PABLO SERR SOBRE UN RÍO IMPOSIBLE

Pablo Serr propone otras posibilidades de sentido desde un hacer experimental y casi compulsivo.
Creando por fuera del radar rosarino, tiene un único objetivo: interpelar con su música intuitiva.

Pablo Ser camina por la vida comprendiendo la impermanencia que nos atraviesa. Entiende que todo cambia, que aferrarse a lo estático es peligroso. Peor todavía: resulta aplastante tanto para la mente como para el espíritu. Por eso marcha jugando. Lo hace por necesidad, algo ruge adentro suyo. Subvierte sentidos; yuxtapone elementos; mide los límites del otro; trasviste predecible; se divierte. Intenta generar disrupción. Necesita algo nuevo. Los patrones de siempre lo aburren. Al final recuerda a aquella máxima de John Cage: “No puedo entender por qué la gente tiene miedo de las nuevas ideas. Yo le temo a las viejas”.
Sus piezas musicales están disponibles para quien esté atento. De su parte no habrá demasiado esfuerzo en promocionarse. Apenas un aviso o dos. Acaso un posteo. Después, pasa a otra instancia, eligiendo volver la modestia del hacer.
En los primeros días de 2022 vía Bandcamp llegó su disco Yo era un río imposible. Se trata de doce pistas de experimentación y collage sonoro. Durante el transcurso de las piezas aparecen canciones que fueron regurgitadas por un noise improvisacional, con un Serr que deja escuchar su voz.
Sobre finales de enero apareció otra novedad: Música para instituciones bancarias, un disco conceptual y performático. Días más tarde aparecieron Texto Cautivo y Texto Corrupto, dos trabajos complementarios.
Limitarse a describir sus lanzamientos con la lógica habitual de “nuevo”, “último” o “reciente” resulta imposible.
Desde su cueva discreta genera sonidos casi de forma compulsiva. En los últimos diez meses compartió más de 300 minutos de música. Un porcentaje considerable de eso son canciones. El resto abunda en música intuitiva.
Serr evita definirse como músico. A diferencia de su rol como poeta reniega de decirse músico. Sin embargo, no duda un segundo para referirse a su hacer: Me das un harpa y te hago un disco. ¿Sé tocar el harpa? Claro que no, ni idea”.
En su hacer es preciso. No tiene objeciones tecnocráticas. Evita la perfección. Opta por la rispidez, incluso cuando susurra fragilidad. Por eso sigue adelante, casi sin pensar en ese afuera donde debería estar promocionando sus discos, tratando de activar alguna fecha o lograr  cierta continuidad que permita mostrar lo suyo. Por ahora esas opciones están fuera del juego.
Pablo Serr nació en Rosario hace 37 años. Habita Pichincha desde siempre, sobreviviendo a los cambios drásticos que atravesó el barrió en los últimos años. Sus calles todavía le pueden. Se trata de algo más que una afirmación vehemente: se le nota cuando dice que vivió allí toda su vida. Es sencillo imaginarlo caminando bajo las calles arboladas percibiendo ruidos como patrones, conversaciones como texturas; elementos que se cuelan en su lectura, pedazos de exterioridad ajena que se filtran por sus auriculares.
Probablemente Pablo sea más conocido por su producción poética prolífica que habita la tangente del circuito local. En 2011 y 2014 fue becario del Ministerio de Educación de la República de Croacia, con el objetivo de traducir al español la obra poética de Antun Branko Šimić. Mientras estuvo allá su poesía fue ganando atención. Podrían citarse aquí palabras de Beatriz Vignoli u otras voces especializadas que supieron referirse al Pablo poeta. Sin embargo, aquí la historia es otra.
De sus años en la Gurruchaga recuerda especialmente a dos docentes: Alejandra que supo transmitirle el goce por la música y la experiencia de integrar un coro. Por otro lado, Germán quien lo interiorizó en la profusa obra del rock argentino. Esa base se vio robustecida por el hogar familiar. Ahí había música sonando. Nadie hacía música, pero escuchaban discos todo el día. Mariana, su mamá, siempre tuvo una veta musical que nunca llegó a desarrollar. Cada tanto volvía a su propia experiencia en la escuela: “Tendría que haber seguido en el coro”. Fue Mariana quien compró La hija de la lágrima apenas fue editado en 1994. Ese cassette sería el catalizador de Pablo por la música.
Naturalmente curioso de lo cotidiano, durante su nñiez pronto aparecieron intereses varios. Pero la curiosidad dio paso a otra inquietud: Pablo necesitaba hacer música. Nunca intentó abordarla de forma tradicional. No hubo clases de piano ni de guitarra. Tampoco se puso a tocar encima de los discos. Nunca deseó partir desde la emulación. En todo caso, el deseo era aprender a través de sus propios errores. Décadas más tarde descubriría esa clave otra vez.

