Callecitas y Pasajes es un libro de historietas de Federico Grabina dedicado a los detalles del transcurrir cotidiano. Entre trazos despojados y garabatos, el autor se enfoca en la complejidad de lo sencillo.
Puede que Callecitas y Pasajes tenga algo de anomalía. En una época signada por el conteo de likes, la pose aesthetic, la necesidad de aprobación y el ruido constante, el libro de Federico Grabina se escapa de todo, desde una discreción tímida y sensible. Carece de verdades definitivas para vociferar en el plano cantapostista que se maneja hoy. Tampoco se ajusta a las tendencias estéticas reinantes que determinan el nivel de coolness que tienen determinadas personas, contenidos o corrientes. Por otro lado, como se dijo previamente, lo de Grabina tiene una timidez intimista; como un sentimiento que se expresa con la cabeza gacha, sin demasiada trascendencia. Es un libro breve que no tiene otra misión más que generar complicidad con quien maneje la misma sintonía.
Entre sus discretas virtudes, el libro de Grabina se destaca por la capacidad de capturar el transcurso cotidiano de manera sencilla y relatable. Las páginas pueden explorar temas sobre el pasado y la incertidumbre sobre el futuro, desde un marco -difuso- de la amistad y el enamoramiento.
Hay algo de espíritu narrativo cinematográfico en las viñetas de Callecitas y Pasajes, como si fueran películas lofi de los 90 y los 2000, explorando circunstancias de jóvenes que caminan hacia la adultez sin necesidad de certidumbres.
Los diálogos son espontáneos y realistas, a menudo improvisados desde el azar de los paseos sin hoja de ruta ni destino puntual. Esto crea una sensación de autenticidad y familiaridad.
Las historias suelen centrarse en momentos y experiencias comunes, como paseos, transporte, y algún escape hacia la naturaleza, dejando atrás el concreto.
La enormidad de la megalópolis se advierte a la distancia, omnipresente aunque pausada. Aquí todo sucede desde lo pequeño, en la comunicación cara a cara. Perros; gatos; árboles magníficos; complicidad afectiva; vecinos; diálogos ajenos que invaden la burbuja personal: los personajes habitan una Buenos Aires de escala humana, donde todavía sobreviven las esquinas históricas, los árboles que son refugio y las heladerías de barrio tienen identidad propia, no de franquicia.
Esta atención a lo trivial resalta la belleza y la complejidad-no-forzada de la vida cotidiana que se escurre sin que le prestemos demasiada atención. Como bien reflexiona uno de los personajes anónimos: “lo sencillo es complejo”.
Callecitas y Pasajes evita la narrativa tradicional, presentando historias fragmentadas donde, afortunadamente, la perspectiva no es clara. Grabina hace de su libro un compendio de observaciones y situaciones que no tienen una conclusión obvia. Tampoco busca una reflexión concreta. Es tarea del lector acompañar hacia alguna de las direcciones posibles.
Federico Grabina nació en Buenos Aires en 1997. Es dibujante de historietas, animador y docente.
Publica fanzines de forma independiente, además de hacer prints, posters de serigrafía y otros artículos que pueden conseguirse en librerías especializadas, convenciones y ferias.
Algunos de los títulos de Grabina son Niebla, Me siento muy bien y Me olvidé la guitarra en lo mi abuela.
Callecitas y Pasajes fue publicado en agosto por Paradojas, la casa editorial que llevan adelante Wendy Niev e Iván Riskin.
El proceso de edición que Grabina llevó adelante junto al equipo de Editorial Paradojas se extendió por tres años. De acuerdo a su autor, “al principio el libro iba a ser otro, con otra historia, pero me parecía que me estaba alejando mucho de mi estilo y de mi forma de contar historias”.
“Es muy loco cuando llega una propuesta como un libro, porque en tu mente querés hacerlo bien y profesional. Eso hace que te alejes un poco de quien realmente sos”, considera Grabina.
“Por suerte Iván y Wendy fueron muy pacientes conmigo y siempre me dieron opiniones críticas constructivas. Les mandaba todas estas historias sin ningún hilo conductor y ellos, de a poco, lo fueron encontrando y me encantó como quedó”, recuerda.
Por último, Grabina resalta algo fundamental de Editorial Paradojas: su alma bastante fanzinera.
En ese sentido, Callecitas y Pasajes posee una naturalidad espontánea que mantiene intacto el espíritu del zine, una academia donde Grabrina se encontró y desarrolló durante años. En formato libro, la antología de reflexiones toma un ropaje de formalidad mientras conserva el abordaje fresco de alguien formado desde el zine.
-La lectura de Callecitas y Pasajes es agradable. Hay una sensación de diario personal, como si fueran ideas y observaciones que anotás cuando te aparecen paseando. ¿Cuándo y cómo aparece la idea de hacer el libro?
