BREVE HISTORIA DE CÓMO TERMINAMOS AQUÍ: PAULA BOFFO Y PATRICIO OLIVER EN ROSARIO

Paula Boffo y Patricio Oliver llegaron a librería Craz para presentar sus novelas gráficas Santa Sombra y Aquelarres ante el público rosarino. Abordaron la importancia de la historieta como herramienta de divulgación y la plasticidad de la ficción de género para tratar temas políticos y sociales. Además, se refirieron a las lecciones aprendidas en sus años como trabajadorxs de la cultura.

Cualquier registro que involucre a Paula Boffo (AKA Sukermercado) y Patricio Oliver debería incluir una etiqueta que advierta que la química presentada no fue alterada de ninguna forma. ¿Será posible un sello de garantía de pureza Suki-Pato al ciento por ciento? La respuesta queda abierta para próximas apariciones mediáticas o públicas. Por lo pronto, ahora mismo, están frente a un grabador, haciendo uso de una verborragia potenciadora, tanto de lo gratificante como de lo padeciente; de lo irremediablemente terrenal como de lo potencialmente liberador. 
“Ya no tengo tantos ataques de pánico. Perdón, le metí a fondo. Revelación completa. Entendí este espacio como un diván. Sos mi psicólogo ahora”, declara Boffo, entre manos que vuelan por encima de la mesa, en una gesticulación que acompaña cada palabra y cabeceo. Se ríe, permitiendo un pie para Oliver: “Somos así. Te lloramos todo, pero terminamos agitando sindicalismo y revolución en dos pasos, sin saber cómo terminamos ahí”. 
En su vaivén cómplice, Oliver y Boffo utilizan cada pregunta como un disparador hacia la posibilidad, por eso suelen acercarse a lo impensado, hilvanando espontaneidad con improbabilidad, siempre con los pies en la tierra. La palabra les encuentra desde un disfrute catártico porque de eso se trata este RAPTO: profundizar más allá de la excusa que les trae a Rosario por segunda vez en el año.
De regirse esta nota estrictamente por la formalidad debería apuntarse que visitan nuestra ciudad para presentar sus libros Santa Sombra (Barro) y Aquelarres (Barro, Clan de Fomento) en la librería Craz, ubicada en el mítico Pasaje Pan, en una jornada de feria y flash tattoo organizada por Kiosco de Diseño. 
Patricio Oliver (45) es egresado de la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires, donde ejerce como docente. Como ilustrador y diseñador, fue publicado por editoriales internacionales como Gestalten y Taschen. En sus cómics su foco temático es el género de superhéroes y aventura desde una perspectiva cuir y de diversidad, bajo una mirada estética que amalgama el diseño gráfico, la ilustración narrativa y el amor por la era de bronce del cómic. 
Aquelarres es una historia coral de ochenta páginas protagonizada por grupos de brujas que transitan una Buenos Aires oscura y distópica, donde el totalitarismo ejerce una depuración del elemento que considera nocivo para su composición de Dios, Patria y Familia. Entre fuego azul, hechicería y una trama espejada en la coyuntura nacional de tensión palpable, Oliver crea una sucesión de personajes icónicos que se revelan con cautela, deshaciéndose de sus capas para mostrarse laberínticos. 
Paula Boffo (29) trabaja como animadorx e historietista. Estudió animación en el Instituto de Cine de Avellaneda y se desempeña en preproducción y dirección de arte. Ganó concursos internacionales de mentorías de dirección de Annecy, Ventana Sur, Women In Animation y dirigió el videominuto Santa Sombra de 2022. Estéticamente obsesionx con el esoterismo, el paganismo y el terror, sus narrativas se enfocan en temáticas políticas y transfeministas.
Santa Sombra es una novela gráfica que cuenta la historia de cómo una joven del norte argentino llamada Juana se convierte en una vengadora, luego de hacer un trato con dos machetes malditos para rescatar a su hermana de una red de tráfico de personas. Con pulso autoral, Boffo profundiza la chispa iniciática de La Sombra Del Altiplano (Barro) en un entramado sin respiros que amalgama folklore popular con gore y feminismos contemporáneos con una poética personal involucrada en cada textura.
Santa Sombra y Aquelarres fueron desarrollados con paciencia durante años, en jornadas repartidas entre trabajos de la vida real -esos que pagan alquiler- y la voraz exigencia tripartita mental-emocional-física que demanda el oficio de la historieta en Argentina. En la actualidad, ambos libros están distribuidos por comiquerías de todo el país, mientras la dupla se ocupa personalmente de organizar presentaciones en diferentes ciudades, en espacios comiqueros amigables, tomando la ruta para disfrutar porque, según afirman, hacen historietas porque es divertido, a pesar de tanto desgaste. 
“Pato y yo hicimos libros que nos costaron un montón”, cuenta Boffo. “Le propuse salir de gira de presentación como un festejo de la obra. No tengo el objetivo de ganar un montón de plata. Quiero festejar el trabajo que hicimos y conectar con colegas. Generar una parte de disfrute desde nuestra obra”.
La dupla aborda la historieta desde diferentes aproximaciones. La pasión prima en sus voces, dejando saber que el cómic constituye una fuerza en sí misma dentro de sus respectivas vidas. Sin embargo, entre tanta entrega, su perspectiva está marcada por un entendimiento de laburantes del arte y la cultura, dejando de lado el narcisismo estereotipado delx artistx. En lugar de inflar el ego hablando de creaciones y premios, flashes fotográficos y titulares en sitios especializados, mantienen los pies sobre la tierra, afirmando una realidad de esfuerzo cotidiano y trabajo de hormiga. Son aprendizajes ganados a través de los años, logrando una consistencia en un oficio con variables demasiado volátiles. Cada título plasmado en papel -o en digital- llegó con lecciones alentadoras, pero también con padecimientos varios. 
