MATILDA: DANZA SIN FINAL

Desde el confinamiento de la cuarentena, Matilda comparte las lecciones detrás de Imaginario Popular.
En camino a cumplir 20 años, la insignia rosarina de tecno-pop medita sobre su evolución, el oficio de la música y la incertidumbre que significa la pandemia.

Son los primeros días de mayo y la cuarentena sanitaria lleva más de cuarenta días. Mientras la curva de contagios se va planchando, el aislamiento social se siente fuerte. La pandemia del COVID-19 marcó un STOP absoluto, cancelando todo tipo de planes, frustrando recitales, salidas, posibilidades de encontrarse en la pista para liberarse mediante el baile. Pero en las profundidades de cada hogar, la música sigue, claro. Lo mismo que el baile, con su posibilidad de transformar cada segundo de un estado de encierro en algo más, algo que se conecta con el resto, en un plano más grande.
En sus respectivos hogares, Checho y Nacho, siguen adelante a la distancia. Desde la Mansión Mutante, su clásico reducto de acción ubicado cerca del Parque Independencia, Nacho está concentrado trabajando en lo nuevo de Aguaviva, Cállese Hombre Horrible y Belarus, material que muy pronto verá la luz. Su compañero, por su parte, pasa la cuarentena junto a su familia. Haciendo canciones con sus hijxs, escuchando Vilma Palma mientras disfruta de una parrillita recién comprada y viendo la posibilidad de volver a grabar con Cursi&Melancólico, el proyecto cancionero que mantiene junto al diseñador y creativo Rodrigo Jávega.
Por ahora, lo casero le sienta bien a Matilda. Cada uno por su lado se mantiene bien ocupado. La imposibilidad de encontrarse cara a cara no frustra el desarrollo de novedades del universo Matilda. Durante la cuarentena llamaron a una iniciativa de creación de remixes de temas del grupo. Además, están subiendo a YouTube el catálogo completo de sus videos. También, confiesan, hay idea para algo nuevo, un Work In Progress sobre una vieja canción del arcón. Se trata de algo que tiene colaboraciones confirmadas, pero del que tampoco se puede hablar mucho. Por ahora, silencio.
Para Juan Manuel Godoy (voz, guitarra) e Ignacio Molinos (bajo, sintetizador) Matilda es un lugar de disfrute, trabajo y creación. Por supuesto, forma parte considerable de sus vidas. Checho y Nacho, de 42 y 37, respectivamente, llevan 19 años tocando juntos. Para una perspectiva más propicia de lo que significa la banda para ambos, solo queda pensar un detalle: ya llevan poco más de la mitad de su vida haciendo canciones en Matilda. Es un camino tecnopop compartido en todas las facetas posibles. Atravesaron mucho para llegar hasta el auspicioso presente.
Siempre fuimos bastante realistas con el proyecto”, afirma Godoy desde su casa en La Sexta. Esa primera línea marca, desde el principio, una tendencia de sinceridad que se mantiene durante el resto de respuestas.
Intercambiar ideas con Godoy o Molinos, sin importar el formato, medio o distancia, siempre es un ejercicio enriquecedor del que se extraen lecciones aprendidas desde el camino hecho al andar, bien con los pies sobre la tierra.
Son verdaderos obreros del tecnopop, terrenales, disfrutando cada paso que comprende al hacer de la banda. Laboriosos, encuentran el disfrute en las pequeñas y grandes alegrías que brinda Matilda.
“Nunca padecí tocar en Matilda, es un lugar que disfruto y donde me siento haciendo algo que aporta un granito de arena. Me gusta compartir tiempo con Nacho, charlar, viajar y emprender aventuras nuevas”, precisa Godoy, dejando saber que hay mucho por delante: canciones, recitales, viajes y los millones de momentos que componen cada instancia. 


Transcurrida la primera vuelta a los 36 minutos de duración de Imaginario popular se evidencia una realidad inobjetable: se trata de los temas más accesibles de toda su discografía.
Son nueve canciones que llegan luego de un proceso de decantamiento correspondiente a la experiencia y al oficio. Sin embargo, también el desafío es parte de la alquimia que forjaron las canciones del nuevo disco. Simplificar la apuesta, al contrario de lo que se puede pensar, significa salir del confort y empujarse a más. Además, buscar (y encontrar) nuevas formas es parte de un ejercicio beneficioso para todas las partes involucradas: mientras que los músicos buscan estímulos y retos diferentes, crecen como artistas, mientras atizan el fuego que los mantienen vivos, interesados y conectados. El público, por su parte, recibe propuestas frescas en un repertorio siempre cambiante y una cantera de canciones en expansión.
Por último, seguir atreviéndose a más significa que el viaje como grupo sigue siendo divertido, estimulante, bien lejos de una pasarela rutinaria y de fórmulas seguras. Rozando los 20 años, eso es virtud y disfrute.
El ejercicio iniciático de esta nueva etapa arrancó desde la idea de escuchar música popular de diferentes épocas y géneros. Como investigadores, jugaron el papel de detectives detrás de la fórmula de clásicos populares, tratando de deducir cómo estaban compuestos, producidos y arreglados. Desde allí hubo una premisa en clave de juego y un interrogante: “¿podemos lograr canciones aptas para todo público sin salirnos de nuestras convicciones estéticas?”. El resultado fue Imaginario Popular.