Estos personajes que pasean por las calles y charlan llegaron a mí sin que tenga mucho registro de cómo. Me acuerdo que los empecé a dibujar en el año 2020, en la pandemia, cuando salir a la calle a caminar me parecía que era algo utópico y extraño. Algo que hacía y que hacemos todxs todo el tiempo todos los días parecía ahora algo mágico y especial. Por suerte el dibujo tiene algo increíble que es llevarte a eso que más querés y en ese momento, lo que más quería, era salir con mi ex novia y amigos a caminar. Me di cuenta que, en cierta manera, podía hacerlo dibujando. Los primeros de estos personajes que aparecieron fueron el de pelo puntiagudo y la chica de pelo negro. Al principio representaban charlas que tenía con mi novia de ese momento, pero después con el tiempo las charlas fueron siendo ideas mías, como charlas conmigo mismo en mi mente, cuando camino solo. Aunque obvio, creo que juega mucho el inconsciente y eso que pienso parte de algo real, pero lo que quiero decir es que lo que charlan los personajes no pasó explícitamente en serio. A veces la gente que veo en la calle son disparadores de ideas. Creo que siempre intento destacar lo increíble en lo cotidiano y normal.
-Aunque nunca llega a tomar un protagonismo rutilante, lo conversacional es fundamental en este libro. Los personajes levantan la mirada, observan y sienten sus alrededores.
Los diálogos son tanto interrogantes como disparadores. Permiten volar sin estar atados a “conclusiones” ni ser planteos principales.
¿Cómo manejaste ese equilibrio para los diálogos? ¿Fue algo premeditado o salió de manera orgánica?
Me gusta esa observación. Un amigo mío me dijo “me gusta que en ningún momento los personajes quieren bajar línea de algo, o tirar alguna posta”y es cierto, no me había dado cuenta. La mayoría de los diálogos creo que salieron de una manera muy orgánica, sin un guión previo por ejemplo, la primera historia, en la que hablan de que en la escuela entre compañeros ayudaban a copiarse en los exámenes, en realidad se me había ocurrido hacer toda una historia sobre unos chicos que se ayudaban a aprobar un examen, pero como me parecía muy difícil hacer esa historia, pensé “bueno quizás puedo hacer a dos personas hablando sobre eso, en plan anécdota” y me gustó. Ahí acomodé una historia distinta que se me ocurrió y la adapté a un formato que me parece más fácil y cómodo, que es este de dibujar a ellos caminando por la calle.
-Disfruté del libro porque retrata algo que en Rosario, así como Buenos Aires y tantas otras ciudades, está en pleno auge: la gentrificación. Con demoliciones de arquitectura amable llegan edificios sin identidad, planificados por constructoras que “desarrollan” a partir de calculadoras.
Dibujar esas calles, esquinas y pasajes que van desapareciendo es una manera de hacer registro para la memoria colectiva y afectiva.
¿Cuánta carga de conservación romántica tiene este libro?
Qué bueno que lo hayas podido disfrutar y sentirte identificado con el tema de las demoliciones de casas y edificios antiguos. La carga es bastante, yo creo que siempre sentí que milité ideas y pensamientos desde mi dibujo, y siempre tuve pasión por la edificación antigua. A veces siento que soy nostálgico de más y trato de equilibrar ese pensamiento con intentar seguir adelante y pensar que aunque sea terrible, las cosas cambian y avanzan, y ya que aceptarlos. Aunque…qué edificios horribles los nuevos, ¿no? No tienen alma.
-Por otro lado, como dice un personaje, acá no se trata de una romantización empecinada en resistirse, en todo caso, el personaje acepta, preguntándose qué puede hacer un tipo común y corriente. ¿Pasaste por algún proceso similar?
Sí, me pregunté qué tanto puedo hacer, pero lo único que me sale es dibujarlas, que encima, no siempre son calles de las que me baso en fotos, a veces son desde mi imaginación, haciendo memoria fotográfica de lo que vi.
-¿Cuáles son las sensaciones para el fanzinero y punk de toda la vida cuando llega el libro?
Cuando de chico leí a Liniers y entendí que yo también podía hacer esto, la meta de dibujar cómics era algún día sacar un libro. Después de más grande llegó el punk y los fanzines y se me abrió un mundo lindo de puertas, estilos y creaciones. Creo que para todo dibujante de historieta que quiera sacar un libro, es esencial pasar por el mundillo fanzinero, por la autopublicación y por como autopublicarse. Ojo, que ahora hice este libro, pero tampoco viene todo de arriba, hay que venderlo y moverlo, que es todo un trabajo también.
-¿De qué manera conviven el dibujante y el docente de dibujo? ¿Se superponen? ¿Son la misma persona o es que habitan dentro de la misma persona?
Creo que son distintos, pero cada tanto se unen. Desde el lado dibujante, me siento un poco más ingenuo, dudoso y desconfiado, porque mostrar tus dibujos al mundo es difícil. Desde el lado de docente, creo que con mis dibujos soy un poco más cerrado, y me concentro más en lo que quieren o lo que tienen que hacer mis alumnxs. El trabajo de docente me enseñó mucho a tener autoconfianza en lo que digo y también a cómo transmitir. Nunca me imaginé siendo docente, es loco estar del otro lado. Hay algo que es muy loco de ver que es la cara de unx alumnx cuando hace un click. Es como que le brillan los ojos. Me gusta la docencia, y ser docente de arte es algo muy abstracto también. Es un gran desafío evaluar el arte de otra persona hoy en día, y me pone un poco a prueba, siempre.