PALO PANDOLFO: TRANSFORMANDO LOS COLORES

Palo Pandolfo y La Hermandad volvieron a Rosario para celebrar una noche de rock pulsional en el Berlín Café. El encuentro fue compartido con Ovnitorrincos, logrando una combinación de combustión poética y electricidad.
Atravesando un período de intensa vibración creativa, el ex Don Cornelio y Los Visitantes, se sumerge en un recorrido por las transformaciones que lo convirtieron en el artista que es hoy.

El viernes 20 de abril Palo Pandolfo brindó uno de los recitales más crudos y potentes que la ciudad recuerde desde que se encendió la marcha de La Hermandad. Lo hizo ante unas ciento treinta personas que llenaron Berlín ansiando canciones de todas las etapas del nativo de Flores. Hasta tres generaciones de fans podían reconocerse en el público presente que, una vez comenzado el show, ganaron la parte delantera del local saltando y pogueando frente al escenario hasta volar algunas mesas adyacentes, reubicando, con la amabilidad del trance musical, vasos y botellas en el piso.
Ovnitorrincos es el proyecto que el guitarrista Andrés Polaco Abramowski formó tras el final de El Regreso del Coelacanto. El grupo se completa con Germán Villarreal en bajo, Matías Petisce en batería y José Ianello, voz, guitarra y composición. En 2017 editaron su debut, Porque es de noche, compuesto de once canciones de pulso rockero donde el corazón anhelante de Ianello vuelca su delicadeza de songwriter. Ovnitorrincos presenta la electricidad bien al frente pero también concentra una dedicada sucesión de arreglos, tanto en las voces como en guitarras acústicas de seis y doce cuerdas. Esa inclinación por los detalles traspasa a la comodidad del estudio y en vivo es usual encontrar el pequeño arsenal de instrumentos (mandolina incluida) a un costado del escenario. El cuarteto podría ser el consulado local de esa nación de canciones de volumen atronador y sensibilidad a flor de piel que supo fundar hace años Mariano Esaín con Menos de Cero y posteriormente con Valle de Muñecas.
La nueva incursión de La Hermandad a la Chicago argenta se hizo en versión reducida ante la imposibilidad de viajar del guitarrista Mariano Mieres, fiel escudero de Pandolfo desde hace más de quince años.  Palo llegó acompañado por otro de sus socios compositivos, el bajista Alito Spina, y un verdadero gigante de los parches, Federico Gil Solá. Temprano, en la prueba de sonido, había quedado claro que la energía surgida del trío era suficiente como para abastecer un radio de siete cuadras. Pandolfo pide probar algunos temas en especial, entre ellos “El leñador”. Luego de eso, se sumergen en una zapada densa y extensa. Mientras que Gil Solá y Spina se entregan a su virtuosismo, Palo azota las cuerdas de su guitarra con furia, no parece tener deseo de pelar o demostrar, parece más dispuesto a atacar. Unos minutos después se pone armónico y canta, dejando todo seteado para la noche.
“Siempre sueño que después de cada recital bajo del escenario y me pierdo, así, como si nada”, comparte Palo ante el micrófono. Interpretaciones lacanianas de lado, esa escapada onírica no suena muy descabellada. Sobre el escenario, deja todo. La Hermandad potencia aún más la entrega de este performer, de este cantautor, de este creador siempre demasiado incómodo e inquieto para cualquier descripción. Palo podría bajar del escenario, exorcizado, en un zen post concierto que lo lleve a recomponer energías y retomar el uso de sus sentidos en una calle desconocida. Por un rato en blanco, retomando el color, Pandolfo empezaría a respirar su alrededor para, en plano sartreano, buscar la otredad en los demás mediante canciones de empatía, rechazo, miedo, sexo, tolerancia o terror.
En ese desfile ciclotímico de moods -propios y ajenos- que son sus canciones Palo es un criollo guitarrero de los caminos, el animador de la peña más grande de cualquier paisaje de la Argentina; el punk más rabioso y hastiado; un alumno beat de Sandro, moviendo su pelvis tras la guitarra, dejando salir algo de su mojo; un metafísico con interrogantes que buscan respuestas, a veces con paciencia y poesía, otras con urgencia y violencia. Además es, sin lugar a dudas, creador de un puñado de infaltables del cancionero popular argentino. Esos que inmediatamente inyectan sacudidas en el cuerpo, para cantar, saltar y poguear o elevar las manos en un ritual colectivo.
El público presente, con edades entre los cincuenta y poco menos de veinte años, celebra cada tema: “Tazas de té chino”, “Playas oscuras”, “Sangre”, “Auto unión”, “Virgen”, “Un reflejo”  y otras tantas. Lo más jóvenes piden canciones de la última década, eso no debe interpretarse como una pereza de millennials o la arrogancia de una juventud únicamente interesada en sus propios tiempos, la demanda de canciones del periodo comprendido por Ritual Criollo (2008) hasta el presente comprueba la llegada que Pandolfo ha logrado en las nuevas generaciones. Jóvenes que manejando otra información, otro chip, llegaron a apropiarse de su música sin necesariamente manejar el legado de los grupos anteriores. La obra de Pandolfo, entonces, se ve descubierta desde otra mirada y otros oídos, por ende, reinterpretada y revitalizada. Ese amor de las nuevas generaciones por sus discos prueba que no hay leyes concretas sobre los caminos de la música. Asimismo, ese reclamo y celebración de canciones del periodo de La Hermandad, demuestra como otra reinvención de Pandolfo ha llegado a buen puerto.

