
Desde Córdoba, Ciervo recorre la improvisación con canciones que mezclan pop y jazz, sosteniéndose entre la autogestión y el deseo de crear música honesta.
Este viernes llegan a Rosario para presentarse en Niños del 00, junto a Tigre Ulli y Revistas, en el lado b de Capitán.
Desde su formación en 2021, Ciervo se consolida como una de las propuestas más consistentes dentro de la escena cordobesa. Con un pie en el pop y otro en el jazz, el grupo construye canciones que respiran libertad rítmica e instinto melódico. Su estética —inspirada en la imaginería de los años noventa y dos mil— combina melancolía visual y pulso contemporáneo.
En febrero de 2024 lanzaron su primer trabajo discográfico, Quiero quedarme a vivir acá para siempre, seguido por el single Tender. Durante el otoño e invierno de 2025 emprendieron una gira que comenzó en Córdoba y continuó por Catamarca, Tucumán y Salta. Para el cierre del año planean presentaciones en Rosario y Buenos Aires, con material nuevo en proceso de grabación.
La banda está integrada por Shanti Cancela en voz y sintes, Joaquín Nadra en guitarra y coros, Matías Ferreyra en bajo y Julián Agazzoni en batería.

La escucha atenta de las canciones de Ciervo revela un trabajo minucioso, donde cada elemento parece estar al servicio de lo sensorial. Son canciones, sí, pero bajo un entendimiento spinetteano de la forma: allí donde las leyes pueden curvarse por la necesidad narrativa. En ese sentido, la libertad de la fusión y cierto flow jazzero recuperan corrientes setentosas del rock argentino, pero remiten, sobre todo, a una época en la que la canción de matriz rock se permitía dialogar con el jazz, el groove y otras texturas más libres.
Los arreglos parecen respirar, dejan espacio al silencio, a la espera, a los matices que muchas veces se pierden en la urgencia digital. Hay una conciencia del tiempo y del sonido como materia viva, como si cada tema fuera una pequeña coreografía entre la armonía y el aire. Esa atención al detalle construye una identidad que no depende de la nostalgia, sino de una lectura contemporánea del pasado.
Queda por descubrir qué forma adquiere Ciervo en el vivo. A priori, todo indica que la banda se mueve con una especie de flotación libre, donde el material de estudio funciona apenas como punto de partida para una experiencia más abierta y heterogénea. La oportunidad de comprobarlo será este viernes, cuando el grupo debute en nuestra ciudad en una fecha de Niños del 00, compartiendo escenario con Tigre Ulli y Revistas.
Hay algo profundamente reparador en salir a escuchar música nueva, en dejarse sorprender por una banda que todavía no tiene historia escrita. Presenciar un primer show puede devolver cierta frescura, una forma de entusiasmo que no depende del algoritmo. La escena independiente vive de esos encuentros, de ese pequeño riesgo que implica ir a ver “a los que todavía no conocés”.

Consultados sobre cómo se sostiene un proyecto independiente en el contexto actual, los integrantes de Ciervo coinciden en que el esfuerzo cotidiano es enorme. La mayoría combina la banda con otros trabajos vinculados a la música: dar clases, operar sonido en vivo, producir, gestionar. “Nuestro ideal —explican— es que Ciervo logre paulatinamente su propio sustento, pero mientras tanto trabajamos en lo que nos permite seguir cerca de lo que amamos. Lo más valioso es poder coordinar nuestras vidas y coincidir para hacer música”.
La autogestión, en su caso, no es un discurso sino una práctica. La venta de entradas continúa siendo la principal fuente de ingreso, aunque los resultados aún no alcanzan para cubrir todos los gastos. “Cuesta convocar lo necesario. Entendemos que es síntoma de una escasez económica generalizada. Todes estamos muy apretados, sobreviviendo, y eso afecta también la posibilidad de consumir cultura”, señalan. Aun así, insisten en seguir construyendo un público que se reconozca en su sonido: “Le buscamos la vuelta, como debe ser. Nuestro trabajo está dedicado a ir al encuentro de esa gente que seguro nos está esperando”.
