FEDE LEITES: SOBRE EL REINO DE CHAÑARES

Montaraz es el último disco del multifacético Federico Leites. Realizado junto al guitarrista y arreglador Mauricio Vieiro, el álbum retrata el desafío de un poeta por capturar la espontaneidad irrepetible de la naturaleza.

Montaraz es el tercer álbum de Fede Leites, un nativo de Paraná que desde hace más de quince años está radicado en Rosario abocado al encuentro y amalgama de las artes. Tan curioso como instintivo, Leites transcurrió sus años como galerista, productor, poeta, performer y cantante. Obsesivo del detalle, pensador del bigger picture, Federico se entrega a la creación llevado por el ímpetu del concepto.
Registrado en un estudio improvisado, montado en pleno monte virgen de Aguas Antiguas, (en el Valle de San Marcos, Monte de Punilla, Córdoba) Montaraz es el arrojo de Leites por capturar ese entorno, valiéndose de su voz y de su poesía.
Primero nacido desde una inspiración en solitario, luego construido junto a su hermano, el guitarrista y arreglador Mauricio Vieiro, Montaraz llega en forma de libro/disco, con una exquisita edición de la editorial Ivan Rosado. La publicación reproduce las palabras de Leites junto a ilustraciones y pinturas de Carlos Aguirre.
Enlazado en las artes, hermanado con talentos de varias generaciones y de diversos círculos, la realización del disco devino en un documental a cargo de Juan Follonier (Fango Films) que registra el proceso de grabación en pleno monte virgen de Punilla. Alejado de los clichés de un making of, la obra del joven realizador captura un equipo de trabajo buscando la inmersión y el desafío de los músicos por capturar el romance de poesía/paisaje.
Montaraz, en la totalidad de sus formas, fue presentando en vivo el domingo 16 de diciembre, en el anfiteatro del Centro Cultural Parque España, ante unas doscientas personas. Esa noche el álbum completo fue interpretado desde una puesta en escena a gran escala, producida por Sol Pipkin y el ya mencionado Aguirre, quienes tomaron inspiración en la obra de Juan Grela.
El libro/disco, el documental, un concierto a cielo abierto, un dvd en vivo de próximo estreno, una gira por el sur argentino y un concierto en el Teatro de Empleados de Comercio Rosario, prueban que Montaraz es el renacer de un artista que finalmente se siente uno con su tiempo y espacio pero, principalmente, se encuentra seguro de quién es.
Equilibrio individual para un tipo que se apresta a ir por más, lejos de la comodidad/claustro de las etiquetas (músico, performer, poeta, artista) buscando transmitir mediante sus herramientas inmediatas: voz, cuerpo y madera.

