PABLO TRAPERO: LO SINIESTRO DE LO FAMILIAR

Pablo Trapero y Martina Gusmán, el director y la protagonista de la película La Quietud, se adentran en una historia donde los silencios ocultos de la clase alta argentina cortan en profundidad.

Luego del suceso de crítica y taquilla de El Clan, Pablo Trapero, ganador del León de Plata al mejor director en el Festival de Venecia en 2015 por el filme que retrata a la familia encabezada por Arquímedes Puccio, está de regreso con un estreno que lo tiene en el doble comando de guionista y director.
La Quietud, una coproducción entre Argentina y Francia, está integrada por un elenco pluricultural encabezado por Martina Gusmán -su actriz fetiche, esposa y socia en la productora Matanza Cine- la franco argentina Bérénice Bejo, el venezolano Édgar Ramírez, Joaquín Furriel y la inigualable Graciela Borges.
Según informa la gacetilla de Sony: La Quietud es una idílica estancia familiar donde Mia (Gusmán) creció con sus padres. Una situación inesperada la obliga a reunirse con su hermana Eugenia (Bejo), quien regresa tras años viviendo en París. El reencuentro ocurre bajo la mirada implacable de su madre, Esmeralda (Borges). Un nuevo giro hará que el marido de Eugenia, Vincent (Ramírez) llegué a La Quietud y junto a Esteban (Furriel), escribano y amigo de la familia, se sumerjan en una trama íntima repleta de secretos. Pero muy pronto Mía y Eugenia enfrentarán una verdad capaz de cambiarlo todo.
En una trama de interrogantes endogámicos entre generaciones y verdades aparentes que no terminan de decirse en voz alta, Trapero sigue adentrándose en un espectro de intimidad familiar que, entre contrastes, logra una continuidad con la historia de los Puccio. En el Matriarcado encabezado por Esmeralda lo oculto corta en profundidad, atravesando sangre y carne, retratando una clase alta argentina que elige mutar sus pulsiones hasta que se pierde la hegemonía de control.

La Quietud es una estancia, pero más importante, es una postal que se quiere sostener aún cuando empiezan a explotar los secretos guardados. La Quietud es una fotografía, todo lo que se congela en un click de la cámara y absolutamente todo lo que circula alrededor de esa pose”, apunta Gusmán.
La película se divide entre dos grandes mitades. Una primera mitad donde se va cargando y cargando la tensión. Luego todo explota”, adelanta la actriz, sin spoilers puntuales.
Mía -rol que la reúne con Trapero tras Elefante Blanco del 2012) – es la protagonista central de un entramado familiar de clases altas que cargan con silencios peligrosos. El más poderoso vínculo del filme es la relación entre dos hermanas, una elaboración que empujó a Gusmán y Bejo a trazar un campo de acción más allá del set de rodaje. La relación simbiótica entre Mía, Eugenia y Esmeralda -la matriarca inexpugnable de Borges- forman una tríada femenina que da núcleo al largometraje.
Según explica Gusmán, “En esta película los hombres son funcionales, claramente. La película son ellas tres. Es un matriarcado magnético. Desde esa perspectiva es una película muy actual. La Quietud aborda el rol de la mujer desde diferentes aspectos, del empoderamiento femenino, de las relaciones intrafamiliares. Hay una visión sobre lo que se dice, lo que no, lo que se oculta, el amor, el desamor, el encuentro, el desencuentro. La locura, la infidelidad, la sexualidad, hasta el aborto toca. Es un abanico muy actual”.

– ¿La actualidad de la historia la encontraste desde el primer encuentro con el guión o fue una lectura que hiciste durante el rodaje? Sin dudas tiene ataduras muy fuerte con el contexto que vivimos, especialmente dentro de muchos senos familiares.