Pulpería La Hermandad

En los bajos de Berlín, tras la vieja barra de madera, Palo se sienta sobre un freezer y charla y contento de su ubicación, haciendo las veces de encargado de pulpería, jugando a despachar bebidas a sus compañeros. Hay Fernet Branca, Gancia, Ginebra Bols y mucho más. Alguien pide Amargo Obrero pero no, no hay. Sale ginebra imaginaria hacia la izquierda. Pandolfo, Spina y Gil Solá juegan a ser pulperos perdidos en el tiempo. Divertidos, no dejan ningún detalle al azar, hasta se procuran rejilla y repasador, elementos fundamentales para llevar adelante un establecimiento digno. Por veinte minutos se meten en su nuevo rol, divertidos, posando para la cámara de Rapto. Cuando las fotos se terminan, la base se dispersa y va en busca de las opciones para cenar. Palo, relajado, sigue sentado en el freezer, su lugar en el mundo, al menos por una hora más.
“¿Qué edad tenés vos?, ¿Cuándo naciste?” dispara Pandolfo con curiosidad. Cuando escucha mayo del 1982 esboza una sonrisa. “Sos Perro, como Marianito, violero de La Hermandad que no pudo venir hoy”. “Este es tu año, son perros ustedes, van a cumplir 36, ahora en nada”. Tiene razón Palo. En menos de diez días. “Ahh, viste”, responde riendo mano arriba. “Yo llevo tocando con él desde el 2002. Desde que tenía 19. Puedo ser su padre (risas). Los conozco bien a ustedes (risas). Mariano no pudo venir hoy y vimos de mandarnos solos los tres, armar un trío. Estamos con Federico que es un animal y, por supuesto con Alito. Estamos todos como engolosinados, con ganas de tocar y tocar”.
Ese entusiasmo irrefrenable por el éxtasis del concierto, por la potencia eléctrica que el grupo vomita cada noche, llevó al equipo de trabajo a planear un disco en vivo de registro inminente que La Hermandad espera poder presentar el último trimestre del año. ¿Dónde lo van a presentar? Todavía no hay nada agendado ni tampoco grabado pero la ansiedad está.
“Hay que salir a tocar. No queda otra. El contexto es jodido, por supuesto. Pero tenemos que salir a tocar, buscamos una emoción más allá de las formas virtuales”, explica Pandolfo.

