EL ENTRAÑABLE MUNDO DEL DOCTOR PATULEK

De manera discreta Diego Picech fue desarrollando un sello personal basado en el trabajo independiente y la premisa liberadora del Hazlo Tú mismo. Su rastro como hacedor se extiende por discos, videoclips, cortometrajes, performances y recitales.
Detrás del alias Jean Luc Patulek habita un espíritu curioso marcado por la ética de la contracultura rosarina de los últimos 25 años.
Músico, videasta, arreglador, productor, compositor, compinche musical de lujo, editor. Enumerar el accionar de Patulek siempre es tarea incompleta. Rastrear sus movimientos es un trabajo mayor.
Su metabolismo creativo puede complicar los deberes de un periodismo deseo de capturarlo estático. Pero ahí reside un error sustancial: ¿Patulek se quedará quieto alguna vez? Seguramente no. Siempre con un as bajo la manga, Patulek se mueve con velocidad. Cuando pensás que es el momento ideal para hacerle una nota, tira un quiebre, para salir con otra cosa. ¿Patulek hizo un disco? Es para hacerle una nota. ¿Que Patulek hizo un cortometraje? Pero si acaba de sacar un disco. ¿Cómo que Patulek acaba de presentar otro proyecto y encima lo toca en vivo si todavía ni siquiera agitó la movida anterior? Doctor Patulek, usted es diabólico.
Patulek se mueve furtivo, a un ritmo propio. Tiene libuaertad de movimientos. Siempre anda en una porque es plenamente libre. No le debe nada a nadie.
Patulek siempre te deja atrás. Eso tiene genera sentimientos ambiguos: generar algo maravilloso que inmediatamente queda atrás por algo igual de disfrutable. No se trata de olvidar, sino de enmanijarse pronto con otra cosa. En ese caminar siempre para adelante, mucho queda atrás, sufriendo el olvido. Entonces, Patulek se mueve tan rápido que termina siendo perjudicial para él mismo. Sin embargo, algo está cambiando. Tiempo al tiempo. Patulek anda con ganas de disfrutar. Entendió que el disfrute puede proyectarse por encima del hoy más urgente.
Al igual que Ignacio Molinos -su colega y amigo- Patulek representa una confluencia de energías que combinan los aprendizajes éticos y estéticos de una contracultura rosarina que luego se vio estimulada por el cambio de paradigma tecnológico, estallando con libertad DIY en un horizonte digital que permitió experimentación lúdica, vanguardia emotiva y algo de husmeo antropológico, entre hardware vintage e intuición musical. Son, entre otras cosas, contrabandistas de información, generadores de proyectos, activadores seriales, siempre bien cerca de la movida donde ocurren situaciones relevantes. Se trata de hacedores que perduran, sosteniendo un sello identitario único, mientras estrechan vínculos con las nuevas generaciones y olas estéticas renovadoras. Hablamos de perfiles imprescindibles al momento de comprender las ramificaciones de una escena.
Desde su adolescencia hasta la actualidad Patulek se ganó un lugar propio como figura transversal del circuito independiente, un talento creativo ideal para tener cerca en cualquier proyecto artístico, pero también una persona sensible, capaz de entablar vínculos en escenas donde sobra la especulación y las sonrisas descartables.
Llegado el momento de referirnos a la obra de Jean Luc Patulek  nos vemos obligados a evitar la narración lineal, aceptando saltos mientras nos preparamos para alguna que otra curva inesperada. Después de todo, se trata del mismo individuo que sostiene el swing de la orquesta popular más longeva de la ciudad, mientras que a los pocos días puede estar gritando “ACCIÓN” en alguna grabación en el espesor del humedal.
De forma discreta, aunque constante, Patulek se multiplica. El viernes pasado estuvo despidiendo el año en D7 con Rosario Smowing, para estar ocupándose de otros asuntos a la semana siguiente. Hay una convivencia ordenada donde esa multiplicidad de Patuleks se sostiene hasta volverse sustentable. En esa anda ahora: aprendió a disfrutar del hacer creativo pensando tanto en presente como en futuro. Ya no se trata tanto de arder en el momento, sino de sostenerlo, de pensar un mañana bien acompañado por lo que mejor sabe hacer.
Patulek nunca habla de sí mismo. Las ocasiones en que hace prensa por alguna de sus producciones son nulas. Siempre anda en una, es cierto. Lo podemos encontrar en recitales, performances, obras de teatro, proyecciones y alguna lectura de poesía. Lo podemos cruzar en bici por las calles de Rosario. Lo encontramos, claro, sobre el escenario.
Con tanto sucediendo, él siempre prefiere curtir un bajo perfil. Patulek nunca haría alarde de sus actividades porque es una persona que conoce el decoro. En una contemporaneidad que redunda de fanfarronería, su discreción natural se transforma en virtud. Lo mismo podría decirse de Diego Picech, quien habita la piel del Doctor Patulek. A Picech le cuesta hablar de sí mismo. Es un rasgo que se afirma desde su mirada esquiva. Se trata de una timidez latente que no debe malinterpretarse. Puede que su mirada inquieta, esté captando todo lo que sucede alrededor.
Con ojos y oídos toma nota, Patulek toma nota. Está concentrado. Responde, pero también logra preguntarse a sí mismo. Además, nota el tremendo volumen con el que impacta el silbido de un tren que pasa por el bar donde está sentado. En su concentración inquieta, se entiende como el tipo puede manejarse mientras a su alrededor todo está estallando en mil colores: la primera vez que tocó Densha Gogó, el proyecto creado junto a Victoria Lucero, montaron una performance irrepetible donde un rock swingero anfetamínico post Pipo Cipolatti sonaba sin cesar mientras una dupla de bailarinas hacía contorsiones en el piso, entre la gente entregada al movimiento, y unas visuales de Fla Cisera invadían todo el cuarto trasero de Bon Scott. En esa experiencia inmersiva, donde artistas y público se fundían en un goce de los sentidos, Patulek flotaba con su guitarra, manteniendo el pulso de director de orquesta, aun cuando todo alrededor era una hermosa entrega abrumadora. Su cabeza, sus sentidos y su cuerpo tienen la capacidad de estar en varios lugares al mismo tiempo, sin perder concentración alguna. Resulta lógico, entonces, ver cómo sus ojos revolotean. Siempre está enfocando en una, a punto de hacer su próximo movimiento.

