CONFETI DE ODIO Y EL MELODRAMA ESPAÑOL DEL NUEVO MILENIO


Confeti de Odio propone un pop irónico de raíz wildeana en tiempos de corrección política donde todo parece predecible.
Entrevista exclusiva desde Madrid con un músico que destramatiza mientras el mundo frunce su incertidumbre.

Confeti de Odio es un proyecto musical encabezado por el madrileño Lucas Vidaur que viene capturando la atención de melómanos españoles a base de un pop melodramático donde lo confesional es artificio.
Compositor y guitarrista, Vidaur atraviesa una etapa de cambios que sobrevinieron en los últimos quince meses coincidiendo con un mundo dado vuelta por la contienda contra la pandemia del COVID-19. En un clima global extraño, sus canciones se hicieron lugar oxigenando encierro e incertidumbre con un despliegue de afectación dramática adolescente, a menudo de modo exagerado propio de un camp del tercer milenio.
Fantasía, pop wildeano de factura breve y un ego monstruoso hambriento de palabras componen un incipiente, pero fuerte repertorio de algo más de veinte canciones que marcan distancia de la producción biempensante para encender una llama socarrona con forma de estribillos.
“Hazme el favor y encuéntrame/ a un tanatoestético que sea bueno y cobre bien” canta Confeti de Odio en «Mi Funeral» maridando una pose de aburrimiento angustiante con el rol de víctima que tan bien le sienta.
En «Hoy será un día horrible» Vidaur eleva el ánimo desinflado para decirnos que sonreír le cuesta, que hablar no le interesa y tampoco que lo veamos como un chico raro y misterioso. ¿Qué más da? Si hay “Sold out en el hospital”, mueren los norteamericanos mientras el mundo se queda sin televisión, y todo es todo es póstumo en esta generación («Todo muere»).
Bienvenidos a las canciones españolas más divertidas de los últimos años.

Desde Madrid, Vidaur responde con una lengua atenta. Dispara devoluciones breves, profundizando con complicidad sobre un personaje que le divierte, pero al que no le interesa interpretar a jornada completa.  El intercambio toma lugar en un interludio de calma para España. Con la situación pandémica relativamente bajo control, la primavera promete  aventuras sobre los escenarios. El puñado de conciertos que Confeti de Odio realizó con la situación epidemiológica apretada fueron contundentes en convocatoria, haciendo evidente que su nombre se acerca a una popularidad que va saltando de la Internet hacia las calles y se acerca, paso a paso, al vecindario de la masividad.
Mientras que su álbum Tragedia Española ganó vuelo durante la primera etapa del confinamiento europeo, apenas hubo luz verde para el circuito de conciertos, Confeti de Odio tomó la ruta para presentar el disco adaptándose a las circunstancias. Las fechas en directo unificaron la opinión del público junto a la prensa especializada: además del magnetismo pop de sus canciones de tres minutos, había un artista que iba más allá de una tendencia pasajera, entregando buenos momentos y una sólida propuesta musical junto a su banda.
En la actualidad, entre conciertos, algunas reprogramaciones y ratos para la prensa, Vidaur planea nuevas canciones imaginando el próximo capítulo del fructífero proyecto que lo llevó de empleado en una agencia turística a revelación del circuito independiente español.

Lucas De Laiglesia o Lucas Vidaur nació en la capital española en 1994. Más allá del juego de apellidos, su identidad lúdica se conoce como Confeti de Odio, un nombre que cada día gana mayor visibilidad en la movida.
Parte del sello Snap! Clap! Club, Vidaur habita el circuito independiente pero no le interesa el calificativo indie. Le divierte jugar con la pose lánguida, explayándose en toda su posibilidad, pero en lo estrictamente musical, esa etiqueta no le gusta puesto que la encuentra restrictiva. Confeti de Odio se siente más cómodo abrazando la infinita posibilidad del pop.
Sus primeros recuerdos musicales derivan de un entorno familiar, mas no precisamente de un hogar: Vidaur se acuerda del auto de su padre con Iron Maiden y Aerosmith sonando a máximo volumen. El niño Lucas era demasiado pequeño para entender de qué iban las letras de hard rock norteamericano y heavy metal inglés, sin embargo, algo de todo eso atraía su atención, especialmente por el ruido y las portadas macabras de los discos. Desde entonces, esa potencia guitarrera quedó adentro suyo. Con los años, claro, encontrando una identidad estética propia, la intensidad se quedó, pero la distorsión fue en direcciones más punk y de melodías brit.
Sus canciones, especialmente en el LP Tragedia Española, tienen una instrumentación densa en arreglos y detalles que no se escapan al oído atento. En directo, la propuesta se simplifica, quizás volviendo a esa intensidad mencionada previamente. El artista español explica que: “nunca me ha interesado que el directo sea fiel a la grabación, creo que son dos mundos diferentes. Ahora toco con una banda muy modesta y las canciones cobran otra vida, son más orgánicas y al grano, lo cual creo que funciona en directo. En el disco metemos toda clase de arreglos y caprichos que se me ocurren”.

