POSTALES DE UN MUNDO SIN VALOR

En Hay cosas peores que estar solo (Gourmet Musical) Federico Anzardi narra en detalle la etapa más oscura de Fito Páez.
Con precisión el periodista logra reconstruir el tiempo de dolor y poderío creativo que resultó en Ciudad de pobres corazones.

 

El legendario Trinche Carlovich murió en mayo de 2020 luego de pasar varios días internado por un golpe en la cabeza que recibió cuando le robaron su bicicleta. El día de su muerte, el periodico El Ciudadano le dedicó la tapa de su edición con una foto icónica del fotógrafo Ale Nanini donde Carlovich aparece sosteniendo su inseparable bicicleta. En escala de grises, sobre la foto el titular en rojo simplemente rezaba “EN ESTA PUTA CIUDAD”. En continuado, dentro de esa edición, el suplemento deportivo El Hincha titulaba “MATAN A POBRES A CORAZONES”.
El asesinato del Trinche sumió en una tristeza inapelable a la ciudad. Se trataba de otro episodio de violencia que dejaba dolor. La ciudad engullía a otra persona, dejando poco más que rabia e impotencia.
El Ciudadano recurrió a dos titulares simples pero directos. No hacía falta agregar más. Ambas líneas eran suficientemente poderosas para transmitir todas las sensaciones. El imaginario popular hizo el resto.
En noviembre de 1986, el Trinche todavía jugaba al fútbol en las canchas argentinas. Fito Páez hacía lo que mejor sabe hacer: tocar música. Estaba de gira en Brasil. En Rosario, los hermanos De Giusti ingresaban a la casa de la familia Páez para robar y asesinar tres vidas inocentes.
En Hay cosas peores que estar solo, Federico Anzardi narra en detalle los años más difíciles en la vida de Fito Páez que llegan a partir de esos crímenes.
«Ciudad de pobres corazones» fue la primera sublimación desde un entripado corroído por el dolor y la aplastante impotencia que conlleva la impunidad. Ese grito todavía se escucha como uno de los desgarros más intensos del rock argentino. Un aullido desgarrador que, por encima de las ventas y los charts, se convirtió en un himno de bandera negra que todavía exuda magnetismo.
Ciudad de pobres corazones se publicó en junio de 1987, apenas siete meses después de los asesinatos de su abuela y de su tía abuela. El disco ue el resultado de un proceso interno que tuvo a Fito al borde de la locura, preso de un odio que se reflejó en un cambio rotundo de sonido y actitud.
Basado en un extenso trabajo de archivo y de numerosas entrevistas con los protagonistas, especialmente hechas para esta investigación, el libro de Anzardi muestra cómo hizo Fito para atravesar la tragedia sin convertirse en una víctima.

Federico Anzardi es periodista. Nació en Concordia en 1983. Entre 2011 y 2018 fue editor de la revista Rock Salta, que reflejaba las escenas musicales de las provincias argentinas. Actualmente trabaja en rocksalta.com. Colaboró en La Agenda, Mavirock, Soy Rock, Rolling Stone y Página 12. Además pasó por radios de Salta, Buenos Aires y Tucumán, entre otras iniciativas siempre vinculadas a la cultura rock. En 2015 fue finalista del Premio FOPEA al Periodismo de Investigación.
Empapado en la cultura de rock argentino desde chico, Anzardi creció con las canciones de Páez en su walkman. Los cassettes que se reproducían ahí (y se rebobinaban con la birome Bic) eran los de Charly García, Patricio Rey, Spinetta y Divididos. Fito, por supuesto.
Desde la adolescencia Anzardi tuvo algo claro: Fito es el único que se sienta en la mesa grande junto a García y El Flaco.
Creciendo, una y otra vez volvía sobre Ciudad de pobres corazones y su historia. El trabajo más oscuro del rosarino lo fascinaba, al igual que los interrogantes que yacían detrás de su imaginario. Esa fascinación no era morbo: era una genuina curiosidad por terminar de entender cómo le fue posible a Páez sobrevivir a esa tormenta repentina que había alterado el curso de su vida al mismo tiempo que hacía un disco de semejante magnitud.
Luego de repasar la historia de manera informal durante años, direccionó su profesión como periodista hacia esa curiosidad. El principio de todo fueron algunos artículos extensos enfocados en el Fito más despojado publicados en La Agenda. Desde allí no hubo regreso: quería más.

