Entre la despedida de un miembro fundador y la presentación más ambiciosa de su carrera, Suave Lomito atraviesa un año de vértigo y transformaciones que proyectan su mirada hacia el futuro. Sortija, su primer álbum, condensa recuerdos de infancia, duelos recientes y un pop que se permite fugas hacia otros géneros. La apuesta es grande en un año marcado por las adversidades y el cambio. El porvenir se vive como una carta blanca.
2025 se perfila como un año clave en la breve, aunque intensa, historia de Suave Lomito. “Siempre deberías ir un poco más lejos en el agua de lo que crees que puedes nadar”, decía David Bowie sobre los nuevos comienzos, y la banda parece tomarlo al pie de la letra. Con Sortija, su primer LP, cristalizaron un concepto estético que respira pop, rap, neo-soul y otros climas grooveros, sin abandonar el pulso inquieto que siempre los caracterizó. En sus letras, un narrador en ciernes —quizás sin que ellos mismos lo sepan del todo— se abre paso entre postales mínimas y referencias culturales, dibujando un mapa personal que dialoga con el imaginario colectivo.
Pero el lanzamiento del disco y su imponente show de presentación no fueron las únicas noticias que marcaron el año. Juan Welti, bajista histórico y pieza fundamental en la musicalidad y la militancia cultural del grupo, se despidió tras años de escenarios compartidos. “Es un proceso loco, por el momento en el que se da —la salida de un disco— y porque también tiene una consigna loca: se va el 50% de la línea fundadora y la respuesta a eso es ampliar la banda más allá de los roles que se fueron, cambiar la lógica de composición y pasar de tres a dos en términos de cabezas pensando qué hacer”, cuentan desde adentro.
La nueva formación de Suave Lomito está integrada por Fraco Franni Amherd (voz y teclados), Gabriel Tano Rosignoli (batería y voz), Fermín Sagarduy (bajo), Federico Terra (guitarra) y Matías Suleimen (teclados y voz). En vivo, el cuerpo se extiende con Juana maidagan y Tobías Paván en coros.
Entre novedades, videos, sesiones de grabación y planes que ya empiezan a tomar forma, la banda se reformula mirando hacia adelante. “Yo creo que es muy pronto como para describir el proceso; por ahora nos encontramos en el momento más germinal de lo proyectado, como si fuésemos una banda nueva nueva. En ese sentido, lo que sí te puedo decir es que estoy muy ansioso por poner en práctica esta reorganización, en el vivo y en el cotidiano, en tocar con el Terra, Fercho y Mati”, afirma Rosignoli.
El futuro de Suave Lomito genera curiosidad y expectativa, pero todavía queda mucho por explorar de este momento crucial. “Fueron unos seis meses de aprendizaje y de acompañarnos con Franco; siempre estuvimos cerca, pero esto nos puso muy, muy en sintonía”, señala el baterista. Sortija no es un punto de llegada, sino un capítulo que, con su mezcla de riesgo y precisión, abre la puerta a nuevas formas de decir, tocar y mostrarse. Y esa puerta, hoy, está más abierta que nunca.
Sortija se editó en marzo y cuenta con invitados como Lautti, Rama Empanada, Sol Andino y Bruno Ritta. El disco fue producido por Martín Valci, figura clave en el escenario del groove rosarino, quien acaba de anotarse otro título fundamental para este 2025: Jardín de la imaginación de Bifes con Ensalada. El mastering estuvo a cargo de Nacho Maqueira.
Suave Lomito trabajó durante largos meses con el productor, encontrando un punto justo para el material. El desarrollo fue cercano, paciente y conversado. Tanto productor como grupo supieron tomarse el tiempo necesario.
Las canciones toman elementos de aquí y de allá, sin atarse a nada. Ganan dinámica para el movimiento, dejando que las canciones simplemente sean, evitando recargarlas. Hay energía y color, aunque fundamentalmente buenos ganchos para sostener la curiosidad. La base sostenida con precisión sofisticada empuja el viaje, convidando los moods: hay intensidad, hay melosidad, hay quilombo. Las guitarras saben cuando puntear y cuando distorsionar. Los arreglos de voces se complementan, en un tono meditado.
