UNA LLAVE HACIA OTRO LADO: EL HACER DE YAIA GIFT

Trabajando de manera constante YAIA se convirtió en uno de los diseñadores más importantes de la Argentina. Apostando a la discreción absoluta, se concentró en un hacer que estuviera corrido de la exposición que demanda el paradigma digital reinante. El Arte de las Tablas, muestra montada en Growler Café, sirve como excusa para capturar a un artista que habita el afuera del radar localista.

Decía Hemingway que cuando la gente habla hay que saber prestar atención porque la mayoría de las personas no quiere escuchar, simplemente piensa en lo que va a decir a continuación. Escuchar a YAIA es entender. Escucharlo hablar es comprender como Rosario puede ser un multiverso que alberga miles de historias, con la simultaneidad permitiendo chances impredecibles que pocas veces llegan a la luz pública. En una ciudad de un millón de historias, hay algunas que pasan demasiado tiempo sin contarse.
Con apenas 39 años YAIA es uno de los diseñadores más importantes de nuestro país; un dibujante que hizo de su nombre una marca registrada internacionalmente; un director de arte que integra proyectos para franquicias globales; un flaco que tiene su propio modelo de zapatillas Adidas, al igual que Lionel Messi. 
YAIA es un personaje completamente fuera de radar, al punto tal que poca gente sabe que vive en Rosario. En una ciudad-pueblo que ama los titulares rimbombantes de éxito/validación que llegan desde afuera -entendiendo ese afuera como Buenos Aires + el resto del mundo- YAIA trabaja de manera silenciosa mientras sigue desafiando los límites de su propios sueños, diseñando para clientes impensados.
Desinteresado en fomentar campañas de ego, siempre consideró que lo importante es su trabajo. Una vez tomó una decisión: todo lo que tenía para decir lo iba a decir a través de su laburo. En ese sentido se volvió fundamentalista: “Voy a hacer, hacer, hacer y hacer hasta que sea necesario. No voy a mostrar la cara ni decir nada, hasta que la gente se tope con mi trabajo y diga, mirá éste loco,  no sé quién es, pero mirá la cantidad de laburo que hizo”. 
Mientras que YAIA rebasó ese punto hace rato, no le resulta sencillo romper su dinámica circunspecta. Sigue haciendo de las suyas a un costado del camino, con el resto de la ciudad inadvertida acerca de sus varios talentos.  