Matilda sigue optando por el baile como ejercicio catalizador. Sin embargo, hay algo bien diferente a sus esfuerzos anteriores. Más que nunca las pistas tienen una inequívoca vocación de hit. Según el manual de música popular y éxitos irrevocables de Charly García, los “Uh, Ohhh” y el acompañamiento con palmas desperdigados por “Es la manera”, “Danza sin final” (junto a Maia Basso) y “Anti romántico”, todas estarían más que aprobadas.
A esas observaciones de García habría que agregarle otra mutación que el público argentino decretó en los últimos años: la posibilidad de corear estribillos de manera fonética, un fenómeno que saltó desde la tribuna para quedarse en casi todas las instancias recitaleras y que es un detalle que abunda en las canciones más populares de Él Mató, por ejemplo. En ese caso, las canciones también aprueban.
En el disco parece prevalecer una certeza: siempre estamos aprendiendo, viviendo un devenir orgánico que nos va transformando; como individuos, somos permeables todo el tiempo a lo que acontece a nuestro alrededor -para bien y para mal-, pero está en uno querer (o poder) abrirse a eso. Nuestros caminos no son un aula constante que transitamos con un examen como objetivo final o regular; estamos aquí para conectar mediante acciones periódicas que combinadas pueden generar una transformación. Se trata de lecciones aprendidas pateando, caminando la vida, saliendo.
La certeza de una constante de aprendizaje, con aciertos y errores, se evidencia puntualmente en dos ocasiones. En el arranque del disco, Godoy canta “Siempre así vamos aprendiendo”, para luego reflexionar, de manera abierta, “Nada es perfecto/Es un intento… Vamos a hacer del error/Nuestro aliado sin rencor”. Sabernos falibles, remarcar nuestra propia humanidad es parte esencial de las canciones que supo escribir Godoy en todos estos años. Son parte de un trabajo que siempre sentó sus posturas y desarrolló pensamientos, pero que nunca se cerró, alineando a quien esté del otro lado. Ese gesto no deja de ser significativo en tiempos en que la grieta (esa construcción duran barbiana creada para polarizar y eliminar toda posible zona de discusión) permanece como una respuesta/reflejo que parece deglutirlo todo. En ese sentido, Checho observa más sobre el cerco del ayer en “Nuevas formas”.
A propósito de aprendizajes y permeabilidad a los tiempos que nos atraviesan, no se puede obviar que un álbum que despegue desde el imaginario popular que nutrió a varias generaciones incluya un primer simple como “Anti romántico”, que desarticula las nociones del amor romántico, por décadas naturalizado por una industria cultural omnipresente desde la cuna hasta la tumba.
“Quiero que desandemos esta falsa pasión/No quiero ser tu dueño ni voy a morir de amor/Lo vamos construyendo/Es tiempo y compresión/No creo en los hechizos ni estar hecho para dos”, canta Godoy.
La canción junto a Sofía Pasquinelli (guitarra) y Basso (voces), significa, además, el basamento de otra época, otro tiempo que ya empezó a nutrir a nuevas generaciones y a replantear los conceptos pertenecientes a las anteriores.
Por eso, sobre el final, Matilda refuerza la idea de seguir adelante, siempre, a pesar de errores, desaciertos y heridas: Si lo que aprendimos/Está equivocado/Habrá que inventarlo/Volver a empezar”.

Parte del origen del sexto álbum de Matilda radica en el simple acto de revolver discos viejos. LPs, viejos TDK grabados con música de la radio o copiados por alguien cercano en algún equipo doble cassetera.
El gesto, por supuesto, incluye algo más que una acción. Se trata de un gesto de profunda intimidad que significa involucrarse con el hogar, con la familia (la espera de influencia trazada por mapadres, hermanxs, primxs, tíxs, vecinxs, amigxs) volver a momentos vividos, repasar recuerdos, aflorar experiencias formativas -conscientes o inconscientes- que nos trajeron al presente.
Para los Matildos, el disparador de Imaginario Popular fue una oportunidad de repasar su propia formación y vivencias, su educación sociocultural, así como también aceptar desprejuiciarse, abrazar el total de la información sensitiva que alguna vez los permeó, para bien y para mal. Regresar a la curiosidad iniciativa de Imaginario Popular, presupone, por supuesto, una reflexión a la que Godoy no le escapa: Uno antes que músico es fan de la música, si algo tiene de bueno madurar, ponerse viejo, es que te vas reconciliando con el pasado, con aquellas primeras cosas que escuchaste y te encantaban de niño o adolescente o de esas canciones que eran parte de tu medio ambiente. Yo vivía en zona sur de Rosario, un barrio muy suburbano, calle de tierra, mucha zanja y terrenos baldíos. La música que salía por las ventanas de las casas vecinas eran canciones de Los de Barbacena, Los Palmeras o Los Wawancó. Mi vieja era fan del Paz Martínez y Julio Iglesias, en la radio sonaban Virus y Los abuelos de la nada, y en los primeros asaltos bailaba como un loco la canción de Ray Parker Jr. de la peli Ghostbusters (Ivan Reitman, 1984). Toda esa ensalada constituyó mi amor por la música. Luego vinieron escuchas de discos y artistas que uno fue adquiriendo de manera más consciente, pero estoy seguro que esas primeras músicas son la piedra fundamental de nuestro oficio como músicos. Algo de eso siempre está dando vueltas a la hora crear canciones”.
Al momento de encarar las canciones en el estudio, la pauta fue mantener la sencillez. En palabras de Molinos, “hubo un pre concepto de cómo tenía que ser la producción de este disco, enaltecer la canción sobre todo.  Todas las canciones del disco se pueden tocar con la guitarra a lo fogón”. El siempre ocupado habitante de la Mansión Mutante remarca que desde la producción se priorizó la simpleza, evitando las vueltas innecesarias.
El productor, también conocido como Nacho Espumado, asegura que a la premisa de la sencillez se le agrega un proceso de decantamiento que llega desde el arduo trabajo en recitales. “Entendemos qué es lo que más gusta en qué contexto. Tocamos un montón y nos vamos dando cuenta de qué tenemos que seguir enfatizando y qué tenemos que purgar para que nuestra música, de a poco, vaya entrando un poco más”