Transfomer

“La experiencia de grabar un disco en vivo es lo que nos aproxima más a una cuestión artística porque pasa lo que pasa, no es una impostura, sino que estamos todos jugados el uno con el otro para no cagarla. Estamos todos juntos, hay que poner, hay que dejarse llevar por esa energía”, explica en off la voz de Palo Pandolfo entre imágenes dinámicas que capturan momentos de trabajo en estudio. Son unos pocos segundos del trailer de Transformación, película documental que acompaña de manera intimista la creación de su disco homónimo durante un puñado de jornadas en los estudios Romaphonic.
El documental dirigido por Iván Wolovik, que fue estrenado en 2017 y recientemente pudo verse en la pantalla de El Cairo, es un seguimiento detallado de la grabación de un disco de música rock y del proceso creativo de La Hermandad, pero que además sabe dialogar con el pasado de Pandolfo en sus etapas de Don Cornelio y Los Visitantes.
La discreción de Wolovik para ser un testigo omnipresente pero no invasivo en las sesiones de grabación logra capturar cada faceta de un proceso creativo pulsional entre La Hermandad y compinches musicales como Ricardo Mollo e Hilda Lizarazu. “Está buena la película para ver ese proceso artesanal que es grabar un disco. Digo que es artesanal porque hay un boceto original y luego un devenir de eso”, apunta Pandolfo.
Al registrar ese diálogo permanente de los hacedores, ese trabajo de los músicos de dialogar de manera consciente con palabras y de manera instintual con sus voces o instrumentos, Wolovik abre su propia línea de diálogo, la del silencioso voyeur que muestra en crudo el desarrollo y maduración de una criatura artística que va cobrando identidad ante ojos y oídos del grupo. “Estoy sorprendido sobre el juego que se dio con Iván, ese diálogo final que uno nota al ver la película. Es fuerte el resultado de toda la extensión de una película dedicada mostrar una creación” comenta su protagonista mientras una bola de humo escapa de su boca. “Además, ahora que pasó el tiempo, es otro contexto político, parece tan lejano todo”, finaliza.
El documental, tal como describe su título y el mismo disco, es una evidencia filmada de la transformación de un artista. No cualquier artista, ni tampoco cualquier transformación. Se trata de Palo Pandolfo que en sus treinta y cinco años de carrera ha sabido cambiar la piel con decisión y con brazos abiertos a todo lo que esté por venir, aún sin tener plena consciencia de todo lo que eso podría significar.
Ante tanta ciclotimia y gambeta estética no es extraño saber que los afiches colgados de la pared de Pandolfo sean criaturas cambiantes y tan evolutivas como la cultura pop: Bowie, Spinetta y García, trío que siempre reaparece en cualquier encuentro con el autor de “Tazas de té chino” y “Sangre amarilla”.
Las transformaciones de un inconformista inquieto se cuentan de salto en salto, ya que siempre, casi siempre está saltando. Con Don Cornelio y La Zona, llega un debut que alcanza la masividad inmediata. Con la velocidad de un hit y las primeras entradas en el cancionero popular del rock argentino llegarían enseñanzas y desconfianzas varias para con la industria y su feria de vanidades.
El anarco bolche artliano obsesionado con la verticalidad del karma y sus correspondientes estadios dantescos de Patria o Muerte. Una garganta podrida que escupe su desencanto por las promesas truncas de una democracia tullida y el recrudecimiento de fantasmas varios en un disco que emite una mueca burlona para con todos.
El arribo de Los Visitantes marcaría un tiempo de nuevos misticismos y Espiritango en un país que alimentaba su implosión entre cinismo, convertibilidad y plasticidad miamense vía satélite. El Palo visitante fue una ósmosis de las calles y las radios populares que congregaban a abuelos y nietos; la antena humana de un territorio enraizado en tango, rock, onomatopeyas,  avivadas, candombe y milonga.
Poco después del sacudón del 2001 llegan procesos de vida como la paternidad y un caminar en solitario con un pie adentro y otro afuera de la industria. El arranque casi de cero, el (re)hacerse desde abajo, conlleva el descubrimiento del solista valiente y la posibilidad del obrero en los caminos. Componer para dar, componer para curar, compartir para estar vivo.
Con la nueva década, entre familias ensambladas, extravíos emocionales y yoga, comienza una etapa de equilibrio. Con la contención colectiva de La Hermandad Palo desarrolla un repertorio abarcativo de sus inquietudes -románticas, neuróticas, metafísicas, iconoclastas-  en un rango sónico que atraviesa sus proyectos pasados e incorpora nuevas aventuras.

