ALREDEDOR DEL FUEGO PRIMERO DE CARMEN SÁNCHEZ VIAMONTE

Luego de algunos años de espera, Carmen Sánchez Viamonte trajo a Rosario las canciones catárticas que marcan un nuevo capítulo generacional en el rock platense. En su paso por Casa Brava, la nativa de Villa Elisa compartió sus procesos creativos y su visión sobre la música como medio para construir comunidad y resistir el individualismo.

Sentada en un sillón de Casa Brava, Carmen Sánchez Viamonte (CSV) habla con un tono cansino pero seguro. Gesticula mucho, con un decidido acompañamiento de manos, de manera didáctica.
Se toma su tiempo para pensar y explorar sus respuestas. Dialoga con franqueza, sin esquivar el compromiso que implican sus palabras. Habla de música, de sus procesos como artista y de las experiencias personales dolorosas que la marcaron.
También habla de feminismo, de política nacional y del zeitgeist individualista que impera en el presente.
En su hablar fluido abundan las referencias cinematográficas. Las utiliza para desdramatizar, para reírse de sí misma, de sus mañas, de su neurosis.
La música es, para ella, un medio de posicionamiento frente al mundo. Partiendo de la premisa de que lo personal es político, toda su obra está impregnada de una sensibilidad social que interpela.
Si aún hay voces que afirman que la juventud está despolitizada, claramente nunca han escuchado las canciones de esta veinteañera criada entre melodías de María Elena Walsh.
Aunque es amable, sostiene un tono vehemente. Mostrarse tibia no es lo suyo. Tampoco le importa perder validación en redes sociales por decir lo que piensa y tomar postura.
Es necesario salir de este individualismo reinante”, considera, en alusión al contexto nacional.
“En cuestiones organizativas, emocionales y sociales, la generación de comunidad me parece clave para sobrevivir. La colectividad en todo es importantísima, y se ha perdido bastante de eso en el camino”.
“Creo que hay que cuidar mucho el estado de ánimo, tanto colectivo como individual. Eso se logra estando muy acompañados. Avancemos juntos para concentrarnos en lo urgente”.
Carmen está en Rosario para tocar junto a su banda completa: Juan Pedro Lucesole (guitarrista y productor), Justo Fornaroli (bajista) y Gastón Fabricius (baterista).
A sus 26 años, vive su primera gira por las provincias argentinas.
Cuando surgió la oportunidad de enlazar tres ciudades durante el fin de semana largo, no lo dudó. Está en una etapa ideal para dejarse llevar más allá de lo seguro.
Vienen de Paraná, con un balance positivo. Luego del mediodía tomaron la ruta hacia nuestra ciudad. Ahora es el turno de Casa Brava, donde tendrá lugar su debut rosarino.
El cuarteto prueba sonido con una cabeza tripartita: por un lado, se ocupan de ajustar cada detalle técnico; por otro, se preguntan cómo será la convocatoria en esta visita iniciática. Y, finalmente, un factor azaroso que escapa a todo cálculo: problemas con el filtro del motor del auto. Es urgente encontrar un mecánico disponible a última hora del viernes o en la primera mañana del sábado, antes de continuar viaje hacia Córdoba.
Entre canción y canción, el soundcheck se puebla de mensajes y llamados a talleres mecánicos.
Pero todo habrá de resolverse, mientras las sensaciones se transforman en sorpresa.