Imaginario Popular se presentó el viernes 4 de octubre de 2019, una velada primaveral junto al Paraná. Como grupo invitado, Perro Fantasma estuvo haciendo de las suyas temprano, en la que fue una noche donde el pop rosarino demostró -una vez más- que goza de excelente salud. Para el grupo liderado por Pauline Fondevilla, el reci sirvió para formalizar a German Dutch Bertino como nuevo guitarrista.
El concierto fue una confluencia generacional donde niños, adolescentes, jóvenes y familias se entregaron al baile bajo las luces omnipresentes y una cantera de canciones que se sucedieron una tras otra.
El set del concierto, extendido por todas las épocas y alcanzando todas las canciones del álbum nuevo, demostró la capacidad de Matilda por renovarse musicalmente, así como también la aptitud de Godoy y Molinos para bancarse la puesta ellos solos, cambiando instrumentos según la ocasión, sosteniendo sobre sus espaldas gran parte de la propuesta con musicalidad, onda y sudor.
Con las canciones, lxs invitadxs fueron tomando su lugar sobre el escenario del Galpón. Basso y Pasquinelli, presencias estelares en el álbum, dieron el presente, regalando parte de los mejores momentos. Lucas Roma (Puesto en Marte) también fue de la partida, aportando guitarra eléctrica en “Iluminados” y “FM”, en reemplazo a Andrés Yeah (Queridas) ausente por un viaje al exterior.
Sobre el final del concierto, pasada la medianoche, no hubo discursos épicos por parte de los integrantes de Matilda. Simplemente hubo un agradecimiento a lxs invitados, a lxs trabajadores del galpón, al sonidista Ezequiel Fructuoso y una mención especial a las familias que acompañan a la banda en todo momento de la vida real. El público brotó en aplausos contundentes en varios momentos, pero todo cobró otro tenor cuando hubo una merecida ovación a Molinos, uno de los nombres más inquietos de la escena, responsable de miles de horas de grabación y vínculo bisagra en la historia personal de muchísimos artistas presentes en el Galpón. La ovación rápidamente evolucionó de aplauso al clásico cántico de cancha “Olé, olé, olé, Nacho, Nacho” que se extendió algunos minutos. Merecidos instantes para un tipo de perfil bajo algo reacio a hablar, pero al que sus acciones volvieron un actor fundamental para lograr una perspectiva del trazado underground rosarino actual.
“Los amigos del tiempo”, canción de clausura, más que cierre o despedida tuvo sensación de abrazo, un simbolismo tecno pop constructivista que estrechó a toda la concurrencia 

“Salió muy bien la presentación”, dice Godoy, siete meses más tarde de aquella noche. “Quedamos muy contentos”, añade. “Tenemos una gimnasia ya, de haber producido muchas fechas, pero siempre una presentación de disco es algo especial por todo lo que significa desde lo emotivo. Se vio y se escuchó lindo y sobre todo creo que tenemos un público humanamente muy hermoso y generoso para con nosotros. Eso hace que ese tipo de shows salgan mejor”.
La noche que fue una apuesta gestionada por Matilda y la productora Agua de Río, resultó satisfactoria luego de meses de preparación. Las expectativas eran muchas para lo que finalmente resultó, sin dudas, el recital propio más convocante en la historia de la banda, con algo más de 350 tickets cortados.
“Siempre le ponemos mucha garra a este tipo fechas y por suerte en esta ocasión Facundo y Joaquín de Agua de Río Producciones se sumaron a darnos una mano y todo salió perfecto”, confía Godoy.
Entre la expectativa por disfrutar de Imaginario Colectivo en vivo, también se mezclaba un grado considerable de curiosidad en algunos aspectos. El primero estaba relacionado directamente con el contexto: el último año del macrismo se sintió como un invierno interminable, donde la posibilidad de una ventana de luz era casi nula. En esa coyuntura, 2019 se consagró definitivamente como el año de los festivales y las propuestas con entrada libre. Festivales y fechas gratuitas (para el público) proliferaron como nunca antes. Allí residía uno de los puntos más interesantes: con los bolsillos arrasados por inflación, las heladeras tapadas de facturas y deudas por pagar, el público que durante la mayor parte del año había disfrutado a Matilda casi siempre en instancias de entrada gratuita ¿iba a acompañar pagando un ticket?
Ese viernes no quedaron dudas, puesto que la respuesta fue sólida durante las semanas previas con las anticipadas y en la puerta del Galpón.
Sobre el público recayó la otra gran incógnita de la velada: ¿quiénes iban a componer la asistencia? Con el crecimiento sostenido de Matilda y la diseminación de sus canciones por la Internet, la renovación del público era más que evidente. A la oleada de jóvenes centennials llegadxs a partir del 2015, los últimos tres años sumaron más gente. ¿Quiénes darían el presente en una noche tan importante?
Además, la ocasión funcionó como la prueba irrefutable de que los distintos grupos que componen al público de Matilda pueden conectarse, generando un vínculo de encuentro que es la música y, más precisamente, la banda. La liberación musical entonces, englobó a unos cuantos mapadres con sus niñxs, fandom de la primerísima hora y las oleadas más recientes. Entrelazados, concatenados, lxs cuerpxs fueron anónimos, en una perfecta noche de octubre.

La palabra oficio es una constante cuando se hace un abordaje a Matilda y al camino comenzado en 2001. Surge de la boca de Godoy y Molinos con frecuencia apareciendo de manera asidua, el repasar las instancias que rodean a cada disco. A paso cansino, siempre enfocados en lo suyo, el grupo logró siempre superarse. Eso requirió de regularidad, paciencia y, por supuesto, aprendizaje. En el caso de Matilda ese aprendizaje llegó con el hacer, laburando y poniendo en práctica los conocimientos y herramientas que iban apareciendo.
Al fuerte background ético y estético que formó al grupo, se le debe sumar ese aspecto fundamental: el laborista. Matilda es, además de un espacio de creación, un oficio que brinda el sustento a Godoy, Molinos y también al pequeño grupo técnico que los acompaña.
Observar el oficio de música desde su propia experiencia, para Molinos presupone varios puntos, unas cuantas paradas obligadas que se deben considerar. Su caso en particular, contempla la actividad musical 24×7, siendo parte de Matilda, Nacho&El Robot y Tensión, además de llevar adelante la Mansión Mutante, un estudio musical donde maqueta, graba, produce, mezcla y masteriza.
“Entender la actividad como un oficio tiene sus matices”, afirma, cauteloso. “Aunque sea un trabajo hermoso hay días que uno no tiene ganas de hacerlo o cuesta arrancar largas jornadas de ensayo”. Luego de ese primer aporte, Molinos formula la primera observación, una especie de subrayado que no debe ser olvidado, “pero ese el modo para que un proyecto camine. Dedicarle jornadas y jornadas. A veces no sale nada bueno y es frustrante. A veces salen cosas más o menos, otras veces salen cosas buenas. El resultado es a largo plazo”.
La música es ahora un oficio o trabajo para nosotros, pero no fue así sino hasta después de quince años de esfuerzo”, aclara, poniendo una perspectiva de tiempo. “Calculo que la mayor enseñanza es saber que hay que dedicarle tiempo y voluntad, sobre todo. Hay que ser constante y críticos todo el tiempo de lo que hacemos”.
Continuando por el tándem de aprendizaje+tiempo, el bajista también debe encontrarle la gracia al oficio y a la dedicación de hacer música, puesto que el disfrute no siempre viene por el mismo lado.
Por último, ¿el ex? integrante de Los Daylight, aporta entre risas: “También uno tiene que disfrutar el momento de hacer música y saber que no se va a ir de vacaciones.  Algunxs colegas se quejan de que su trabajo no es tan valorado como el de un médico, qué sé yo. Vivir de hacer y tocar música tiene otro disfrute que no tiene que ver con la abundancia económica. Si quisiéramos tener comodidades burguesas no le dedicaríamos tanto tiempo a la música”.

