BARBI RECANATI ENTRE LA LUZ Y EL ESTRUENDO

Barbi Recanati estrenó Único y Nuestro en el Centro Cultural Güemes, marcando la primera fecha de su gira nacional con el nuevo disco. Lejos del efectismo y del artificio, las canciones reflejan el cansancio, las dudas y esas emociones que suelen permanecer calladas en un presente de ánimos frágiles. La noche se convirtió en un espacio de encuentro y catarsis, donde la música unió a la artista y al público en una intimidad compartida.

 

“Primero la luz / Después el estruendo”, canta Barbi Recanati, a las diez de la noche, sobre el escenario del Güemes. La canción se siente incómoda, como un resquemor que, cuando se reconoce, se convierte en angustia. La banda la sostiene, pero es el público quien la hace suya. No canta toda la sala: solo una parte, la que ya la conoce de memoria desde que salió el reciente Único y Nuestro.
Pero hay algo más: no se trata solo de recordar las palabras. «Mojarse en invierno» es una canción donde el dolor convive con el agotamiento, con el hastío, hasta casi rozar la derrota. La voz confiesa: “otra vez confundo sueños con la realidad”. Esa línea condensa un malestar contemporáneo: la dificultad de separar lo imaginado de lo vivido, lo íntimo de lo exterior. No hay refugio suficiente en la fantasía; el tema se reprocha: “Qué barato es imaginar”, como si la imaginación fuera un escape demasiado frágil frente a un entorno hostil.
Imaginar no basta cuando la soga aprieta el cuello y todo ese afuera que es la cotidianidad oprime cuerpo, mente y alma. Crear, tampoco. Pero cantar, juntos, todavía significa algo.
El mundo afuera es confuso, amenazante. Alguien se despierta preguntándose qué es real. Está dentro de una canción. «Mojarse en invierno» construye un clima de tensión emocional y social a partir de imágenes que oscilan entre el sueño y la vigilia: una oniria aturdida. Desde el primer acorde, las “sirenas” abren una ambigüedad inquietante: ¿vienen del mar, evocación mítica, natural, melancólica, o de la ciudad, alerta policial, urgencia urbana? Lo cierto es que la amenaza es inminente.
Tormentas, inundaciones, mojarse en invierno: malestar emocional y social. “Qué feo es mojarse en invierno” se repite la canción como un lamento generacional, un lamento corporal: duele más cuando el frío cala hasta los huesos, cuando el cuerpo es vulnerable, cuando no hay abrigo posible. El barrio se inunda, el agua llega “hasta el cuello”: el peligro es colectivo hace tiempo.
A pesar de todo, la escena en el Güemes habla de manera elocuente.  Una sala cubierta en tiempos de bolsillos perforados y ánimos golpeados. Una artista. Una banda. Su público. Su gente. Aquí están. Sobreviviendo. Estrechándose en la música y desde la música.
Recanati tiene canciones que atraviesan a su gente. Se trata de una relación que construyó con constancia, a través de los años, entre altas y bajas, con los cambios que depara la vida. Los buenos y los malos. Se trata de una relación en la que artista y público se siguen eligiendo porque, a pesar de los tiempos ansiosos de un mundo pasatista, las palabras anclan y las emociones no se olvidan.
«Mojarse en invierno» tiene dolor, pero también ofrece reparo. Soluciones no, pero no se trata de lo que una canción puede solucionar sino de aquello que puede construirse alrededor de una canción. De un fuego. De una movida. De una relación de años. De una militancia. De una forma de vida, entre canciones, gente y sublimación del espíritu de los tiempos.
Como se dijo antes, la canción casi roza la derrota. Pero no. En todo el flamante disco de Recanati —al igual que en esta noche pesada de Pichincha— respira un resto que insiste a pesar de la confusión brumosa y aturdida. Las partes dispersas de nuestra realidad, las buenas y las malas, aquello que apenas alcanzamos a sostener entre el ruido de una época jodida, terminan afirmándose en un sentido: vencidxs, pero no derrotadxs.
En el Güemes, esa frase se vuelve aire. Se respira una necesidad de contención y de encuentro, como un peregrinaje íntimo para poder seguir. No es la lógica del meme ni del slogan de autoayuda. No hay una lloradita y a seguir posible cuando el cuerpo está cansado y el futuro se siente áspero. Aquí hay afirmaciones de una dirección probable, incluso cuando afuera todo parece girar sin sentido.
