala vista. Creo que si la perspectiva que da el arte a la existencia fuera experimentada por todos, todas y todes, algo para lo cual no hay impedimentos reales, podríamos empezar a pensar en vivir en un mundo mejor. Es una idea muy naif en esta coyuntura, al mismo tiempo es una buena puerta para golpear. ¿Qué onda si además del entertainment y del star system, de nuestros roles de prosumers, experimentamos otra mirada de la vida sin fines de lucro no sólo propios sino también ajenos, sólo por el hecho de jugar, de crear, de manifestarse? Hay una puerta llamada arte que los artistas debemos cuidar para que sea llamada por mucha gente, hoy por hoy creo en ese tipo de militancia y rol político del artista. Igual puede ser diputado, si le interesa eso, no se trata de cambiar una cosa por otra sino de buscar lo mejor y que alguna vez triunfe.
Eso implica una madurez política que humanice al artista. Nosotros nos bajamos del pedestal que ofrecen la adulación y que tanto nos gusta pero que no generan transformaciones verdaderas en nuestras relaciones. ¿Hubo una contribución a la paz de Lennon más allá de la venta de posters? Ni Bono ni Madonna terminaron con el hambre en el mundo. Una vez abajo de ese pedestal de endogamia que aparece como zanahoria de plástico creo que las y los artistas tenemos mucho que aportar a la política y a la construcción de una cotidianidad más copada, para lo cual necesitamos cierta formación en tal sentido. Pero no una formación política tradicional, sino una identidad básica y común que podamos forjar desde nuestras experiencias.

¿Cómo te llevás con tu rastro digital y tus primeros trabajos? ¿Te ponés detallista y crítico con ese pasado o sos más relajado?

Puedo lograr distinguir entre el bien y el mal, que no es poco. Me enojan cierta soberbia juvenil y sobre todo el exceso de ruido para tapar falencias, miedos, vacíos y todas esas cosas que se terminan exacerbando por intentar atenuarlas. Puede que la clave de mi supervivencia como músico sea cómo convivir con mis imperfecciones aplicando las dosis correctas de las sustancias adecuadas. O sea let me be…

En un momento de su camino El Regreso del Coelacanto abrazó la no-forma: utilizaron decenas de elementos, influencias e inquietudes para tornarse impredecibles. Mirando hacia atrás, ¿fue decisión simplemente se dejaron llevar por el metejón que les surgía?

Teníamos algunas reglas que fueron conformando una suerte de río muy sinuoso. Las reglas eran lo suficientemente abiertas como para que no quedaran claras. Cuando llegamos al primer ensayo Huevo quería hacer rock & roll tradicional y yo sólo pensaba en Bauhaus. De ahí salieron los primeros dos temas. Después nos copamos con Los Lobos y se acercaron nuestros universos. En los primeros años la asimetría entre lo que queríamos y lo que podíamos hacer era tan grande que nos llevaba a lugares obviamente impensados. Y a falta de herramientas técnicas aparecieron otros elementos como el humor y una línea política típica de aquellos momentos para los jóvenes ávidos de democracia que éramos. En ese marco por supuesto que éramos una banda metejón friendly. Creo que para los últimos diez años fuimos encontrando nuestra propia voz, un estilo de canciones, una forma musical de comunicar que se sintetizó en “Por el borde” gracias a la síntesis que hizo Dani Pérez respecto de todo lo que teníamos para dar y los aportes que hizo para cubrir algunos huecos.

¿En tu camino como periodista alguna vez sentiste que estabas en el lugar correcto en el momento justo?

Creo que no. Trabajar en un diario te obliga a reiniciarte al día siguiente, es difícil saber cuál puede ser el momento justo. Tampoco estoy seguro de que el periodismo sea el lugar correcto de algo, más allá de la dignidad que uno pueda conservar para ejercerlo.

Trabajar en la sección Policiales puede ser muy absorbente. ¿Puede uno desconectarse? ¿Se logra poner al mundo en off para relajarse y descomprimir?

Es muy absorbente, especialmente porque vivimos en la misma ciudad que de alguna manera contamos. Y desconectarse sería mudarse a otra vida. Yo tengo mis atajos musicales que me sacan, sobre todo emocionalmente, pero sigo teniendo ensayos en los que les cuento al resto, así con la viola colgada, sobre los partes de fiscalía que me llegan al guasap sobre nuevos homicidios. Lo peor es que todos me escuchan preocupados. Los días que estoy de franco pongo el noticiero como cualquier otro, cuando no trabajo no dejo de pensar en esos temas, leo notas cotejando la data que yo tengo con lo nuevo que aparece, ni siquiera atino a desconectarme, no quiero forzar nada. Me conformo con discernir entre pasión y obsesión como para preservar mi salud mental que está bastante sensible, por así decir.

