CAL: FOTOS CON TENTÁCULOS DE PELO Y LUZ

Esta es una parte de la historia de Cristian Lois, también conocido como CAL. Un tipo que, entre otras cosas, encontró desde Rosario una manera sustentable y bastante única de registrar la escena hardcore/punk/metal argentina. Lo que sigue es un intento de descular como lo hizo y, de paso, hablar de música, de ciudades cuadriculadas y de equivocarse probando como la mejor manera de aprender.

 

Un mes atrás Cristian Alberto Lois me comenta una historia de Instagram. Escribe: “La Cotar de fondo, así se veía desde mi casa”. 


Vamos a ponerle Teoría de la Cuadrícula. No se asusten y déjenme escribir estas boludeces. Lleguemos al acuerdo de que todo lo que nos rodea, lo que llamamos contexto, influye en lo que somos: el lenguaje, lo que leemos, la música que escuchamos, lo que aprendemos en la escuela, lo que nos dice la gente con la que interactuamos, lo que vemos en una pantalla. Esto no lo cuestiona casi nadie, salvo los que creen en fuerzas superiores a rajatabla. Ahora, hay algo presente ahí en el fondo todo el tiempo, las 24 horas, los 365 días del año: son las casas que habitamos, las paredes que nos rodean, la cuadra, el barrio, la ciudad, el paisaje de atrás de nuestras vidas. Entonces, digo, esa escenografía, ese supuesto decorado, ¿no es tan o más importante en nuestra construcción subjetiva que toda la enumeración de la segunda oración de este párrafo? Obviamente, no soy el primero que se pregunta esto. Por ejemplo, la psicogeografía es una disciplina que los situacionistas crearon para estudiar los efectos del ambiente geográfico en el comportamiento de las personas. El urbanismo, cuando no se distrae con pavadas arquitectónicas, se lo pregunta a veces. La sociología y la antropología también, ponele.
Vamos llegando al punto. ¿Es lo mismo pasar los años formativos en una casa de pasillo que en un departamento en el piso 10 o en una chacra de 80 hectáreas, más allá de las diferencias sociales y económicas? Lo que se ve y se siente desde esas perspectivas es claramente diferente. Vamos llegando más cerca del punto. ¿Crecer en una ciudad con calles desniveladas y que siguen la forma del terreno, o en otra con diagonales como La Plata, es igual que vivir en la cuadrícula plana y casi perfecta de Rosario? La respuesta para mí es no.


La torre blanca con el logo azul y rojo de la Cooperativa de Tamberos Rosario (Cotar) se ve en el fondo de mi historia de Instagram, mientras un viento tremendo hace flamear la media sombra negra que hay en la terraza de la casa donde vivo. Esa torre es el símbolo de lo que se conoce como barrio Industrial, barrio Talleres o la denominación favorita de todos barrio Café con Leche, ya que a pocas cuadras de la empresa láctea estaba hasta hace unos años la planta de Café La Virginia. Cristian Alberto Lois, mejor conocido como CAL, pasó sus años formativos viendo ese fondo, el mismo que veo ahora cada vez que subo al techo desde que me mudé a esta casa hace trece años. Pero no creció en cualquier calle. Ronchi es un sola cuadra de casi 150 metros que comienza en el sector de bulevar Avellaneda que corre paralelo al Viaducto y termina en el frente de una casa, sin escapatoria. Resumiendo: en un extremo, los cimientos de un puente. A pocos metros está la casa donde vivió CAL. En la otra punta, una pared con puertas y ventanas. Estamos hablando de una de las escasísimas, contadas con los dedos de una mano, calles sin salida de Rosario.
Lois, modelo 1972, @no_arte en Instagram, fue muchas cosas en estos años en la Tierra. Algunas las sigue siendo, otras no: diseñador gráfico, emprendedor textil, diagramador y fototratador en un diario siempre en conflicto, fanzinero, tagger, jugador de voley, marido, padre, hijo, etc. Incluso fue héroe de la pandemia, pero esa historia tendrán que leerla en esta nota de Fernanda Blasco. Acá vamos a hablar de su rol como fotógrafo de recitales de rock, hardcore, punk y metal. «Música pesada», como dice él. Y de cómo encontró un estilo, una marca, una forma bastante específica de sacar fotos de gente tocando un instrumento frente al público: imágenes que te gritan, que increíblemente se mueven, que tienen tentáculos de pelos y luz, a las que les salen cosas, escupen y transpiran. Las pueden ver en ig: @fotosdebandas. Lo que hay ahí, les anticipo, es sólo una mínima muestra de más de 25 años de laburo registrando shows de Bad Brains, Eterna Inocencia, Zona 84, Knockout, Víctima del Vaciamiento, The Cult, Ratos de Porao, Agnostic Front, Deftones, Bad Religion, Muerto en Pogo, Boom Boom Kid y Jello Biafra, por tirar algunos nombres al voleo. «A los de acá, les saqué a casi todos», agrega.
Bien, de todo eso trata esta nota, y de la Teoría de la Cuadrícula también.