Lo pienso desde toda la narrativa. Todos y todas buscamos amor, todos buscamos ser reconocidos. Los desencuentros son parte de nuestra vida cotidiana. Eso nos iguala. Tenemos una capacidad de resiliencia ante encuentros y desencuentros que nos marcan. Todos nos planteamos qué haríamos por la familia. Es una película sobre vínculos muy primarios, de emociones muy instintivas y básicas. Se mete en el lugar de la sexualidad de cada uno como una forma de expresión. Creo que la película te invita hasta en la incomodidad, hasta que digas “No, yo con esto no quiero saber nada”. Cuando provoca tanto rechazo en ciertos puntos, digo, mmmmm, a ver, qué está pasando acá.  Es una película que no te deja afuera, por cercanía o empatía, o por rechazo y malestar. No es una película que te va a resultar indiferente. Va a lo básico de las relaciones humanas. No deja de provocarte e invitarte a la reflexión. Movilizarte a ese lugar tiene que ser parte esencial del arte. El vínculo entre hermanas es re hiper simbiótico. La madre, es una especie de Cruella de Vil. Todos los personajes representan algo arquetípico. La hermana que viene de afuera, pero no deja de ser una extranjera en su propio hogar familiar. Todos son parte de un mismo personaje, la familia, protagonista real de la película.

– El reparto es uno de los puntos fuertes de la película. A la diversidad de métodos se le suma hasta algo generacional, me refiero a Graciela, una fuerza en sí misma. Tu personaje es el hilo conductor por lo que tuviste que encontrar dinámicas diferentes para cada uno de tus compañeros.

Trabajar con Graciela fue deleitarse con un icono del cine argentino. Aprendimos mucho con su forma de trabajar. Fue observarla y deleitarse. Mi gran desafío dentro de la película fue encontrar el punto justo para insertarme entre tantos buenos actores. Mi personaje interactúa con todos en la trama. Tuve que encontrar con cada uno una metodología y modalidad de trabajo, porque una cosa es Graciela y todo el cine argentino con su forma y su naturalidad, Bérénice actriz francesa con su metodología europea, Edgar que si bien es latinoamericano trabaja en Hollywood, Joaquín que viene del mundo de la tele, entonces mi personaje pivoteaba con todos y la que va provocando esta supuesta inquietud, como una especie de olla a presión.

– Con Bérénice tuvieron que crear una relación simbiótica entre dos hermanas, ese es un universo muy íntimo y único. ¿Cuál fue la construcción que hicieron con ella?

El desafío más grande en este proyecto fue ese, precisamente. Saber ubicarme en un universo que no existía. En Carancho (2010), por ejemplo, tenía el universo de la médica. En Leonera (2008), el universo carcelario. Esos universos condicionaban el personaje, al menos, como punto de partida o sostén. En La Quietud me encontré con un personaje de una familia super disfuncional, en el núcleo de una familia super conservadora, pero que podía ser cualquiera de nosotros. El universo a explorar tenía que ver con la simbiosis con estas hermanas. La película son ellas, todo lo que se genera a su alrededor en años de silencios y ocultamientos. Hay un doble parte de Mía, que es su hermana. Eso fue muy fuerte, realmente. Buscar y desarrollar ese vínculo, entre distancias y poco tiempo, fue el principal objetivo. Viajamos tres semanas a París y estuvimos trabajando a pleno con Bérénice. Se dio algo medio familiar, todo el tiempo juntas, trabajamos construyendo el vínculo. Con Bérénice nos propusimos juegos para conocernos mutuamente. Elegí fotos y canciones de mi adolescencia, cosas que me fueron marcando a lo largo de mi infancia o adolescencia, para compartirlas con ella. Al mismo tiempo, ella hizo lo mismo desde su lugar. Yo le mandaba fotos con mis hermanos en mi primera vacación a los cinco años, cuando egresé en la primaria, la canción de mi primer beso a mi primer novio.  A partir de allí fuimos armando una especie de construcción. Cuando llegó Bérénice a Argentina para el rodaje, le propuse vivir conmigo. Entonces estábamos todo el día juntas. Jornada de rodaje, luego en casa. Yo la llevaba, la traía, prepararemos la cena juntas. Estudiabamos juntas cada escena, las propias y las ajenas. Fueron semanas intensas de estar todo el día juntas, pegadas, pero esa simbiosis era necesaria, en caso contrario no había forma de lograrla. Bérénice, por otro lado, se sintió muy contenida de esa manera. Tengamos en cuenta que fue muy fuerte para ella estar acá. Nació en Argentina, pero se fue muy chiquita. Fue un volver para ella, también. Todo eso sumó al resultado final del trabajo que hicimos.

