GORI & SU TEORÍA DEL TODO

Desde los noventa, Gori ensaya una misma hipótesis: que la música puede explicar nuestro mundo. Entre discos, bandas y paternidad, esa búsqueda se volvió tanto una manera de vivir como un acto creativo imparable. En Mambo Gratis, su disco solista, esa energía se hace tangible: canciones que fluyen de lo doméstico al escenario, del caos al humor, de la risa a la fantasía que no se puede soltar. Es un disco que encierra la urgencia de un músico que no sabe —ni quiere— detenerse.
Gori sigue componiendo, mezclando proyectos y generaciones, rindiendo homenaje a lo que lo formó y explorando caminos nuevos. Cada canción es un fragmento de su teoría del todo, un intento de entender, desde el bajo, la guitarra y la voz, cómo el caos de la vida cotidiana puede transformarse en algo bello. Mambo Gratis es la evidencia de que, para él, hacer música es la única forma de sostenerse en el mundo, con fantasía, irreverencia y una disciplina rara que se siente infinita.

 

Hay muchas teorías del todo. La principal, claro, remite a Stephen Hawking. Pero hoy, un domingo por la tarde en el barrio de Pichincha, con frío y garúa, nadie se inmuta por teorizar con experticia sobre física. Gori lo intenta, enlazando ideas a propósito de preguntas que no son preguntas, sino disparadores: química de la canción, química de la ansiedad, química de la risa. La química del todo, hilvanando discos, vida, familia y métodos, antes de probar sonido.
El QTP huele a humedad, la vereda está salpicada de charcos repletos de residuo alérgico de los platanos, y dentro, entre risas y abrazos de cordialidad por la complicidad espontánea, hay sinceridad. “Esperá. Fueron muchas preguntas en muy poco tiempo”, confía Gori, arrastrando las palabras, acomodando la teoría que va a contar, la suya, su todo.
Está en Rosario para tocar con Fantasmagoria, su banda insignia, una noche fría y gris de domingo en el ciclo Electric Monkeys, junto a Greta y Las Voces y Grassa. Hay una excusa puntual para el encuentro: su reciente disco solista, Mambo Gratis. Solista, pero nunca solitario. Gori es ante todo un ser gregario, criatura de sótanos, de escenarios y, cuando puede, de rutas argentinas y otras latitudes.
“Sí, es que me parece que tengo como muchas facetas, entonces me divierte armar proyectos. Tengo más proyectos. Ahora quiero tocar con mi hija Joy, que tiene una batería de juguete. Entonces no, imposible quedarme quieto”, confiesa, como si la imposibilidad de detenerse fuera la única ley que reconoce.
Difícil es parar, como bien canta Juanse, el padrino de Joy. La vida sigue adelante, a veces compleja, pero nunca lo suficientemente nubosa como para aterrizar del todo. “El clonazepan te tranquiliza y te aísla del caos, de toda la tragedia que puede haber en esta vida ordinaria. Entonces te pone en un mood, a mí por lo menos me sirve. Cuando bajo, escapo, para emerger con algo encontrado”, dice.
Ese algo, claro, son canciones. Muchas. Pop, hardcore, psicodélicas, chiquitas, gancheras, rifferas. Siempre hay algo bajo el brazo. Hoy no es la excepción.
La charla continúa entre risas y pausas, entre fotos, flashes y miradas que se cruzan sobre la vereda húmeda. Las preguntas —ya no simples disparadores, sino hilos— empiezan a tirar de él hacia relatos más largos, más cercanos, más suyos.
Habla de componer, de ensayos, de grabaciones a distancia, de salas que se llenan de sonido hasta que algo, de repente, encaja. Habla de su hija, de proyectos que se superponen, de discos que nacen en la madrugada.  Habla de su imposibilidad de parar, de su necesidad de hacer música sin reglas ajenas.
Y en ese flujo de palabras y anécdotas, Mambo Gratis se asoma como una consecuencia natural: un disco que no intenta ser nada más que él mismo en acción, el reflejo de un impulso vital que no se detiene, que hace, siempre hace.
Ahí, en la vereda del QTP, entre frío, garúa y risas, Gori deja entrever su todo: la música, la familia, los proyectos, el caos domesticado y el caos creativo. Todo al mismo tiempo, y todo perfectamente mezclado.