La expresión darlo todo aparece de forma reiterada en la charla. Está dando vueltas en redes sociales a toda hora del día. Hasta se entremezcla en la campaña de las elecciones presidenciales. Por supuesto, también se introduce en el léxico del circuito de historietas. Detrás del dicho asoma el estrés crónico, caracterizado por el agotamiento emocional, deterioro físico, la despersonalización y la disminución del desempeño personal. Cada darlo todo nos acerca más al desapego.  
“Es un tema de conversación que estoy poniendo mucho sobre la mesa. En lugar de ponderarle a un montón de amigues y colegas que laburan tremendamente, y son muy manijas estando en quince cosas a la vez, les pido que bajen un cambio. Pará porque no está bueno esto de darlo todo”, comparte Suki, poniendo ambas palmas sobre la mesa.  “A riesgo de ser la persona mala onda que, en lugar de festejar otro logro, piense en parar, realmente me preocupa lo que pasa con las personas que trabajamos en cultura en relación a esa entrega. Hay una estetización y fascinación con esto de darlo todo. Lo veo muy relacionado a la cultura no pain, no gain, de los gimnasios. Los dos últimos dos años tuve problemas de salud muy serios.  Sufrí grandes crisis por estrés, sin querer aprender qué estaba sucediéndome. Culturalmente estamos en esa valorización extraña de hacer mucho, mostrar mucho, estar todo el tiempo en la inmediatez. Eso nos hizo mierda. Necesitamos estar todo el tiempo presentando algo nuevo. Genera mucha ansiedad esto de romperse para generar mucho trabajo. ¡Nuevo, nuevo, nuevo, nuevo! Terminás no pudiendo disfrutar de tus propios logros”.
“Romperse para llegar al éxito es una cultura nociva que aceptamos sin cuestionarnos nada. Entiendo que tenemos que hacer quince cosas para pagar el alquiler. Pero cuidarse es necesario”, reflexiona Boffo. “Hay que ponerse tiempos más honestos. Tratar de conocernos más. Hay gente que labura rápido, otra que lo hace más lento. Hay quienes no pueden establecer una deadline. Debemos ser más honestos con nosotres, ver qué podemos dar. No trabajes los fines de semana para llegar con tu proyecto. Yo decidí no trabajar los fines de semana. ¿Me estoy comiendo unos dolores de cabeza? Sí. ¿Me estoy comiendo puteadas? Sí. Pero soy más feliz. Estoy más tranqui. Duermo mejor. Tuve menos ansiedad y ataques de pánico. Se trata de cuidar la salud mental y la física. Algo cambió en mí al tomar esta decisión”.
“Me pasa que tengo 45 años y estoy en el vórtice de la segunda parte de la vida”, afirma Oliver. “El cuerpo me pasó factura hace rato ya: diez sesiones de kinesiología, padecimientos de espalda, contracturas, la vista…es difícil. En un momento, de golpe, me apago. Conscientemente tomé la decisión de pausar cosas. No tengo la energía que tenía los 30, cuando me quedaba hasta las 4am todos los días de la semana. Ahora lo hago una vez a la semana, más no puedo. Actualmente me tomo muchos ratos de tiempo ocioso cuando estoy en casa. No tengo mucha culpa por eso. Antes me desesperaba esa culpa. Soy consciente que ya no tengo la energía que tenía. Tampoco puedo seguirle el hilo a la gente más joven. No tiene sentido exigirme para ser una fábrica de producción. Es frustrarme desde el día cero”. 
“Siento que estoy recién empezando mi carrera de historietista, me siento fogoneado desde otro lado. Tengo veinte años de carrera como ilustrador, pero de historietista tengo siete. Es difícil. Tuve que activar una máquina”, indica el responsable de Los Potenciales (Szama Ediciones).  “Como historietista no vivís, salvo que trabajes para afuera. Son muchas horas de laburo. También de mucho amor. Es mi proyecto, entonces lo hago en cualquier horario. No: ¡es laburo, también! Hacer un libro de ochenta páginas no puede ser un hobby. Nosotros venimos de una cultura que es el morbo de pasarla mal”.
“Para mí, hay un error en la palabra esfuerzo en relación al manejo del tiempo. Considero que es manejo de tiempo lo que se tiene que lograr, no esfuerzo”, plantea Oliver, quitándose los anteojos para refregar sus ojos. “La cultura del trabajo mal interpretada de romperse el lomo, es una deformación de que, si no sufrís, no vale. Algo que viene de arriba. Quiero pasarla bien con lo que hago, no sufrir. ¡Me pongo re sindicalista con eso!”
Encima, en nuestro medio, se generan unas dinámicas de competir por ver quién la pasa peor, quién lo dio más, quién lo dio todo. Hay que revertir eso. Darlo todo es peligroso. Es imposible estar al cien todo el tiempo”, aporta Boffo. “Hace falta hablar de esto en los eventos, convenciones, presentaciones. Necesitamos tratar esto entre colegas. Falta formación en la gestión de tiempos, en lo que es producción, lo que es auto producción, auto coordinación. Hablemos de elongar, de cuidarse el cuerpo trabajando. Nuestro trabajo es físico, por más que no lo parezca. ¿Por qué no generar una charla de coordinación de producción para proyecto de historieta en Crack Bang Boom? ¿Por qué no pensar en cómo generar una timeline realista? ¿Cómo presupuestar? Parece que solo nos paseamos por el lugar narcisista sobre qué divertido hacer dibujitos, sin volvernos realmente profesionales de lo que estamos haciendo”. 

