TREN MOEBIA: DESCUBRIENDO LOS REFUGIOS DE LA HISTORIETA FEDERAL

Sobre finales de abril se realizó Tren Moebia, una experiencia que conectó Capital Federal, Rosario y Córdoba, intentando visibilizar el circuito federal de la historieta independiente.
Tres ciudades unidas buscando un único objetivo: fortalecer los corredores culturales que despiertan luego del periodo pandémico.

 

Entre el 21 y 25 abril se realizó Tren Moebia, una aventura que conectó Capital Federal, Rosario y Córdoba a través de la red ferroviaria nacional, en múltiples jornadas enfocadas en el encuentro de artistas del mundo de la ilustración, la historieta y el diseño.
Generando la chance de dibujar, conocerse, intercambiar material y multiplicar ideas conjuntas, Tren Moebia funcionó como el abrazo definitivo luego de los distantes años pandémicos.
La iniciativa fue creada por Espacio Moebius y pudo llevarse a cabo por la convocatoria de Gestionar Futuro, que otorgó fondos federales para proyectos culturales asociativos.
Moebius es una editorial y galería de arte especializada en cómics e ilustración ubicada en Almagro, Ciudad de Buenos Aires. Fundada en el 2008 como editorial, en el 2009 como tienda de cómics e lustración y en el 2012 como galería de arte, hoy Moebius es anfitriona de la mayoría de las presentaciones y firmas de libros del sector.
Actualmente, Moebius está conformado por una sociedad ecléctica de hacedorxs de varios frentes: Martín Ramón (Editor y curador), Alejandro Díaz B (Gestor cultural, escritor), Juan Ángel Szama (Editor de Szama Ediciones, artista plástico, gestor cultural), Dani Arias (Ilustradora e historietista, editora del sello In Bocca al Lupo), Valeria Reyno, (Diseñadora gráfica, ilustradora e historietista, parte de In Bocca al Lupo) y Romina Fretes (Historietista, miembro de Ediciones In Bocca al Lupo).


Tres provincias, tres ciudades, cientos de kilómetros a través de la red ferroviaria argentina. La idea de Tren Moebia fue generar una experiencia de residencia durante el curso del viaje, para luego recorrer múltiples espacios, conectando lo emergente con lo establecido.
Según explica el equipo responsable del proyecto, la elección del tren se debe “a su carga simbólica como fundador de comunidades, su función conectora entre los habitantes de nuestro país”. 
Desde la formalidad, Tren Moebia busca crear un espacio lúdico y vanguardista que conecte las nuevas tendencias de la historieta con lo ya instalado, a partir de la búsqueda permanente de creadores inéditos. La iniciativa intenta visibilizar la amplia variedad de historietistxs y dibujantxs que surgen en la Argentina, y que son prácticamente desconocidos por el público en general.
La informalidad, desde un plano más intimista, observa que Tren Moebia sale de lo predecible para llevar a un contingente de artistxs al encuentro de un público casual y neófito, logrando un choque donde lo lúdico y la sorprendente comulgan en la curiosidad de la gente. 
Además, la movida logra una transversalidad del espacio, nutriéndose tanto de instituciones como de refugios aparecidos desde el deseo Do it yourself. Tren Moebia descarta tótems y vacas sagradas del arte de la historieta para darle prioridad al encuentro entre personas. 
Viajando desde Capital Federal a Rosario (21 y 22/4) y luego partiendo a Córdoba (23 y 24/4), el proyecto se acerca a artistxs, editorxs y trabajadorxs de la industria gráfica, permitiendo que conocidxs y desconocidxs dialoguen de forma directa luego de un largo periodo de distanciamiento marcado por la pandemia y sus sucesivas olas covidianas. 
Galerías, espacios de arte, estudios, museos, ferias, centros culturales, librerías y bares, formaron un itinerario caracterizado por el color humano y un idioma en común: el dibujo.
La comitiva con pasaje estuvo integrada por Juan Manuel Puerto (dibujante, docente de diseño y de ilustración), Iván Riskin (dibujante, historietista, editor de Espacio Paradojas), Lucía Álvarez (Locutora, DJ), Federico Dipila (autor, dibujante, editor de Estudio Mafia), Carla Ochoa, universalmente conocida como Xinaocho (arquitecta, dibujante, historietista), Ernán Cirianni (historietista, editor, gestor cultural en Viñetas Sueltas), Andrea Guzmán (periodista), Leo Oliva (dibujante) y Bruno Mcmint (dibujante). 
Completando la formación, desde Espacio Moebius, también fueron de la partida Szama, Reynoso, Ramón y Díaz B.
A continuación, una parte de esa historia.