Hace un tiempo el otrora guitarrista de Fun People reunió un conjunto de seis canciones y solicitó la colaboración de Chino Biscotti, baterista de la banda Cadena Perpetua, para grabar las baterías. La dinámica con Biscotti permite trabajar en el estudio sin ensayos previos, utilizando un sistema de señas para indicar intensidad, cortes y cierres de cada tema. Posteriormente, el artista grabó guitarras, bajos y voces desde su hogar y confió la mezcla final a Kolo Taccone.
Mambo Gratis, se caracteriza por su tono alegre y necesario para cantar, ofreciendo una especie de burbuja de color frente a la ansiedad constante y el bombardeo sensorial digital, consolidándose como un proyecto musical pensado tanto para la escucha como para la experiencia emocional del público.
Nadie lo esperaba. Tampoco nadie lo pidió. Sin embargo, al darle play al disco, aparece un disfrute que no sabíamos que necesitábamos. Un efecto Bolan: breve, divertido, bailable, cantable, pop y con un desfile estelar de personajes corridos de lo políticamente correcto, que flotan entre la fantasía y la imposibilidad lúdica. Antihéroxs ficticixs para pósters de adolescentes gliteratis, ahí donde Bolan se encuentra con la toxicidad bohemia de Gainsbourg.
«Samy», «Billy» y «Huracán» son canciones ciento por ciento Gori, que beben del power pop y que necesitan subir el volumen peligrosamente al máximo, escapando a la tiranía restrictiva de los teléfonos y las computadoras.
Mambo Gratis es directo y genuino, sin pretensiones ocultas. Su objetivo es claro: bailar descalzo en casa, con la música de fondo, entre estribillos, hasta que las endorfinas corran a pleno. Quince minutos de sensación adolescente liberadora, sinónimo del mejor power pop, desde Big Star hasta The Romantics, pasando por The Who y el ya mencionado jinete de cisnes blancos y líder de T. Rex, Marc Bolan.
Más allá de las referencias de diferentes décadas, la raíz de Mambo Gratis sigue siendo punk, con canciones que apenas superan los tres minutos y recurren a acordes sencillos. Sin embargo, Gori, como estudioso romántico de la historia del rock, excava en las profundidades, llegando al corazón de los singles dorados de los años 60, donde el bubble gum, la música negra y las girl bands eran furor. En esas épocas, todo adolescente radioescucha, con sensibilidad más cercana a la fantasía de tres minutos y al drama adolescente exagerado, a Phil Spector, a Warhol y a sus superestrellas, terminaba viviendo su propia fantasía de convertirse —a su manera— en una de esas figuras.
El punk y la fantasía adolescente siempre fueron un match ideal para quienes supieron comprender el camp: esa mezcla de exageración, teatralidad y diversión que no teme ser audaz ni provocativa. Mambo Gratis encarna precisamente esa tensión, combinando la crudeza y la urgencia del punk con la ligereza, el color y la imaginación propias de la adolescencia. El disco se convierte así en un puente entre la irreverencia musical y la fantasía pop, invitando a los oyentes a sumergirse en un mundo donde lo exagerado, lo ficticio y lo bailable conviven sin culpa ni restricciones.
De este modo, Mambo Gratis se consolida como otra prueba de que Gori siempre fue uno de los representantes argentinos más fieles de esa cosmogonía de estrellas trash-drag-decadentistas, tóxicas y encandilantes, como Twiggy, Brian Jones, Anita Pallenberg, New York Dolls y Nico. En definitiva, quizá el elogio más apropiado para este EP sea que seguramente le habría gustado mucho a Joey Ramone.