Mix

Sobre finales de noviembre, en el Fructuoso Record Club reina un silencio atípico para el ajetreo diario de músicos, equipos y charlas de pasillo. Hay unas pocas luces encendidas que marcan el camino, el resto del estudio parece cerrado por lo que resta del día.
En la sala de control, tras una puerta de madera y pesadas cortinas aislantes, el aire acondicionado refugia a dos dedicados trabajadores de la sobredosis de humedad que hace agobiante a la primavera.
Concentrados frente a la palidez de un amplio monitor y a una consola de mil posibilidades, Fede Leites y el sonidista Ezequiel Fructuoso están abocados en la mezcla final de Montaraz. Resta resolver unos detalles y la mezcla estaría lista para que Franco Mascotti masterice el material y el disco quede terminado.
Mates, frutos secos, manzanas y bananas acompañan la sesión de mezcla. El clima de trabajo es relajado, jovial; un paso a paso que es disfrute asegurado para cada una de las personas involucradas en el proyecto. Fructuoso y Leites están felices con las canciones, se los nota orgullosos de lo que hicieron y de aquello que está por venir, una vez que Montaraz vea oficialmente la luz.
Anticipando la presentación, unas pre mezclas estuvieron circulando entre prensa y algunos oídos curiosos, pero ahora el trabajo ya está en el spring final, es cuestión de horas para que el disco esté completo.
Rebalsado de alegría, pero también algo ansioso por todo el trabajo que resta, Leites habla de Montaraz como un todo sostenido por poesía, amor y la unión de esfuerzos/talentos de diversos espectros. Montaraz, al igual que su creador, posee un espíritu que atraviesa conceptos.
En primera instancia, cuando ni siquiera tenía nombre, Montaraz fue una búsqueda personal. Después fue una comunión con el paisaje de Aguas Antiguas. Por último, se transformó en obra artística: poesía con la posibilidad abierta de algo más, luego melodías bosquejadas y, finalmente, las canciones desarrolladas junto a Mauricio, su hermano. Sobre eso, la apuesta determinada de un grupo de amigxs que hacen de la posibilidad formas concretas, entre lo tangible y lo inolvidable de un momento.
Yendo al minuto cero de la decisión de hacer un disco de su propia experiencia, Leites es certero: “Vi una maravilla hecha paisaje, lo absorbí, lo escribí, lo tengo”. Luego de capturar ese enamoramiento, de hacerlo palabras, de llevarse consigo ese sentir, qué hacer para transmitirlo, para sumar a los demás a ese romance que merece ser compartido. “¿Cómo lo muestro para que se entienda y no sea un omegahedrón o un jeroglífico, o simplemente algo que a nadie le interesa? Honestamente, a mí me gusta seducir. Me parece lindo que yo resuelva cómo mostrar esa íntima conexión que hubo conmigo y un paisaje, cómo poder extrapolarla y llevarla a un show. Por eso decidí envolverme de lo que me es natural: todas las artes. La forma de traducción que encontré es la sociedad con el arte. Solamente la sensibilidad del arte entretejida puede reflejar fielmente qué es lo que sucedió y qué se va a transmitir en la emocionalidad. Por eso sale, mediante Ivan Rosado, un disco  y un libro, con fotos de Laura Glusman, por eso también el documental”.
Mientras Leites ceba mates y vuelve sobre la experiencia en Córdoba, Fructuoso se concentra sobre la consola y sus perillas. El monitor muestra el trabajo que se va realizando sobre el ProTools y la disposición del estudio se acomoda para la intimidad de las canciones. Entre preguntas y respuestas, hay pausas para escuchar el material. Suenan Oscurito, Cerro azul y Cascadita. La última expone el desafío que se le presentó a Leites en su soledad. ¿De qué manera capturar ad infinitum la espontaneidad irrepetible de la naturaleza? ¿Cuál es la probabilidad de sentir a toda hora, en un goce imperturbable exento de las limitaciones humanas?