1> Rec

En su laboratorio personal, ahí donde reina la armonía del hogar y el aparataje está listo para grabar, Patulek estira sus alas, buscando nuevas canciones. Hay resultados que pueden ser satisfactorios. Algunas cosas quedan, otras son descartadas. Entre el revoltijo, siempre tiene alguna idea merodeando su cabeza. A veces es precisa, casi que puede escucharla dentro de su mente. En ocasiones, simplemente, es un bosquejo, algo que apenas se insinúa. En todo caso, la entrega es la misma. Como los mayores descubrimientos de la historia, el resultado, muchas veces, puede ser fruto de la casualidad. En ese sentido, la búsqueda siempre goza de cierta libertad. Nunca hay nada ciento por ciento seguro cuando Patulek está trabajando en nueva música. Se trata de prueba y error, de permitirse equivocarse, de nunca empecinarse con algo cerrado. El error puede ser un gran punto de partida o un destino sorprendente. La cuestión es permitirse entenderlo.
El historial del Doctor Patulek registra algún que otro episodio de obsesión, dicen que dicen. Hay una idea de perfección que, a veces, resuena fuerte adentro suyo. En esas ocasiones, la apuesta es total. Patulek llega hasta el final. De nuevo: sin resultados seguros. Esa obsesión, a priori, puede resultar frustrante. A la larga, no obstante, todo cobra sentido.
En el laboratorio, se encomienda a la tarea creativa combinando sapiencia musical, instinto DIY y operatividad argenta, resolviendo con los elementos que haya a mano. Patulek puede emular sonidos de contrabajo valiéndose de un bajo cubierto con una franela, o puede pasar del banjo a la mandolina para saltar otra vez a las cuatro cuerdas. Ahí aparece otra virtud fundamental del Doctor Patulek: la capacidad de crear desde la nada. En ese sentido, quienes comparten horas de ensayo con él siempre terminan aprendiendo yeites, rebusques y lecciones esenciales sobre el oficio de hacer música.
Si Patulek enseña a los demás es porque antes aprendió de otros maestros. En toda historia hay un Señor Miyagi, un Splinter o un Yoda. En el caso del laboratorio de Patulek se debe mencionar al inefable Edu Vignoli, compositor, multi instrumentista, productor, sonidista, gestor cultural, amante de la electricidad y los cables; artista de vanguardia, padrino espiritual de la música independiente rosarina, caminador de recitales y agitador contracultural, entre otras tantas actividades.
Al Edu lo conoció cuando era adolescente. Empezó a tratarlo años más tarde, cuando transitaba su propio camino. Lo primero que destaca Patulek, al rememorar el vínculo con Vignoli, es un mundo de aprendizajes especiales que cambiaron sus formas de concebir el arte. El primer vistazo interior hacia el mundo del Edu llegó cuando Una Cimarrona precisó un reemplazo temporal de baterista. Fue Picech quien tomó asiento tras los parches. La admiración empezó a crecer desde ese primer instante. “El Edu tiene una manera muy singular de producir música”, recuerda aquellas primeras semanas. Vignoli creaba desde la nada, generando música mientras desarrollaba recursos creativos en cada músico. Además de eso, había una convicción absoluta que maravilló a Picech. La seguridad y convicción artística de Vignoli es lo que más aprecia, hasta la fecha. “Eso es muy lindo eso en un artista. Edu genera algo y está convencido. Va contra viento y marea con esa convicción”.
Más tarde, con la relación en otro estadio, Vignoli le enseñó a grabar.  Fue cuando empezó un viaje que todavía no terminó. “Todo eso se lo debo totalmente a él. Me enseñó desde cero”. 