Gori está sentado en la vereda. El viento arrasa con su cabellera mod, por lo que se obligado a acomodarla cada cinco minutos. Hace frío pero el saco liviano se mantiene porque estilo ante todo.  Habla despacio, como si cada idea necesitara acomodarse antes de salir.
Cuenta que componer le gusta porque puede hacerlo solo. “El proceso de composición está buenísimo porque lo puedo hacer todo el tiempo”, dice. “Lo puedo hacer solo y después eso solo lo transformo en demo y se lo muestro a la otra persona.” Esa otra persona aparece solo en el momento justo, como un testigo amable que valida la canción y confirma que existe más allá de la cabeza de Gori. En su voz hay algo de alivio cuando dice mostrar, como si el acto de compartir la canción fuera la única forma de probar que existe.
Describe la escena de ensayo como una coreografía que se repite hasta que, de repente, deja de ser ejercicio y se vuelve milagro. “Hay un momento mágico”, dice. “Al principio tocás el tema y no sale, no sale, no sale… y en un momento suena. Y cuando suena, es un clímax que vos decís: ahí va, ahí está, es por acá. Y eso pasa una vez sola por canción.” Lo dice con la convicción de quien ha visto demasiadas veces ese relámpago y todavía no se cansa de esperarlo.
A veces, cuenta, el proceso es más frío: grabar a distancia, enviar archivos, sumar pistas. “Después hay que ver qué pasa cuando lo llevás al vivo, si funciona.” Recuerda un disco anterior, grabado dos veces porque la primera no había “sonado”. “Lo hicimos a distancia y no funcionó. Cuando abrieron un poquito la puerta después de la cuarentena tuvimos que ir a la sala, porque si no iba a ser imposible tocarlo en vivo.”
Gori se ríe, pero no hay cinismo en su risa. Hay algo más suave, como si la torpeza del mundo todavía lo conmoviera. Habla de su carrera y dice que todo siempre fue “raro”. Lo repite como si fuera una especie de mantra: “raro es la palabra clave”. Ser solista, dice, también es raro. “Siempre estuve en grupos y más grupos. Pero bueno, todo fue atípico. No hay una lógica aparente para los de afuera”.
Hace una pausa y de golpe cambia de tono: “¿Querés más raro? Bueno, tengo una lista: Joy, que es mi hija, y un disco que grabé con mi compañera Flor, que se llama Joy Noni Planet. Es un disco de canciones de cuna, tipo Syd Barrett for Babies.” Lo cuenta y sonríe, divertido con la ocurrencia. Se nota que lo disfruta: la rareza como modo de ternura.
Habla del clonazepam, de manejar escuchando canciones de cuna, de los ruidos de su hija con una batería mini, de una banda que se llama Sneaks —una chica que toca bajo y canta— y del momento en que todo empieza a mezclarse. “Saliéndome de los prejuicios. Vengo del punk, del hardcore, pero ahora estoy haciendo otro tipo de música. Me encuentro viendo el Tiny Desk de Ca7riel & Paco Amoroso y  flasheo. No sé si tiene algo que ver con el punk, pero está buenísimo.”
A veces se ríe de su propio impulso, de la imposibilidad de quedarse quieto. “Parar no”, dice. “Una vez una psicóloga me preguntó si no estaba tapando algo por hacer tanto. Pero no, parar no. No me alcanza el tiempo. Estoy hablando con los seres superiores para ver si le pueden poner un día más a la semana, así puedo tener otro proyecto más.”
Y lo dice en serio. O al menos lo parece. Lo dice con la naturalidad de quien lleva décadas en el oficio de no detenerse, de empujar la rueda del ruido, de vivir como si la quietud fuera una forma leve de muerte.
Habla de los meses en que su familia se fue a Quequén y él se quedó en Buenos Aires, con la excusa de los albañiles. “De día, albañiles. De noche, grabación. Cinco de la mañana, se me ocurre algo, voy, subo al estudio, grabo, hago lo que quiero.” El relato se acelera. “Once de la mañana, los albañiles me dicen: nos quedamos sin arena. Les digo: bueno, voy a buscar arena. Y cuando voy manejando, se me ocurre una melodía. Paso, agarro la guitarra y la grabo. Y así, ocho canciones. En una hora y cuarto. Los albañiles esperando la arena. La arena nunca más.”
Mambo Gratis apareció en agosto, por Flash Music. Pronto se viene un nuevo trabajo de Fantasmagoria. La banda viene de participar en Quilmes Rock y tocar en Córdoba, al tiempo que fue confirmada para el próximo Cosquín Rock. A la par, Gori es DJ, además de creador del festival Guardianes de la Llama, con sede en Lucille. Gori hace porque no puede no hacer. Porque difícil es parar. Difícil es calmarse. No hay lógica de mercado que lo detenga, ni procesos formales que lo limiten. Cada canción es un fragmento de su vida, un testimonio de esa necesidad creativa que atraviesa su humor, su familia, su beat doméstico y su forma de mirar el mundo.
En la vereda, mientras el sol desaparece, Gori habla y ríe, improvisa teorías, se pierde en anécdotas que terminan en melodías. Parece un tipo que se las arregla para vivir dentro de la música, incluso cuando no está sonando. Un hombre que hace, siempre hace, porque la vida misma lo obliga a moverse.

 

Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

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