En ese sentido Montaraz es una puja, donde la palabra y poesía colapsan ante la abrumadora (y transformadora) fuerza de una naturaleza sin fallas y azarosa. Es un desafío que Leites emprende siendo consciente de las limitaciones propias del humano, una tradición en las que se envalentonaron decenas de cantores de litoral y de la que salieron airosos por dejar de lado la arrogancia de creer posible una descripción/narrativa de fidelidad certera. El logro reside en reconocerse humilde ante el poderío de una tierra que lleva años de perfección; en saberse un narrador honesto al tacto de lo que (lo) rodea.
Son varios los artistas del folklore que podrían citarse para tender un marco sobre tierra, tradición y el hombre como mero actor de reparto maravillado por lo inabarcable. Vieiro y Leites podrían citarlos, pasarse horas hablando admirados sobre canciones y discos, pero hay una distancia que prefieren invocar. Leites elige un desvío, optando por algo más personal, desmarcándose de pretensiones: “nos gusta hablar de canción telúrica, no folklore. La palabra folklore no me termina de cerrar, noto a Montaraz como muy aputosado para el folklore. Muy aputosado o muy emo. Me siento involucrado con el entorno, con las horas del día, con las sombras, con las nubes del día que se deshacían, con los zorros, con todo eso me sentí profundamente parte. Las canciones son un espejito de todo eso, nada más”.
Al narrar ese proceso de involucramiento, Fede detalla cada gesto del día, cada movimiento de los cielos. Las vivencias son tinta fresca en su ojos, una dinámica de horizontes irrepetibles todavía circulantes en su pecho. El suyo es un relato de climas, sabiendo matizar con astucia. Sabe frenar y tomar un desvío, hacia dónde saltar, qué acentuar. Leites ejerce la palabra con una autoridad que le fue concedida por la propia tierra; es el narrador de un terruño que se construye a ojo y corazón; es un mutualismo donde ambos protagonistas se estimulan, se acarician, se permiten.
Pero mientras Leites prefiere concentrarse en explicar el cómo contar todo, deja de lado algo fundamental en el disco: el cantar. En canciones como Vivo en una flor, Clarear, Yang y Bruta, el cantor hace gala de una extensión vocal en la que viene trabajando en los últimos años. Alcanzar el equilibrio como cantor, apropiarse de su tesitura vocal, tomar responsabilidad de su cantar, es otro de los aciertos de este Montaraz aunque Leites no lo diga o se muestre reacio a charlarlo.
“Canto desde que tengo cuatro años”, comenta Fede, dubitativo. Inmediatamente, responde con firmeza, ratificando, “soy cantor desde que tengo cuatro años. Es lo único que sé que soy en mi vida”. Pero un silencio se interpone, tímido. “No le he desarrollado lo suficiente”, reconoce. “Honestamente, me costó vida escucharme y encontrarme así, como cantor. Me costó elaborar sentimientos, me llevó años de aprendizaje. Lo que más tiempo me llevó fue ser honesto con la felicidad que me genera este estilo vocal. Durante años lo muté. Escucho esto y pienso en Falete, automáticamente. Siento que hay cosas personales que no permitían que este Faletito naciera. El año pasado decidí que se fuera todo a la concha de la lora. Que tenga lo que tenga que ser. Si hay un melodrama o un storytelling, alguien que necesita contar una historia, que nazca, que crezca, a ver qué le pasa. Yo me sentía como diciéndole no, no y no. Estando solo me di cuenta que mi médula era mi canción agridulce, lírica. Siento que por las canciones se filtra un pasado que he vivido, pero no siempre quise dejar salir. Me siento como recién nacido. Siento que nací desde algo que sabía que estaba, pero que no tenía la posibilidad de existir o que los demás lo vieran”.