– Tus roles en el cine tienden a echar luz sobre problemáticas socio políticas. Con cada proyecto te involucras en esa problemática, de alguna forma u otra. ¿Es parte de la inmersión en el papel?

Me encanta eso, verdaderamente es lo que más disfruto. La actuación te permite ser un vocero laico, de representar muchas historias que la gente desconoce, de movilizar, conmover y provocar reflexión. Me gusta eso de la actuación, por un lado, vivir un montón de vidas en una, algo medio infantil que me divierte. Desde una cosa más adulta, tiene que ver con este lugar de llevar adelante ciertas discusiones. Ojo, no es que no pueda hacer una comedia o algo más pasatista o de entretenimiento, proyectos que también están buenísimos, pero en lo personal, me siento más incompleta, me siento más plena cuando siento que esa representación tiene un plus de reflexión, de conmover o provocar, visibilizar una realidad que se desconoce. Cuando está ese plus es cuando se me resignifica todo de otra forma. Te doy un ejemplo: Ahora estamos haciendo prensa, hoy en Rosario, la semana próxima nos vamos a Córdoba. Allá quiero conocer a una chica que entró a una residencia universitaria de una fundación de la que soy voluntaria. Me contó que había entrado a la residencia, pero no sabía qué estudiar. Gracias a lo que vio en El Marginal, me conmovió tanto el trabajo que decidí ser trabajadora social. Entonces, de repente, conocer esa historia me resignificó todo el trabajo.

– Las actrices tuvieron un papel fundamental en el debate y proyecto por el aborto legal, seguro y gratuito. Se comprometieron a fondo, debatiendo y llevando su voz ante representantes y medios de comunicación. Lograron una visibilidad que llegó a las mesas, que generó un debate en los hogares del país. Si bien pasaron algunas semanas desde la votación en el Senado, ¿cómo lo sentís ahora?

Lo siento esperanzador. Es la palabra justa. No siento que perdimos. Ganamos el haber abierto un discurso y ya no hay marcha atrás. Más tarde, más temprano. Van a querer cambiar distintos ítems dentro de la ley, pero ya está. Es un debate que está recontra abierto. Tal vez requiere maduración, o por ahí fue que la sociedad no estaba suficientemente madura como para llevarlo a cabo. Se mezcló todo, todo pasó a ser confuso. Los mensajes se entrecruzaron. He recibido comentarios horribles del tipo “yo pensaba que vos eras tal cosa”. Una mezcla muy confusa. Es ridículo pensar que habrá más o menos abortos porque salga la ley. Una mujer que decida abortar, lo va a hacer, sea legal o ilegal. Una mujer que no quiera hacerlo, no lo va a hacer. Lo importante es que la mujer que tomó la decisión, por el motivo que sea, lo va a hacer de una forma gratuita y segura. Punto. Estamos hablando de eso. Yo estoy recontra a favor del aborto, pero es una decisión personal saber qué haría en esa situación. Sin embargo, una no puede pensar en su propio ombligo. Hay que pensar mucho más macro. Es una sociedad con mujeres que no tienen la mismas oportunidades que vos, con nenas que fueron violadas, ante mil variantes que pasan no se puede mantener un pensamiento tan obtuso. Claramente se demostró que le falta maduración, pero hoy lo vivo con esperanza. Ese día fue con mucha tristeza. Cuando salió Diputados, lo viví con entusiasmo total. Pensé que no iba a pasar esa etapa, la verdad. Llegué al Senado pensando que me iba a sorprender una segunda vez. Se demostró que falta maduración, pero va a suceder, lo sé.