Las colaboraciones-asociaciones son frecuentes en tu camino. Tanto en bandas como El Coela, Ovnitorrincos o junto a Vuzzy. ¿Las colaboraciones te ayudan a encontrar otras perspectivas? Luego de tantos años de trabajo acompañado ¿podrías encarar un proyecto de disco solista siendo único responsable?

Las colaboraciones me ayudan a encontrar otras perspectivas especialmente cuando hago cosas diferentes con gente distinta. Soy de asumir roles distintos y disfrutar de eso. Con Huevo en el Coela hubo épocas en las que nos reventábamos mutuamente las canciones hasta no saber de quién era, más allá de lo que inscribíamos en Sadaic. En Ovnitorrincos me puse en arreglador de los temas de José y terminé desarrollando composiciones paralelas que en un punto funcionaron y en otro me parecen un concepto insufrible, como si mi guitarra que pretendía seguirlo y apoyarlo en realidad le planteara un duelo de melodías too much. Esa ficha me hizo dar cuenta de que la música que necesito hacer necesita menos de mí y más de lo que le puedo dar. Es una ficha de Ovnitorrincos que me terminó de caer en Vuzzy cuando mi agenda no me permitió trabajar como hasta entonces y me tuve que limitar a hacer lo que podía y no lo que se me ocurría. Y encontré en esa versión a priori menguada de mí un músico mucho más interesante, que aportaba otras cosas más allá de los floreos melódicos que tanto le gustan a mis fakin neuronas.
En el medio fui tejiendo mi disco solista que ya grabé dos veces en los últimos cinco años y estoy a punto de terminar, con suerte para este año. Hay dos temas de finales del Coela y el resto posteriores, estuve a punto de abandonarlo porque los temas me daban cierta vergüenza: me suenan demasiado autorreferenciales, confesionales, autoindulgentes, barrocos y un tanto cursis. Pero en la soledad del altillo donde fueron concebidos descubrí que me gustan mucho, me emocionan y que no se merecen ser descartados. Finalmente aspiro a resolver esa tensión tirándome otra vez a la pileta. Pero como en una de las veces que lo abandoné escribí nuevas canciones pensando en mi primer disco tal vez este terminará siendo mi disco cero y en 2022 aspiro a grabar el unoMe está costando arrancar y concretar los proyectos, está claro que soy nuevo en ser el único responsable, pero eso también me da otras posibilidades a la hora de estar acompañado, otro tipo de relaciones que nunca encaré porque quedaban afuera de la dinámica de la banda. Así que, más allá de las dificultades de origen y las pandemiales, estoy entusiasmado con las posibilidades que tengo para hacer música. Lástima que me cuesta tanto deslinkear el entusiasmo los miedos.

¿Cómo describirías tu militancia política a través de los años?

Mi militancia política es un proceso de aprendizaje casi constante, porque cuando llego a consolidar una idea de pronto el mundo cambia y genera nuevos planteos y desafíos. Mi primera final de un mundial la vi en un tele blanco y negro. Trabajar como periodista y militar como artista me ha permitido conjugar herramientas que me resultan interesantes a medida que voy caminando. El periodismo me impidió en cierta manera, por diversas razones, militar en organizaciones políticas tradicionales y llegó un día en que encontré en la organización política de músicos y músicas una razón de ser para canalizar mis inquietudes. Incluso tengo objetivos, bien genéricos y básicos: considero que músicos y músicas tenemos que aprender a organizarnos políticamente para poder desarrollar nuestras actividades lo más felizmente posible. Eso nos obliga a conocernos y sobre todo a aprender sobre el mundo en el que queremos producir esa obra y ponerla en escena. Hay una dimensión individual en eso que tiene que ver con la formación personal, pero es imposible que prospere si no hay una organización colectiva que permita abordar lo extramusical sin dejar de tocar. La dirigencia política que pienso para les músiques no debería derivar en burócratas o representantes, aunque eso no está para nada mal. Pero flasheo con un discurso político con anclaje en el arte y en su práctica. Otra cosa que fui desarrollando en mi periplo político sui géneris y se convirtió en alto berretín fue la lectura en capas y sacar fotos con distintos zoom. Me atrae y me gusta la política, tanto en lo micro como en lo macro, y de esa manera lamento mucho cómo se reduce su práctica al electoralismo y, dentro de esto, al marketing y la pelotudez. Mi atajo alternativo es militar en un espacio casi virgen como el de una organización de músicos y músicas que, en tanto artistas, seamos capaces de aportar a la política elementos nuevos y renovadores que se traduzcan en transformaciones de nuestra realidad; entendida ésta como algo que, para ser sustentable y no una mera pajuela, requiere vivir en un mundo mejor. Ojalá algún día, entre tanto aprendizaje constante, podamos clavar algún logro, veremos cómo nos trata el destino.

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