Boffo y Oliver son dos artífices de la historieta que trabajan con géneros populares para reflejar temáticas sociales y políticas. Adentrarse a sus páginas es comprender muchas de sus preocupaciones, pero también significa crear un punto de fuga donde se proyecta la posibilidad de la fantasía y se permite un respiro para soñar mundos mejores.
Entendiendo el género como libertad absoluta fueron construyendo dos libros emparentados por el ocultismo, el clasismo y la transfobia, pero también las lógicas de poder autoritarias y la vulnerabilidad de los derechos de sectores minoritarios.
En ambos casos se ofrece una experiencia subjetiva, pura, cruda y global de problemas humanos contemporáneos. Oliver y Boffo utilizan el miedo de distintas amenazas omnipresentes y lo atraviesan con lo sobrenatural, para revelar partes oscuras de nuestra humanidad, aunque fundamentalmente de nuestra Argentina: militares, complicidad civil, líderes totalitarios, la policía diligentemente distraída.
Con Pato trabajamos en caminos paralelos. Desde el principio nos unió algo: ser personas cuir en el mundo de la historieta. Hoy en día hay un florecimiento tal que no hace falta agruparse sólo por eso. Los libros son primos porque tenemos las mismas preocupaciones”, considera Boffo. “Históricamente el terror supo alojar, por su monstruosidad, a las feminidades, a las maricas, al colectivo, por ser esa otredad discriminada por la hegemonía heteropatriarcal. Nos refugiamos en esos espacios. Trabajar con géneros como el terror nos permite hablar desde un lugar poderoso y que nos entiende. Creo que, además, terminamos cayendo en lo similar de ambos libros cuando estaban terminados. Eso habla de que ese lugar es muy inconsciente para nosotres”.
“Siento que hay un tercer libro relacionado: Sangre vampire de Femimutancia”, señala Oliver. “Tiene que ver con corrernos un poco de la autoficción, explorar la historieta de género como una herramienta de comunicación que permite llegar a más público. Finalmente, si bien nos llevamos unos quince años, tenemos un grupo muy cercano, donde convivimos día a día. Nos inquietan las mismas cosas. Decidimos utilizar nuestras historietas como herramientas. Parte del desafío de ser autor es correrse de lo que uno habita, día a día, para poder construir nuevas personas, que la lectura vaya más allá del papel, logrando personajes convertidos en personas que te identifican, con caminos recorridos que vayan formando rompecabezas de proyección y de representación”. 

