TRAS EL BEAT PERFECTO

El compositor y productor Andrés Ruiz pasó por Rosario para compartir escenario con Sebahel y Charlie Egg en Club 1518.
La llegada del artista porteño funcionó como la oportunidad ideal para desmenuzar su naturaleza evolutiva. 

 

El compositor, músico y productor Andrés Ruiz llegó a Rosario para compartir fecha con Sebahel (España) y Chary Egg en Club 1518, uno de los refugios musicales que resiste los embates cerveceros que colman al barrio de Pichincha.
Cerrando un fin de semana largo signado por recitales, la propuesta desafió a las bajas temperaturas invernales, generando un encuentro con tres criaturas pop.
Sebahel, con su cuero de glamour decadente y oscuro, abrió la velada acompañado por dos leyendas: Charlie Egg, munido de un sinte y una laptop, y Martín El Viejo Arias, siempre acompañado de su guitarra exquisita. Más tarde, los acompañantes de lujo volvieron al escenario para cerrar la noche.
Egg hizo explotar su más reciente lanzamiento, Manjar, junto a una banda impecable que durante algo más de media hora jugó con un groove tan sintético como orgánico (y mucho guitarrazo al aire).
Por su parte, Ruiz llegó a Rosario acompañado por el guitarrista Nahuel Castro, luego de una primera parada musical en Villa María, Córdoba.
Con un nuevo disco bajo brazo, Mi Prehistoria (editado por Ultrapop),  el compositor -voz, teclado, sinte- y Castro  -guitarra, teclado, voz- se despacharon con una seguidilla de canciones que incluyeron “Mi desconocida preferida”, “Ardor”, “Feroz”, “No hay razón” y “Tildado”, entre otras.

Andrés Ruiz es un músico y poeta argentino nacido hace treinta y siete años en la ciudad de Buenos Aires. En la música desde adolescente, su obra recorre diversos géneros que desembocan en un pop de autor atravesado por la fantasía, el deseo y fábulas de tono lúgubre.
Junto a su universo solista se destacan algunos proyectos circundantes que fueron llevando el nombre de Ruiz por otras latitudes: fue baterista de Compañero Asma y tecladista de Viva Elástico, además compartió algo de tiempo con Litto Nebbia. Más allá de la química esbozada con esos grupos o proyectos que pudieron haber sido con el pionero del rock argentino, Ruiz nunca se detuvo mucho tiempo. Ni para oler las rosas en jardines ajenos, ni para disfrutar de alguna comodidad de trabajador asalariado. Este actual vecino del barrio de Floresta supo responder al llamado de las rutas solitarias. Por convicción, por obsesión y, por supuesto, por necesidad de ser fiel a su capricho.
Ruiz es un animal evolutivo que no mira atrás. Afinando la puntería, refinando su pop, afilando su pluma de escritor y poeta, el ardor urgente parece solo ceder cuando está avanzando. De allí la proliferación de canciones, discos, sesiones de grabación y proyectos paralelos de sonidos oscuros o extremos que tienden a desorientar a los neófitos.
“Lo principal para mí es no aburrirme”, aclara, al momento de describir su naturaleza evolutiva. “Trato de siempre ir cambiando, de buscar y reconfigurar dentro de las fórmulas de composición que me dieron resultado. En la búsqueda hay una mezcla entre lo que me gusta a mí, lo principal, y también la respuesta de la gente”.
Evitando el cassette, frente a un café, Ruiz no se guarda nada, apostando a ubicarse más cerca del sincericidio pero bien lejos de la autoindulgencia. “A veces uno termina haciendo discos que le gustan a dos personas y a nadie más”, dispara desde la honestidad. “Eso, en un punto de mi carrera, empezó a significar. Todo empezó a pesar de manera en que tomé consciencia de que tenía que buscar una especie de equilibrio. Lo cual significaba para mí un desafío. Ese desafío me llevó a una suerte de evolución. Es difícil  gustarse. Componer y estar conforme con uno a veces es fácil, pero no alcanza. Aún hoy no alcanzo, no es que mi música hoy le gusta a todos. Con los últimos discos y los otros proyectos en los que toqué, como Viva Elástico y otros grupos, hay otro feedback con la gente. Eso me indica que voy por un camino que me cierra más. La evolución se dio de manera natural.
De manera reiterada remarca sus desinterés por el gueto o por el facilismo resignatorio de definirse como un artista de culto. Ni una cosa ni la otra. Tampoco es músico, dice. Es baterista, bromea. Baterista y compositor que busca siempre ir por algo más. Desconfiado de las experiencias masivas, optó por un sendero propio. Decidió ser dueño de su juego. Desde ese mismo lugar está convencido que la figura de culto no le interesa. No pierde el tiempo en pensarlo, ni siquiera cuando eso parece repetirse de manera frecuente en los artículos que la prensa porteña y bonaerense le dedica cada vez que publica un nuevo álbum.
“No pienso en esas cosas. Jamás me puse a pensar si me interesa o no”, apunta.  “Simplemente se dan relaciones entre la obra de uno y entre quienes las escuchan, que obviamente no es un público masivo, sobre las teorías que emparentan con figuras selectas del pop argentino”.
Ruiz no pierde tiempo. Directamente va a lo importante: la música. “A diferencia de los primeros discos, yo trato de hacer una obra para muchos. Trato de pasar mis canciones por muchos filtros, gente a la que considero idónea y que es muy abierta a la hora de escuchar música. Ese tipo de opiniones empezaron a tener mucho significado. Gente amiga: compositores, periodistas, gente que ha dado opinión sobre los últimos discos. Entiendo que más allá del acercamiento a raíz de los últimos dos discos, a mayor cantidad de gente, el estilo que yo hago, mi forma de composición, es bastante particular dentro del pop. Las canciones tienen cierto estilo del que no soy consciente. No sé nada de armonía, nunca estudié música, soy baterista.  Por ejemplo, Jubany, un referente de la ciudad, me observa ciertos juego armónicos o tal bajada. No me doy cuenta de eso. Eso es un sello que se fue dando en mi carrera que a veces juega con la fantasía del músico de culto. Realmente me gustaría que mis canciones se canten en todos lados. No me regodeo porque vengan cinco nerds a decirme lo darkie o rara que es la música que hago. No me importa. Me encantaría ser más popular, pero se ve que algo en mí me lleva hacia un público más deforme y melancólico. Más allá que estoy haciendo pop, mis canciones no tienen nada que ver con las audiencias masivas”. 