En Hay cosas peores que estar solo Anzardi encara su labor desdoblándose en un doble rol: periodista y detective. Ambos papeles parecen tener hambre por el detalle.
215 páginas le son suficientes a Anzardi para adentrarse con precisión en una sucesión de procesos artísticos, personales y policiales que lo llevaron al encuentro directo con Fito, al igual que un abanico de protagonistas de la historia, como Fabiana Cantilo, Liliana Herrero, Horacio González o José María Vernet, exgobernador de Santa Fe, el primero elegido a través de las urnas luego del retorno a la democracia en 1983.
Anzardi abrazó con decisión la enormidad de la misión y se embarcó en un viaje intenso. Hay cosas peores que estar solo dista de aquellos libros construidos desde la comodidad audiófila de un living cálido que detentan data y análisis cerebral. Anzardi se encomendó en su cuasi obsesión teniendo claro que Ciudad de pobres corazones está atravesado por una historia de crímenes al igual que factores coyunturales pesados y mucho de una Rosario siempre padeciente del síndrome de pueblo chico/infierno grande.
El periodista encara con rigor cada etapa de realización del disco. Desde el primer esbozo de «Ciudad de pobres corazones» tocado ante su banda, equipo de producción, amigos y colegas hasta la primera ejecución en vivo ante el público, cargada de rabia, frustración y entrega física.
Anzardi desgrana el proceso de grabación desde el minucioso detalle. El hardware, tan fundamental en el reseteo estético de Páez al igual que la campera de cuero brillante o las infaltables gafas negras, se alista junto al testimonio de cada uno de los protagonistas involucrados. De esa forma, los músicos (toda su banda y colaboradores cercanos u ocasionales) se suceden al igual que los técnicos, tal es el caso de Mario Breuer.
De igual manera, el periodista toma las calles, recorriendo en primera persona como un detective consagrado. Rosario late desde un pulso cansino en la captura de Anzardi. La ciudad tiene un tono menos anónimo en una narración que en ningún momento cede a la nostalgia ni a la pantanosa trampa de la rosarinidad.
En el libro Rosario va tomando diferentes estadios: primero como escenario del crimen; luego un espacio de padecimiento, una primera parte de infierno asfixiante; más tarde se convierte en el espacio que crió y nutrió a Fito y a una camada de talentos considerables. Finalmente, la ciudad se asienta en lo que es: un lugar de brillo, inmensidad de sueños con techos bajos y una violencia absurda que permanece.
La lectura de Hay cosas peores que estar solo desde Rosario permite otra dimensión de los hechos. A medida que transcurren las páginas la piel se eriza. La distancia historicista no supone un desapego puesto que son calles y esquinas que todavía albergan recuerdos demasiado vivos de esa trama.
Capital Federal, en toda su enormidad, se presenta como miles de recovecos donde la acción toma lugar. el músico junto a Eduardo Martí haciendo las fotos para el disco; unos jovencitos Don Cornelio y La Zona intimidados de salir a tocar como teloneros de Fito en un Obras rebalsado de energía; Cantilo & Páez estallando la casona de Belgrano R que inspiró a Bioy Casares para Dormir al sol.
La extraña atmósfera que rodeó a Páez durante esa etapa ofrece varias aristas que retratar. La filmación de la película homónima dirigida por Fernando Spiner también entra en la partida desde una narrativa que se extiende considerablemente.
El pulso detallista de Anzardi logra transmitir algo del agobio-desesperante de hundirse en decenas de proyectos simplemente para matar un poco los sentidos. Aquí la historia (real) se vuelve un extraño crossover con actores secundarios (reales) que entran y salen hasta devenir en un paroxismo (también real) cuasi surrealista que involucra más policía, videntes, detectives y bandas de rock.

