LICHI, LAS CANCIONES Y EL FUTURO ABIERTO

Clausurando 2020, Lichi piensa el futuro sin atarse a ningún reglamento.
Liderando una banda que sueña en grande, apuesta a las canciones y se corre del frenesí que demanda la exposición.

 

“Estoy abajo” dice un texto de Lichi. Al abrir la puerta, lo encuentro con la cabeza gacha, mirando al piso, apoyado sobre una bici pública de alquiler. Celular en mano, grabando sin desperdiciar un segundo, me entrega un sobre. Sin más, parte con rumbo desconocido. Minutos después, Instagram mediante, veo que le entrega un sobre similar a Amelia, una vecina del barrio. Más tarde, pasa por la casa de otros músicos como Barfeye y Nineo Zoom de Bubis Vayins. Tranqui para la penúltima tarde del 2020 que se cuece con la lentitud de 35º y una humedad del 65%.
En un año en el cual la entrega a domicilio se redefinió alcanzando proporciones rayanas a la ciencia ficción mediante un delivery impersonal de artículos y necesidades de todo tipo, Lichi haciendo cadeteria impromptu, pedaleando de timbre en timbre, le mete algo de resignificación cálida al oficio de cartero mientras va sembrando pistas sobre el video Híper Hype que se estrena a la par del año nuevo.
Luego de atravesar un largo año donde casi nadie salió como había sido planeado, el lanzamiento de  Híper Hype presenta la continuidad de un esfuerzo que sigue adelante más allá de posibles fechas, reseteos de agendas y vacaciones sin demasiado kilometraje. Con un verano que hace estragos desde el vamos, la realidad argentina se pone bien densa como es la tradición de cada diciembre. Apostar a seguir produciendo al igual que decidir seguir haciendo música no solamente es un escape, es la piedra angular necesaria para mantenerse en pie entre la incertidumbre de todo lo que puede pasar mientras la pandemia no cede protagonismo. En otras palabras: en este océano de aguas alteradas, hacer música es como la puerta que mantiene a flote a Rose after hundimiento del Titanic.
2020 fue un año de enseñanzas para Lichi. Muchas ideas se vieron aplanadas por la pandemia. A finales de 2019 la banda pensaba salirse de la Circunvalación para ir a tocar donde fuera posible, quería seguir estableciendo vínculos en otras ciudades. Iniciativas y proyecciones rápidamente se cayeron. Además hubo cambios inesperados, con la llegada de un nuevo baterista al grupo. Pero más allá de los imprevistos, afloraron posibilidades y hubo muchas alegrías. Hubo canciones, hubo entrevistas; se formó un equipo de trabajo alrededor del grupo que proyecta y sueña en grande. Igual, mejor tomarlo despacio. El terreno todavía es incierto para una planificación a larga data.