Córdoba

Montaraz surgió en una experiencia solitaria de Leites al instalarse por tres meses en Aguas Antiguas, más precisamente en el proyecto agroecológico y artístico de Juan Manfredi y Fernanda Giménez Salazar. A Córdoba, el nativo de Paraná partió con un bolso de ropa y un bagaje técnico de ocho sintetizadores. En su mente la idea era hacer un disco electrónico. Tan convencido estaba en el sonido que estaba por venir, que en Rosario, antes de emprender viaje, Fede estuvo cerca de deshacerse de su guitarra criolla. “Casi le vendo la guitarra a una amiga trans que es profesora de guitarra y a último momento, por una desinteligencia, no se la vendí”. Con ropa, portaestudio, criolla, laptop, sintetizadores, cables, celular y algo más, Leites llegó ante la majestuosidad de Punilla, en un otoño niño que todavía gozaba del verde heredado del verano.
“Cuando llegué, no había dónde enchufar. Había un mini panel solar donde enchufaba la computadora un ratito y ya me quedaba sin luz por el resto del día”, explica Leites, narrando entre risas y acentuando el parate en seco que significa no poder estar conectado. Especialmente a un celular. Sin saberlo, ese inconveniente, marcaría el kilómetro cero del camino que estaba a punto de revelarse.
En el norte del valle de San Marcos, entre San Marcos Sierra y Charbonier, los colores se transmutaban paulatinamente junto a los contrastes del día y la noche. Leites se hundía en un silencio abrumador, un silencio que lo hermanaba con el paisaje. En comunión con el paisaje, el citadino se dejó arrastrar hacia el silencio absoluto que la topografía propone. Fueron semanas de desligarse de hábitos de ansiedad, de necesidades irrelevantes, de miedos nacidos por el contraste entre ciudad y naturaleza.
“Al principio estaba en un lugar sin celular. Me quería matar. En los primeros quince días quería azotar mi cabeza contra todo lo que fuera sólido. Después hice un click, me di vuelta. Perdí el miedo. Estás en un lugar donde el silencio te embebe y te sumerge por completo. Estaba en un valle donde tenés al Uritorco, al río San Marcos que viene serpenteando y la casa queda en una barranca elevada. Abrías la puerta y esa era la foto. Hermoso”.
Consciente de su estado de goce, la decisión era clara: quedarse e indagar, tanto en ese paisaje arrebatador como bien adentro suyo. Había que procurarse un presupuesto para estirar la estadía, por entonces, sin fecha de regreso. Leites vendió el home studio que había llevado para maquetar las canciones y unas cacharpas que tenía a mano.
Vendí todo y junté la guita para vivir cinco meses sin trabajar. Un amigo me alquiló una casita de adobe, que había construido en su terreno”, recuerda, recibiendo un mate.
Y entonces Fede estuvo solo con toda esa inmensidad. Munido de su guitarra, los primeros esbozos de una experiencia empezaron a manifestarse. Como  de manera rudimentaria, a veces, pero siempre lo suficientemente firme como para esbozar el cancionero que eventualmente sería Montaraz.
En esos meses armó nueve canciones, entre bosquejos precarios y otros bien desarrollados. Son cantos a la montaña, a la fauna, a la corriente inmutable del arroyo. En su primera versión, entre borradores e ideas que completar, se trata de sencillez honesta, sin pretensiones. Pero las canciones toman tradición en los poetas del litoral, quienes hablaban de su entorno, todo lo que a su alrededor los moldeababa, ellos lo devolvieron siempre con el corazón filtrando su tangente.
“Yo no soy instrumentista. Apenas fui armando las bases, los moods; acordes arriba de los cuales yo podía cantar alguna palabrita. Me volví con nueve cancioncitas y nueve poemas”, explica relajado, antes de liquidar el mate.  

