NUEVAS MEDICINAS PARA SOÑAR: ROSA PROFUNDA EN ROSARIO

La banda cordobesa desembarcó en Rosario para compartir una noche memorable con Gladyson Panther en Majo. Un vistazo hacia la cantera sónica de un proyecto que funciona como laboratorio de disfrute y experimentación.

 

Comienza, como suele comenzar lo inolvidable, con un detalle cualquiera: una luz que se derrama desde el techo oscuro de Majo, sobre un remolino de personas, respondiendo a una música entrópica que nunca antes había sonado en Rosario. Acariciando la medianoche, Rosa Profunda hace del pequeño escenario una proyección de su universo.
Majo, como una cámara de eco brutalista, vibra con los sublow, mientras la percusión sube el ritmo de otras frecuencias. Porque existe otra frecuencia. Rosa Profunda existe en esa simultaneidad.
La gente está exaltada. Agitan aunque no saben las letras. Bailan al costado del escenario. Otros se sacuden al frente. Piden más de esto que nunca habían probado antes.
Durante sesenta minutos, el sexteto desarrolla con precisión su cantera sónica. Los beats son bajos, densos y sísmicos; las guitarras, distorsionadas en los pasajes vertiginosos; las voces, entre susurrantes e imperativas.
Luego de varios intentos fallidos, Rosa Profunda está en nuestra ciudad. Para unos pocos, hay una sensación de placer. Por fin está sucediendo. La mayoría, sin embargo, está en su primer contacto con la propuesta de la banda.
A priori, nadie podría afirmar que es un debut. La distancia curiosa de la gente, lentamente, vence su espesor. Pronto se sueltan y se entregan a las canciones y a la zapada.
“Che, esto suena increíble”. “Está buenísimo”. “¿Están tocando los Redondos?”. Sí a todo. Si la curiosidad se transforma en aguante, es porque la banda engancha, conectando desde lo artístico.
Esta noche en Majo, como sucede en casi todas sus apariciones en Córdoba, hay una sobrecarga sensorial que se induce directamente desde las cadencias duberas, mientras las guitarras tejen asperezas enfiladas hacia lo disonante.
Rosa Profunda transforma al lugar en una pista de energía de hondura sónica. Una síntesis perfecta de las —otrora— culturas de vanguardia de la música underground negra y blanca, convertida en un pop fronterizo con un groove intenso.
Todo suena como una convergencia de texturas y huellas. Sin embargo, hay un rastro identificable. Desde el obvio punto de partida de Bristol, las referencias viajan hacia el sound system de Jamaica, la densidad del Metal Box de PiL y una secuencia de arreglos bien aprendidos de los imprescindibles discos de New Wave de Grace Jones en Island Records, producidos por Chris Blackwell, Alex Sadkin y Compass Point All Stars.
Pero no toda influencia de la banda es tan distante. En Rosa Profunda hay algo tórrido que es definitivamente autóctono, que habla de corporalidad y de terrenalidad. Será por eso que la banda, mientras toca, se entrega al movimiento, en un disfrute sincero que se espeja en el público.
Suenan «Beskar», «Derritiéndose», «Aleluya», «Sibila» y «Dub de Momo», su reimaginación del clásico de Patricio Rey.
Las guitarras distorsionadas, cuando se convierten en protagonistas, cargan tensión y relieves.
Más allá de sus tonos estéticos, Rosa Profunda no es una banda lúgubre. Los temas no son oscuros porque te hacen sentir vivo, y su música posee una profunda comprensión de la sensualidad del groove. Hacen bailar cuerpo y mente al mismo tiempo, comprendiendo el poder primigenio del groove grave.
Nunca estática, la banda cambia su sonido, textura e instrumentación para cada canción, sin ceder ante la pausa. La sonoridad muta con relativa constancia, mientras sus integrantes intercambian instrumentos.
Ahí aparece algo que formaba parte del discurso de sus primeros años: no son una banda sino un laboratorio colectivo que experimenta la fusión, entre tironeos y curiosidad. Sobre el escenario, se retroalimentan con la precisión de un proyecto comprendido hace años. No hay dudas sobre esos roles dinámicos, donde cada integrante pasa por roles de vanguardia, reparto o retaguardia. Cada parte suma hasta volverse un todo orgánico.
No se preocupan demasiado por intercalar palabras con el público. Apenas las necesarias, cuando se hace imprescindible.
Uno de los rasgos distintivos del sonido de Rosa Profunda es su enfoque compositivo espacial. La producción no se limita a una lógica de capas melódicas y rítmicas, sino que crea verdaderos entornos acústicos. A través del delay y la reverb, los temas generan un efecto abismal.
La emoción no es directa sino filtrada por el eco y la reverberación. El oyente no se sitúa frente a la música, sino dentro de ella.
Cuando la banda termina, el vacío se siente desde el pecho.