El título de Único y Nuestro se percibe como una complicidad proyectada en un tiempo donde estar cerca de la gente es un gesto político y afectivo. Tanto es así que, por momentos, las canciones elevan el sentimiento hasta convertirlo en una catarsis colectiva. La formalidad de la noche se desdibuja. Sí, es una presentación de disco. También es el inicio de una gira nacional que cruzará a países limítrofes. Las canciones se estrenan en Rosario, para la banda y para el público. Pero toda esa información de gacetilla queda en suspenso, porque estas canciones de Recanati respiran solas, profundizando la química creativa que sostiene junto al guitarrista Juan Manuel Segovia desde hace años.
Suenan «Mil partes» y «Submundo», entre otras, mientras la banda domina el repertorio con seguridad. Aun así, es evidente que las canciones están frescas. No se trata tanto de lo musical, que suena ajustada, sino de lo físico: de la forma en que se habitan. Todavía hay un lienzo por completar con movimientos, yeites, ganchos, gestos, gritos, complicidad y más demostraciones. Lux Raptor, en teclados y trompeta, se vuelve imprescindible: ama y señora de los matices.
«Submundo» propone un núcleo íntimo y único, compartido en la velocidad, como si perteneciera solo a dos amantes en fuga hacia cualquier refugio inventado. Si la noche les pertenece, aunque sea por un rato, pronto algo se tuerce y se vuelve mayor, bajo el imperativo utópico de “Cambiemos el mundo”, como si esa energía espontánea alcanzara para envalentonarse y enfrentarlo todo. Este escape urbano remite a dos épicas de las calles, como si la topografía de la metrópoli ofreciera una cantidad inesperada de salvoconductos descendentes. Más allá del guiño carrolliano del túnel y el conejo, la canción conecta con dos glorias andrajosas de Nueva York.
En primer lugar, «Because the Night», de Bruce Springsteen y Patti Smith, por el poder de la noche para unir a los amantes en un espacio de pasión, intimidad y confianza, lejos de las dudas del mundo. Simboliza ese momento de intenso amor y deseo donde la pareja encuentra consuelo y libertad. Ambas canciones están atravesadas por la esperanza y la creencia firme en el amor como fuerza capaz de superar la adversidad. Pero «Submundo» también contiene el sentimiento embriagador de la infatuación que los Ramones destilaban en «Today Your Love, Tomorrow the World»: hoy tu amor, mañana el mundo. Ese subidón orgánico e irrefrenable que hace creer que todo es posible, sostenido por una seguridad intoxicante.
Alrededor de las canciones de Único y Nuestro hay una sensación de escape. Pero no se trata de un plan de fuga calculado ni de una fantasía evasiva. Es otra cosa: un impulso vital. Un correr hacia aquello que todavía tenga sentido, que avive el entumecimiento y reafirme convicciones cuando todo alrededor insiste en desgastarlas. No es una retirada, es una búsqueda. Un desplazamiento emocional y físico hacia un lugar donde algo se encienda, aunque sea por un segundo.  Entre confusión y desgaste, estas canciones operan como pequeños gestos de resistencia. Correrse apenas del lugar del ahogo para volver a respirar.
Aunque son los clásicos los que encienden a la sala completa, las canciones de Único y Nuestro suenan de manera firme, con la banda compartiendo miradas, bien atenta a la reacción de la gente. Ine Copertino en el bajo, se divierte pegada a la batería de Tomi Molina.
Segovia, concentrado, apenas levanta la vista de su guitarra. La sensación es que la sonoridad de esta nueva etapa reposa tanto en los sintetizadores de Lux como en la guitarra del productor, reminiscente a Bernard Sumner. Sobre esa base, las canciones pueden ser tan pop como rock, pero siempre reservan protagonismo para los ganchos y los estribillos.
A medida que el final se acerca, la banda se ajusta más, sosteniendo la forma, permitiendo que Recanati y el público impriman su propia expresividad en voz alta.

