PABLO COMAS: EL ABRAZO QUE TE GUSTA MÁS

En un periodo de pérdida personal e incertidumbre, Pablo Comas se multiplica en focos creativos que lo renuevan. Habituado a extensos procesos dentro del estudio, 2020 lo encuentra emergiendo del silencio para compartir sencillos, videos y nuevas colaboraciones. Envuelto en una dinámica diferente, Comas está completando un círculo que dirige los esfuerzos de quince años hacia un mañana. Mientras tanto, sigue derribando la pared.

A tres meses del 2021, Pablo Comas todavía sueña con misiles. No necesita decirlo en voz alta, simplemente lo confirma con una sonrisa. Los misiles siguen allí, en los silos del inconsciente, pero alrededor suyo casi todo cambió.
Comas es un artista solista desde hace tres años. Alucinaria, la primera parte de su viaje, existe como una aventura que gana brillo con el paso del tiempo y (principalmente) atesorada como piedra basal -junto a Mi Nave- de una nueva generación de bandas.
José Luis Comas, su padre, falleció en octubre de 2019. Psicoanalista, docente universitario y músico integrante de los históricos Live 69,  fue despedido con mucha música, entre libros y discos de su autoría y el respeto de colegas de tres generaciones.
Por último, el presente encuentra a Comas produciendo música por doquier. Canciones propias y de artistas jóvenes además de música para series, documentales y cortos. Está logrando un sueño siempre latente, el de musicalizar obras audiovisuales, un metejón que lo acompaña desde chico, cuando Nino Rota, Vangelis, Danny Elfman y Ennio Morricone capturaron su atención (y emoción).
Pero mientras más cambian las cosas, más permanecen iguales: Comas se mantiene fiel a su curiosidad, apostando a crecer y a salirse de lo predecible. “Cómo odio a aquellos que están dedicados a producir conformidad”, supo comentar alguna vez William Burroughs. En Comas, esa línea del escritor norteamericano parece manifestarse de forma constante en forma de acción y coherencia de su propia inquietud creativa. Comas tiene en claro que no está aquí para ser cónsul de la condescendencia y decirte lo que querés escuchar. Hambre (2019), su último disco, propone fuego al universo para que viva el universo. Comas no quiere hacerte bien, quiere dejarte algo que te ayude a renacer.
Volviendo al punto de partida, las cosas cambiaron mucho. Desde el pibe de rulos que dejó el teatro para apostar a la música, al barbado compositor y productor que trabaja para directores de cine y televisión. Cuando The Perfil -el embrión de Alucinaria- hacía sus primeros palos en el circuito rosarino, la industria de la música miraba con atención hacia La Plata y al tardío indie argentino. Si en aquellos tiempos el discurso de moda era el interrogante sobre qué banda resucitaría al alicaído -y predecible- rock argentino, ahora el paradigma viró hacia otra dimensión sonora, ubicando al trap en el centro del negocio musical.
En el nuevo paradigma de información e inmediatez, el efectismo se tornó protagonista de todo, colmando canales, aire, redes y páginas con diletantes que duraron tanto como un par de pilas Varta en un walkman. Pero entre la amplitud de posibilidades del nuevo paradigma, el talento sigue siendo algo raro, por eso, al encontrarse con la oportunidad justa, el resultado puede ser estimulante. En medio de la cuarentena nacional, Comas estrenó “Carnaval de la espera”, una canción que surgió desde una inesperada propuesta del director y guionista Federico Frágola para un domingo de programación especial de Telefé. En Frágola el rosarino supo encontrar un compinche creativo potenciador: en mayo llegó el estreno del videoclip de “El fantasista”, también dirigido por Frágola; algunas semanas más tarde llegó la serie Historias Virales, dirigida y escrita por Juan Baranchuk y Frágola. Allí también vendría nueva música de Comas (los sencillos El arte de irse y La danza de los bordes), confirmando el estadio pandémico como una etapa fructífera que todavía guarda novedades. Pablo halló una química potenciadora en la complicidad creativa con Frágola: se despojó del ropaje de los últimos años, arrojó su cronometro personal bien lejos y se dispuso a dejarse desafiar con deadlines, disparadores y riesgos ajenos.
Las ganas de crear mundos y compartirlos están intactas hasta hoy. Desde aquel adolescente que buscaba expresarse mediante el teatro, hasta el atareado compositor y productor del presente, esa necesidad permanece inmutable. Pero como es habitual, hay un filo que no pude obviarse y es mejor tenerlo en consideración: la mortalidad. Ahora todo es un juego más peligroso, puesto que hay una noción de la materialidad más fuerte. Con 33 años, Comas tiene ciertos recordatorios en la cabeza. Señala que la eternidad empieza a abandonarse a los 31. Más que perturbarlo, la finitud parece estimularlo. La incomodidad puede estar ahí, a veces acechando de manera casual, a veces dando el presente por días, pero permanece. A pesar de eso, Comas disfruta más, siendo plenamente consciente de todo lo que hace. El peligro ayuda, dice.