Rosario es plana y cuadriculada en un 80 por ciento. Así lo decidieron los españoles que invadieron y colonizaron América y los estados autónomos que los sucedieron. Si hay una planicie, sale cuadrícula ortogonal y listo. La costa siempre complica esa retícula perfecta y ahí se rompe un poco porque hay bajadas y algunas calles curvas. Algunos barrios como Parque Casado, Sarmiento o Parquefield, diseñados con tramas locas, son excepciones. Cerca de donde vivo hay tres avenidas en diagonal juntas y les rosarines están tan poco acostumbrades a esto que les resulta indescifrable y se pierden sistemáticamente. Tengo un amigo que cuando quiere ir al Micropack llega a mi casa, y cuando quiere venir a mi casa encuentra el Micropack.
En fin, esta estructura de manzanas de 100 por 100 se repite en la mayor parte de la ciudad. ¿Y yo tengo que pensar que esto no tiene nada que ver con lo que somos? ¿En serio?


«La fotografía apareció gracias a la música», explica CAL. «Cuando estaba estudiando diseño, con Eloy Quintana (bajista histórico del punk rosarino y de los Killer Burritos) y Esteban Ghilioni hacíamos un fanzine hardcore/punk fotocopiado, con algunas tipografías de compu y todo recortado y pegado. Lo que siempre necesitábamos eran imágenes de tapas de discos y de bandas. Las primeras entrevistas las hacíamos vía carta y si la banda no te mandaba una foto, no había registro. Eloy entrevistó a Argies con un grabador de periodista y eso ya era todo una evolución, un salto de calidad. Pero nos faltaba la foto de esa entrevista y empecé. No lo hacía siempre, el criterio era hacerlo con las bandas importantes. Mi hermana me prestaba la cámara», explica. El fanzine se llamaba Made In Rosario, M.I.R, copiando a la mayoría de las bandas hardcore de la época que usaban siglas. Cristian todavía conserva un ejemplar: «Me da vergüenza la cantidad de horrores ortográficos que tiene», escribe por mail.


Acá me dicen que el plano ortogonal, o en damero, de las ciudades se llama plan hipodámico por culpa de griego Hipodamo de Mileto (498-408 a. C.), considerado el «padre del urbanismo». En la antigua Grecia las ciudades eran más o menos cualquiera en cuanto a su organización: las casas y las calles seguían la topografía del terreno, salvo en algunos lugares importantes como la acrópolis. Parecido a como se ven hoy los barrios viejos de las ciudades históricas de Europa, aunque la mayoría de esas tramas tienen una historia más cercana a los romanos, que trazaban retículas irregulares pero con algún concepto detrás. Hipodamo fue el que introdujo la idea de las calles anchas que se cruzaban en ángulos rectos. Propuso la organización de la polis según relaciones numéricas, en busca de una simetría basada en la lógica, la claridad y la simplicidad. Resulta imposible no relacionar el concepto arquitectónico de Hipodamo con el pensamiento de su época: el plano en forma de damero refleja las lógicas y matemáticas de los filósofos del siglo V a. C. que buscaban una sociedad ideal.


