Jazmín Varela presenta su nuevo libro Cotillón, una aventura psiconáutica en la cúspide del año nuevo.
Tras el abrazo sororo de Tengo unas flores con tu nombre (2018), Jazmín Varela vuelve a las aventuras con Cotillón, libro que narra las correrías psiconáuticas de tres amigxs durante las primeras horas del año nuevo.
Compuesto por 64 páginas, Cotillón es una obra donde se entremezclan química, fantasía y, por sobre todo, un sentido de la diversión que funciona como unión de la amistad.
La última noche de diciembre, tres amigxs se juntan a cenar y recibir el año nuevo. El calor, por supuesto, ocupa una silla en la mesa como una presencia imposible de evadir.
Las palabras huelgan para meternos en la trama del trío: cenan, beben, hablan; comparten una cómoda complicidad regida de risas y momentos; son familia.
Celebran su encuentro desde una terraza que pronto se vuelve una atalaya lisérgica que comprende diversos elementos que preferimos obviar para no incurrir en spoilers del flamante libro.
El Diablo aparece, con su arquetipo de energía sexual, vaticinando el lado más primario de lxs tres amigxs. Es el anfitrión a una fiesta que promete ser inolvidable, de esas que el paso del tiempo consagrada a la memoria, pero de las que nadie tiene recuerdos exactos porque no se sabe bien qué pasó.
La aventura dura un puñado de horas. La pista de baile se vuelve vertiginosa, libre de inhibiciones. El deseo y la fantasía se amplifican más allá de la tangibilidad de lxs cuerpxs, rebasando el antropomorfismo, descubriendo otras formas de erotismo.
Cotillón logra captar la ciudad que existe más allá de lo establecido por leyes y controles; la Rosario que vibra profundamente desde la espontaneidad clandestina. La fiesta inolvidable no sucede en un bar o un boliche, todo ocurre en un hábitat diferente, ideal para lo inesperado.
Lxs protagonistas recorren una nocturnidad azulada que los recibe en toda la extensión de sus rincones. Se trata de una Rosario de calles sin nombres pero con numeración. La señalización corre por cuenta de pintadas, intervenciones y grafitis; un GPS orgánico que se proyecta en las paredes de una ciudad que por la noche se habita de otra manera. “Extraño tu olor a culo” y “Fort te extraño maeameee” funcionan puntos de referencia de una urbe transitada a escala humana, caminada o pedaleada.
En la contratapa del libro un código QR acompaña a la sinopsis. Se trata de un centenar de canciones que se extienden por algo más de seis horas atravesando una diversidad de moods y sensaciones que corresponden a un viaje con principio y final que nunca vuelve sobre sus propios pasos.
Al final de la -larga- noche hay un resabio saludable en lxs amigxs. Mientras flotan pegados en una ciudad inundada de luna, entre descanso y ansiedad, lxs tres saben que todo estará bien siempre que se tengan unx al otrx.
Ese cierre confirma -otra vez- que lograr fortalezas de los gestos y guiños compartidos es una de las principales virtudes de Varela. Es una magia que se plasma en las páginas, pero que se cataliza mediante vivencias, contactos, aventuras, alegrías y angustias. Quizás el oficio de ilustradora de Jazmín ocurra en la tranquilidad de su casa, entre música, mates, radio y muchos lápices y pinceles, pero el combustible afectivo se carga viviendo con lxs demás, siendo un más entre una familia-pandilla de amigxs.
Cotillón es la tercera publicación de Varela en la editorial Maten al Mensajero tras Guerra de soda (2017) y Tengo unas flores con tu nombre. La novedad marca la buena estrella que acompaña al triángulo colaborativo que formó Varela con los editores José Sainz y Santiago Kahn. Con casi cuatro años de trabajo conjunto, la apuesta a desarrollar historias y evolucionar viene rindiendo frutos de calidad artística y estupendo trabajo editorial, detalles no menores cuando se observa el panorama lúgubre de los últimos años de neoliberalismo y que ahora resiste los desafíos que impone la pandemia. Las tres parten lograron mantener una regularidad que evoluciona siempre para mejor, resistiendo los descalabros financieros de la economía.