Sobre finales de agosto, el Doctor Patulek y su socio Diego Casanova salieron al ruedo para anunciar Fuego y los de Sandro, un álbum de versiones que presentaron bajo el nombre de Patulek y El Capitán.
Fuego y los de Sandro puede entenderse, también, como un disco ambiental donde la atmósfera efectivamente se vuelve pesada, entre densidad de humo, whisky y baile lúbrico. Más que un álbum es la figuración de un sótano húmedo en la mejor tradición Exile on Main St, donde se respiran arrimadas de swing, canción melódica y algo de gauche.
El arte del disco, a cargo de Carlos Masinger, remite tanto a La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp de Rembrandt como a La Autopsia de Enrique Simonet. La aproximación de Patulek y El Capitán es precisamente esa: exhumar canciones clásicas, para estudiarlas y deconstruirlas. Los mejores momentos del disco llegan cuando ambos socios se permiten reimaginar tanto los estribillos como los arreglos. Ahí residen las sorpresas, al igual que el atrevimiento de descolocar al oyente.
Patulek y Casanova hacen un trabajo fino: corren a un lado la mitología de Sandro para trabajar con la atmósfera lograda por su desempeño vocal y los arreglos epocales. Ambos socios se atreven a reimaginar los temas en otro clima, aunque sosteniendo ese filo dramático-erótico-sexual que puede pensarse como estandarte del camp nacional y popular de la época. Ahí el disco de Patulek y El Capitán logra una conexión conceptual con el catálogo babasónico de Bultaco, donde residen gemas del grupo como Vedette, Vortice Marxista y Groncho.
Mientras que Fuego y los de Sandro funciona por sí mismo, sin necesidad de análisis concienzudos, el disco es una oportunidad ideal para adentrarse en el universo musical de Jean Luc Patulek. Pero… ¿en qué consiste precisamente ese universo? 
En el universo sonoro expandido de Patulek se cuentan post-punk, new wave, swing, pop, a gogó, gauche, punk rock, bolero, entre otras hierbas. La discografía del Doctor se extiende por el catálogo de Patulek Records y su antecesor, Tribilin-Uno, así como también en proyectos afines como Rosario Smowing y Carlos Masinger. Siguiendo el rastro con mayor detalle, Patulek demanda paradas obligadas en proyectos como Chimo, El Hombre Invisible, Di Berto, Norma Pons, Víctima del Vaciamiento, entre otros. Las cantidades, al igual que la intensidad, varían. En todo caso, podemos afirmar que ninguna de esas sonoridades se rige desde el fundamentalismo. Se trata de un cocktail mestizo donde el rastro se confunde, bastardo, en música estimulante. Parece haber una sola regla: la emoción. 
“Cuando largo el sonido que largo, seguramente en mi mente estaba buscando otra cosa. Tampoco le erro tanto. El disco de Sandro tenía un sonido en mi mente y terminó siendo eso que ahora conocemos. Me sorprendí”, explica.
La palabra logro asoma de la boca de Patulek únicamente cuando se refiere a su sonido. Su logro, dice, es haber logrado canalizar sus influencias a través de los equipos. Se refiere a poder procesar toda la data que maneja en su cabeza -junto a sus compinches musicales de cada ocasión- a través de equipos disponibles al alcance de cualquier músico promedio. Patulek no es un tecnócrata, tampoco un cachivachero de parafernalia vintage o contemporánea. Más allá de los instrumentos, tiene dos herramientas preciadas, casi infaltables: una reverb genérica vieja que usa para todo -” ya quedó, es parte de mí”, aclara- y una casetera donde graba bases. Más que andar enfierrado, prefiere estar rodeado del equipamiento suficiente para captar y transmitir la calidez del sentimiento primigenio, cuando la banda encuentra la forma justa de la canción y entiende el ropaje que mejor le sienta.
“El sonido Patulek se debe al hardware que tengo, además de la manera de tocar”, comparte. “Siempre disfruto del sonido demo, antes que la grabación enorme que enfría todo. El demo es caliente, contiene más sentimientos. Es un estilo para mantener”. 
La batería grabada en casete es un elemento clásico del sonido Patulek. Al principio se trató de un rasgo romántico; un recurso sonoro tan colorido como diferente. En la actualidad es un elemento identitario irremplazable del multiverso patulekiano. La persistencia a través de años, plasmada tanto en discos como sencillos, logró ser una marca registrada. “Intenté recrearlo con plugin y no resulta“, confiesa. “Usar casete es medio engorroso, pero no me quedaba otra que sacar el sonido de esa manera. Lo usaba, listo. Ahora lo afirmo. Me encanta. Me da el sonido que me gusta”.
Con tanta información dando vueltas, una pregunta todavía flota, sin respuesta: ¿Qué tipo de música hace Patulek? El interrogante directo no parece arrojar ningún resultado puntual. Patulek evita definirse. De igual modo, opta por no cerrarse en respuestas concretas. Tampoco esquiva el bulto. En todo caso, siempre elige la salida que le permite mantenerse libre de ataduras: “uno en la mente siempre tiene pensado algo. Después el resultado es otro. Eso termina siendo el sello de uno. Por más que uno intente correrse de sí mismo, siempre terminás teniendo una identidad”. 

2 > Claudia + 4. 