Entrada la medianoche, el cuarteto sube al escenario frente a unas cuarenta personas de pie, expectantes.
Mientras toman sus instrumentos, se escucha un grito: “¡Dale, Carmen!”. Ella lo escucha y esboza una sonrisa mínima. Esa arenga, esa precoz expresión de afecto, marca el tono de lo que habrá de venir.
Suenan «Cronos», «Pensamientos intrusivos», «Ya sabré», «Chico de la montaña» y «Haku», entre otras.
Desde los primeros acordes, la gente empieza a celebrar, como si hubiese esperado este momento por años, conteniendo la respiración, deseando cantar sus canciones favoritas en su casa.
El fandom consiste en unas cuarenta personas —pibas entre adolescentes y treintañeras— que alteran la ecuación en favor de Carmen, desequilibrando la sala con un júbilo que se hace sentir. Quienes resultan ajenos a la situación terminan enganchados, depositando su atención en el escenario.
Entre canciones, los gritos de afecto se repiten. La banda, incrédula, intercambia miradas cómplices. No esperaban algo semejante. Carmen, espontánea, lo articula frente al micrófono: “Qué sorpresa hermosa llegar a Rosario por primera vez ante este público”.
Las palabras, no obstante, sobran. El cuarteto toca un tema detrás de otro.
La gente agradece con la entrega total.
Frente al escenario se arma una ronda que se extiende durante la mayor parte del recital.
En esos giros de júbilo anónimo, todo es incierto. Nadie sabe qué va a pasar a continuación. “Nunca tocamos en un lugar nuevo sintiéndonos tan en casa”, dice Carmen.
El círculo espontáneo no demanda reglas. Rotando en el mismo sentido, entre sonrisas y brazos en el aire, cada quien se mueve a su manera. Algo es seguro: las canciones se cantan palabra por palabra.
CSV tiene un pulso popular. Sus temas manejan estructuras tradicionales, con una vocación de estribillo casi triunfante. Se advierte una sensación fogonera, una aproximación universal que se combina con una escritura purificadora desde el entripado, que hasta puede contrastar con la sonoridad popera.
«Que no se entere nadie» tiene una cualidad expansiva: arranca tímida hasta volverse enorme. Lo confesional se vuelve magnético porque conecta desde una vulnerabilidad común. Entre desengaño, decepción, trauma e intimidad desperdiciada, la música se eleva, armónica, embriagadora, hasta alcanzar un plot twist: los roles se invierten y la presa se convierte en cazadora.
«Verano 2023» funciona de manera similar. Platense, neurótica y centennial, la canción hace una épica de la desazón, con la gente cantando a los gritos, desde una angustia generacional que acecha detrás de las pantallas digitales.
Cuando tocan la versión de «El ídolo de los quemados» de León Gieco, Carmen interviene la letra disparando: “Y un peluca con cara de asesino”. Los gritos escalan.
La música crea un espacio donde los cuerpos juegan y se dejan llevar.
Respirando al ritmo de CSV, la gente se conecta en un vínculo social hermanante, al menos por una hora.
La palabra justa es sincronía.
La sincronía que se produce cuando las personas bailan juntas al ritmo de una canción es una forma poderosa de conectar. En ese sentido, quizás aquí está ocurriendo algo mucho más grande que un simple recital. Es el comienzo de una historia.

Carmen se mueve con destreza sobre el escenario. Con la guitarra colgada, salta y gira, barriendo las tablas con sus pies con una agilidad casi ninja.
Cuando deja la guitarra, se adelanta y pisa sobre las mesas que delimitan el escenario, estirando los brazos para acercarse a su público.
Da la sensación de que quisiera lanzarse hacia la gente, confundirse entre ella y seguir el show desde ahí. Pero alguien tiene que cantar.
Ella entiende su rol como conductora de la noche, por eso su entrega es direccionada hacia la experiencia.
La presencia escénica de CSV se fue moldeando con las inquietudes propias de quien busca consolidar su identidad. El proceso fue constante, sin miedo a la prueba y al error.
Actualmente su show en vivo se sostiene entre la plasticidad de lo performático y la seguridad de quien tiene claro su proyecto.
Las fechas de los últimos tres años —en La Plata, en Capital Federal y en cualquier lugar donde haya tenido la oportunidad de tocar— mostraron la evolución contundente de la nativa de Villa Elisa.
Sobre el escenario, con la banda respaldándola en una descarga eléctrica, CSV pasa de cero a cien en segundos, encendiendo microestadios de entrega que oscilan entre una intrepidez rockera y una vulnerabilidad genuina.
Ese frenesí escénico parece, incluso, un acto de disrupción contra su propia naturaleza. La Carmen amable y reflexiva se interrumpe a sí misma para dar paso a un bólido impetuoso que lo domina todo, moviéndose con una intensidad que convierte cada vivo en una conexión profunda, sin perder su costado lúdico.
Su recorrido se percibe como parte integral de su presente. Así, los años exploratorios de La Nena Transformer se revelan fundamentales, como una experiencia que marcó el horizonte y sentó las bases de un ahora sólido.
Es apenas un segundo, casi imperceptible. Algo se enciende en Carmen. O quizá estalla. Pero sucede, desatando adrenalina en su cuerpo y elevando la apuesta.
“Eso sucede. Soy una persona bastante extrema. Lo cierto es que esas dos cosas, lo amable y lo feroz, conviven en mi interior todo el tiempo. Soy bastante explosiva. Muy calentona”, confiesa.
“La composición también está en ese juego interior. Los recitales siempre fueron un canal para equilibrar todo eso. Aprovecho la oportunidad de crear un personaje con esos factores. Armo una perfo en torno a esos extremos. Me gusta jugar con todo eso, como una especie de princesa-monstruo, tipo Fiona de Shrek. Puedo hacer las dos cosas porque me gustan y me representan. Las llevo al mango”.