A priori Hambre fue tomando como una hoja de ruta del periodo cambiemita. Encajando a la perfección en la temporada alta de macrismo explícito, el disco encontraba un eco inmediato en lo cotidiano de un largo invierno neoliberal. Sin dudas las canciones arrojaron definiciones exactas de un tiempo asfixiante y de cinismo declarado que manifestó en todos los frentes.
En un plano más detallista, el disco exorciza los fantasmas que Comas soportó en su entripado por varios años, harto de una parte de la escena rosarina llena de pretensiones de construcciones sinceras que solo creaba vacío, elitismo y misoginia. Hambre es hastío. Un Comas visceral que va directo al hueso, escribiendo sobre traición e hipocresía. Es un tour de force poblado por entregadores, vigilantes, moralina y decepción.  Asimismo, la colección de nueve canciones, hace del amor una trinchera de resistencia y construcción. Ante los puñales, Comas presenta con imaginación y poesía. Emprende su amargura y cansancio con altura, sin esquivar ningún golpe.
El disco ganó más profundidad con el paso de los meses. A un año de su edición, la distancia dejó en claro que Hambre versaba sobre muchos más. Comas masticaba con rabia el zeitgeist de un tiempo donde la corrección política, el negacionismo y la autoayuda se mezclan en una nebulosa tilinga. El trabajo de Comas puede reflejar con certeza un periodo  preciso, pero en realidad está cantando sobre un país en loop donde una progresía acomodada compra gestos por acciones rotundas y una clase media apaciguada y proteccionista de su propio relato se guarda.  Hambre trata sobre un país que mira al costado todo el tiempo.
Lo interesante es que Comas da un paso más profundo hacia la fantasía, jugando con personajes, creando una narrativa interna que parece el remanente de un disco conceptual descartado. Cicatriz, un personaje que aparece en reiteradas ocasiones en la narrativa del disco, es protagonista e interlocutor que va tensando la cuerda, buscando una respuesta a las violencias cotidianas que nos deshumanizan.
Más allá de la rabia, la asfixia y lo visceral, en ningún momento Comas se deja ganar por el cinismo ni se apega al reduccionismo de ese peligroso todoeslomismo que reduce a anarquistas de Instagram y a libertarios a una misma postura. Comas tampoco juega un papel de superación progre ni a la frivolidad, Hambre es decidido, toma postura; es un disco político que muestra sus dientes sin ser panfletario ni redundar en bajadas de línea burdas.
Un año después de lanzar el disco, Comas está, quizás, menos rabioso, pero sigue sosteniendo lo que firmó en sus canciones. En ese sentido no tiene sonrisas amables. Urgente, reflexiona: “Estamos todo el tiempo hablando de otra cosa. Cosas que en general son astillas de este mismo problema, que es nuestra manera de organizar los recursos. Nuestras subjetividades, nuestras relaciones, nuestros estereotipos culturales e institucionales están determinados por el modo en que organizamos la propiedad privada. Pero es un tabú. Inclusive es notable cómo para dejar de hablar de esto, se elige hablar de algo parecido sin decir lo mismo. Se mira para otro lado, porque es conflictivo y, aparte, porque en definitiva inconscientemente capaz signifique admitir cuánto depende nuestra noción de individualidad, mundo privado, intimidad e inclusive, libertad -cosas de las que gozamos todos- de la sacralización de la propiedad. Siento urgente denunciar la concentración brutal actual a expensas de la destrucción de millones de personas. Y denunciar también a esas ideologías que obscenamente justifican la destrucción del otro”.
“Somos una estructura que fabrica monstruos”, subraya. “No sólo en el orden del hambre estricto. Creo que este crimen social, como metáfora de la desigualdad, se me ocurre, es el más elemental, el que dice algo esencial sobre cómo funciona nuestro mundo. Tenemos que reconfigurar cómo organizamos los recursos que manejamos y hacernos cargo de la maquinaria de la que todos somos parte. El disco en ese sentido pretende tomar un camino, que va desde una conciencia autopensante burguesa hasta la aparición de Cicatriz, tan solo una forma de nombrar al monstruo. Y como se sabe, los monstruos dicen más de nosotros que de sí mismos”.
Hambre no está atado a un periodo determinado, su filo no tiene fecha de vencimiento. Con postales de levantamientos policiales, pibes desaparecidos, la violenta explotación de los trabajadores del sistema de salud, contrastando con las marchas anti cuarentena y los cordones gastronómicos repletos en los largos meses de pandemia, el turbulento 2020 supo aflorar muchas líneas de sus canciones. Comas lo sabe, por eso la bronca no cede tan fácil. Nuestros monstruos se multiplican porque seguimos atendiendo pasatiempos.
“¿Vos viste a alguien marchar en contra de la concentración de la riqueza?”, pregunta de manera retórica. “La riqueza del que paga protección política y se compra una isla y la prende fuego y provoca un desastre ambiental y a la salud sin dar explicaciones en la cara del mundo entero. Que compra una isla para poner un shopping en el que el 1% de la población va a comprar cosas que no necesita usando los recursos que alimentarían al 60% del resto de la especie. Sin embargo, mientras ese mismo tipo compra la isla y se come una medialuna en un bar de chetos que negrea a todos los empleados, hay algún pibito que no comió vendiéndole figuritas. Nadie marcha en contra de esto. Cuando el pibito crece y le pega un tiro a cualquiera en la cabeza para robar un celular, la misma clase media que permanece inmutable ante aquello, pide linchamientos y venganza. Hablo de marchar como una metáfora, está claro. Nadie se pregunta qué le tuvo que pasar a un pibe para matar por un celular”.