Sorprende algo sobre YAIA: mientras su CV sigue acrecentándose mes tras mes, el diseñador elige hablar sobre sus años formativos y aquellos talentos que le permitieron tomar diferentes caminos a su mente. En ese sentido, YAIA vuelve siempre al punto de origen, reafirmando una mirada maravillada que nunca parece demasiado canchera o segura de sí misma.
Algo nervioso por tener que dar la cara, habla de lo que sabe. No quiere vender nada impropio, tampoco montarse sobre un deber ser ajeno: prefiere la austeridad, ante todo. Se trata de una persona cauta, moviéndose con discreción, procurando no llamar demasiado la atención de sus alrededores.
YAIA habita -y transita- la ciudad desde el camuflaje del anonimato. Está, pero no está. De manera frecuente sus colegas y admiradores se sorprenden al descubrir que YAIA vive en Rosario, cumpliendo sus deberes desde su casa o su estudio en el centro de la ciudad.
El diseñador no desperdicia el tiempo en figurar por redes, fotearse en fiestas, decir presente en eventos o posar para suplementos sociales. En todo caso, parece enfocado en las cosas sencillas: su hija, sus dibujos, los libros; prefiere sumergir sus horas de trabajo entre música y películas, descubriendo y redescubriendo pequeños hitos que todavía lo maravillan.
YAIA habla con una verborragia tan amable como sostenida. Su tono es atento mientras que sus afirmaciones se desenvuelven de manera rizomática. Como entrevistado intenta salir de la timidez, recurriendo siempre a los tópicos que domina. Se siente más seguro para explayarse desde lo habitual, trazando un camino menos arriesgado. Sabe hacia dónde tender redes.
Darse a entrevistas o mostrarse en fotos es inhabitual para un tipo que siempre cultivó el perfil bajo.  Sobre sus aspectos más personales, entiende qué revelar, también cuánto quedarse para sí mismo. Está aquí para hablar de su oficio, sus aprendizajes y sus procesos. Gran parte de su disfrute pasa por esos aspectos. Lo verdaderamente fundamental lo guarda. Prefiere guardar reserva sobre su paternidad. Tanto la entrevista como la sesión de fotos toman lugar un rato antes de llevar a su hija a un cumpleaños o pasarla a buscar a la salida del colegio. No dice mucho más. Sobre su crianza con una madre laburante a cargo de tres hijos o sobre crecer en una familia ensamblada, menciona apenas detalles de contexto.
Es entendible que YAIA prefiera referirse a su trabajo porque siempre está marchando hacia nuevos objetivos. Entonces la cosa toma otro tenor: hay que decidir por dónde empezar. La excusa para este RAPTO es la muestra El Arte de las Tablas montada desde principios de octubre en Growler Café. Pero cada día que pasa el YAIAuniverse presenta novedades que palidecen lo demás: esa quincena también trajo el anuncio que YAIA se sumaba al equipo de diseño encargado de la imagen de Guardians, equipo profesional de béisbol de Cleveland, antes conocido como Cleveland Indians. En un universo expandido de color azul y rojo desde Ohio, YAIA indagaba en la historia de un equipo fundado en 1894, recorriendo décadas de historia para reinvertar la identidad visual de una franquicia deportiva gigante.
Entre semejantes novedades YAIA mantiene el norte claro. Los clientes y las cuentas se presentan, acercando oportunidades impensadas. Con tanto, el diseñador prefiere mantener los pies sobre la tierra. Siempre hay un método al que recurrir; una forma concreta de proceder de acuerdo a sus aprendizajes. Seguir adelante es seguir descubriendo. 

YAIA GIFT

Julio César Battistelli se dedica al diseño y la dirección de arte bajo el alias de YAIA desde hace algo más de una década.  Trabaja freelance para agencias y primeras marcas a nivel mundial, sin apegos al estilo ni limitándose en las herramientas que usa para diseñar.
A lo largo de una carrera constante ha trabajado desde Rosario para marcas como Santa Cruz, Adidas, Huf, Crime, Nike, Jordan Brand, Converse, Hurley, Carhartt y Fuct, entre otras.
En un CV que merece ser amplificado en cada oración, también se debe destacar una juventud entre las filas de Atypica, donde su nombre se acerca a una generación de diseñadores y diseñadoras que pondrían a Rosario en el mapa con el paso de los años. En Atypica colaboró codo a codo con Cal -de quien YAIA tiene palabras de admiración y calidez- y bajo la dirección de Guillermina Ygelman.
YAIA surge cuando Batistelli trabajaba en un estudio de diseño, rodeado de profesionales que respondían a un seudónimo mientras apuntalaban un cuerpo de obra.
Con Batistelli adentrado en esa cotidianidad laboral, un día se decidió por una identidad que designe tanto el trabajo de su portafolio como su accionar cotidiano. Ese nombre-marca, además, resultaba útil para definir una casilla de correo y apuntar su universo digital, por entonces centrado en Flickr.
El moniker YAIA GIFT aparece como una respuesta que destilaba identidad, misterio y sencillez. Había algo de fantasía en la elección de otro nombre. También la posibilidad de otro mundo. Al igual que muchos de los integrantes de sus bandas favoritas, quería un nombre para jugar a la fantasía y despojarse del ciudadano del DNI, al menos por un rato. “Nadie forma una banda para terminar siendo simplemente Julio o Lucas”, ejemplifica sonriendo.  Por otro lado, el seudónimo permitía un anonimato abierto a la interpretación: podía ser un hombre, una mujer o un mutante caído del espacio exterior que había encontrado salida laboral en el mundo del diseño.
YAIA llegó para quedarse y con el paso del tiempo Batistelli se sintió cada vez más cómodo habitando ese mundo compartido.
¿Precisamente qué es YAIA? Se trata de un acrónimo de la letra de una canción (que queda en el misterio). Sonaba bien. Era tan sencillo como breve. Le parecía ideal. El tiempo trajo una confirmación inesperada sobre el buen tino de la elección: de acuerdo a la traducción de un mantra hinduista, YAIA significa Victoria, el nombre que sus padres le iban a poner si era una nena. ¿Mística? Él prefiere definirlo como una coincidencia random. 
En el proceso evolutivo de YAIA es posible encontrar dos puntos de inflexión, siendo el primero la elección del nombre artístico que terminaría convirtiéndose en una marca registrada internacional. Ese punto, sin embargo, está supeditado a una decisión consciente que Batistelli tomó poco tiempo antes: más que trabajar siguiendo directrices de un cliente, tenía que entregarse a su instinto, explorando por donde su capricho lo llevase. Con ese entendimiento llegó un quiebre que le permitió ganar una dinámica creativa propia, esa que sería fundamental para convertirse en un diseñador de renombre.  