Tarde, pero seguro. Rosa Profunda llegó a Rosario tras algunos intentos infructuosos el año pasado. Fueron dos amagues que terminaron en frustración.
Quizá algunas historias están hechas para enlazarse. O tal vez, todo sea manifestación: Gladyson Panther sabía que tocar con los cordobeses era una fecha soñada. El quinteto liderado por Santino Martín jamás le dio la espalda a ese sueño.
Ahora, a 400 kilómetros de la cañada y sus antros familiares, Rosa Profunda camina por calle Tucumán, enfundados en un negro absoluto.
Parecen extras de la rave vampírica del primer Blade, listos para bailar mientras la sangre riega la pista. La estela vampírica, no obstante, se deshace apenas hablan. Demasiado espontáneos para ser vampiros. Por otro lado, en el espejo retrovisor de la Toyota Previa que manejan (La Rosaneta), cuelga un muñeco de Burro de Shrek.
El ogro de DreamWorks aparece una y otra vez como punto referencial de este grupo de cordobeses relajados y divertidos. Mientras otras bandas gastan energías en curtir papeles falseados, Rosa Profunda actúa como es: un puñado de artistas jóvenes disfrutando de las posibilidades que llegan desde la música. En este caso, recorrer Rosario, preguntando curiosidades, riéndose de los lugares comunes y jodiendo, sin filtros de corrección política, de todo. Y citando a Shrek.
Actualmente, la banda está integrada por Tomás Gaiero, Ana Belén Gómez, Tobías Caldas, Lucas González, Tomás Sabattini y Leonardo Cerioni. Se cuenta, además, a la VJ Emilia Di Pascuale, ausente en Rosario.
Bel pregunta por Berlín y el Galpón de la Música, también por Casa Brava. Conoce estos escenarios de tocar con otras bandas.
Quieren saber de la movida, de las bandas clásicas, de la gente y de cómo vienen las cosas.
En Córdoba está complicado cortar tickets, cuentan. Sin embargo, no se dejan amedrentar. Están preparando un ciclo experimental titulado Dub & Roll, donde van a reconfigurar canciones y darse el lujo de ser un laboratorio experimental. Ya hicieron una primera experiencia en Un mundo feliz. Pronto vendrán más fechas. Pero antes tocan en Buenos Aires.
El entusiasmo les sale por los poros. Cuentan. Invitan. Quieren compartirlo con la mayor cantidad de gente posible, pensando en una experiencia diferente y abierta para diversas audiencias.
Una de las virtudes del grupo es saltarse las zonas seguras, yendo a más, llevando su propuesta ante públicos nuevos. De esa manera, el vivo se revitaliza de forma completa, además de garantizar un crecimiento cansino aunque perseverante.
“Hemos pensado mucho en el tema del público. Para nosotros, parte del reto pasa por ahí”, comparte Bel.
“Ahora, entre tecnologías y marketing, te piden catalogar a tu público y targetear siempre. Es difícil porque realmente hay muchas capas en esta banda. Shrek tiene la posta, cuando dice que estamos hechos de muchas capas. Muchos se pueden sentir identificados, sentir una parte suya en la música de Rosa Profunda. Preferimos evitar la segmentación”, confía.
“A veces fantaseamos con que esto pueda llegar a ser unión de todas las tribus, porque nosotros somos un poco todo. También hay algo político, si se quiere, con respecto a cómo nosotros nos presentamos al mundo: en una era donde todo está cada vez más segmentado, y también las tribus son un formato de consumo para ciertos sectores sociales, poder intentar hacer una música de alto grado de hibridación, donde todo eso se funde, es un poco romper la matrix”, afirma Gaiero.