A través de las canciones de Hambre, la palabra religión aparece de manera reiterada. Más allá de la definición popular y los resultados específicos que puedan arrojar diccionarios o enciclopedias, Comas toma la religión como la acción de encadenar –y encadenarse- a algo. Puede ser un sistema de creencias, alguna deidad, una certeza estética, una conducta ética o una moral. Mientras que en una primera instancia la necesidad de aferrarse –creer- en algo ante una existencia aparentemente azarosa y librada al caos es comprensible, del dogma o del tótem que ofrecen seguridad pronto crecen tentáculos restrictivos, totalitarismos cotidianos y ejercicios de poder.
“Todos usamos máscaras. Algo que nos contenga”, señala Comas. “El tema es que a veces te olvidás de que la tenés puesta y empezás a sobreactuar y ahí deviene el manual de conducta donde entendés lo que hay que hacer, lo que el otro necesita, cómo tiene que vivir, cuándo a alguien le toca hablar, qué tiene que decir, y cuando te quisiste dar cuenta, sos un sacerdote. Está tu expectativa levantándole el dedo a todo; a las relaciones, al espacio. Es una posición que cada tanto ocupamos todos desde siempre. Pareciera inevitable. Trasciende época, clase, etc. Lo peor es que ahí donde se supone hay una gente que capaz lo tiene superado quizás por su historia, te das cuenta que se cuela igual. Es un modo del discurso que se mete en las mejores causas, y en las mejores cabezas. Creo que está bueno estar atento a no quedarse mucho en esos lugares, sea quien sea quien lo encarne”.

La decisión de lanzarse como solista demandó un tiempo de reflexión para Comas. Lo que podría parecer un paso lógico, no fue un movimiento rápido y exigió un proceso interno que llevó a la decisión definitiva. Luego de pensarlo en calma –siempre tuvo sentimientos encontrados con la idea de mostrarse como solista- y compartir los interrogantes con sus colaboradxs más cercanos, decidió emprender su camino.
Comas reconoció un lugar propio, aceptando el desafío de hacerse cargo. Si su presencia estaba en casi todos los aspectos de Alucinaria, con la llegada de Hambre fue tiempo de poner su rostro y nombre en todo. Se hizo cargo de la aventura, creyendo en algo más que en el momento, apostando al futuro. Tomar las cuerdas significó hacerse cargo de los aciertos, los errores, las obsesiones, las mañas y los riesgos. Un paso natural, pero no por eso menos sencillo.
Comas entró en el terreno solista de manera tímida. El recorrido inicial fue pausado: las gacetillas y algunas fechas en solitario fueron más tarde acompañadas por la edición del flamante sencillo Campeona. Entonces fue tiempo de entrevistas y otras apariciones.
Con la publicación del álbum y la fecha de presentación confirmada, los séxtuples publicitarios se multiplicaron a lo largo de la ciudad y la expectativa fue in crescendo. Pablo Comas salía a la cancha. Para alguna gente era un desconocido, una cara nueva. Para otros era “el de Alucinaria”. No obstante, entre esas dos variantes, había una más importante: el flaco de los carteles en la calle era el mismo que venía tocando aquí y allá, compartiendo escenarios con diversos artistas y ahora finalmente aparecía un nombre al cual conectar esas canciones. Más que un operativo retorno, se trató de un operativo de identificar canciones con un nombre y un rostro. Mucho del trabajo ya estaba hecho con paciencia, el desafío era lograr que el público conecte los puntos del camino trazado.

