En busca de una escena rosarina: diagnóstico

Algunas ideas a partir del festejo del Día Nacional del Músico en la ciudad

 

“El calor parado en la habitación, como un enemigo. Pero el creía, contra la evidencia de todos sus sentidos, en los espacios fríos y vacíos del éter”
de El poder y la gloria, Graham Greene.

Esto que escribo empezó a maquinarse una calurosa noche de diciembre de 2016 en una especie de tapera en pleno barrio Alberdi, donde una de las tantas y buenas bandas locales, Ponzonia, tocó en un patio de yuyos, bajo un limonero lleno de lamparitas, mientras el público (sesenta personas, como mucho) tomaba la mejor cerveza artesanal hecha en esta ciudad. Y termina ahora, el 22 de enero pasado, en D7, Ovidio Lagos casi Córdoba, el bar cultural del Partido para la Ciudad Futura, con la fiesta del Día Nacional del Músico. Está lleno, hay mucha gente. Se trata de un festejo organizado por la asociación civil El Qubil junto a otras agrupaciones de músicos, bandas, sellos independientes y productoras locales. En este final de párrafo, el calor es tan espantoso como al principio, pero acá hay aire acondicionado. Eso sí, la cerveza es industrial.

Defino un comienzo y un final para acotar un poco la cosa, aunque no tenga mucho sentido: como todo lo que sucede en este mundo, esto empezó antes y terminará después. Lo cierto es que a los dos momentos que describo en el párrafo anterior, separados por poco más de un mes, los unen muchas cosas, pero una de ellas es crucial: se trata de formas de reacción ante la paulatina, creciente y ya preocupante escasez de lugares para espectáculos de música en vivo ejecutada por proyectos emergentes, o no tanto –si se quiere más específicamente, de rock–  en Rosario. Por un lado tenemos la idea de tocar en casas, espacios privados no habilitados, a riesgo de que la Guardia Urbana Municipal (GUM) caiga en cualquier momento a suspender todo ante la denuncia del vecino de turno. Por el otro, la necesidad de agruparse para encontrar soluciones colectivas a problemas que parecían individuales, de hacerse oír en los lugares donde se toman las decisiones. En el medio, atrás, adelante y a los costados de estas dos alternativas, todas las posibilidades que también existen. Lo que no parece existir es una escena musical que se sustente como tal. Pero eso es lo que vamos a tratar de averiguar acá.        

Calor acondicionado

El festival en Distrito 7, Ovidio Lagos 790, el domingo 22 de enero pasado, se hace como  festejo de la víspera del Día Nacional del Músico. Lo que se conmemora es el nacimiento del Flaco Spinetta, que fue el 23 de enero de 1950. A diferencia del día de la música, que es el 22 de noviembre y responde a su patrona, Santa Cecilia, esta fecha es impulsada por el Instituto Nacional de la Música (Inamu), creado en 2013 a partir de la sanción de la ley 26.801. El objetivo del Inamu es ser para el sector musical más o menos lo mismo que lo que es el Incaa para el cine argentino, o el Instituto nacional del Teatro, dos instituciones con bastantes años más de existencia        

Bien, en un vistazo rápido de lo que sucede en el D7 durante dicho acontecimiento, hago una lista de rosarineadas:

-Había mesas y sillas en todo el espacio del bar y casi nadie del público se acercaba al escenario.

-Más de la mitad del auditorio charlaba, y a los gritos, mientras los músicos tocaban.

-Muchos fueron porque era gratis.

-No podían encontrar a los encargados del número de cierre y tuvieron que estirar la cosa hasta que aparecieron.

-Ni uno sólo de los medios masivos de comunicación de la ciudad estaba cubriendo el hecho noticioso.  