El imaginario común de esa etapa está atado a una atmósfera urbana de crudeza y escala de grises saturados. Por encima de una obra musical repleta de arreglos y matices que presentaron a un Páez hasta entonces inédito, el acto reflejo de Ciudad de pobres corazones remite a rabia y dolor urgentes. Pero aunque no se perciba por encima de las brumas negras, mucho más arriba, una cierta luz permanece vigente.
El título del libro surge a partir de un poema de Charles Bukowski llamado «Oh, yes», una de las lecturas favoritas de Páez por aquel entonces. “Hay cosas peores que estar solo, pero a menudo se necesitan décadas para darse cuenta de esto”, escribe el norteamericano. Luego concluye: “ la mayoría de las veces, cuando lo haces,  es demasiado tarde y no hay nada peor, que demasiado tarde”.
La elección de Anzardi por ese título sintetiza lo atravesado por Fito en la segunda mitad de los 80: un tour de force vertiginoso y aplastante que lo cambia para siempre, no obstante, hacia el final prevalece la propia luz que le habían brindado las viejas. Como señala Bukowski Fito logró conectar con la luz a tiempo. Páez no se quedó en la mueca negra ni en la extrema palidez de una dieta insomne de pastillas y alcohol, sobrevivió volviendo a brillar gracias al amor con que fue criado en esa casa de calle Balcarce que, al igual que él, sería transformada para siempre.

Hay cosas peores que estar solo ofrece una variedad de subtramas relevantes que se van revelando capítulo a capítulo. Anzardi apuesta a profundizar y sale airoso sin perder el norte. La inteligencia del periodista reside en un entendimiento consciente: los crímenes son algo más que doble golpe que combina horror, sangre, paranoia y desolación, algo el artista se rompe definitivamente y los pedazos estallan en mil partes.  Las astillas (existenciales, espirituales, creativas, sociales, políticas) vuelan por el aire y se desparraman por el piso mugroso. Fito podrá sanar, quizás recomponerse, pero ya nada será igual. Ese entendimiento de Anzardi, además tiene un pulso sensible que le permite desandar un camino de violencia y asperezas sin redundancias dolorosas o exagerar padecimientos.
Principalmente parece haber tres subtramas: el noviazgo de Fito con Fabiana Cantilo; una democracia todavía vulnerable que intenta fortalecer (y limpiar) sus instituciones; la relación de Fito con Rosario.
Explosiva, la relación entre Páez y Cantilo estuvo atravesada por la devoción compartida por la música y sus procesos creativos así como también lo vertiginoso de una juventud marcada por el éxito creciente, la exposición y los excesos.
Los crímenes de las viejas serían otra prueba de fuego para una pareja antológica que, dentro del rock argentino, dejó de decenas de postales de creación que van mucho más allá de la relación musa inspiradora-artista que por años barajó una historia oficial banal: Anzardi revela procesos creativos donde ambos músicos se potencian y se perfeccionan a la par, demandan atención y aprobación. Cantilo escucha con atención ideas de canción de Páez para aconsejar, aprobar o directamente bajarle el pulgar sin demasiados eufemismos. Descubren información y la comparten. Crecen.
Intensos, abrumados, creativos y enamorados: se vuelven locos para bien y para mal. Se enroscan una y otra vez casi sin piedad por las circunstancias. Y sin embargo, el amor. Cantilo lo saca de la cama a Páez como únicamente ella podría hacerlo. Lo mete en un taxi y lo manda a la sala de ensayos. A partir de ahí el viaje toma otro color. Todo se oscurece más aún, pero al menos Fito ya empieza a transitar el túnel.