Hambre llegó como el cierre de una trilogía iniciada con La última rotación del sol (2012) y seguida por Días de fuerza (2016). Al mismo tiempo, es el primer trabajo de Comas como músico solista. Su nombre rubricó el disco y sus correspondientes pasos de prensa.
Cuando empezó con Hambre, Pablo tenía en mente editarlo como el tercer álbum de Alucinaria, pero durante el proceso entendió que por la naturaleza misma del contenido que venía trabajando, era necesario el cambio de nombre. “No se puede hablar de estas cosas y seguir usando un pseudónimo. La firma era clave”, comentó en 2019, algunas semanas antes de la presentación del disco en el  Completo Cultural Atlas.
Si bien el movimiento tenía sentido, creaba cierta confusión: parte de su público entendía la alusión a la trilogía de discos, sin embargo, en el periodo de veinte meses post Alucinaria, una nueva audiencia se había acercado a Comas, conociéndolo como solista.
“Los discos absorben vida, al menos, los que hago absorben la mía. Son un modo de expresión donde vas dejando pedazos. Y obviamente son como momentos que, igual que las partes de la vida de cualquiera, están dialogando”, explica Comas consultado sobre el funcionamiento y lógica de la trilogía.
“Mi trabajo bajo el concepto de Alucinaria era el mismo que ahora, por tanto, está claro que ese diálogo es inevitable. Por supuesto que a cualquier disco lo podés escuchar individualmente y disfrutarlo, como podés ver la temporada 6 de Mad Men y disfrutarla. Pero la obra, a mi modo de ver, es la obra completa”, agrega a propósito de cierta confusión para el público neófito.

La presentación de Hambre tuvo lugar el jueves 8 de agosto en el Atlas. Esa noche de frío invierno el espacio de calle Mitre brilló por el calor de una banda y un sonido impecable. Comas, desatado y enérgico, asumió el rol de frontman. Ocupando todo el escenario, por momentos librado de su guitarra, su soltura corporal era otra, expresando una entrega que se correspondía con el tipo que asumía la responsabilidad de todo.
La banda integrada por Marcos Ribak (Muñecas) Pablo Brun, Dani Pérez, Fabricio Silvestri (los tres de Sucesores de la Bestia) y Luciano Tourfini (Los Chicos de Simón) se lució haciendo propias las canciones, aglutinando –y resolviendo- los arreglos de los discos y, en algunos casos, novedades refrescantes. Comas, adelante, estuvo respaldado con autoridad y calidad. Ribak, magnético, acompañó a Comas en una espontaneidad escénica de pura cepa guitarrera.
La capacidad del Atlas, con una disposición de cinco ubicaciones por cada mesa, estuvo colmada. Al igual que los estrenos de los álbumes anteriores, la idea era disfrutar de un concierto pensado en todos los aspectos. Ahora la apuesta era un espectáculo integral sin dejar nada al azar: luces, proyecciones, vestuario, lista, sonidos y hasta la entrada precisa de Coki como invitado en “Paz”.
Algunas semanas después, Comas y su banda tocaron en Casa Brava en otra noche de temperaturas bajas. De nuevo, la sala estaba llena, sin espacios libres.
En ambas ocasiones, el público que llenó los recitales era predominantemente mayor a los treinta años. La ausencia de pibes y pibas era elocuente. Años antes Comas había sido parte importante en la inspiración de bandas tan disímiles como Los Cristales, Otros Colores, Omelette, Lanzallamas, BAD y Torneo de Verano, por mencionar algunas. Algo era evidente: todavía había cierta dispersión entre el público de Alucinaria, la gente encontró a Comas en festivales y ciclos, y quienes llegaron en el último año de trabajo parejo. Todavía faltaba para el círculo de renovación y evolución en que todo se encuentra en el punto justo encontrando el equilibrio ideal.
Por supuesto, el distanciamiento de Comas del circuito de recitales no ayudó, pero no hay dudas de que sus colegas lo admiran y lo tienen en alta estima. En los últimos años, las versiones de “Paz” y “Canción del mirlo cantante” se multiplicaron por doquier en Rosario y otras ciudades. Durante la primera parte de la cuarentena nacional, Gabo Bocchio de Gladiolos versionó “Paz” dos veces en un mismo live de Instagram para el ciclo Más caseros que nunca, impulsado por el sello Remedio Casero Discos.
¿Alguien imagina a un joven de 20 años rastreando compactos de una banda local por las disquerías rosarinas en tiempos de hegemonía de Spotify y YouTube? En el caso de Alucinaria, sucede más seguido de lo que uno podría imaginar. Las generaciones más jóvenes escucharon y descubrieron al grupo fundado por Comas junto al guitarrista Sebastián Montes y el bajista Federico Oti a través de sus discos. La mayoría no pudo experimentar al grupo en vivo. Comas tampoco estuvo tocando de manera asidua, reconectando. Todavía falta para ese encuentro épico que seguramente está a la vuelta de la esquina (vacuna mediante). Por ahora parte considerable de la reconexión marcha bien con el Comas modelo 2020 más proclive a asomarse en YouTube que a enfrascarse en un estudio.

