AULLÁNDOLE A LA LUNA

Paula Maffia pasó por Rosario para presentar Polvo, su nuevo disco, en una noche de intensidad.
Un encuentro con una de las artistas más relevantes de la escena porteña de los últimos quince años. Rock, deseo y las certezas del amor propio.

 

Existen muchas posibilidades para presentar a Paula Maffia. En los últimos quince años la trayectoria de esta trovadora de raigambre punk tomó relevancia desde la acción y el eclecticismo. Así, sus caminos se multiplicaron, dando pie a distintas maneras de invocarla.
Hacedora de canciones como punto principal. Con la crudeza de La Cosa Mostra afiló la veta de un rock crudo, tan punzante como placentero. En Las Taradas, una orquesta de ritual lúdico que conquistó plateas, paraísos y pistas de baile por todo el país, procuró parte del soundtrack a los estadios formativos de la marea verde y fue a fondo hacia una genealogía musical de labor antropológica.
Estudiante. Devoradora de libros. Curiosa insaciable. Ilustradora en tiempos de ocio. Campeona de la esgrima verbal. Música todo el tiempo.
Tana de ley. Porteña de cuna. Una bestia verborrágica amante de las palabras y de la buena conversación. Como descendiente de sicilianos, sabe expresarse a toda voz acompañada por la plena articulación de gestos, manos y brazos.
Ñoña de la web desde épocas de conexión telefónica (“El gasto que mi hermana hacía en hablar con las amigas yo lo hacía surfeando por la Internet porque era alta freak solitaria”) Docente. Políglota. Ocurrente y sensible, siempre, no importa cuándo leas esto.
Otra manera de pensar a Maffia es saber que es una artista cuasi adolescente que salió al ruedo en el underground porteño para curtirse en vivo e ir formando herramientas. No pasaría mucho hasta que el post Cromañón y el advenimiento del Macrismo obligaran a su generación a crash course de cómo sobrevivir haciendo canciones, poesía, performances y cualquier tipo de expresión artística que se viera imposibilitada por la ola de clausuras y persianas bajas en una ciudad casi expulsiva.
Mujer comprometida con su tiempo, desde hace años es una voz representante de disidencias, creando espacios inclusivos y aptos para el debate.
Paula Maffia es parte de todo eso y más. Por eso hay tantas formas de hablar de ella. Es todas y una sola.
Las presentaciones formales y descripciones podrían seguir, pero mientras estas líneas se escriben o se leen, probablemente Maffia, por siempre inquieta, esté enmarañada en alguna nueva aventura creativa que deje algo vetusto a este artículo. 

II

Sobre el escenario del Gran Salón, del quinto piso de Plataforma Lavardén, hay tres guitarras electroacústica, una eléctrica, un bajo, una batería y tres micrófonos. Podrían ser las herramientas de una banda de seis integrantes o más, pero se trata de los instrumentos de Paula Maffia, Nahuel Briones y Lucy Patané, tres musiquxs que son un pequeño ejército sónico munido de talento, musicalidad y envidiable role playing. Briones y Patané, más que la banda que acompaña a Paula en esta etapa, son cómplices de la vida.
Patané quizás sea la principal socia creativa de Maffia. Patean juntas desde hace más de quince años y compartieron varios proyectos, siempre manteniendo la independencia y la libertad musical como banderas principales de su horizonte.
En silencio, el trío toma el escenario y algunas sonrisas espontáneas de Paula sirven para romper el hielo antes que comiencen con “La fina línea”, la primera canción de la noche, a tres guitarras acústicas. Para continuar con “La espesura”, hacen la primera rotación de la noche, Patané toma el bajo y Briones sigue con la guitarra. “Va a haber mucho de esto hoy, sí, sí”, explica Maffia, mientras los Sons se cruzan a sus espaldas.
Suenan “Caballito”, “Nenita”, “Otros animales”, “Camisa roja”, “Corazón licántropo”, “Polvo” y “Canción para bañar la luna”, única canción ajena de la noche. Mientras tanto, instrumentos y ubicaciones se intercambian con dinamismo y agilidad.
Con Patané tras los parches y Brione en el bajo, la descarga rocker toma inicio. Suena “Todos los peces muertos” y las venas del antebrazo de Maffia se inflaman en la combustión guitarrera.
La electricidad no cesa mientras se suceden “Ganas de salir” y “Palo de amansar”. Entregada al headbanging declarado, la cabellera de Maffia se sacude, con su mechón de canas dibujando la ilusión óptica de un vaivén cromado al grito urgente de “¡Quiero todo! ¡Quiero todo!”. Son minutos que bombean una adrenalina que trasciende el estatismo de las sillas del salón. Los cuerpos se agitan, las piernas se sacuden, las gargantas aullan pidiendo algo más.
Maffia, siempre con una magia más bajo la manga, regala el cierre con “Mar de caricias”, devolviendo a las fieras a las calles con un dejo de calma antes que la noche reactive su voracidad. 