– Sos una mujer del cine desde hace más de una década. Primero como actriz, hoy también como productora ejecutiva de Matanza Cine. No son tantas las directoras, productoras o guionistas en el mainstream de la industria nacional. ¿Qué observación hacés de eso?

Es representativo de lo que pasa a nivel mundial. No es excepción lo que pasa en este rubro. Hay un revuelo relacionado con el empoderamiento que, como todo movimiento histórico, en una primera instancia hay un sacudón hasta que se logra un equilibrio. Son muchos años para llegar a ese equilibrio porque, claramente, se ha vivido muchísimo tiempo de una situación muy despareja. Todo va a ir encontrando un equilibrio propio. Ese empoderamiento tiene que ver con el germen de los cambios históricos, con el cambio de los paradigmas. Hay un desequilibrio muy grosero en la industria del cine, sin dudas, pero es igual al resto de las industrias. No creo que solo particularmente sea en el cine.

– Te conocemos por años de trabajo en la pantalla grande, sin embargo, hoy estás experimentando una especie de fenómeno con El Marginal en Argentina, pero también en Francia, donde ahora sos conocida por el programa. ¿Te interesa ese equilibrio entre películas y series autorales que propone el paradigma actual para muchos actores y directores?

Se abren plataformas que se relacionan con cambios generacionales. Con la propia demanda de las personas. Cada vez es más difícil llevar la gente al cine. El formato de serie, con su duración más breve, permite una posibilidad narrativa diferente que a la gente, claramente, le entusiasma. Se genera más posibilidad desde ahí. En el arco narrativo, la película te permite uno solo, mientras que una serie de ocho capítulos tenés más posibilidades de contar otras cosas, de desarrollar siempre algo más. Es una ventana super interesante para explorar. Es algo que me permito, tanto para hacer como aprender y explorar. Esa posibilidad de exploración me estimula, me lleva siempre a más. Yo hoy no puedo pensarme como abocada exclusivamente al cine, sería restringir mi curiosidad, mis ganas. Destaco que las series tienen una impronta cinematográfica muy fuerte que se combina con una masiva instantánea, casi. El cine, por supuesto, también genera lo mismo, pero el consumo es muy diferente. Tal vez se deba a cómo dispone la gente de su tiempo libre, qué elección toma para su rato de ocio. En Francia u otros países con festivales de cine históricos, algunas de mis películas fueron recibidas super bien, pero de repente me reconocen por El Marginal porque la había comprado Canal Plus. ¡Fue todo muy raro! La posibilidad de las series trae esa ventana.

Un horizonte verde interminable capturado en Panavision confirma que La Quietud marca un nuevo estadio en la obra de Pablo Trapero. El estreno, ambientado en un verde de vértigo horizontal -parafraseando a Pierre Drieu La Rochelle- se corre de la claustrofobia urbana de concreto, óxido y asfalto que abunda en la producción fílmica de la última década del oriundo de San Justo. Esa libertad, ese oxígeno, marca un regreso a los cielos abiertos e impolutos de Familia rodante (2005). Pero el aire no tarda mucho en contaminarse, ya que, paulatinamente, la claustrofobia se internaliza en los vínculos familiares endogámicos, es una oscuridad emocional de secretos y estallidos que no desconocen las consecuencias. 

– Hay una decisión vehemente del Trapero productor, guionista y director por hacer de La Quietud el basamento para una nueva etapa en tu obra. Los contrastes se marcan con la materialidad de filmes anteriores y ahora un campo interminable. La testosterona de El Clan contrasta con este matriarcado de Graciela Borges.  ¿Por qué nace esa necesidad?