Desayunando en Córdoba, la última jornada antes de emprender el regreso, Val Reynoso recuerda los momentos iniciáticos de la aventura que devino en Tren Moebia. El proyecto surgió de manera rápida, en parte porque venían trabajando ideas similares. Por otro lado, cuando el plan del tren apareció, fue demasiado irresistible. Nadie dudó.  “La idea era muy loca, no iba a salir”, comparte. “La tiramos porque sin dudas era interesante. Re diferente. Dudamos mucho de que saliera. Quizás era poco práctica”. 
Más allá de una idea que, a priori, pudo haber parecido descabellada, el tren podía albergar un terreno de convivencia donde dibujar, vincularse con personas desconocidas, reencontrarse con compinches y procurar nuevos lazos.
El proyecto demandó un periodo extenso de reuniones dedicadas a producción y logística. Durante algo más de seis meses, el equipo organizador fue ultimando detalles y puliendo cada tramo de la aventura. En la mejor tradición gestáltica, cada una de las partes fue sumando para un todo mayor. Allí la experiencia de cada persona involucrada fue marcando probables caminos a seguir. Los años de trabajo en la historieta independiente fueron generando una red humana que volvía a latir luego de años de distanciamiento. Según explica Reynoso: “pensamos en una diversidad de invitadxs. Juan, siendo rosarino, tenía esa cercanía. Dani Arias conocía a gente de Córdoba, igual que yo, porque participé en la revista Las Fieras. Sus creadoras siempre fueron muy copadas. No lo dudé un segundo. Siempre tengo la oportunidad de cruzarlas en persona en Crack Bang Boom o cuando vienen a Capital Federal para Vamos Las Pibas. Ellas nos tiraron ideas de inmediato. Nacha (Vollenweider) también tiró ideas y se sumó al toque. Todxs nos conocemos de festivales y demás movidas”.
La excursión de Tren Moebia Capital Federal-Rosario-Córdoba funciona como una prueba piloto. Si el intento resulta, en el futuro salen otras conexiones y nuevos destinos por el resto del país. De forma espontánea -y off the record- el equipo organizador se atreve a soñar por encima de la primera experiencia. Resuenan ciudades del noroeste, pero también escalas atlánticas. Todo puede ser. Solo hay que tener algo de paciencia y trabajar con dedicación.
Imaginando el futuro, las mentes responsables rápidamente pasan de nombrar ciudades a nombrar artistas referentes de diversas regiones de todo el país. Por cada nombre “establecido” se nombran voces más jóvenes que merecen atención por publicaciones digitales, fanzines en clave de guerrilla, muestras o intervenciones. Por cada dirección surgen hasta cuatro nombres.
Escuchar esa mixtura de manija + proyección evidencia el principal objetivo de Tren Moebia: descentralizar para generar un intercambio real y horizontal con voces de diferentes regiones y diversas generaciones. Invirtiendo la dinámica de siempre moverse hacia Buenos Aires, se intenta ir en busca en espacios culturales, artistxs y movimientos regionales para poder presenciarlos en su propia atmósfera.
Si el timing es todo, la iniciativa sobre rieles llega en un momento oportuno. En la post pandemia el deseo se multiplica en forma de publicaciones, ferias, convenciones y otras maneras de encontrarse. Entre tanto, ¿cómo lograr realizarlo todo generando un feedback orgánico que rebase lo regional y que no dependa únicamente de lo digital? Tren Moebia no tiene la respuesta, pero el fortalecimiento de los corredores culturales para un federalismo real es parte de una probable solución. 