III

Con el agua en el punto justo para matear, Paula Maffia se sienta para entregarse a una larga conversación. El mate es un compañero imprescindible en el día libre que terminó dedicado a ser una (media) jornada de prensa. Mientras tanto, Paquita y Mongo, sus felinos hogareños andan por ahí, probablemente en alguna siesta invernal.
Espontánea, nunca se ata a ningún protocolo. Muchos menos se guarda hasta que haya un aviso oficial de REC o una pregunta formal que denote el arranque de una charla. Inmediatamente observa y pregunta en base a lo que ve o escucha. De Adrian Tomine (ilustrador norteamericano) salta al rompimiento ético/estético del punk y de allí a los conflictos de relaciones, malinterpretaciones y amor propio. Mucho lesbian drama, dice.
Desde sus primeras apariciones en la escena emergente porteña hasta un presente con fechas que se acumulan, Maffia siempre mantuvo una relación estrecha con los medios de comunicación alternativos. Radios, revistas, blogs, periódicos, zines: medios no hegemónicos y eslabones fundamentales en la construcción colectiva y pluricultural que tanto la estimula.
Verborrágica, su dicción impecable solo se empaña cuando, entre desparpajo y complicidad, quiere compartir alguna anécdota graciosa o disparar algún punch ocurrente.
En su voracidad, Maffia dispara. Dispara pasión. Dispara data. Dispara (y confía) en las lecciones que fue tomando en el camino. A sus treinta y seis años aprendió que sin amor propio se vuelve complicado mantener vínculos. Lo cuenta como un aprendizaje que llegó the hard way pero que ahora es fortaleza (y canciones). 

Si bien fue antecedido por dos simples, Polvo es un gran apuesta al disco; una confianza en el álbum de rock como hábitat seguro de matices, intimidad y posibilidad de encuentro y (re)descubrimiento para el oyente. Además de la agudeza de Maffia como letrista (un cautivante tridente de corazón, intelecto y poesía) las canciones van descubriendo arreglos y sutilezas hilvanadas con dedicación artesanal.
Polvo es el segundo álbum solista de Paula Maffía tras su debut de 2015, Ojos que ladran. Fue grabado, producido y mezclado por Juan Ignacio Serrano (Juanito El Cantor) entre junio de 2018 y marzo de 2019.
Mientras que fueron varios los invitados (Alejandro Terán, entre otros) que participaron sumando múltiples matices a las diez canciones que integran el disco, Maffia junto a Patané y Briones grabaron voces, coros, guitarras, bajos, baterías, bombo legüero y más, intercambiando instrumentos y haciendo prevalecer su química en situación de estudio o sobre los escenarios.
En un paradójico mundo atravesado por las eras de la diversidad y la información, la etiqueta -el tag- se vuelve prioridad al momento de lanzar un nuevo trabajo/producto. Polvo, afortunadamente, esquiva cualquier descripción reduccionista propia de estos tiempos fugaces de dispersión y poca paciencia.
Paula Maffia siempre caminó un sendero libre de ataduras; un camino propio que supo instintivamente eludir esa necesidad de catalogarse para venderse mejor. En ninguna de sus facetas -La Cosa Mostra, Boca de Buzón, Las Taradas, o solista con la Orgía o los Sons- encorsetarse dentro de un estilo o una corriente fue una opción.
Polvo es un álbum de música rock que se embebe en la pulsión del deseo, al mismo tiempo que logra un punto de equilibrio necesario sobre la reflexión y la paz reparadora que llega con el entendimiento del amor propio. Corazón sangrante. Drama, humor y una delicada versión de María Elena Walsh con la viola de Alejandro Terán como agregado invaluable.
Blues punkeante, rock para aullarle a la luna, canciones para monstruos que saben amar y llorar. El folk de “Caballito” con su anhelo tímido y la certeza que fortaleza no significa valentía. “Asta con asta: ¡Kapún!”, una batalla cotidiana sin esperanzas donde hasta el más ínfimo gesto de cordialidad se asemeja a una épica.
Ojos que ladran posee un sonido más orquestal que es prueba fehaciente del universo sonoro pleno de elementos que puede manejar Maffia. Su nuevo trabajo parece tener como epicentro al rock; un rock que la vio crecer y anida bien adentro de su entripado. Polvo es, además, otro capítulo de la Maffia animal de rock.
Me crié en el rock. Siempre estaré cómoda ahí. Más allá de otras aventuras, siento que es mi dominio”, comenta la otrora líder de Acephala punk, la primera banda de su vida.