Diego Picech nació en la ciudad de Reconquista, sobre el nordeste de la provincia de Santa Fe, hace cuarenta años. Tiene dos hermanas, María Cecilia y Paula (DJ), y un hermano, Andrés (músico, diseñador, realizador audiovisual). De madre periodista y padre docente, lxs cuatro se criaron en una casa muy social, con gente entrando y saliendo. Las amistades de los mayores, más la propia junta de cada hermanx, le fueron aportando una pátina de humanidad siempre diferente a la casa familiar. La música estaba por doquier. La escuchaban y la disfrutaban. Entre lxs cuatro iban intercambiando bandas e información. Desde el principio, cada hermanx fue encontrando su esquina estética. Si bien compartían todo, nunca fueron de pisarse en sus gustos. 
En los 90, cuando lxs chicxs crecían, Claudia era periodista. Primero trabajó en diarios, luego tuvo una etapa radial hasta que finalmente llegó a la televisión, conduciendo el principal noticiero de Reconquista. Profesional esmerada y madre todo terreno, Claudia los llevaba allí donde el deber llamaba. 
La televisión funcionó como una ventana a un mundo exterior repleto de color y acción; adultos trabajando de aquí para allá; mientras circulaban muchos personajes absurdos que podrían haber salido de Springfield, aunque era nativos de Reconquista. Lxs chicxs iban para todos lados con Claudia. Podían acompañarla al canal, para alguna grabación o transmisiones en vivo, siendo testigos de todo el esplendor del estudio de televisión activo al ciento por ciento. Lxs niñxs espiaban todo, tomando nota absoluta para sus adentros. Además, podían acompañarla a exteriores, haciendo entrevistas en lugares pintorescos o situaciones atípicas. De esa forma, la familia atesora fotos con Los Fabulosos Cadillac en su primera visita a Reconquista, o alguna junto César Banana Pueyrredón.
A veces, cuando tenía que dejarles y no hacía tiempo de contactar una niñera, Claudia sacaba algún VHS del banco de videos del canal -RTC- dejando una película programada, cosa de lograr un rato para salir a trabajar, sabiendo que lxs chicxs estaban quietxs.  Esos VHS que iban apareciendo se fueron convirtiendo en un suplemento en la formación del niño Picech. El Patulek por venir se insinuaba cuando se sentaba frente a la máquina de escribir para trabajar en guiones y finales alternativos de películas clásicas. La recreación se completaba con muñequitos y demás juguetes. Por supuesto, todo junto a Paula, María Cecilia y Andrés. Todavía no había alcanzado los diez años y Diego ya jugaba a dirigir.
La conexión de la hermandad se mantiene vigente hasta la actualidad. Mucho habrá cambiado desde esa niñez, fueron creciendo, madurando, tomando direcciones diferentes. Sin embargo, atravesándolo todo, la información que marcó los años de crianza se siente fuerte en chistes, guiños y códigos que manejan lxs cuatro. De hecho, Patulek afirma que son sus hermanxs quienes inmediatamente entienden los guiños o referencias que marcan a los videos que va realizando.
La máscara de Patulek se transgrede cuando se refiere a Claudia y su familia. Aparece Picech, con sonrisas sinceras que responden a tiempos hermosos que todavía persisten y siguen adelante en cada reunión familiar. Tiene que ver con una madre laburante llevando adelante una familia de chicxs inquietxs y permeables a los estímulos constantes que llegaban desde todos lados: las amistades, las películas, las series, la música, las revistas, los libros, la gente. De toda esa información que daba vueltas de manera constante, lxs hermanxs fueron condensando un mundo propio, un color familiar que hasta el día de hoy marca la cotidianidad. “Con mis hermanxs tenemos una conexión estética muy parecida. Es todo re Picech”, comparte. Desde el círculo más cercano, hay voces que afirman que la creatividad Patulek, nace en esas jornadas caseras, donde lxs hermanxs disfrutaban de la complicidad y la espontaneidad mientras iban descubriendo  

3 > Punk es libertad. 

En la casa familiar había una guitarra. Diego, de chiquito, la tocaba todo el tiempo. Nunca nadie le explicó que para tocar la guitarra había que aprender. En su cabeza no hacía falta nada de eso. Él ya tocaba y se divertía mucho. Su aprendizaje formal llegó cuando se cruzó con un profesor de guitarra que impartía lecciones gratuitas los días sábados. Fue idea de un amigo ir a tomar clases. “Claro, ¿cómo no se me había ocurrido ir a aprender? Yo le daba y le daba“, observa mirando atrás. “Tengo el recuerdo de la primera clase como algo increíble. El tipo me enseñó tres acordes y entendí que podía combinarlo así y asá. Desde ahí no paré”.
Diego se detiene en un punto. Piensa para adentro y sonríe algo tímido. Encontró algo, revolviendo aquellas épocas. Entre risas, se sorprende en un punto específico: para aprender de manera formal alguien tuvo que venir otra persona y darle un empujón. “Si no, no me avivaba de hacerlo”, señala. De haber sido por él, seguía en la suya, metiéndole por su lado. ¿El primer indicio concreto del DIY que marcaría su vida? Algo es seguro: la guitarra no se la sacó nadie. A partir de allí tod
o sucedió con gran velocidad. De inmediato apareció Boligoma, el primer grupo de su vida. El punk llegó con un manifiesto liberador: Hazlo Tú Mismo. El punk ponía en palabras concretas algo que el pibe ya tenía en la cabeza y que, además, ya estaba activado. Los tres acordes fueron una revolución desde un principio. Con el punk llegó una información expansiva y una ética que marcaba una dirección. “Lo bueno de escuchar punk es que no tenía tantas expectativas. Con pocas cosas me conformaba. No tardé nada en armar mi primera banda”.

A los quince años ya estaba tocando en recis en Reconquista. Durante unos seis meses Boligoma mantuvo una inercia adolescente que tuvo su primer encontronazo cuando el baterista decidió irse. Eso significó bajar un poco la velocidad. Sin embargo, las cosas pudieron seguir adelante gracias a la discreción natural de Diego: con la sala de ensayo montada en el hogar familiar Picech, ya hacía tiempo que estaba aprendiendo a tocar la batería de forma intuitiva. Otra vez, sin tener noción alguna, tocaba y tocaba. La historia se repetía: no paró más, ni con la guitarra ni con la batería.
“Cuando miro para atrás soy consciente que nunca me importó saber. Nunca tuve miedo. Hasta el día de hoy me pasa eso. Hay un perfil muy lúdico en hacer esa música. La gente que estudió, quizás, se toma el hacer música de una manera más neurótica. Gracias al punk puedo decir que siempre fue muy lúdico todo. Siempre seguí aprendiendo. Nunca se me fue eso que agarré del punk. Nunca me pegó la de ay, ahora ya sé tocar, tengo que ser bueno, no hacer tales cosas. El punk me regaló libertad”. 