The Right Stuff

Montaraz es, además del disco, el libro y el documental, un cúmulo de experiencias. Primero, una individual. Luego, entre socios creativos, entre la química energética de dos hermanos. Por último, una experiencia de equipo, un desafío colectivo de espíritus que alcanzaron plena comunión entre la incertidumbre que propone el aislamiento, el reto de capturar su visión de lo inabarcable: la naturaleza.
Leites regresó de Córdoba a Rosario, pero después recaló en su hogar familiar en Paraná. Además de las vivencias que tenía para compartir, viajó con sus canciones que todavía permanecían en un estado precario. Las palabras estaban; la música, más allá de los bosquejos, no encontraba certeza alguna. Frustración había sido el resultado de cada intento de Fede al tomar su guitarra. Es entonces cuando Mauricio se involucra.
“Mi mamá, cuando yo tenía unos trece años, se casó con un señor muy macanudo. Tiene tres hijos, el menor es guitarrista. Un investigador de la canción ribereña”, cuenta Leites sobre su familia en Entre Ríos.
Estando en Paraná, Mauri me preguntó qué había pasado con las canciones. Pasaba que yo no las podía hacer sonar. No podía y no podía. No sé, tengo manos muy torpes. No camina la cosa. No me seducían las canciones tocadas por mí”.
Mauricio pidió prestadas las canciones. Al menos por un rato. Su hermano le indicó cómo era la secuencia de acordes y desde allí partió Vieiro. Intentaron con una primera canción y ambos quedaron contentos. Esa canción pronto se convirtió en dos. Luego en tres. Para entonces ya estaban engolosinados en música y por el descubrimiento de lo bien que se complementaban.
Hubo una oportunidad que probó ser fundamental para que la dupla Leites/Vieiro fuera a fondo con las nuevas canciones. Pauline (Perro Fantasma) los invitó a tocar en su local, Galería 26. Allí, la artista y curadora Nushi Muntaabski, los descubrió y también los invitó a participar en otra fecha. Fueron oportunidades que se fueron dando de manera inesperada, una espontaneidad que surgía cada vez que tocaban las canciones. Para Leites fueron señales inequívocas de que eran tiempo de grabarlas.
“Nos sentíamos entusiasmados. Era una relación musical y de hermanos, de cariño”, remarca Fede, almendras en mano. La decisión estaba tomada. Las canciones serían disco. Había un detalle: había que grabarlas donde habían sido imaginadas por primera vez.
“Hablamos con Ezequiel de grabar. Folo se entusiasmó con la idea de registrar todo. Arreglé con mi amigo para que nos recibe allá y nos fuimos en el Renault 12 de Eze”.
Con el vehículo cargado de equipos, guitarras, abrigos varios, cámaras, cables, micrófonos y enchufes, el viaje comenzó con expectativas y ansiedades varias.
Hacia Córdoba, por la ruta 9, el R12 azul cargaba con tres pasajeros: Leites, Mauri y el realizador audiovisual Juan Follonier, encargado de registrar un documental sobre la realización del disco para Fango films. Al comando de la mítica nave azul estaba Fructuoso, ingeniero de sonido. The right stuff para una aventura diferente.
Entre mates y una ruta destemplada, sobre Bell Ville se quedó el auto. Pero la suerte ya estaba echada, el disco era inevitable.

El proceso de grabación de Montaraz fue una comunión entre todos los participantes. Músicos e ingeniero de sonido encontraron la química fluida que aparece cuando hay confianza en el otro. Mientras tanto, la aguda mirada de Follonier documentaba sensaciones y la abrumadora presencia del entorno natural.
La sinergia creativa los dejó hacer con comodidad a los cuatro obreros. Cada uno en su faena, relajados, listos, procurando oportunidades de potenciarse unos a otros.
Grabaron en un domo geodésico, con Fructuoso explorando posibilidades con los micrófonos, tanto adentro como afuera, en la plenitud del verde.
Abocados a capturar el contexto en su profundidad, el sonidista investigó el terreno de acción. Descubriendo detalles, viendo la probabilidad que cada recoveco escondido de árboles y roca podía ofrecer, buscó la manera de tener varias opciones a la hora de la mezcla. Sabiendo que la voz de Leites iba a tener un lugar predominante, el técnico optó por capturarlo con una diversidad de micrófonos.
La descripción técnica de Fructuoso hablan de un trabajo obsesivo al detalle pero, además, son evidencia del juego, de cuánto se permitieron explorar hasta encontrar el registro ideal. “Usé un micrófono dinámico de bobina grande Electrovoice RE20 pasado por un compresor para que le dé carácter a la voz, también le incluí un micrófono condenser de gran diafragma para capturar detalles y un micrófono de cinta para que me dé cuerpo a las capturas de las voces. Así cubrí todo el rango que necesitaba para tener miles de posibilidades en la mezcla. A la guitarra le coloque un par stereo de micrófonos condenser de membrana pequeña para tener detalles de la exquisita ejecución de Mauricio y después disponía de micrófonos ambientales en el lugar para obtener la magia resultante de los dos”.
Fructuoso, además, fue probando con colgar micrófonos de los árboles para tener sonido ambiente real. Entre tomas varias, anecdóticamente, al final de Cerro azul se escucha muy claro el ladrido de un perro, que según el sonidista, “esperó mágicamente a que terminara la toma para ladrar y así quedó”.
Para Fructuoso, la idea de grabar in situ, allí mismo donde las canciones manaron de Leites, fue esencial para el desarrollo y resultado positivo de Montaraz: “Fue fundamental irse lejos para concentrarse en entender hasta la más mínima fibra del disco. Aunque solo grabábamos pocas horas al día por un tema de recursos eléctricos del lugar, estábamos pensando en el disco todo el tiempo, aprender además a bajar unos cuantos cambios del ritmo de la ciudad y contemplar cada acción como LA acción. Tomar mates a la mañana implicaba salir a buscar leña, cocinar era hacer cinco kilómetros para comprar enseres y alimentos, bañarse era calentar un termotanque a leña durante una hora previa al baño. Todo tenía su ceremonia y eso lo trasladamos al proceso de grabación, nada salió a las apuradas, cuando estábamos listos apretaba REC y la magia sucedía”.
Llegado el momento de ejecutar las canciones para el registro, los hermanos estaban preparados y super ensayados. Sin embargo, en la misma instancia de grabar decidieron correrse de lo ajustado, dejando de lado toda la técnica que teníamos preparada, soltándose para abrazar con el corazón el paisaje en la canción. “Fue algo que le subió diametralmente el valor al trabajo. No éramos loros repitiendo los acordes que habíamos aprendido, era un amor que le estábamos cantando al paisaje”, señala Leites.