En un entramado colmado de sombras, los tristes sucesos que devienen en Ciudad de pobres corazones ofrecen una variedad de demonios propios de un periodo histórico todavía complicado: la tensión post dictadura que habitaba por todo el país.
Los hechos toman lugar en una Argentina que no había cumplido cuatro años de democracia. Por entonces el país convivía con residuos represivos todavía operando con una mentalidad peligrosa.  De esa forma, la policía se convierte en un extraño fantasma de la vida real. Tanto en Rosario como en Capital Federal la policía entra la historia inyectando dosis extras de paranoia, violencia simbólica, burocracia e inoperancia.
Anzardi hace de la sutileza una virtud. En ese sentido, logra una cintura justa para observar más allá de lo estrictamente referido a los crímenes, el dolor de Fito y la creación artística. El periodista apunta excentricidades, demonios e infumabilidades del artista con un equilibrio saludable. Entre sutileza y percepción, Anzardi decide no mirar al costado y escribir sobre la relación de amor-tensión de Fito con Rosario que surgió a partir de su partida a Capital Federal y que tras los crímenes tomó otra dimensión.
Desde una mirada externa Anzardi percibe esa tensión palpable para con el hijo pródigo que triunfó como muy pocos. Allí sus palabras hablan más de la ciudad-pueblo que quedó atrás que del músico que se fue para continuar su vida brillando con su obra.
Otro aspecto relevante de Hay cosas peores que estar solo es su descripción de los primeros pasos de un Páez que comienza a pensar más allá de la Argentina. Anzardi echa luz sobre la relación cercana de Fito con la cultura brasileña y los intentos para hacer pie en el país vecino gracias a colaboraciones y un amor sincero por la enormidad creativa de un gigante que combina musical popular con vanguardia intelectual y resistencia política.
En medio de la tormenta, además, Páez empieza a transitar el nacimiento de ese romance correspondido por Cuba que sigue hasta la actualidad. Con el respeto desde la primera hora de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, Páez viaja por primera vez a la isla poco después de los crímenes, una estadía donde, por un breve momento, puede volver a sonreír rodeado por una comitiva de talentos sudamericanos y la calidez de descubrir una tierra donde su música era más que apreciada: las canciones que había compuesto con algo más de 20 años eran atesoradas por la gente y sus colegas. Entre tanto dolor Fito encuentra un oasis que no cura, pero permite respirar, al menos por un rato.
En esa primera incursión a Cuba se evidencia el respeto y cariño que despertaba la obra de Páez por otros grandes músicos latinoamericanos en la década del 80. El rosarino todavía no había cumplido 25 años y había escrito himnos de canción latinoamericana que tuvieron eco en varios países.
Finalmente, Europa aparece de manera reiterada en partes iguales de plan de evasión y fantasía. El viejo continente funciona para Fito como un horizonte mejor que, una y otra vez, termina con puertas cerradas y hambre salvado por otros argentinos. Por supuesto, más tarde, la historia sería muy diferente para el músico, sin embargo, en esos tiempos algo desesperados la idea fija de irse a Europa funciona como esa fantasía escapista casi universal del pueblo pequeño: me voy porque acá no me comprenden, allá me van a saber apreciar. En ese sentido Hay cosas peores que estar solo deja en claro que cualquier metrópolis puede convertirse en un infierno grande en un abrir y cerrar de ojos.