En 2018 Comas tomó una decisión en cuanto a su trabajo en vivo: optó por tocar menos pero mejor, cuidando detalles, procurando ofrecer algo diferente en cada ocasión. Claro que el deseo de todos los involucrados es tocar, pero económicamente es complicado sustentar el espectáculo que se tiene en mente. En primera instancia, hay que encontrar el lugar adecuado en un circuito que bajó persianas de pequeños, medianos y grandes espacios. Aun recortando elementos y modificando ideas, no alcanza: el presupuesto es muy alto, los precios de las entradas casi no se movieron y los bolsillos siguen perforados.
La decisión tuvo un resultado desparejo. Entre el silencio post final de Alucinaria y el tiempo de dedicación en el estudio, Pablo estuvo algo desconectado de la audiencia.
En ese sentido, la apuesta de Comas sufre de una dinámica que aqueja a muchos de sus colegas por todo el país: tocar en contadas ocasiones, subiendo la apuesta, es gratificante, pero llega con un costo de distanciamiento de un público que está sobrecargado de información como nunca antes en la historia. En todo caso, seguir apoyando al disco en vivo fue imposible con un 2020 pandémico que cortó la actividad recitalera en todo el país.
El público en vivo de Comas hoy es difícil de etiquetar. Comas coincide con esa observación. Sabe que el zigzagueo transversal al que apostó, funcionó. Es consciente de que tiene una audiencia atenta y fiel, tanto en su ciudad natal como más allá de la circunvalación. Está bárbaro que se viralice cada novedad que edita, pero sabe que el trabajo real va más allá de la dictadura del clic. La puesta, siempre, es compartir su música con la mayor cantidad de oyentes. En ese sentido, aprendió rápido las lecciones de Matilda, que supo esquivar la mentalidad de gueto para abrazar la diversidad y el desprejuicio: “Nunca busqué tener un público de diseño, en el sentido de enfocarme en captar la atención de un grupo específico de gente. Cuando se da eso aparece una cosa como de corrección, una performance de la pertenencia. Pertenecer es una tendencia, y se vende y se intercambia como cualquier bien. Es entendible, en definitiva. El mundo es raro y buscás meterte en una cuevita con otros que vibren como vos y está bárbaro. Pero me gustan los públicos más deformes, esos que surgen genuinamente con gente distinta y que por ahí no se hubieran cruzado si no les gustasen las mismas canciones, y es un poco así la gente que veo cuando toco”.