– ¿Cómo sos al trabajar? Tuviste la responsabilidad de convocar a todo un equipo y encarar un viaje. Más importante aún, tuviste que transmitirle un sentir a cada integrante del equipo para involucrarlos en tu concepto.

No soy un tipo obsesivo o, por lo menos, no tanto. Me gusta trabajar. Hubo un ritual, un poco acordado, para cada jornada. Eran nueve canciones, teníamos diez días. No sabíamos con qué facilidad iban a salir. Lo único que me interesaba del trabajo, no era cantar bien o que esté bien tocada la guitarra, sino que el micrófono capte. Yo insuflo un sentimiento en la canción. Eso era lo que yo no sabía si iba a pasar. Mauricio y yo tenemos un momento de conexión. Cuando eso sucede, ese instante, el otro  automáticamente se despolariza. Con Mauri tenemos los receptores para ese nivel de emoción. Automáticamente se entrega, nos damos al otro. La canción transcurre con la emocionalidad que le fue insuflada. En ese momento mi inseguridad máxima pasaba por saber si iba a poder insuflarle la emocionalidad que la canción se merece. Tocábamos Montaraz y nos emocionábamos hasta llorar. Siempre he sido una persona de un carácter duro, no me brotan las emociones de manera muy fácil.  Con este disco directamente perdí las resistencias. Me produce una emocionalidad enorme.