En una cultura en constante cambio el género (terror, suspenso, aventura, ciencia ficción, fantasía) ha funcionado a lo largo del tiempo como un pararrayos de las aspiraciones y los miedos comunes de la sociedad, proporcionando un reflejo interpelante.
El género se mantiene vigente por su capacidad de adaptación ante los temores que caracterizan al zeitgeist, intentando sublimar el miedo orgánico de individuos y comunidades. La ficción de género nos deja saber que no estamos solxs.  Alguien ya pasó por esto. Eso resulta tan reconfortante como necesario. Es un abrazo de sosiego y un mensaje empático ante una cultura empeñada en negar lo destructivo y lo aterrador, fingiendo muecas de alegría y falsa paz.
Aquelarres y Santa Sombra tienen la firmeza suficiente para generar reacciones. Angustia, venganza, miedo, paranoia, desesperación, furia: respuestas primitivas e instintivas que aceleran el corazón. ¿Calma? No parece haber demasiada, casi como una correspondencia de la vida real.  Entre sangre y fuego, sin embargo, la calma se manifiesta en los vínculos, una contención genuina donde prima la familia elegida, entre los restos de un mundo que solía ser.
Oliver y Boffo apuestan a una narrativa sin condescendencia, permitiendo una lectura envolvente donde cada persona termina por completar las inquietudes que hacen a la obra. Nadie logra salir indiferente de sus páginas. 
Santa Sombra posee una escritura visceral, imaginativa y sin miedo al atractivo de las masas, una obra lograda por una aproximación depurada y consciente. Lo visceral funciona en dos sentidos: en principio desde la literalidad gore, con machetes, mutilaciones y tripas volando; mientras que Boffo, además, acepta la responsabilidad completa, dibujando escenas que exigen algo mucho más que maestría de dibujo o narrativa.
Con Aquelarres Oliver toma la oportunidad de abordar temas difíciles a través de un lenguaje sensible que remite a los cómics que marcaron a más de una generación. Lo hace desde una estructura coral que revela a sus protagonistas con mesura, apelando a una curiosidad que será saciada a su debido tiempo.
“Siempre me atrajo mucho este gris entre lo popular y lo sofisticado, me gusta la rosca. El cine es un buen ejemplo: disfruto lo popular y lo de autor super pretencioso. Me interesa lo que atrae público y construye”, explica Paula. “No por nada los grandes íconos de nuestra historieta son personas políticas. Quino lo hacía todo a través del humor. La comedia es un género popular”, agrega.
De acuerdo a Sukermercado, la historieta funciona como un puente amable con posibles lectores que están ahí afuera. En ese sentido, reflexiona que “hay un entre piola cuando trabajamos con lo popular. Desde siempre los géneros populares como el terror, la ciencia ficción, la fantasía, sirven como caballos de Troya para trabajar temáticas más profundas. Vos entrás a una narrativa de terror, pero una vez ahí, de fondo tenés un montón de subtramas políticas, de género, más complejas. Cuando están enmarcadas en el género pasan de otra manera. Por ahí nadie se entera. Hay quienes quieren hacer un análisis político de la obra, pero quien vio una peli de terror, vio una peli de terror. Entonces se arma algo de guerrilla al laburar con esos géneros”.
Oliver sintoniza la misma frecuencia que Boffo. Primero asintiendo mientras escucha atento. Luego, señalando con las manos, como marcando un punto de partida propio. “Cuando produzco no me interesa generar literatura de élite. No me interesa construir una narrativa donde haya un componente excluyente. Si hacés eso perdés lectores”, apunta.
Soy docente y considero clave a la historieta como puente pedagógico. Pedagógico no para aleccionar, sino como herramienta para conocer cosas” , expresa Patricio. “Me gusta el género de aventuras y de superhéroes. Me crie así, todo mi vocabulario de chiquito lo construí leyendo cómics de superhéroes traducidos al español. Después leyendo cómic argentino. Si lo hacés muy críptico y lo hacés hermético, para un público selecto o académico, estás dejando afuera un montón de otras personas. Aparte, la gente no es boluda cuando ve una historieta y detecta eso: siente la intención snob de la narrativa. Eso me la seca. Tengo leídas un montón de obras de la historieta argentina más complicadas, siento que un poco se estaba volviendo eso, o al menos, esa es mi interpretación, ojo, no es una máxima. Creo que el género dialoga mejor con el público más general”.   