Hemingway solía decir que para escribir sobre un suceso solo hacía falta una oración honesta. Había que precisar la oración más honesta sobre lo que se presenció y luego partir desde allí. Retomando esa premisa hemingwayana deberíamos apuntar que las cien horas que conformaron la experiencia Tren Moebia se caracterizaron por una vinculación horizontal y afectiva.
A partir del primer instante de la travesía, esa horizontalidad asoma tímida hasta convertirse en protagonista. La vinculación afectiva parece tender una especie de energía alrededor del contingente viajero, como un domo que hermana a las criaturas del mundillo de la historieta en todas sus ramificaciones y que además se extiende a lectorxs que llegan para comprar libros, curiosxs casuales, periodistas y otrxs.
Los roles se invierten de forma constante en Tren Moebia, dejando de lado cualquier preconcepto protocolar que, a priori, pueda basarse en experiencia, chapa, espalda comercial, virtuosismo, etc. En ese sentido, los egos quedan relegados por un largo rato, en pos de una experiencia unificadora. Eso resulta posible porque cada una de las personas que dan forma al contingente se formaron desde el trabajo independiente, habiendo aprendido las lecciones del esfuerzo autogestivo. 
En la horizontalidad del trabajo independiente, el tipo de relación entre los individuos está basado en la construcción colectiva. La clave, del funcionamiento de este grupo que crece y decrece de acuerdo a las circunstancias del día, es el auténtico interés en lx otrx, en la apuesta a fortalecer un circuito habitado por todxs.
Las horas de viaje, además, permiten la posibilidad de acompañar al dibujo de discusiones -no tan-informales sobre tópicos surgidos en las actividades ambas escalas. De esa forma, la jam en continuado genera más que hojas ilustradas: entre comodidad y complicidad el pequeño contingente intercambia puntos de vistas sobre las responsabilidades del editor, el declive -o no- del oficio del guionista dentro de la historieta argentina, mecenazgos, diferencias y conveniencias entre entintado digital o vieja escuela, NFTs y más.
Lxs viajerxs lo discuten todo, concentrando su mirada en sus cuadernos mientras intercambian reflexiones sobre un temario espontáneo que se extiende a través de los kilómetros. Ninguna concluye. La discusión se retoma. Aparece y desaparece según la ocasión. Siempre vuelve, sumando otras voces y reflexionando a partir de las experiencias que se escuchan. Nadie trata de resolver los problemas del mundo. Tampoco se atreven a las conclusiones selladas. En cada nueva ronda una voz diferente aporta amplificando la perspectiva de la charla. En ese sentido, la vibración constante de las vías se traslada a la experiencia completa: las ondas del movimiento son sutiles, pero lo están sacudiendo todo, de una manera placentera. 