Abocado a la música desde hace quince años, Comas puede hablar de cientos de recitales, varios festivales de gran escala, experiencias e intensidades inesperadas, bajones, éxitos, tres discos, amistades, decepciones, amores, vínculos, abrazos y besos. Por supuesto, es responsable de componer “Paz”, canción que forma parte del cancionero popular rosarino de la última década.
Comas apostó mucho y supo tanto ganar como perder. Puede hablar de salas llenas y antros húmedos de fervor y agite, como también de tocar ante unas pocas personas. Premios, dinero y reconocimiento de titulares parecen elementos en juego pertenecientes a otra dimensión para un músico independiente sin maneje alguno con sellos o productoras. Afortunadamente, su camino puede apreciarse desde algo más real de propuesto por el mercado. Como hacedor de canciones, Comas disfruta del cálido reconocimiento de una parte considerable de la prensa especializada (o los resabios de lo que alguna vez fue eso) y, más importante, de colegas de varios puntos del país. Pablo Dacal, Mejor Actor de Reparto, Juan Irio (El Estrellero, Thes Siniestros) y Los Pels son algunos de los actos que abrazaron su música, en ocasiones hasta versionando sus canciones. En Rosario, el respeto y aprecio que despierta su joven obra alcanza a artistas de tres generaciones, atravesando tribus y estéticas varias, por eso no es raro verlo aparecer en recitales como invitado o grabando en discos de bandas más jóvenes.
Al observar en detalle el camino de Comas en sus sucesivas etapas, a través de las diferentes formaciones de Alucinaria y también en los matices de su más reciente camino solista, además de los diversos contextos estéticos que pasaron a nivel local y nacional, hay una deducción que no se expresa en voz alta: Comas nunca gastó demasiadas energías en pertenecer. No se trata de un papel de renegado, ni creerse mejor o diferente al resto de su generación, de sus colegas o del circuito que (tampoco) habita demasiado. Comas siempre mantuvo una sinceridad con el alrededor más inmediato, pero principalmente consigo mismo. La sinceridad es una virtud, sin dudas, pero a veces nuestro mundo no está preparado para eso, optando por habitar máscaras y establecer vínculos tísicos en relaciones descartables. Caminar así es tan valioso como corajudo, sin embargo, también puede ser una experiencia solitaria.
¿Acaso alguna vez se sintió caminando solo en estos años? La pregunta, otra vez, llega con una sonrisa y algunas risas que relajan. “Algunas veces quise pertenecer, pero no fui correspondido”, apunta Pablo, desdramatizando, quizás ganando tiempo. “Otras veces sí fui correspondido, pero pertenecer implicaba adulterar algunas convicciones, o sea que tampoco era muy correspondido”, agrega, otra vez cerrando con risas.
“Ya hace un tiempo se me hicieron más piolas las sociedades específicas. Pasos concretos dados en conjunto. Son más efímeras, pero más reales”, comenta, para luego agregar, “como en todo, también están los destiempos”. 
La observación y pregunta, entonces, libera el caudal verborrágico del músico y productor. “Tiro algunas ideas desordenadas”, anticipa, también con una sonrisa. “Cuando apenas arrancamos, la escena rosarina estaba un poco atrincherada. Eran circuitos muy cerrados, cada uno con su remera y estaba mal visto que quieras usar dos remeras al mismo tiempo. Si sos viejo, si sos joven, si tenés plata, si usas chupines, si la querés pegar, si te pintás los ojos, si te gusta Jaime Ross, si te gusta Coldplay, si te gusta Pixies, si usás wah-wah, si estudiaste, mirá la guitarra que tengo, mirá qué lofi que soy, todas esas giladas, de las cuales, por supuesto, a veces fui parte. No obstante, con Alucinaria intentamos mantener una política lo más transversal posible que nos permitiera conectar con todas las movidas, conocer otras bandas, mixturar las estéticas. Llegamos a tocar en un festival con Discarne y Renacer del Tiempo, por decirte”.
En ese sentido, Comas señala que considerar a la música como un oficio también generó distancias en un momento determinado de su camino. “Pensar a la música como un trabajo, o desear que lo fuese, era un motivo que siempre tensionó las posibilidades de pensar algo común con algunos colegas”, recuerda sobre tiempos pasados. “No me refiero a pegarla y todo eso, porque en ese sentido, nunca di pasos desesperados para propiciar tal cosa. Pero sí el hecho de entender a las bandas como emprendimientos de trabajo, que necesitan una dedicación diaria con una expectativa de resultado”.
“Es complicada esa idea para el espíritu del under”, observa. “Reproduce lógicas del mercado que pretendemos que el arte disuelva. Para mí el arte las disuelve igual por la naturaleza misma de lo que estamos fabricando. Aun cuando puedan ser productos”.
“Decir que no hay expectativa, salvo en los contados casos donde eso es sincero, es una postura defensiva. Como no tengo ninguna expectativa, no me va a doler nada porque nada puede salir mal tampoco. Yo sí tengo expectativa. Siempre con mis banderas, pero con expectativa. De que venga gente, de que escuchen los temas, de comer de esto y poder seguir haciéndolo. Ese fue mi deseo confeso ante todos los grupos humanos donde tuve participación: hacer de esto una fuente de recursos. Y eso es una postura bastante conflictiva. Porque hay una búsqueda de asociar al mercado algo que, en definitiva, aunque salga mal, nunca voy a dejar de hacer, como sí lo hace cualquier emprendimiento asociable al mercado”. 

El último concierto de Alucinaria fue el sábado 18 de febrero de 2017 en el anfiteatro Humberto de Nito, en una fecha del ciclo municipal Rosario bajo las estrellas compartida con Matilda y Rayos Láser (Córdoba).
Aquella noche de verano, ante unas 300 personas presentes, sería el final de todo. Por supuesto nadie lo sabía.
A la distancia, ese silencioso último recital parece mezquino e inconsecuente con un grupo que buscó generar un encuentro diferente con el público, apostando a salirse de lo predecible. La presentación oficial de La última rotación del sol fue en el teatro Mateo Booz, una noche de reencuentro-recuperación para la música en vivo de esa generación. Para Días de fuerza en Plataforma Lavardén se apostó a una selección de talentos que acompañen a la banda con la copiosidad de arreglos del disco.
Hacia afuera, ese stop mudo, se sintió -siente- injusto e inmerecido. El concierto ni siquiera puede concebirse como cierre o despedida. No hubo cierre para nadie. Esa noche se siente consecuente con la química muerta de un grupo que no marchaba. Y si bien las partes de Alucinaria se hicieron música, multiplicándose en Camperas, Valle y la carrera solista de Comas, su historia merecía algo más.
Paradójicamente, mientras la banda se desaparecía en el silencio, paulatinamente el recorrido de Días de fuerza fue ganando reverencias por los medios de la Argentina (cabe recordar que por entonces el panorama de comunicación en nuestro país estaba en un estadio estimulante con nuevas voces por todo el territorio nacional). Además, llegaba un feedback considerable de espacios especializados de Sudamérica. Desde afuera, la apuesta cuasi épica parecía haber funcionado con la lluvia de reverencias para el segundo disco. Por supuesto, era demasiado tarde, la banda no existía.

Desde afuera, el final de Alucinaria fue silencioso: no hubo despedida, no hubo un comunicado, ni siquiera un guiño cómplice vía redes sociales. Fue un silencio irresoluto que elocuentemente expresaba un devenir de incertidumbre sobre el proyecto.
¿Te parece que fue lo que merecía el proyecto? ¿Una despedida pública no habría ayudado a un proceso de cierre más saludable? 