En el paradigma actual de la industria musical digital se estableció, por defecto, mantener un flujo persistente de novedades de simples, videos, EPs, discos, remixes, etc. Redes sociales, aplicaciones y la extensión de la Internet, con su corriente imparable de información, obliga a estar constantemente publicando novedades para mantenerse en el candelero sin quedarse atrás, buscando garantizar una presencia entre la dispersión.
Ante esa dinámica cuasi hegemónica de la industria, Matilda responde siguiendo su propio camino, proponiendo fechas constantes en Rosario y en ciudades de otras provincias, generando un rapport orgánico con su audiencia, proponiendo un vínculo basado, principalmente, en la experiencia del encuentro, consagrando al movimiento como estadio de conexión afectiva. En esa inercia del grupo, además, Matilda sigue fortaleciendo la virtud del boca a boca, alcanzando siempre nuevo público. Es un trabajo que requiere disciplina y constancia, pero principalmente, tener prioridades claras y saber maximizar los recursos con los que se cuenta. Esa claridad de herramientas, recursos y posibilidades –saber qué se puede hacer, hasta dónde se pueden estirar los esfuerzos, cuánto se puede dar sin resentir parte de la estructura y círculo de esfuerzos- llega con el tiempo, mediante un proceso de decantación, así como también de sinceridad interna, admitiendo virtudes, aciertos, errores y limitaciones.
A punto de cumplir veinte años, Matilda no se corre su propia cola, no quiere engañar a su propia sombra; Checho y Nacho están lo suficientemente experimentados y curtidos para no apostar a una industria que promete flashes, reproducciones, likes, visionados y recitales mientras que, para hacer funcionar el engranaje, demanda dinero, derechos sobre el material grabado y la sustracción de posturas éticas.
“Nosotros históricamente siempre estuvimos atentos a la manera en cómo circula la música en las diferentes épocas que nos ha tocado atravesar, tené en cuenta que arrancamos en 2001, no había redes sociales. Siempre estuvimos presentes en las plataformas de cada cada momento. No se puede renegar de eso si uno quiere dar a conocer lo que hace”, repasa Godoy.
“No descartamos la idea del single como herramienta de promoción. Intentamos aggiornarnos sin quedar desubicados, somos dos muchachos maduros y ya no nos da para estar todo el día exponiéndonos en las redes en pos de un “me gusta”, pero entendemos que hoy la visibilidad pasa mayormente por ahí”, señala apuntando al camino transcurrido y a la experiencia acumulada.
“Lo que sí hacemos es tocar mucho en vivo. El suceso de una fecha no empieza y termina con el recital propiamente dicho. Arranca con la promoción previa y concluye con los rebotes de las historias y posteos que genera el público”.
Para nosotros, un recital, además de la experiencia en vivo, es la posibilidad de visibilizarse e ir imponiendo el nombre en el imaginario. Creo que nada se compara a estar en el recital de cuerpo presente, el plus está ahí. Tenemos la suerte de que nuestros recitales suelen ser un espacio donde la gente va a bailar, el boca a boca va transmitiendo lo que sucede en nuestros shows. El que fue al reci y se copa, estoy seguro que va difundir de una manera mucho más efectiva la experiencia”.
Según Molinos, “creo que estamos más o menos adentro y afuera de ese sistema. Entendemos que hay que estar haciendo videos todo el tiempo, pero también eso nos excede. Hacer videos es muy caro, incluso mucho más caro de lo que sale hacer discos”. En ese sentido, el también bajista de Tensión, agrega: “quizás si pudiéramos equilibrar más los recursos que generamos podríamos mantenernos un poco más a la vista todo el tiempo”.
“Después, esa cosa de generar contenido todo el tiempo y difundirlo también se hace difícil si uno no está acompañado de agentes de prensa. Nosotros sacamos un disco y sabemos que tenemos como un año hasta que circula el material y llega a la mayor cantidad de gente posible. Es más lento, pero por lo artesanal de nuestra difusión. No es que sacamos un disco y hay un gran aparato de difusión a la disposición del material. No está mal eso, pero no está a nuestro alcance. Siempre creímos que un camino más lento y firme sería el que teníamos que recorrer.”

 