En Rosario, con un día frío y lluvioso que se despeja por la tarde, la comitiva tiene una cita matutina en el estudio del maestro Eduardo Risso.
Cuando el grupo deja el estudio hay una sensación ambigua sobrevolando: acaban de presenciar una ponencia indirecta sobre la industria y los cambios que están sucediéndose. Se van discutiendo sobre el oficio de la historieta desde posturas compartidas y encontradas. Todxs terminan preguntándose la posibilidad de lograr un bypass al mercado. Entienden que todo está en transformándose. La incertidumbre pasa por saber dónde están ellxs.
Tras despedir a Risso llega el momento de visitar Fuera de Registro, muestra colectiva con la curaduría de Guillermina Ygelman, que reúne fanzines, pegatinas, prints, artistas y sellos independientes que se corren de la hegemonía de la perfección y los mandatos estéticos -políticos- reinantes del mercado.
Con la participación de Cuadrilla Feminista, Luli Adano, Andrés Yeah, Capitana, Rescatá la tanga, Estudio Repisa, Fuerza y Posibilidad, Femiñetas y Microutopías (Uruguay) Ygelman logra condesar focos de resistencia de la cultura visual autogestiva de la última década. 
Por la tarde, Pasaje Pan sirve como punto de encuentro donde los abrazos y los dibujos se multiplican. Luego del almuerzo, el contingente recibe a colegas de diversas generaciones. Como anfitriona ad hoc, Flor Balestra es la primera en saludar, repasando la historia de la galería más antigua de la ciudad. Mientras tanto, las mesas del Café del Pasaje, van formando un largo gusano a medida que llegan ilustradorxs como Mariela Viglietti, María Luque, Max Cachimba, Malena Guerrero, Jazmín Varela, Maxi Falcone, entre otrxs. 
Sobre las 16hs, cuando afuera el sol empieza a despuntar, el corazón del Pasaje Pan está ocupado por un pequeño gentío. El contingente creció a pura calidez, estrechando abrazos y risas.
Alrededor de veinte artistas comparten la mesa. Se dibuja a discreción. Hay quienes optan por el collage. Salen algunos retratos, quizás como una demostración de cariño absoluto. Asimismo, se intercambian muchos libros entre artistas: hay regalos, dedicatorias, guiños cómplices y camaradería.
Un detalle no pasa desapercibido: la reunión abierta en el Pasaje marca el primer encuentro presencial para varixs artistas luego de algún tiempo de relacionarse a través de la distancia digital. Los últimos años fueron complejos para las convenciones de ilustración e historieta de todo el país. Además de la crisis económica, la pandemia llegó para agravarlo todo. De esa forma, Rosario, que por varios años se erigió como una escala importante para artistas de todo el país con Crack Bang Boom y Festival Furioso de Dibujo, en los últimos tres años la ciudad quedó relegada a un mutismo que empieza a quebrarse en 2022. 
Mediante el sinfín de risas, besos, regalos, complicidad y amistad que toman lugar en el Pasaje, Tren Moebia obtiene una dimensión simbólica gigante: se transforma en el primer abrazo concreto luego de un periodo demasiado deshumanizante. Mientras que la cercanía digital es una herramienta constante, estrechar el trabajo afectivo mediante nuevos vínculos sigue siendo fundamental.
“La cultura se hace con el otrx. Las redes se hacen con el otrx. Los vínculos más sólidos se hacen encontrándonos” afirma Federico Dipila. “Creo que este es un momento de mucha euforia porque estamos volviendo a reforzar eso, después de una reafirmación de ese enunciado porque está la confirmación fáctica que la virtualidad es finita. Creo que es una euforia positiva, dan ganas de sumarse a muchas movidas”. 
Dipila conversa sin dejar de dibujar un solo segundo. Se entretiene con un Pokémon mientras a su lado Juan Manuel Puerto se ocupa de un collage. El resto de la mesa, atiborrada de hojas, cuadernos y decenas de herramientas, apenas deja lugar para alfajores, celulares, tazas de café y té.
“Estamos en un momento muy transitorio. Los vínculos han cambiado un montón. Estamos dando unas batallas muy duras, no está dicha la última palabra de la historia pandémica”, reflexiona Federico. “Todavía no hemos asimilado o realmente comprendido lo que estamos viviendo. Hay muchas cosas que cambiaron. Aún no tenemos la distancia que se precisa para hacer un análisis más objetivo”.
“Lo que está sucediendo en Buenos Aires es un colapso de actividades. Todo el mundo está haciendo eventos, saliendo, organizando. Estamos dando más que el cien por ciento. Nos hacía falta, pero también siento que está siendo muy agotador porque la situación económica es muy difícil. Uno está trabajando el doble para lo que es la subsistencia y lo que es el trabajo de militancia cultural”, apunta el también editor de Estudio Mafia. “Esa resistencia independiente, está muy a full, generando unos niveles de estrés muy grandes”.
Dipila considera que la movida de Tren Moebia es maravillosa, la posibilidad de volver al circuito desde los aspectos más humanos. Se trata de compartir momentos.
El ilustrador remarca que las instancias superan a la acción de dibujar. Compartir es planificar, así como hacer catarsis conjunta logra identificación con lxs demás. Compartir unos mates o una cerveza, lo mismo. El regreso de las actividades significa volver a humanizarse. 
“Lo realmente importante es seguir sembrando, seguir apostando a la cultura independiente porque el Estado, en esta última década y media, se cayó dos o tres veces, y fue la cultura independiente quien salvó las papas. La cultura independiente nos va a salvar. No debemos permitir que se caiga. Es fundamental fortalecer los lazos más humanos”, concluye.  