Nace por la necesidad de buscar algo diferente. El Clan fue una experiencia muy muy linda. Realmente fue muy sorprendente todo lo que se generó antes, durante y después de ese proyecto. Como todos sabemos, superó expectativas de todo tipo, hubo premios, espectadores, festivales, todo eso y mucho más. A partir de eso, sentí la necesidad de un reset. Entre todos los proyectos que venía pensando sentía que era el momento de buscar algo que, por lo menos, a priori fuera diferente. En cierto sentido, ponerse a pensar esos contrastes ayuda mucho. El Clan fue una película muy varonil, de hombres. La Quietud es una película de mujeres magnéticas, que busca salir a exteriores, son decisiones manifiestas y bien conscientes. Ese contraste que vos marcás, ayuda a pensar adónde quiero ir. Principalmente, más allá de esos contrastes, siento que hay una continuidad, a pesar que suene contradictorio. El Clan trata una familia muy especial, muy endogámica, muy oscura y llena de violencia. La Quietud, de una manera diferente, sigue en ese universo, le da una continuidad. Esta familia, estas mujeres, están llenas de misterios, de secretos, de una violencia silenciosa que se va develando a lo largo de la película. Si bien entre ambas películas hay muchas cosas diferentes y contrapuestas, hay cosas que, silenciosamente, se continúan. Eso era parte del desafío, esa búsqueda me estimuló a ir por más. Fue preguntarme cómo encontrar una película que pudiera continuar con algo de lo que se contaba en El Clan y, a la vez, resetear y buscar un universo nuevo. Creo que también esa es la gran propuesta para el público. Descubrir similitudes y diferencias con las películas anteriores.

– ¿Ese reseteo es sobre tu última etapa, el tiempo post El Clan o ya es sobre toda tu carrera?

No, yo no hago ese análisis tan detallado hacia tan atrás. Nunca vuelvo a ver mis pelis una vez que las termino. Están ahí para que las vean los demás. No tengo ese análisis tan lejano, es una cosa más intuitiva de reacción del momento, si querés.  Es preguntarme, casi como un reflejo, cuál es el próximo paso. Sentí que en ese siguiente paso tenía que ir en esta dirección. La Quietud habla de un tipo de cine que fue muy importante en mi formación y que es importante hasta hoy, sin dudas. La película remite a directores como (Luis) Buñuel, (Leopoldo) Torre Nilsson, aunque parezca contradictorio, también remite  (Alfred) Hitchcock. Son directores que han sido parte de mi formación, siguen siendo referentes al momento de escribir y pensar proyectos, siguen siendo pasiones que habitan en uno. Creo que en ese sentido, quizás, es más novedoso el acercamiento, el tono, hay una cosa un poco surreal que quizás no estaba presente antes, pero como una especie de surrealismo cotidiano donde lo más absurdo se vuelve corriente y aceptado, tanto por los personajes como por el público.

– La película tiene un elenco pluricultural, donde la aproximaciones de los intérpretes es muy diversa. Martina, Bérénice, tienen sus métodos, sus formas.  La matriarca de la familia es interpretada Graciela Borges, una actriz icónica que marcó un antes y un después. ¿Dónde te ubicaste para manejar tantos tonos?

La Quietud en muchos sentidos fue un desafío para mi. Al mismo tiempo, fue un privilegio. Ese privilegio fue poder trabajar con todos actores y actrices que yo admiro, respeto y, en algunos casos, quiero como a Graciela. Todo el elenco, Edgar, Bérénice, Joaquín, Martina, son todos actores que tienen mucha precisión, mucha intensidad, mucha experiencia, pero todos en tonos y universos diferentes. Graciela, así como La Quietud fue una oportunidad de volver a laburar con Marti después de mucho tiempo, era la oportunidad de trabajar con Graciela Borges. Como hablábamos antes, para alguien con mi formación, Graciela es un icono en sí mismo. Trabajar con ese icono era un gran desafío, cómo convertirla en un personaje que sorprenda al público, que emocione. Fue muy lindo porque hay diferencias de estilo y también generacionales entre cómo trabajamos ahora, en cómo trabaja Martina, cómo trabaja Graciela. El reto, para mi, fue tener a todos ellos juntos en una escena y darles herramientas a todos para que estén en la misma escena, en la misma película. Es una película donde los tonos juegan mucho. Martina no habla el español que habla en la calle. Bérénice habla con un acento de alguien que viene de afuera porque es parte de su personaje. El personaje de Edgar, Vincent, viene con un acento mezclado entre venezolano, francés, argentino. Graciela tiene un acento propio, casi. Estaba ese gran desafío que era encontrar todos estos distintos colores en las voces como parte de la propuesta. Pienso que hicimos una película que emociona al público y lo sorprende por lo variado.