Andrés está inmerso en la música desde los catorce años. Ubicado tras los parches, el adolescente Ruiz impulsó diferentes agrupaciones de metal y sonidos derivados. Más tarde, ya rebasando los veinte, la ruta empezó a delinearse bajo una esfera de diversidad sonora. Así trabajó con numerosas bandas y solistas entre las que se destacan Viva Elástico, Litto Nebbia, Compañero Asma, Alfonso Barbieri y su hermana Florencia Ruiz, entre otros.
Ruiz pudo optar por ser un sesionista prestigioso o un músico contratado tocando en vivo por toda Argentina, latinoamérica o Europa. Pudo elegir la tranquilidad de ser un trabajador más, cobrando un ingreso fijo y relajarse para disfrutar desde la comodidad. Sin embargo, las salidas fáciles no parecen ser viables para este baterista de casi dos metros.
Ni hired gun, ni escolta de próceres. Ruiz marcha a su propio ritmo desde hace muchos años. Así, sus discos fueron editados en México y las giras por Sudamérica y Europa fueron apareciendo por apostar a sus canciones, sin resignar nada. Parafraseando a su criatura “Frontera de amor”: Ruiz tiene mapa, guitarra y la mano de su público, no importa lo que venga después.
“Soy compositor. No me considero músico. Puedo tocar varios instrumentos y toqué en varias bandas como músico, no como compositor. Me aburro. Me gusta componer. En general en las bandas donde participé, si no podía componer, me iba. Me encanta tocar, la paso bárbaro, me encanta tocar música de otros, pero no lo puedo hacer por mucho tiempo. Me gusta poder participar en la escritura. Si bien empecé como baterista, me aburre no poder decir o contar algo. Me aburre estar todo el tiempo tocando la obra de otro. No nací para eso. Me gusta componer. En este momento, excepto que sea un laburo donde me paguen un montón de plata, no tocaría música de otros de manera fija. Puedo ir como invitado en recitales o a grabar en discos. Lo hago con gusto. Pero estar fijo en un proyecto, por más exitoso que sea, me aburre. ¿Tocar canciones de otro en Cosquín Rock para veinte mil personas? Prefiero tocar mis canciones para veinte personas en La Cigale. Sé que no es lo mejor, pero yo soy así. Disfruto más. Si me aburro no sirve. Estamos aquí para pasarla bien”.

Multifacético, ansioso y control freak. Si tiene ganas de hacer algo, Ruiz lo hace. Probablemente haga todo por sí mismo. Si el deseo está puesto en un disco pop, avanza, cubriendo en soledad todas las partes y roles. Lo mismo corre por alguna inquietud de índole más gótica o metalera. Puede haber invitados especiales, algún aporte foráneo, pero consagrarse a sus canciones exige una totalidad. Con problemas para delegar, disfruta cada paso de la producción: componer, arreglar o diseñar el arte de tapa. “Me gusta hacer todas las cosas. No me considero multi instrumentista, pero a veces sé que quiero un bajo de tal forma y va a ser más fácil que lo haga yo. Me gusta tener el control de todo”, admite sin tapujos mientras contagia su permanente deseo de hacer.
La necesidad de control, además, encubre otra realidad: la necesidad del artista contemporáneo de cumplir múltiples roles para mantenerse vigente en un paradigma donde la novedad es un régimen perturbador que exige siempre un contenido detrás de otro. La exigencia se eleva y la demanda exige hasta perturbar. Sin una estructura real, sin una productora de contenidos a sus espaldas, Ruiz es un sobreviviente del DIY desde hace más de dos décadas. “Por otro lado tuve que aprender. En la carrera solista no solo uno se convierte en guitarrista, baterista, cantante, también te convertís en técnico de grabación, en diseñador gráfico, etcétera. Me gusta encarar las cosas desde el hágalo usted mismo. Vivo a full a eso. Hago mis cosas. No me gusta depender de nadie. Cuando tuve que depender no me resultó como quería. Hasta el día de hoy me pasa que se me acerca gente con propuestas de grabar o hacer videos o fotos y a veces no me termina gustando. Hago yo las cosas, a veces por necesidad, y otra por mambo mío que confío más en mi visión. Es algo que está mal, a veces, lo sé. Me gustaría poder delegar, pero si hago discos, los edito, los toco, es gracias a que hago todo yo solo”. 