Seguro hubo otras rosarineadas más que se me pasaron, pero lo importante es todo lo otro que también sucedió: organizaron este festival la asociación civil El Qubil de Rosario, que integra la Federación Argentina de Músicos Independientes (FA-MI) junto a otras organizaciones como Mutar (que agrupa a tangueros locales), Tocolobombo (que une a percusionistas), la ACMI (otras asociación de músicos independientes que lleva adelante, entre otras cosas, el ciclo Surge) y el MUR, Músico Unidos de Rosario. También participaron la productora Astros Argentinos y los sellos autogestivos Audio Buró, Fluorescente, Sublatir, Río Rosa, La Liga del Ruido, Rompe y Rock Villero. “Si bien es el tercer año que se conmemora, es la primera vez que se hace así, de manera horizontal y con gente de distintas vertientes, distintas búsquedas y distintos caminos. Fue muy difícil sumar a tantas organizaciones, nos quedaron otras afuera, pero el balance es muy positivo”, me dice el cantautor Ismael Torres, integrante de El Qubil, en la vereda de Ovidio Lagos, fuera del ámbito en donde el aire acondicionado hace su gracia. Un rato antes, había intentado entrevistar al Zorzi (Marcelo Zorzolo, pero salvo la familia, nadie lo conoce por su nombre y apellido), histórico del rock local y parte organizadora de este festival junto a su productora Astros Argentinos, sentados en el umbral de la puerta del negocio de al lado del D7. Pero fuimos invitados por el encargado de seguridad a movernos, ya que “el dueño puso cámaras y si ve gente sentada acá después mete denuncias”. Una muestra más de la situación que vive la cultura en Rosario.

En fin, sentados en otro umbral donde no hay cámaras, el Zorzi le pone un poco de contexto histórico al asunto. “Esta es una ciudad que tiene medio siglo de hacer canciones de rock, por no hablar del tango, el folclore o el jazz. Es imposible de creer que siempre estemos debatiendo la de mínima y no estamos viendo, por ejemplo, cómo sacamos esta cantidad de talento y producción que tenemos hacia afuera”, arenga. Y se define como “optimista por naturaleza”. Ese “optimismo”  es, a lo mejor, lo que lo impulsó a generar en 2015 la serie de shows en homenaje a los 50 años del rock rosarino en Plataforma Lavardén, que culminó con las noches del 20 y 21 de febrero del año pasado, en donde más de 150 artistas locales de distintas épocas se cruzaron entre sí, compartieron escenario y mostraron parte de lo que la cultura local tiene para decir sobre estos tiempos ante un anfiteatro Humberto de Nito repleto. “Los que tenemos algún recorrido pensamos en algunas cosas, por la manera que nos tocó hacernos. Nosotros también nos autogestionamos como los chicos de ahora. Vivimos los quiebres sociales que tuvo la construcción de una identidad musical local. La hiperinflación del 89 se llevó puesto al rock de los 80, la crisis del 2001 se llevó puesto al rock de los 90. Rearmarse permanentemente es muy difícil. Hoy chicos que tuvieron la suerte maravillosa de tener todas las posibilidades tecnológicas y un momento de crecimiento económico del país, encuentran que de repente cambió la escenografía. Y vamos a tener que pelear por cosas que dábamos por sentadas”, explica el Zorzi.   

Poscromañitud

Un hito de la historia reciente de la música argentina, que por ende tuvo sus efectos en Rosario, fue el incendio que mató a 194 personas la noche del 30 de diciembre de 2004, en el boliche porteño Cromañón, durante un recital del grupo Callejeros. Todo lo que sucedió después en la cultura rock argentina está más o menos tocado por esto. Un día después del festival en el D7 le pido por mail a Andrés “Polaco” Abramowski, presidente de la asociación civil El Qubil, músico (antes en El Regreso del Coelacanto y ahora en Ovnitorrincos) y periodista, un diagnóstico de la escena local. Lo primero que hace es decirme que no se siente cómodo haciendo un diagnóstico ya que está del lado de “adentro”. Sería un “autodiagnóstico” y eso es “una locura”, aclara. Después de eso vienen miles de palabras, en lo que quizás sea una de las mejores reflexiones sobre el rock rosarino que haya leído. En una parte del mail, el Polaco escribe: “El rock estuvo en el medio de una explosión a la que se le dio el nombre de Cromañón. En rigor, más allá de la tragedia que el rock se fumó por carácter transitivo, a la distancia puede verse ese hito en un cambio de las condiciones de producción de la música en vivo. El mercado aprovechó para meter su poronga en el escenario. ¿Cuál es esa poronga? Su racionalidad, su modo de hacer único y excluyente. La Trastienda (Café-Concert porteño) seteó las bases del lobby, entraron los sellos, se vendió la profilaxis y los patovicas en los festivales, cualquier bandita que quiere hacer un show autogestivo tiene que poner patovas y baños químicos, imprimir entradas en Ticketek y poner pulseritas. Cualquier barcito de cuarta impone las mismas condiciones, cobra para que los pibes toquen”.