A finales de los 80, principios de los 90, todavía la música por encima del fútbol, la clase social, la ropa o cualquier otro consumo cultural era la principal seña de identidad, el código adolescente que habilitaba la comunicación, la llave de la afinidad: «A Periko Ghilioni, uno de los pibes con los que hacía el fanzine y que se transformó después en mi compañero de recitales, lo conocí en la cancha de Central. Nos juntábamos en un mismo lugar los amigos, se sumaban amigos de otros amigos. Periko cayó con un colgante de Misfits, yo tenía una remera de Corrosion of Conformity. Fue amor a primera vista», se ríe CAL, y a continuación enumera cuatro escenas de recuerdos sobre cómo y por qué la música llegó a su vida para cambiarlo definitivamente, algo que nos pasó a casi todos los de su misma generación:  

1- «En la secundaria, en la ex Técnica 5, en pleno centro, yo ya tenía definido los gustos musicales, con los compañeros había intercambio de discos y de data. Recorríamos en las horas libres todas las disquerías buscando y mirando tapas de discos. Ahí conocí varios rockeros, todos de distintos palos pero rockeros (y cuando digo rockeros digo onda Guns N Roses, AC/DC, Def Lepard, Iron Maiden). Así fue como en una disquería de las más heavys vi un flyer de un programa de radio, supongo que era “Escalera al cielo” o “Para aquellos que están en el rock”, cambiaban de nombre y de FM todo el tiempo, siempre eran radios de poco alcance. Era los domingos, de 21 a 24, y ahí fue cuando escuché verdaderamente bandas hardcore de USA y que me enteré de lo que estaba pasando en Buenos Aires con esa movida en los 90»

2- «Mi primer show fue Queen en Rosario Central (1981), nos llevó la mamá de un amigo a la puerta y desde afuera se escuchaba perfecto, siempre lo sentí a ese recital como que asistí. El segundo, ya un poco más grande, también con la misma modalidad (a la puerta, pero esta vez pudimos entrar sobre el final), fue Enanitos Verdes, que presentaban su primer disco (que ya lo había escuchado porque mi prima mayor tenía el cassette). Lo que no me acuerdo es del primer recital de música “pesada”. Seguramente fue en esos festivales en los que hay como diez bandas y una es “pesada”».

3- «El primer disco que me compré fue Sonic Temple, de The Cult. A esa altura ya tenía alta colección de cassettes grabados, pero nadie tenía ese, por eso me lo compré. Con Periko nos turnábamos para comprar discos y compartirlos, todo un complejo sistema armado de a quién le tocaba comprar qué y quién se lo quedaba definitivamente, para tener más música y gastar menos»

4- «En esas recorridas por las disquerías miraba todos los detalles del arte de los discos y puntualmente las tapas de Iron Maiden, porque era encontrar un sinfín de detalles. La preferida de ese momento era la de Too Tough to Die, de Ramones, que es un contraluz que recorta la figura de los cuatro músicos. Es excelente, pero nace de un error, ya que el flash de frente no disparó y sí el de atrás de la banda. Eso le da un valor agregado. Moraleja: nunca descarten un error, ni de diseño ni de fotografía. Una tapa que me gusta de las que yo hice es la del primer disco de Knockout, porque esa foto la saqué en Bariloche: una parte de un bosque todo quemado. Mientras hacía las fotos pensaba que eran ideales para el arte de un disco de una banda metal (sin conocer siquiera a los chicos de Knockout) y cuando me dijeron de hacer el disco ¡pum!, ya tenía la idea en un 50%. Y, además, el disco se llama Cielo en llamas, el otro 50%».

N. del R.: A lo mejor a esta altura convenga poner que CAL fue diseñador o fotógrafo de tapas de decenas de bandas de la escena hardcore/punk/metalera local como los mencionados Knockout, Unanime, Zona 84, Mil Caras, Bien Desocupados, Bulldog, Mal Momento, El Camino Más Difícil, The Broken Toys, Payasos Tristes, Lima Sur y «hasta uno de Ramón Merlo». Si tengo que elegir, mi tapa favorita de Cristian Lois es la de Something wrong with weather conditions, de Los Daylight. La foto es de él, no el diseño, que creo que es de Nacho Molinos. Se ve una montaña rusa al atardecer sobre un cielo nublado. No puedo decir si me gusta por la foto, por el disco, o por qué. Es que así se mezclan las cosas importantes de la vida: música, imagen y fondo, para formar algo que no se puede separar ni atacando su núcleo con partículas de energía excitada.