NIÑO DIBUJANTE 

Batistelli nació en Arroyo Seco en 1983. Con un hermano mayor y una hermana menor, Julio creció demostrando signos de ser diferente. Podía conectarse con los demás, pero a su forma, con sus propios tiempos.
Sus primeros años de vida transcurren en Álvarez, entre calles tranquilas que proveían el espacio suficiente para emprender siempre algún partido de fútbol. Más tarde la postal se repetiría en Arroyo Seco.
La familia se iba moviendo de acuerdo al trabajo de su mamá. Luego de un par de años en Arroyo Seco, llegó el turno de Rosario. Las calles se volvieron interminables; el asfalto alteró los planes cotidianos; la información se multiplicó.
Mientras que los momentos puntuales del Batistelli adulto profesional se fueron decantando de forma consciente, su inclinación por el oficio se manifestó temprano en una niñez estimulada por una curiosidad que necesitaba más de la evidencia tangible: por cada regalo que el pequeño Julio recibía, su intuición le decía que había una historia por descubrir que iba mucho más allá de lo que le decían sus sentidos. Detrás de cada juguete, cassette o camiseta de fútbol existía una historia. Más precisamente, intuía que alguien había decidido los colores y definido las líneas de expresión de su muñeco de He-Man; alguien había comprendido la impronta de eso que tenía en su mano que, según entendía, era un producto. El niño Julio sabía que había mucho que escapaba al ojo. Estaba seguro. Le faltaba descubrir que eso, precisamente, se llamaba diseño.
Veía un disco y pensaba en quién estaba a cargo del logo de la banda. Entendía algo: existe gente que visualmente resuelve problemas atados a un producto que se consume de forma masiva. Discos, packaging, muñecos: alguien imaginando un logo para cada cosa, pensando en cada detalle”, recuerda. 
Mientras el niño crecía, todo a su alrededor se le antojaba curioso. Juguetes, películas, MTV, revistas, discos, remeras, camisetas de fútbol lo estimulaban a investigar según los recursos que manejaba, que no eran tantos. Tenía que indagar qué había detrás de los colores de una camiseta de fútbol, detrás de ciertos logos de bandas. Quizás la información disponible no fuera demasiada, sin embargo, para un pibe de curiosidad hiperactiva el método definitivo estaba al alcance de su mano: papeles, fibras y lápices. Julio veía algo y lo deconstruía dibujando una y otra vez. Dibujar se volvió una necesidad impostergable. En esa urgencia se reconocía la necesidad de codificar e internalizar (a su modo) la data a su alrededor. Se trataba, asimismo, de los primeros indicios de un hábito que mantiene hasta la actualidad: estudiar la propia esencia de un artista o determinado producto. Abordarlo, pensarlo, entenderlo, suspenderlo, desarmarlo, reimaginarlo. ¿Qué procesos yacen detrás de cada esfuerzo? ¿Cuáles son los patrones que demarcan el territorio de acción de determinados diseñadores? ¿De qué manera se construye la comunicación -y mística- de ciertas bandas? ¿Cuán necesario es despegarse de la raíz de una idea para llevarla a cabo y concretarla?  