Algunos pondrán el grito en el cielo por lo que viene a continuación pero, en tiempos recientes, se vivieron dos hechos en Rosario que pueden asimilarse, en muy menor escala, por supuesto, a lo que sucedido en Cromañón:

1) En la madrugada del 12 de octubre de 2015, el bajista del grupo Raras Bestias, Adrián Rodríguez, murió electrocutado al intentar salvar a un compañero de banda, que recibió primero la descarga a través de un micrófono. Esto sucedió en el Café de la Flor, por entonces uno de los centros de la movida rockera local. El bar está clausurado mientras que la causa por esclarecer responsabilidades avanza lentamente, aunque no más despacio que otras igual de importantes. Integrantes de su banda y otros compañeros de ruta, agrupados en el MUR, cantaron una canción en homenaje a Adrián en el festival del Día del Músico y pusieron una bandera que lo recuerda frente al escenario.   

2) La noche del 26 de octubre pasado, Daiana T., una piba de 24 años, charlaba en la vereda de Corrientes al 1300, frente a La Chamuyera, cuando recibió en su cráneo un botellazo arrojado por alguien todavía no identificado. Esto sucedía habitualmente: vecinos, quizás indignados por los ruidos molestos del local nocturno donde se realizan actividades culturales, arrojaban distintas cosas. Esta vez acertaron en la cabeza de alguien, que hoy pelea por recuperarse de las graves consecuencias de ese atentado.

A lo mejor, estamos en un momento de inflexión, un hito de la escena cultural/musical local, y no estamos enterados, o somos conscientes a medias.  

Hipótesis de la escena

No soy becario del Conicet ni nada que se le parezca, pero nadie va preso en este país por elaborar teorías sin sustento teórico ni cifras que las respalden, así que acá vamos. Para que una escena local exista como tal tiene que haber, por lo menos, cuatro cosas: muchos artistas originales y con una obra que los respalde; espacios públicos y privados para tocar en buenas condiciones de los que el público y los músicos se apropien; medios que difundan, discutan y critiquen a esos artistas, y público que participe de las propuestas para sostener todo.  

Vamos por partes:

1) En cuanto al primer punto, el artístico, hay un dato que pueden servir de referencia. Desde 2015, el sitio www.lacanciondelpais.com.ar se toma el trabajo de recopilar todos (o casi todos, alguno debe faltar) los discos editados a lo largo de un año en la ciudad. En su primera entrega, la web asociada al programa de Radio Universidad del mismo nombre contó más de 80 discos (digitales o en formato físico). En 2016, esa cifra subió a ¡116!, de los cuales, más del 70 por ciento se pueden agrupar dentro de esa entidad abstracta que llamamos rock argentino y algunos géneros asimilables. Además, la mayor parte de esos discos están realizados de manera colectiva, con la colaboración de otros compañeros de ruta, de técnicos y productores locales que van desarrollando su oficio cada vez con mejor calidad.   

Esta cantidad de ediciones ¿asegura calidad, originalidad, belleza, etcétera? Todavía no inventaron aparatos que midan esas cualidades. ¿Qué podemos decir?: que tanto los entrevistados para esta nota, como muchos de los actores de la música independiente rosarina piensan que es un gran momento a nivel artístico. “Creo que cuando hay más bronca, más enojado estás, pasa algo a nivel artístico. Estoy de acuerdo que hay bastante gente produciendo cosas a mejores niveles. Eso de hacer cosas en conjunto generó algo fructífero. Después, lo que veo es que si no hay forma de subsistir con eso, es muy difícil de sostenerlo en el tiempo”, analiza Patricio Invaldi –más conocido por su alias musical, Lesbiano–, referente del proyecto colectivo La Liga del Ruido. En fin, acá tienen dos opciones: confiar en nuestra palabra (sí, hay calidad, originalidad, belleza y etcéteras) o tomarse el trabajo de entrar en la página mencionada antes y escuchar todos los discos editados en 2016, ya que están los enlaces correspondientes. Tienen para entretenerse un rato.