Además de su trabajo como colaborador en proyectos ajenos, Ruiz tiene incursiones paralelas que refuerzan su espíritu inclasificable. Alud Negro es una aventura de raigambre gótica en vibra dark wave. El dúo post punk de Llueve Neón también debe destacarse entre los trabajos de los últimos años.
Bajo su nombre publicó los discos Amuleto (2005), Amor ventrílocuo (2007), Los deudos (2008), Ruiseñor (2010), Un Santo Nuevo (2012), Huésped (2014), Víctima de la Imaginación (2017) y Mi Prehistoria (2019).
Una escucha atenta de su catálogo en solitario arroja un resultado significativo: una tensión constante entre lo cerebral y lo físico. Una puja entre cuerpo e intelecto que con el paso de los años supo convertirse en un equilibrio tirante. El narrador intelectual, el erudito que escribe canciones, pelea con lo corporal, con lo primal y liberador del movimiento. En esa pelea parece traducirse parte de la evolución de Ruiz, al mismo tiempo que denota la incomodidad consigo mismo, el deseo por superarse y trascender el gueto.
“Es muy importante esa disputa”, asiente el compositor. “Con mis primeros discos me daba cuenta que, más allá de la calidad de las canciones, veía a la gente bostezando. Estaban sentados, aplaudiendo, en una posición muy intelectual en una franca oposición, no solo a lo popular, sino a esto que vos decís: lo físico, el movimiento. Hay músicas que son para escuchar sentados, pero caí en cuenta que yo no quería eso. Me aburría eso cuando iba a ver shows así. Empecé a aplicar más máquinas, más ritmos. Me ocupé de meter ritmos más simples, 4×4; las composiciones que venía haciendo las empecé a simplificar cada vez más. Me daba cuenta que no quería que la gente viera mis shows sentados. No es que ahora bailen todos sacados o hagan un trencito. Hoy hay otra conexión directa con el beat. Eso se acentuó aún más cuando empecé a tocar con máquinas y a samplear baterías. Ahora estoy en esto. Quizás en diez años hablamos y esté haciendo un disco de guitarras criollas. En este momento me interesa que el vínculo con el cuerpo sea más movimiento que quietud”.
En esa fricción entre intelecto y cuerpo, el beat viene ganando espacio en los últimos años, mixando pista con simbolismo. Los últimos años presentaron a un Ruiz de canciones pop super pulidas que detentan intertextualidad con la poesía, el cine, la pintura, novelas y alguna escapada metafísica. Céline, Borges, Caravaggio, Drake, elementos que flotan por el universo de un cantautor, por momentos, demasiado víctima de la imaginación. La apuesta por la fantasía, entonces, parece ser la empresa definitiva de Ruiz a través de los años (y los discos).
“Creo que es imposible no estar en contacto con la fantasía cuando sos compositor y sobre todo, letrista. Me gusta mucho la poesía, la literatura, el cine, son lugares de inspiración constante”, confía.
Sin perder el tiempo, echa algo de luz sobre la elaboración de sus canciones, esas que día tras día ocupan sus horas, además de la paternidad: “Para poder componer necesito leer. Necesito siempre estar en contacto con la literatura, con los textos. Muchas veces con cierto cine. Son disparadores. Soy fan de diversos géneros literarios. En la poesía la fantasía juega un rol importante. Me gusta mucho jugar con la imaginación. Me aburren las letras que hablan de la cotidianidad”.
Lo aparentemente vulgar, los hábitos y la inercia de lo cotidiano, lo atrae, según cuenta el cantautor. Esbozando una pausa, con la taza entre los dedos, confía alguna prueba y error; algunos intentos fallidos que no han salido a la superficie. “Me gustaría poder escribir sobre lo cotidiano. Lo intento, pero cuando escucho mis composiciones que hablan acerca de eso, no me salen bien”, destaca con honestidad. “No me termina cerrando nada, por ende, inmediatamente vuelvo a la fantasía. Me siento más cómodo ahí. Eso también tiene que ver con la evolución. Me encantaría hacer un disco que hasta tenga ciertas ideas políticas, pero lo intento y no me quedo conforme. Intento pero no me satisface, por eso me refugio en la fantasía”. 

Lucas Canalda – Texto
Renzo Leonard – Fotografía
Ed – Agostina Avaro

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