QUIZ RAPTILIANO #45: WALTER LEZCANO

Quiz >  Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala

Walter Lezcano nació en Goya, provincia de Corrientes, Argentina, en 1979. Aunque, al cumplir un año, su familia se mudó al conurbano bonaerense. Se crió en la localidad de San Francisco Solano. Es escritor, poeta, ensayista, periodista freelance y docente de secundario.
Publicó más de veinte títulos, entre novelas, cuentos y poemarios, la mayoría en editoriales independientes. En ensayos y crónicas, se ha especializado en el rock nacional. Además, fundó su propio sello editorial: Mancha de aceite.


¿Cuál es tu humor por las mañanas?

En general de muy buen humor. Disfruto mucho de esos primeros momentos en lo que uno abandona la vigilia y de poco se mete en eso que se llama realidad para ver qué depara el día. Es la única esperanza que me permito: abrir los ojos. Creo que el buen estado espiritual al comenzar el día es un buen combustible. Incluso uno que hay que cuidar mucho porque a veces define la suerte de ciertos proyectos. De todas maneras, el buen humor no tiene nada que ver con la candidez y la inocencia porque mi mente negativa nunca me deja en paz. Es como una lucha entre mi espíritu positivo y mi mente devastadora. El buen humor por las mañanas, además, es un escudo contra la miseria egoísta del mundo. Después viene el momento letal: saber si el primer mate del día te va a salir bien. Es muy duro estar vivo en el planeta tierra. Pero hay que enfrentarlo.

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?

Mi primer trabajo fue a los 12 años: poner membranas de brea en algunos techos de chapa de cinc. Era un verano feroz. Imaginate estar con el soplete y el sol bien cerca quemándote la nuca, la cabeza y del otro lado el fuego ardiéndote en los ojos. La paga era malísima. Aprendí que el trabajo es una mierda y te debilita. Es una sensación que no me abandonó más. Se aprenden cosas inolvidables en la adolescencia.

¿Quién es tu héroe/heroína? ¿Por qué?

Todas mis aspiraciones estético-literarias-políticas están conjugadas y reunidas en Bob Dylan y Muhammad Alí. Creo que son especies únicas, monstruosas, irrepetibles que exceden el marco de sus propios territorios. Digo, nadie podría decir que Muhammad Alí es solo un boxeador o que Bob Dylan es solo un músico. Son fuerzas de la naturaleza. Por otra parte, son artistas que crearon sus propios parámetros de cómo ser interpretados y no tuvieron miedo en intervenir el tiempo que les tocó vivir en la tierra. Dejar obra es mi mayor aspiración como humano. Alí y Dylan lo hicieron. Y en ese sentido me guían. Y cuando tengo algún problema o duda profunda, lo primero que me pregunto es qué harían ellos en mi situación. Pobre de quien no tenga maestros.

¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras dedicarte a escribir?

Encontrar la lectura. Leer me dio una vida. Hasta ese momento yo era un montón de órganos y sangre y confusión. A partir de leer pude ser una persona y descubrir un destino. La escritura es una destilación –un drenaje- de la lectura constante y omnívora a la que me lancé desde muy muy pequeño. En la medida que leo, la única y verdadera constante en mi vida, puedo escribir.  Tuve suerte.

¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?

Nunca me pasó. La relación temerosa de la humanidad con la técnica es histórica. Ahora son las redes sociales, pero desde siempre parece que hay un elemento de la modernidad que se torna inmanejable y creo que eso genera un temor específico: la pérdida de lo humano. Y en realidad creo que nadie sabe bien qué es lo humano. ¿Es más humano tomar una birra en un bar o hacer un brindis por zoom? Francamente no lo sé.  Pero, me parece o intuyo, que lo humano también es la técnica y el uso que le damos a la tecnología. Somos cyborgs. Bancate ese defecto.

¿Qué te preocupa acerca del futuro inmediato?

Pagar el alquiler, tener para la cerveza y los fideos, garchar.

¿Qué tipo de placer culposo disfrutás a escondidas?

Soy un hedonista. Trato de no vincular la culpa al placer porque es el camino más directo a un dolor de tipo neurótico que es totalmente improductivo. Ahí solo se genera malestar. Y si hay un malestar que se vuelve crónico, el final de ese pozo es el resentimiento. Y si existe un lugar donde no quiero caer es ahí. Así que cuando hay placer no me importa más nada. Entregarse al goce es valentía.

¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?

Pude conquistar un tipo de vida, por supuesto: con su precariedad económica correspondiente por vivir en este país, que gira alrededor de la lectura y la escritura. En ese sentido, todo el tiempo estoy en contacto con eso y no tengo al ocio como un momento al que busco llegar. No es un horizonte. Y si existe algo así como el ocio lo utilizo, nuevamente, para leer o escribir o tomar apuntes para un futuro proyecto. Veo la vida, la existencia, como una suerte de continuo de libros que van llegando y pasando. La alegría es que siempre un libro más, siempre hay otro libro acercándose.

¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?

No sé si hay algo más nocivo para la búsqueda de belleza y revolución cotidiana que el consumo irónico. Es la derrota absoluta. Es como aplicarse la autodestrucción por decisión propia y en modo constante. No, ni a palos quiero eso para mi cabeza. Y también me pasa que cada vez más quiero alejarme de esa idea capitalista de que todo es consumo, todo es un producto. Como si no pudiéramos relacionarnos con las cosas que no sea desde el posicionamiento de la explotación y el descarte. Prefiero acercarme a lo que veo y escucho como vínculos donde reina el placer y el deseo. Construir afectividad es un trabajo como cualquier otro. Y requiere mucha atención.

Para la mayoría de los artistas, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos? ¿Cómo describirías tu desarrollo como artista y la transición hacia tu propia voz?

Ojalá pudiera decir que existe algo así como “mi propia voz”. Es un sueño, ¿no? Pero sí estoy en esa búsqueda, en esa aventura, en esa construcción. Sucede que eso siempre es parte de una mirada exterior. No es posible que uno diga de sí mismo que posee “una voz personal” ya que se trata de un reconocimiento del afuera. Lo que sí puedo decir es que creo que nadie mejor que vos va a hacer lo que vos hacés. Y confío en que quiero ir cada vez más hacia la honestidad, la dignidad y la confianza en los propios materiales. Por otra parte, soy de los que creen que se empieza robando de todos lados y que lo personal llega en la medida que se tenga muchos más lugares de dónde poder robar. Y que con el tiempo, con mucho tiempo de nuestro lado, luego de infinidad de robos y apropiaciones, empieza a emerger algo que no existía y que eso puede ser considerado como lo propio, lo de uno, lo que nadie más posee. Me parece que es así: se aprende a trabajar con el tiempo, con el fracaso, con la humildad. El que abandona pierde.

¿Cómo te llevás con tu huella digital y tus primeros trabajos? ¿Te ponés detallista y crítico con ese pasado o sos más relajado?

Soy de los que no miran hacia atrás con rencor. Mi pasado me trajo hasta acá. Algo bueno debe tener. Por otra parte, el futuro no es nada o es cada vez más corto. Mañana es mejor: por supuesto, sí, todo bien. Pero el ayer también nos constituye. De todas maneras, jamás me arrodillé ante la nostalgia. Y una cosa más: odio las efemérides. Eso se tiene que terminar. Te imposibilita mirar y vivir el presente. Ojalá las próximas generaciones destruyan las efemérides.

El arte puede ser un propósito en sí mismo, pero también puede influir directamente en nuestra vida cotidiana, asumir un papel social y político y generar un mayor compromiso. ¿En lo personal tuviste alguna influencia así?

No concibo la búsqueda y la experimentación dentro del terreno artístico cuando está sometido al compromiso obligatorio con cierta agenda de la sociedad porque las luchas sociales son lo suficientemente creativas como para establecer sus propias herramientas de intervención y conflicto que no necesitan del arte para reforzar ni puntualizar absolutamente nada. Y, además, un arte como vehículo ideológico siempre corre el riesgo de volverse inofensivo, dogmático, oportunista. No los veo, al arte y al compromiso, como enfrentados y en tensión, pero considero que alguien que cree en el poder del arte no puede ser orgánico a ningún imaginario partidario. Un buen ejemplo es César Aira, que en estos momentos me parece un maestro descomunal: no hay vida afuera de la literatura o, mejor dicho, la vida es la literatura. Entregarse al arte es correrse de la buena consciencia, el lugar común y la obediencia debida.

¿Desarrollaste técnicas para lidiar con la procrastinación? ¿Qué hacés cuando te sentís atrapado?

Si estoy metido en un proyecto de escritura me veo sumergido en eso con una convicción impresionante, sin poder pensar en ninguna otra cosa. En esos momentos mi vida en una sola dirección: hacia adelante. Creo que los proyectos de escritura también me centran en el mundo, me dan un espacio, una música y un tiempo al que respeto. Y cualquier distracción no tiene lugar. Ahora bien, cuando estoy con el periodismo ahí sí puedo procastinar a nivel Everest. Pero el deadline es una buena manera de ver el límite, el borde del cual nunca desbordás. Un deadline es un precipicio: nadie quiere saltarlo y ver el vacío. Y como yo vengo del fondo de la olla le tengo terror a no llegar a fin de mes por perder un trabajo o no entregar una nota.

¿Alguna vez te preguntaste si tu poesía tiene una finalidad?

Sí, todo el tiempo. Todavía no tengo una respuesta clara. Es decir: cuando estás en el ojo del huracán no ves las cosas moverse. Hace falta tiempo y distancia para ver una respuesta certera.

¿La perspectiva del tiempo te hizo descubrir algún punto recurrente en tu obra del que no eras consciente? 