Flores

Palo posee una verborragia abrasiva que atrapa a su interlocutor así como también a cualquier curioso que escuche de afuera. Se atreve, sin resquemores, a introducirse en la observación del otro, allí donde el detalle abre la posibilidad de echar luz sobre días pasados. En una hipervelocidad del ayer, salta directo hacia los momentos que lo formaron. De aquel pibe que jugaba a las bolitas en el patio trasero de la casa familiar a una pubertad entre guitarras criollas y discos de Aquelarre y Pescado Rabioso. Adolescencia, entre sus hermanas mayores y sus novios, en que todo se politiza y eventualmente llega su posterior afiliación al Partido Comunista en plena dictadura, tiempos de DNI (Roberto Andrés Pandolfo. 22/11/1964, Buenos Aires, Argentina) en mano y diversas palizas cortesía de los agentes de la ley de un país derecho y humano.

– A diferencia de otros artistas del rock argentino vos siempre fuiste de compartir con tu público cada uno de los procesos evolutivos de tu carrera. No desde una cuestión exhibicionista ni desde la vanidad, lo hiciste partícipe, creo. Tal vez sea eso un intento tuyo por gatillar sensaciones en el otro.

Soy de esas personas que tiene enfocado su ojo en los demás. Siempre me divierte ir en colectivo en las ciudades como Buenos Aires para poder ver cada personaje que es cada persona. Me entretengo con eso desde siempre. Nuestra generación fue atravesada por cosas sensibles. Todas las generaciones estamos siendo atravesadas permanentemente. La vida es un infierno en los últimos mil años, hay mucha conflagración, mucho estado de ánimo vengativo y violencia explícita. Asesinatos, violaciones, es delicado. Yo nací en el año en que los Beatles llegaron a Estados Unidos y quemaban sus discos por satanistas, el año de las transformación (risas). Iba a ver un cambio energético en el mundo que nos preparaba para el 2012, para la nueva era. Te hablo de cosas personales porque todo es personal. Para mi, es tan personal lo mío como lo tuyo. Lo tuyo es personal para mi. Todo lo que pasa a mi alrededor, todo lo que observo, lo hago muy personal y muy propio porque soy ávido de universo, de mundo y de personas. La gente es mi principal alimento, empezando por mi mamá, mi papá, mis hermanas y a partir de ahí los discos de los Beatles (risas). Yo soy el menor de todas mis hermanas. Tengo los discos de los Beatles desde el principio gracias a ellas. Teníamos un bombo leguero también. Siempre enfocamos en lo mismo. En un principio fue una catarsis exquisita el bombo leguero, luego la guitarra sobre los discos de los Beatles a los tres años, a los cuatro, en el 67, en el 68, o sea, siempre hice lo mismo. Yo soy de barrio Flores sur y paralelamente a ese mundo de sonido y sensibilidad me crié en la calle. En Flores sur, un barrio periférico de la ciudad de Buenos Aires. Es bastante romántico e interesante que me haya criado entre tanta música y tanta calle.  Soy una persona que se abre a dos mundos o más. Desde siempre fui así, siempre. Era un maldito de barrio y terminaba cantando “Zamba del grillo” en el colegio. Éramos asesinos y sensibles porque en Flores la gente es así. Si ponés a pensar en gente como Roberto Arlt, lo entendés.  Parecería que sí, ¡somos así!

– No me extraña esto último. Siempre tuviste ese filo. Sensibilidad metafísica y una fragilidad que un segundo cambiabas por un nihilismo callejero, de saltar y patear todo arriba o abajo del escenario. En los años de Don Cornelio, por supuesto, pero con La Hermandad volvió a aflorar. Esa rabia es evidente en “Dame luz” (Esto es un abrazo, 2003) una canción que reclama a patadas una certeza espiritual entre tanta artificialidad. “Dame la luz, en la carne, dame luz acá” con una garganta que se pudre en vivo mientras que en el disco es más polifónico el tema vocal.