En Argentina, más del 80% de los proyectos musicales activos se sostienen sin apoyo externo, según datos de la Dirección Nacional de Industrias Culturales. Ciervo forma parte de esa red de bandas que, desde los márgenes, compone, graba y gira con recursos limitados. Esa precariedad estructural convive con un impulso vital: la necesidad de seguir creando.
Cuando se les pregunta por la identidad musical del proyecto, los Ciervo aclaran que no existe una decisión deliberada de “fusionar” estilos. “La música nos sale así”, dicen. No se trata de un experimento controlado, sino de una manera de escuchar y reaccionar. “Compartimos mucha música entre los cuatro. Por épocas nos volvemos fanáticos de ciertos discos o artistas, los estudiamos, robamos sin culpa. Al mismo tiempo, cada uno tiene sus gustos y búsquedas. Donde algo nos conmueve, ahí nos quedamos. Desde ese momento todo el trabajo se dedica a desarrollar la mejor música posible con eso.”
Esa mezcla de espontaneidad y precisión define también su modo de tocar en vivo. Las canciones de Ciervo no se presentan como réplicas del estudio: cambian, se expanden, mutan según el espacio. En cada show aparece algo de improvisación, una búsqueda de vértigo que los mantiene atentos y alerta. “Estamos constantemente cambiando la manera de tocar. Queremos divertirnos y sentirnos cómodos. La práctica de la improvisación nos empuja, nos orienta, y nos da la libertad que necesitamos. Últimamente dejamos de lado el click y las pistas; eso nos permite tocar desde otro lugar.”
Ese gesto, aparentemente técnico, condensa una filosofía. Sin sincronización digital ni apoyos pregrabados, la banda se permite respirar a su propio ritmo. “Después de grabar Tender aprendimos a valorar más el vivo. Ahora queremos trasladar esa energía al estudio. Creemos que nuestra música está más viva, y eso implica grabar todos juntos para lograr esa emoción.”
La gira reciente, que los llevó por distintas provincias del norte argentino, marcó un punto de inflexión. Tocar en lugares nuevos, lejos del circuito habitual, los ayudó a reconfigurar el repertorio. “Se siente una especie de alivio poder compartir en nuevos escenarios —admiten—. Nos reencontramos con canciones que ya habíamos tocado mucho, pero que cobraron otra vida frente a otros públicos.”
Esa distancia geográfica también trajo sorpresas: artistas locales con quienes compartieron fechas, oyentes que se acercaron a cantar alguna letra, pequeños gestos que sostienen el impulso de seguir girando. “Eso es hermoso y escalofriante a la vez, aire fresco”, dicen.
De cara a los próximos meses, la expectativa principal es sencilla: tocar, disfrutar, conectar con algunas personas nuevas que permitan abrir camino hacia futuras presentaciones. “Nuestra única expectativa es pasarla bien y enganchar a dos o tres personas que nos permitan volver. Ojalá baje la nafta”, bromean, entre la ironía y el deseo.
En tiempos de crisis económica, la autogestión cultural en Argentina se volvió un ejercicio de resistencia. Ciervo lo asume sin dramatismo, pero con conciencia de lo que implica. Su apuesta por la honestidad y el trabajo colectivo los ubica dentro de una generación de músicos que entienden la independencia no como una etiqueta, sino como una forma de vida: crear, sostenerse, encontrarle sentido a la práctica artística más allá del rendimiento económico.
Mientras preparan nuevas canciones, la banda continúa ensayando con la misma disciplina con la que empezó hace cuatro años. Su recorrido —discreto, persistente, ajeno a modas— los muestra como un grupo que prefiere la evolución silenciosa al gesto grandilocuente. En su universo, el pop y el jazz conviven sin fronteras, y cada canción parece construirse desde una emoción antes que desde un género.
A la distancia, en los mensajes y respuestas que viajan por correo o WhatsApp, se percibe algo más que profesionalismo: un tono cálido, un sentido de comunidad que atraviesa todo. Ciervo suena, en definitiva, como la banda de quienes todavía creen que la música puede ser un lugar donde quedarse a vivir, aunque sea por un rato.
por Lucas Canalda