– A través de los años, con tus distintos proyectos, venís generando una obra. Esa obra tiene un imaginario. ¿Cuál sería ese imaginario Maffia? 

Te tiro unos keywords de mi imaginario: animalidad, voracidad, deseo, placer, palabra, ritual, violencia, y palabra de vuelta. 

Polvo es bien tupido en arreglos. Hay un trabajo dedicado de voces y coros, vientos, piano y también saxos, violas y mucho más. Al mismo tiempo siento que el disco podría haber sido ustedes tres solos tocando. ¿Ese trabajo de arreglos fue una decisión de producción desde un principio o algo que sumaron a posteriori? 

La banda, nuclearmente, es un trío donde yo tengo el provecho de codearme de dos de los músicos más versátiles y talentosos que vas a encontrar en la escena local. Lucy grabó bajos, baterías, guitarras eléctricas y acústicas; Nahuel grabó muchos instrumentos de cuerdas y bajo, hizo muchos coros conmigo. Yo hice todos los coros, las voces principales, muchas de las guitarras y otros tantos arreglos, en general. Efectivamente, el disco tuvo esa lógica. Hay un baterista invitado que es Mateo Aguilar, que sumó baterías que tocamos en vivo mientras Lucy y Manuel estaban en otros instrumentos. Medio que el grupo se conformó en un trío y medio, digamos. Después sí vinieron los arreglos finales para distinguirlos un poco del show ordinario. No me refiero a un sentido peyorativo, sino al show cotidiano que podamos en un formato más estrecho. Igualmente, cada show es rico y versátil. A la hora de plasmar un disco podés darte el lujo de crear un arreglo de vientos que escuchás en tu mente, los coros, cuerdas. Tampoco es un disco muy ornamental, traté de hacerlo mucho más despojado que el disco anterior. Creo que lo logré. Logramos hacer una obra contundente menos manierista.

– La manifestación del deseo es protagonista de Polvo, sin embargo, creo que a través de tus discos siempre estuvo presente. No es una novedad. Creo que el equilibrio entre deseo y una fortaleza personal es el acierto. 

Me encantaría decirte que todo viene de una voluntad a priorista y de una especie de genialidad que me trasciende, pero es todo más mamerto, en realidad. Por un lado, me doy cuenta que hay tópicos que no me dejan de obsesionar. El deseo como motor del mundo, como motor primario; el deseo como herramienta revolucionaria; el deseo estandarte personal, como manifiesto, no en un sentido netamente sexual y erótico, sino la voracidad de querer hacer cosas, de trascender como individuo no en una carrera, trascender en la existencia; la voracidad de salirse de la piel propia. Eso me parece un tema inagotable. No lo están tratando un montón y a mí me obsesiona un montón. Lo voy a seguir escarbando. Me parece que está bueno tomar una carrera artística como si fuera una carrera teórica. La gente que empieza con ciertos tópicos y los desarrolla hasta el final. No me interesa navegar los tópicos de moda. Me interesan los tópicos que a mí me interesan, no tengo mucho más que explicar. Por otro lado, sí hay un desarrollo que genuinamente me conforma, que es mucho menos intelectual, es justamente entregarme a ese deseo, a ese deseo de explorar, como una especie de epistemología del deseo a través del deseo.