– La película tiene una conexión inmediata con un presente en que estamos discutiendo: hipocresías de clases, secretos entre familias, silencios que estallan.

Hay una sincronía sorprendente que el público va a notar. No quiero contar la película, pero hay asuntos que mucho tienen que ver con los temas que, por suerte, están finalmente en las noticias y en muchas mesas. Creo que la película llega en un momento justo, va a ayudar a seguir dando debate en ese universo. La Quietud da voz a esos secretos de familias; algunos son secretos a voces, otros que nadie imaginaba, de esos que cambian percepciones. Hay algo de esa conexión entre lo que cuenta la película y lo que está pasando hoy en la calle que va a movilizar mucho al público.

– ¿Cómo es llevar adelante una empresa de la magnitud de una película, que demanda años de desarollo y planeamiento, dentro de un contexto económico que no se estabiliza ni diez días?

(Se agarra la cabeza durante unos segundos y sonríe) Es muy complicado, muy. Lo mismo que vivimos en una casa, aplicalo en la escala de lo que es una película. Realmente siempre es hacer cine es muy riesgoso y muy azaroso, uno tiene que estar dispuesto a correr ese riesgo, en caso contrario, no podés hacer cine. Siempre en nuestros países pasa esto. Desafortunadamente, es impredecible nuestra economía. Las cosas cambian todo el tiempo. Eso es parte del desafío que yo entendí cuando estudiaba cine. Hice películas con el corralito, sin el corralito, empezando con el dólar a un valor y terminando con otro valor, en pesos, patacones, en todas las monedas que hubo en este país. Siempre desafortunadamente, esta es mi novena o décima película, con la sensación que nunca sabés qué va a pasar. No importa cuántos espectadores hayas hecho, no importa cuánto público haya ido, cuánto haya costado la película, siempre la sensación vértigo y riesgo está muy presente. La Quietud no es la excepción, por supuesto.

– La industria hoy propone un intercambio entre cine y televisión. Se mueven nombres importantes entre ambos lados. Por un lado se genera una visibilidad muy necesario para estos tiempos. Por el otro, hay una hibridación narrativa, de alguna manera. Algo que está en pleno desarrollo por estos días, pero falta para que podamos tener una perspectiva real.