La regularidad de Matilda en recitales en Rosario, Paraná, Córdoba y Villa María constituye uno de sus fuertes. Gran parte de los frutos cosechados en los últimos cinco años se debe a mantener esa apuesta al vivo, tomando las rutas (a veces en el R12 del sonidista Fructuoso) y estableciendo conexiones con artistas y movidas de otras ciudades. 
Al referirse al dúo, varios referentes rosarinos coinciden en algo: “por donde fuimos nosotros, ya había pasado Matilda”. Para Godoy y Molinos la rutina de ensayo, ruta, reci, hostel, desayuno, ruta y repetición del proceso está presente desde hace varios años. Pero en ese repaso de la dedicación del grupo por tocar, nunca se debe olvidar un punto crucial: Matilda es una gran banda en vivo. Empezando por su cantera de canciones, su show está plagado de elementos irresistibles: Molinos y su bajo de impronta hookeriana; Checho-dancing explosivo que contagia; sonido impecable y la lista sigue. Además, los recis del dúo se convirtieron en un hábitat de posibilidad, donde invitadxs y público conectan hacia nueva información, procurando una cadena de intercambio. Si diez años atrás Matilda recibía a Juani Favre sobre el escenario, hoy son Basso (Aguaviva), Roma (Puesto en Marte) y Pasquinelli (Alto Guiso, Budajipis) quienes reciben el cálido abrazo del público. Entonces el escenario de Matilda se transforma en un espacio de intercambio generacional y estético.
Berlín, Club 1518, Casa Brava, MACRO y Galpón de la Música fueron algunos de los espacios locales donde Matilda tocó en vivo durante el 2019 y los primeros meses de 2020. Por fuera de las fronteras santafesinas, Córdoba, Buenos Aires y Entre Ríos son tres provincias que se mostraron receptivas desde siempre a la propuesta de dupla tecnopop. Además de fechas propias rebalsadas de público, Matilda fue parte de festivales como Full Fan Fest, Octubre Solidario y Ultravioleta.
Cada paso de los últimos 19 años aportó al crecimiento de Matilda. Es un trabajo hormiga sostenido por creatividad activa, edición de discos con cierta periodicidad, viajes y fechas desde donde surjan las invitaciones. Desde 2015 el crecimiento fue sostenido; cada movimiento fue amplificando la música de Matilda, llegando siempre a sectores diferentes, venciendo siempre prejuicios y limitaciones de gueto.
Fue mucha la gente que se acercó al grupo a partir de El Río y su continuidad, ese mismo público llevó la data más allá, multiplicándola.  La atención de nuevos oídos significa, por un lado, un recambio en el público del grupo; gente que se acerca a los recitales, que se suma a comprar a entradas explotando las venues como sucede en Paraná, La Docta o la capital de nuestra provincia; la renovación, además, se traduce en descubrimiento del catálogo completo, por ende, hay una curiosidad por los discos viejos que, mientras resignifica las canciones, genera la oportunidad de rescatarlas en vivo, mediante nuevos arreglos o versiones.
“Si fuéramos cortoplacistas ya hubiéramos tirado la toalla hace rato, pero somos como unos testigos de Jehová versión atea del tecno pop nacional, evangelizando con nuestras canciones a quien nos abra sus puertas… de la percepción”, bromea Checho sobre la buena llegada del grupo a nuevas audiencias.
Nos pone contentos que canciones que tienen más de una década puedan conectar con las nuevas generaciones. Eso es algo que sí notamos: el recambio generacional. A nuestra base de público desde el 2016 en adelante se nos sumó muchísima gente joven”. 
Como lo mencionó Godoy anteriormente, la música de Matilda, a través de los años, fue conociendo diferentes formas de encontrarse con los oyentes. En casi dos décadas sus discos fueron alojados en plataformas que ya no existen como MySpace, PureVolume o Grooveshark y hoy dicen presente en Spotify, YouTube, Bandcamp, entre otras.
Desde la revolución libertaria del MP3, la música de Matilda no ha conocido fronteras. Parte de ese impulso libertario de compartir y llevar las creaciones del dúo a más gente parece ser un deseo intrínseco en cada integrante del fandom acérrimo. Por eso no es de extrañar que en algunos casos, hayan sido los fans quienes subieron la música del dúo a la Internet o quienes la compartan mediante Torrent o el siempre presente Soulseek. En YouTube, por ejemplo, el penúltimo disco de la banda, fue compartido por un fan y ya tiene casi 156.000 reproducciones. Mientas las canciones se reproducen es imposible resistirse a los mensajes que llegan desde España, Uruguay, México, Chile y Colombia,  arrojando comentarios como “Gracias por las letras, gracias por la melodía, gracias por el trabajo, el arte y materializarlo para nosotros. ¡Vamos arriba!”; “Un escape al mundo subversivo al que necesita escapar”; “Tantos años después siguen combinando un electro pop fascinante con mensajes del bien! Hasta creo que sus old songs hablaban de amor libre”; “Qué gran disco. Hoy estuve saltando de disco en disco por bandas indies argentinas, la verdad que una mejor que otra, no hay una que me haya decepcionado. Ojalá todas estas bandas sonaran en la radio. Este país tiene tradición musical y estoy orgulloso”. 

En el grupo siempre habitó un deseo de salir a dialogar con su tiempo y establecer un vínculo con diferentes audiencias. Nunca estuvieron circunscritos a un entorno cerrado ni surgieron aparejadas a un espíritu de gueto. Por eso cada lanzamiento del grupo apostó a más.
Generalmente, cuando hay mucho crecimiento de un grupo, el público de la vieja escuela mira con cierto recelo a los recién llegados. A la larga, esa distancia entre el público de siempre y la audiencia neófita termina generando distancias y resquemores, sin embargo, con el dúo integrado por Godoy y Molinos, eso no parece haber sucedido. Sí, hubo una renovación, pero el primer fandom no se fue ante la llegada de uno nuevo; cierto porcentaje del público de la primera hora dejó de ir por una ley básica de la vida: el paso de los años.
Usualmente, si uno presta atención en alguna fecha de Matilda de sábados por la noche, de víspera de feriado o en recitales de horario temprano, el público old school vuelve a encontrarse con la banda. Además, no llega solo, suele concurrir en familia, como un encuentro donde todo se enlaza en algo más que un mero recital de entretenimiento. Lo mismo puede observarse para los integrantes de Matilda: tal es el caso del pasado festival Núcleo, en la primera de 2019, cuando Godoy con toda su familia estuvo viendo el maratón de bandas jóvenes que se presentó en el Galpón. Lo mismo ocurre para Molinos, quien, en la misma noche, no duda en circular del Club 1518 a Mono para poder disfrutar de Los Cristales, Aguaviva y Lalalas.
Volviendo a Matilda. En una ciudad donde todo el tiempo se habla hasta el agotamiento de crecer y salir a hablar con el gran público, se observa un complejo de tribu: se mira mal al diferente que se acerca al circuito compuesto por los mismxs de siempre; quienes se rasgan las vestiduras por no tener la oportunidad de presentar su música a otra audiencia, no pueden tolerar que el grupúsculo de siempre se agrande; por sobre el deseo de salir, triunfa el prejuicio y el sectarismo. Apelando a la metáfora futbolera, hay una certeza: Matilda siempre supo gambetear el sectarismo apreciando el carácter contagioso de sus temas. Ni grupo de culto, ni música de élite, ni siquiera la comodidad snob de la vanguardia: Matilda es libre.
“Creo que esas cosas no importan”, observa Molinos. ”Lo del gueto es una pavada quizás un poco fomentada por lxs musicxs”. Seguidamente, el productor agrega: “No entiendo cómo las bandas locales no declaran abiertamente que lo mejor sería que su música le guste cada vez a más gente. Tampoco se está haciendo música para agradarle a un público (al menos a uno amplio). Volvemos a lo del oficio, hay algo de orsai en pensar que uno es un gran artista y la gente no lo comprende. En esos laureles de genixs incomprendidxs duermen los que no tienen ganas de auto-evaluarse ni ganas de entender el contexto. Yo quiero que cada vez venga más gente”.
“Que te halaguen es lindo, pero no alcanza si siempre viene del mismo lado”, aporta Godoy. “El gueto, el círculo cercano sirve al principio, si no tenés un público que te apoye cuando arrancás es muy difícil. Esa base te sirve para ir sumando de a poco”, comparte. “Si solo te enfocas en tu gueto te terminan festejando los mismos de siempre”, apunta.
Godoy traza un desafío que une dos circunstancias frente a las que Matilda supo probarse: salirse de la zona de confort y tocar de manera desprejuiciada ante públicos nuevos y desconocidos. “La verdad de la milanesa es ir a tocar para gente que no te conoce y ver qué pasa. Si lográs seducir a parte de una audiencia así es porque tenés entre manos algo más sólido y vas bien rumbeado”. En ese sentido el cantante y compositor afirma, “siempre entendimos que había cruzar circunvalación para ver qué pasaba realmente. Nos interesa que nuestra manera de ver la vida, el mundo, las cosas contada a través de nuestras canciones llegue a toda la gente que nos sea posible”.