Lisandro Ruiz Díaz acaba de volver a Rosario luego de veinte días en Rafaela. La visita a su ciudad natal tuvo matices varios: fue un regreso además de reencuentro familiar; también albergó la celebración navideña; por último, fue un catching up furioso luego de meses de distancia.
Debido al contexto pandémico y sus distintos vaivenes, hacía un año que Lichi no volvía a Rafaela para estar con su familia.
Para el mayor de lxs seis hermanxs Ruiz Díaz, volver al hogar significó reencuentro con sus seres queridxs y también con la ciudad. Según cuenta, nunca pasa nada en Rafaela. Al menos sobre la superficie, todo sigue igual, siempre. Lejos de ponerlo como algo negativo o poco estimulante, explica que esa característica de la ciudad le sirve para bajar la velocidad y respirar de otra manera.
En Rosario, retomando las actividades, va encontrando el ritmo de siempre. Ensayos por algunas fechas que quizás aparezcan (o no. ¿Quién sabe? No podemos negarlas ni confirmarlas) durante la microtemporada de conciertos presenciales que se abrió pocas semanas atrás. Además, por supuesto, están los videos que Lichi que produce con constancia semana tras semana.
El músico y el youtuber coexisten en armonía completa y no hace falta siquiera preguntar o señalar nada sobre su faceta más popular para entender parte de la lógica de esa convivencia. Todo se alimenta de manera orgánica. Hay un aprendizaje que regularmente nutre cada rol. En ese sentido, Lichi va creciendo a la par.
Una presentación de Lichi desde una descripción de data dura sería la siguiente: Músico, youtuber, periodista, activista y divulgador de la cultura LGBTQ. Nacido en Rafaela, radicado en Rosario cuando llegó para estudiar periodismo. Además fue parte del grupo Los Usuarios, en un principio conocidos como Los Usuarios de la Plastilina. Por aquel entonces Lichi se hacía llamar Huffman. En un momento del trayecto, apareció Lichigrams, youtuber sensación con alcance masivo e integrante del podio de los más populares de la ciudad.
Con Los Usuarios, el proyecto dirigido en sociedad junto a Gabriel Bocchio (hoy en Gladiolos), Ruiz Díaz tocó casi una década hasta que sintió la necesidad de escuchar una voz interior. Lichi precisaba cantar algo que tenía adentro y no estaba escuchando demasiado. Iba más allá del grupo, se sentía como un caudal irrefrenable. Necesitaba una voz propia para sublimar. La forma ideal eran las canciones, pero desde rol de comunicador había aprendido un par de puntos fundamentales: “YouTube me enseñó que estaba bueno hablar de mí mismo.  Cada vez que hablaba de mí mismo la gente estaba maravillada porque tengo una vida que yo pensé que era normal y tenía ciertas riquezas, a la gente le interesó eso, le sirvió saber que pasé por esas vivencias, que experimenté tales cosas. En la música me sirvió eso, también”.
Con el GPS seteado en la experiencia de su banda anterior, Lichi recuerda las instancias cuando comenzó a imaginar otras posibilidades. Con años en el ruedo y algunos interrogantes picando tímidamente, la necesidad de algo más empezó a manifestarse. Si bien el grupo estaba bien encaminado, había necesidades que pronto se volvieron urgencias.  “Cuando estaba en Los Usuarios y empecé a sospechar de tocar en otro proyecto, la cosa que me pesaba era compartir escenario y la composición o todo el proyecto con otras personas. Me interesa escuchar más a Lichi”, recuerda hoy con algo más de dos años de camino solista.
“Me interesa contar historias de algo que era decididamente más personal. En un punto, era tan íntimo que me hubiese molestado no firmarlo con mi nombre. Ese fue el punto de partida para todo esto. Lo que más empezó a pesar, luego de tocar diez años, era probar otra cosa: nunca había tocado con otra banda, con otra gente, con otras cosas. Fue darme bola a mí mismo. Eso me enseñó YouTube. A la gente le interesaba mi vida o cómo la vivo. Si tiene que ver con mi sexualidad, con problemáticas de ser joven en una ciudad chiquita, o demás, la gente está sedienta de escucharlo. La gente joven que me sigue, que tienen entre 15 y 25 años, está esperando que la cuente porque tienen las mismas historias ellxs o al menos parecida. Esa cosa nació en YouTube y la pasé a la música: cantar sobre mí mismo. Hay mucho que de tanto hablarlo en YouTube lo paso a las canciones. Siento que hay una alimentación de ese modo”
, apunta Lichi.  


Escuchando atentamente el fluir de la verborragia hiperquinética de Ruiz Díaz hay sutiles diferencias que ubican sendos roles en ubicaciones diferentes. De manera espontánea, varias veces repite que “la música es lo mío” o que “las canciones son mi cosa”. Finalmente, declara que “estoy ahí, yo con mis canciones”. Simbólicamente, las canciones son el refugio definitivo de Lichi: el espacio que puede habitar librado de un deber ser, despojado de obligaciones para un público o algoritmo. La música es una zona donde no hay errores. Con su guitarra y sus temas, Lichi simplemente es.
Si bien su (exitoso) rol como youtuber es parte sustancial de la construcción que los medios -y el recientemente agregado aparato de gestión- desean explotar, el casi treintañero se aferra a su Taylor GS desde otro plan. La música le merece otra respiración, casi. No hay necesidad de ponerlo en palabras. Es un entendimiento tácito entre tanta información que va y viene. Lejos de flashear un Lichi versus otro Lichi en una contienda épica (e introspectiva y esquizoide) por la dominación total, como ya se dijo, hay una coexistencia orgánica, un camino de aprendizajes que se potencia y se alimenta quizás llevando confianza desde un ámbito al otro.
Ese aprendizaje lo hace llegar siempre un poco más lejos. En las  diez  canciones que Lichi tiene disponibles en Spotify abunda la primera persona. Son canciones que parten de sus vivencias y lecciones. Más que desarrollar una narrativa del yo, logra una narrativa experiencial de lo atravesado. Llegar ahí no fue sencillo. La energía necesaria vino desde lo aprendido de los videos. La audiencia atenta le dejó saber que había un entramado donde tenía que ahondar. Las suyas no eran experiencia comunes, había un elemento incierto que calaba profundo en la gente. Cuando entendió eso, la experiencia de hacer música se alteró para mejor. Lichi supo llevar todo eso hacia canciones la palabra manda y va armando de una narrativa. Para muchxs solo bastan las canciones, para otrxs canciones y videos se complementan en algo todavía mayor.
Casi todas las canciones que tengo son cosas que me pasaron o de gente que me rodea”, confía. “Siento que hay cosas que me pasaron que está bueno compartir, vivencias que está bueno contarlas. Tiene que ver con quien soy yo. Es honestidad, transparencia”, agrega con seguridad.

