Monjawannabe y Naxxira llegaron a Rosario por primera vez, en una medianoche que imprimió matices de synth pop y drum and bass al Bon Scott.
El derrotero de un proyecto que levanta vuelo desde Santiago Del Estero hacia la escena under federal.
Sofísticada, aunque directa. Ecléctica, pero efectivamente pop. Cómplice del anhelo de aquellos amores platónicos que se pasan hacia el otro lado, consagrándose como obsesiones.
Se confiesa sin pudor. Primero en tus oídos. Después en la pista de baile.
Lo admite. Lo hizo por amor. Sin vergüenza. Sin culpa. Sin redes de seguridad.
Justicia poética de la infatuación, del placer y hasta de la adoración.
Monjawannabe tiene canciones sintéticas de peligros filo humano. Porque ama demasiado. Porque siente demasiado.
No tiene inconvenientes en ponerlo todo sobre la mesa, cantando su sincericidio. En ese sentido, es una diva frontal. Como Rafaella Carra o las Ibiza Pareo, pero con ropajes más cercanos a Javiera Mena.
En cuanto al melodrama, donde el deseo es clave, pasea por el mismo vecindario que Alaska y Paula Trama.
Monjawannabe, sin embargo, no se parece a ninguna. Es una diva por derecho propio. Curtida y criada en el norte argentino. Forjada puertas adentro, en secreto, flasheando con hacer un universo propio a partir de la música.
Ahora está en Bon Scott, sobre la medianoche, tocando ante un público que absorto que no la conocía hasta hace media hora, pero que parece que le cree todo. Su actitud de entrega, su drama de anti hérua under.
Detrás de Monjawannabe está Majo Montenegro, una compositora, música y productora autogestiva de Santiago del Estero.
Como parte de la escena artística santiagueña está activa desde el año 2019. Integró diferentes proyectos musicales y es co-fundadora del sello independiente Discos del convento, en el cual produce y mezcla para los proyectos Islas de Candy, Sofxx y Juno y Las Flores.
Actualmente lleva adelante su proyecto en el cual compone, produce y mezcla sus obras desde su home-studio, utilizando su computadora como su principal herramienta de experimentación sonora.
Monjawannabe propone una melancolía híbrida en sus canciones, las cuales conviven en el espectro del art-pop, hyperpop y la música electrónica.
El proyecto se completa con Naxxira en la batería en vivo, quien sostiene la estructura de las canciones, aunque su rol es respaldar el desenlace físico de Majo, que escénicamente toma un rol activo que elude la distancia del escenario.
El lesbiandrama confesional y obsesivo que hace del estudio casero una extensión del diario íntimo, muta en los recitales, yendo hacia una necesidad expresiva completa; el objeto de deseo cataliza al cuerpo. La escena es dinámica, versátil y frontal.
La química que manejan en los shows habla de la hermandad que comparten. Si Majo se entrega al directo, poniendo tanto al cuerpo como la emoción a servicio de las canciones, es porque Naxx está a sus espaldas, sosteniendo algo más que el ritmo: le cuida sus espaldas, funcionando como una unidad artística todo terreno.
Majo y Naxxira se conocen desde hace quince años.
Primero coincidieron en el colegio San Francisco, católico y respetable.
La amistad fue más allá del aula, encontrando en la música una pasión compartida donde fueron cimentando una complicidad que está por encima de todo.
Guitarra y batería en una pieza de la casa familiar. Un puñado de canciones ajenas. Por ejemplo, Paramore.
Después fueron llegando otras ideas y ganas. Ante todo, entendieron que había algo ahí. Mucho más que un pasatiempo.
La música abrió perspectivas. De repente, había caminos a considerar.
A Majo, fundamentalmente la música le enseñó a descubrirse a sí misma en lo personal, en lo creativo, en lo íntimo.
Monjawannabe llegó como una burla hacia lo correcto, una danza disidente a todo lo que fuera la norma: el colegio, la sociedad, la iglesia, la industria musical.
Hoy en día, con el proyecto asentado y activo, moviéndose desde la horizontalidad y la autogestión, tanto Majo como Naxx tienen la misión ser auténticamente diferentes: saben que lo genuino trasciende. Hacen lo que quieren, apostando por su deseo.