– Decís que es todo más mamerto y no tan pensando, pero sí hay una coherencia en tus trabajos. Es la coherencia de una obra que está en formación. Doce años atrás tus canciones tenían interrogantes que en la actualidad están sobre la mesa: deseo como un lugar de militancia, sexualidad, cuerpo.

Le vengo dando forma a una coherencia personal que por suerte hace quince años me parecían un poco osadas y personales, pero con el correr de los tiempos y con la apertura de la mente que está teniendo la sociedad, ahora que por fin está empezando a entender que hay otra mitad de la sociedad que no estaba siendo contemplada, que era la mujer, las disidencias y cualquier cosa que no entrara en un canon heteronormativo. Básicamente, me siento más acompañada en mi forma de pensar. No es que yo fuera una precursora de nada, pero siempre fui un poco sapo de otro pozo, y en una época donde se está empezando a generar una especie de gusto por opiniones diversas, me siento por primera vez reconocida. 

– Tenés una identificación muy fuerte con la música rock. Es algo que sentís en profundidad, pero no sé si desde afuera se siente tanto porque llevás adelante una carrera donde prima la diversidad. Sin embargo, creo que siempre te consideraste una artista de música rock, nunca estuvo en duda eso.

Estoy de acuerdo con tu opinión. Yo me considero profundamente una artista de rock. Siento que es lo que hago bien. Hago bien el rock. Y sí, me gusta la versatilidad porque también me gusta sentirme segura en otros ámbitos más allá de donde estoy cómoda. Me gusta salir de mi zona de confort y sentirme segura, nunca cómoda en la zona de confort, lógico, pero sí segura en que puedo transitar otros ámbitos. Eso de alguna manera me organiza, me da tranquilidad humana. Pero me considero parte del ambiente del rock. No sé si el rock me considera de su ambiente, entonces se puede ir a cagar el ambiente del rock.

– ¡Y ahí está el rock! Mandarlos a cagar es un primer paso imprescindible. 

¡Claro! No necesito al rock para hacer rock.

– Ética y estéticamente, el rock se volvió algo anquilosado en Argentina. Conservador y predecible en un país de vacas sagradas siempre necesitadas de atención. 

Claro. Eso es interesante. Hace unos meses atrás me llamaron para dar una charla sobre rock y género. La verdad es que no me siento en condiciones de dar una charla, así que hicimos un conversatorio con la gente, donde básicamente nos intercambiamos opiniones. Todas las personas presentes éramos muy amantes del rock y llegamos a la misma conclusión: el rock se estaba agotando a sí mismo. Un género que nació para trascender barreras, de pronto se convirtió en un status quo ridículo, horrible, abusador, representado por cuestiones inflexibles con un montón de dogmas. Básicamente, se volvió lo opuesto a lo que era. Llegamos a la conclusión que solo el rock puede salvar al rock. Solo un nuevo rock puede salvarlo. De alguna manera fue lo que hizo el punk. El punk vino a romper con el rock duro de los años cincuenta. Ahora hay que repunkizar el rock, posiblemente. 

– ¿Te parece que un replanteo de la masculinidad hegemónica puede generar un efecto renovador en el rock argentino?

Me gustaría muchísimo que los varones se planteen lugares nuevos. No hace falta que sean dentro del rock o el feminismo. No debería ser ahí. Me parece que los varones están completamente capacitados para juntarse entre ellos y replantear los estigmas de género que obviamente los atraviesan a ellos como agentes sociales y sometidos a un género y a una conducta. Para mí estaría buenísimo que los varones dentro del rock lo vean. En los últimos dos años en que estuvo en el ojo público el tema del escrache, muchos varones se acercaron a mí, de alguna manera, buscando alguna palabra de tranquilidad, o alguna observación benigna sobre sus actitudes o alguna opinión de amiga mujer. Mi respuesta siempre era que no busquen que yo te dé una especie de visto bueno o que las mujeres de tu entorno te den un visto bueno. Si vos sentís que como agente social, no diste lo mejor o está fallando de alguna manera, aprovechá esta inquietud como si fuera rayar un empapelado: ahora que rayaste una puntita, tenés que sacarlo todo. Agarrá un martillo, demolé tu arquetipo de madre, de padre, de pareja, de hogar, de trabajo, de éxito, de deber, de todo. Rompé todo, contemplalo y armalo de vuelta. Hacelo con otros varones, ¿por qué venís con una mujer? ¿Por qué una mujer es más benigna que un varón? Está todo dado vuelta. Así que ojalá empiece a epidemizarse dentro de las masculinidades y dentro del rock, por supuesto. Creo que va a generar una obra mucho más rica, diversa, con letras espectaculares. La verdad es que en los 90 y 2000, nos quedamos un poco achanchados en representatividad de rock a nivel local.