Llegar a Córdoba marca un contraste inmediato con Rosario: el contingente se encuentra con un día primaveral en clave mediterránea. Con un sol espléndido que marca una temperatura en ascenso, el desayuno termina, otra vez, en un tablero improvisado detonado entre tazas, lápices, platos con tostadas y medialunas, anotadores, jugos, cuadernos y estilógrafos.
Tras cuarenta horas de viaje, alrededor de las cinco mesas unidas, ya abundan los guiños cómplices y chistes recurrentes. En ese sentido, quienes marcan la vanguardia son Cirianni y Puerto.
Mientras el dibujo vuelve a desatarse, se repasa el itinerario de la jornada: visita a la muestra de Nacha Vollenweider en el Museo Emilio Caraffa, seguida de otra jam de dibujo con artistas locales en Satélite, espacio de arte, ubicado en Güemes. Allí espera T.L.C.C.F muestra y experiencia audiovisual que nace de la historieta homónima de Athos Pastore.
Desayunadxs, libres de bolsos y disfrutando de un sol amable, lxs viajerxs llegan a Parque Sarmiento para encontrarse con Vollenweider. En la puerta del Caraffa, hay gente esperando para sumarse a la experiencia. Se trata de público que se enteró vía redes de la propuesta abierta de Tren Moebia y decidió acoplarse. De esa forma, el contingente en versión ampliada ingresa al edificio de arquitectura neoclásica.
De tono amable, Vollenweider lidera al grupo por los pisos y pasillos del museo. Detrás de sus anteojos minimalistas tiene una mirada vivaz, pero discreta. Con generosidad comenta detalles de su trabajo. Subiendo las escaleras hacia el tercer piso, dos chicxs recién sumadxs al grupo piden consejos para una aventura gráfica que están a punto de emprender. En pocos minutos, subiendo a través de unos 150 escalones, Vollenweider aconseja con un nivel de detalle asombroso, casi una clínica avanzada exclusiva para ellxs dos. Se trata de un momento fugaz que casi nadie advierte. Tal vez la postal más horizontal de Tren Moebia. 
Divagues.typo.gráficos se presentó en febrero de 2022. Se trata de la primera muestra individual que la artista riocuartense realiza en ese espacio cultural de la capital cordobesa. Se trata de cuarenta afiches de 0,70 x 1,10mts en blanco y negro. Según explica Nacha al contingente, “los hice todos en dos semanas porque tenía Covid”.
Apostando a la austeridad Vollenweider logra capturar la alienación de los primeros tiempos de aislamiento. Es una confusión donde los artefactos sirven como antenas poco confiables. 
Luego del museo Caraffa, ocurre un almuerzo tardío con una versión XL del contingente: viajerxs + Vollenweider + gente que se acercó de forma espontánea. La tradicional mesa gusano se divide en tres. Los cuadernos vuelven a aparecer. Puerto, Reynoso, Dipila y McMint parecen incansables. Dibujando hasta que llega el momento de partir.  

La galería y taller Satélite comenzó su historia en agosto de 2021 por iniciativa de Pablo Martínez y Valeria López, artistxs y gestorxs. Cuando llegaron a la casa ubicada empezaron a cranear un espacio donde poder activar instancias expositivas.
Satélite comenzó lentamente su camino. Primero con una muestra colectiva, luego participando de la Feria de Arte Córdoba. Más tarde llegaron las residencias y los talleres.
Paulatinamente la tímida idea se afirmó como un espacio de encuentro en una ciudad de Córdoba que articulaba, a su forma, la renovación propia de una nueva generación. A puertas cerradas, Satélite funciona como un espacio de producción en la zona de Güemes.
T.L.C.C.F -Transitar la ciudad como fantasmas- es una creación de Athos Pastore. Las formas de habitar la urbe se amalgaman con cierto terror de la imposibilidad. Publicado por Editorial Deriva durante la primera semana de marzo, T.L.C.C.F transformó sus viñetas en algo más vivo, casi urgente: una puesta musical, nacida desde la ficción, pero con un cuerpo tan real, que engendró un disco y varias performances que acompañaron las presentaciones del libro.  
De las cuarenta personas presentes en el espacio cultural independiente, la mayoría son artistxs que se acercan enteradxs de Tren Moebia y la muestra de Athos. Dicen presente Flor Márquez, Cho Bracamonte, Lejana, Amorela, Damián Bassoti, Isabel Ugalde Honda, Cardolina Rodríguez, Daana Banana, entre otrxs. Además, hay un público que habita Satélite porque se trata de un canal de confluencia donde encuentran data diferente. Se trata de un público presente que se define como curioso, que ocupa el espacio como una militancia, que se constituye como parte de una resistencia que mantiene vivo el fuego a través de las sucesivas crisis económicas, la malaria estructural que expuso la pandemia y ciertos patrones de desidia municipal que unen a las ciudades de la aventura.
La tarde pronto se transforma en noche, con un abundante cruce de información. Hay venta e intercambio de libros y zines, también de mails y teléfonos. Reina una espontaneidad que, sencillamente, surge desde el dibujo.
Al igual que la jornada anterior en Rosario, a medida que las horas pasan, las conversaciones que toman lugar derivan en la construcción comunitaria.  En la ciudad de Córdoba la horizontalidad se manifiesta como esencial, otra vez.
Conectarse desde distintos circuitos de la historieta se torna urgente para seguir construyendo. Los corredores entre provincias vecinas están trazados desde hace años. El verdadero desafío reside en fortalecerlos hasta lograr una sustentabilidad. Resistir los embates es primordial. Allí las redes jugaron un papel vital manteniendo una vía de comunicación en tiempo real para que las conexiones establecidas sigan fluyendo. 
“Creo que la vinculación colectiva y las redes son fundamentales, ocupando un lugar vital dentro del proceso de producción y distribución de una obra”, observa Lejana. “La instancia de intercambio en el caso del rol de editorxs, aparece quizás más pronto porque normalmente transitamos en espacios propicios a ese diálogo, sin embargo, no suele ser tan evidente en el rol del ilustradorx o artista si se quiere, que suele ser considerada dentro del imaginario colectivo como una disciplina más solitaria o aislada”, agrega.
Lejana dibuja y dedica sus títulos en la pequeña feria habilitada en Satélite. Asimismo, se une a sus colegas, compartiendo la jam de dibujo que crece de una ronda de cinco personas a unas veinte.
“El diálogo con colegas aparece desde el momento mismo en que nace un proyecto, nos mostramos cosas, contamos ideas y hacemos observaciones. Fue imprescindible establecer redes para poder salir de ese lugar solitario en el que estaba creando mis obras y comenzar a sacarlas a la luz. La autogestión y autoedición me parecen esenciales, porque es ahí en las ferias donde sucede el diálogo y el intercambio, donde comienzan a trazarse lazos”.
Finalmente, la también coeditora de Las Fieras observa: “las redes sociales ayudan a conectarnos entre nosotrxs, además de hablar directamente con artistas que admiramos y que están en otros lugares. Ese diálogo siempre es enriquecedor. Para mí fue vital conocer a otrxs artistas de mi propia ciudad (Córdoba) porque las redes sociales me mostraban un mundo de circulación y producción muy activo en ciudades más grandes, lo que me generaba una sensación de cierta distancia y enajenamiento. Darme cuenta que había otrxs historietistas produciendo cosas tan cerca fue fundamental. Me permitió crecer y crear proyectos conjuntos”.  