En Sortija, la banda parece haber encontrado un modo de reconciliar su caos genético con una forma más depurada de narrar. Lo dice Franni, entre risas y subrayando sus propias comillas irónicas, cuando habla de “necesidad narrativa” para justificar la aparición de un “pitucón” en una de las canciones. No es un guiño gratuito, sino una pieza específica de un recuerdo: rodillas destrozadas en el patio de la escuela, jugando a la pelota con una tapita de botella, y la urgencia de salvar los pantalones con esas capas de tela improvisadas.
El disco, confiesa, está lleno de esos gestos. Pequeños objetos, personajes y frases que funcionan como portales a escenas mínimas y, al mismo tiempo, universales. No importa si Fangio ganó un campeonato o si Nicolino Locche se lució en el Madison Square Garden; lo importante es que sus nombres, sus rasgos, su peso cultural, puedan ser usados para “vender humo” en una charla o para vestir una canción. La precisión histórica es irrelevante. Lo que importa es la capacidad de activar un imaginario compartido, incluso desde la impostura.
Es curioso que alguien que reconoce odiar escribir termine firmando letras que, leídas o escuchadas, se sostienen con claridad. Tal vez la clave esté en su método: nunca parte de la palabra. La música llega primero, la melodía improvisada sobre la base instrumental. Después, apenas siembra frases sueltas —como ese “me quieren embocar a lo LeBron James”— que actúan como detonantes. La letra, entonces, entra como un huésped que debe adaptarse a la casa ya construida. Un proceso que, admite, limita lo lírico, pero que encaja perfectamente con el ADN de la banda.
Detrás del chiste y el descaro, Sortija está atravesado por una nostalgia que no se disfraza. Franni la reconoce como una “reivindicación del juego”, algo que en la adultez se convierte en rareza y, a veces, en lujo. El juego como motor, como condición indispensable para hacer cualquier cosa. Esa mirada se mezcla con un duelo reciente: en pocos años, perdió a sus abuelos, y la escritura se convirtió en un espacio para procesar la ausencia. No es casual que el disco oscile entre la infancia y la vejez, entre la inocencia de no saber y la vulnerabilidad de olvidar.
La tapa —una chica jugando a matar a alguien que está por morir de verdad— condensa esa tensión. La crueldad infantil y el deterioro final conviven en una imagen que es, a la vez, inquietante y honesta. El círculo de la sortija se convierte así en un loop vital, donde la ida y la vuelta son inevitables.
Musicalmente, Sortija marca un cambio de enfoque. Después de años de acumular “mucha data” y de pasar por una montaña rusa de géneros, la banda decidió no ser “tan raros todo el tiempo”. En un panorama donde ya no existen las etiquetas puras —nadie es solo rock, pop o jazz—, Suave Lomito eligió un terreno más definido: pop progresivo. Canciones con melodías irresistiblemente poperas, sostenidas por un entramado instrumental que permite fugas hacia otros subgéneros sin caer en la dispersión.
El resultado es un disco coherente, que conserva el espíritu inquieto de la banda pero lo encauza en un relato más enfocado. No hay una renuncia a la experimentación, sino un pacto tácito para que cada desvío sirva a la canción. En ese equilibrio entre el recuerdo, el juego y la precisión, Sortija se siente como un trabajo donde Suave Lomito da un paso adelante y se imagina a futuro.
El disco arranca con «Mi Clan», sentando un tono de profundidad neurótica que hace a una narrativa general, entre lo confesional y caótico, con saltos entre pensamientos internos, frases a medio terminar y preguntas abiertas. Suave Lomito induce a una nostalgia extraviada, entre interrogantes sobre la imposibilidad de revertir el curso -de la vida, de nuestra historia-y la urgencia de aprovechar lo que queda. Ahí aflora algo que se sostiene por todo el disco: la saudade.