La realidad es que no hubo un final y, al menos, si lo hubo, no es en el sentido más habitual. Fue una descomposición gradual que también fue una transformación. A principios de 2017, tres integrantes se alejaron quedando el proyecto a mi cargo. Como autor de las canciones me sentía identificado con todo lo que se había hecho y con Días de Fuerza recién terminado, después de tres años de trabajo, tenía la necesidad de seguir. La producción de ese álbum había sido intensa para mí y quería salir a tocarlo y hacerlo viajar. Imaginate, había estado esperando mucho ese momento. Dani, que había entrado al grupo hacía poco, se quedó conmigo con ganas de emprender el camino que sea necesario. Ahí se disparó una reconfiguración; hubo que decidir cosas, entre ellas si continuar con las presentaciones en vivo de Días de Fuerza armando una banda nueva inmediatamente, cosa que no era fácil por la naturaleza de los arreglos, etc. Salí a tocar solo el disco por distintas ciudades del país mientras se empezaba la construcción de un álbum nuevo, y paulatinamente, se consolidaba una nueva formación para tocar. Después de años de no lograr que Alucinaria creciera de la forma esperada -a 3 meses de estar Días de Fuerza editado, organizamos un recital con Mejor Actor de Reparto y vinieron 60 personas- había que replantearse varias cosas respecto a cómo seguir, logísticamente hablando. La idea de hacer prevalecer activamente al proyecto estuvo siempre presente, pero finalmente hice un viraje. Al final de ese proceso de dos años -donde trabajamos las baterías con El Gato Brun- y ya con Hambre terminado, decidí probar con mi nombre, iniciando esta nueva etapa que tiene el doble sabor de continuidad y reseteo. Internamente mi trabajo es el mismo de siempre pero el marco es otro, otro aire, también otra logística. Es importante se entienda que Alucinaria existió como tal 12 años, hubo etapas internas que marcaron al proyecto pese a que nunca fueron cosas exteriorizadas. Pasaron diez integrantes en total y nueve formaciones distintas, cambios de rumbos, etc. No fue un camino lineal. La situación de un solo compositor y el permanente cambio de integrantes quedando desde muy temprano dos miembros originales, fue haciendo que la apuesta inicial grupal que hicimos de chicos, con el tiempo fuera decantando en una propuesta con características más personales, fundamentalmente en lo que toca a los discos. Los proyectos, como el trabajo de cualquiera, desde adentro no son lo que parecen. Para sostenerlos se hacen cosas que no se ven. En todo caso, no funcionan siempre igual. Y para satisfacer la mirada del otro, a veces se ofrece una imagen que no es y tarde o temprano eso se devela. Lo que sí creo se merece Alucinaria, por todo lo que fue, por los que estuvieron adentro, pero también por los de afuera que algunos hicieron de verdad muchísimo, es que esos álbumes sigan sonando en vivo y cada vez más público los pueda escuchar. Y eso es lo que estamos haciendo con la banda y lo que voy a seguir haciendo, aparte de lo más importante, que es seguir haciendo música nueva.

¿Hoy qué es Alucinaria para vos? 

La primera parte de esta aventura. Ahí nací como músico, ahí crecí y crecimos muchos. Pero, sobre todo, es un concepto artístico que designa un mundo presente en todo lo que hago.