4 > Niño, una vez más. 

Googlear Jean Luc Patulek es un ejercicio de disfrute. La búsqueda arroja resultados que atraviesan las fronteras del tiempo, con grupos que se sostienen y otros que pasaron a la historia, al igual que ciertas etapas estéticas acabadas. La mayoría, por supuesto, remite a resultados musicales. El rastro digital de Patulek se multiplica aún más cuando consideramos su faceta de hacedor audiovisual: Los Castigos, Los parrilleros del Paraná, Lalalas, Una Cimarrona, Dami y los suave tormentos. Como realizador, con la Smowing, así como con Los Parrilleros, Patulek encontró proyectos donde pudo acoplarse para potenciarse y llevar adelante caprichos y conceptos. Encontrando el espacio suficiente como para ir a fondo, en ambos casos hablamos de sociedades creativas que redundaron en mucho más que simples clips: la visión de Patulek es un agregado, haciendo de cada trabajo audiovisual un material valioso que se suma al cuerpo de obra de cada proyecto, logrando un peso específico que se sostiene por sí mismo. Ahí el realizador cobra otro espesor: es un potenciador, alguien que permite una mirada refrescante sobre artistas clásicos como Rosario Smowing, o ayudar a entender el cancionero sensible de punk melódico y popular de El Deschu, otorgándole otras posibles puertas de ingreso. Patulek hace la diferencia, siempre.
Al capitán Casanova lo transformó en una criatura salvaje terrenal, hijo de los elementos, rumiando por las noches de luna llena de una Alemania difusa, perdida entre la República de Weimar y el capitalismo democristiano. Al Deschu -y toda su banda– los convirtió en actores de reparto de una espiral litoraleña donde la melodía ramonera se mezcla con un simpsonismo argento, contando la historia de un tal Jean Luc-Patulek, director tan excéntrico como tirado, tan pretencioso como chantapufi. A Cristobal Briceño lo sacó de su estampa solemne, permitiendo una desacralización que lo muestra relajado, más cerca del tipo espontáneo que habla nerviosamente sobre el escenario, en lugar del cantautor reverenciado que es observado a cada paso. 
Pasear por los clips y cortometrajes de Patulek arroja una certeza:  el realizador audiovisual es un niño corriendo libre por el prado, flasheando divertirse con total impunidad, metiéndole a fondo con sus ocurrencias. El entusiasta esconde un niño contento que maneja posibilidades para ejercerlas completamente despojado de inhibiciones o del deber ser propio de un profesional. 
Allí reside una curiosidad: mientras que la música debería ser el ámbito donde Patulek podría ir a fondo, soltando al niño creativo de su interior, es en lo audiovisual donde suele alcanzar esa completa libertad.
“Es cierto que soy niño. Mal. Me siento re libre ahí”, confirma. “Cuando te digo que, en lo musical, es lo lúdico lo que me atrae, esa cosa que me dio el punk, en lo audiovisual es todavía más porque nunca jamás estudié nada de eso. Lo agarré con absoluto y total caradurismo”, sostiene. “Cuando me pongo a pensar, estaba muy en otra: no me daba vergüenza sacar así, todo de la nada. Los primeros videos fueron muy al tun tun, pero llenos de frescura. Con el paso del tiempo, los veo y están llenos de errores, me parecen horribles. Pero recuerdo la emoción de ese momento y ¡está bien! Buscaba esa frescura”.
“Mi total desinhibición se debe a que nunca estudié nada de eso. Entonces siento que nunca le voy a tener que rendir cuentas a nadie. Por ejemplo, mi hermano Andrés, es un profesional que sí trabaja en eso. Cuando le comparto los videos me hace observaciones y medio que la sufre. Al mismo tiempo, cuando él hace música, yo encuentro que disfruta con total libertad de la forma en que yo lo hago en el campo audiovisual. El Andrés músico se re suelta. En el terreno ajeno uno trabaja con mayor niñez que en el propio. El oficio verdadero es donde uno mete la neurosis, en el campo ajeno hay total libertad”. 

Haciendo música o filmando, Patulek nunca se detuvo a esperar por factores externos. Tampoco rezó por salvaciones que arreglen todo desde afuera. El Hazlo Tú Mismo que llegó temprano en su vida se mantiene hasta la fecha: siempre hubo acción para resolver; capacidad para encauzar hasta las empresas más arriesgadas; recursos creativos para suplir las carencias típicas de la autogestión. En ese hacer constante, tanto el músico como el realizador audiovisual toman otra dimensión, entrando de lleno en el oficio de la gestión cultural, encontrando recovecos necesarios para siempre salir adelante, llegando a buen puerto. En tantos años de actividad, cabe destacar, que Patulek pudo llegar salir airoso porque siempre estuvo bien acompañado en su navegación. Una de sus virtudes es saber trazar puentes con los demás. Para Patulek las personas que acompañan son fundamentales. En ese sentido, quienes lo rodean, desde su niñez hasta la actualidad, son actores esenciales en la construcción de su cuerpo de obra. Podría afirmarse que, sin lugar a dudas, el Doctor Patulek no existiría sin los demás. El viaje nunca es solitario. La épica nunca es individual.
Si bien el niño Picech había conocido, a través de la profesión de mamá Claudia, la trastienda del mundillo televisivo, las cámaras y los rayos catódicos no fueron una posibilidad demasiado real hasta años más tarde. La realización audiovisual llegó cuando Picech ya era un rosarino más. La figura de Carlos Masinger se vuelve clave en esa etapa artística de Diego. Luego de una colaboración que se termina frustrando, ambos músicos finalmente coinciden en el proyecto musical llamado Norma Pons. Desde ahí, un joven Picech va tomando nota de lecciones varias a cargo de un artista con una cabeza especial. Escritor, guionista, director de teatro, músico, pintor, compositor: Carlos nunca andaba demasiado quieto. Desmarcándose hasta de su propia sombra, Masinger siempre deparaba alguna sorpresa para compartir con un circuito cultural que, por entonces, andaba en transformación. Si con el advenimiento de las redes sociales empezó una marcada hegemonía de la pose y la pretensión calculada para los celulares, Masinger se reía de todo, craneando un arte que desarticulaba.  Picech, a su lado, se fue permeando por todo eso.  “Cuando arrancamos con Norma Pons, él solito hacía las letras, las gráficas, los flyers, componía, le re metía. Con el tiempo comprendí su nivel de locura, el mundo que iba creando. Sin dudas, me parece uno de los artistas más importantes de Rosario“, indica.
Si tiempo antes, Edu Vignoli había funcionado como catalizador de un Picech productor y hacedor de discos, fue Carlos Masinger quien prendió la mecha para que el realizador conocido Jean Luc Patulek explote sus propios caminos.  Masinger marcó una pauta como músico y realizador: tomaba una idea para desarrollarla y plasmarla repleta de un colorido propio, completamente despojando a la obra de cualquier solemnidad arty. 