En los últimos quince meses estableció una especie de residencia en Casa Brava, colmando la capacidad del recinto que por largos años supo alojar tango en El Levante.
La experiencia recitalera en Casa Brava puede ser algo extraña para muchos grupos debido a la división de públicos (muchxs llegan para el reci mientras que otrxs concurren para cenar, beber una copa o quedarse a bailar). Sin embargo, Matilda se adueñó del lugar, conquistando al público nuevo mientras que, en ese proceso, le hicieron un espacio al indie (o como prefieran llamarlo), probando que también es una movida convocante que puede ser redituable.
Coherentes con su ética de trabajo, Matilda logró establecerse como un acto regular en Casa Brava, abriendo una puerta para grupos de la misma movida. Alto Guiso (RIP) generó algo similar para el circuito groovero, haciendo el entre para el arribo del roster del MUG. Matilda junto a Mi Nave (tocó allí varias veces antes de su despedida), por su parte, abrió el canal para muchas propuestas que habrían de venir: Perro Fantasma, Aguaviva, Automatón, Los Cristales, entre otrxs. Además, posibilitaron la llegada de propuestas de afuera, acercando partes, como fue el caso del español Bigott durante el invierno de 2019.
“El primer finde que abrió Casa Brava, una noche antes del recital nos preguntaron si queríamos tocar al otro día y nosotros que somos como dos Boys Scouts y estamos “siempre listos” dijimos que sí. Podría decirse que no nos conocíamos”, explica Juan Manuel, volviendo al principio de una relación que en el presente acumula más de veinte recitales.”
Nos sumó un público que quizá nos conocía, pero nunca nos había visto en vivo”, sostiene Godoy.  “Casa Brava es un lugar que tiene una dualidad al estilo Dr Jekyll and Mr Hyde, temprano hay shows de mucha calidad artística con incluso apuestas internacionales y después de los recis es más un boliche donde un público post treinta va a bailar”, observa sobre la dinámica de triple rotación (cena, concierto, baile) que maneja el espacio de calle Pichincha. 
Godoy sintetiza de acuerdo a su experiencia: “es un lugar popular con una agenda musical en vivo muy interesante, lo cual a mí me parece genial. Obviamente si tu propuesta musical es más “para escuchar respetuosamente”, un viernes o un sábado no son días convenientes. Creo que se volvió un espacio muy necesario en nuestra ciudad. Para muchas bandas tocar en Casa Brava es la posibilidad de salirse un poco del confort sectario y poder foguearse con gente que no sabe ni como se llama tu grupo. Creo que este tiene que ser objetivo de cualquier banda que se proponga expandir lo que hace a nuevos públicos”.
Finalmente, sobre la presencia regular de Matilda en Casa Brava, Godoy confía que “lo vamos manejando según nuestra agenda y tratamos de hacer un equilibrio que no nos perjudique cuando tenemos que cobrar entrada”.

-Con el crecimiento llegaron recitales en bares, eventos, festivales y más. A los lugares de siempre (Club 1518) se le sumaron otros espacios, algunos privados, otros municipales o provinciales. ¿Cómo se articula el laburo independiente con ese aparato burocrático donde, a veces, no puede funcionar todo de manera ideal?

Godoy: es como cualquier actividad, con el tiempo uno aprende a negociar, a pedir lo que piensa que es justo. También aprende a diferenciar entre la invitación de un pequeño productor artesanal y el de un super festival. No se puede pedir lo mismo siempre, hay que evaluar el contexto. Nunca tuvimos manager y no nos parece necesario aún. Todo lo burocrático es un bajón y cuando sos más joven no querés saber nada, todo te parece inaccesible, pero en un determinado momento entendés que si querés tomártelo en serio vas a tener agarrar al toro por las astas. Hay armarse de paciencia y hacerlo, una vez que entendés como funciona es más fácil.  

Molinos: a decir verdad, no hay muchísimas diferencias entre los distintos circuitos, a veces en un evento “oficial” puede ser que nos encontremos con mejor técnica y con más formalidades con los horarios y cosas así. En los recis más under a veces hay buena técnica, a veces no, pero hay una cuestión humana mucho más agradable. Como músicos disfrutamos de las dos actividades y me gusta pensar que todos los recitales tienen su gracia también para el público. Me gusta tanto tocar en un gran escenario con el mejor audio y luces como estar tocando entre la gente en algún antro. Lo que sí, tenemos que ir alternando entre los dos circuitos para compensar un poco lo económico y también para no cansarnos