 

En diciembre de 2018, el EP Llorar de fiesta (del sello Snap! Clap! Club) asomó vía Bandcamp. Conformado por cinco canciones, el trabajo fue producido por Juan Pedrayes y Carlos René e íntegramente compuesto por Vidaur.  Una edición limitada en cassette apareció a la par de una novedad que lentamente fue cosechando atención y un buzz que se fue corriendo, principalmente por recomendaciones del público mediante redes sociales.
Sin escapar a las necesidades de una industria musical que precisa de novedades constantes, Confeti de Odio cumplió su parte logrando visibilidad a raíz de una seguidilla de singles que lograron reclutar a nuevos adeptos a sus filas. Pudiendo haber mantenido esa buena racha con holgada comodidad, Vidaur se decantó por encarar un disco completo. Para los casi cuarenta minutos de duración de Tragedia Española el músico debió enfocarse, llevando el compromiso a una entrega mayor para canciones que requerían una banda completa e ir a fondo con la propuesta inicial.
Tragedia Española llegó a principios de 2020 (también a través de Snap! Clap! Club) luego de siete meses de elaboración. En el disco, Vidaur lleva a fondo el papel de su lanzamiento anterior, perfeccionando un pop enérgico que rebalsa de cuidado melodrama y dolor.
El disco maneja muchos conceptos sin necesariamente consagrarse como un disco conceptual. Vidaur usa partes iguales de ironía, ansiedad, fantasía, emo sarcástico con ganas de joder y autorreferencialidad. Un self loathing heredero de los Smiths y del primer Morrissey (antes que descubriera la agresión como tópico fructífero) tiene un protagonismo estelar. Esa nocturnidad ocre que se insinúa en el personaje emo de la fiesta, también lo emparenta con Jarvis Cocker, aunque sin el punch de sociólogo que caracteriza a la obra del nativo de Sheffield. Buscando puntos de cercanía contemporáneos, Confeti de Odio conecta con la lánguida histeria del Ale Schuster (Buenos Aires) del primer Viva Elástico y el mood no entiendo por qué todo me cuesta tanto de Queridas (Rosario).
Las referencias sirven para ubicarlo en un mapeo general, pero debe destacarse que Vidaur es un artista con una voz propia y que, sin buscarlo, expresa mucho de una generación de libido aplacada y ansiedad precoz, que prefiere satirizar su angustia antes que ahogarla en excesos u otros métodos de exorcismo social.
Si bien la pátina generacional de Confeti de Odio ofrece un rastro incisivo que subyace al artificio, sus canciones rebasan el prejuicio etario. Como veinteañero, Vidaur se ubica en un entrecruce generacional, pudiendo dialogar con la generación TikTo mientras mantiene un amplio canal para un público más adulto que encuentre atractivo su guiño irónico.
De la misma forma en que rechaza el anclaje de la etiqueta indie, el madrileño prefiere no quedarse en la comodidad de pensar que su audiencia es únicamente adolescente. De hecho, imagina a la composición de su público simplemente como gente atenta al disfrute de la música, pasando de cualquier tipo de demographics marketineras.
Creo que no hago música para una edad en concreto”, declara Vidaur. “Para mí, una de las cosas más curiosas de Confeti de Odio es lo diverso que es el público, gente de mundos muy diferentes y de todas las generaciones”, explica.  
Para ilustrar el alcance de las canciones más allá del target obvio que se apunta desde los medios de comunicación especializados y big data detrás de las reproducciones en YouTube, Tidal y Spotify, el joven español recurre a una anécdota reciente: “Una mujer de más de 60 años me dijo ´puede que no sea tu público objetivo pero me gusta mucho lo que haces´ y eso me dio pena, ¡Claro que es mi público objetivo! 

Con sencillos oportunos, videos y el creciente hype, lo que empezó como un tímido proyecto empezó a ganar visibilidad posibilitando que Confeti de Odia sea algo más que una aventurilla o un proyecto secundario. Junto a las reproducciones, la curiosidad de la prensa más atenta y un público que acusaba los guiños, Vidaur pronto pudo formar un equipo que acompañe y formalice la propuesta. Desde entonces el trabajo parece mantener una constancia que asegura algo más que una tendencia de una época extraña con sobredosis de encierro, incertidumbre, crisis financieras y temor. A la época compleja Confeti de Odio le propone una catarsis que, mientras sube la apuesta del dramatismo, relaja, permitiendo oxigenar con risas algo que va más allá de una exageración adolescente: las canciones ubican (tanto al protagonista como al oyente) en una posición divertida, un juego de entrecasa necesario que, en los shows, se torna en complicidad junto al canto del público.
Sin apuro alguno de su parte, las novedades irán madurando según el ritmo orgánico de su pulso y deseo por meterse en el estudio. “Iré sacando cosas según me vaya apeteciendo”, cuenta. “Ahora mismo estoy trabajando en otro disco porque tengo una idea muy clara de lo que quiero hacer”, confía en exclusiva. Pero entre tanto metejón, Lucas no descarta que todo cambie una vez que ese deseo se aplaque en pos de un descanso o alguna otra inquietud. Su compromiso es con el presente, sin cargar demasiadas fichas en lo que pueda suceder en tiempos que se reescriben rápido y de manera inesperada: “a lo mejor después de ese saco tres EPs y tardo cinco años en hacer otro largo. Funciono un poco por impulsos”.