5 > 341

En 1998, cuando Claudia pegó un laburo en Rosario, todo cambió para la familia. Para la madre trabajadora, jefa de familia, responsable de la crianza de sus cuatro –no tan-criaturas, el nuevo empleo ofrecía horarios más estables, un factor irresistible para compartir más tiempo con Cecilia, Diego, Andrés y Paula. En noviembre el quinteto ya instalado en Rosario.
Diego llegó a una ciudad en estado de ebullición contracultural. Las calles estaban encendidas. Cuando se cumplía una semana de la mudanza, literalmente, Diego estaba en el Galpón Okupa viendo a Fun People. “Flashié en colores. Por completo“, afirma. Fue un quiebre determinante para todo lo que habría de venir.
El Galpón Okupa, por entonces, estaba abriendo un portal hacia una dimensión parakultural, sembrando las semillas de una movida que hasta el día de hoy existe/resiste en diversas formas estéticas.
Todo había comenzado en 1997. Los recitales se contaron por decenas: bandas punk, hardcore, reggae, rock, heavy, fusión latina y deformidades tan maravillosas como inclasificables, con Carmina Burana a la cabeza.  Los tambores y malabares convivían con talleres de música, poesía, clases de historia espontáneas.
Diego llegó a mitad de la secundaria. Sin conocer a nadie, su llegada en el mes de noviembre le permitió un periodo de adaptación de tres meses, antes de encarar el cuarto año en una escuela técnica.
María Cecilia, la hermana mayor, por entonces estaba de novia con un estudiante de cine. Ya para el segundo día en la ciudad Diego estaba curtiendo lugares particulares, adentrándose en una contracultura que era información pura. “De haber sido un pueblerino que venía a estudiar Medicina, seguramente hubiera tardado años en enterarme de movidas así”.
“¿Galpón Okupa? ¿Qué es eso? No sé, pero vamos que toca Fun People”. Así fue cómo entró en contacto con ese ambiente mágico que habría de torcer el rumbo de su vida.
“El Okupa fue algo zarpado. Gente leyendo, haciendo malabares, hablando de política, discutiendo sobre historia. Experimentar a Fun People esa noche fue tremendo. Me sentía parte a pesar de que recién había llegado”. 