2) Con respecto al asunto de los espacios para tocar, la cosa se pone complicada. “Especìficamente, para hacer este festival por el Día del Músico, hubo inconvenientes para conseguir un lugar para hacerlo”, ejemplifica Juan Manuel Robles, cantante de Gay Gay Guys e integrante del sello Rock Villero. “Al empezar a organizar esta fecha el primer tema de conversación fue dónde lo hacemos y fue muy difícil”, agrega Nicolás Cassale, del sello Rompe y bajista de Los Cuentos de la Buena Pipa. En ese sentido, Cassale dice: “El planteo en el que coincidimos la mayoría de los músicos que participamos de este festejo es que lo que faltan son lugares para bandas que convocan a un público de entre 50 y 100 personas”.

Acá el problema trasciende al rock y a la música. Desde 2014, las crecientes clausuras por parte de la Municipalidad de Rosario a los lugares donde la cultura alternativa de la ciudad se desplegaba, en muchos casos por falta de condiciones de habilitación y en otros por no responder a los rubros específicos que están dentro de la normativa vigente, generaron una reacción. El ECUR (Espacios Culturales Unidos de Rosario) presiona desde entonces por una nueva ordenanza que los regule, y cuenta con el apoyo de algunos concejales rosarinos, entre ellos, los tres de Ciudad Futura, que presentaron un proyecto en este sentido.

En lo específico del rock, la cuestión no sólo pasa por los lugares para tocar que no están, sino por las condiciones técnicas y económicas de los que sí existen. Juan Manuel Robles es directo: “Es una estafa hacer trabajar a alguien para uno y encima cobrarle. Para esta estafa, los encargados de algunos lugares utilizan distintos speechs. Lo cierto es que no hay un convenio colectivo de trabajo, o algo parecido, de cómo se tiene que realizar un show under o semiprofesional. Acá estamos festejando porque nos cansamos de reclamar. Nosotros, y los que vienen de antes, venimos bregando desde hace tiempo por intentar que cambien las condiciones de nuestro trabajo, pero nos dimos cuenta de que una de las formas, y la más importante, es haciéndonos notar. Nadie quiere escuchar a alguien que se queja, para quejas está el mundo entero, y hay otras cuestiones tan importantes como esta. Por medio del festejo, la unión y la autogestión creemos que por la lucha nuestra, y por decantación, las cosas se van a ir dando. Lo que ya se fue modificando es la conciencia del músico, que ya entiende que lo que hace es bastante parecido a un trabajo y no tiene por qué pagar por hacerlo”.

Esto de cortar con la queja y ser proactivo es un discurso en el que todos los consultados coinciden. “Aceptar una situación real no es quejarse, ni criticar, ni destruir. Es un comienzo. Tenemos que aprender mucho: además de hacer nuestro arte, hay que buscarle la vuelta para que todo sea propositivo. Si no encontramos los huecos hay que buscarlos. Si bien la situación no es favorable, ni mucho menos, me parece que podemos encontrar esos canales que hacen falta. No va a haber nadie que haga las cosas por nosotros, nadie mejor que un músico para saber qué es lo que necesita.Queda mucho camino por recorrer para encontrar de qué manera encontramos más lugares, cómo generamos más escena, y no esperar a que nos vengan a buscar y tener todo solucionado”, dice Ismael Torres, uno de los más involucrados en este doble rol de músico y activista/dirigente.

