QUIZ RAPTILIANO #49: MARIO CASTELLS

Quiz >  Cuestionario raptiliano para indagar en figuras de la cultura desde una óptica diferente.
Diez preguntas universales sobre el tiempo que habitamos + un puñado de interrogantes extras sobre su campo de acción.
Ilustraciones > Sebastián Sala

Mario Castells (Rosario, 1975), escritor, poeta y traductor del guaraní.
Es autor de El mosto y la queresa (Editorial Municipal de Rosario), novela ganadora del Premio Provincial Ciudad de Rosario en 2012, y la crónica Trópico de Villa Diego (Editorial Municipal de Rosario).
Además publicó el ensayo Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal (en colaboración con Carlos Castells, 2010), el poemario Fiscal de sangre (La Pulga Renga, 2011), y Apparatchiks (Caballo negro, 2018).
Diario de un albañil (Caballo negro) es su libro más reciente.


¿Cuál es tu humor por las mañanas?

El mejor, mi malhumor no se rige por fenómenos climáticos o de poco sueño.

¿Cuál fue tu primer trabajo? ¿Aprendiste algo valioso?

Mi primer trabajo fue de albañil, me quedé libre en el colegio a los 14 por borrachín y falopero, y mi viejo me mandó a laburar de peón. Lo cuento siempre. Aprendí mucho, de todo aprendo. Del laburo mucho más. La albañilería me enseñó más que nada en la vida.

¿Qué experiencia fue fundamental para que decidieras dedicarte a escribir?

La experiencia principal me fue dada por mi historia precedente: la comunidad del exilio político paraguayo, fundamentalmente sus artistas e intelectuales, y la literatura, obvio. No se escribe sin haber leído. Es re loco, ahora hay gente que cree que ni siquiera hay que escribir para ser escritor. Un fenómeno de la posmodernidad, la farsa de pulular por ciertos espacios de escritores y poetas y hacer showcito ya te convierte en escritor. Para ser escritor, como decía Luca Prodan: “hay que pelar”.

Por un tiempo estudiaste Letras en la UNR. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Qué te llevaste de la Universidad?

Fue muy buena. Más aún porque pasé una etapa de la carrera en que daba gusto cursar ciertas materias. Tuve algunos docentes que me conmovieron y aportaron lecturas, conversaciones, otras perspectivas políticas y culturales. Desde mi querida Sonia Contardi, de cuya cátedra fui ayudante por muchos años, hasta la Negra Antunez, desde Aldo Oliva y Héctor Piccoli hasta Nicolás Rosa, para nombrar a un gran profesor con quien no tuve vínculo afectivo. Imagínense que los estudiantes, por peso de nuestra urna, pusimos director de departamento en varios momentos. Oliva, cuando yo aún no cursaba, y Sonia Yebara en dos oportunidades. Fui varios años de la comisión asesora de Letras. De todo eso me llevo una derrota. Y como dijo Bielsa, el Loco, nada enseña más que las derrotas.

¿En alguna ocasión te sentiste abrumadx por las redes sociales? ¿Por qué?

Sí, pero estaba abrumado yo. Por la tristeza y el desatino. Las redes sociales te exponen. A veces te exponen de mala manera. Pero no son las redes en sí las que te abruman, es uno que no puede lidiar con su daimon. En una situación de mucha fragilidad me corté y estuve un mes afuera.

¿Cuán importante es el ocio en tu vida cotidiana? ¿Es imprescindible?

Escribir para mí no tiene nada que ver con el ocio. Sin embargo, rara vez me pagan por escribir. Hay que reformular eso porque ahí hay algo que debatir. Los escritores trabajamos. No estamos forrados en guita ni estamos afuera del sistema. A mí el ocio me encanta. No hay nada más lindo que disfrutar de un pescado a la parrilla con amigos, como lo hice tantas veces, en el Mitre a orillas del Paraná, y hablar, beber, escuchar buena música, disfrutar de la vida que se mueve todo el tiempo. Disfrutar del ocio es importante para todas las personas. Pero, guarda, no necesariamente tiene que ver con el impulso creativo.