No creo en los héroes ni en los dioses pero algunos seres humanos comunes y corrientes me hacen llorar cuando los escucho, los leo o veo lo que hacen. La urbanista y activista canadiense Jane Jacobs (1916-2006) es una de elles. Leo esta cita de su libro La muerte y la vida de las grandes ciudades americanas: «No hay lógica que pueda ser sobreimpuesta a la ciudad. Las personas la hacen y es para ellas, y no para los edificios o los autos, que nosotros debemos acomodar nuestros planes». No puedo evitar el lagrimeo y la piel de gallina por vigésimo tercera vez.
La verdad es que desde mucho antes de saber quién era Jane Jacobs me hace ruido la ciudad en cuadrícula. Lo siento como una imposición, una idea de sociedad concebida hace miles o cientos de años, binaria, sin grises, donde el orden es el motor que mueve al mundo. Una ciudad de roles predeterminados, estructurada, donde lo que se sale un poco de un sentido común de vaya a saber qué época y qué clase social es percibido como algo fuera de lugar. Como Rosario, bah.


CAL, que tiene memoria y tobillos frágiles, tampoco se acuerda qué banda tocaba la primera vez que fue a un recital a sacar fotos: «Tiene que ser Sick Of It All, pero no estoy seguro». No sé si tiene sentido enumerar todo lo que vino después. Son años y años de sacar fotos en recitales, la mayoría de las veces, sino todas, por el gusto de hacerlo y sin cobrar un peso. Yendo un pasito más allá, en un audio de Whatsapp, Lois ensaya una definición rosarina del Do It Yourself (DIY): «Cuando daba clases de diseño, además de dar lo que había que dar, lo que trataba era de hincharle a los chicos, pincharlos, para que vayan y lo hagan. Lo mismo les digo a todos los pibes y pibas que me encuentro sacando fotos en shows. Si hay algo que les gusta, salgan y háganlo, no esperen a saber para hacerlo. Dale y cometé todos los errores posibles». Específicamente, en lo que respecta a la fotografía, CAL no duda: «Para mí es más importante el registro que la técnica, que de todas maneras se puede aprender. Lo importante es que haya registro de la escena. Yo también quiero ver fotos de recitales y no solamente las mías. Hace un tiempo se llenó de pibes y pibas sacando fotos, pero después eso se cortó y quedaron menos. Yo quiero que haya mil, sobre todo ahora que una cámara está al alcance de cualquiera en el celular».
En esta parte interrumpo con un poco de autorreferencia, pero viene al caso: Lois y yo trabajamos juntos una década en un diario que para mi cerebro ya no existe, aunque eso que llaman realidad me contradice. Yo era periodista, Cristian era fototratador y diseñador, y ambos renegábamos con esa raza incurable de especímenes que se hacen llamar fotógrafos o reporteros gráficos, en un tiempo y época anteriores al lenguaje inclusivo. «Yo soy uno de esos que aprendió solo. Preguntaba a los fotógrafos del diario y no me daban pelota, porque no querían transmitir lo que sabían o te ninguneaban onda “este quiere jugar con la cámara, se quiere hacer el fotógrafo”».
A pesar de ese ambiente hostil para el desarrollo de una vocación artística, en esa redacción sucedió el momento fundacional del estilo CAL. «El único que me ayudó fue el Cabezón (Leonardo) Vincenti (reportero gráfico rosarino). Un día le caí con una foto que me había salido de casualidad. Le dije: “Cabezón, quiero hacer esto y no sé cómo lo hice. Pero quiero seguir haciendo este tipo de fotos”. Él me hizo un planteo técnico desde el punto de vista de la cámara: si vos hacés esto y esto, lo podés llegar a lograr. Desde ese momento empecé a encontrar, con las limitaciones que tenía de mi cámara y las propias, el efecto visual que quería. Y todo nació de un error, porque esa foto que le llevé de muestra me salió así porque se había quedado sin batería la cámara y salió toda movida. Ahí empecé a encontrar mi estilo, obvio que también mirando lo que hacían otros referentes de las escena. Escuché por ahí, no sé dónde, que el truco es llenar un cajón de malas fotos para empezar a encontrar las buenas».
Desde entonces a Cristian Lois le salen cada vez más las fotos esas con tentáculos de luz, transpiración y cosas que no se sabe qué son flotando en el aire, imágenes que están como esperando que uno clickee un triangulito de play que no existe sobre la pantalla.