Mirá, es una buena pregunta porque creo que todo está un poco vinculado. El cine, los grandes cambios que hay en el cine hoy en día, no son de métodos de producción sino de cómo se ven las películas. Cuando empecé a hacer cine el gran debate era cómo hacer cine. La gran cuestión era reflexionar y abordar en cómo influían los cambios de tecnología en la manera de producir. Estábamos muy atentos y buscábamos nuestro camino entre el fin del celuloide, el principio de las tecnologías digitales, cómo todo eso iba modificando y afectando la manera de filmar y pensar las películas. Hoy eso afecta a las maneras de ver las películas. Sabemos que ya el cine en la sala, es sólo una forma y un paso para la siguientes maneras de ver cine. Pienso en una tableta, un teléfono, el streaming, las múltiples posibilidades de la Internet. Negar esas maneras de exhibición es un error. Nosotros como realizadores tenemos que entender que, así como en su momento, pasó del mudo al sonoro, o del blanco y negro al color, hoy todos estos cambios también un desafío para nosotros que hacemos las películas y las historias .Hoy también hay maneras de contar historias en otros formatos. Tenemos series de una calidad cinematográfica y donde podés seguir un personaje a lo largo de episodios o temporadas. El cine no te da eso, te da otras cosas maravillosas, también. Me parece que no necesariamente una elimina a la otra. Son distintos caminos. Es importante entender eso. Es escuchar música en un concierto o en tu casa, o verla en un estadio. No es lo mismo un unplugged en un bar que esa misma banda en un mega recital, o en un teatro o escucharla en tus headphones o en un Hi-Fi en tu casa. Son todas maneras distintas de escuchar probablemente la misma canción. Pienso que el cine o esta manera de contar historias también es distinto. No es lo mismo ver una película como La Quietud, que es la primera película que se hace en Panavision acá, que está pensada para verse de una manera, que la serie que estoy haciendo ahora para Amazon, Zero, Zero, Zero (basada en el libro del napolitano Roberto Saviano). Es la primera serie de Amazon desde un aproach más internacional. Es una producción que se filma en cinco países, en seis idiomas distintos, que cada uno de esos episodios es prácticamente una pequeña película de cincuenta minutos. Estamos filmando entre cuatro y cinco semanas por episodio. Ese laburo para mi es un experiencia novedosa y sorprendente en la que estoy aprendiendo un montón. Estoy trabajando en eso desde que terminé La Quietud, marzo o abril. Cuando terminé la parte de postproducción de la película me fui a filmar la serie. Volví ahora para el estreno. El 30 de agosto se estrena acá. Después, a principios de septiembre llega a Venecia y a Toronto. Luego de eso vuelvo a trabajar a Marruecos, me quedan dos meses más de filmación de la serie. Eso es justamente parte de lo que venimos hablando. Todo esto fue pasando en paralelo a la filmación de La Quietud, mientras filmaba, editaba, ahora que estoy estrenando. Son dos experiencias muy diferentes, pero que me permiten explorar formas narrativas que no tienen nada que ver entre sí.

– ¿Cómo es trabajar afuera? ¿Es posible generar en el exterior ese reseteo que mencionaste antes?

No importa el puesto, no importa el tipo de producción, lo que moviliza una película o una historia es el corazón de lo que se está contando. Es muy loco porque es algo que fui aprendiendo con los años, pero que se confirma una y otra vez. Si no hay buenos personajes, si no hay historias con intensidad, si no hay compromiso entre historia y personajes, es todo inútil, la cosa no funciona. Por lo menos es mi manera de trabajo. Eso es lo que yo me llevo cuando a trabajar para otro lado. Tiene que haber una relación y una simbiosis entre la historia y los personajes. Los problemas de producción, no importa cuánto dinero tengas, siempre terminan siendo lo mismo. Tenés que saber sacar lo mejor de tus actores y de tu equipo en condiciones que no siempre son las ideales. No importa cuánto dinero tengas, si tenés que filmar con sol y llueve una semana tenés que pensar cómo resolver. Parás una semana y si tras esa semana el actor se tuvo que ir a otro trabajo, no hay dinero que te dé esa semana de sol que necesitás. Tenés que terminarlo en esa semana, no hay otra forma. Ese tipo de conflictos son afines a un cortometraje donde no hay un mango así como también a una mega producción. Me viene a la mente otro ejemplo de puede surgir: tenés todas las herramientas de producción, pero tenés que hacer una escena romántica de mucha intensidad en el momento en que tu actor se está separando o se murió el amor de su vida, ¿cómo hacés para convertir a esa persona?, ¿cómo hacés para que esa persona pueda olvidar todo ese dolor para dar una escena romántica? Ahí no hay dinero, no hay presupuesto, no hay nada que modifique esa situación. Hacer cine es enfrentarse todo el tiempo a conflictos que van más allá de la planificación y del presupuesto. Hacer cine es saber convertir ideas en escenas e imágenes. Eso es lo mismo en todos los idiomas y en todos los países.

Texto – Lucas Canalda
Fotografías – Renzo Leonard

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