Algunos meses atrás Carmen tomó una decisión: en 2025 se ocuparía de su vida personal, después de años de entregarse por completo a la música.
Dedicada al ciento por ciento, sin medias tintas, los últimos años transcurrieron con un ritmo tan intenso como demandante.
En 2022 llegó La Fuerza. Un año después, sin pausa, lanzó Mala, su sucesor. Además, en ese período publicó los sencillos Miedos, Última fuerza, Cronos y Mercurio.
Tras algunas fechas importantes a comienzos de 2025, mayo trajo consigo la primera gira de su carrera. Paraná, Rosario y Córdoba: tres ciudades, tres provincias.
Por La Docta ya había pasado hace tiempo. Ahora regresa, mientras se abre camino hacia la expectativa de lo nuevo.
Se trata de descubrir: viajar, tocar, conocer público, dejarse sorprender.
Mientras tanto, Carmen mantiene la mirada en lo que está por venir. Tiene material nuevo entre manos, aunque esta vez la prioridad es respetar sus propios tiempos.
Existe en ella un nivel de autoexigencia que puede volverse peligroso. Lo entendió a tiempo, y por eso hoy prefiere avanzar con cautela. ¿Podrá?
La clave está en transformar esa exigencia en impulso, sin que la ansiedad empañe el disfrute de lo cotidiano.
“Hay mucha exigencia, igual se disfruta. Pero es un aprendizaje de todos los días. Antes era una loca de la ansiedad y la proyección total. Ahora disfruto mucho más del presente”, cuenta, gesticulando con ambas manos.
“Todo el año pasado se trató de eso: frenar el ritmo y decirme que quería hacer algo distinto. Venía de sacar un disco tras otro. Me propuse algo diferente, algo más personal. Este año lo quiero dedicar a lo íntimo. Me enamoré y quería estar tranquila en ese amor, disfrutarlo. Quise buscar mi propia casa y estar en paz con eso. Encargarme de algunas cuestiones de salud”.
“Mi carrera siempre absorbió mucho del resto de mi vida, justamente por esa ansiedad. Quise encontrar una manera de tener un vínculo más saludable con la música. Mal que mal, creo que ese equilibrio va apareciendo. A veces se me descontrola, claro”.
“Siempre fui muy de pensar en todo: el proceso del disco; el disco en sí; la despedida del disco, mientras ya estoy pensando en el siguiente. Esta gira tiene un poco de eso, aunque no estoy pensando en despedirme de Mala”.

La gira, el contacto con un público neófito y el romance con fans de distintas ciudades son sucesos que forman parte de un periodo de viento a favor.
Desde 2022, la convocatoria de CSV no ha dejado de crecer de forma sostenida, algo que se refleja tanto en sus fechas propias como en las plataformas digitales. Su presencia en festivales también da señales claras: cuando sube al escenario, algo pasa. Hay una diferencia en términos de fervor. La respuesta de su público fiel es contundente, y lo interesante es que ese fervor contagia incluso a quienes no conocían el proyecto. Primero llega la pregunta: “¿Qué está pasando acá?”, que rápidamente se responde con la solidez de una propuesta artística que se impone por sí sola.
El vivo es clave para entender este crecimiento, discreto pero constante. Hay química musical con una banda que suena afilada; una líder cada vez más libre sobre el escenario; y una compositora real, que construye con temple y corazón.
También es fundamental observar el movimiento entre audiencias y generaciones que se acercan al proyecto. CSV esquiva cualquier intento de encasillamiento estético: es rock, es pop, es canción. Tiene una cepa de sensibilidad genuina que la acerca al indie, mientras que en directo despliega una frontalidad potente, un rock platense honesto, arraigado en su territorio.
Carmen sabe lo que quiere, y también tiene claro lo que no quiere: ni clichés del rock, ni canchereadas, ni el silencio cómodo. Construye desde ahí, con decisión.
Su crecimiento ocurre en un tiempo particular, donde las tendencias dominantes empiezan a bajar la espuma, dejando espacio para nuevas voces.
Hoy, las salas chicas recuperan protagonismo, recordando que el vivo no solo es medio sino también forma de conexión, interpelando desde lo estético, lo emocional y lo ideológico.
En esa danza de factores, CSV se mueve con la autoridad de quien entiende la música tanto como forma de expresión como herramienta de vínculo social.
A sus shows llega un público heterogéneo, que viene desde distintas esquinas. Lo que convoca no son las etiquetas, sino una consistencia artística y una voz sincera, que dice lo que piensa y siente sin calcular consecuencias ni buscar validación dentro del paradigma actual.
“Me concentré en no preocuparme tanto por el mainstream, o la hegemonía, como queramos llamarle. Si bien era un bicho que siempre me picaba esto de pensar: ‘¿Estaré pifiando? ¿Estaré siendo el Grinch en la montaña, haciendo algo que nadie quiere consumir?’. Al mismo tiempo, sentirme a un costado me hacía feliz”.
“Creo que mi música tiene un condimento medio atemporal. No corresponde específicamente a nada porque yo misma, como persona, no encajo específicamente en nada. Eso le aporta cierta diversidad al proyecto. Soy muy militante de la diversidad, en todos los aspectos de la vida. Hoy en día, desde la hegemonía, se está intentando recortar la diversidad, lograr que todo encaje dentro de márgenes controlables. La diversidad estética viene a romper con eso”.