Mientras Hay cosas peores que estar solo llega a las librerías (y algunas disquerías) de todo el país (además está disponible en Chile y Uruguay, llegando pronto a México) Anzardi no pierde tiempo y sigue adelante. Repartido entre la gira de promoción del libro va bosquejando las páginas de su siguiente aventura: Spinetta y los Socios del Desierto.
Todavía sin una presentación presencial oficial pautada para Capital Federal o Rosario, el periodista conversa en profundidad con RAPTO sobre su primera publicación.

– El libro imposibilita una etiqueta fácil: el tono es narrativo, pero parte de un suceso policial que se vuelve intermitente a medida que la trama personal y el derrotero creativo va sucediéndose. Al mismo tiempo, el nivel de detallismo ilumina hasta a los fans más obsesivos desde un tono apto para todo público.
¿Cuándo encontraste el tono correcto?
¿Cuán difícil fue encontrar el equilibrio capaz de enganchar al público casual al igual que el fan más acérrimo? 

El tono empezó a aparecer a fines de 2019 (venía trabajando desde 2017) y se definió más o menos en julio de 2020. En el medio, digamos entre enero y junio del año pasado, seguí haciendo entrevistas, revisando archivos, recorriendo lugares y tomando apuntes, pero no escribí ni una sola línea. Estaba anclado mentalmente. Me sentaba frente al capítulo que estaba desarrollando y no había manera de continuar. Hoy lo veo y me parece muy claro. Todavía insistía en el primer formato que había pensado para el libro cuando en realidad ya se habían agotado todas las instancias de prueba y la conclusión era una sola: había que repensar el tono.
Mi primera idea fue hacer un libro para fans repleto de datos sobre Fito. Algo que no se quedara solamente en Ciudad de pobres corazones sino que viajara al pasado y al futuro de ese disco y relacionara toda la discografía y su vida con esa etapa. Un texto que también tuviera en cuenta los libros, las películas, las entrevistas… Todo lo que Fito había hecho, declarado o escrito, pero sin ser necesariamente una biografía completa. Tenía datos como “en «La rueda mágica» Fito dice ‘mi vieja nunca escuchó a los Rolling Stones’ porque los primeros simples de esa banda llegaron a nuestro país poco antes de la muerte de su mamá”, y después citaba una anécdota de Litto Nebbia yendo a comprar los primeros simples a Rosario en el 64. Una cosa así, bien periodístico/nerd, con testimonios directos, sin muchas vueltas.
A fines de 2019 se me ocurrió anotarme en un taller de Josefina Licitra con la idea de trabajar de manera más narrativa el capítulo de los asesinatos. Era la única parte que me interesaba escribir de forma más “non fiction”, digamos. Ese taller habrá durado dos meses pero me sirvió para comenzar a chocar contra mis propias ideas. En julio de 2020, cuando estaba otra vez al frente de la computadora con ese capítulo que ya tenía unas 20/25 páginas pero no podía avanzar desde hacía meses, decidí dos cosas: tirarlo a la mierda y empezar a pasar los capítulos anteriores que ya estaban escritos (unos cinco o seis) al tono que finalmente tuvo el libro.
Ahí cambió todo. Quité todos los testimonios directos, los reescribí como parte de la narración y empecé a crear escenas con mayor detalle. Rescaté partes de ese capítulo que deseché y de otro más que era muy parecido (ambos contaban el pasado de Fito; uno era el pasado musical, el otro el familiar) y empecé a distribuir la data en todo el texto. Mi objetivo dejó de ser la escritura de un libro “súper nerd, acá sí que no se coge, mirá todo lo que sé sobre Fito”, y empezó a ser más bien una historia que pudiera leer cualquiera, fan o no fan. Creo que lo logré.
De todas maneras, el fan va a tener un montón de información, sólo que no está contada con el tono de Jack Black en Alta Fidelidad (Stephen Frears, 2000), digamos. Pero el que no tiene idea de Fito va a encontrar un libro que se lo va a presentar de manera minuciosa. Por supuesto que lo principal pasa por la etapa de Ciudad de pobres corazones, pero también hay escenas del pasado que ayudan a entender cómo se manejó Fito después de los asesinatos. Incluso hay dos o tres descripciones del Fito de los 90 y el actual que están metidos en el texto de una manera que (creo) no queda rara. Para lograr eso prioricé los datos que tenían que ver con la historia y con la manera de ser de Fito. Ahí saqué un montón de información más caprichosa que yo había relacionado y que tenían que ver con él y sus canciones pero que no se justificaban tanto dentro de esta estructura. De esa manera, puliendo bastante y reacomodando, pude lograr un tono que me dejó conforme.

-Ochenta entrevistas, viajes, horas de hemeroteca, mails, caminar los escenarios donde ocurrieron los hechos, tanto en Rosario como en Capital Federal.
Semejante cantidad puede resultar abrumadora.
¿En algún momento tuviste que parar la pelota y volver a cero? 

Más allá de ese momento en el que estuve bloqueado por no estar conforme con el tono, siempre avancé de manera paralela con entrevistas, escritura y archivos. No tuve que volver a cero porque incluso cuando cambié el tono mantuve la estructura. Supe muy temprano que el libro empezaba con los crímenes, pero sí fui cambiando el final. Estuve abrumado durante el período 2018/2020, que fue cuando apareció mucha info y al mismo tiempo ninguna me cerraba del todo. Este año ya no me sentí así porque tenía casi toda la data y ya la había ordenado, entonces sólo tenía que darle forma y cubrir huecos con búsquedas puntuales. Ahí encontré el cierre.