“No soy músico. No estudié nunca música. No hago música, creo”, aclara, reiterativo.
En el desarrollo musical que viene sosteniendo en los últimos años se advierten tres proyectos, facetas que están en constante evolución y corrimiento, demasiado ocupadas con saciar un capricho interno como para responder a cualquier tipo de protocolo identitario para el público. Se menciona, entonces, a Pulpo Blanco dúo que dio paso a Flecha Zen, desde donde, finalmente, emergería Pablo Serr.
El devenir musical Serr fluye desinteresado en posibilidades de mercado, apreciaciones de consumo formal, o de venta del proyecto. Generalmente pasa de las oportunidades de mostrarse. Por eso ni siquiera nos referimos a su hacer como producción. Sería demasiado impersonal.
En sus discos conviven la canción, el pop, la experimentación, lo fragmentario, lo performático, el ruidismo, la no-canción, y patrones cuasi industriales. Asperezas, loops, susurros, timbres, guitarras, voces, respiraciones, conversaciones se combinan en aspectos no estructurales de música ambiental, drone, psicodélica y misteriosa. 
Como cantante, compositor y multiinstrumentista Serr revela diferentes matices en cada uno de sus muchos lanzamientos. Es fácil encontrar algunos. Para otros hay que escarbar en las densidades de Internet. En ocasiones, es cuestión de suerte: a Pablo le pintó compartir o bajarlos y punto.
En su obra hay una verdad irrevocable: una intimidad emocional que lo sustenta todo.
Tiene tres guitarras. Usa las tres. A veces en simultáneo. Una queda parada acoplando, infinitamente, con la otra toca. Juega. Lo hace hasta saciarse y pasar a otra cosa. No hay un límite claro. Sin principio ni final, puede moverse sin despojarse de ese placer del hacer musical. Eso es saludable.
Tiene un MIDI y un Casio pequeño, esos muy de juguete que tanto fascinaban a Leonard Cohen. Usa el Fruity Loops 4 desde siempre.
Finalmente, hay componentes etéreos en la música de Serr: curiosidad, instinto, el deseo declarado de incomodar, de no quedarse quieto orbitando alrededor de la pasividad, apostando siempre a la experiencia de desacomodar.
Acaso impredecible, está completamente cometido a provocar una marea intranquila donde haya que encontrar otra forma de equilibrio. Esa es la dirección de la intuición musical de Pablo Serr.
Si bien parte de lo que atrae a las personas a la música es, en ocasiones, un sonido específico, el regreso constante a esa repetición se va transformando en un moho de comodidad.  Volverse esclavo de esa repetición de estructuras y patrones significa un tránsito seguro. Pablo desea subvertir, trastocar el orden de lo asimilado.
Repetirse hasta colmar una saciedad vanidosa lo aburre. Su intuición musical se activa con espontaneidad y una necesidad de sacarse de encima ciertos demonios. 