La época convulsiona que vive el planeta encontró al madrileño tomando giros inesperados: de empleado a joven promesa; de publicar sus canciones en Bandcamp a agotar las tiradas limitadas de sus cassettes y vinilos; de modesto guitarrista de Axolotes Mexicanos a protagonizar entrevistas de medios internacionales y formar su propio equipo de trabajo. Pero el cambio más significativo para este joven de padres periodistas reside en que, en un trayecto vertiginoso, pudo hacer de la música un oficio que pague cuentas e independencia. La velocidad personal trajo procesos que todavía están asentándose. Consciente de los cambios abruptos que atraviesa, el español reflexiona con los pies en la tierra: “Todo esto se mezcló con la pandemia, la verdad es que ha sido una locura, pero intento mantenerme calmado. Cada día que vivo de la música es un regalo del cielo y lo vivo como tal”.
“Lo bueno de ser tan pesimista es que estas cosas no me ponen triste, supongo que es mi suerte” comenta Vidaur sobre las sensaciones que genera un periodo positivo en lo personal pero extraño para el resto del mundo.
Ante las complicaciones que trajo la pandemia para el circuito de conciertos, también baja la urgencia. Con la primavera tomando fuerzas y España dando fin al estado de alarma, el panorama luce algo esperanzador. “Parece que poco a poco la cosa mejora” confía el músico que tiene varias fechas confirmadas. “Tiene pinta de que se podrá tocar bastante pronto”, asegura acerca de las actividades de su agenda laboral.

Las canciones de Confeti de Odio llevan el spleen adolescente hasta el paroxismo. Las formas en que elige hacerlo son la ironía y una amargura romántica irresistible. El guiño es permanente, poniendo al oyente desprevenido en aprietos hasta el preciso momento en que toma conciencia que, por encima de todo, Vidaur es un jodón del melodrama. Entonces la complicidad tiende otra relación que probablemente perdure, o quizás no: el gusto por Confeti de Odio no admite medias tintas.
Vidaur escribe desde la primera persona para la generación de la primera persona (la misma que se nutre desde el POV constante) haciendo del amor propio (o la falta de éste) y la autorreferencialidad un ejercicio que mantiene un tono de autodesprecio, humor y una afectación de pompa rayana a Xavier Dolan.
En plena escalada de corrección política global Confeti de Odio hace uso de cada recurso melodramático a su alcance para establecer un juego de riesgo que va más allá de lo meramente adolescente: las canciones permiten lecturas que corren por encima de la obviedad, abriendo varios frentes de interpretación, por ende, extendiéndose  a un campo minado sobre territorios sensibles. En el alcance que nace del artificio radica parte de su magnetismo. En un contexto mundial donde la corrección política y la pasteurización es casi una ley de mercado, pistas como «Todas las guillotinas van al cielo», «Hoy será un día horrible», «Todo muere» y «Última visita al hospital» son tan frescas como necesarias.
Sobre detonar rispideces con las asociaciones libres que llegan con las escuchas casuales, Vidaur se muestra despreocupado, agitando: ¡Que cada uno entienda lo que quiera!”.
Acerca del contraste que marca su música en comparación con ese higienismo del pop, comenta: “intento no pensarlo demasiado. Al final la música la hago exclusivamente para mí, creo que haciéndolo de esta manera se consigue la pureza. Luego me alegra que la gente conecte y empatice con lo que digo, porque al fin y al cabo no tengo nada de especial y soy igual que todo el mundo, pero al componer sólo pienso en contentarme a mí”.
La posibilidad de un juego abierto donde la fantasía goce de carta blanca es prioridad para Vidaur. El madrileño insiste en desconocer los límites a la hora de escribir. Las barreras quedan afuera al bosquejar una canción. En ese sentido, opta por obviar las imposiciones tanto ajenas como propias, permitiéndose jugar. “Cuando estás haciendo arte tienes vía libre para hacer lo que más te apetezca”, comenta antes de reforzar,  “es fundamental que no pienses en la opinión de los demás, en lo que es correcto o no, en si es algo que has vivido”.

 

Por Lucas Canalda
Fotografías por Xavier Llanas

 

 

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