En plataformas encontramos los EP Lo hice por amor, de 2024, Rip, de 2022, y Delirio tecnológico, de 2022. Además, los sencillos Nunca me viste y Quieren todo, ambos de 2023.
Escuchar su música en casa y verlxs en vivo es experimentar dos dimensiones muy distintas. “Las canciones grabadas las compongo tranquila, sola en mi casa. Pero en vivo me transformo, es como que necesito canalizar algo. Cada vez que subo a un escenario aprendo algo sobre el universo”, revela Majo, en la vereda de Bon Scott, mientras fuma un armado.
Disco y vivo no es asunto separado, no obstante. Conviven y se reconocen. Se retroalimentan y se transforman mutuamente.
Las fechas cuentan con una batería, una voz y una computadora. Las texturas advierten ambient, drum and bass y un synth pop de nuestra esquina del continente.
La computadora es un instrumento para construir y deconstruir. Desde ahí se proyecta lo que nace en el entripado de Majo, en un plano de lofi confesional que cuando se hace canción gana otro espesor.
Hay sangre en el escenario, entrega física, intensidad. Y también una sensibilidad que se derrama sobre cada verso.
Monjawannabe puede ser dulce, dramática, punzante, vulnerable, imperante. Ninguno de esos matices es definitivo. El pasaje es abierto, disponible a interpretaciones. La suya y la del público.
Esa ambigüedad hace que el proyecto funcione en varios planos: como experiencia sonora, como acto de resistencia y como declaración de principios. La música no es solo un producto, es una forma de estar en el mundo. De sentar una bandera. ¿De qué, precisamente? De resistencia. De creatividad. De ánimo. De lesbiandrama. De DIY.
Más que hacerlo sola, Majo prefiere hacerlo con otrxs. La construcción es colectiva.
En los últimos dos años Monjawannabe logró una estabilidad necesaria para proyectar por encima de las fronteras de su ciudad natal. Mirando más allá, desarrolló vínculos con artistas y sellos de otras provincias.
Estableciendo una sociedad estética y afectiva con Laura Torres, referente del indie pop cordobés bajo su seudónimo La Lauri Fire, las idas y venidas surgieron efecto.
Fechas en Santiago y en Córdoba. Primero allá, luego acá. Auto, ruta y mochilas. Noches compartidas y apuestas en común.
Pronto los caminos se abrieron hacia otras ciudades. De esa forma, pronto Majo y Naxxi lograron confianza, apostando a más.
Salir de gira desde una provincia, para cualquier banda, es una odisea. Implica inversión, organización, riesgos. Más aún en un contexto de ajuste brutal y un país donde cada día parece valer menos que el anterior. Pero ellxs lo hacen.
“Hoy nos damos cuenta de que esto que hacemos es un privilegio hermoso. Viajar, conocer colegas, crecer. A veces la plata no alcanza, pero la experiencia vale todo. Hay músicos grandes que no han salido ni de la provincia. Nosotrxs tocamos en Rosario, y pensamos: wow, esto está pasando.”
Para Majo, la gira es también una excusa para encontrarse con amigxs, para vencer el miedo. “Como chica del interior, siempre te meten miedo. Que te puede pasar algo, que te cuides. Pero ahora manejo mi puto negocio, con ayuda de muchxs que apuestan por mí. Estoy rompiendo todos los miedos de mi infancia, de mi adolescencia, de mis veintes. Ahora que empiezo los treinta pienso: puedo hacer lo que quiera.”
Durante la conversación, una y otra vez aparecen tanto la industria como el negocio musical. Tanto Majo como Naxxira actúan con cautela. No abordan ningún lugar común. No repiten discursos programados. Ni propios ni ajenos.
“Acá, ante todo, hay un sentimiento de aventura”, sentencia Majo, partiendo desde lo básico. “Componer y tocar, es re lindo y necesario. Pero la experiencia se complementa con salir a vivir, en encontrarse con el afuera”
“Hay una aventura que te hace vivir. La música es eso. Ahí está lo que te llena: las experiencias. Estar acá, hablando con vos, estar en un lugar en el que no estaríamos para nada si no fuese por la música”.