Si bien un niño humano y no un felino cósmico, Batistelli siempre pudo ver más allá de lo evidente. No le hacía falta ninguna espada del Augurio para entender que casi todo lo que lo rodeaba y le daba curiosidad llegaba desde la producción masiva.
“Quizás sea un hijo demasiado servil del capitalismo”, comenta. “Yo entendí temprano que mi lugar era ese, el de la masividad. De chico jugaba al fútbol media hora y las otras dos horas dibujaba escudos. Hasta a los mayores les resultaba extraño eso. Eso lo descifré desde muy chico. Entendí que ese arte comercial era para mí”, señala.
Con el dibujo pudo conectarse con el resto del mundo desde una forma más genuina. No le hacía falta fingir interés cuando se aburría de jugar a la pelota o charlar de los partidos del Apertura o Clausura. Logró vincularse de un modo más sincero sin necesidad de pretender ser otro. Los adultos iban entendiendo qué intereses albergaba ese púber que dibujaba escudos de equipos o combinaciones de camisetas.
“Dibujando pude conectarme con mil cosas en las que resultaba inutil. De repente, no me sentía excluido”, afirma mirando atrás. El fútbol ya estaba en su vida, aunque no desde la práctica constante o la inmersión del hincha absoluto. Lo mismo para el básquet. El deporte siempre lo acompañaría, no tenía dudas, pero su vínculo sería según sus propias condiciones: allí el diseño fue fundamental puesto que funcionó como un puente para con los demás y el mundo exterior, el mundo real. Su forma de forma de vinculación sería desde la creatividad activa sobre ciertos elementos de ese mundo real.
“El dibujo fue esencial para entender cómo conectarme con los demás. No importaba qué se me presentaba de la nada, podía vislumbrar una arista por donde meterme”, cuenta.
Absorbiendo todo a su alrededor, las antenas del pequeño Julio fueron volviéndose más poderosas a medida que su mundo se iba amplificando. Cuando llegó a Rosario, saliendo a las calles, la velocidad misma de la época lo llevó hacia otro caudal de información. En ese sentido, nunca había suficiente. Lejos del riesgo de una sobredosis de data, el pequeño Julio sistematizaba todo dibujando.
Con el arribo de los 90, la adolescencia trajo cambios sustanciales aunque la necesidad de descubrir permaneció intacta. Fuera la NBA, el punk rock o las películas de artes marciales, el Julio adolescente encontraba algo relevante. Desde allí canalizaba la información mientras trazaba conexiones alrededor. Así fue encontrando cierta tranquilidad. No se sentía un freak. Podía relacionarse con sus amigos más termos del fútbol hablando sobre camisetas o marcas deportivas. El diseño era el pie ideal para habitar el mundo exterior más convencional mientras que funcionaba como puente para estrechar vínculos con personas queridas.
 