Acá hay que hablar del contradictorio rol del Estado en este asunto. Por un lado es el que pone límites e impone condiciones a los espacios culturales y comerciales, que terminan en una clausura o en un cierre. Por el otro, ofrece fomento a los artistas emergentes y un circuito de lugares y actividades para tocar que, en muchos casos, poseen condiciones mejores (no ideales, claro) que las que existen en el ámbito privado. Pablo Cravzov, de la banda Sur du Monde y el sello Fluorescente Discos, ensaya un análisis: “Esto no es una crítica, es un hecho: creo que el socialismo, y el kirchnersimo en su momento, han comprendido, quizás con tino, que la cultura es una gran herramienta proselitista. No lo digo peyorativamente, es una herramienta para incorporar gente a sus proyectos. Esto no está mal, lo que si veo complicado es cuando se intenta monopolizar la agenda cultural. Yo soy muy pro estado, me parece que el estado tiene que intervenir donde el mercado falla, pero hay que tener cuidado, porque hay lugares que son clubes culturales, lugares que no son específicamente comerciales. Hay un montòn de estéticas que vos podes usar a la hora de definir un espacio estrictamente comercial, pero ves al mismo tiempo que hay lugares para otras expresiones culturales que se ven perseguidos, que se la hacen difícil, donde las reglamentaciones no son claras. Y se trata de lugares donde realmente se gesta la cultura. Si los gobiernos monopolizan las agendas culturales hay un conflicto de intereses. Es una discusión que hay que dar hasta que la agotemos. El ECUR es un paso al frente para discutir esta cuestión”.  

3) Cuando llegamos a la cuestión de la difusión, entramos ya en un vórtice negro. Hay una entrevista mítica de 2013 (mítica para los 5 o 6 salames que la vimos) que se puede ver acá. En el minuto 3.39 del video, la cantante Marcela Morelo le habla al periodista de espectáculos rosarino Carlos Bermejo sobre la “impresionante movida” local que hay y dice que escuchando bandas para votar en los premios Gardel, de la cantidad de discos de rock editados en el país, se quedó con dos de Rosario: los de Mi Nave y Aguas Tónicas. Bermejo sólo atina a decir “ajá” con cara de Gary Coleman preguntándole “¿de qué estás hablando, Willis?” a su hermano en la serie Blanco y Negro y cambia de tema. No es para caerle con todo al pobre Carlos, pero su nombre surgió tres veces en las conversaciones que tuve para hacer esta nota. Incluso, alguien transformó el apellido del conductor de Magazine en el adjetivo “bermejizado”. Vale como ejemplo de cómo funcionan los medios masivos locales: un artista sólo merece ser difundido si proviene de los grandes centros de poder (Buenos Aires; ni hablar si es extranjero, los periodistas entran en éxtasis), no importa su calidad. Un/a rosarino/a sólo es digno de ser noticia si “triunfa” fuera de la ciudad, incluso si su “éxito” es tirarse un pedo en el programa de Mariana Fabbiani. Para lo que sucede acá, hecho por gente de acá, sólo el espacio que sobra.

Nadie pretende que suceda lo inverso, que los grandes medios sólo se ocupen de los artistas locales en detrimento de lo que se produce fronteras afuera de la ciudad en un rapto de chauvinismo extremo. Lo que está claro es que hay un dispositivo ideológico que coloca a quienes producen música o cualquier arte en nuestra área metropolitana (que incluye a un ¡millón y medio de personas!) en una categoría menor, una suerte de primera B o C de la cultura mundial. Y la única forma de ascender es “triunfando” por lo menos a un radio de 350 kilómetros de casa.

Si se hace en Rosario, pareciera que hay dos posturas mayoritarias de parte de los medios de comunicación, tanto masivos como alternativos: a)si es de acá, no existe o no sirve b) si es de acá, no hay que criticarlo, hay que tirarle buena onda porque son unos pobres flacos/flacas que hacen todo a pulmón. “Que van a ser buenos estos chabones si fueron a la secundaria conmigo”, ejemplificó alguna vez en una entrevista el Polaco Abramowski.  En ambos casos, el resultado de esas prácticas es poner a la producción local de cultura en una categoría menor a lo que se produce en Buenos Aires o en el exterior del país. Y esa es la percepción que se le traslada a una gran parte de las personas que viven en la ciudad, que no consumen lo que se produce acá, porque es de “menor calidad”. Y eso tiene que ver directamente con el punto que trataremos a continuación.

 4) El comportamiento del público, como sustantivo colectivo, es prácticamente imposible de analizar. Ni hablar si nos referimos a la “gente”, estamos al horno. Lo que sí se puede hacer es un esfuerzo por entender las razones que alejan de una potencial escena local a un público mayoritario, que ni siquiera está enterado de la oferta que existe. La falta de difusión es una de esas razones, claro.