“La música nos atraviesa en lo personal. Está el camino profesional, que es lo que el público puede ver y escuchar, pero aparte está el camino emocional. Vamos cambiando como personas a partir de la música”.
“Hoy hay un paradigma de la sociedad que nos resulta ajeno cuando hacés música: que el negocio rinda plata y plata porque no sirve, de lo contrario. Incluso desde ahí, me cuesta como despojarme de esa vara. Es un aprendizaje muy grande, pero también es una motivación a seguir trabajando y apostando a trabajar en el arte, en cualquier foro del arte, ya sea como artista, intérprete o componiendo, como gestora, como sonidista”.
“Estamos viajando, tocando, viviendo algo que jamás imaginamos. ¿Cuál es el mal negocio?”.
Para Majo, la independencia no es solo estética, es vital. No hay un plan maestro. Tampoco postas. Ni propias ni ajenas: “todo empezó con una canción. Y de ahí escaló. Hoy estamos acá, viviendo esto. Mañana no sabemos. Pero sabemos que vamos a seguir.”
En una provincia donde la tradición pesa, donde las estructuras conservadoras marcan el pulso de la vida pública y cultural, dos artistas disidentes decidieron torcer el rumbo. Lo hacen desde el pulso digital, desde la sensibilidad poética, y desde una decidida apuesta por la autogestión.
En un país donde salir de gira parece la exclusividad de nombres porteños, Majo y Naxxira viajan, componen, tocan, gestionan, construyen una comunidad con paciencia dedicada.
“No hay tanta gente allá. No hay tanta comunidad under. Pero quienes estamos, estamos bancando siempre”, dice Naxxira.
Cuando piensan que hoy se mueven entre escenarios de Córdoba, Rosario y Buenos Aires, llevando una propuesta que escapa a lo premeditado de la industria, se ríen con incredulidad, pensando en el esfuerzo de tantos años.
La suya es una escena pequeña, pero intensa. Está tejida con lazos reales, con amistad y confianza, y con una fuerte dosis de terquedad. Ante todo, supportean.
“Yo me canso de que me digan ‘con la música no vas a hacer nada’, y de repente me encuentro con gente que vive de esto hace años. Eso me hace sentir bien, me hace sentir feliz”, comparte Majo.
“Los que estamos, bancamos y aguantamos. Está muy complicada la cosa allá, pero nos empezaron a pasar movidas. Desde nuestra niñez estamos con la música. Entonces crecer y evolucionar artísticamente allá es complicado, pero cuando pasan las cosas nos damos cuenta que siempre nos tomamos bien en serio”, señala Naxxira.
La historia de estxs artistas es también la historia habitual de una generación de músicxs que crecen fuera del radar de la industria, sin subsidios, ni managers, sin grandes sellos ni promesas de éxito. Tampoco hay sponsors ni titulares en medios influyentes. Pero cuentan con el respaldo de algo que no siempre se puede comprar: comunidad.
“Nuestra comunidad, aunque pequeña, nos contiene. No se siente conservadora”, considera Majo.
“En nuestro círculo nadie nos hace sentir rechazadxs. Hace cinco o seis años venimos creciendo con esta gente que nos banca, nos valora y hasta quiere trabajar con nosotrxs cada vez”, agrega Naxxira, que también desarrolla una fructífera faceta como DJ.
“Este proyecto hace tiempo que se valora, desde afuera. Confían en nosotros como proyecto. Eso me da mucho orgullo: que colegas que yo considero que son muy talentosos y talentosa quieran trabajar con nosotros para organizar fechas, para invitarnos, para hacer cosas en general. Eso es valioso”, concluye Majo.
Esa red íntima, que mezcla afecto y entrega, permite que el proyecto Monjawannabe crezca con coherencia, con una ética que parece tan rara como urgente: cuidar el vínculo humano tanto como el resultado artístico.
Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard
¿QUERÉS MÁS RAPTO? CHEQUÉA EL PRIMER SENCILLO DE PRINCESA TETRABRIK