¿Cuál es tu límite con el consumo irónico?

Los posmos me la vuelan. Ironizo sobre la cultura hegemónica. Me burlo de los poderosos, de los berretas y los presumidos. Ese es mi consumo irónico y es muestra de una derrota porque más me gustaría habitar otra cultura, menos chota y violenta, menos careta. No me sumo al bullying de los nenes bien que bardean a sus pares sino en el bardeo a los que siempre ganan, dictan, mandan, definen qué es lo cool, qué es lo central, lo correcto. Incluso de los que se apropiaron de la “corrección política” y emanan morales. Pero, la verdad, prefiero bardear, bravuconear y no laburarla de irónico.

¿Qué representa el deadline para vos? ¿Genera presión o es una necesidad para ordenarte mejor?

No significa nada para mí.

Para la mayoría de los escritores, desarrollar una voz propia va precedida primero de una fase de aprendizaje y, a menudo, de emular a otros. ¿Cómo fue esto para vos? ¿Cómo describirías tu desarrollo hacia tu propia voz?

Es muy necesario el aprendizaje. Yo me hice muy a lo wacho y pienso que todo hubiera sido mejor, más rápido, quizás, de haber tenido guías. Soy defensor acérrimo de la enseñanza de la escritura. De igual modo, y por otro andarivel, creo que nadie puede escribir si no vivió, y aún más, si no olvidó eso que vivió y que reformula en los pliegues de su imaginario. Es buenísimo leer. Leer sin importar lo que dictamina el canon, desde pequeño. Familiarizarse con la palabra. Lo familiar implica todo: amarse, odiarse, alejarse. Extrañarse. Entrar en la cuenta de lo efímeros que somos. Yo supe desde muy chico que iba a ser escritor. Era lo único que me interesaba ser. También me interesaba el rock, pero no tocaba ningún instrumento y la verdad es que me parece que en eso hubo una elección inconsciente. En la adolescencia me alimenté mucho con dos escritores que me saturaron. A uno ya no lo leo siquiera. Otro es un padre literario. Pero creo que me he podido correr de su sombra. El primero es Julio Cortázar. El otro es Roa.

El arte puede ser un propósito en sí mismo, pero también puede influir directamente en nuestra vida cotidiana, asumir un papel social y político y generar un mayor compromiso. ¿En lo personal tuviste alguna influencia así?

No, nunca creí que el arte fuera un medio tentador para yo hacer política. Hay otros espacios mejores para hacer política que el arte. Creo, no obstante, que el arte es capaz de transportar cualquier posibilidad. Digo esto porque he visto que aún en casos de literatura panfletaria el arte se sobrepone a cualquier jinete. ¡Alto redomón! Todo lo que no podemos disfrutar de manera artística es lo que nos genera esos calificativos. Yo los invito a que lean a Rafael Barrett, a Juan Montalvo, a José Martí y me digan que no es arte lo que leemos en esos panfletos.
Pero, por otra parte, creo que el intelectual sin compromiso con su espacio-tiempo, con su sociedad, es un conservador statuquista o un idiota. También se puede empezar con la mejor de las intenciones y terminar siendo un burócrata. Yo fui un militante trotskista. Cada vez me convenzo más de la necesidad de construir una alternativa socialista para las próximas generaciones. Ellas tendrán que lidiar con un mundo mucho más feo que el nuestro. Necesitamos barajar y dar de nuevo. Por eso, aunque las derrotas nos vuelven timoratos, brego porque encontremos una nueva configuración cultural del socialismo. Cada vez menos apegado a la ortodoxia, por supuesto.

¿La perspectiva del tiempo te hizo descubrir algún punto recurrente en tu obra del que no eras consciente?

Sí, me hizo ver que el guaraní es mi élan vital. No solo la plastilina que laburo y convierto. Sino que está en la pulsión. El guaraní en el que no escribo me solucionó el problema del huevo y la gallina.