Lo que puedo decir es que con el tiempo me reconcilié con la cuadrícula de la ciudad. Descubrí que esa estructura tan rotunda y concreta es, por defecto, muy pero muy fácil de desafiar. Me di cuenta por qué me gustan las casas de pasillo, los pasajes inclinados, las cortadas, las calles sin salida, los barrios con trama loca, las pocas subidas y bajadas. Y por qué respeto a los que desafían esa sobreimposición estructurada encontrando su propia forma de sustentabilidad, su hueco irregular en el plano ortogonal; y que deciden quedarse y son más o menos felices. No nos olvidemos que todas las calles, incluso las que tienen un cartel de «sin salida», tienen una salida. Así que a no enloquecer.


Le pregunto a CAL cuál fue su peor experiencia sacando fotos en recitales y me dice que son  varias: «Por ejemplo, haberme olvidado una cámara en el suelo, en la puerta de un recital en Buenos Aires. Me llamó Silvana, mi mujer, para decirme que la ecografía daba que era una nena mi segunda hija, Anabella, y quedé tildado y me olvidé la cámara, así de simple. Otra vez se me cayó un pibe del mosh arriba de la cámara y se quebró la rosca del lente. Igual la peor es ir a un show y que no me dejen sacar fotos, eso es frustrante, porque te replanteas todo lo que hiciste de esfuerzo y que te llevás solo fotos robadas (se dice así cuando la sacas de lejos y justificas que fuiste al show)».
Cuando le hablo sobre la foto que lo hace sentir más orgulloso, Lois me empieza a contar una historia que ya había leído en un posteo de facebook, pero relatada por otra persona. La versión de CAL es la siguiente: «No sé si la palabra es orgulloso, sino que logré la foto que quería hacer. Siempre el contacto con las grandes bandas es algo difícil, tenés que ser conocido de ellos o tener buenos contactos con la productora local. En 2010, cuando viene a tocar Social Distortion, una banda emblema del punk rock, histórica, icónica, los trae a Argentina un amigo, el productor Mariano Asch. Social tocaba viernes, sábado y domingo en Buenos Aires, yo había hecho el afiche de los shows y me invitaron. Sabía que le iba a hacer fotos a la banda sin problemas. Entonces le pedí a Mariano que cuando estuviera en el hotel o lo llevara a dar una vuelta por ahí a Mike Ness (el líder de la banda) me avisara. El domingo antes del último show, tipo a las 5 de la tarde, me llama Mariano y me dice que me vaya a una dirección, pero que tenía que ir solo. Yo no sabía que estaba con Ness. Llego y entro, era una casa de antigüedades. Y veo que el tipo estaba ahí, comprando porquerías. Mariano me lo presentó, le explicó que yo quería sacar unas fotos y siguió la charla. Yo trataba de estar al margen, acompañaba sin decir nada. En un momento, eligieron un cartel para comprar, se empezaron a reír y amagaron con irse. Cuando se están yendo, Ness dice: “¿No teníamos que hacer la foto?” Ahí pensé: “Este es un genio”. Lo llevé a un pasillito y le dije que mirara bien la cámara, hice un retrato clásico. Ya después las fotos del show ni me importaban. Creo que esa foto no la publiqué nunca porque no sé, todavía no da»

 

Por Andrés Conti & Flor Carrera Ph
Corrección: Carina Zanelli

 

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