Pablo busca generar un espacio a partir de la yuxtaposición de elementos. Parte desde los sonidos poniendo en juego instrumentos, grabaciones ambientales, palabras, sampleos y ruidos. No es ninguna novedad. Mucha gente lo hizo y lo sigue haciendo. Él lo tiene bien claro. De la misma forma en que se niega a definirse como músico rehuye a considerarse a sí mismo original.
“Mucha gente lo hizo y lo sigue haciendo. Me refiero a la música de Brasil en las décadas de los 60 y los 70”, comparte.
Pablo tiene un objetivo: generar un espacio libre de seguridad donde el oyente pueda ubicarse para expresarse y sentir, incluso a través del disgusto. Mediante su música busca interpelar sin bajar una línea concreta, desea provocar una reacción que dé paso a la sensación. La tarea no es sencilla. Procurar esa permeabilidad en el otro depende de varios factores, principalmente que el oyente esté dispuesto a dar el primer paso y transitar la experiencia.
“Hay algo que me pasa un montón, me dicen ‘tuve que cortar tu música porque me parece un horror’. Eso es un logro. Darle stop a mi música y que quieras salir de ahí es un logro. Quiere decir que estás involucrado, que no estuvo de fondo. Lo intentaste y no pudiste. Gracias. Se trata de eso, de involucrarse”.
El proceso de inmersión que demanda Serr precisa de algo más que la simple decisión de dar un paso adelante. Dejarse ir no es un gesto posible, a veces. Tampoco una decisión consciente. La música puede completar lo que alguna vez fue fragmentado por el lenguaje. Serr propone jugar con esos pedazos, quizá unirlos, permitiendo sentir algo abrumador. Más que inducir un sentir particular Serr intenta trazar un puente de percepción.
“Se trata de desaprender”, señala.
Pablo reacciona contra el adoctrinamiento del oído. Arremete contra lo que aceptamos como natural desde nuestra niñez.
“Inevitablemente, de no tomar precauciones, vas hacia el lado de la canción. De no construir un dique vas a terminar ahí. El oído está muy ejercitado para eso”, apunta. 

Pulpo Blanco fue un dúo integrado por el guitarrista Gabriel Hauscarriague y Serr, haciendo las veces de cantante, guitarrista y performer. Su existencia fue breve. Sus contadas apariciones fueron lo suficientemente magnéticas para atrapar a quienes tuvieron la fortuna de experimentarlas. Sin constancia ni visibilidad casi no existió la posibilidad de formar oyentes. Con todo, su estela dejó algo en esas pocas personas presentes.
En sus canciones Pulpo Blanco dejaba entrever potenciales estribillos con un Serr que, cuando lo quería, podía tener un timbre muy del García más cristalino. 
La canción pudo haber sido la herramienta para vehiculizar algo de ese caos que tanto le interesa; caballos de troya ideales para contrabandear ideas subversivas (políticas, sexuales, estéticas); hacer un trabajo fino molestando, desde adentro, de forma sutil y de manera irremediable. Pablo entiende eso. Lo acepta porque, además, él mismo vivió esa experiencia con García y otros artistas. Pero su reticencia hacia las estructuras cala profundo. Arde en busca de algo diferente.
El error alberga posibilidad. Allí se encuentra. Lo toma como un punto de partida casi ideal. Entender al error como posibilidad, apreciarlo como una manifestación artística, llevó varios años. Cuando llegó ahí, no quiso moverse. Lo irrepetible del error lo maravilla. Juana Molina fue responsable de ese clic. Desde entonces intenta desde ese lugar.
“Ella es una de las pocas que veo equivocarse o renegar, incluso, generando algo que sucede en el momento. Cuando la vi en Croacia fue impresionante. Literalmente éramos diez personas. Arrancó el show diciendo ´acá empiezo a conquistar el Este´. Hicieron una colgada de veinte minutos hasta que ella apretó un pedal y se cortó todo. ´Qué boluda, paré todo´, dijo ante el micrófono en castellano, con total espontaneidad. Quedé fascinado. Ella se corre de todo.” 

Dante Grela podía ser un satélite antecesor de algunas piezas de Serr. Además, podemos relacionarlo con experiencias ruidistas de los años fulgurantes de Planeta X, la producción de Gina Valenti, ciertas excursiones del catálogo de Soy Mutante y otros ejercicios desestructurantes de hacer-para-joder-pero-con-propósito como ese proyecto llamado Jean Charles & The Flaming OGT´S que fuera encabezado por Maximiliano Luis Vaccarini. Buan parece un socio de potencial de Serr, otro agente experimental-perfomático. Asimismo, sería posible pensar a Serr como participante de alguna edición de Humedal, Festival Internacional de Improvisación Libre y Artes Sonoras.
Nos referimos a un conjunto de experiencias que proponen desconectarse del plano de la asimilación formal para transitar procesos atípicos y encontrar resultados tan inexactos como innovadores. Pablo, al igual que los mencionados en el párrafo anterior, estimulan un desaprendizaje. Se trata de una batalla lúdica por una desasimilación de las doctrinas que formatean las cabezas desde temprana edad.
Pablo lucha contra eso. Además, lucha con la música.
El material que quedó Pulpo Blanco delata una posibilidad pop desmembrada con instinto e intención. El desguace de la canción ante la mínima amenaza de formalidad.
Algo residual de eso llegó a Flecha Zen (junto a Ignacio Grima y Pablo Racca), su siguiente proyecto. Desde entonces Serr emprendió la labor de la no-canción.
El trío incorpora capas de distorsión, el ruidismo llega de a poco, pero apenas como una fase. La poesía de los temas no repite patrones. Puede ser lírica o abstracta o puede simplemente jugar con el sin sentido. Allí donde hay cierta estructura que pueda volverla predecible (digerible, pegadiza, amigable) Serr opera haciendo cirugía buscando otro resultado. Se trata de un proceso donde Pablo toma la rienda definitiva de su accionar ¿Compartir el hacer? OK, un poco. Hacer, sí, mucho.
Un tiempo después Pablo Serr sale a la cancha como Pablo Serr. Fue destrabar otro nivel de sinceramiento.
Parece hacer -decir- lo que tiene adentro sin recurrir a eufemismos. A su forma es directo: le resulta imposible concebir la música como una sola.
Hay una tensión importante en las canciones más tempranas de Serr. El proceso hacia desembarazarse de las estructuras puede sentirse. Es una incomodidad que va creciendo a medida que la canción va entrando en un proceso de fricción hasta quedar relegada.
Entre tanto, el interrogante permanece como constante: ¿Por qué una sola forma de hacer música? ¿Qué define cuál es esa forma de hacer música? ¿Por qué se acepta?
“Cuando vas a estudiar guitarra te dicen cómo generar alegría y cómo generar tristeza. Lo que soporta la música es como un gran ejército que se te mete y hace lo que quiere con tus emociones. Eso lo tengo en claro. Por eso intento generar cosas que logren el caos. Todo lo que hago sale de esa idea. De generar caos. Cero estabilidad. Alguien me dijo que todo lo que hago es muy emocional. Y sí. Efectivamente”.
En ese sentido Serr recuerda a un tocayo suyo: Pablo Comas. Ambos Pablos no quiere hacerte bien, quiere dejarte algo que te ayude a renacer-cambiar. Comas lo hace desde adentro del circuito musical desde su adolescencia. Serr habita otro lugar. No se trata simplemente de estar a un costado del camino, vive en un paralelo por fuera del mainstream, de lo subterráneo, de lo independiente o lo vanguardia. Encontrarlo no es sencillo porque disfruta de escabullirse. Hay un goce ahí, una liebre que corre con libertad, oculta de todo.
El caos que Serr intenta generar desde su música se refleja en la disponibilidad del material. No obstante, uno puede procurarse una serie de rastros que se encuentran dispersos por la red. Los restos sonoros de Pulpo Blanco puede encontrarse en YouTube (afortunados aquellos seres que pudieron disfrutar del grupo alguna vez); Flecha Zen tiene su base en Bandcamp para escucharse, descargarse, compartirse y leer algunos de sus manifiestos estéticos. Su propio perfil en Bandcamp es territorio espinoso: supo albergar sesenta piezas y ahora hay diez. En Spotify, finalmente, hay un tendal de sencillos y algunos discos. “Voy dispersando todo así porque no me interesa la idea de ser músico ni de hacer música. Mi lucha es esa”, comenta. 
El caso de Serr, con esa discografía tupida que aparece y desaparece de las plataformas, conlleva una reticencia constante pero no declarada a las estructuras y a casi toda forma de repetición. Podríamos afirmar, incluso, que Pablo sostiene un odio por la repetición y la estructura en casi todos los ámbitos: no es habitual encontrarlo en lecturas de poesía institucionales o independientes; prefiere aparecer donde se siente cómodo, allí donde sus palabras y su voz puedan tomar la medida justa de algo que justifique la acción. Ni artificio expresivo ni relleno vanidoso, Serr necesita sentir  propósito.
Para Pablo es natural andar permanentemente queriendo esquivar lo estructural. Siempre toma el desvío como un acto reflejo. 

“La música permite bajar un montón de información y metértela en la cabeza. Uno se da cuenta de lo que entra por el oído. Muy amorosamente te pueden formatear la cabeza a través de la música. Eso se viene haciendo desde hace mucho tiempo. Yo quiero generar otras posibilidades”.

Serr propone una relación tirante con el afuera. Como se dijo previamente, quien esté dispuesto a seguir sus pasos se aventura a una empresa ardua.
En tiempos donde cualquier banda promedio prioriza su energía en campañas espurias de pre-save que agotan de antemano Pablo Serr estrena material de la nada, apenas tirando algún guiño o un aviso formal que pronto desaparece. En solo un pestañeo puede sorprender con material fresco. De la misma forma puede desaparecer.
Pero mientras ese juego sigue adelante, en ocasiones, hay excepciones. Eso viene sucediendo últimamente, a pesar de los esfuerzos de Serr de mantenerse impredecible.
En diciembre de 2021 el sello español Drama Recorder publicó en cassette Los ruidos que ya se volvieron una costumbre. Allí la música de Pablo comparte catálogo con sonoridades hard noise, dark ambient, drone y algo de IDM.
En paralelo a esa cinta, también en España, el sello Hamfuggi Records publicó en digital Música para supermercados. Pronto llega Música para instituciones bancarias por esa misma label barcelonesa.
A mediados del mes pasado Los ruidos que ya se volvieron una costumbre también fue editado en digital por la netlabel brasileña The Church of Noisy Goat. 
Aun esquivo, Pablo no logra salirse con la suya: su música gusta. El interés de los sellos evidencia que hay una predisposición por su hacer constante.
Los últimos meses trajeron esas novedades. Puede que estemos en una época de transición para Serr. No hay certezas sobre lo que habrá de venir. ¿Cuáles serán sus próximos pasos? ¿Aceptará el desafío de involucrarse con ese exterior que le produce tanto escozor? ¿Podrá permitirse salir de su burbuja? El tiempo lo dirá.  Por ahora simplemente elige seguir adelante sin hacer caso omiso de que llegó su turno de enfrentar ciertos interrogantes. 
“Algo está sucediendo. Pero… ¿para qué tocar eso en vivo? Es una realidad que me pregunto todo el tiempo. No sé. Si se hace quiero que sea en ese estado de fragilidad total de la cosa. Yo lo hago por eso”. 

Por Lucas Canalda y Flor Carrera Ph

 

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