Horas antes del show, el Güemes todavía era un espacio en espera. La prueba de sonido había terminado y las luces del escenario estaban bajas, como si el lugar respirara hondo antes del salto. Ya alejada del murmullo técnico de la prueba de sonido, Recanati saludaba con una taza de té en la mano. No tenía la electricidad del vivo ni el pulso encendido de la noche. Había quietud en sus gestos, pero no pasividad. Lo suyo era una calma expectante de una líder de banda, de la madre de Pepe, de cabeza de equipo.
Ahí, en ese momento de descanso —que no es realmente descanso, sino otra instancia de trabajo— aparecía la otra cara de Recanati. La que sostiene el proyecto con el cuerpo y con la cabeza. La que se ocupa de cada detalle que nadie ve.
Se ocupa del merch. De cómo viene Córdoba. De qué la espera en Mendoza. Ultima detalles antes de comer algo y sentarse, en lo posible, a respirar.
Entre sorbos de té y silencios que no incomodan, Recanati recuerda momentos en Rosario. Se ríe cuando se le mencionan shows que podrían estar enterrados en la memoria, pero no. Berlín, Café de la Flor, Pugliese, Casa Brava, Sala de las Artes. Cada lugar es un tiempo, un momento vital, una etapa distinta de una biografía compartida. No dice “tocamos ahí”, dice “me acuerdo cuando…”.
Cada ciudad es una historia afectiva viva que la trajo hasta aquí. Son trazos de la formación de un oficio que sigue ampliando su forma.
Con Rosario la historia es profunda. Igual que Córdoba. En ambas fechas comparte la noche con artistas que admira. El sábado, en Sala Formosa,  se suma Ignacia. Esta noche abre Perro Fantasma. “Me encanta. Hace algunas semanas estuvieron en Futuröck, así que re salió esa invitación”. Más tarde, toca vistiendo la remera de la banda liderada por Pauline Fondevila.
Recanati lleva Único y Nuestro por Rosario, Córdoba, Traslasierra, San Luis, Mendoza, Tandil, Mar del Plata y Buenos Aires. También cruza hacia Chile y Uruguay.
Cuando le pregunto cómo se arma una gira en un contexto económico diezmado, no duda. “Es bastante complejo”, dice, con la honestidad de quien no necesita maquillar la realidad. Explica que Argentina es un país enorme y que, muchas veces, para ir de una sala a otra se viaja un día entero. La nafta, los hospedajes, los días de trabajo perdidos: todo se multiplica. “Y no tenemos un sello que diga ‘vamos a bancar la gira’, ni una productora que arme un festival y nos incluya”. La alternativa era brutal: ajustar la realidad o no tocar.
No hubo margen para el dilema. “Tocar en vivo es lo que más nos gusta”, afirma. Y cuando lo dice, algo se enciende en su voz. “Empezás a volverte lo más creativo posible para poder seguir haciendo las cosas que te gustan, de la forma que te gusta”.
Entonces agarró Ruta Cero, contemplando caminos posibles. Cambiar ocho pasajes de avión por dos tanques de nafta. Alquilar un hospedaje accesible en vez de pagar hoteles. Viajar con cajas directas y salir por línea para no depender de amplificadores. Hacer sanguchitos para la ruta y no frenar a comer. Ajustar sin resignar. “Todos pusimos el cuerpo”, dice.
El acuerdo interno fue claro: dos semanas de gira, sin gastar dinero, con todo cubierto, y que cada músico volviera con algo simbólico por show. No ganancias, sino sostén. No rentabilidad, sino continuidad. “La premisa principal era que queríamos tocar y tenemos ganas de hacerlo”. Apenas lo dice, guarda un segundo, pensado. “Necesitamos tocar”. En medio del neoliberalismo, tocar no es entretenimiento: es resistencia emocional.
Y entonces suelta lo más profundo. Dice que en este contexto, se hace imprescindible tocar… “y para la gente también es muy importante que toquemos”. Hace una pausa. “Más que nunca es necesario ese abrazo colectivo”. Habla de algo que el recital después confirma. La música no garantiza soluciones, promete compañía.
Le menciono la frase de los Ramones —“Touring is never boring”— y se ríe. “Me encanta. Nos encanta a todos”. Explica que el secreto es el disfrute libre de ataduras. “Nunca lo hacemos obligados. Cuando nos cansamos, paramos”.
Tocar no es sacrificio: es encuentro. “Necesitamos salir a la ruta, encontrarnos con la gente. Volcarse hacia esa energía es un abrazo”.