Hay cosas peores que estar solo permite algunas sub tramas muy atractivas. Me quedo con dos:  una democracia argentina todavía vulnerable que intenta fortalecer (y limpiar) sus instituciones y la relación tensa de Fito con Rosario antes, durante y después de los asesinatos.
¿Al encarar la investigación imaginaste que esos elementos coyunturales estarían tan presentes?
¿Cómo llegaste a esa tensión entre ciudad y artista que apuntás en la segunda parte del libro? 

No me imaginaba para nada el alcance represivo más allá del episodio de “la yerba en el viejo cajón”. Pensaba que era más bien un hecho aislado. Ni siquiera me lo terminé de imaginar cuando José María Vernet me lo dijo explícitamente. Recién cuando hice otras entrevistas, uní la información y leí un poco más del tema pude entender. Por eso, un poco a propósito, dejé en el libro ese fragmento de la charla con Vernet. Muestra un poco mi ignorancia total con el tema y sirve como prólogo de lo que se está por contar, que es lo que pasaba en todos lados, no sólo en Rosario o en Santa Fe.
En Rosario, en cambio, sí pasaba algo exclusivo, que era esa tensión que vos marcás entre Fito y la ciudad. Fito estaba enojado y algunos le pasaron factura por la canción, pero creo que él después se reconcilió con la ciudad y con él mismo. Las dos veces que fui a Rosario durante el lapso de laburo de este libro noté algo muy curioso: los de la edad de Fito, años más o años menos, todos me contaban una anécdota que los relacionaba con él. Que lo veían en tal bar, en tal teatro, que tocaron con él, que su prima era novia de algún músico de su banda. Todos tenían algo. Después estaban los que eran niños/adolescentes durante fines de los 80, se hicieron músicos y amaban a Fito con toda lógica y hasta llegaron a tocar con él o cruzarse por ahí; y finalmente estaban los músicos que surgieron después y que un poco renegaban de él y de la Trova en general. Lo que me parece lógico, de todas maneras, porque es necesario realizar un camino propio.
Probablemente me equivoque, porque es una mirada muy de afuera y sin demasiada experiencia, pero esa fue mi impresión y por eso creo que Fito debería ser mucho más reconocido en Rosario. Explícitamente reconocido. No recuerdo haber visto ni una pared con su cara durante mis visitas a la ciudad. Nada. Ni siquiera una placa en la que era su casa. Creo que no hay que esperar a que se muera para reclamarlo como propio.

-Si bien el libro no es ninguna biografía oficial pudiste tener un encuentro más que generoso con Páez.
¿Cómo fue ese encuentro? ¿Qué revisaron cuando se juntaron?

Nos juntamos en mayo de 2018. Llegué a él a través de un contacto directo. Le mandé un mensaje contándole lo que quería hacer y ese mismo día me llegó un mail de su asistente. Creo que lo convencí porque le prometí que no me interesaba el morbo. Le dije que no quería hacer un libro sensacionalista sino algo que contara el disco y lo que él hizo a partir de los crímenes. Creo que cumplí. Es un libro respetuoso con Fito, su familia y su historia.
Nos juntamos en las oficinas de Sony, en Palermo, durante una hora y algo. Cuando llegó le dije “¿Querés que escuchemos el disco?”. Lo había llevado en CD porque en entrevistas anteriores con otras personas había venido bien escucharlo. Disparaba recuerdos y detalles. Tajante me dijo “No, no necesito recordar nada, tengo todo acá”, mientras se señalaba la cabeza. Era cierto en parte: se acordaba de todo lo referido al disco y tenía lagunas en lo referido a su vida en ese momento. Me dio detalles muy buenos del disco, anécdotas varias y a la hora de reflexionar sobre lo que había pasado con sus abuelas dijo cosas buenísimas. Tan buenas que están de manera textual al principio del libro. Es lo primero que leés. Las palabras de Fito abren y cierran el libro. Me gusta aclarar que me lo dijo porque muchos creen que lo escribió. Y no, lo dijo así como sale en el libro. Muy concreto, se nota que es un asunto que pensó mucho. Así que llevé el disco al pedo porque no hizo falta escucharlo. Para colmo, un rato antes de que Fito llegara, nos mirábamos con la gente de la discográfica porque ellos no sabían si había un reproductor de CD… ¡en las oficinas de Sony!