HAY TABLA

El Arte de las Tablas es el nombre de la muestra que YAIA inauguró el pasado jueves  6 de octubre, en Growler Café, sobre calle Moreno.
Se trata de unas 35 tablas de skate ilustradas a lo largo de su carrera, en su mayoría para la icónica y pionera marca Santa Cruz y otras para los locales Crime y para Cleaver, la etiqueta del renombrado skater argentino Diego Bucchieri. 
La exhibición cuenta con una pieza particular: la  ilustración original sobre Stranger Things con los modelos que se lanzaron para conmemorar el inicio de la cuarta temporada de la serie en Netflix a mediados de 2022.
La muestra pone el foco en una parte del universo YAIA que evidencia sus raíces en el skate, inspirado por el punk y el metal, evocando imágenes del cine de terror y homenajeando al cómic under y clásico. 
La exhibición de tablas en el primer piso del Growler Café permite observar ilustraciones trabajadas con devoción por el detalle, con líneas nítidas en composiciones sólidas y oscuras. Entre las tablas se permite un crossover de universos que van desde un Carlos Saul Satán en clave Crumb hasta la sensibilidad taciturna de Eleven, realizada en una infinidad de detalles que hablan, ante todo, de paciencia y de alguien que sabe lo que quiere.
Mientras que la ilustración original del universo Strangers Things se lleva todas las miradas, en la muestra se destaca un tríptico de Blaxploitation, ubicado sobre un rincón del lugar. El diseño, emocionante y sugerente, reconoce instantáneamente un deseo de querer ver una película que no existió ni en los setenta ni ahora. Las tres tablas irradian un amarillo brillante, repleto con instantáneas de viñetas agrupadas. Hay heroínas, criminales, policías y víctimas, sin tener claro quién es quién.
Paseando entre tablas, el arte de YAIA habla de forma elocuente, evitando la estridencia al igual que la obviedad. Se denotan elementos de ciencia ficción, imaginería fanzinera de subculturas metaleras y punkis. También hay historietas, aunque fundamentalmente se trata de pulp. 
Casi todo el proceder del universo YAIA tiene un origen en el mundo del cómic. Para apuntar eso hay que saltar, otra vez, al pasado. Según afirma Batistelli, la novedad es arqueología; lo novedoso, en la era del meta, de la sobredosis de información, está en revolver el pasado de forma detallada. “Hay que desenterrar algo que no vio nadie o pasó desapercibido”. YAIA no habla de robar: habla de aprender. En ese sentido, propone recorrer los mismos interrogantes que tenía de chico: ¿Cuáles son los patrones que demarcan el territorio de acción?
Para entender eso, es menester volver al pasado, otra vez. Cuando empezó a trabajar para Santa Cruz en 2016, la compañía norteamericana se interesó en su trabajo porque tanto los elementos que usaba en sus ilustraciones, al igual que sus referencias, parecían convenir con su propuesta de arte comercial enfocada en el mundo del skate. La primera reacción de YAIA fue pensar en Jim Phillips, uno de sus maestros, y un referente obligado en el universo de Santa Cruz a partir de la Screaming Hand, un diseño de 1985 que se volvió universal a partir de los 90. Además de la emoción de ese ofrecimiento laboral, para Batistelli el contacto de Santa Cruz significó pensar en su referente. ¿Cómo encarar esa nueva aventura? ¿De qué forma conectar con el pasado proponiendo algo nuevo y que dejase en claro su propia identidad como diseñador? Después de considerar posibilidades, la respuesta apareció por el lado de la historieta. 
En los 90 había algunos artistas de la historia masiva que rompían lo establecido para dejar su marca, tal es el caso de Jim Lee, Todd McFarlane y Rob Liefeld, entre otros. Después de esos nombres venía una legión de imitadores multiplicándose por editoriales de todo el mundo. YAIA no podía ser eso, se rehusaba a ser un copycat artist de Jim Phillips. Tenía cuatro semanas para preparar todo. Se abrumó, se trabó, se frustró. No obstante, siguió adelante. Cuando se relajó, pensó todo de otra forma. Trató de volver al interrogante primigenio: ¿qué elementos determinaban el imaginario de la marca? ¿Cuál era su propia historia con la marca y la influencia de Jim Phillips? ¿Qué veía un californiano cuando miraba por la ventana?
Entre trazos y entintados, YAIA empezó a deconstruir la historia de cuarenta años de Santa Cruz y hasta de los riders contemporáneos a la marca. Se propuso hacer, a su modo, el camino que recorrió tanto la marca como su admirado Phillips, repasando influencias y la subcultura que rodeaba a la movida skater antes de ser una industria real. Sobre esa idea de mirar hacia atrás, de volver sobre los orígenes, encontró un proceso que lo encaminó hacia la dirección correcta. La apuesta funcionó. Combinando instinto, herramientas digitales, historia, investigación, creatividad y paciencia, el proceso culminó en YAIA siendo parte integral de la contemporaneidad de Santa Cruz. Desde entonces está hermanado a la marca norteamericana.  