– Lo generacional siempre es importante, pero creo que en nuestro caso – naciste en 1983, yo en plena guerra de Malvinas-  estamos atravesados y bombardeados de lo lindo y de lo malo. Crecimos con el Menemismo, entre frivolidad y consumismo, nos tocó crashear en el 2001 para involucrarnos y despertar políticamente. Luego Cromañón y el Macrismo. A eso le sumamos que pasamos de rastrear data de cassettes y revistas a la era de información, con Internet saciando casi toda curiosidad. ¿Cómo fuiste creciendo en ese tiempo? ¿Cuál es tu mirada hoy de todos esos procesos?  

¡Qué buena época para hacernos adultos! ¡Dieciocho y diecinueve años, re buena época! Los noventas fueron una época de contemplación hacia adentro. Fue una época en la que empecé a meterme de lleno en mi pico de adolescencia. 97, 98, 99, yo tenía catorce, quince, dieciséis años. En lo personal, dolorosos. Lo primero que me di cuenta es que la sociedad me consideró mujer antes que yo me considerara mujer. Yo mido 1.75cm, soy una chabona grandota, el cuerpo que tengo ahora lo tengo desde los trece años. Desde los once ya parecía una mina grande. Mi primer militancia fue aprender a acomodarme dentro de una sociedad que lo que primero que empezó a hacer fue decirme que me quería fornicar, por un lado y, por otro, que no podía salir vestida de la manera que yo quisiera. No es una cuestión de me quiero poner tal ropita, siempre me vestí con ropa holgada, el tema es que se me pedía y se me castigaba por dar. Entonces empezar a entender que había toda una cantidad de normas veladas superpuestas, caprichosas, donde yo siempre salía perdiendo en la sociedad, fue algo que me di cuenta muy tempranamente. Sumado a esto, me di cuenta que yo tenía una sexualidad disidente. Otra cuestión interesante para empezar a transitar cuando tenés trece o catorce años, cuando se empieza a desarrollar tu pasión y tu sexualidad. A todo esto, además, tenía murciélagos que me picoteaban el cerebro entonces me tiré, literalmente, me arrojé a la escritura, a la lectura, al dibujo, empecé a padecer insomnio y un montón de crisis personales que transité sola porque no tenía con quién hablarlo y cómo. Lo que hice fue atormentarme y tener una experiencia en mi hogar hasta que a los quince años entré al conservatorio y empecé a estudiar. Allí me junté con gente mucho más grande y sentí un alivio por un lado artístico y también por un lado personal, de poder hablar estos padecimientos con gente diez o quince años más grande que me daba una mirada del mundo más acabada. En el interín, cumplí mi capricho más grande: acercarme a la música, el amor de mi vida. Fueron años muy espectaculares porque para los dieciocho, empiezo a involucrarme mucho con el movimiento punk. Especialmente me sumerjo en el movimiento Riot, ahí entiendo que soy completamente funcional políticamente dentro de la música y que puedo tomar una postura que no sea desinteresada. Entré al 2001 militando una escena feminista, disidente, punki, pro-aborto y centrada en un discurso vinculado al movimiento riot, que es principalmente blanco, super disidente, pero no sé si es étnicamente representativo y muy vinculado al DIY y a la precariedad, por un lado, pero también a una cultura universitaria. En ese sentido, tenía todas esas contradicciones, pero también era hermoso su contradicción. Ese fue mi primer acercamiento al arte como instrumento político. Después fue vivir en carne propia y acontecer durante años una crisis y vivirla para entrar en la vida adulta con esa crisis. Después vino el 2008, el Macrismo asume en Capital Federal, cierran todos los espacios y nuevamente soy agente político en la medida que abro mi casa y empiezo a militar para que abran espacios culturales, empezamos a hacer música clandestinamente, empezamos a generar movidas y organizaciones de musiquxs. Nunca milité para un partido político porque no creo en los partidos políticos. Creo que son alianzas esporádicas de alimañas. Sí creo que la Izquierda tiene que estar en el Parlamento. Mi misión es meter a la Izquierda en el parlamento, después puedo simpatizar con personajes políticos, pero nunca dentro de un cuadro más grande. El conglomerado que propone un partido tiene aciertos y errores muy grandes para mí, eso me genera una división muy fuerte.