En los últimos cinco años, tomó lugar un periodo de renovación y diversificación en el circuito rosarino. Las microescenas presentes en la última década se acercaron de acuerdo a una compresión que atravesaba ética y gestión. Todas las partes formularon interrogantes y emprendieron un esfuerzo hoy puesto en pausa.
Lo que alguna vez fue micro creció de manera cuantitativa y cualitativa. Lo que estaba germinando en diferentes espacios –que hoy ya no existen- de jams y ciclos de funk, devino y  tomó forma en la movida groovera que además de convocar a miles de almas, encontró una respuesta comercial en bares –que hoy tampoco existen- y espacios municipales.
La escena de rock/pop independiente se multiplicó, una vez más, pero nunca pudo rebasar la condición de micro. Sin embargo, a diferencia de sus antecesores, se habían dejado malos vicios y en la clave colaborativa se encontró una oportunidad de sumar esfuerzos y empezar a crecer en forma de festivales.
Como se dijo anteriormente, muchas de esas bandas tenían a Alucinaria como un grupo referente y más precisamente a las canciones de Comas como un faro. Lo interesante es que sin necesariamente conocer a Pablo ni su accionar ético, las ideas de lxs jóvenes comulgaban con las suyas.
En un tiempo decididamente estimulante, Comas estaba ausente. No solo estaba replegado en su propia vida, sino que se mantenía ausente de los recitales de grupos nuevos que iban surgiendo. Alguna aparición esporádica era puntual y tenía justificación, por ejemplo, compartir escenario con Los Cristales en la presentación de El valle de espejos (2018) en Galpón de la música.
Mientras la renovación tomaba su lugar, ganando su espacio con talento, frescura, carisma y deseo, la ausencia de Comas hacía ruido. Su aporte a la nueva camada era indiscutido. Estaba sucediendo algo hermoso con un Comas ausente, perdiéndose lo que ayudó a generar.
Comas estaba en otro lado.  Tenía que lidiar con sus propios demonios. Recuperarse del final de su banda, reagruparse para empezar su propia historia. Además, claro, Pablo tiene una vida personal que va más allá de la música. Fue un tiempo destinado a otras cosas. Las energías y el corazón estaban en la intimidad de una vida personal que contempla un amor, una familia y –last but not least– hasta una gata. Obviamente, en ese mismo tiempo fue incubando las ideas que hoy son realidad concreta.
“A veces tenés otras pertenencias donde estar, amistades, familia. Quise estar más ahí. Siempre tuve la suerte de sentirme muy acompañado por ellos en todo lo que hago” comenta Comas a propósito de su ausencia en la vibrante camada renovadora. “Hace 15 años, 24 horas al día, que estoy conectado a la música. Entonces por ahí hay que estar presente en otro lugar”, añade. “También hubo momentos donde sentí sobrecarga de una info específica y quise explorar otros lugares. Si no, es difícil crecer”.
La distancia temporal de los recitales no significó una brecha generacional o estética por parte de Comas. Al contrario, al conversar sobre la producción de los últimos años y de los más recientes lanzamientos, se lo encuentra empapado de novedades y detalles que apunta con lucidez. En sus redes, Comas comparte música fresca y también contenidos periodísticos que echen luz sobre el circuito. Entonces la ausencia, mientras física, es relativa.
Desde hace años que Pablo observa con calidez el camino del prolífico Barfeye (“Es una luz. Está encendido”). Asimismo, el cantautor se refiere a Jimmy Club, Torneo de Verano, Fermín Sagarduy Gladyson Panther y el clásico Maru Conti. Por fuera de la ciudad, Comas habla con deferencia sobre Juan Irio, un contemporáneo suyo que, corrido de la actividad en vivo, lleva adelante su carrera solista a la par de El Estrellero y Thes Siniestros.
Parte considerable del presente de Comas se enfoca en compartir momentos con jóvenes en sus talleres de música y al colaborar con nuevas voces. Entre canciones e instrumentos, genera vínculos con adolescentes y veinteañeros que, al igual que él en su momento, eligen la música como un llamado. “Algunos muy empezando, otros con algunas búsquedas más transitadas. Me gusta estar con ellos, aprendo y me siento útil”, apunta sobre una relación de enseñanza recíproca.
“Los musicxs, en especial los más jóvenes, necesitan que alguien los escuche más allá del escenario. Hay un esfuerzo para comprarse un instrumento; para hacer una canción que los represente; para ser aceptados por los padres en lo que es una vocación que no aceptan todos los entornos familiares por igual; a entenderse con otros para armar proyectos; a exponer todo a cambio de nada. Hay unas ilusiones muy grandes”, comparte el Comas docente y tallerista.
“Independientemente de lo que sucede en el taller, escucho mucho los discos que se vienen haciendo, y veo que hay propuestas muy poderosas. Me sorprende el grado de definición que manejan. Hay conceptos estéticos que están super maduros. Me parece que nuestra generación no era así. Siento lo mismo que me parece piensan muchos, que esta generación nueva va a ser recordada por mucho tiempo. Ojalá que sí”.

Mientras estos párrafos se cierran, Comas está a punto de lanzar “La danza de los bordes”. Es la tercera novedad aparecida en los tiempos pandémicos que corren. Mensajea, entusiasmado. Contento, quiere compartir el material con una persona, con diez, con el mundo entero.
Está en un lugar de calma y goce luego de soportar algunos de esos golpes que se vuelven inevitables en cada una de nuestras vidas. De la nueva música salta al cine y a las series. Aparecen Draper, Coppola y Keaton. Intensos, brillantes, rotos, corridos de todo; entrando y saliendo de las reglas sin detenerse en las consecuencias.
Más temprano estuvo trabajando en otra música. Quizás algo propio o alguna producción de sus talleres. Puede que hasta haya estado debajo de una pirámide de colchones, buscando una atmósfera particular en su estudio de grabación de Barrio Martin, las mismas calles que lo vieron nacer, crecer y formarse.
Pablo mira hacia adelante. Al igual que otro célebre habitante de la zona, Comas tiene tanto por hacer que no tiene tiempo para sufrir miedo alguno. Entre temerario y discreto, camina.

 

Por Lucas Canalda & Renzo Leonard
Crx – Agos Avaro

 

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