En cada show pasa lo mismo. Mi performance es esa. Atraviesa justamente eso que decís vos.Yo me siento como rock progresivo nacional como Aquelarre, como Pescado Rabioso, básicamente. Pasado por Almendra y Sui Generis y Manal y Los Gatos. Y Tanguito y Moris, claro. (risas) En la secundaria, teníamos todo, todo, el rock nacional dentro de nosotros pero también también la dictadura. Entonces, ¿qué pasaba? Nuestra adolescencia fue colapsada por la represión extrema que acontecía en la Argentina. En la calle no se podía estar y nosotros estábamos siempre en la calle. Éramos víctimas permanentes de todos los procesos de la policía, parapolicial, policía militar, policía de civil, policía de azul, ejército. Todas las fuerzas sobre las personas y sobre nosotros que éramos unos re hippies de mierda y estábamos siempre zaparrastrosos.  En la dictadura, ¿qué se puede hacer excepto ver películas? Convivimos con eso y vimos mucho cine Europeo. Fellini, Bergman, Tarkovski, De Sica, Nikita Mijalkov, todos los rusos, todos. Nos formamos mucho. Esa sensibilidad, a pesar de ser chabones medios bravos de calle, me parecía que llegar a la Avenida Rivadavia, había demasiada violencia. Siempre me pareció que había una sobreviolenciación. ¿Por qué tanta violencia? Si a me gusta el quilombo pero eso era como…!Uf!. Entonces empecé a pararme en la vereda de enfrente, para nuestra generación eso es el Rock & Roll, ser antisocial. Desde Sui Generis y Almendra, lo personal está dado.

– Me gusta el recorrido que te estás mandando por la primera pregunta.

Yo estoy haciendo un relevamiento para llegar al punto real de la concepción poética de lo personal, de la subjetividad. Hace tiempo empecé a concebir el lado romántico de la vida, adonde arte y vida se mezclaron. De alguna manera fui componiendo menos surrealista o metafórico sino más poético si bien siempre hablás de vos mismo, igual. Pero lo romántico entra en los 80, en esa oscuridad. Quiero llegar a eso mismo, a esa oscuridad, al post punk. Teníamos veinte, capaz que un año más, ponele que veintiuno, eramos chiquitos. Todavía, con todo lo que yo había pasado, hasta ese momento con ese racconto de mi información que te hice recién.  Al final y al cabo, con todo, éramos post punks, se fue la dictadura y teníamos la calle. Teníamos la oscuridad y conocimientos y abismos. En San Telmo, El Parakultural y la revolución estética y filosófica. ¡La revolución estética y filosófica argentina desde El Parakultural! Omar Viola, Las Gambas al Ajillo, Batato Barea, Urdapilleta y Tortonese. Los Melli, que son (Carlos) Belloso y (Damián) Dreizik. Los Redonditos, Todos Tus Muertos, también estábamos con Don Cornelio. Muchos más. De alguna manera fue encarnar vida y arte y revolución en el alfonsinismo. El juicio a las juntas fue en el 85 y de repente el poder judicial, que es lo más corrupto que existe, estaba enjuiciando a los genocidas. ¡Nadie lo podía creer! Fue un momento en que Argentina se expandió hacia la política en el mejor de los sentidos. Ahí nosotros nos abrimos hacia un universo nuevo, justamente, que era la calle, lo romántico de base, había malevaje, empezó a ver suburbio, oscuridad. Los Visitantes éramos eso a morir, éramos los dioses de Villa Domínico. Curtimos el sur, éramos locales bien al sur. Era una metafísica, por eso hacíamos espiritango…

– ¿En los 80´ te sorprendió cuando discos de una música más oscura alcanzaron ventas considerables?

Soda, Sumo, Virus. Nosotros salimos del secundario y en 1984 se forma Don Cornelio.  Don Cornelio es sintomático. Fuimos un síntoma de la sociedad. Somos un fruto de la época. La gente quería sacarse de encima oleadas de represión. Fue represión tras represión desde el 30 en adelante. Antes había habido genocidio a los pueblos originarios. También la experimentación. Eso fue una puerta hacia los 90 que fue donde la merca se instaló en la calle y fue el acabose. Todo muy lindo hasta que llegaron los 90 (risas) Ahí cayó todo. El objetivo nuestro con Los Visitantes en la primera mitad de los 90, ponele que hasta el 93, era llegar a las 7 de mañana al kiosko y comprar champagne por $7, Chandon. Tomar un Chandon a esa hora del pico, así nomás, directo arriba (empina el codo en un ángulo vaciador). Yo en los 90 tomé un personaje muy decadente, egocéntrico, me lastimé mucho. Los 90 fueron algo…nos garcharon de pie pero políticamente y económicamente hasta llegar al corralito, al acabose del 2001. El post 90, Cromañón, el reviente por el reviente, Charly García y El Aguante, ¡se arruinó todo! Todo se arruinó mal. Eso hay que verlo. Hago perspectiva en eso, yo hago foco en eso. Lo que hice siempre lo sigo haciendo, rock eléctrico y música criolla, con el bombo y la guitarra. Bombo legüero y la guitarra.