Con el comienzo del año lectivo, en marzo de 1999, Diego empezó a asistir a la Técnica 7. Allí la gente también era diferente, cargando otra data. El barrio se sentía fuerte y él, un adolescente punk, se encontró con la cultura de la cumbia estallando desde los walkmans de sus nuevos compañeros. En el curso de treinta pibes, los punks apenas eran tres. “Esa Rosario bien de barrio me re costó, pero me cambió para mejor. A la larga, me enseñó muchísimo”, sostiene.  “Obviamente que el costado que más me gustaba era la Rosario contracultural. Me encantaba”.
La Chicago argentina ofrecía un escenario radicalmente diferente al actual. Por entonces la calle era un lugar habitable, un espacio donde ocurría mucho, pero donde principalmente se permitía el encuentro casual, habitual y familiar de las diversas partes de un circuito mayor que se expandía sin la necesidad obligada de ser centro dependiente. Precario, aunque sustentable, ese circuito contracultural superaba la estrechez del centro, encontrando satélites en los barrios.
Picech pateó mucho esas calles. El adolescente conoció, por simple curiosidad, muchos músicos callejeros, muchos artistas urbanos que cruzaba durante el día para luego volver a encontrarlos en la noche. Con esa gente fue haciendo buenas migas. Así entabló relación con Hugo Coronel, probablemente el primer atisbo de Rosario Smowing en su vida. Muy pronto, además, estaría trabando relación con Edu Vignoli.
En la prehistoria de Jean Luc Patulek, el adolescente curioso que fue Picech tuvo la enorme responsabilidad de lograr vínculos sustanciales que ahora cuentan con dos décadas de vida. Nunca fue de pensarlo demasiado, al mirar atrás, pero ahora entiende que ya estaba siendo parte de algo valioso.
Todavía era un recién llegado a Rosario, no obstante, se movía en la ciudad con una soltura entre inconsciente y esperanzada: siempre había algo por experimentar, otra cosa que descubrir. Diego aprendía y disfrutaba. Además, se involucraba. “Muchas veces pienso que hoy sigo viviendo la vida de aquel entonces”, reflexiona. “Siento que hay un impulso que nos dirige hacia ese mismo lugar. Me marcó, sin dudas. Con el tiempo terminé laburando con Edu. No es casualidad, nunca. Creo que uno, inconscientemente, va adonde quiere”. 
El Okupa era un espacio manifiesto donde ocurría el mayor encuentro contracultural de aquel momento. Aún con su protagonismo rutilante en la agenda de poco más de centenar de jóvenes de distintos palos, no era el único lugar adonde recurrir para sentirse atravesado por experiencias modificantes.  A su alrededor orbitaban otras cuevas rockeras para recitales y fiestas; galerías de arte ad hoc, donde se montaban muestras según la necesidad del momento; pequeñas salas de teatro con obras independientes, poesía y performance. Finalmente, las ollas populares eran un punto de encuentro para cientos de personas de perfiles diferentes que, unificados por sus necesidades básicas, se hermanaban pensando en respuestas políticas utilizando diversos lenguajes artísticos.
Con tanto sucediendo tanto en la superficie como en lo subterráneo, parecía que la ciudad respondía a la asfixia del modelo neoliberal -que ya apretaba fuerte a Rosario y todo su cordón industrial- con una ebullición artística que era tanto catarsis como resistencia como posibilidad de algo diferente, algo mejor. El adolescente Picech andaba por ahí o por allá. La curiosidad fue una herramienta mayor. Eso sigue hasta la actualidad. 
“Lo que agradezco, y rescato, es que llegué para conocer dos Rosarios. Estoy agradecido de haber llegado a dos ciudades tan diferentes. A veces uno está inmerso en un mundo demasiado chato. Hay otra ciudad palpitando. Yo era completamente ajeno a ambas. Afortunadamente pude conocer esas dos ciudades tan diferentes”. 

6 > Una banda es el mundo. 

Varias fuentes cercanas al doctor coinciden en hablar de una “creatividad Patulek” que tiene fuentes directas en un lago interior donde conviven el cine, la música, el video, la televisión, el humor, los memes, la cultura retro del VHS, la calidez del cassette, la fritura del vinilo y arreglos musicales que rubricaron el sonido popular de décadas anteriores. La lista podría seguir. Se trata de la data interior de un tipo con curiosidad voraz que sigue husmeando por los rincones que más le llaman la atención. En ese sentido, Patulek siempre anda con las antenas encendidas, procesando estímulos del exterior.
La palabra exterior se vuelve esencial. Hablamos de una palabra puente: en ese exterior, ese afuera, es donde Patulek se encuentra con el otro. Esa instancia es fundamental para todo proceso creativo de Patulek. Lejos de ser un héroe solitario, Patulek siempre es mejor acompañado. En ese sentido, Patulek, al igual que Picech, entiende que la hermandad es fundamental para toda instancia de la vida. “Lo que más me gusta es el trabajo colectivo”, dispara. Siendo parte de bandas y proyectos desde mediados de los 90, la experiencia acumulada deja algunas lecciones bien claras: “las asociaciones de a dos, generalmente, son las que más funcionan. Si bien hay suma de mentes, porque varias son mejor que una sola, cuando somos muchos puede resultar engorroso. Termina en una guerra de egos o puede resultar en inhibiciones. A veces la creatividad es tan frágil y volátil, cuando hay una mínima inhibición, a veces casi inconsciente, se apaga la linterna o no funciona tan bien”.
El laboratorio siempre es más divertido cuando hay alguien con quien compartir la aventura. En esa instancia, el otro es tanto compinche como agente potenciador, además es alguien con quien seguir aprendiendo. Son varios los nombres que se asocian a Patulek en tantos años de actividad sostenida. Diego Casanova, Carlos Masinger, Victoria Lucero (alias Laura Remis) y más recientemente, Lalalas. Patulek destaca que, con todas esas personas, siempre se dio una construcción real porque hay un deseo mutuo por aprender mientras se entregan a la aventura creativa. Para el músico y productor, se trata de trabajar a la par, agarrando la pala, en sentido literal. “Una y una. Hay que meterle entre ambas partes. Eso es construcción genuina, creo”, sostiene. “Con Vicky, por ejemplo, me pasa que me siento en completa libertad. Es mutuo ese sentimiento. Para Densha generamos un espacio totalmente libre de represiones. Entonces se va dando esa construcción entre los dos. Nos juntamos y llegan las canciones. Después claro, la colgamos, pero nos encanta componer en conjunto. Lo mismo con Diego. No es común que pase eso. Con Lalalas se generó algo especial.  Ellas tenían una estética fija y con muchas influencias. Creo que en ambas partes se dio una apertura mental de la escucha. Está buenísimo eso, que fluya la escucha significa que siempre estamos aprendiendo en conjunto. Con Lalalas se dio eso mismo. Hubo química, además. El disco que grabamos fue pura magia de ellas. Las pibas la tenían re clara, con todo listo. Yo simplemente las grabé, no intervení en casi nada”. 