-Desde su irrupción en la escena nacional se escribió mucho sobre Paéz. Al revisar un historial encontramos que su obra y su persona fueron abordadas por escritores de renombre y con fuertes identidades: Enrique Symns, Jorge Lanata, Carlos Polimeni y Horacio González, entre otros. Por supuesto, tu libro tiene presente sus miradas.
¿Tantos nombres de peso ejercieron una presión sobre vos en algún momento?

Obvio. Siempre pensé que no iba a estar a la altura. Además, todos ellos estuvieron ahí, en el momento en el que ocurrían los hechos que contaban. O, por lo menos, ya eran adultos y lo recordaban con una mirada propia. Yo tenía 3 años cuando mataron a las abuelas de Fito. Para colmo, el libro que se mandó Symns (con Vera Land) es una barbaridad. Está bien, fue con el OK de Fito, con todos los accesos y todas las voces habilitadas, pero el resultado es maravilloso igual. Hay libros oficiales malísimos pero este no fue el caso. No entiendo cómo no lo reeditan. Por suerte se consigue por dos mangos en internet. Creo que lo pagué menos de 200 pesos y lo usé mucho para varias partes del libro. También al de Horacio Vargas, que es fundamental para conocer la historia rosarina de Fito. Las notas de Polimeni en Clarín están a la altura, porque reflejaron los cambios de Fito durante la temporada de Ciudad. Incluí varias y lo entrevisté. También a Horacio González. De hecho, mucho de lo que me dijo Horacio, por su tono más reflexivo antes que anecdótico, quedó afuera del libro, así que alguna vez debería usarlo.

-El libro es rico en detalles. Para abordar los crímenes tuviste mucha cintura, evitando morbo y explotaciones escabrosas. Lograste una sensibilidad que no escapa a los hechos y que te permitió seguir adelante con un tono policial sin recurrir a golpes bajos.
¿Cuánto tiempo estuviste concentrando en ese hecho que es el disparador de todo lo que habría de venir?

Un montón. Te diría que todo el tiempo, hasta el último momento. Como mi intención era no ser morboso ni sensacionalista ni nada de eso, siempre supe que los crímenes tenían que estar al principio y funcionar como un disparador de la historia. Algo concreto y casi fugaz. Y una vez estaba acá en mi casa mirando El fugitivo (Andrew Davis, 1993) por Netflix y noté que tenía la estructura que yo necesitaba. Si ves la película te das cuenta de que todo lo que dispara la historia está durante los créditos iniciales: la fiesta, el asesinato, el juicio, la condena. El último crédito (“Directed by…”) aparece exactamente cuando la camioneta está por sufrir el accidente que va a convertir a Harrison Ford en fugitivo. Lo vi y dije “es por ahí”.
Creo que escribí esa intro a mediados de 2019 y desde entonces la cambié varias veces. Le fui agregando y quitando detalles a medida que la iba leyendo una y otra vez. Por ejemplo, agarré La Capital y me fijé lo que había en la tele en ese momento a esa hora. O cómo era la cuadra. En mis visitas a Rosario fui hasta la cuadra donde estaba la casa. En una de esas visitas empecé a preguntar a vecinos y comerciantes. Encontré a una mujer que vivía ahí desde siempre. Me dio detalles, me conectó con gente que estuvo el día de los asesinatos.
Ya durante la pandemia, sin poder viajar, agarré la guía, el street view y empecé a llamar a todos los que no había podido visitar. “Estoy haciendo un libro sobre Fito Páez ¿Usted vivía ahí en 1986?”. La mayoría me dijo que no o me cortó de una. Pero hubo un par que me contaron cosas que por ahí son detalles de medio renglón pero que ayudan a darle otra sustancia al libro.
Obviamente usé mucho archivo de la época. Miré fotos y videos para describir el lugar. Las dos veces que fui me quedé sentado un buen rato anotando detalles. Le toqué el timbre a los Scarafía, del Conservatorio donde estudió Fito. Después los volví a llamar y hablé por WhatsApp. Y durante las entrevistas les preguntaba a todos por esa cuadra y por ese día. Algunos conocían bien la zona y otros simplemente pasaban con el Expreso Alberdi para ir al colegio.
Al primer párrafo lo laburé mil veces. Creo que lo agarro ahora y lo cambio de nuevo. El texto encontró su forma definitiva el año pasado, cuando hice un taller de periodismo policial con Alejandro Marinelli, ex Clarín. Cuando terminó el taller le propuse que trabajáramos juntos esa intro. La vio, hicimos un par de zooms analizando el texto y viendo cómo podía mejorar. La clave fue intercalar la llegada de los asesinos con la salida al almacén de una de las abuelas. Antes estaba cada cosa por su lado. Cuando mezclé las historias funcionó mucho mejor. Eso fue gracias a que Alejandro me dijo que el texto estaba bien pero todavía necesitaba fuerza, algo que yo sabía que hacía falta porque es lo que te tiene que enganchar para seguir adelante.