De todas maneras, conviene aclarar a esta altura -porque a veces ciertas cosas sacadas de contexto pueden sonar como que el que las dice se las sabe todas- que ninguno de quienes hablan en esta nota (incluyendo quien escribe) tiene la posta. Si podemos decir, como advierte Pablo Cravzov entre risas, que estos temas “consumen varias horas de meditación” y de discusión con amigos y colegas. En tren de argumentar, porque es gratis, el referente del sello Fluorescente ensaya una autocrítica mechada con propuestas: “Los músicos queremos hacer cosas y nos peleamos con el mercado. Nos peleamos es una forma de decir, estamos un poco disociados. Estamos en un sistema que requiere del mercado para hacer las cosas, que es el que le pone combustible al motor. Y estamos aislados de la gente. En Rosario tenemos muchísimos proyectos, algunos de calidad mundial, te diría, y los recitales están  vacíos, salvo excepciones. A veces pienso que hay poco conocimiento del mercado, de los canales de difusión o, directamente una disociación de la industria. Me niego a pensar que estos problemas son culpa de la gente. Si creo que los canales de difusión están cada vez más concentrados y son más inaccesibles, y que los medios alternativos, que son muy valiosos, están todavía en una etapa incipiente. Falta que otros sectores también se involucren para generar una escena local. Por ejemplo, veo que la universidad pública no es un actor dentro de la escena, como puede ser en La Plata o Córdoba”.

Al respecto, Patricio Invaldi llama la atención sobre lo que sucede en esas ciudades. “Yo veo que el gran público que sirve para generar audiencia en las movidas locales, en otras ciudades similares a Rosario, es la gente de las universidades. Acá parece que la gente de las facultades no le importa nada, que están en otra. Las movidas que se arman acá son muy entre músicos y es muy poca gente. A mí tocar solo para músicos no me interesa”.

Cravzov ilustra esta característica del ambiente local de la siguiente forma: “Yo entro acá (al festival en el D7), vos entras acá y ¿cuántas caras conocés? Muchas. Recuerdo haber ido  hace casi dos años a la presentación del último disco de Coki y los Killer Burritos en el Parque de España. Había 400 o 500 personas y yo de vista, por lo menos, los conocía a todos (risas). Y estamos hablando de Coki. ¿Qué pasa con los demás?”.     

Pasa que hay un montón de solistas y bandas dentro de lo que podríamos llamar rock, ni hablar de otros géneros que hoy parecen tener más respuesta en el público, como la cumbia en sus variantes más populares o estilizadas, por ejemplo. O todas las otras posibilidades que nos brinda la sociedad del espectáculo. “Tenemos que entender que hoy competimos con todo, hasta con la lista de Spotify del dentista que escuchamos cuando nos vamos a sacar una muela”, sentencia el Zorzi.   

Crisis

Hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para llegar hasta acá en esta nota sin mencionar la palabra “capitalismo”. Uno no quiere caer en el cliché del “zurdito”, según el canon impuesto en la mesaza de Mirtha Legrand. Pero hay que ser ciego para no ver en esta posibilidad de escena musical independiente rosarina los mismos problemas a los que nos enfrentamos día a día la mayoría de los que vivimos bajo este sistema dominante. En su ya mítico mail (mítico para el único salame que lo leyó, o sea: yo) el Polaco Abramowski primero se pregunta: “¿Podemos los músicos remar contra una corriente que se empeña en no querer darnos pelota? ¿Vale la pena?”. Luego contextualiza: “Es un tiempo de cambios en todo lo relativo a la cultura. La digitalización hizo cambiar los modos de producción y circulación del arte de una manera que va mucho más allá de los formatos. El dilema disco físico/legal/legítimo versus música libre en la web es apenas un detalle. El cambio va mucho más allá. Tiene que ver con las relaciones en este estadío terminal del capitalismo, con su crisis de sobreproducción y la manera en la que redetermina las relaciones sociales. En este panorama los músicos aparecen atomizados pero no sé si la escena está fragmentada o más bien se compone de capas superpuestas que a veces tienen puntos en común. La división de géneros que antes era el código básico de referenciación ¿dónde está? ¿Qué música hace Abel Pintos?  Hoy más que géneros musicales se habla de cuestiones generacionales. Antes que tribus sociales todo se va perfilando hacia los nichos de mercado”. Y después se responde: “Creo que al rock le corrieron la cancha. Supo ser el rey del estadio y ahora se tiene que refugiar en una casita. Al que le gusta el rock, allí tendrá que estar. Ante este mapa, apuesto por respuestas musicales”.      
Es evidente que tanto para Abramowski como para sus colegas de El Qubil, los de las otras asociaciones de músicos y sellos que participaron del festival, más el resto de los sellos que no participaron, y las bandas y solistas que siguen apareciendo en la ciudad todos los días, la respuesta a la pregunta ¿vale la pena? todavía es sí. Y que no creen solamente en respuestas musicales.            