Sin lugar a dudas, los últimos seis años fueron positivos para Matilda. Se trata de un tiempo donde fueron cosechando los frutos de un trabajo dedicado que nunca tuvo un stop. Señal de renovación del público, a mediados de la década pasada, fue la calurosa presentación de El río y su continuidad, en Plataforma Lavardén, en 2016. Desde entonces el crecimiento se mantuvo como una curva ascendente nutrida por trabajo de hormiga, recitales, viajes y más canciones.
Observar en detalle cada página de los capítulos que componen una probable biografía de Matilda, arroja resultados que no deben ignorarse. La buena vibra con el público y el feedback copado con audiencias neófitas que se cruzan con su música es algo que aparece bien temprano, cuando Matilda constaba con tres integrantes: Checho, Nacho y Maxi Falcone, hoy reconocido ilustrador e integrante de Cromattista.
Haciendo un poco de historia, la veta popular de sus canciones se remonta a su primer disco, Tres corazones rotos y un ordenador, editado en 2002. De ese álbum, se desprende “Ey”, una canción irresistible, sencilla y sensible que podría definir gran parte de todo lo que habría de venir más tarde. Ya desde el vamos, con esa canción, Matilda despegó de una mentalidad de gueto y, más importante, priorizando consciencia reflexiva por sobre oportunismo.
“Sin querer, fortuitamente, “Ey” arrancó a sonar en radios mainstream de nuestra ciudad”, cuenta Godoy, rebobinando hacia esos primeros tiempos.  En clave de flashback, detalla, un momento particular: “Un día entré a un kiosko, terminaba de sonar un tema de Shakira y arrancó el nuestro. No podíamos creer que algo que había sido grabado muy precariamente sonara pegado a una canción que había costado miles de dólares producir. Nosotros de pedo sabíamos tocar nuestros instrumentos”.
“En ese momento nos hicieron propuestas para arrancar a tocar en un circuito más comercial en eventos que organizaban esas radios, pero nosotros elegimos ser parte de Planeta X.  Cuento esto porque nuestra primera oportunidad de expansión importante vino muy temprano, de la mano de una canción que era muy apta para todo público y nuestra decisión fue sumergirnos en el universo del techno, las fiestas under, el circuito off de la cultura rosarina. Ese camino fue fundamental y de una profunda enseñanza ética y estética. Aprendimos a producir, a componer, a tocar y forjamos nuestra identidad”.
Después de Tres corazones rotos y un ordenador, Matilda publicó Formas de inventar nuestro destino (2005), Para ser movimiento (2008) y Las acciones cotidianas (2012) siempre trabajando desde la autogestión. “Son tres discos con impronta tecno pop, bien de nicho”, remarca Godoy.
A partir de 2016 hay un regreso a las fuentes con El río y su continuidad: “fue la vuelta de la guitarra criolla a nuestras producciones y lo cancionero se fue mezclando con todo nuestro bagaje musical adquirido”
Así Matilda se fue reconciliando con la música popular y eso empezó a evidenciarse en canciones que fueron repercutiendo en la gente. De esa manera, lograron hilvanar cada ciclo transcurrido, encontrando un equilibrio que se extiende hasta y hoy puede sentirse en Imaginario Popular.
“Nunca fuimos un grupo inaccesible al oyente desprevenido, pero si nuestro sonido en algún momento estuvo más dirigido a una tribu, de a poco nos fuimos relajando, nos volvimos más permeables a otras músicas”. 

Soportando clausuras, multas, inspecciones irregulares sin coherencia ni contexto, los últimos años vienen siendo especialmente duros con el circuito cultural autogestivo. A los padecimientos ya habituales (ordenanzas obsoletas que datan desde mediados de 70; la figura del vecinx como antagonista del emprendimiento cultural; el Estado como principal competidor del productor independiente y la lista podría extenderse varios párrafos más) donde ni el Concejo Municipal ni la Intendencia demuestran voluntad política para generar una situación más amable, se le sumaron los años de neoliberalismo, con facturas impagables, inflación desatada y desempleo creciente.
En 2020, a ese paquete de padecimientos, llega el agregado de la pandemia del COVID-19, que ya paró a la actividad por dos meses y que sume al futuro en un calamitoso mar de incertidumbres, evaluando una posibilidad de the new normal bajo una futurología de presunción, incertidumbre y temor.
Como se mencionó algunas líneas atrás, el tema puede extenderse por largas páginas. Por eso Molinos lo advierte como un acto reflejo desde el vamos: Da para un rato largo”. Sin embargo, el bajista no se deja amedrentar por la enormidad del tópico, animándose a abordarlo, conociendo en detalle cada ámbito del under rosarino.
“Lo que venía ocurriendo con las clausuras es una cosa seria, sobre todo porque desde lo estatal no se ve a la música en general como una industria. Se trata de una industria a la que habría que explotar y apoyar. No se entiende cómo no es un incentivo turístico. Desde la ciudad no lo pudieron ver, no se supo hacer o los encargados de esa parte son medio cuadrados”, señala en primer lugar. “A eso hay que sumarle un montón de factores como lo económico, el inconveniente de movilizarse en la ciudad de noche, etcétera”, agrega de inmediato.
Molinos, además, indaga adentro, indicando aspectos de la actividad musical. “Las bandas y músicxs no ayudan mucho tampoco. Tratando de pelear con los bolicheros que deberían ser socios, no convocando gente. Difundiendo poco los recitales, limitándose a las redes sociales. Muy pocas bandas pudieron abrirse a sumar gente de otros lados”.
“Hay -o había, ahora no se sabe- pocos lugares para tocar, pero también hay poquísimas bandas que convoquen como para que estos lugares se sostengan. Hay que mencionar, también, que hay bandas nuevas que convocan mucha gente, que le dedican mucho trabajo y se destacan por mucho del resto. También que el público apoya a esos proyectos”.
Por su parte, el cantante, remarca que “la escena musical obviamente no es ajena a la situación que dejó el macrismo. Los espacios autogestionados son proyectos que demandan mucho trabajo y la mayoría de las veces apenas sacan un dinero para subsistir, a eso sumale que las ordenanzas municipales son viejas y están diseñadas para que solo los grandes emprendimientos puedan cumplirlas. Cromañón no solo fue una tragedia en la que se perdieron la vida de cientos de jóvenes, sino que además se estigmatizó la música en vivo y la actividad bailable en general. Lo que trae aparejado una homogeneización de la noche y su vida cultural. Si querés ir a bailar solo podés hacerlo yendo a lugares gigantes donde la gente se agolpa como ganado, donde los seguridad te maltratan, las entradas son caras y tenés que escuchar la música que suena en todos lados. Urge que el Concejo trate este tema y pueda darle una salida más justa y realista”.
Volviendo al presente atravesado por la incertidumbre de coronavirus, Molinos medita: “Durante la cuarentena se dejó ver, un poco, la importancia de tener las obras registradas. Si los medios difunden y cumplen con el papeleo de SADAIC, esto beneficia a lxs músicxs. Entonces producir en volumen y tener difusión puede ser un ingreso económico en sí, más allá de los recitales en vivo”.
Por último, el bajista y productor, plantea la posibilidad que llega bajo el panorama pandémico. “Puede ser que el parate sea una oportunidad para darle al oficio de la música, de entender lo que es dedicarle a un proyecto musical ocho horas por día. Hay quienes hoy se encuentran, por primera vez, dedicándole su día entero a las actividades musicales, quizás eso le dé a lxs músicxs otra perspectiva para producir o, aunque sea, para entender que de la forma que hacíamos nuestra actividad antes no era un trabajo, sino un pasatiempo.  Al margen, obvio, de los ingresos económicos”.