Federico

En la noche presentación de Montaraz, el público presente está integrado por un revoltijo de personalidades que únicamente Leites puede reunir en una misma circunstancia: musicxs, productorxs, periodistas, DJs, poetas, fotógrafxs, políticxs, estilistas, pintorxs, escultorxs y más. Son unas doscientas personas que aguardan el estreno del anticipado disco, mientras el sol veraniego va cayendo. Hay un barra de gin tonic que ayuda a refrescar los organismos y matar la ansiedad.
La fauna reunida en el balcón al río dispara una serie de flashbacks sobre los capítulos previos en la carrera musical de Leites.
Casi diez años atrás, desprejuiciado y feliz de compartir su impronta con quien quisiera escuchar, Leites llevó su ímpetu por cualquier espacio donde fuera invitado acrecentando así su lista de seguidores.
Cada presentación como frontman de Rollex (su grupo de versiones) o ya lanzado como solista declarado era una misión declarada por la seducción mediante arte en acción.
Pausando la adrenalina del baile, lejos de los salpicones de glitter, más allá de las máscaras de ocasión, cada presentación de Leites se leía (lee) como una experiencia interdisciplinaria; una entrega/resultado que se genera mediante la fusión de procedimientos y elementos. Corporalidad, música, puesta y palabras a disposición de una narrativa producida al detalle que también se permitía la espontaneidad generada desde el otro.
Esa fusión de elementos dialogaba con diversas cabezas de mundos a priori disímiles, pero que la acción de Leites parecía aunar. A partir de entonces, cada recital era una ventana a las micro escenas de la ciudad; un territorio común donde lxs actorxs culturales rosarinxs tomaban reunión frente al escenario.
Durante su breve tiempo de actividad, el proyecto Rollex recibió una demanda alta desde varios escenarios de la ciudad de Rosario. Probando ser una propuesta que resultaba exitosa para cada bar o pequeña sala, los pedidos por fechas se acumulaban obligando al trío a concentrarse en distintas formas de mantenerse fresco.
La apuesta era atrapante, generando un feedback inmediato y convirtiendo fieles al instante. Desfilando por contrastantes espacios rosarinos, desde café concerts al underground DIY, el público de Leites se fue conformando resultando en la audiencia más variopinta de la ciudad. Leites, magnético, agrupaba una heterogeneidad casi única: arties, anarkopunks, indies, modernxs hiper cool, hippies, chetxs, rockerxs vieja escuela, familias. El rango etario, no menos sorprendente, corría desde los 17 a los 65, con señoras sentadas en ritual de cena disfrutando a la par de adolescentes birra-en-mano bailando frenéticamente.
Mientras los recitales se sucedían, eran varios los managers, prensas, bolicheros (empresarios wannabe) que veían al paranaense como un  talento diferente.
Indiferente a esas apuestas que los empresarios oportunistas cargaban sobre su talento, en un momento, Leites concluyó el proyecto para viajar al exterior en busca de algo más.
Un Leites ligero de equipaje viajó a Nueva York para una aventura enriquecedora. Quizás, parte de la excursión, fue para darle full circle a un proceso que había empezado años antes.
Cuando tenía veinte años, Federico y su querida amiga Andrea Iuculano, abrieron una galería de artes.  Ese espacio de exposiciones y encuentros se llamó 70 veces 7 y funcionó desde 2002 a 2004 en la esquina de Entre Ríos y Córdoba. Leites lo recuerda como el laboratorio de un joven que estaba interesado en las artes visuales y la música, siendo la galería el refugio propicio para mixturar, divertirse y probar diversos procesos y resultados.
70 veces 7 sirvió como catalizador de ideas para un jovencito en búsqueda personal. Seminarios, talleres, charlas y amistades fueron formando un rumbo, incitando curiosidad, aplacando inhibiciones y prejuicios.
Semillero y lugar posibilitador donde diferentes cabezas de una misma generación se mezclaron para potenciarse de manera colectiva y estallar de manera individual cada unx por su lado. “Nos conocimos y nos emparentamos artísticamente. Ahí nacieron varias figuras del arte contemporáneo nacional y mundial actual”, recuerda Leites. Luego cita dos ejemplos precisos: Mariana Tellería y  Adrián Villar Rojas.
“La galería duró tres, casi cuatro años. De ahí en más, lo que pasó fue que Adrián tuvo una carrera muy exitosa en el exterior y yo me volví su productor de campo. Viajaba con él y le procuraba todas cosas necesarias”.