A ver. Si algo hay que reconocer del rock rosarino independiente es su resistencia casi cucarachística: a pesar de lo mucho que se ha hecho para matarlo, o por lo menos para colaborar en su extinción, sigue bastante vivo y se reproduce como nunca. No como el periodismo, que está muerto hace rato y parece que el telegrama de aviso de defunción nunca le llega.   

En principio, quienes se agrupan en El Qubil piensan que es esencial que se realice un relevamiento serio o mapeo profundo de la música en vivo en la ciudad: cuántos espacios hay para tocar y/o donde se toca en vivo, para todos los géneros; condiciones laborales/contractuales/de producción de los recitales; condiciones edilicias y técnicas; radiografía del público que asiste a shows y del que no asiste (encuestas en las puertas de pubs, boliches, city centers); cuánta guita se mueve entre la producción, circulación y consumo de bienes culturales musicales en Rosario, entre otros etcéteras.Si en Rosario no hay una institución capaz y/o interesada en encarar ese relevamiento jamás vamos a mejorar”, dice el Polaco.

Antes de lograr eso, la idea es seguir juntándose, “dejar de quejarse”, y proponer. “La clave más allá de que no hay empresarios que pongan plata para hacer esto, y que no haya medios de comunicación masivos que nos difundan, es juntarnos entre nosotros y empezar a admirarnos un poco más. No digo querernos, ese ya es otro tema. Por lo menos, tenernos en consideración. En lo personal, empecé a escuchar muchas bandas rosarinas que me las negaba por ser un músico rosarino. Pensaba: si ellos no me escuchan a mí ¿porque yo los voy a escuchar a ellos? ¿Yo creo que hago esto mejor que tal y él consigue que vayan a verlos 5 personas más, y entonces no voy a verlo? Hay que limpiar esa parte del inconsciente que tenemos tan contaminada de ego y empezar a juntarnos para charlar cosas ya sean agradables o desagradables, hay diferencias que hay que saldar en beneficio de una proyección profesional de todos”, se sincera Juanma Robles. Ismael Torres va un poco más allá: “Que haya colectivos de artistas es muy interesante. Pero también es cierto que si nos conociéramos un poco más, seríamos menos sellos con más participación. Creo que hay que aunar criterios y si tal agrupación, tal grupo, va en la misma dirección que la que tenemos nosotros ¿por qué no fusionarse? Es el desafìo que viene”.

No es necesario, aunque tampoco haga mal, contagiarse de ese “optimismo” casi místico que tiene el Zorzi en el rock rosarino para ver que hay una lucecita allá en el fondo, y que no es la misma que ve la vicepresidenta Gabriela Michetti. En principio, está la música. Me gustaría escribir que siento pena por aquellos que no escucharon nunca a algunos solistas y bandas rosarinas que hoy no llevan más de 50 personas a sus shows. Pero no es recomendable por las buenas costumbres y me lo reprimo. Tampoco estoy seguro si la vida les cambiaría para bien si los escucharan. Sí sé que les cambiaría. Además, la música no es lo único que está. Hay cada vez más rosarinos pensado en alternativas a lo que ya no funciona, a lo que está comprobado que nunca funcionó, pero insisten en hacernos creer que “si lo hacemos bien”, va a funcionar.             

TXT – ANDRÉS CONTI
PH – Thiago & Los Pájaros, Jubany– ROMINA ORELL

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