Una de las canciones más celebradas en Casa Brava fue el sencillo 17, publicado en septiembre de 2024.
Con una narrativa asequible que privilegia la honestidad, CSV escribe sobre la pérdida de la inocencia y la manipulación emocional durante la adolescencia. La letra narra la historia de una joven que, a los 17 años, se ve envuelta en una relación con un adulto que abusa de su confianza y vulnerabilidad.
La canción trata sobre una relación que Carmen vivió en su adolescencia, hace nueve años.
Lo que parecía enterrado en el pasado reapareció de forma inesperada, como un susto escondido bajo la alfombra, revelando que aún no estaba resuelto.
Después de pensarlo mucho, Carmen entendió que la forma más honesta de seguir adelante era haciendo lo que mejor sabe hacer: una canción.
17 se publicó en plataformas y prendió de inmediato entre su audiencia. Además, captó la atención de nuevos oyentes gracias al valiente gesto de ponerle palabras y música a una experiencia dolorosa, transformándola en arte.
La prensa saludó el lanzamiento, y varias colegas músicas destacaron el gesto y el impacto del tema.
En Rosario, la canción se canta como un himno sentido, con un estribillo estallado por la gente, a viva voz. El sencillo apenas tiene nueve meses de publicado, sin embargo, parece ser una de las canciones más enraizadas en la gente; la confirmación de una necesidad que flotaba en el aire y Carmen supo condensar en palabras justas.
A partir de 17, Carmen descubrió una nueva faceta en su rol como artista: la responsabilidad de ser una voz referente para las nuevas generaciones.
Toma el dolor y lo transforma. Compone, graba, edita y canta una canción que sublima una historia pasada que todavía duele, pero que hoy pesa menos.
“Duele menos, siempre. La música fue mi terapia desde muy chiquita. Siempre fui muy introspectiva y me costaba conectar con el mundo. La música me ayudó con eso. Cuando empecé a componer, descubrí que también tenía ese canal como forma de lidiar con la vida y de transformar lo que me pasa en algo más digerible”.
Tan íntima como catártica, escuchar la canción terminada fue un momento profundamente movilizante. En ese instante, Carmen dudó: se preguntó si tenía sentido publicarla, si realmente valía la pena exponer algo tan personal.
La respuesta llegó con claridad cuando pensó en su audiencia. Tenía que hacerlo. Por ella. Por otras adolescentes que hubieran vivido situaciones similares. Por las que podrían estar en riesgo.
“A mis recitales vienen muchas chicas y niñas. Me pareció importante que exista una canción con esa experiencia. Sé que muchas personas de mi público buscan esa identificación, esa conexión con las canciones. Quise que fuera un regalo para ellas. Una advertencia y también una denuncia. Porque creo que después de la ola feminista, se perdió un poco esa fuerza de denuncia. Parece que volvió a quedar mal denunciar. Yo quise recuperar un poquito de eso”.
“Me dio mucho miedo publicarla, pero después confirmé lo que la canción trajo a mi vida. Me llegó una transformación, un cierre de etapa… y también un acompañamiento tan amoroso del público”.

 

Texto por Lucas Canalda
Fotos por Gaby Terre

 

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