-Un aporte fundamental es el testimonio de Fabiana Cantilo. Habla con vehemencia y frontalidad aún en detrimento de sí misma.
¿Te sorprendió esa honestidad brutal? 

No, no me sorprendió porque Fabiana siempre habla de frente. Tanto que hay cosas que preferí no contar. No es que las puse de manera disimulada. No las puse. Me gustó mucho cómo se recordó a sí misma durante esos años y cómo analizó la relación que tuvo con Fito. Contando lo que sufrió pero sin hacerse la víctima. Fue todo un tema laburar eso porque si bien yo quería contar todo de manera franca, no quería dejarla mal parada desde la escritura. En todo caso, si alguien (ella o cualquiera) quedaba mal parado que sea por la historia, no por mi manera de escribirla, ¿se entiende? Así que lo abordé con mucho cuidado.

-Fito trascendió las fronteras desde temprano y el libro describe con detalle los primeros movimientos de su música por fuera de la Argentina.
En nuestro país Fito es grande, sin dudas, pero ¿te parece que somos realmente conscientes de la magnitud de su música en latinoamérica? 

No, creo que no nos damos cuenta. Fito toca siempre, saca discos a cada rato (¡Este año grabó tres!), filma películas, escribe libros, ahora van a salir su serie y su autobiografía, opina de todo, lo bardean, cada tanto es TT en Twitter, colabora con todo el mundo. Está muy presente. Y creo que eso no ayuda a verlo como el gigante de la música que es acá y en todos lados. En el libro hay algunos indicios: lo que se cuenta de Cuba es un ejemplo.

-Momento de spoilers: cerrás el libro casi sobre inicio del ciclo que vería estallar a Fito de manera masiva. Es un guiño positivo luego de tanta densidark.
Ese cierre tiene mucho de generacional. El amor después del amor trascendió todo. Para una generación ese disco es piedra basal de una educación sentimental. No importa que después hayas tomado otros caminos estéticos.
¿Por qué la decisión de terminar allí?

Porque muchos entrevistados me dijeron que el período de angustia que se abre con los crímenes se cierra cuando Fito conoce a Cecilia Roth. Y justo el año pasado escribí una nota sobre Tercer mundo, entonces a la hora de cerrar el libro lo que hice fue extenderla con algunas entrevistas más y sumarla como un epílogo. Está bueno, me parece un buen cierre. Además, mucha info de esa nota surgió en las entrevistas y en el laburo de archivo que había hecho para el libro, así que de alguna manera el epílogo es más bien un fragmento que se publicó antes que todo lo demás. Completa la historia y le da un cierre ideal para que alguien más cuente los 90 de Fito, porque yo no lo voy a hacer ni loco. Salvo que me lo pida el propio Fito, claro, después de invitarme a comer, a tomar vino y a cantar unas canciones al piano. Ahí sí.

 

Por Lucas Canalda

 

 

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