Es una canción de existencialismo suburbano, con la estética de un monólogo acelerado donde el autor se enreda en sus propios pensamientos. El uso de jerga informal (“pa’”, “rajar”) mantiene un anclaje casual y juvenil, mientras que el contenido aborda miedos universales. La estructura no es lineal: se parece más a un diario mental en el que el narrador se confiesa, se contradice y se burla de sí mismo para no caer del todo en la desesperación. Al final, hacer música es la única salida posible.
La segunda canción es «Sentís el peso», un neo-soul donde abundan los sentimientos de pertenencia y desplazamiento, además de la irreversibilidad del tiempo.
La letra tiene una poética mínima y abierta, que deja espacio para que cada oyente proyecte su propia experiencia de cambio, viaje o pérdida. El ritmo de las frases cortas refuerza la sensación de estar en tránsito sin mapa, en un territorio emocional y físico desconocido.
En «Schumacher», una de las canciones más atrapantes de Sortija, tenemos un revoltijo de melancolía disfrazada de chicana y humor, con estética muy de conversación entre pibes que crecieron juntos y hoy se sienten extraños. No hay un quiebre dramático ni un conflicto explícito, sino la constatación de que la vida se encargó de alejarlos. La fuerza está en los detalles triviales y en cómo el lenguaje cotidiano construye una intimidad perdida.
Además de pegadiza, con un ropaje popero y una dinámica oral propia del rap, la canción ejemplifica el escritor que anida en Amherd: el tono es cercano, oral y juvenil, con expresiones argentinas que refuerzan el realismo. Hay un juego entre humor y tristeza, cuando Amherd usa imágenes graciosas tan populares como anacrónicas (Schumacher para escapar, Nicolino Locche para esquivar) para enmascarar un dolor por la pérdida del vínculo. El registro está atravesado por la memoria: se yuxtaponen momentos pasados y el presente vacío.
Para «Pitucón», Franni canta sobre la memoria y la reconciliación con el pasado, y cómo ese pasado sigue vigente en el presente. Habla de crecer, de entender el lugar propio y del otro, y de cómo las experiencias compartidas forman un vínculo que trasciende el tiempo. No es un lamento, sino una celebración de lo que fue y sigue siendo, con una mezcla honesta de ternura y comprensión.
Sortija se presentó en abril, en el Galpón de la Música, ante una audiencia compuesta por una comunidad cercana. Esa ocasión fue especial por motivos que deben destacarse para comprender el presente de Suave Lomito.
En primer lugar, la formalidad de estrenar el disco ante el público, con una apuesta escénica de escala considerable, tocando las nuevas canciones y recibiendo invitados especiales sobre el escenario, en una formación de banda extendida que formó con siete músicos.
Esa noche junto al río, además, marcó la despedida de Juan Bautista Welti, bajista histórico del grupo, una ocasión emotiva que tuvo un video sorpresa, estrechando a toda la sala en un sentido abrazo para el querido músico.
La sensación de nueva etapa para el grupo estuvo formalizada en más de un sentido. En el plano afectivo, decirle adiós a un miembro fundador y pilar fundamental. En lo artístico, Suave Lomito planteó un show enfocado que presentó una versión decantada de toda su fluidez musical, histriónica, energética y conceptual. La apuesta era clara: concentrarse en canciones de pop que visten diferentes ropajes según la necesidad de una banda con autoridad musical y onda contagiosa.
En un tiempo en el que la música parece competir por ver quién llena más espacio, hay algo profundamente seductor en la claridad. Como un susurro en medio de un bullicio, lo simple corta el aire con una claridad que acaricia. Reducir una canción a su esencia es como dejar solo el latido en un pecho enamorado: nada sobra, todo pulsa. La melodía se convierte en un hilo fino que conduce directo al corazón, y cada palabra —sin el peso de adornos superfluos— cae con la dulzura de una confesión íntima al oído.
En esa sintonía, show y disco confirmaron una propuesta depurada de la banda, concentrando sus capacidades musicales en un torrente más directo.