En 2021 Matilda cumple veinte años de actividad. En medio de esta incertidumbre, imaginar lo que podría llegar a suceder en apenas un mes es entregarse a la futurología pura. La tarea se complica más aún cuando pensamos qué será de todo esto en apenas siete meses, cuando el 2021 arranque su calendario.
El regreso de la actividad musical tras la pandemia es una verdadera incógnita. Estas líneas están cobrando forma a mediados de mayo, cuando todo es un interrogante que se agranda a cada minuto a base de ansiedad, incertidumbre, miedos y necesidades urgentes (laborales y artísticas). Habituarse a una nueva normalidad será parte del tratado que nos tocará vivir. Matilda, por supuesto, no escapa a la situación. Sin embargo, el grupo dio sus primeros pasos en un contexto nacional histórico, donde la incertidumbre también se lucía como una variante inexpugnable. Godoy, Molinos y Falcone iniciaron el grupo durante un periodo delicado, con una Argentina quebrada, donde el menemismo supo hacer estragos en cada estrato de la sociedad, inculcando cinismo, individualismo, hambre, desocupación y frustración. Sobre ese terreno poco auspicioso las ideas proliferaron, liberando una nueva camada de propuestas artísticas por toda la extensión del territorio nacional.
En nuestra ciudad, poco a poco, entre canciones, ideas frescas y recitales distintos, la construcción de otra ciudad empezó a tomar forma. Se trataba de una idea atrevida: repensar a Rosario más allá de su identidad anclada en glorias viejas, fútbol y muertos famosos. En el Galpón Okupa, Planeta X, la biblioteca anarquista empezaron a germinar las semillas de lo que habría de venir. Los recitales se transformaron en algo más: encuentros, talleres, charlas, fiestas, movidas.
Eventualmente, a los pocos años, toda esa contracultura haría uno de sus movimientos más osados y definitorios: tomar la ruta, llevando las cosas un paso más allá. En un mundo que todavía distaba de la conectividad inmediata de la banda ancha, pero estaba al borde de la democratización de la información y la explosión revolucionaria del MP3, la ruta se extendía como posibilidad de circulación y afluencia de data. Matilda estaba en camino.
Con visitas y devoluciones, el trazado de un recorrido más allá de la ciudad fue posible; un entramado proto-federal forjado a fuerza de trabajo, una palabra que aparece una y otra vez al escribir sobre Matilda, porque, inevitablemente, repasar parte de la historia del dúo significa repasar a la música como un oficio.
En los viajes y sus distintas paradas, Matilda fue plantando una pequeña bandera. No se trataba de un estandarte personal, no hacían presencia de marca, era una bandera de Rosario.
Godoy y Molinos siempre funcionaron más allá de Matilda. Con sus respectivos proyectos a través de los años, estos dos esmirriados hacedores, multiplicaron posibilidades, oficiando de DJ, organizando ciclos, fiestas, festivales y más. Fueron curadores, gestores, productores y hasta diseñadores si la necesidad lo ameritaba.
Checho, militó la canción a través de Cursi&Melancólico, además supo organizar un tendal de fiestas, amenizando tras las bandejas y siendo anfitrión de bandas que llegaron desde afuera, también posibilitando el debut de grupos locales.
Molinos, con Soy Mutante, una locura inconmensurable que se extendió por diez años y que engendró cientos de propuestas, marcando influencia en la escena de la ciudad, por lo que podemos decir que existe una Rosario post Soy Mutante.
Ambos fueron responsables del debut rosarino de artistas como Él Mató a un policía motorizado, Coiffeur, Las Liebres y Go-Neko!, entre (tantas) otras.  Organizaron ciclos coordinando intercambios con ciudades como Buenos Aires, Santa Fe, Salta, Corrientes, Córdoba, Villa María y Paraná.
En tiempos donde el último grito de la moda en las gacetillas institucionales es agregarle el título de “gestor cultural” a cualquier figurón, el esfuerzo de años de Molinos y Godoy se cuantifica siguiendo un rastro que es un legado vivo, que respira actualidad y parece multiplicarse en pos de futuro.
El futuro parece haber sido siempre el compromiso definitivo de Matilda. La banda supo caminar estableciendo lazos con las nuevas generaciones de músicxs y todo tipo de artistas de otras ramas. Al igual que César Debernardi, Juani Favre y Charlie Egg (hermanos de Planeta X), Godoy y Molinos lograron ser referentes trabajando codo a codo con lxs más jóvenes.
Esto es Rosario: el respeto no arrecia desde la altura de las grandes marquesinas, ni tampoco salta desde los grandes titulares de las primeras planas, el respeto llega desde la camaradería y del laburo horizontal.
En este circuito que nos reúne hay algo seguro: no existen garantías de casi nada; no hay lechos de laureles; la construcción es diaria. Esa realidad, por momentos agotadora, decanta en una virtud: siempre estar apostando al hoy. Entonces algo golpea de manera contundente, una verdad, una certeza; Matilda siempre construyó hacia el futuro, nunca cayeron en la trampa de la nostalgia, nunca rondaron el truculento filo de todo “tiempo pasado fue mejor”, nunca cayeron en la trampa de la nostalgia. Para Matilda mañana siempre fue mejor. Esa decisión -consciente o inconsciente- puede encontrarse en un accionar coherente a través de los años. Cada movimiento del grupo era una apuesta al futuro; cada paso dado, cada vínculo logrado, hasta hoy, es su manera de confiar en el futuro. Matilda cree en el futuro porque cree en el presente. Ese es su compromiso real. Casi toda la construcción de casi veinte años puede remitirse a la acción cotidiana de la construcción de un futuro que comienza hoy mismo, con cada gesto y movimiento.

Lucas Canalda & Flor Carrera
Agostina Avaro – Ed

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