Ya lo dijo el Doc Brown, si hay que viajar, por qué no hacerlo con un poco de estilo. Parte considerable del encanto de la aventura ideada por Espacio Moebius es el viaje en tren.
Tanto a la ida como a la vuelta, incluyendo las respectivas paradas en Rosario, el colorido del contingente rebasa los límites del proyecto. Tren Moebia no se limita a las veinte ubicaciones ocupadas por lxs dibujantes y el staff responsable, su campo de acción se apodera de cualquier lugar donde esté sucediendo el acto colectivo de dibujar. 
Desde el vagón de cola que cobija a todo el contingente hasta el coche comedor hay una distancia de cinco vagones. Caminar desde un punto al otro significa presenciar decenas de los micromundos que hacen a cada pasajerx. Hay familias completas; viajantes intensamente dormidos, ya cancheros en la dinámica de los trenes argentinos; estudiantes que parecen volver a la ciudad universitaria cargando bolsas de comida casera que seguramente va a parar al freezer. Un gaucho con guitarra, con manga completa de tatuajes old school, comparte asiento con una señora que manda mensajes de voz a volumen considerable. Las historias se multiplican a cada paso.
Mientras el tren atraviesa la provincia de Santa Fe en dirección a Córdoba, unas diez personas llegan al comedor cargando cuadernos y carpetas, además de cartucheras, fibras, estilógrafos y demás. Ocupando dos mesas, la jam de dibujo arranca.
Siguen charlando. Hablan de tópicos varios: trabajar free lance, responsabilidades del mundo real, se pasan datos sobre dónde comprar cuadernos a precios amables.
Las risas surgen de forma orgánica. Siempre alguien tira alguna que inmediatamente se ve potenciada por otro comentario. Un tercero lo remata. Las risas van escalando. Inmediatamente la armonía del comedor se transforma en algo mucho más humano. El colorido no reside únicamente en los dibujos: los pequeños grupos que ocupan el resto de las mesas también se sueltan, logrando un ambiente más ameno.
Al final del vagón, en mesas opuestas, dos chicas solitarias están concentradas en sus lecturas. Una lee por placer. La otra subraya con lápiz su libro y anota en apuntes inconfundiblemente universitarios. No pasa mucho tiempo hasta que ambas se acercan a las mesas de lxs dibujantes, preguntando de qué va la cosa. Cuando se enteran del proyecto sonríen, entusiasmadas. Las dos se quedan junto al grupo, conversando con el contingente. El viaje es largo, hace algo de frío, pero al menos, por un rato, ambas se quitan el ropaje de desconocidas para integrarse a la charla general. Más atrás, una pequeña familia canta el feliz cumpleaños a quien parece ser el padre. Sobre un alfajor Jorgito (los únicos que vende el buffet) colocan una pequeña vela de cumpleaños. Tras las primeras tres palabras del inconfundible himno, el resto del vagón se suma a cantar. Cuando termina, los aplausos llegan todos los rincones del vagón comedor. El contingente Moebia, por supuesto, es el más ruidoso.
El primer tramo de viaje funciona de la misma manera, entre espontaneidad y juego lúdico. Desde Capital Federal a Rosario, los dibujos se cuentan por decenas. Además de entretenerse dibujando una variedad de pokémones, llega el momento en que lxs ilustradorxs se ponen a retratar al personal del tren.
Cada tramo del viaje, por supuesto, captura de inmediato la atención de lxs niñxs a bordo. Apenas comenzado el trayecto las pequeñas criaturas, ya aburridas de sus celulares (o quizás sin señal para conectarse), se largan a jugar por toda la extensión del tren, corriendo entre pasillos, descargando su energía en forma de gritos y saltos. Cada vez que algún niñx llega a las ubicaciones de la comitiva, se detiene, absorto ante unas quince personas sentadas en posturas extrañas, dobladas sobre sus espaldas, dibujando o pintando. Lo que sigue, por supuesto, es el acto de la curiosidad. Qué están haciendo. Quiénes son. Por qué dibujan. Los mismos interrogantes que atrapan a los adultos. 
El tren como residencia funciona en diferentes niveles gracias a una manija que no se quita fácil. El comedor apaga sus luces a las 23hs, obligando a moverse. Mientras que las luces continúan prendidas un rato en el resto del tren, a la medianoche la oscuridad es total. La negrura casi absoluta no detiene la jam: parte del grupo se ubica sobre el sobre el final del vagón, donde el cubículo que aloja el baño mantiene sus luces encendidas toda la noche. Apenas hay espacio para cuatro personas de pie, pero pronto la escena se transforma, con cuatro dibujantxs en el piso y otrxs paradxs. La jam sigue adelante, al igual que la charla y las risas. A la distancia, la imagen no es tan extraña: se trata de un grupo que, otras circunstancias, iría de bar en bar, prologando el momento grato. La vinculación afectiva de esta postal reemplaza cerveza y vasos, por los elementos propios del dibujo. Cualquier mirada externa diría que se trata de amigxs de toda la vida.  