¿Recordás el momento en que empezaste a observar tu producción sin cierta inocencia juvenil?

Sí, recuerdo. Todavía no editaba, yo edité muy tarde. Pero cuando abandoné la inocencia quemé tres cuartas partes de lo que tenía escrito y reescribí una única novela: Los kurepas. Jaja, sigue inédita, ¡es malísima!

¿Alguna vez te preguntaste si tu literatura tiene una finalidad?

La literatura, para mí, es parte de mi experiencia vital. Esa es la finalidad. Si no pudiera hacer literatura ¡qué mambo negro sería!

¿En algún momento del proceso de escritura pensás en el lector? Siento que tu trabajo se caracteriza porque siempre estás entregado a tu propia inquietud, todo llega a partir de esa decisión.

No, no pienso en el lector a la hora de escribir. A veces, sí en la última corrección. Pero es algo que me deja disconforme. Como una centreada, viste. Me parece que nada tiene de democrático o de plural o de copado pensar en el que lee. De alguna manera esa intromisión del “público lector” en la escritura es una claudicación al mercado. Yo, ahora lo explico, lo veo en mis traducciones en el corpus del texto, cuando expongo la voz guaranítica de mis personajes y acto seguido, su traducción, aún si es simulada.

En los últimos 15 años son varios los nombres de la literatura argentina que supieron visibilizar los vínculos culturales de Paraguay en nuestro país. Podemos hablar de Mariana Enriquez, Selva Almada o Leo Oyola.
¿Te parece que finalmente, luego de mucho tiempo, la cultura argentina está abrazando la presencia de esos vínculos tan estrechos con lo paraguayo?

Me parece que ha tardado mucho la cultura argentina en reconocer a la cultura neoguaraní criolla, no solo a la paraguaya como colectividad extranjera, como la más importante de la conformación identitaria argentina. Yo soy culturalmente un híbrido. No solo porque mis padres son paraguayos, tengo un abuelo argentino, una rama kurepi histórica en mi familia. Y me siento fantástico habitando esa fluctuación. Salvo Oyola, que es hijo de una mujer paraguaya, las otras escritoras no son herederas más que de sus propias culturas provincianas y muestran eso que la cultura central argentina pretende negar, invisibilizar. Somos producto de un mestizaje brutal y maravilloso. Pero una parte importante de la Argentina empieza a reconocer su faz. Imaginate que hay gente que ni sabe que hay millones de argentinos que hablan su propio dialecto guaraní como primera lengua. En Corrientes, en Misiones, en Formosa, en Chaco, pero también en el AMBA. Lo nuestro, de nuestra colectividad es caso aparte. Somos la mayor colectividad “extranjera” habitando este suelo desde sus mismos orígenes, desde tiempos de Juan de Garay…

Diario de un albañil recibió reseñas positivas y comentarios elogiosos por parte de la prensa especializada (si es que queda algo así). Lo mismo pasó con algunos de tus libros anteriores. ¿Cuán importantes son estos recibimientos positivos para vos?

Me valen las buenas críticas. Me vale que mis libros se vendan. Sobre todo porque nunca he militado vínculos institucionales ni le he hecho la corte a figurón del poder cultural o crítico para que me convoque a su palco ni me dore la píldora.

El libro deja claro algo: cuesta mucha vida la construcción. Las muertes en las construcciones siguen siendo algo común que no parece preocupar demasiado ni a los constructoras, ni al Estado, mucho menos a los medios.
¿Por qué cuesta tanto visibilizar esa grave problemática?

Porque son pobres, porque es mano de obra barata y renovable. Porque las empresas, el Estado y los medios pertenecen a la burguesía, a los patrones. Siempre me acuerdo de un arquitecto chistín que, una vez que me quejara de una situación de peligro en el laburo, me dijo: ¡Tranquilo, si se muere un paraguayo vienen cien!

 

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