Como se afirmó previamente, los libros de Oliver y Boffo están atravesados por varios de los fantasmas de nuestro tiempo, así como también de temores universales que no cesan, aun cuando la sociedad manifiesta progresos y conquista derechos. El miedo no cesa de un día para otro. Aquelarres y Santa Sombra capturan la amenaza constante y la pulsión subyacente del miedo.
Con tanto entre manos, sería fácil encarar su trabajo desde la más pura literalidad, apelando a lo explícito. Sin dudas, sería cómodo y efectivo, sin embargo, Oliver y Boffo evitan la literalidad crasa, logrando una amplitud necesaria. Ambos títulos permiten lecturas que cobran espesor de acuerdo a la mirada de sus respectivxs lectorxs. Pueden ser tanto libros de gore y venganza en el norte argentino como de hechicería y brujas en Capital Federal. 
Si bien la ficción de género puede ser identificable y criticar directamente partes de nuestra sociedad, no hay lectura cerrada y más verdadera que otra. Se trata, en todo caso, de posibilidad o reflexión sobre problemas de nuestro mundo más inmediato y urgente.  Oliver y Boffo saben decir. Más importante aún: saben canalizar desde la sutileza. El resto corre por cuenta del público. 
“Hacer obra es publicar y soltar. Termina perteneciendo a la gente. No puedo hacer nada con las interpretaciones de mi trabajo una vez que fue publicado”, precisa Paula. “La historieta constituye un refugio. Buscamos irnos para otro lado que no sea acá. Lo maravilloso es que cada persona logre su lectura. Históricamente, desde el colectivo LGBTIQ+, encontramos destellos de persones cuir que no lo son, pero decidimos que lo eran porque leímos un subtexto que interpretábamos nosotres. Lo que lea cada persona le pertenece. Si disfrutaron el libro, de la manera que sea, para mí es una victoria”, asegura.
“No le voy a pedir a les lectores de mi libro lo que no me pidió la autora o el autor de los libros que yo leía, ahí donde veía cosas”, comparte Oliver. “Es importante valorar una obra por la experiencia que uno tiene con esa obra, más allá de quién sea su autor. Es mucho más importante valorar lo que significaron las lecturas que hiciste vos, lo que te salvó la cabeza esa obra en determinado momento de tu vida. Si logro algo así, soy feliz”, asevera.  
“Es saludable que exista gente que no interprete ninguna de las lecturas significativas, pero aun así tenga una experiencia muy grata leyendo el libro. Darle un manual de lectura a les lectores me parece muy egoísta. No me interesa que me digan cómo tengo que leer algo”, expone el ilustrador.  “La historieta tiene que tener un alcance masivo, aunque fundamentalmente debe tener un alcance a nivel pedagógico. Como medio, lo peor que podés es decirle a alguien cómo tiene que interpretar, me parece horrible. Además, hay otra cosa: más allá de los temas que tocamos, hacemos historietas porque nos divierte. Divertirse es un montón y es re valorable. Durante mucho tiempo existió una concepción de la historieta como una herramienta de entretenimiento y que eso la categorizaba por debajo de otras expresiones culturales. Divertirse no es una boludez. Ahora creo que eso se está disolviendo considerablemente. Tener tiempo para entretenerse no es una pavada. No es tan fácil darle un descanso a tu cabeza, en medio de jornadas de laburo y una realidad jodida. Si un libro entretiene, lo aplaudo”.  

 Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard 

 

 

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