El lunes, el último día de viaje, el vagón comedor se ocupa apenas abre sus puertas. La jornada es larga. Rosario es la primera parada, a media mañana. Para el grueso del contingente, todavía restan unas diez horas de viaje.
Hay quienes se quedaron dibujando hasta las 4hs en el cubículo del baño. Esa postal quedó registrada en una foto bajo el título de “Lxs últimos en pie”. A las 9hs, con un frío considerable, un pequeño grupo se dirige al comedor para desayunar y primerear mesas.
McMint, Iván y Valeria se ubican a tomar café y compartir galletitas mientras el sol despunta, logrando un poco de confort térmico. Un rato después se suman Ochoa, Puerto, Guzmán y Olivera.
Para las 10 de mañana, el ánimo está encendido. La charla se intensifica, al igual que los dibujos. Las risas cruzan de mesa a mesa.
Riskin, McMint y Val intercambian las publicaciones de Lejana. Se trata de dos historietas: Lápiz mágico e Increíblemente humanx. Con paciencia, acaban la lectura y comentan cuál fue su favorita. La conversación vira pronto, con Riskin y Reynoso coincidiendo en lo fundamental de federalizar el circuito de historietas independientes. Hay muchxs artistxs dando vueltas. Hay cientos de historias que necesitan ser compartidas. “No tenemos que quedarnos siempre entre nosotrxs“, concluyen. De eso se trata la aventura de Tren Moebia. La historia recién comienza. 

 

Por Lucas Canalda + Renzo Leonard

 

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