El regreso al país fue con un disco propio bajo el brazo. Una nueva figura con la que jugar, un puñado de canciones que presentaban un universo nuevo.
Ataud Ataud, grabado en Nueva York, fue publicado de manera independiente en 2013. Tres años después llegó NORFOMA, la primera incursión conjunta de Leites y Vieiro. Allí la canción litoraleña era protagonista principal, una sencillez de instrumentación y de palabras.
Otra vez en el ruedo musical, la posibilidad de multiplicarse se concretó por toda la ciudad. Bares, galerías, librerías, museos y fiestas se combinaron con festivales como Otro Río, fechas internacionales con Francisco Victoria y convites de distintos grupos como Degrade, Hiroshima Dandys y Matilda.
Diversidad, libertad y un concepto determinado para cada presentación. Siempre diferente, siempre irrepetible. Un Fede suelto con ideas integradoras para un circuito donde las partes conviven, pero en contadas ocasiones saben potenciarse.
Armando y desarmando repertorios, Leites se movió con personalísima dinámica en Rosario y otras ciudades de la Argentina, siempre priorizando un concepto, haciendo valer el concepto por sobre la seguridad que otorga la demanda.
“Desde afuera puede que sea así, pero yo no me valoro a mí mismo. Es una cosa que me di cuenta este año”, dispara desinhibido, sin careta, apelando al sincericidio frente al grabador. “Mi capricho es más grande que mi carrera, entonces, hago esto y desaparezco. No quiero saber nada con esto y aparezco en otro lado. Creo que si algo me ha salvado, es el capricho ligado a una intuición. No es una valoración, ojo. Como artista no me valoro, la verdad. Montaraz es el primer trabajo donde todo mi ser fue puesto a conciencia, fue acordado conmigo mismo. Me puse serio conmigo mismo. Nada de entrar en un espiral neurótico, ni en chiquilinadas de un artista inmaduro. Por lo general, soy mi primer enemigo. Montaraz no es el caso. El disco viene con toda mi fe. Los otros trabajos fueron destellos a los que no supe construirles una autopista de confianza. Esa autopista tenía que ver con caminos que yo no tenía construidos dentro mío como para poder dárselos al trabajo. Por otro lado, creo que aparecer y desaparecer es lo más saludable, para el arte y para los artistas. Una vez Prince hablo de lo mismo, sobre aparecer y desaparecer. Él era el más duende del planeta. Mi corazón tuvo una chispita cuando lo escuché hablar sobre eso. Si aparece y desaparece Prince, con toda su genialidad, con toda su plata, con todo el aparato, con toda su demencia, su negrez espléndida, vos hacé lo que se te cante el orto. Hoy montate, subite arriba de un escenario, mañana ponete una bombacha y canta folklore. Hacé lo que se cante el orto, pero que haya un corazón puesto y un camino de fe. Si no hay fe, el arte no se sostiene con nada, solamente son chispazos.  En un lugar sin sistema, en donde el arte no es un mercado, en donde la música no tiene posibilidad de circulación en plataformas económicas. Yo pertenezco al arte contemporáneo. Lo he vivido y lo mamado de cerca y desde adentro. Es absolutamente complicado atar tu obra a un circuito económico porque te transformas en un hacedor de obra y dejás de ser un artista. Cuando hiciste este producto y ese producto tuvo eco en el mercado, vos tenés que seguir haciendo ese producto porque la galería te lo vende, porque la disquería te lo vende, ya está, ponete una fábrica de pastas, qué sé yo. Lo más importante que tienen los artistas es su libre albedrío, su propia capacidad de poder imaginar tantas veces sea la necesidad de plasmar la fantasía en audio, en estética en lo que sea, de un momento de su vida, de su carrera. ¿Qué más importante que eso? Nada”.

TXT – Lucas Canalda
Ph – Renzo Leonard
Ed – Agostina Avaro
Montaraz en vivo
Rosario
14 de marzo: presentación DVD – Federico Leites + Mauricio Vieiro / MONTARAZ LIVE. Concierto en vivo anfiteatro del Parque de España + Presentación y lanzamiento de tour Montaraz en Museo Dr Julio Marc.

19 de abril:  Teatro Asociación Empleados de Comercio.  

Paraná

30 de marzo:  Teatro La Hendija.
Tour Sur argentino:
17 de mayo: Anfiteatro general Museo Nacional De Bellas Artes.
24 de mayo: Bariloche, Teatro Araucania.
25 de mayo: San Martín de los Andes, Teatro Piccolo.
2 de junio: Ushuaia, Teatro Nini Marshal.

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