Le digo que lleva más de la mitad de su vida tocando. Asiente, pero no lo romantiza. “Soy muy afortunada de lo mucho que me quiere un montón de gente”, dice. Lo repite varias veces: afortunada. Por tener un público que espera lo que hace. “Siempre que voy a sacar un disco pienso: listo, ¿quién lo va a escuchar?”. Se ríe suave. “Y al otro día me llegan un montón de mensajes. Te juro que siempre es una sorpresa eso. Sigo pensando que es algo chiquito lo nuestro”.
Cuando la conversación gira hacia el público y la interpretación de las canciones, dice algo que queda flotando en el aire. “Las canciones se me escapan”.
A veces escucha a la gente cantarlas y siente que ya no le pertenecen. “Esa canción ya no es más mía”. Y lejos de incomodarla, eso la conmueve. Le cambia la percepción de su música. Le enseña que una canción se termina de escribir cuando la gente la habita. “Uno las termina, pero no las cierra nunca”. Habla de eso como un aprendizaje vital: la obra como organismo vivo. “Es igual a la vida. Siempre estás aprendiendo de la sorpresa”.
Único y Nuestro es otro eslabón en la sociedad creativa entre Recanati y Segovia. Las canciones siguen aflorando, mientras evolucionan en su propia ley, sin presiones externas. Le propongo una idea que flota alrededor del disco: después de tantos años trabajando con el mismo equipo, hay un riesgo de redundar en  una  zona de confort. Ella entiende perfecto. “Con el proceso del disco anterior sentí un poco eso”, admite. Pero no desde el hastío, sino desde la inquietud. Querían seguir por ese camino —les gustaba lo que hacían— pero no querían repetirse. ¿Cómo se hace para crecer sin volverse predecibles? ¿Cómo se sostiene el placer sin caer en la fórmula?
La respuesta fue directa: preguntarse entre ellos cómo no repetirse. No esperar que el cambio viniera de afuera. No buscar un truco nuevo ni una máscara distinta. “Entendí que alterar el rumbo no significa modificar nuestra dinámica”, dice. “Queremos seguir disfrutando lo que hacemos, pero también queremos descubrir algo más”.
Único y Nuestro fue un desafío real. Un disco que dolió hacerlo. Que exigió más cuerpo que nunca. “La verdadera zona de confort sería otra”, dice. Y describe esa “otra” con precisión: tener una torta de guita salida de un sello, entrar a un estudio gigante durante un mes, con un equipo entero laburando para ellos. Eso sería fácil. Lo que ellos hicieron fue lo contrario. “Esto es mucho cuerpo”, repite.
Habla de llorar en el estudio. Literal. “Todos lloramos en algún momento. De cansancio, de frustración”. El proceso fue agotador. Y sin embargo, cuando escucharon el disco terminado, sintieron algo cercano al orgullo. “Ese sentimiento es por todo ese esfuerzo”.
Le pregunto si alguna vez sintió la necesidad de parar, no de tocar, pero sí de componer, de buscar aire. Dice que sí, que lo hace todo el tiempo.
Aprendió a correrse cuando todo se pone “muy arriba”. Descansar del escenario simplemente es cambiar de forma. Repensar. Renovar.
La radio, el libro, el sello Goza, las aventuras con Paula Trama, los acústicos, todo eso alimenta su fuego de otras maneras. “Todo eso me hace dar muchas ganas después de salir de gira con la banda” .
Y cuando se refiere a  trabajar con otrxs, hace un desvío. En lugar de hablar de prestigio o influencia, habla de admiración. “Lo más lindo es el ejercicio de admirar.” Lo dice antes de pausarse y profundizar, respirando hondo. Explica que, muchas veces, cuando una está en el escenario, te ponen en el lugar de la que es admirada. Ese lugar puede ser solitario, rígido. Entonces ella elige moverse hacia el otro lado. Hacer música con artistas que ama. Escucharles tocar. Sentir adrenalina al compartir escenario. “Me da mucha alegría y satisfacción sin mover un dedo.” Lo dice medio riéndose, pero la relevación deja saber algo: admirar es permitir que el mundo la sorprenda.

Sobre el escenario, cerca de las once de la noche, la última canción no termina en explosión, sino en un silencio raro, como si a todxs les costara volver al mundo habitual. La banda queda quieta unos segundos. Se buscan. Se saludan. Se abrazan.
Recanati respira hondo. Dice algo simple: “Che, gracias, re necesitábamos esto”. Lo dice como quien admite una fragilidad, no como quien celebra una victoria. La gente asiente. Nadie responde con un grito épico. No hay euforia, hay reconocimiento. Un acuerdo tácito entre escenario y público.  Se siente como un “sí, nosotrxs también”.

 

Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

 

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