 YAIA reconoce que hay un método. Cuando el imaginario se dispara siempre se agarra de ese método que, ante todo, es buscar con paciencia. Permitirse esa búsqueda es esencial. Admite que tiene procesos creativos puntuales. Sobre todas las cosas cree en el método. Sentarse. Pensar. Preguntarse.
“Dame método así voy tranquilo”, cuenta con una sonrisa, aunque evitando precisar cuál es.
Considera que la formación es fundamental. Defiende el hecho de estudiar aunque hoy en día las herramientas estén disponibles de forma abierta. “Si es lo que te interesa, date al estudio, acercate a profesores, juntate con tus pares”, afirma.
Por encima de todo, YAIA señala que la arqueología es una herramienta fundamental. Allí destaca que se trata de algo extracurricular, relacionándolo con una curiosidad subjetiva que evoluciona en caminos propios. En esos procesos arqueológicos, acompañados de prueba y error, se va encontrando algo identitario, algo genuino. Es precisamente ahí donde aparece otro factor sustancial: el instinto. Sabe que lo tiene y le hace caso.  

VOLAR

Es justo afirmar que gran parte del fandom que acarrea YAIA proviene de su trabajo en la cultura skater. Allí los caminos de Santa Cruz y Crimen conviven junto a un público que busca los productos que involucran su firma.
La historia de YAIA con esa expresión contracultural devenida en industria global y deporte olímpico data de principios de los noventa, cuando caminando por el centro de Rosario se topó con una tabla en la vidriera de un primigenio local de Blast. Fue la primera vez que se encontraba cara a cara con esa parafernalia de la velocidad y la libertad que era un skate.
De chico Julio se había hecho lugar para el deporte, a su manera.  El fútbol como actividad fundante del piberio. Sin importar las coordenadas, Rosario, Álvarez o Arroyo Seco, el fútbol estaba ahí, esperando. Luego llegó el básquet, un interés que encontró lugar de forma inmediata en su corazón. Las tablas, en cambio, eran otra cosa.
Llegado el momento de referirse a su propia historia con el skate, YAIA elige la sinceridad, de nuevo. Cuando conoció la cultura, veía a los skaters en otro planeta. Eso funcionaba en varios sentidos. Por un lado, ya conocía los X Games. Sus participantes eran de otro planeta: volaban, daban vueltas, caían para sobrevivir y volver al ruedo, una y mil veces. 
Es ahí cuando el jovencito hizo una observación que le quedó: los deportistas eran lo más cercano a los superhéroes de las historietas. “Los deportistas y los músicos son la gente que más admiro porque hacen algo inentendible, algo que yo nunca podría hacer”, confía, mientras abre sus ojos, sintiendo un rush de fascinación. “Tony Hawk era Spiderman para mí. El chabón volaba”, agrega. 
Por lo demás, los skaters que conocía en la vida real, eran chicos ricos. “Posta, para mi eran cosas de millo”, apunta. La actividad lo fascinaba aunque tenía bien claro que se trataba de algo ajeno. Los skaters eran de otra realidad. Un mundo demasiado distante para el adolescente Julio de una familia de clase media. 
El skatebording era algo caro, completamente fuera de sus posibilidades. A pesar de la enorme distancia, había algo que capturaba su atención. Si bien no tenía acceso a la cultura ni disponía de medios para comprar una tabla, encontrarse con un dibujo en la tabla le resultaba magnético. Su atención estaba puesta ahí, de la misma forma en que se obnubilaba con la tapa de un disco compacto.
El primer y único skate que tuvo en su vida lo encontró tirado en el umbral de una casa en barrio Martin. Lo habían dejado abandonado en la calle. Julio se lo llevó. Apenas llegó a su casa se puso a desarmarlo y dibujarlo. Ni siquiera intentó hacer un ollie. Se puso a intervenir la tabla, completamente entregado a la tarea. Ya no era únicamente papel, lápices y fibrones: la calle le había regalado un nuevo lienzo.
Cuando intentó andar en skate le resultó una experiencia completamente ajena. Como deporte en primera persona, dejaba mucho que desear, sobre todo al compararlo con el básquet. Eligió quedarse con el dribling y descartar el kickflip. A pesar de ello, siguió metido en la cultura, maravillado por esos tipos que saltaban en lugares irrisorios y tenían tanto la entrega necesaria para seguir desafiando lo improbable impulsados por adrenalina, huesos rotos y velocidad. “Hice lo mismo que hice durante toda mi vida: entré a ese mundo dibujando. Otra vez encontré que el dibujo era la llave hacia donde quería entrar”.   