7 > Ser 

De adolescente, Diego nunca pensó seriamente en ser músico. Imaginar, sí, hubo algo de eso. Ser músico es una cosa. Vivir de la música, otra. Eso mismo se le vino a la mente muchas veces en la vida. Pensarlo SERIAMENTE, dedicarle tiempo real, consciente, fueron muy pocas. El primer registro de pensar algo semejante fue en 1998. Estaba viendo a Viejas Locas y Vox Dei en el anfiteatro. Esa noche, mientras Pity y Fachi hacían de las suyas, una idea efímera pasó por su cabeza: “che, que lindo estaría tocar alguna vez con alguna banda acá”. Años más tarde eso sucedió, con Patulek sentado tras los parches de Rosario Smowing. Cuando pasó eso, Diego le ganó a Patulek, reconociendo un flashback: recordó que quería precisamente eso y que se había dado. Pero querer, esa palabra tan pequeña, era un montonazo. Se trataba de su deseo. Entenderlo es enorme. ¿Diego habrá podido procesar su deseo o fue una tarea que le dejó a Patulek? ¿Fue ese preciso momento en que fue consciente de su deseo, apenas minutos después de haber tocado en esa clásica postal rosarina? Preguntas que quedan pendientes para ambos.
Volviendo al anfi: Para Patulek, esa noche que la Smowing sacudió a todo el público presente, el hecho sucedió de forma natural. Remarca lo de natural. Dos veces. Hubo años de esfuerzos, de aprendizajes; kilometraje de experiencias y un lomo curtido a base de intuición y dedicación en incontables proyectos. Él se había convertido en baterista de la Smowing siguiendo los pasos normales, luego de largos años de hacer sus palos en la movida. “Sucedió, pero sin trabajar de manera consciente en eso”, afirma, remarcando que su entrega como músico siempre se basó en el momento, en el disfrute más lúdico, en el goce cotidiano. Para Patulek, en aquel tiempo, no había demasiado planeamiento hacia adelante. Quizás, por entonces, el futuro era demasiado abrumador como enfrentarlo y pensarlo. Era paso por paso, día por día.
Patulek repite, de forma redundante, que todo se dio de forma natural. Parece que quiere convencerse de que hay algo de normalidad en su camino. Se trata de un episodio de confusión, donde el axioma punk de que cualquiera puede hacer música, cualquiera puede ser músico, se mezcla con una naturalización casi obstinada. Mientras que la historia nos deja saber que, efectivamente, cualquier persona puede hacer música y, eventualmente, transformarse en músico, no cualquiera puede ser Jean Luc Patulek. Pocas personas pueden ser permeables a procesos de aprendizaje sostenidos a través del tiempo, o sistematizar las lecciones de la experiencia en acciones concretas haciendo la diferencia en proyectos que llegan al público, que encuentran feedback real, tanto en la gente como en la propia comunidad artística que los rodea.
Hubo un momento en que el deseo fue manifiesto. Entender ese deseo marcó un antes y un después en la vida de Patulek. Trabajar de la música; darse a la música; crecer para entender que la música es tanto oficio como refugio, tanto espacio lúdico como medio de vida, fue una enseñanza que llegó de la mano de sus compinches más grandes: Diego Casanova, Carlos Masinger y Edu Vignoli. “Ellos me educaron. Posta”, reconoce, apuntando desde un sentido de gratitud genuino. “En algún momento ellos llegaron a renegar conmigo. Me sentaron, a su forma, para decirme que esto es en serio, no es un hobbie, no es joda. Realmente fue así. Aprendí de ellos porque tuvieron predisposición para educarme. Ahora me encuentro, de repente, con que me toca laburar con chicos de veinte y me veo diciendo lo mismo que ellos me decían a mí. Es un poco la vocación del músico, creo. Está bueno hacérselo notar a alguien. Cuesta. Hoy toco con pibes que la rompen toda y me toca hacer de profe. Entiendo que es así. Estoy agradecido especialmente con Diego y Carlos, quienes fueron las personas que más me educaron en ese sentido. Son dos artistas de verdad. Gracias a ellos entendí que esto es un trabajo”. 

Ni Diego Picech ni Jean Luc Patulek exhiben señales que delaten sus cuarenta años. Siendo un señor de cuatro décadas, sigue disfrutando de aprender. Esa palabra/acción aparece de forma constante al momento de conversar. Tanto Picech como Patulek continúan aprendiendo. Hay lecciones propias del cotidiano, de las vivencias más mundanas. En el campo profesional, la música todavía guarda muchas lecciones. Son aprendizajes que llegan en el hacer, mientras que también vienen con los compinches de siempre, y con los que están por venir.
Llegando a 2023, el futuro ya no parece tan abrumador. Patulek mira hacia adelante. Construye desde el presente, sin ansiedades para el mañana. Al futuro prefiere pintarlo con música, trabajando canción por canción. Por supuesto, siempre anda acompañado porque no se puede ser feliz en soledad: “últimamente estoy enfocado en ser obrero de la música. Me costó mucho eso. Antes solamente quería hacer algo genuino. Lo que era trabajar, me costaba. Ahora lo disfruto. Siempre, lo que más me gusta, es hacer temas, generar algo nuevo. Pero ahora quiero disfrutar los proyectos en cada etapa. Fuego y los de Sandro está buenísimo. Quiero salir a tocarlo, quiero disfrutarlo. Me interesa capitalizarlo en ese sentido. Veo Matilda y me encanta la manera de laburar que tienen. En ese sentido, aprendo mucho de ellos. Son tremendos profesionales. Es una banda que tiene más de veinte años, tocan seguido, suenan. Son genuinos. El corazón se siente. Aprendí que la gente busca aquello que es genuino. Responden a eso. Poniendo el corazón es la manera en que se triunfa. No se trata de pegarla. Triunfar es eso: llegarle a la gente”. 

 

 

Por Lucas Canalda y Flor Carrera Ph

 

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