En los últimos cuatro años, Rosa Profunda logró una constancia crucial para su propuesta artística.
La consolidación de su búsqueda se alcanzó con una perseverancia entre fechas, estudio y ensayo. En esas tres instancias, la química humana fue imprescindible. El concepto llegó desde lo colectivo.
Al principio fueron pocos. Luego, más almas se acercaron al fuego.
Entre su ópera prima Rosa Profunda (2019) y Tensión de Siglo (2024), la evolución del grupo fue evidente. Alrededor de la música, además, las circunstancias acompañaron. A medida que una nueva escena se revelaba, con el público joven descubriendo la magia de la música en directo y nuevas bandas saliendo al ruedo, Rosa Profunda estaba justo en el medio de todo, ya mostrando una identidad conformada y canciones atractivas.
“Nuestra búsqueda fue cómo hacer lo que queremos hacer, siendo los integrantes que somos. Creo que ese empuje en común fue decisivo: encontrar la forma de destrabar todo, sistemas, pistas, qué sonido encontrar. De esa forma encontramos una manera de llevarlo a otros ámbitos. Medio que nos multiplicamos”, indica Bel.
“Todo ese periodo de encontrarnos fue una incubadora. Pudimos armar algo que ahora trasladamos. Pronto vamos a seguir el Dub & Roll, con varias fechas, aplicando lo que aprendimos. Nos ayudó a generar un método y un medio técnico, pero como es todo orgánico, nos ayuda en toda circunstancia”, agrega la cantante y bajista.
Desde el primer disco fueron varios procesos. Aprendimos un montón de cosas sobre cómo integrar ese mundo digital, que para nosotros es súper importante, en una performance en vivo. Fue como el campo de entrenamiento que después dio para hacer Tensión de Siglo. Tener toda esa experiencia previa, sabiendo que vamos a tener estas limitaciones técnicas, esto, lo otro… pero también manejar otras herramientas”, desarrolla Gaiero.
Para nosotros es una preocupación poder integrar el mundo digital al mundo de la performance humana. Saber cómo hacerlo de la manera más integral, que no sea estar dependiendo de otros factores. En este disco empezamos a experimentar también más como live set, toda la cuestión de los samples, entonces nos podemos colgar más zapando, y se arma como otra dinámica más jazzera, más improvisatoria”.
“Esperamos que siga avanzando la tecnología y, en algún momento, podamos tener, tipo, micrófonos con mucha ganancia que no acoplen nada, cosa de poder tener una mega voz así, susurrando a los oídos, que se les escuche al palo. Entonces, siempre atentos también a cuánto nos dé el recurso económico para ir avanzando, y también a que cada vez sea más fácil lo tecnológico para poder tocar más libres”, afirma, entusiasmado.

En La Docta, entre 2022 y 2024, la banda paseó por distintas salas, siempre acercando público nuevo y compartiendo fechas con proyectos visitantes.
A medida que ese invento porteño titulado post punkdemia avanzaba, cada aparición de Rosa Profunda dejaba en claro cómo iban creciendo musicalmente, pero también que no estaban dispuestos a dejarse arrastrar hacia algo ajeno. De esa forma, se fueron afirmando desde la diferencia, integrando cartel con bandas pegadas, aunque sin ceder en su identidad.
En un presente donde la validación externa parece ser una necesidad extrema —likes, seguidores, opiniones ajenas—, mantener una identidad propia se ha convertido en un acto extraño. No sobran los casos. Vivimos rodeados de estímulos que dictan cómo deberíamos vestirnos, pensar, sentir y actuar.
No se trata de rechazar todo lo externo, sino de aprender a filtrar: ¿esto resuena conmigo? Rosa Profunda supo entender eso.
Su autenticidad no es perfecta ni estática. Por eso siempre fueron evolucionando, en su ley.
De esa apuesta lograda, Rosa Profunda ganó elogios y visibilidad. Algo distinto, que no se dejaba arrastrar por la corriente.
Cuando Tensión de Siglo llegó, el año pasado, hubo un recibimiento elogioso, tanto en su provincia natal como en Buenos Aires, donde los medios especializados saludaron el álbum.
“Parte de nuestra filosofía es mantener nuestra identidad. Eso no se discute”, considera Tomás.
Nosotros tenemos que llevar lo nuestro para poder habitar ese lugar, también. Porque adaptarse significa que terminás no pudiendo destacar. Cuando caés a Buenos Aires con algo que es propio y que es distinto, se arma toda esa mística o imaginario de otra ciudad que tiene otro sonido y otra forma de hacer las cosas.”
Para mí hay algo de compartir impulso que está buenísimo. Pero no estamos en el epicentro que ahora está de moda. Eso nos permite originar algo propio. Aparte nosotros somos medio… Es como dice Shrek, somos una cebolla, tenemos muchas capas.
“Hay una parte de nuestra personalidad que es rocker, entonces podemos ir con esa movida, pero también hay una parte que es raver a full, entonces con los techno nos llevamos bien, y con los duberos también nos llevamos bien, y con los que les gusta el soul y la baladita para llorar. Nuestra integración es, ante todo, ser amantes de la música.”
“Para sostener el proyecto y el grupo humano, me parece que es necesario sernos fieles entre nosotros, a lo que queremos y a lo que creemos. Una de esas capas de cebolla que tenemos es bastante hippie, y medio que flasheamos con un fin mayor que nos guía”, piensa Bel.
“Shrek tiene razón, al final. Re somos una cebolla”, concluye.

Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

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