FINAL 

YAIA se considera afortunado de haber crecido en una generación que creció en el anonimato. De su parte hubo una decisión consciente de dejar de lado su propia persona, permitiendo que su trabajo -y su firma-tome el protagonismo absoluto. No importaba cómo lucía, de dónde era, qué tenía para decir o cuál era su idioma: lo fundamental es que diseña y dibuja. 
“Quizás haya algo de pose ahí, como un resabio punk, o alguna inseguridad. Lo importante es el laburo que hago. Siempre fue así. Ahí tengo que sincerarme, sin deseo de ofender: Siempre estuve rodeado de gente que le encantaba salir en la foto. Decía y decía, pero nunca hacía nada. Eso me resultaba muy extraño porque siempre se salían con la suya. Uno gastaba mucha energía creativa, pero estos decían sin hacer nada, logrando una carrera mejor construida”.
Mientras que atestiguar de cerca ese tipo de circunstancias le generó mucha frustración, Batistelli siempre siguió abocado a trabajar en YAIA de forma silenciosa, lejos de los flashes y las atenciones mal direccionadas. Ese tipo de malestar se terminó cuando comprendió algo: “era feliz haciendo, haciendo y haciendo”. El triplicado surge de su verba con la convicción de siempre seguir enfocado en su propio rollo, consagrando sus esfuerzos en desarrollar una cosmogonía propia al margen del circo de vanidades. De esa forma, cuando llegó ese comprendimiento, nunca miró atrás. Sigue en la suya hasta el día de hoy.
“Hoy trato de tomarlo con más calma. Estar acá, haciendo la nota, es algo diferente”. Admite, sabiendo que le cuesta mostrarse.
En 2022, luego de años de carrera destacada, YAIA sigue sosteniendo que a las personas que disfrutan de la ilustración y el diseño no les importa cómo es la persona que está detrás. En ese sentido, sigue siendo fiel a las lecciones de Quino o Jark Kirby, quienes estuvieron alejadas de los flashes, enfocados en una obra, trabajando con disfrute, sin incurrir en distracciones del ego. “Siempre tuve esa referencia de ellos: lo importante es lo uno hace”, destaca. “Mi apariencia, mi altura o vestimenta no le importa nadie. Mucho menos qué cómo o qué bebo. Eso no tiene nada que ver con nada. Lo importante es mi laburo, no soy yo”.  

Por Lucas Canalda y Flor Carrera Ph

 

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