– Es que correr tras un color o camiseta solo porque sí genera ceguera. 

No soy de la camisetas, ni de bandas, ni de partidos políticos ni de fútbol. De hecho, cuando algo se vuelve sumamente masivo, me genera una desconfianza. Quizás soy antipopular y soy una basura, pero creo en el pueblo y me emociona lo popular. Sin embargo, también me parece que es difícil lograr un mensaje tan universal con excelencia y respeto. Es muy difícil, realmente. Creo que se puede hacer pero también se trata mal. A lo que se llama popular en realidad es algo chapucero. No, me parece que el pueblo merece lo mejor. 

– Antes mencionaste a la escena porteña del 2001, que además de construirse en un país quebrado, más tarde se vio atravesada por el cimbronazo post Cromañón y la aparición del Macrismo. Con todos esos golpes, lograron salir adelante comprendiendo que tenían que ir más allá de hacer música y volverse gestores de espacios, discos, ciclos, sellos, medios. Lejos de la masividad real, muchos de esos artistas son referentes hoy, a su modo. Por supuesto, vos sos parte de esa camada y de esa escena. ¿Te sentís referente? 

Me dicen referente, pero yo no sé si soy referente. Para serlo tengo que generar referencia. No sé si genero referencia. La definición de referente es alguien que genera referencias. ¿Sabés qué creo? Que soy una persona caprichosa y muy movediza. Eso me hizo necesitar vincularme con gente de las artes visuales, de la literatura, del cine, de la academia; necesito ahogar mi fuego en un montón de fuentes. Creo que eso me ha hecho un animal versátil, de muchos ambientes pero no creo ser referente de ninguno. Creo que soy querida románticamente. Soy querida en extensión pero no sé si en profundidad. No sé si responde a tu pregunta. No sé si tengo de una gran cantidad de un amor que me vuelva referente, pero sí creo que un montón de gente en un montón de ámbitos completamente diversos dicen “che, Paula está hace rato dando vueltas por acá y tiene buena onda”. Esa imagen tengo yo.

– Para cerrar propongo que volvamos al principio para que sea todo bien redondo como tu adorada letra O. Empezamos con unos keywords sobre vos misma. Yo agregaría: espontaneidad, furia, piel, instinto. ¿Cómo era la Paula niña o adolescente que era todo eso pero no tenía a la música como herramienta de sublimación? 

En una palabra: insoportable.Te digo lo que hacía antes de arrojarme desesperadamente a los brazos de las artes. Siempre dibujé o escribí. En mi intelecto de nena, tipo a los doce años, siempre fue una potencial científica. Pensé que iba a ser científica. Estaba convencida de eso. Me ardía el cerebro y todo me generaba una curiosidad insoportable. Pero era lo que apagaba mi furia intelectual. En ese momento tenía como todxs lxs niñxs de clase media de capital en el 97, 98, un módem de 14.400 baudios y me conectaba telefónicamente a la web. No sé si te acordás, con el Explorer. Surfeaba todas las páginas de teoría de mitología, de historia de las religiones, empezaba a hacer estudios comparados personales. Tenía mis propios diccionarios, algunos los había heredados, otros los había comprado, otros los había pedido en oportunidad de algún viaje. De mitología clásica ya había sorteado todo. Me había leído todo Robert Graves, estaba enferma de un mensaje de lingüística, de teoría narrativa, de lo simbólico, todas cosas que luego fueron tomando forma en disciplinas que terminé estudiando, pero tenían toda una cuestión de la forma que toman los símbolos. Eso aprendí a sublimarlo a través del arte sin tantos interrogantes. 

Lucas Canalda – Texto
Renzo Leonard – Fotografía
Ed – Agostina Avaro

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