“Si lo pienso rápido pareciera que fue realmente un proceso orgánico en el sentido más literal, biológico y evolutivo de la palabra”, considera Rosignoli, consultado a propósito de dicha depuración. “Casi como si el tiempo hubiera pasado de golpe, Franco y Welti ‘maduraron’, se ‘sutilizaron’ en sus formas y decidieron volcar esa nueva visión del mundo en canciones, con estribillos y estrofas. Más allá de lo fantasioso que acabo de decir —o junto con eso—, hubo una verdadera decisión de explorar la canción, en su composición y en su arreglística. Sortija es un disco compuesto en su mayor parte por Franco, Welti y Martín Valci. Creo que Valci tuvo mucho que ver con la realización y el sostenimiento de ese enfoque, de ese orden”.
En aquella noche de finales de abril, la música estuvo acompañada por visuales especiales y una iluminación dedicada. Sortija tuvo una presentación gestada a la par de un equipo completo, tanto arriba como abajo del escenario.
Suave Lomito supo tocar en festivales independientes de gran escala como BRODA o FestiMUG, sin embargo, ahora el escenario llevaba su nombre. La decisión de realizar un show audiovisual inédito en su recorrido como banda no pasó desapercibido.
En un contexto en el que la inflación se devora los ahorros y la incertidumbre es el pan de cada día, decidir invertir en un show con un presupuesto audiovisual considerable roza lo temerario. Apostar fuerte cuando los bolsillos están magros implica creer que el arte merece una puesta a la altura de su ambición, aun cuando los números no prometan devoluciones inmediatas. Es arriesgarse a que la experiencia estética pese más que la contabilidad, a confiar en que el público sabrá reconocer —y sentir— la magnitud del esfuerzo.
Para una banda autogestiva, semejante apuesta significa mucho más que un evento: es una reafirmación de su presente. Sin el respaldo de grandes sellos ni sponsors que absorban los costos, cada peso invertido es una decisión colectiva que pone en juego meses de trabajo, ahorros y, sobre todo, confianza en lo que se está construyendo. No hay garantías de salas llenas ni de recuperar la inversión; lo que sí hay es la certeza de que, pase lo que pase, esa noche quedará como un gesto irrepetible de entrega total, un acto de fe en la música y en la comunidad que la sostiene.
“Teníamos ganas de romperla en el mambo audiovisual porque siempre fuimos una banda que no tenía ni un png para pasar en un reci. Tristísimo. Nos cansamos un poco de eso y dijimos bueno, es ahora”, explica Amherd.
“En relación a lo económico, sabíamos desde el momento cero que íbamos a ir para atrás con la fecha. Así que simplemente nos dejamos llevar por el déficit y rezamos. Por suerte todo salió más que bien y terminamos todos felices y comimos perdices”, agrega.
“Para serte completamente sincero, es puro coraje. Nada de equilibrio. No hay un principio de realidad muy fortalecido que digamos”, detalla Rosignoli acerca de apostar fuerte en tiempos de mishiadura. “Al mismo tiempo, sabemos que nadie se la banca tanto solo. Para ser corajudo, para sostener la prepotencia de Suave Lomito, tiene que haber aval. La apuesta a la escala superadora es sólo posible gracias a que la banda tiene un círculo de grandes colegas y colaboradores con los que nos queremos mucho y siempre están ahí, y un público que comparte el flash”.
En esa noche de abril, entre canciones nuevas y despedidas emotivas, la banda dejó claro que su presente artístico está marcado por el coraje y el cuidado por el detalle. No hay detrás un plan de marketing frío, sino una cadena de decisiones guiadas por la intuición, la amistad y una creencia obstinada en la potencia de sus canciones.
Puede que Sortija no sea un disco que busque complacer a todos, pero sí es uno que se entrega entero. Suave Lomito eligió contar su historia desde la memoria y el juego, abrazando el riesgo de hacer las cosas a su manera, incluso cuando el contexto económico invita a lo contrario. El resultado es un trabajo coherente, íntimo y expansivo a la vez, que deja una huella clara en la escena local.
Tal vez, dentro de unos años, el recuerdo de esa noche en el Galpón de la Música funcione como las imágenes que pueblan Sortija: un momento preciso que concentra emociones, colores y gestos. Porque, como las mejores canciones, las apuestas grandes no se miden en números, sino en la forma en que se quedan resonando mucho después de que el último acorde se apaga.
Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard