QUIZ RAPTILIANO #43: EZEQUIEL GATTO

Quiz >  Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala

 

Nació en Rosario en 1979. Es docente, historiador, traductor y doctor en ciencias sociales.
Participa del Club de Investigaciones Urbanas y del Grupo de investigación en futuridades.
Colabora y articula con diversos proyectos editoriales, artísticos y políticos. Publicó en medios como Anfibia, Revista Ají, Interzona, El Corán y el Termotanque, entre otros.
Su tesis doctoral se titula Nuevos sonidos, nuevos negros. Freedom songs, soul y funk en Estados Unidos, 1955-1979.
En 2016 compiló Nuevo activismo negro. Lecturas y estrategias contra el racismo en Estados Unidos, publicado por Tinta Limón Ediciones.
En 2018 editorial Casagrande publicó su libro Futuridades. Ensayos sobre política posutópica.

 


¿Cuál es tu humor por las mañanas?

Esto depende de cómo viene mi vida. O sea que ha sido variable a lo largo de los años. Pero hay algunas regularidades. Fui a la escuela y trabajé durante años en lugares a los que debía ir por la mañana temprano, lo que fue produciendo un odio a madrugar que persiste. Así que si madrugo, sobre todo cuando tengo que hacer cosas que no me gustan, tiendo al malhumor. Eso sí, me lo fumo solo, no reparto mala onda. En cambio, si puedo controlar el momento de levantarme, me levanto tranquilo. Nunca desayuno salvo mate, no respondo mensajes y tiendo a no hablar durante un buen rato. Como si esas acciones rompieran un hechizo que me mantiene a distancia al mundo, las demoro. Y aprovecho ese silencio para pensar. Mis pensamientos por la mañana suelen ser genéricos, algo abstractos, como cuando uno dibuja un cuadro sinóptico, boceto cosas.

¿Quién es tu héroe/heroína? ¿Por qué?

Como buen mortal que vive en un mundo plural, me cuesta mucho elegir une sole, así que dejo constancia de que tengo héroes/heroínas polítiques, artistes, músiques, científiques, deportistes. Pueden ser héroes/heroínas lejanos o cercanos como mis amigos más cercanos. Esos héroes/heroínas pueden, también, ser colectivos.  E resumen, tengo un panteón, que además está abierto a la incorporación de héroes/heroínas.
Dicho esto, destaco al historiador Ignacio Lewkowicz. Creo que haber conocido a Lewkowicz, sus ideas y su modo de pensar, fue un poco una revolución copernicana para mí. Me cambió la perspectiva del mundo y las estrategias posibles. Un segundo aspecto súper importante con Lewkowicz es que aprendí que cualquier cosa merece ser pensada, que de cualquier cosa podemos aprender, que la filosofía, la política o la historia no son solo grandes nombres o categorías sino formas inventivas de proponer problemas y resoluciones (y que los conceptos son, en definitiva, momentos de esa invención).
P.d. Esta pregunta me hizo pensar que un héroe no es necesariamente alguien a quien uno quiera imitar o con quien quiera mimetizarse, sino un acompañante (¿terapéutico?) que puede indicar una dirección pero que no conoce el camino.

¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras ser historiador?

La respuesta a esta pregunta la tengo que desdoblar. La militancia política fue decisiva a la hora de elegir estudiar Historia. Cuando me anoté en la carrera, militaba en una organización anarquista. En ese sentido, mi elección respondió a un patrón moderno de compromiso político y cultura militante, para el cual un conocimiento del pasado es importante para la práctica presente y las orientaciones futuras. Ese conocimiento, por lo general, se espera que funcione como un reaseguro de las convicciones previas.
Lo que me llevó a decidir quedarme y terminar la carrera, y luego trabajar como investigador, es ligeramente diferente a ese compromiso: por un lado, sumergirme en el estudio de la historia me permitió repensar mis propias ideas, verlas en un espacio temporal más amplio, verlas nacer de mezclas, verlas refutadas; por otro, ahora pienso que, en tanto investigador, me gusta y me interesa más pensar las condiciones de posibilidad de lo que pensamos. Pensar esas condiciones es un ejercicio que facilita tener nuevas ideas, que de algún modo es como tener más posibilidades.

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?

Mi primer trabajo fue como carpintero. Trabajé un año en la carpintería de un tío, en el barrio Las Delicias, zona sur rosarina. Aprendí varias cosas valiosas y contradictorias entre sí: hacer y terminar un mueble (un objeto físico) es una experiencia hermosa, que sintetiza tareas (cortar, pulir, pegar, atornillar, encolar, medir, etc) de las que resulta un artefacto. Es una magia a la que estamos acostumbrados, pero es re loco. Por otro lado, ese trabajo tenía muchas tareas repetitivas y no era fácil conectarlo con las cosas que más me interesaban y atraían. Digamos que antes de leer “El trabajo enajenado” de Marx, yo ya lo había experimentado. Y esa experiencia me llevó, por la negativa, a hacerme preguntas por el modo en que quería vivir y trabajar.

¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?

Varias cosas en planos diferentes: las condiciones de vida de una gran parte de la población argentina. Yo prefiero hablar de empobrecimiento que de pobreza, porque la pobreza no es una mera situación sino una operación siempre activa. La gente no es pobre, la gente es constantemente empobrecida. Como con la esclavitud: no existen esclavos, existen esclavizados. El empobrecimiento es el proceso por el cual las posibilidades tienden a ser cada vez menos. Y yo creo que la justicia tiene mucho que ver con que las posibilidades (que no son sólo “oportunidades”, que suena muy mercado laboral) se multipliquen. La situación actual es crítica.
Otra preocupación es cierta miseria política. Considero que necesitamos no sólo más audacia para afrontar problemas sino también más generosidad. Veo un escenario de cálculos muy mezquinos.
La tercera preocupación es el colapso socioambiental. Tal vez las urgencias diarias, sobre todo nacionales, nos dificultan ver esos procesos, que por definición son más lentos y se distribuyen en un espacio más amplio, pero el escenario es catastrófico. Sus señales son cada vez más frecuentes y significativas. Hay muchos acercamientos y perspectivas sobre este problema, algunas más interesantes que otras. Pienso que es una ocasión para una redefinición profunda de modos de vida, producción, consumo, intercambio. Cuando uno se encuentra con un límite puede hacer tres cosas: tratar de negar su existencia (negacionismo), quedar paralizado por fascinación (cientos de series sobre apocalipsis) o buscar formas de asumir el límite como condición para inventar algo nuevo. Voto por la tercera opción.

¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?

Sí, muy seguido. Diría que todos los días tengo momentos abrumadores. Me agota el revoleo de enunciados sin fundamento, el bardo (del que no estoy exento), que cualquier boludez se vuelva tema, la relación de simple roce con cosas que me interesan pero que no puedo profundizar porque son miles. Las redes, y en general Internet, es como mirar el espacio exterior y saber que sos ínfimo y que hay millones de cosas que no conocés y millones de cosas que nunca harás.

¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?

Esta pregunta es rara porque, si la contesto, saco del escondite lo que disfruto. Pero como son varias cosas, voy a sacrificar una en ofrenda a este proyecto tan amable que tienen: si hay partido de primera división argentina, lo pongo y lo miro de reojo. Aunque sea Aldosivi – Platense. Feed the jubilado.

¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?

La verdad es que no es muy importante, aunque depende qué se entienda por ocio. Casi nunca estoy sin hacer nada, ni me desengancho completamente de los proyectos de los que participo. Creo que es porque en los últimos años tuve la suerte de poder combinar trabajo y otras actividades en un esquema más general de retroalimentación. O sea no tanto que amo mi trabajo o que trabajo de lo que me gusta, si no que le dí mucha importancia a armar y participar redes de intercambio, activismo, investigación, y también a que otras dimensiones de mi vida funcionen como ocasiones para hacer experiencias, desde mis relaciones amistosas y afectivas a los viajes. Entonces siempre busco que una de esas dimensiones resuene en las otras. No creo que siempre me salga bien, pero esa intención hace que el ocio no sea en sí mismo algo tan preciado para mí.

¿En algún momento sentiste paranoia sobre los algoritmos?

Más que sobre los algoritmos en sí mismos, la paranoia es por el control corporativo de los algoritmos. Más aún porque en los últimos años la capacidad predictiva y anticipatoria de los algoritmos ha crecido muchísimo y eso los vuelve elementos muy poderosos en la configuración subjetiva. En un texto que publiqué hace unos meses, se me ocurrió pensar que la imaginación de futuro se altera sensiblemente a partir de la algoritmización de las interacciones porque su poder de orientación de las acciones y decisiones es enorme. ¿Esto quiere decir que éramos mejores o más libres, o que descubríamos más cosas sin algoritmos? No lo creo. La discusión tampoco se reduce a “algoritmos el mal” vs. “algoritmos del bien”. Se trata de entender cómo reorganizan la vida (como en su momento el martillo, más allá de los usos, la reorganizó) y tomar decisiones a partir de ahí.

¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?

Me río mucho con los memes y Twitter me parece el humorista colectivo más gracioso de la historia. Pero otras formas del consumo irónico no me interesan para nada. Ni la navegación de archivos audiovisuales bizarros, ni la versión irónica del consumo retromaníaco. Si me pusiera picante (spoiler: lo haré), diría que lo veo como el humor de gente que no puede parar de reírse, pero al modo Guasón. Esto me hace acordar a una frase del Indio Solari: “La broma se lo comió”.

¿Desarrollaste técnicas para lidiar con la procrastinación? ¿Qué hacés cuando te sentís atascado?

Sí, tengo dos grandes técnicas. La primera técnica -antiprocrastinación- es que, en lo posible, me pongo fechas de entrega bien lejanas. Me fui dando cuenta que esa sensación de tener mucho tiempo por delante, en lugar de hacer que la cuelgue, me hace trabajar. Y puedo ir haciendo de a poco. A la vez necesito plazos y fechas, sin eso puedo tener cosas abiertas durante décadas. La segunda técnica -antiatascamiento- es hacer bocha de cuadros sinópticos. Hago cuadros sinópticos y mapas mentales de cualquier cosa, desde un texto que tengo que escribir, una charla que dar, una decisión por tomar, un viaje por hacer, una conversación telefónica, un audio de whatsapp. Tengo un gancho en la pared en el que cuelgo los cuadros sinópticos. Me re sirve figurar lo que se dice y voy pensando. Y me permite encontrar relaciones que, sin el cuadro, tal vez nunca se me hubieran ocurrido.

¿Cuándo comenzó  tu amor y admiración por la cultura afroamericana? ¿Te acordás el preciso momento en que ese interés se convirtió en un compromiso al cual dedicarle buena parte de tu vida? ¿Fuiste consciente o cuando quisiste darte cuenta ya estabas sumergido? 

Comenzó en 2007, cuando estaba terminando el cuarto año de la carrera. Tenía que rendir Historia de América contemporánea y decidí hablar del Movimiento por los Derechos Civiles. Había poca biblio en el programa así que me puse a buscar cosas por internet. Me voló la cabeza. Me di cuenta que no sabía nada de ese tema (salvo las obviedades icónicas, tipo el nombre de Martin Luther King y el de Malcolm X) y que habían tenido ideas y estrategias muy interesantes. Me dí cuenta también que era una ocasión para entender más profundamente el racismo y las luchas antirracistas. Luego de eso, en 2008, decidí escribir la Tesis de Licenciatura sobre la formación de los barrios segregados en Estados Unidos a principios del siglo XX y sobre cómo esa novedad histórica había impactado en el pensamiento político afroamericano, en especial en tres referencias claves de la época: Booker T. Washington, William Du Bois y Cyril Briggs. Ni bien terminé eso, me crucé con el amigo Jubany, conocedor de música afroamericana, y se nos ocurrió armar unos talleres donde él hablaba de música y yo de historia social y política. Lo llamamos Notas negras. Fue muy enriquecedor. A la música afroamericana que ya escuchaba (jazz, hip hop, rock) le sumé mucho spiritual, gospel, soul, funk, géneros que apenas conocía.
Todo esto coincidió temporalmente con mi laburo como becario en Conicet. El problema era que yo había entrado a Conicet con un proyecto de investigación sobre otros temas, pero lo cierto es que quería investigar sobre estos. Por diferentes motivos, cambiar el proyecto no era sencillo. Una tarde de 2012, con el amigo Emi dimos una charla sobre soul, funk y política en un Encuentro de Educación popular. Estuvo increíble. Volví a mi casa eufórico. Me encontré con Luciana, la amiga con la que vivía, y le dije que no quería mantener más esa doble vida de investigación. “Hacélo, dale”. Me senté en la compu y en tres horas armé un proyecto de investigación nuevo, de cero. Ese archivo lo guardé y nunca lo modifiqué, para tener siempre el recuerdo de ese momento. Al otro día le escribí a mi directora de tesis y me dio el ok. Me acuerdo que me senté a escuchar el disco Seize the time, de Elaine Brown, pianista, cantautora y dirigente de Panteras Negras. Un disco hermoso (que ahora me doy cuenta que se llama “Atrapar el tiempo”, un poco lo que estaba haciendo yo en ese momento). Mientras lo escuchaba, pensé, “A partir de ahora, escuchar estos discos va a ser parte de mi investigación de todos los días”. Y fui muy feliz.

 Las colaboraciones son frecuentes en tu camino. Además, sabés potenciar propuestas que llegan, como hiciste cuando Agustín Berti te invitó a hablar de la serie The Man in the high castle con sus estudiantes.
¿Las colaboraciones te ayudan a encontrar otras perspectivas? 

Sí. De hecho, las colaboraciones e invitaciones me interesan mucho porque, en lo posible, las uso para profundizar, explorar o directamente descubrir aspectos de lo que estudio que todavía no encaré. Conservar siempre una cierta disponibilidad me resulta clave para aprovechar las colaboraciones.
Pero no se trata sólo de perspectivas para enriquecer mi laburo sino también de sostener una definición que entiendo política. Me cuesta mucho habitar un solo mundo; creo que hay que hablar con todo aquél que invite a una conversación y pienso que en toda situación hay la posibilidad de inventar algo más justo. Y eso implica debatir conceptos, tanto como estrategias o formas de gestión. Entonces, conectarme con otres (que pueden tener formas distintas, desde un partido político, una colega, una organización social, una universidad, les estudiantes de mi materia) es fundamental para mi manera de concebir la política. Y no me refiero solo al diálogo, el consenso, la negociación sectorial, sino al intento de configurar la posibilidad de un hacer colectivo y justo. A veces resulta, a veces no. Pero el imperativo lo sostengo.

¿Cuáles son los principales desafíos para el historiador en la era de la información donde todo parece adquirir un ritmo vertiginoso?

La coyuntura tecnológica tiene diferentes efectos en el trabajo de historiador. Marco dos.
El primero es que la actual disponibilidad de archivos del pasado es mucho mayor a la de tiempos anteriores. Esa disponibilidad se combina con la posibilidad de acceso remoto. Por lo cual el campo de lo que se puede investigar se amplía mucho. Mi propia experiencia es un ejemplo: hace cuarenta años atrás tendría que haber viajado a Estados Unidos muchas veces a hacer laburo de archivo y gastado mucha guita en libros para poder investigar lo que investigué. Lo mismo ahora, que estoy focalizado en la investigación sociológica, filosófica y política sobre las relaciones con el futuro, que me requiere acceder a materiales dispersos por todo el mundo. Estas prácticas eran mucho más difíciles antes. Con la red se vuelven más factibles. Y esto tiene consecuencias no sólo temáticas sino epistemológicas: se multiplican las perspectivas sobre los objetos y los objetos mismos.
El segundo desafío tiene que ver con el estatuto del pasado. Para hacerla corta, el pasado ya no es ni modelo a seguir, ni fundamento de un destino, ni masa de acontecimientos a partir de la cual deducir leyes sociales. Esas funciones del discurso histórico son hoy marginales. Yo creo que hoy la historia, en tanto práctica de investigación, está atravesando cambios interesantes: la ampliación de sus escalas (en debates como el del Antropoceno o la historia del Universo), la reconsideración de sus nociones de temporalidad (a partir de debates sobre actualidad, posibilidad y virtualidad) y la reconstrucción de acontecimientos pasados que no se leen en términos de continuidad o devenir mecánico respecto a nuestro presente, sino que permiten reflexionar sobre este último también a partir de las diferencias que nos separan. Parafraseando a Deleuze, hacer historia es hacer un ejercicio sobre lo que se repite y sobre lo que difiere.

Para muchos ensayistas, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje donde, a menudo, se evidencian influencias. ¿Cómo fue esto para vos? ¿Cómo describirías tu desarrollo y la transición hacia tu propia voz?

Acá vuelvo a Deleuze cuando sostiene que el punto de partida de la creación no es la hoja en blanco sino una hoja repleta de clichés.
Yo creo que el trabajo de escribir, en tanto sortear con alguna gracias los clichés, es una tarea interminable. A lo largo de la vida he tenido que lidiar con diferentes clichés; y la experiencia de sentir que hablo el habla de otro es cotidiana. Trabajar sobre la singularidad me parece alucinante y lo conecto mucho a la música: a partir de una cantidad de sonidos y de toda la herencia musical acumulada, a veces sucede el milagro de la novedad. Con la escritura pasa lo mismo.
Dicho esto, la verdad que no sé si tengo una voz propia. Tal vez lo loco de la voz propia sea que necesita de otro para ser identificada. Como cuando alguien te dice que en lo que hacés hay algo nuevo, o algo que no había pensado, o que tal idea es “muy vos” y vos no la detectás como tal. Lo que sí puedo decir es que hace años que pienso y escribo a partir de una matriz que, por un lado, busca considerar la ambigüedad, la ambivalencia y las conexiones plurales de las cosas y, por otro, se rige bajo el principio de hacer que prolifere la inventiva con la menor dominación posible. Complejidad y política. Esos son mis principios y si no les gustan, no tengo otros.

Hacia finales de los 90, principios de los 2000, formaste parte de Planeta X, una experiencia contracultural que marcó a una generación (y algo más).
Siendo un adolescente durante la temporada alta de Menemismo dónde fuiste encontrando indicios o nociones que despertaron tu curiosidad por ese tipo de experiencias? 

Siempre digo que le debo muchísimo a la escena hardcore/punk a la que me empecé a acercar hacia principios de 1992, cuando terminé el segundo año de la secundaria, luego de algunos años de escuchar Ramones, Pistols, Attaque 77 y La polla Records. Creo que el compilado Mentes abiertas fue un momento de quiebre. El hardcore/punk pasó rápidamente de ser una música a ser una manera de gestionar y hacer cosas. En el 94 Pablo Ottaviano, que estudiaba batería con el mismo profesor que yo, me invitó a colaborar en su fanzine Kambio Violento. Pablo fue increíblemente generoso conmigo, me enseñaba sin enseñar, de él aprendí cosas que todavía hoy me sirven. Conocí un montón de gente, lugares y bandas. Daba vueltas por la ciudad. Hice entrevistas, escribí, edité. Mis primeros pasos como escritor se los debo al hardcore/punk. Aquí sólo nombro a Pablo, pero en mi memoria hay muchos nombres por los que guardo el afecto que sólo produce haber sido, alguna vez, cómplices.
A Planeta X lo conocí a finales del 98, gracias a Magalí, mi novia de entonces. Me parecieron geniales, más sofisticados que el punk del que venía, menos militantes que el anarquismo en el que estaba por entonces, pero a la vez con un bagaje conceptual y organizacional que podía pensar políticamente escenas y artefactos que mi militancia de entonces excluía. Y encima hacían unas fiestas increíbles. (Siempre digo que PX me enseñó a bailar). Me sumé a las reuniones de los lunes a principios de 2002.
Planeta X me permitió ampliar intereses, gustos, placeres, relaciones e imaginarios de organización. Eso fue una bomba, el punto tal que pude ensamblar política, estética y economía. Mucho de lo que hago y escribo hoy se nutre de lo que aprendí en el colectivo. Y varios de mis amigos más queridos son personas con las que compartí ese espacio.

¿Dónde encontrás contracultura en la actualidad?

Depende mucho de la idea de cultura y de contracultura que tengamos. A mi entender, la contracultura histórica (es decir, la de los sesentas y sus sucesoras) se define no tanto por lo under sino por oponerse a una cultura cuya dominación se expresa como separación: naturaleza/sociedad, vida/arte, individuo/colectivo, trabajo/creatividad, pensamiento/acción, bienes comunes/propiedad privada etc. Visto así, mi clave de búsqueda rastrearía experiencias en las que se procure eliminar esa cultura de la separación en pos, no de una fusión imposible, sino de una cultura capaz de potenciar nuestra capacidad de entablar relaciones de complicidad y cooperación.
¿Dónde encuentro esa contracultura? En muchas experiencias agroecológicas, en las redes de producción y comercio en las que el mercado es un mecanismo de intercambio y no un operador de dominación, en las dinámicas de construcción política democratizantes, en los proyectos que buscan generar tecnologías no destructivas del ambiente ni socialmente desiguales, en la organización cooperativa, en los esfuerzos por inventar condiciones para diseñar mundos menos injustos, entre otros. Quizá una novedad es que la contracultura ya no remite a una cierta estética musical o artística sino a una mestizaje cultural en el que es una cierta ética política la que se vuelve una estética social.

 

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