Cuando la cuarentena sanitaria alcanza los setenta días Varela responde algunas preguntas -a distancia- acerca de su nuevo libro, ya distribuido por las librerías argentinas.
Sobre finales de mayo Jazmín transita el lockdown sin ansías de productividad, bien lejos del imperativo de aprovechar el tiempo para ésto o aquello. Al dibujo, lo tuvo ahí, tranka. Paulatinamente fue apareciendo, casi de manera terapéutica, ayudándola a centrar todo lo que sucede alrededor.
Cotillón es una aventura de una calurosa noche de 31 de diciembre. ¿Cuánto de vivencia real hay en en el libro?
La estructura de la historia es real, pero está todo muy distorsionado. Me da seguridad y me ordena que haya algo de realidad. No trabajo con un guión previo entonces me resulta más fácil usar como base algo que me pasó e ir construyendo el relato desde ahí. Después me voy tomando licencias que me parecen divertidas, sobre todo en esta publicación que tiene un componente alucinógeno.
Algunos años atrás me contaste que una de tus metas era seguir indagando en la parte narrativa de tus libros y fanzines; desarrollar un poco más la Jazmín storyteller. En Cotillón se evidencia un desarrollo dedicado. ¿Cómo fuiste trabajando eso?
Me ayudó bastante que la historieta sea muda y no poder apoyarme en un texto para explicar o acompañar la historia. Eso me hizo prestarle atención a las imágenes y las acciones, y a cómo se leen secuencialmente. Por otro lado trabajé codo a codo con José Sainz. Él es fabuloso acompañando autores en el proceso de trabajo. Es fundamental para mi que haya una persona mirando y aportando en ese proceso. Al estar tan ensimismada dibujando hay cosas que se me pasan de largo y necesito un lector atento que me ayude.
Algo que particularmente amé fue que las calles de la ciudad no tienen señalización con sus respectivos nombres: están marcadas por pintadas. ¿Cómo saltaron esas pintadas de la calle a las páginas? ¿Qué llamó tu atención de esas pintadas en particular?
Tengo un chat conmigo misma donde voy juntando fotos de pintadas o grafitis que me llaman la atención por ser asertivas, graciosas o lindas. Y esas pintadas salieron de ahí. Algunas están en el lugar real que dibujé entonces se pueden encontrar cerca del monumento. Me pareció que estaba bien agregarle a la historieta una capa más de relato con esos detalles y me gusta el contraste que hacen las pintadas con lo que está pasando en las páginas.
Desde hace algunos años la mayor parte del día la dedicás a dibujar: sea en tu oficio como tatuadora o con ilustraciones para prints, libros propios, colaboraciones y más. ¿En algún momento lográs desenchufarte de todo ese aspecto profesional y laboral para simplemente dibujar por placer y como un relax?
El último año me costó bastante dibujar por placer, estaba muy acelerada y con una relación rara con la productividad. Cuando terminaba de dibujar en modo trabajo no me quedaban muchas ganas de hacerlo por placer. Algo que rescato de mi cuarentena es que pude volver a conectarme con eso y a dibujar sin tener un propósito, probar materiales y volver a hacerlo en plan juego.
En las últimas semanas por Instagram compartiste algunos dibujos de secuencias porno pintadas. ¿Qué onda eso? ¿Qué te dispara a ilustrar algunas secuencias en particular?
Venía dibujando cosas relacionadas a la cuarentena en un cuaderno pero era todo muy oscuro, como un ejercicio de catarsis y aunque me servía no me gustaba. También estaba mirando mucho porno, que tiene relación con la cuarentena, pero desde el placer. Entonces me entusiasmó dibujar estas escenas que tienen en común no estar pensadas para el goce de un varón hetero cis, ni tenerlos como protagonistas.