Sí, me hizo ver lo obsesionado que estoy con la violencia física y con los alquileres. Temas en los cuales yo no pensaba en absoluto de forma consciente como material estético y literario, pero a veces miro hacia atrás y me sorprende esa recurrencia. Por eso es importante dejar que el tiempo haga su trabajo. El tiempo es el único camino que tenemos para acercarnos a algo así como una verdad. Este partido no es para los ansiosos. La ansiedad es una forma de perder experiencia.

Naciste en Goya, pero con apenas un año estabas en la provincia de Buenos Aires.
¿Podés encontrar raíces correntinas en vos? ¿Hay una herencia cultural que llega por parte de tu familia?

Yo creí que era docente porque tomé una decisión en soledad de explorar esa parte de la vida. Cuando vuelvo a Goya descubro que todos mis parientes de esa rama familiar eran docentes. Evidentemente, algo en la sangre tira y se manifiesta. Está ahí. Incluso me dijeron que tengo gestos, modos, expresiones de mi papá. Alguien a quien vi una hora y media en 42 años de vida. Pero creo que son cosas de las que no se puede escapar. En otro sentido, tuve la suerte de viajar por todo el país y en ningún lado tuve la sensación de Hogar salvo en Goya. En increíble pero no lo puedo expresar de ningún otro modo. Quizás estoy unido a esa tierra con una potencia mucho más grande de lo que puedo -o quiero- dimensionar.

¿Cuáles son las lecciones que te dejó ser editor de Mancha de Aceite?

El mundo de la literatura no existe. Solo existen quienes leen y los textos funcionando en la construcción de una soledad atractiva. Lo demás es una farsa.

Periodista, poeta, ensayista, tallerista y docente. Hacés todo eso y sos todo eso. Sin embargo, hay un Walter para cada ocasión.
¿Te sentís cómodo definiéndote o le hacés gambeta a la etiqueta?

Mi sueño es poder decir que soy rockero y que eso no sea motivo de risa.

2000 a 2002 fue un periodo que marcó a fuego a tu generación. El colapso del modelo neoliberal generó el despertar de una conciencia social y política en todo el país, clero, pero además por los diferentes cordones industriales empezó a desarrollarse una cierta cosmovisión. De alguna manera, se definió la identidad de una generación que empezaba a expresarse entre DIY y las nuevas tecnologías.
¿Cuánto de generacional hay en tu obra y en tu forma de producir?

Creo que hay mucho de lo generacional por haber hecho mi educación sentimental en los 90. Somos el último rastro de un mundo que ya no existe. Vimos los chispazos crepusculares de la vida analógica y todavía no podemos acomodarnos bien a la vida virtual: de algún modo somos privilegiados por verlos y vivirlo. Pero también por ser de una clase social y un color de piel que nunca estuvieron en los planes de ningún gobierno más que como descarte, desprecio y olvido. Eso me formó en muchos aspectos: cuando venís del fondo de la olla nunca más volvés a sentirte tranquilo en ningún lugar. Siempre se trata de crear el propio territorio y un terreno de enunciación que te habilite a gritar y seguir haciendo lo tuyo. Y esa realidad se filtra desde costados impensados y determina mucho de las cosas que hago y, sobre todo, cómo lo llevo adelante.

Siento que tu trabajo está impulsado por el movimiento propio de un tiempo inquieto. Diría que Lezcano es un tipo que transita la calle, que está siempre en alguna, que busca, que vive.
El contexto pandémico congeló muchísimo del circuito cultural: recitales, presentaciones de libros, lecturas, talleres, notas presenciales y en etcetera enorme. Pero también encuentros y la posibilidad de simplemente perderse en el afuera. ¿Sentiste que el parate del confinamiento influyó sobre tu obra? ¿Hubo un cambio de energías? 

Seguramente sí la pandemia me modificó en algún aspecto. Solo que yo todavía no lo percibo. Otra vez: es el tiempo –el paso de los almanaques- el que me lo va mostrar y voy a estar contento de verlo y descubrirlo. Yo seguí escribiendo y terminé varios libros y empecé otros. Seguí con mis notas, con mis clases, seguí con todo. En ese sentido, el trabajo solitario de la lectura y la escritura te fortalece para tiempos como este. El aislamiento y la distancia es parte del negocio. Y si bien tengo las mismas preocupaciones que todo el mundo, quiero recordar este tiempo de pandemia como el momento donde no dejé que el dolor lo tape todo, que no dejé que la muerte me azote con su mierda eterna y su miedo irrefrenable. Lo mío es continuar con todo porque siempre hay que buscar un gran remedio para un gran mal. Nunca es el momento adecuado para lo que nos gusta, jamás están dadas las condiciones para emprender lo que nos copa a nosotros. En ese aspecto, siento que la historia siempre estuvo en contra nuestra y luchó para cortarnos el goce, el placer, la comunión. Así que yo quiero que mi goce y mi deseo estén en marcha siempre. Combato para cuidar mi estado de ánimo y esa es mi política existencial. Es por eso que mi credo es este: nevermind, hay que seguir.

 

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