Lichi la banda está compuesta por Ruiz Díaz en voz y guitarra acústica, Lucio Sánchez en sintetizador, Vicente Bollini en bajo, Francisco Álvarez Di Franco en guitarra eléctrica y el recién incorporado Fidel Faletti en batería.
Por sobre todo, Ruiz Díaz es un cancionero. Lo mejor aparece cuando está solo con su guitarra y su voz, que posee un timbre cálido y una garganta algo rugosa.
“Dani”, “Mi yo y mi mini mi”, “Bola de fuego” y “Desde acá” son ejemplos de un cancionista para el que la narrativa es muy importante.
En la composición no hay un método definido. Los temas van surgiendo, sabiendo respetar el tiempo de cada uno. La letra que siempre cierra de manera precisa no necesariamente es la prioridad. A veces, hasta se liquidan a último momento, por necesidad. Pero todo parece cerrar acorde a una narrativa que va más allá de la primera persona.
Sí, siento que lo que mejor me sale es cantar solo con la guitarra, que el resto del grupo se vaya uniendo. Porque lo ciento por ciento honesto me sale así, guitarra y voz”, comenta sobre la observación.
La canción lo puede a Lichi. También lo seduce cierta idea romántica del songwriter abrazado a su instrumento durante una vida dedicada a cantar lo que sale de adentro. Hablamos de un tipo simple, recuerden.
“Siempre supe que lo mío es la guitarra. Tengo mi guitarra acústica Taylor GS mini que la compré un día y me dije que iba a ser la guitarra para toda la vida. Cuando tenga 72 años y esté tocando en El Diablito 2.0 voy a usar esa guitarra. Ya la encontré”
, señala. “Encontré mi guitarra, tengo los acordes, hago la canción, toco. La música que hago parte de ahí, siempre. Estoy yo con la guitarra, luego vamos sumando: qué bajo, qué batería, qué hace el Efe. El núcleo de la canción es así”, cuenta Ruiz Díaz.
2020, con su remolino de sorpresas hasta último minuto (estas líneas se cierran mientras el Senado aprueba la Ley de Regulación del Acceso a la Interrupción Voluntaria del Embarazo y a la Atención Postaborto), llegó aparejado con muchas lecciones. Entre ellas, Lichi pudo despojarse un rato de su querida guitarra para encarar la canción desde otro lado. Haciendo gala de un distanciamiento de dos ciudades, junto a Tuta Torres encararon el armado del simple Oro con un intercambio vía WhatsApp. El proceso resultó inédito para Lichi, que ni siquiera sacó la Taylor GS de la funda, según cuenta.
“Él me pasaba ideas, programando pistas, yo devolvía cantando sobre eso. Fueron aprendizajes. Me gustó ese proceso. En un sentido fue construirla desde lo digital”, revela.
De esa forma, casi como un juego novedoso, una puerta se abrió. Otra forma de imaginar lo que está por venir. La guitarra, claro, no va a quedar de lado, pero el crecimiento sigue mientras un equipo de trabajo se afianza y se apresta para lo que habrá de venir.