Además de su edición argentina a través de Maten al Mensajero, Cotillón se publicó en España. De hecho, el libro apareció antes por aquellas latitudes que en nuestro país.
La oportunidad surgió en un timing ideal: Sainz se encontraba desarrollando una colección de cómics para Editorial Sigilo y propuso Cotillón como primera publicación. La idea gustó y el libro se plasmó con éxito en España.
“José es mi hada madrina de la historieta”, observa Jazmín sobre el editor a propósito de la oportunidad que surgió en el viejo continente.
Algunos meses antes, Sigilo también supo publicar Cometierra de Dolores Reyes, libro acompañado por un artwork de Varela.
En una reseña del libro de Reyes escrita por el periodista Nadal Suau en El Cultural, la revista del multimedio madrileño El Mundo, hay un párrafo enfocado en el trabajo de la rosarina: “Quisiera detenerme en la portada, obra de la ilustradora Jazmín Varela, una joya que se disfraza de exotizante para jugar con la simbología desplegada en el texto, frutos y llanto y flores que podrían responder al tópico eterno de lo femenino, pero aquí se liberan gracias a una paleta de colores estudiadísima: pura reapropiación imaginativa feminista que nos recuerda el carácter colectivo, colaborativo, de la imaginación”.
La lúcida observación del español emerge como ejemplo puntual del reconocimiento que la talentosa Varela logró en los últimos tres años al desarrollar una obra propia (identidad) además diversificando su mirada en estimulantes colaboraciones con otrxs artistas.
En nuestro país, Varela logró una visibilidad considerable a nivel federal, con reseñas, entrevistas y recomendaciones en medios de varias provincias. En boca de la comunidad artística, así como también entre editorxs, comunicadorxs, periodistxs y curadorxs, su nombre se convirtió en una nueva referencia entre la ilustración joven. Hablar sobre Varela en la actualidad es hablar sobre sus libros y fanzines, pero también de una obra que desde la sencillez del gesto intimista interpela aún más, logrando interrogantes de pulsiones colectivas que transita nuestro país.
Su constancia en redes ante un público cada vez más grande, junto las sucesivas publicaciones en Maten al Mensajero, sus colaboraciones para medios como LATFEM y libros ajenos, además de su militancia en el colectivo Cuadrilla Feminista, lograron llevar su firma a ámbitos que rebasan el nicho, alcanzando el macroclima que habitan lxs talentos que ya dejaron el estadio de promesa para ser presente rotundo y futuro más que auspiciante.
El logro de ese espacio y consideración llegó luego de años de trabajo dedicado y constante; la apuesta -no tan consciente- de Varela por simplemente dibujar, logrando capturar desde el plano de la intimidad, diversas pulsiones de la sociedad argentina en tiempos de cambios, reclamos y luchas. Su trabajo se vio bien apuntalado por editores atentos y un compromiso por mantener un desarrollo de la artista mediante libros y fanzines, una relación constante con su público que vaya más allá lo virtual y encuentre un vínculo estrecho con lo tangible con presencia en librerías, comiquerías, ferias y otros espacios.
“No soy muy consciente de la visibilidad” explica Jazmín, con los pies sobre la tierra. “Trato de no pensar en eso porque empiezo a mambear con la mirada del otrx sobre mi y mi trabajo”, agrega. “Soy insegura y cualquier tipo de exposición me da ansiedad o me paraliza”.
“Sacando eso hay muchas experiencias positivas, esa visibilidad me permitió conocer personas increíbles que admiro y aprender de ellxs, y tener más oportunidades o herramientas para participar en proyectos que realmente me interesen”, comparte.
“Creo que las experiencias que me hacen sentir privilegiada en relación a este oficio son las que tienen que ver con armar redes en distintos lugares. El ambiente de la cultura y especialmente el del dibujo es re amable y generoso”, concluye.
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