– ¿Qué te hizo entender que cada transformación tenía que generar una comprensión del otro?

Esa subjetividad poética de empezar a estudiar y realmente entender a Baudelaire. Leerlo en una gira con Don Cornelio en Chile, estar solo en otro país, tener que volver y decir “siento que esto es realmente lo que me acompaña”. Entender que la poesía es eso, que un gesto artístico no es otra cosa que llegar a alguien con una vibración personal. Sin eso, no hay nada. Ahí es donde empieza a nacer esa vocación de decir “me expreso”. Como me decía un viejo milonguero judío que había estado por todo el mundo y ahora estaba en Uruguay, paraíso terrenal si los hay. Me decía “Expresá, pibe, expresá” (pone voz aguardentosa). La poética es lo difícil. La letra es lo más difícil.

– Hay una constante en el periodismo de seguir asociándote con lo de artista de culto. Ahora bien, desde el interior de país tenemos una perspectiva diferente a Capital, podemos ver qué artista puede salir a tocar por la extensión argentina todos los años y vos podés desde siempre. Supiste venir con tu banda, en dúo, o solo con tu guitarra criolla, bien ligero para seguir viaje. Otros músicos de tu generación que siguen hasta hoy no pueden hacer eso. Apenas si pueden meter alguna fecha cada tanto a Rosario, Córdoba o Mendoza. Con vos se pone difuso eso de que el artista de culto tiene un circuito acotado porque realmente sos un músico popular.

Me gusta que vos observes eso. Con los años, en el siglo XXI, empecé a laburar mucho solo. Me fui a todo el país con la guitarra criolla. De alguna manera, aprendí todo. Me hice de nuevo. Es una gilada porque es ponerme en el lugar de los periodistas. Me han preguntado mucho ¿te sentís un artista de culto? Sí, de sur oculto (risas). En un momento, hace unos diez años, en este devenir solista, estar ahí perdido en el universo y tener gente en todos los pueblitos y ciudades de Argentina, caí en que puedo trabajar todos los días de mi vida, uno trás otro de acá hasta que me muera. En todas las ciudades y pueblo tengo alguien que me va a ver. Eso es ser un artista de culto. Es también tener oficio y conciliarse con esa idea.

– “Atada a mi espalda, la leña llega a casa” como dice “El leñador”,  ¿el oficio ante todo?

Aprendí a empezar de nuevo. Caés en que sos el anti encasillamiento, el rupturista; siempre conmigo mismo, Don Cornelio y La Zona y Patria o Muerte, ¿qué sigue? Ok, vamos, dale. Hay algo clasista en el rock argentino. Yo lo noté cuando Don Cornelio es convocado a formar las huestes del rock nacional. Yo me dije “ahh, pero son todos de zona norte”. Claro, es todo Corrientes para el norte, así hasta Florida, por todo Belgrano, Palermo. Yo era de Flores sur, imaginate (risas). El rock nacional es cheto. Lo vi a eso y me cagué de risa. De alguna manera hice Patria o Muerte para que se note que yo no era cheto. Una de las cuestiones de Patria o muerte era decir “Ok, ¿quieren rock? Porque para nosotros rock es esto”. No un sonido artificial. Todo bien, somos re modernos, somos ochentosos, lo mejor que existe pero nosotros venimos de la progresía pesada y somos esto. O sea, no sé…yo iba a ver a Pappo y quedaba afuera y me ponía loco. “¡Aghhhhhh, abran!”. En 79, 80, momentos de Pappo´s Blues. Eramos pocos. ¿Qué hora es? ¿Vamos a cenar?

Txt . Lucas Canalda
Ph . Renzo Leonard

comentarios