En estos dos años (y algo más) el proyecto de Lichi trabajó de una manera casi poligámica con tres productores diferentes: el ya mencionado Torres (Babasónicos), Martín Míguez (Jimmy Club) y Martín Greco (ex Mi Nave). Lichi decidió mantener el panorama abierto al crecimiento, eso significó escuchar y colaborar con tres productores que responden a estéticas, procesos y generaciones diferentes.
Si bien todavía falta revelar  Híper Hype que produjo Greco, el trabajo de búsqueda devino en crecimiento y seguridad. Cada paso cuenta, cada experiencia distinta sirve, multiplica. Por sobre todas las cosas, esa apuesta a descubrir formas deja algo en claro: Ruiz Díaz es un tipo permeable a las ideas externas.
Con una década junto a Los Usuarios, quizás la carta más obvia de jugar era el control absoluto de las riendas del nuevo proyecto. Sin embargo, el equipo está en formación, tanto en cuestiones musicales como en gestión y management.
“Escuchar siempre suma. Con Tuta, Greco y el Panda aprendí y descubrí cosas nuevas”. Me re sirve ese trabajo con diferentes productores. Porque soy consciente que tardo banda en cerrar algo. Cuando llega un tercero te pone en otro ritmo. Son pautas que llegan para saber por dónde puedo ir”, observa Ruiz Díaz al respecto.
“Además, desde que arranqué con este proyecto, si bien lleva mi nombre y soy el director de orquesta, siempre lo pensé como una cosa de grupo. Somos una banda, hablamos entre los cinco, aportamos siempre, ponemos objetivos conjuntos. Por más que haya una tema en solitario como fue Sequía, los cinco discutimos sobre cómo debería ser el videoclip u otras cosas. Siempre está en mis ganas de incluir gente. Voy viendo qué tomo. El aporte de un grupo de trabajo nunca puede restar”, comparte.
“Lichi tiene la cabeza abierta a escuchar data”, comenta Miguez AKA El Panda quien trabajó en el EP homónimo de 2019 al igual que en Sequía. “Siempre está atento a las ideas del grupo y de quien esté trabajando. En ese sentido, no está cerrado ni casado con ninguna. Está atento y sabe escuchar”, agrega el joven ingeniero de sonido que también produce a Gladyson Panther.
Hay algo que habla elocuentemente del vínculo creativo que existe entre Míguez y Ruiz Díaz. Lichi comenta que casi todos sus vínculos afectivos se dan desde la distancia, una referencia que comienza con una familia en Rafaela, compinches en Buenos Aires (o Mendoza), pero también con Tuta siempre en Capital Federal. En ese sentido, la amistad y cercanía con Míguez se ciñe bien de cerca puesto que ambos desarrollaron las canciones de Lichi en total intimidad en la habitación-estudio que por entonces era el cubil felino del Panda.
“Con el Panda grabamos en la pieza de su casa. Folk lo grabamos en el estudio de Babasónicos con Tuta, Carca y Gustavo Iglesias, todo increíble. Pero la verdad que quizás me sentí más relajado sentado en el piso del Panda, tomando una coca, sin presiones. Si me equivoco, voy de nuevo, sin apuros. Con Greco, igual.  Toda esa cosa del estudio de grabación enorme no me gusta tanto”, señala volviendo atrás a esas experiencias formativas.
Lichi se reconoce como un tipo despreocupado en aspecto técnicos. Prefiere evitar dar vueltas, yendo al punto. Sin caretearla, admite: “Por más que toco hace tiempo siempre siento que el resto sabe más que yo. Me gusta tocar la guitarra, componer canciones, con lo demás siempre fui más simple. Tal sonido de guitarra, tal amplificador, mmmmm, ni idea. Siempre me sirve estar rodeado de gente que sí entienda sobre marcas del ampli o detalles más técnicos. El Panda me dice “¿escuchaste tal sonido de acá? Es un eco…” Yo soy más chato: toco la guitarra, tengo algunos acordes, listo. Me sirve rodearme de gente que sabe y suma. Suplantan cosas que yo no tengo”.

Tras el final de Los Usuarios llegó el tiempo de Lichi. Como acostumbra a decir en vivo: “Hola, esto es Lichi. Yo soy Lichi. Ellos son Lichi”.
Con el lanzamiento del proyecto, el concepto de Lichi estaba determinado con precisión. La imagen preparada desde el vamos: remera, gorra, short y zapatillas. Puros colores secundarios, vivos, transmisores. El cabello largo y algo desbordado sobre el rostro había quedado atrás. La gorra prolija y animada estaba en control. Como una identidad (o marca) de un personaje arquetípico de la cultura pop, la definición estética de “Lichi, la persona, el personaje” dejaba en claro que nada quedaba librado al azar. Había un concepto, una identidad registrada.
“Teníamos una idea. Fue un poco y un poco”, cuenta sobre el origen de la imagen pública. “Lichi no fue una banda que se formó por tener amigos músicos con ganas de hacer algo juntos. El grupo se armó con la idea de contar las historias de Lichi. Ese fue el primer paso”, precisa.


Las 00hs del primer día del año nuevo llegarán con el estreno de Híper Hype y una energía simbólica que necesita vibras renovadoras luego de un periodo de agotamiento pandémico.
Más allá del cambio de almanaque, el brindis o la celebración a distancia, el 21 llega con mucha incertidumbre y con un sentido continuidad más importante de lo uno se atreve a confesar en voz alta.
Mirando hacia el inminente 21, Lichi es cauto. Entusiasmado con el estreno del nuevo simple/videoclip, piensa con tranquilidad sobre el futuro. 2020 lo tomó por sorpresa y los planes originales se fueron por la borda. La apuesta del nuevo periodo es, sin dudas, caminar sobre un terreno de reglas inciertas.
“No tengo tantas ganas de apurarme”, admite, procurando un poptimismo cauto. “2020 nos enseñó a planificar teniendo en cuenta que las reglas cambian”.

 

Por Lucas Canalda y Renzo Leonard

 

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